Entre tus sabanas
Capitulo 6
Abril cerró la puerta de su casa con las piernas temblorosas por todo lo que había vivido hacía poco. Tenía ganas de reír, de esconder su cara entre sus manos y dar pequeños saltitos, todo al mismo tiempo. No había sido su primera vez, pero sí la primera que de verdad había conocido la intensidad que la pasión podría aportar y, lo más importante, la satisfacción. Lorena la había acompañado a casa y por el camino no consiguió sonsacarle palabra alguna referente a lo que le había dicho antes de irse. No hubo manera. Solo otra frase enigmática cuando paró el coche delante del bloque del edificio donde vive Abril.
—Pronto lo descubrirás. —Se quedó sin más información, pero no sin un beso de despedida, que respondió gustosa.
—Ya era hora. —La voz de Emma se interpuso en sus recuerdos sacándola rápidamente de su estado para entrar de lleno entre la vergüenza y la preocupación. Se había olvidado completamente de su aspecto y que su hermana podría verla así. Emma estaba saliendo de su habitación y pronto estaría delante de ella. —Me tenías preocupada y to…— Se quedó muda de pronto y detuvo su avance al ver a Abril con una preocupación clara en sus ojos. —¿Qué te ha pasado? — preguntó, por decir algo, ya que no supo cómo reaccionar a lo que sus ojos le enseñaban.
—Nada —respondió con un hilo de voz y con el rostro enrojecido por el bochorno.
—Nada —repitió, cruzándose de brazos. Entonces Emma tuvo un recuerdo fugaz, esa imagen delante suya le pareció conocida y no tardó en hallarla.
Se trataba de su mejor amiga cuando las dos estuvieron en una fiesta que dio uno de sus compañeros de instituto dos semanas antes. La vio salir de una de las habitaciones con la ropa desencajada, el pelo revuelto y un brillo especial en los ojos, unos momentos antes de que un guaperas, que no recordaba cómo se llamaba, saliera detrás de ella dándole una palmada en el trasero y una risita por parte de Valeria . Abrió los ojos por la sorpresa al comprender el motivo de la apariencia de su recatada hermana mayor.
—¡Te has acostado con alguien!
—¡Emma! —exclamó, exaltada, porque se hubiera percatado de forma tan rápida, agarrándose la abertura de su camisa para amarrarla más a su cuerpo —. ¡No! ¿Por qué piensas eso? —arrepintiéndose al instante por haber hecho una pregunta tan estúpida y a la que daba pie a una respuesta bastante obvia.
Emma dejó escapar un bufido. Por supuesto no la había creído ni un solo instante. Abril hizo ademán de irse para no tener que someterse a un interrogatorio de ese cambio de papeles que estaban viviendo, pero Emma era obstinada y no pensaba dejarla en paz hasta que le sonsacara la verdad. Se puso delante de Abril cuando ella quería pasar y empezó a perseguirla cuando su táctica no sirvió de nada.
—¿Ha sido con Lorena? — Abril no contestó. Hizo un ademán de entrar en su habitación, pero Emma se apresuró a ponerse delante de ella de nuevo. —Ha sido con Lorena, ¿verdad? —volvió a insistir.
—Emma, por favor —le pidió con el rostro cada vez más carmesí, bajando la mirada para no tener que enfrentarse a los ojos de su hermana.
Emma sabía que su hermana era muy reservada y que no soltaría nada con facilidad, pero una idea le cruzó por su mente con rapidez.
—Al menos di que no ha sido con Ximena —comentó con expresión preocupada. Abril no quería que su hermana estuviera intranquila por su culpa y tras coger una bocanada de aire para coger un poco de fuerza contestó en un susurro.
—No, con Ximena, no. —No quería que el pensamiento de que se hubiera acostado con esa desgraciada pasase por la mente de su hermana, pero lo que hizo a continuación tampoco se lo esperaba.
Emma soltó un grito de alegría mientras hacía lo que Abril había pensado tras pasar por la puerta principal de su casa, empezó a dar saltos de alegría.
—¡Emma! —volvió a exclamar, pero en esta ocasión totalmente desconcertada por su reacción—. ¿Tanta ilusión te hace? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Pues claro. —Esa respuesta solo mostró más confusión en el rostro de Abril y, por ese motivo, se dejó llevar cuando Emma le cogió las manos y la orientó hacia el sofá para que se sentaran. —¿Sabes por qué? — Abril negó con la cabeza. Parecía que los papeles invertidos iban siguiendo su camino por esa noche. Emma era la que más se parecía a su padre físicamente, pero, en ese momento, con la dulzura que estaba mostrando se pareció mucho más a su madre. Abril sonrió levemente llena de nostalgia. Su madre podría tener una opinión más estricta en algunas cosas, pero eso no quitaba la dulzura y la entereza que la convirtieron en una madre excepcional. La echaba tanto de menos. —Por qué desde que mamá se puso enferma tuviste que hacerte responsable de todo y ¡con solo mi edad! —exclamó, dando un pequeño apretón cariñoso en sus manos—. Te has perdido mucho por mi culpa y quiero que vivas, que hagas cosas que te hagan feliz — repuso con los ojos brillantes por los sentimientos que le afloraban de su interior.
—Emma —dijo su nombre en el tono de voz más cariñoso que pudo al mismo tiempo que alzaba una mano para acariciarle la mejilla—, ¿crees que me he perdido la vida por cuidarte? — Emma no dijo nada, pero no hizo falta, sus ojos lo expresaban todo. —Cariño, no sabes lo increíblemente feliz que soy por poder estar juntas y poder cuidarte. Créeme, no me he perdido nada, he ganado mucho más de lo que puedas imaginar. —Emma la abrazó con fuerza y Abril la correspondió. —Te quiero muchísimo.
—Yo también a ti — respondió Emma con su voz apagada por estar apoyada bajo el hombro de su hermana. Emma se separó para volver a coger las manos de Abril entre las suyas —Y ahora, cuéntamelo todo.
—¡Emma! —exclamó con su rostro volviendo a teñirse de un rojo intenso y antes de que las dos estallaran entre risas. Entonces, una punzada de remordimiento apareció en la boca de su estómago.
Emma no la había juzgado, solo se había alegrado por ella y así lo haría en cualquier decisión que tomara en su vida, pero ella no había hecho lo mismo, había querido explicarle que quería tomar otro camino en su futuro. Sin embargo, Abril se había negado a oírlo porque tomó la decisión por ella, pensando que era lo mejor, pero en ese momento la verdad la impactó con fuerza y era ella quien estaba equivocada. Le obsesionaba que pudiera tener las oportunidades que ella no pudo tener que se olvidó por completo de qué era lo que Emma quería.
—La otra noche querías contarme que deseabas ver otras opciones para estudiar. — A Emma se le iluminó la cara y Abril supo que era el camino correcto.
—¿De verdad? Abril asintió con una sonrisa, pero Emma se quedó momentáneamente sin palabras, súbitamente nerviosa por exponer al fin uno de sus deseos en voz alta.
—Dime —pidió Abril con dulzura para animarla a hablar.
—Me…me gusta el mundo de la moda —comentó en voz baja. No sabía porqué le costaba tanto hablar de ello.
—Eso es genial.
—¿De verdad? —volvió a preguntar, pero esta vez con una sonrisa más ancha.
—Sí, me gustó mucho lo que hiciste con mi ropa. Tienes mucho talento. —La sonrisa de Emma brilló con luz propia. Pasaron un buen rato más hablando y compartiendo como hermanas. Se fueron a dormir tarde y se levantaron temprano, no porque sus despertadores le avisaran sino porque alguien llamaba a la puerta de forma insistente.
—¿Quién será a estas horas? —preguntó Emma en medio de un sonoro bostezo y siguiendo a su hermana que se dirigía hacia la puerta con una bata ocultando su pijama.
Al abrir la puerta, se encontró a un joven, que parecía haber dejado la adolescencia hacía poco, con una gorra y un uniforme azul con unas letras doradas que no pudo saber su significado por estar todavía demasiado adormilada.
—Entrega especial.
Abril se quedó mirando el paquete que estaba sosteniendo con las dos manos a la vez que Emma salía de detrás de su hermana para preguntar.
—¿Repartís tan temprano?
—Así es, guapa. — Emma detuvo sus preguntas ante ese piropo, cambiando la curiosidad por un leve sonrojo. —Pero solo a algunos privilegiados —terminó de explicar, guiñando un ojo a Emma. Abril puso mala cara. El joven se dio cuenta y se apresuró a entregarle el paquete e indicarle dónde tenía que firmar el conforme estaba entregado y se apresuró a cerrar la puerta antes de que volviera a mirar a su hermana.
—¿Qué será? —preguntó Emma con curiosidad mientras Abril lo dejaba sobre la mesa del comedor.
—Ahora lo veremos — comentó mientras se apresuraba a abrirlo. Ella también tenía curiosidad. Cuando lo abrió, había un suave y casi transparente papel que cubría lo que parecía ser un trozo de tela bien plegado. Pero descubrió algo mucho más bonito de lo que se podía haber imaginado. Era un vestido. Lo cogió con la punta de sus dedos y lo extendió para verlo todo completo, bajando su suave tela y casi rozándole las piernas. Era de color azul oscuro con pequeños brillantes en forma de ola en la parte superior y un hilo al final del vestido. El grito de Emma hizo que dejara de mirarlo. —¿Qué ocurre?
—¡Es un vestido de Karl Jacksons! — Abril la miró sin comprender.
—¡Un diseñador muy famoso! —exclamó, tocando suavemente la tela del vestido sin poder evitarlo—. Y uno de los más caros —terminó de decir, emocionada por poder hacerlo en ese instante.
—¿Cómo de caro?
—Digamos que este vestido puede costar fácilmente unos diez mil dólares.
—¡¿Tanto dinero por un simple trozo de tela?! —exclamó, abriendo los ojos por la sorpresa, apartando el vestido como si tuviera miedo de ensuciarlo con cualquier movimiento.
—Oye —exclamó Emma, apoyando las manos a los bordes del vestido—,que te va a oír — terminó de decir con un matiz jocoso. Pero Abril ni siquiera la escuchó. Estaba demasiado absorta cuando escuchó esa cifra tan elevada de dinero. Era bonito, eso no se podía discutir, pero no podía dejar de mirarlo para intentar adivinar qué tendría para valer tanto.
—¿No tienes curiosidad por lo que pone en la tarjeta? — preguntó Emma al ver un papel blanco y rectangular todavía en la caja. —Abril —la llamó al ver que no le respondía.
—¿Eh?
—La tarjeta —repitió, señalándola con la cabeza.
—Ah, sí.
Abril dejó el vestido estirado en el sofá y cogió la tarjeta, pero antes de que pudiera leerla, Emma volvió a preguntar:
—¿Qué pone?
—Desde cuando eres tan cotilla —dijo, sonriente.
«Pasaré a buscarte a las ocho». No estaba firmada, pero era innegable a quién pertenecía.
—¿Y bien? —preguntó Emma realmente curiosa por todo lo que estaba ocurriendo. Abril le tendió la tarjeta para que la leyera ella misma.
—Quiere que te lo pongas esta noche.
—Sí, ya me había percatado de ello. —Abril miró a Emma que parecía de lo más emocionada, pero ella no se sentía de ese modo. No le parecía correcto que le hubiera hecho un regalo tan caro ni tampoco que decidiera ella lo que debía llevar.
—No creo que estuviera bien llevar ese vestido.
—¡Qué! ¡Es un Karl Jacksons!
—No está bien recibir regalos de esa categoría —dijo tajante con las manos apoyadas en sus caderas.
—Abril, por favor — contestó antes de emitir un suspiro un tanto cansado y echar la cabeza hacia atrás.
Emma estuvo un buen rato intentado disuadirla, pero no hubo manera de que cambiara de opinión. Debía hablar con Lorena lo antes posible y dejarle claro que tenía sus normas, pero ella también las suyas.
Lorena no pudo evitar sentirse totalmente sorprendida. Esperaba cierta gratitud por parte de Abril, pero su reacción la dejó en absoluto perplejo. Pero claro, con Abril nada era previsible. Se recostó en la silla de su despacho pensando en el discurso que le había expuesto.
—No te ha gustado, ¿verdad? —preguntó de forma paciente.
—No es eso —comentó, negándolo con la cabeza y poniendo las manos en sus caderas para dar más énfasis a sus palabras—, es que no puedes comprarme, no quiero tus regalos.
No intentaba comprarla, pero nunca había sentido una queja con anterioridad de sus otros ligues sobre sus generosos obsequios. Lo había pensado hacía apenas unos instantes. Abril era totalmente imprevisible y la sometía a extremos que no había alcanzado con mujer alguna en toda su vida, aparte de los límites físicos que había compartido con ella llevándola más lejos que ninguna otra mujer. Las demás normalmente eran complacientes. No le llevaban la contraria y todo por poder estar en su cama y beneficiarse de su alto nivel social y económico, pero Abril rompía totalmente el esquema que había conocido hasta el momento, por lo que se sintió impelida a descubrir qué más le deparaba a su lado.
Se encontró deseosa de algo más, pensó pasar su atenta mirada por el mismo cuerpo que la envolvió de pura pasión la noche anterior.
—Solo quiero decirte que no voy a ponerme los vestidos que tú quieres como seguramente lo has hecho con otras con anterioridad.
La explicación de Abril fue perdiendo fuerza poco a poco al ser consciente de la mirada penetrante y terriblemente lasciva que emergía en la mujer que tenía delante de ella, perdiendo el hilo de sus pensamientos. Así que se obligó a carraspear para volver a tomar el control de sus palabras y le dijo:
—¿Has entendido? — Le sonrió de una forma enigmática y se levantó. Y en unos pocos pasos se puso delante de ella. —¿Y bien? —preguntó, simulando que ni su mirada ni su cercanía le afectaban.
—Lo he entendido — respondió mientras pasaba su brazo por la espalda de Abril para acercarla más a ella
—. ¿Y sabes que más me he dado cuenta? — Abril no dijo ni hizo movimiento alguno, esperando lo que tuviera que decir. —Que está muy hermosa hoy, señorita Dannese —susurró de forma seductora antes de descender su rostro con la clara intención de devorar los llenos y rosados labios de Abril. Pero en el último momento, ella se apartó.
—Muy hábil, pero no me harás callar fácilmente —comentó con un claro desafío en el tono de su voz.
—Ah, ¿no? —preguntó Lorena con una media sonrisa, aceptando su reto.
La abrazó con delicadeza para tenerla cautiva en sus brazos, pasando la mano que tenía libre por su espalda, ascendiendo de forma lenta y deliberada mientras acarició suavemente su nariz contra la suya. Abril quería mantenerse firme, pero le resultaba cada vez más complicado. Su cuerpo reaccionaba enseguida a un simple roce de Lorena. La hacía sentir de una forma tan maravillosa. Una de las manos de Lorena se volvió indisciplinada, ya que se dirigió descaradamente hacia uno de sus pechos.
—¡Oye! —exclamó de forma reprobatoria, con la intención de parecer enfadada, pero le afloró una sonrisa que no pudo amagar y le chafó sus planes. Lorena no se dejó intimidar y procedió a seguir explorando fugazmente el cuerpo de Abril, centrándose especialmente en su pecho y en su trasero. —¡Lorena! —exclamó de nuevo, intentando apartar sus manos entre risas.
—Anoche no te mostrabas tan pudorosa —comentó en medio de un susurro lleno de seducción. La rojez enseguida cubrió por completo el rostro de Abril y Lorena no pudo evitar que sus labios rozaran su frente y, al mismo tiempo, que inhalara el dulce perfume natural que desprendía. Y las manos de Abril ascendieron para posarse en los hombros de Lorena, disfrutando con sentir su cuerpo apoyado junto al suyo.
El pequeño juego había terminado y Lorena habló con un poco más de seriedad.
—No era mi intención que te sintieras ofendida por un regalo. —Abril asintió, pero sin poder evitar le preguntó:
—¿Por qué me lo has comprado?
—Porque quiero llevarte a un restaurante elegante.
—¿Y no pensaste que tendría nada que ponerme?
—No —se apresuró a decir, aunque en realidad sí se había cruzado por su cabeza ese pensamiento y era uno de los motivos por lo que se lo había enviado —, solo quería tener un detalle contigo.
—¿Un detalle de diez mil dólares?
—Para mí es un detalle. —Abril ahogó una exclamación, pero no tuvo tiempo de añadir nada más, ya que Lorena se apresuró a hacer lo que llevaba deseando desde que se había despertado.
Sus labios buscaron vehementemente los de Abril y ella los recibió con la misma efusividad, pero no duró todo lo que ella hubiera deseado. Lorena se apartó para no perder el control. Sentir la suavidad de su cuerpo casi le hacía perder la cabeza y eso que estaba vestida, pero los recuerdos de la noche anterior hicieron su efecto e influyeron de inmediato en la humedad que emanaba de su sexo. Dejó de besarla, pero no se alejó de ella. Apoyó su frente contra la de ella.
—Me apetecía mimarte un poco, solo eso.
—De acuerdo, pero no hacía falta que fuera algo tan caro.
—Lo tendré en cuenta para la próxima vez.
—¿La próxima vez?
—Querré mimarte en más ocasiones.
Lorena tuvo ganas de echarse a reír, pero se contuvo. ¿Dar explicaciones por querer hacer regalos? Tenía el presentimiento de que solo era la punta del iceberg de lo que Abril le tendría preparado para sorprenderla.
—Entonces —empezó a decir Abril con un matiz tímido en su voz. Lorena no se lo podía creer y por eso se apartó lo suficiente para ver su expresión—, ¿esta noche quieres llevarme a cenar? — Pocas veces había tenido una cita y, por esa razón, todavía se emocionaba con la idea de tener una.
—¿Te apetece ir? —Abril asintió. —Con una condición.
—¿Cuál?
—Que te pongas ese vestido tan caro que no te gusta — comentó, sonriente. Pero antes de que Abril tuviera tiempo de soltar una nueva negativa, continuó acercándose a su oreja para susurrarle: —Porque desde el primer momento que le vi, me imaginé quitándotelo.
Un leve sonrojo afloró en sus mejillas y después de pensarlo unos instantes, asintió.
Se sintió traviesa de nuevo cuando yendo hacia casa se desvió de su camino para ir a comprar algo que se le ocurrió en ese día. Sintió un poco de pudor al comprar algo más atrevido, pero se apresuró a no pensar de esa forma y seguir con la estela de querer sentir y nada más. El motivo de ello era que quería sorprenderla. Dijo que se imaginaba quitándoselo y, ya que llevaba ese vestido, había preparado una dulce sorpresa cuando lo deslizara por su cuerpo. Sin embargo, no le daría ninguna pista de ello, ya lo descubriría cuando fuera el momento oportuno.
Cuando llegó a casa, Emma la obligó a sentarse en una silla en medio del salón y sin ningún espejo delante y ser ella quien se detuviera a sacarle el máximo partido. Abril le dijo que no hacía falta, pero su hermana insistió. Y sin más resistencias por el medio, procedió a encargarse de todo para que Abril brillara con luz propia. Aunque fuera la pequeña, Emma siempre había sido más coqueta y le gustaba cuidar su aspecto y le encantó la idea de poder ayudar a su hermana.
—Relájate y déjame a mí. — Sabía que Emma controlaba mucho más sobre productos femeninos y cómo emplearlos, pero no estaba del todo segura qué era lo que Emma tendría planeado y así se lo hizo saber. —Tranquila, vas a quedar preciosa —comentó mientras pasaba sus manos suavemente por el cabello de su hermana, sabiendo el momento que podía hacer con ello. Y se preparó para emplear su magia.
Utilizó su rizador de pelo para acentuarle más las ondas naturales del cabello, dándole un poco más de forma. Para, cuando hubo terminado, proceder con la idea de hacerle un recogido, no ese moño que siempre acostumbraba a llevar. Su idea era hacerle un peinado mucho más moderno y que resaltara más su bonito rostro. Dejó unos mechones ondulados sueltos y procedió a recoger el resto de una manera sencilla, pero que quedaba de forma elegante, dejando los rizos libres dentro del recogido.
—Y ahora mi maquillaje.
—Pero no apliques demasiado.
—Que sé lo que hago.
—Muy bien —respondió, rindiéndose con una sonrisa.
Emma solo aplicó un poco de brillo de labios, un poco de sombra de ojos azul, un tono más oscuro que el color de sus ojos y un poco de rímel. No hizo falta nada más. Pero Abril esperó a ver el resultado. Por una parte, no quería verse hasta que se hubiera puesto el vestido y, por otra, porque se sentía nerviosa, no sabía el motivo, pero así era. Quizás tuviera que ver el hecho de que era la primera vez que iba a ir a un restaurante elegante y también por ser su primera cita oficial con Lorena. Quería que la viera hermosa.
Se acercó a la cama donde se encontraba el vestido totalmente estirado, ¿cómo se sentiría al tener algo tan caro cubriendo su cuerpo? Pronto iba a averiguarlo.
Se quitó la bata y se quedó solo con la ropa interior debajo. Le sorprendió la suavidad de la tela al tacto. No tuvo problema alguno al ponérselo, le iba como un guante. «Si hasta acertó la talla y todo», pensó mientras su hermana le subía la cremallera de la espalda de un tirón suave. Era el momento de darse la vuelta. Se sentía un poco estúpida por estar un poco nerviosa solo por eso, pero no podía evitarlo. Respiró profundamente antes de darse la vuelta y ver al fin su reflejo. Abrió los ojos sorprendida por el resultado. Se encontraba tan diferente que retuvo el aliento durante unos instantes. Se veía envuelta en una ropa fina que marcaba sus curvas de mujer, junto a un peinado más apropiado a una chica de su edad y a la utilización de un maquillaje que hacía que se viera distinta y que le gustara la nueva faceta.
Parecía ir floreciendo poco a poco. No solo su aspecto era diferente, también pudo percibirlo en un matiz producido en la mirada que le devolvía el espejo, una mirada más decidida, la mirada de una mujer.
—Estás absolutamente preciosa. —La repentina voz de Emma a su lado la hizo volver a la realidad y girándose hacia ella con una sonrisa dijo un sincero:
—Gracias.
Desde un primer momento, Abril advirtió en la mirada de su hermana la admiración que le causó cuando vio el vestido. De ahí que ahora pensara en comentarle lo que había pensado:
—Después de esta noche, puedes quedártelo.
Abril casi se puso a reír por la expresión sorprendida de Emma. Su boca no podía haberse quedado más abierta.
—No, no podría —dijo al cabo de unos instantes de haber procesado la información y con una voz temblorosa por haberle costado pronunciar esas palabras. Pensó que no estaría bien. El vestido era un regalo para su hermana mayor y no era correcto que se lo quedara ella.
—No digas tonterías, claro que puedes. —Emma seguía dudando, pero Abril rápidamente añadió: —¿No te gustaría llevarlo en tu baile de graduación?
—¡En el baile de graduación! —dijo, suspirando con una exclamación ahogada.
—Si no te importa que lo haya llevado yo antes.
—¡Claro que no! —volvió a exclamar, alzando más la voz—. ¿Lo dices de verdad?
—Claro que sí — respondió, sonriéndole.
La habitación se llenó de gritos y pequeños saltos de alegría. Para terminar, cogió un pequeño bolso de un color oscuro similar al del vestido y unos zapatos de tacón que Emma tuvo la gentileza de prestarle. A las ocho en punto llamaron a la puerta. Abril tuvo que inspirar con fuerza antes de abrir. Ya habían intimado y no tenía que estar nerviosa por tener una cita con Lorena. Era lo que intentaba convencerse todo el rato, pero sus sentimientos seguían a flor de piel sin poder aplacarlos.
Lorena no estaba preparada para la bella visión que estaba a punto de tener enfrente suyo. Jugaba con las llaves de su coche mientras la esperaba y, cuando se abrió la puerta, las llaves se le cayeron al suelo.
—Vaya —escapó de sus labios sin darse cuenta. Abril le respondió con una sonrisa radiante. Supo desde el primer momento que el vestido le quedaría como un guante, pero no había imaginado que se hubiera quedado totalmente subyugado por su belleza.
El vestido se ajustaba perfectamente a sus curvas, resaltándolas todavía más. La forma tentadora de sus pechos destacaba encima de la esbelta cintura y el contorno de sus caderas dejaba poco a la imaginación. Lorena se agachó para recoger las llaves, pero sin dejar de mirar a la hermosa mujer que tenía delante. No quería desviar la mirada ni un solo instante. Por eso tanteó con los dedos hasta encontrar las llaves. Cuando volvió a su posición normal, tenía la intención de decirle una frase halagadora para expresar lo que veía. Sin embargo, se había quedado sin palabras. Lo único que pudo hacer fue tenderle el brazo a lo que ella aceptó con una sonrisa. Emma se quedó escondida. No quería interrumpirlas y así permaneció, sonriendo, hasta que vio cerrar la puerta.
Abril se asió al brazo de Lorena hasta que la llevó al lado de su coche y fue entonces el único momento en que se alejó de ella con el fin de abrirle la puerta. Un acto de cortesía de la verdadera dama que decidía mantener escondida bajo la piel.
—Gracias —comentó, subiendo al coche. Lorena aún esperó un rato para decir algo hasta sentirse un poco más tranquila. No obstante, le resultó más difícil de lo esperado, ya que la abertura de una parte del vestido de Abril dejaba ver su piel inmaculada y, después de haber acariciado su suavidad, era complicado no dirigir su mirada hacia ese lugar en concreto. No fue hasta que el coche hubo arrancado, camino ya del restaurante.
—No he podido decírtelo antes —su voz sonó algo ronca y carraspeó antes de continuar—, pero estás muy hermosa esta noche. — Abril bajó la cara con un leve sonrojo. Le asomó una sonrisa tímida que iluminó su rostro.
—Gracias —comentó. No obstante, después de pensar en las palabras que le había dicho, preguntó a continuación: —¿Por qué no has podido decirlo antes?
Lorena, al tener que parar por tener el semáforo en rojo, aprovechó para acariciar la piel expuesta suavemente con sus nudillos.
—Porque estás tan arrebatadoramente atractiva que casi no puedo contenerme en arrancarte el vestido en este preciso momento —confesó, sonriendo pícaramente, como si estuviera a punto de realizar lo que terminaba de decir.
No pasó nada más en el coche, aunque las dos lo estaban deseando. Pero Lorena supo controlar sus impulsos y llevarla a Carlo Ristorante, el mejor restaurante de Chicago, en su opinión.
Al entrar, Abril se agarró del brazo de Lorena sin darse cuenta al ver toda la elegancia que la rodeaba. De pronto, sintió una pequeña sensación de miedo que le bajaba por la columna vertebral. Temía hacer el ridículo en cualquier momento. Pero esa impresión pronto quedó relegada al sentir la mano de Lorena sobre la suya, levantando la vista hacia ella y viendo una tierna sonrisa que la hizo sentirse más tranquila. El maître apareció enseguida delante de ellas.
—Señorita Miller, qué alegría volver a verla —dijo el jefe de comedor. Rondaba los cincuenta años, con cabellos grisáceos mezclados con otros de tonos más oscuros. Tenía un marcado acento italiano. Volvió a decir: —Y en tan buena compañía —apostilló, contemplando a Abril.
—La mesa de siempre, Giovanni.
—Por supuesto —cogió dos cartas de una pequeña mesa que tenía al lado antes de decir—, ¡síganme, por favor! —Lorena fue renuente para separarse de su contacto, solo cuando Giovanni separó la silla para que se sentara.
—Gracias —le comentó al simpático hombre con una sonrisa.
Giovanni, el maître, estaba más acostumbrado a que lo ignoraran a que le sonrieran y no pudo evitar devolvérsela a la hermosa señorita antes de irse con un leve sonrojo asomando por su veterano rostro.
—Ya le has cautivado — comentó Lorena al ver que Giovanni había caído en el hechizo de Abril.
—¿Qué? —preguntó sin comprender.
—No me hagas caso — terminó de decir con una dulce sonrisa mientras abría la carta.
Abril era tan hermosa y sensual y, aún mejor, lo era sir ser consciente de ello y no lo exhibía descaradamente. Esa era una de las razones que le había atraído de ella. La mesa estaba al lado de una ventana de cristal desde la que se veía un panorama precioso de la ciudad, de una ciudad iluminada en el marco de la noche.
—¿Te gusta la vista? —le preguntó al pillarla, abstraída, mirando a través de la ventana.
—Es preciosa —comentó.
Llevaba toda la vida en la ciudad y todavía le fascinaba la belleza que escondía.
—Sí, lo es —comentó en voz baja, admirándola y sin darse cuenta de lo que había dicho. Por suerte no le había escuchado y se concentró en cualquier otra cosa que no fuera Abril para volver a tomar el control que parecía desaparecer con solo su cercanía. Al ver que Lorena miraba ya las opciones que ofrecía la carta del restaurante, hizo lo mismo.
Se sentía completamente descolocada en el lugar y solo contaba con la guía de ella, con seguir los movimientos que fuera haciendo.
—¿Qué me recomiendas? —preguntó al ver que toda la carta estaba en italiano. Aunque podía intuir alguno de los platos, no quería correr el riesgo de escoger lo que no era.
—¿Has probado los raviolis de langosta?
—No.
—Pues es una buena opción. Y, si te decides, también te aconsejo que lo acompañes con salsa de champagne.
Solo al nombrarlo ya le parecía increíblemente caro, pero Abril prefirió no decir nada el respecto y dejarse llevar por una noche.
—Suena bien —fue lo único que salió de sus labios mientras leía la lista de precios al lado, preocupándose porque no resultara una cena demasiado cara, aunque ella era la invitada y no debía preocuparse por eso.
—¿Vas a pedirlo? —le preguntó, levantando la ceja, un poco sorprendida.
—Sí —contestó. Sin embargo, al ver su expresión le invadió una súbita duda: —¿No debería? — La respuesta de Lorena fue contundente. Le sonrió tiernamente y a Abril se le paró el corazón durante unos instantes.
—Sí, deberías. Estoy segura que te gustará.
Abril asintió y volvió a mirar la carta, más bien como excusa para dejar de mirarla.
Lorena recordaba que cada vez que había venido acompañada al restaurante, sus acompañantes solo pedían una ensalada y que cuando les sugería otra cosa, sobretodo relacionado con pasta italiana, sus expresiones se asemejaban al horror. Le gustaba poder disfrutar de una cena sin esa clase de pequeños espectáculos.
—¿Y para beber? —le preguntó
—¿Te apetece algún vino en especial?
—También lo dejaré a tu elección —dijo, cerrando la carta y colocando sus manos encima. Tampoco tenía idea de vinos y era mejor no meter la pata.
—Muy bien.
La siguiente hora la pasaron entre risas y una charla entretenida. Hablaron un poco de todo. Abril habló de su Emma, de lo orgullosa que estaba de ella y de la buena relación que mantenían. No pudo evitarlo, la adoraba. Lorena la escuchó, atenta, viendo el brillo especial de sus ojos cuando nombraba a su hermana. Sin embargo, ella se quedó al lado al hablar de su familia. No quería mencionarla por varias razones: una, por respeto a su madre, a su situación y, la otra, porque no soportaba nombrar a la otra parte de su «familia». Y la única vez que Abril sintió un poco de vergüenza fue cuando probó los raviolis y gimió por la delicia que estaba saboreando, provocando la risa de Lorena. En cuanto se llevaron los segundos platos, le preguntó:
—¿Qué postre quieres? ¿Quieres algún postre en especial?
—No, gracias. La cena había resultado absolutamente deliciosa y ya no podía comer más.
—Mejor —comentó.
—¿Mejor porque así te sale más barato? —preguntó, sonriente. Abril tenía sus manos sobre la mesa.
—No —comentó ella, al mismo tiempo que pasaba suavemente las yemas de sus dedos por ellas. Una calidez impactó inmediatamente en Abril
— porque así antes podré tenerte entre mis brazos. De pronto, la rojez se hizo visible en sus mejillas. Lorena ya se estaba imaginando que le bajaba la cremallera cuando una pequeña sombra llegó para ensombrecer la velada.
—¡Lorena! —sintió una voz aguda y seductora a sus espaldas.
—¡Fernanda! —se sorprendió ante la maldita interrupción. Suspiró, muy enfadada, por tener que molestarle esa noche. —Me alegro de verte, cielo.
La recién nombrada dio dos pasos más, haciéndose notar. Puso especial interés que sus altos tacones resonaran en el suelo, y colocó su mano con unas uñas largas y rojas sobre el hombro de Lorena. Ella, en cambio, se la quitó con disimulo. No quería hacer ningún espectáculo, pero tampoco estaba dispuesta a dejar que Fernanda hiciera lo que se le antojara, como estaba acostumbrada.
—Siento no decir lo mismo.
La sonrisa de Fernanda se esfumó al momento y, por primera vez, fijó su mirada en la mujer con la que Lorena compartía la velada. Abril abrió la boca con la intención de saludarla, como muestra de buena educación, pero al verse observada de arriba abajo y descubrir la forma tan despectiva de hacerlo, cambió de opinión. Abril también la examinó, pero de una forma mucho más discreta. El primer pensamiento que cruzó por su cabeza fue que parecía una supermodelo. Veía su cabello rubio, largo y liso, que le caía por el rostro, que era muy hermoso, pero con exceso de maquillaje. Lo que más destacaba de ella eran los labios rojos intensos, a juego del color de sus uñas postizas. Exhibía un vestido blanco. Tenía, en cambio, un cuerpo bastante delgado, pero debía admitir que era muy hermosa. Se sentía de lo más incómoda al ver cómo la miraba y, encima, sacando una risa burlona en cuanto acabó su análisis.
—¿Otro intento fallido para sustituirme? —preguntó, echándose un mechón de su cabello rubio teñido detrás de su oreja—. Porque no me llega ni a las suelas de mis tacones de mis Jimmy Choo.
Abril alzó las cejas sorprendida por sus palabras y con la imperiosa necesidad de bajar la cabeza por el bochorno. No obstante, se obligó a mantenerle la mirada para no darle satisfacción alguna.
Lorena sabía que Fernanda era una niña rica consentida, pero no pensaba que se atreviera a hacer unas de sus pataletas en un lugar público. No obstante, si quería hacer las cosas así, entonces ella también entraría en ese juego. Pero antes de responder a su ofensa contra Abril, cogió la mano que le estaba acariciando, en un intento de disminuir el mal rato y entendió que funcionó, ya que desvió la mirada hacia ella y su incomodidad pareció desvanecerse un poco. Se sintió más aliviada por eso. No obstante, su mirada se volvió más dura cuando la desvió para encararse con la desagradable mujer, aunque intentando mantener la conversación lo más discreta posible
—Fernanda, deja de humillarte.
La sensación de superioridad pronto se quebró, no solo por esas palabras sino al darse cuenta que el semblante de Lorena reflejaba una expresión de pena. Pena por ella, esa idea resultaba demasiado dolorosa como para seguir manteniendo la compostura. —Y te pido con buena educación, déjame terminar la velada con esta hermosa mujer que vale mucho más que tú. —La forma para terminar su frase fue levantar la mano de Abril para besarla en el dorso. Con una expresión herida, se volvió hacia Abril para decirle:
—Ten cuidado, te va a romper el corazón. —Y tal como vino, se fue.
Abril se sintió mal por ella. Había visto el rastro de su dolor en sus ojos, quedándose pensativa por lo que había ocurrido. No quería terminar herida. Por un momento se vio reflejada en ella, cuando escuchó el mensaje de esa tal Adriana en el despacho de Ximena, pero pronto se dio cuenta de que su situación era diferente y se obligó a alejar los pensamientos que no tenían que ver con ella. Ximena la había engañado, prometiendo una relación amorosa y una fidelidad que no quería tener, pero Lorena fue clara desde el principio, conocía lo que deseaba y lo que no quería. Sabía desde el primer momento que entre ellas solo habría una relación basada en el sexo, pero sin sentimientos de por medio. Un leve apretón en su mano la devolvió a la realidad.
—No dejemos que nos amargue la noche. — Lorena temió que la aparición de Fernanda provocara que Abril se alejara, pero por suerte, eso no ocurrió.
—Claro que no.
Fernanda había sido un error en su vida. Lorena había sido consciente de eso desde el primer día. La conoció por ser también parte de ese círculo de la alta sociedad en el que se vio involucrada cuando obtuvo el apellido Miller. Y se sintió culpable por caer en sus redes, por haberla atraído físicamente. Pero solo tenía eso que ofrecer, como bien se vio obligado a conocer poco después. Pero nadie, ni Fernanda ni ninguna otra mujer podía compararse con Abril en muchos otros aspectos. «Abril es especial y mía», pensó con un sentimiento de posesión que nunca había experimentado. Sabía que no la tendría para siempre. Era consciente de eso y quería aprovechar cada momento que la tuviera a su lado. Sentía cómo esos pensamientos le quemaban por dentro mientras traspasaban las puertas de color dorado para entrar por el vestíbulo del edificio The pinnacle, uno de los más selectos de la ciudad. Pero Abril apenas tuvo tiempo de observar a su alrededor, ya que Lorena le había puesto la mano en la espalda para que se dirigieran directos al ascensor.
Sentía que su mano le quemaba por encima del vestido. Y no le importó, ya que ella también quería darse prisa para encontrarse al fin a solas. El trayecto del ascensor fue corto y en silencio. En cuanto paró, ni siquiera se fijó en qué piso se había detenido. Nada más abrir la puerta de su apartamento, Lorena se apartó para que ella entrara primero y, en cuanto Abril vio el enorme salón y todos los muebles de aspecto caro allí existentes, tuvo que reprimir una exclamación de asombro. Con la visión de este lugar y después de la cena tan elegante, cada vez se hacía más patente que las dos eran muy diferentes, pero ahora no era el momento para pensar en eso.
—¿Quieres beber algo?
—No, gracias. Con el vino ingerido en la cena tenía suficiente.
Los nervios volvieron a aparecer en ella, lo cual no tenía sentido porque ya habían estado juntas, pero no podía evitarlo al pensar que volvería a ocurrir en breve. La otra noche ocurrió sin planearlo, en un momento en que su deseo era tan intenso que incluso le dolía, pero en ese instante no estaba desbordada por la pasión, era diferente, aunque no significaba que no deseara estar con ella de la misma forma. No obstante, se sentía vulnerable por la espera a sabiendas de lo que iba a ocurrir dentro de poco y estar en un lugar que no conocía y en el que tampoco se sentía precisamente cómoda. Temía no saber qué hacer cuando llegara el momento. La otra vez se dejó llevar por el instinto, pero ¿podría actuar de la misma manera esta noche? Para despejar un poco la cabeza, se dirigió hasta estar a pocos centímetros de una gran ventana de cristal que ofrecía una gran visión panorámica de la ciudad igual que en el restaurante, pero en esta ocasión mucho mejor por estar en una altura superior. En esa ocasión no pudo reprimir un:
—¡Vaya! No pasó nada más en el coche, aunque las dos lo estaban deseando. Pero Lorena supo controlar sus impulsos y llevarla a Carlo Ristorante, el mejor restaurante de Chicago, en su opinión.
Al entrar, Abril se agarró del brazo de Lorena sin darse cuenta al ver toda la elegancia que la rodeaba. De pronto, sintió una pequeña sensación de miedo que le bajaba por la columna vertebral. Temía hacer el ridículo en cualquier momento. Pero esa impresión pronto quedó relegada al sentir la mano de Lorena sobre la suya, levantando la vista hacia ella y viendo una tierna sonrisa que la hizo sentirse más tranquila. El maître apareció enseguida delante de ellas.
—Señorita Miller, qué alegría volver a verla —dijo el jefe de comedor. Rondaba los cincuenta años, con cabellos grisáceos mezclados con otros de tonos más oscuros. Tenía un marcado acento italiano. Volvió a decir: —Y en tan buena compañía —apostilló, contemplando a Abril.
—La mesa de siempre, Giovanni.
—Por supuesto —cogió dos cartas de una pequeña mesa que tenía al lado antes de decir—, ¡síganme, por favor! —Lorena fue renuente para separarse de su contacto, solo cuando Giovanni separó la silla para que se sentara.
—Gracias —le comentó al simpático hombre con una sonrisa.
Giovanni, el maître, estaba más acostumbrado a que lo ignoraran a que le sonrieran y no pudo evitar devolvérsela a la hermosa señorita antes de irse con un leve sonrojo asomando por su veterano rostro.
—Ya le has cautivado — comentó Lorena al ver que Giovanni había caído en el hechizo de Abril.
—¿Qué? —preguntó sin comprender.
—No me hagas caso — terminó de decir con una dulce sonrisa mientras abría la carta.
Abril era tan hermosa y sensual y, aún mejor, lo era sir ser consciente de ello y no lo exhibía descaradamente. Esa era una de las razones que le había atraído de ella. La mesa estaba al lado de una ventana de cristal desde la que se veía un panorama precioso de la ciudad, de una ciudad iluminada en el marco de la noche.
—¿Te gusta la vista? —le preguntó al pillarla, abstraída, mirando a través de la ventana.
—Es preciosa —comentó.
Llevaba toda la vida en la ciudad y todavía le fascinaba la belleza que escondía.
—Sí, lo es —comentó en voz baja, admirándola y sin darse cuenta de lo que había dicho. Por suerte no le había escuchado y se concentró en cualquier otra cosa que no fuera Abril para volver a tomar el control que parecía desaparecer con solo su cercanía. Al ver que Lorena miraba ya las opciones que ofrecía la carta del restaurante, hizo lo mismo.
Se sentía completamente descolocada en el lugar y solo contaba con la guía de ella, con seguir los movimientos que fuera haciendo.
—¿Qué me recomiendas? —preguntó al ver que toda la carta estaba en italiano. Aunque podía intuir alguno de los platos, no quería correr el riesgo de escoger lo que no era.
—¿Has probado los raviolis de langosta?
—No.
—Pues es una buena opción. Y, si te decides, también te aconsejo que lo acompañes con salsa de champagne.
Solo al nombrarlo ya le parecía increíblemente caro, pero Abril prefirió no decir nada el respecto y dejarse llevar por una noche.
—Suena bien —fue lo único que salió de sus labios mientras leía la lista de precios al lado, preocupándose porque no resultara una cena demasiado cara, aunque ella era la invitada y no debía preocuparse por eso.
—¿Vas a pedirlo? —le preguntó, levantando la ceja, un poco sorprendida.
—Sí —contestó. Sin embargo, al ver su expresión le invadió una súbita duda: —¿No debería? — La respuesta de Lorena fue contundente. Le sonrió tiernamente y a Abril se le paró el corazón durante unos instantes.
—Sí, deberías. Estoy segura que te gustará.
Abril asintió y volvió a mirar la carta, más bien como excusa para dejar de mirarla.
Lorena recordaba que cada vez que había venido acompañada al restaurante, sus acompañantes solo pedían una ensalada y que cuando les sugería otra cosa, sobretodo relacionado con pasta italiana, sus expresiones se asemejaban al horror. Le gustaba poder disfrutar de una cena sin esa clase de pequeños espectáculos.
—¿Y para beber? —le preguntó
—¿Te apetece algún vino en especial?
—También lo dejaré a tu elección —dijo, cerrando la carta y colocando sus manos encima. Tampoco tenía idea de vinos y era mejor no meter la pata.
—Muy bien.
La siguiente hora la pasaron entre risas y una charla entretenida. Hablaron un poco de todo. Abril habló de su Emma, de lo orgullosa que estaba de ella y de la buena relación que mantenían. No pudo evitarlo, la adoraba. Lorena la escuchó, atenta, viendo el brillo especial de sus ojos cuando nombraba a su hermana. Sin embargo, ella se quedó al lado al hablar de su familia. No quería mencionarla por varias razones: una, por respeto a su madre, a su situación y, la otra, porque no soportaba nombrar a la otra parte de su «familia». Y la única vez que Abril sintió un poco de vergüenza fue cuando probó los raviolis y gimió por la delicia que estaba saboreando, provocando la risa de Lorena. En cuanto se llevaron los segundos platos, le preguntó:
—¿Qué postre quieres? ¿Quieres algún postre en especial?
—No, gracias. La cena había resultado absolutamente deliciosa y ya no podía comer más.
—Mejor —comentó.
—¿Mejor porque así te sale más barato? —preguntó, sonriente. Abril tenía sus manos sobre la mesa.
—No —comentó ella, al mismo tiempo que pasaba suavemente las yemas de sus dedos por ellas. Una calidez impactó inmediatamente en Abril
— porque así antes podré tenerte entre mis brazos. De pronto, la rojez se hizo visible en sus mejillas. Lorena ya se estaba imaginando que le bajaba la cremallera cuando una pequeña sombra llegó para ensombrecer la velada.
—¡Lorena! —sintió una voz aguda y seductora a sus espaldas.
—¡Fernanda! —se sorprendió ante la maldita interrupción. Suspiró, muy enfadada, por tener que molestarle esa noche. —Me alegro de verte, cielo.
La recién nombrada dio dos pasos más, haciéndose notar. Puso especial interés que sus altos tacones resonaran en el suelo, y colocó su mano con unas uñas largas y rojas sobre el hombro de Lorena. Ella, en cambio, se la quitó con disimulo. No quería hacer ningún espectáculo, pero tampoco estaba dispuesta a dejar que Fernanda hiciera lo que se le antojara, como estaba acostumbrada.
—Siento no decir lo mismo.
La sonrisa de Fernanda se esfumó al momento y, por primera vez, fijó su mirada en la mujer con la que Lorena compartía la velada. Abril abrió la boca con la intención de saludarla, como muestra de buena educación, pero al verse observada de arriba abajo y descubrir la forma tan despectiva de hacerlo, cambió de opinión. Abril también la examinó, pero de una forma mucho más discreta. El primer pensamiento que cruzó por su cabeza fue que parecía una supermodelo. Veía su cabello rubio, largo y liso, que le caía por el rostro, que era muy hermoso, pero con exceso de maquillaje. Lo que más destacaba de ella eran los labios rojos intensos, a juego del color de sus uñas postizas. Exhibía un vestido blanco. Tenía, en cambio, un cuerpo bastante delgado, pero debía admitir que era muy hermosa. Se sentía de lo más incómoda al ver cómo la miraba y, encima, sacando una risa burlona en cuanto acabó su análisis.
—¿Otro intento fallido para sustituirme? —preguntó, echándose un mechón de su cabello rubio teñido detrás de su oreja—. Porque no me llega ni a las suelas de mis tacones de mis Jimmy Choo.
Abril alzó las cejas sorprendida por sus palabras y con la imperiosa necesidad de bajar la cabeza por el bochorno. No obstante, se obligó a mantenerle la mirada para no darle satisfacción alguna.
Lorena sabía que Fernanda era una niña rica consentida, pero no pensaba que se atreviera a hacer unas de sus pataletas en un lugar público. No obstante, si quería hacer las cosas así, entonces ella también entraría en ese juego. Pero antes de responder a su ofensa contra Abril, cogió la mano que le estaba acariciando, en un intento de disminuir el mal rato y entendió que funcionó, ya que desvió la mirada hacia ella y su incomodidad pareció desvanecerse un poco. Se sintió más aliviada por eso. No obstante, su mirada se volvió más dura cuando la desvió para encararse con la desagradable mujer, aunque intentando mantener la conversación lo más discreta posible
—Fernanda, deja de humillarte.
La sensación de superioridad pronto se quebró, no solo por esas palabras sino al darse cuenta que el semblante de Lorena reflejaba una expresión de pena. Pena por ella, esa idea resultaba demasiado dolorosa como para seguir manteniendo la compostura. —Y te pido con buena educación, déjame terminar la velada con esta hermosa mujer que vale mucho más que tú. —La forma para terminar su frase fue levantar la mano de Abril para besarla en el dorso. Con una expresión herida, se volvió hacia Abril para decirle:
—Ten cuidado, te va a romper el corazón. —Y tal como vino, se fue.
Abril se sintió mal por ella. Había visto el rastro de su dolor en sus ojos, quedándose pensativa por lo que había ocurrido. No quería terminar herida. Por un momento se vio reflejada en ella, cuando escuchó el mensaje de esa tal Adriana en el despacho de Ximena, pero pronto se dio cuenta de que su situación era diferente y se obligó a alejar los pensamientos que no tenían que ver con ella. Ximena la había engañado, prometiendo una relación amorosa y una fidelidad que no quería tener, pero Lorena fue clara desde el principio, conocía lo que deseaba y lo que no quería. Sabía desde el primer momento que entre ellas solo habría una relación basada en el sexo, pero sin sentimientos de por medio. Un leve apretón en su mano la devolvió a la realidad.
—No dejemos que nos amargue la noche. — Lorena temió que la aparición de Fernanda provocara que Abril se alejara, pero por suerte, eso no ocurrió.
—Claro que no.
Lorena tenía la intención de servirse un vaso de Whisky, pero de pronto desechó la idea. Solo quería acercarse a esa maravillosa mujer. No tardó en aparecer detrás de ella, pasando el brazo por su cintura para acercarla más a su cuerpo. Abril sintió el cálido aliento de Lorena en su oreja cuando le susurró:
—Tendré una visión mucho mejor dentro de poco.
Y procedió a deshacer su peinado para que su cabello quedara suelto. Le encantaba verlo libre y hundir sus dedos en él. Ella se dio la vuelta entre sus brazos y sus labios no tardaron en unirse, pero tuvo que separarlos cuando ahogó un grito de sorpresa al ver que de repente ella la había alzado en brazos. Enlazó sus brazos alrededor del cuello de Lorena y no pudo reprimir una risa tan alegre y tan llena de diversión escondida con lo que no pudo evitar reír Lorena también. La dejó en el suelo cuando entró en su habitación y lo primero que vio fue la enorme cama que había delante de ellas, sintiendo otra vez una estela de nervios que se formaron en su estómago, lo que le provocó un pequeño temblor como si fuera una virgen que estaba a punto de estrenarse.
En cierta medida, así era. La primera vez fue en el asiento trasero de un coche y apenas sintió nada y la segunda demasiado febril y espontánea. Ahora iba a hacer el amor en una cama por primera vez. Lorena parecía darse cuenta y se apresuró a acariciarle suavemente los brazos para reclamar su atención. Funcionó. En cuanto se giró para mirarle, procedió poco a poco, acariciando su nariz con la de ella, en un simple roce, pero lo suficiente para estremecerla. Abril alzó la mano para acariciarle la mejilla, sintiendo la cálida y suave piel bajo la yema de sus dedos. Otra simple caricia, pero que consiguió acelerar el corazón de Lorena.
Por un momento se quedó sin saber cómo reaccionar. Pero, sin pensárselo más, se lanzó a besarla con toda la pasión que tenía guardada para ella. Quería que el deseo le nublara la mente y no pudiera pensar. Puso su mano detrás de la cabeza de Abril para profundizar su beso al mismo tiempo que su lengua la invadiera, acariciándola, excitándola, para que se uniera a ella, a su necesidad por estar juntas.
Abril lo aceptó de buen grado, respondiéndole como ella la había incitado, pero Lorena se separó de pronto, provocando una desilusión por su parte. Su mano se dirigió entonces hacia la parte posterior del vestido. Era tal el silencio que se respiraba en la habitación que se podía escuchar hasta el ruido que se produce al bajar una cremallera. Luego, puso sus manos en los hombros de Abril para que los finos hilos que sostenían la parte de arriba descendieran, al igual que lo hizo con el vestido entero al cabo de un instante, que cayó a sus pies.
Pero Lorena no estaba preparada para ver lo que llevaba debajo. No lo esperaba, pero le gustó ver todo lo que Abril ofrecía: un sostén negro con un encaje en la copa, que dejaba ver claramente su suave piel que escondía debajo y que, al mismo tiempo, le subía más sus generosos senos haciendo una curva más apetitosa, si eso era posible. Bajó la vista y se topó con la tentadora visión de unas braguitas del mismo color y el mismo tipo que el sujetador, con la figura del encaje en medio que dejaba ver, pero escondía lo esencial. Quería tocarla, pero con calma para gozar de cada detalle. Puso de nuevo sus manos sobre sus hombros, pero esta vez haciendo círculos con el pulgar para acariciar la suavidad de su piel. Su mano se deslizó hacia abajo para acariciar sus brazos, pero cambiando un poco su rumbo para alcanzar el borde de sus pechos. Abril se quedó aparentemente quieta, pero agitándose cada vez más y sin poder ser capaz de mover ni un solo músculo. Pensaba solo en la deliciosa espera de lo que Lorena tendría preparado.
Ella continuó explorando con el simple roce de los dedos, bajando en ese momento por la cintura, deleitándose en ver su piel sin prisas, acariciándola con la mirada y después con los dedos, descendiendo hasta donde tenía guardado su centro de feminidad bajo los incipientes gemidos de placer de ella, pero Lorena cambió de dirección, acariciando su trasero, que descubrió complacida. Era la parte que le quedaba por descubrir.
La apretó contra ella, para que sintiera debajo de su vestido, sus ya rígidos pezones, lo que su cuerpo estaba provocando en ella, escuchando complacida el gemido de placer que se escapaba de los labios color fresa de Abril, sintiendo sus brazos alrededor de su cuello, apretándola contra ella.
Abril también quería tocarla, acariciarla sin prisas, verle sin prisas de por medio. Era su turno. Sus manos bajaron acariciando sus pechos, cubiertos por la tela de ceda negra que, al verla unas horas antes en la puerta de su casa con ese hermoso vestido puesto le pareció extremadamente hermosa, pero, que en ese momento le resultaba demasiado molesto. Sus dedos se resbalaron por la parte trasera del vestido, tomándose su tiempo para bajar la cremallera y lentamente procedió quitarle su vestido lentamente, rosando sus dedos, sintiendo su piel por debajo a cada trozo de piel que quedaba más expuesta.
Pero con el tacto no tenía suficiente, quería probar su sabor. No tardó en acercarse y besar sobre su clavícula, para bajar despacio con besos cortos hasta donde el sostén le permitía.
Lorena tuvo que controlar su respiración o se volvería agitada y, al mismo tiempo, el impulso de cogerla para llevarla a la cama para hacerla suya de una vez, pero no, no debía ser así esta vez. Después se arrepentiría de no haberla saboreado, de no disfrutar de cada centímetro de su cuerpo. Pero le resultaba difícil cuando ella se empeñaba en hacerle perder el control. Necesitó apretar la mandíbula con fuerza para poder mantenerse quieta. Abril tuvo lo que quería, la visión de sus pechos descubiertos al haberle quitado el sosten. Pero quería más. Sus dedos siguieron descendiendo, acariciando unos pezones ya rígidos, acariciándolos por un momento para seguir su trayectoria. Siguió bajando por su abdomen cuando, en su camino recto y liso, sintió algo extraño, pero no le prestó atención puesto que su objetivo eran las bragas que quería quitar también, pero en cuanto lo intentó, Lorena la detuvo.
Lorena quería controlarse, pero tenía un límite. Era su turno otra vez. Quería enseñarle el alcance de lo que podía experimentar a su lado, mostrarle las alturas en las que podía tocarla y hacerla sentir. Subió las manos por su espalda para desabrocharle el sostén, pero sin llegar a quitárselo porque antes tenía otros planes y para llevarlos a cabo procedió a empujarla con suavidad hasta el borde de la cama y, finalmente, para que cayera en las sábanas de seda. La cubrió con su cuerpo antes de que pudiera reaccionar y procedió a levantarle las manos y tenerla cautiva para que no se pudiera mover, para tenerla a su merced.
—Y ahora, ¿qué harás conmigo? —preguntó con una excitación creciente, perdiéndose en sus ojos de obsidiana.
—¿Qué voy a hacer contigo? —le susurró con una media sonrisa llena de picardía que siempre solía emplear cuando la tenía entre sus brazos. Eliminaba los escasos centímetros que las separaba con la clara intención de besarla, pero en el momento que Abril levantaba la cabeza para juntar sus labios con los de ella, esta se apartó.
No atrapó sus labios, pero rozó sus mejillas y después su cuello entre besos cargados de deseo, volviéndose loca por los gemidos de placer que Abril emitía. Con un hábil movimiento se deshizo del sostén y su mano libre no tardó en cubrir uno de sus generosos pechos, que reaccionó arqueando su cuerpo contra ella. Los labios de Lorena buscaron el pecho que estaba libre de sus caricias y puso el pezón ya erecto entre sus labios.
Abril emitió un grito de placer, que escapó de su garganta. Echó la cabeza hacia atrás para disfrutar al máximo de una maravillosa y excitante sensación, rogando aún más. Se recompuso y se vio libre de los brazos de Abril para proceder a quitarle lo único que impedía que estuviera completamente desnuda. Le fue besando todo su cuerpo mientras sus manos cogían las braguitas para deshacerse, al fin, de esa prenda.
Abril no esperaba sentirse tan vulnerable al quedarse desnuda delante de Lorena y se apresuró a tapar sus rizos con las manos.
—No, no te tapes —pidió Lorena—. Eres magnífica.
Sus palabras tenían una carga tan fuerte de deseo detrás que realizó su petición con las manos temblorosas.
Lorena se deshizo de su ropa interior sin poder dejar de mirarla ni un solo segundo, deleitándose con la imagen que Abril le ofrecía, con su cabello esparcido por su cama y enmarcando su mirada brillante de deseo, su cuerpo desnudo y muy hermoso, todo perlado salvo por los pezones rosados y los rizos castaños, a la espera de encontrarse con ella. Volvió a cubrir su cuerpo. Abril gritando de placer al sentir su suavidad y, acto seguido, al juntar sus labios contra los suyos y ahogar así el gemido que escapó de sus labios, introducir en su interior su lengua indómita y salvaje.
Abril pasó sus manos por la espalda suave y delicada, al mismo tiempo que entrelazaba sus piernas con las de Lorena. Esta bajó la mano para acariciar el mismo centro de su intimidad, que estaba húmeda y más que preparada para sus dedos. Ya no podía aguantarse más. Estaba rozando su límite. Desde que sintió su piel desnuda sobre la suya casi pierde la cabeza. Se alejó de su caliente cuerpo unos instantes, los necesarios para buscar su nueva adquisición de en su mesita de noche, un strapless strap on color negro brillante y una botella de lubricante. Lo saco de su envoltorio y esparcio el lubricante en ambos lados de su nuevo juguete. La volvió a besar mientras sus manos se ocupaban meter la parte más corta dentro de ella, poniéndose en el acceso de sus piernas que Abril le había ofrecido gustosamente.
—Te deseo tanto que me duele —confesó Abril cuando sintió la presión de aquello queriendo invadirla, se alarmo un poco por el tamaño, pero el beso tierno de parte de Lorena la tranquilizo.
—Yo también —confesó en un susurro antes de penetrarla en una poderosa embestida que les dejó a las dos sin aliento.
Sus movimientos no fueron bruscos como lo fueron la otra noche. Empezó con embestidas suaves, deteniéndose unos instantes antes de separarse y volverse a unir dentro de su calidez para desesperarla en cada movimiento, para que suplicara más, para que su pasión estallase. La miró con detenimiento, viendo cómo sus mejillas iban cambiando de color a cada embestida, no por el sonrojo sino por la presión de intenso deseo que le iba creciendo.
Abril arqueó su cuerpo para recibirla más adentro a la vez que sus manos se clavaban en los pechos de Lorena, apretándolos, jugando con sus rígidos pezones. Y el ruego silencioso que en su mirada y su cuerpo expresaban sin palabras que le reclamaba que aumentara la intensidad. Lorena accedió a su dulce petición y aumentó el ritmo y la presión. Abril levantó más las piernas enlazándolas en la cintura de Lorena, mientras atrapaba uno de sus pezones en su boca, succionándolo y dándole pequeña mordiditas, halándolo un poco con sus dientes, mientras bajaba su mano derecha directamente a estimular el clítoris de Lorena.
La tensión que Abril sentía en su cuerpo se iba intensificando cada vez más hasta que no pudo aguantarlo por más tiempo y arqueando con fuerza su cuerpo contra el de Lorena, gritó al experimentar la satisfacción y la libertad que su cuerpo tanto había exigido.
Al sentir los dedos de Abril jugar con su clítoris y el strapless strap on hacer presión sobre su punto G, Lorena también alcanzó el suyo entre increíbles espasmos de placer. En cuanto su clímax hubo terminado, se dejó caer encima de ella con cuidado de no aplastarla, colocando su cabeza en el hueco de su cuello. Sus labios rozaban su piel sudada respirando con agitación e intentando recuperar las fuerzas que habían escapado tan desesperadamente de su cuerpo. Todavía sentía el abrazo de Abril rodeándola con fuerza para que no se moviera y descubrió que ella tampoco quería moverse.
Cuando su corazón recuperaba su ritmo normal, se apoyó en los brazos para levantar la cabeza para mirarla. Le encantó lo que reflejaba su semblante: sus ojos brillantes por el placer que le había ofrecido, los mechones de su cabello que se habían caído por su frente sudorosa y sus mejillas, que seguían sonrojadas. No pudo evitar rozar sus labios con los de ella una vez más antes de salir de su interior y colocarse a un lado de la cama y sacarse el juguete que tanto placer le había dado. Abril acababa de sentir el calor más abrasador en sus brazos y ahora, al separarse, se sentía vacía. No pensó en si Lorena quería o no, pero se giró hacia ella para abrazarla y Lorena levantó el brazo en el momento exacto para que pudiera descansar la cabeza en su hombro.
Normalmente no le gustaba que la abrazaran después de tener sexo, pero le gustaba sentir cerca a Abril. Pronto vio que su respiración había vuelto a un ritmo pausado, señal de que se encontraba relajada.
Abril había dormido toda la noche y seguiría durmiendo si no fuera por la mano de Lorena que recorría suavemente su espalda.
—Buenos días —dijo con la voz un poco ronca por el sueño, levantando la cabeza para mirarla. Lorena no contestó, solo emitió una pequeña sonrisa forzada y Abril frunció el ceño por su súbito cambio de humor. —¿Estás bien?
—Sí —respondió con un tono apagado y cortante antes de separarse de ella y salir de la cama.
Abril se quedó mirando su poderosa figura, caminando desnuda por la habitación.
—Voy a ducharme — comentó, dándole la espalda para separarse lo antes posible de su cercanía. Abril se quedó preocupada, pensando en si había hecho o dicho algo que pudiera haberla molestado, pero no había tenido ocasión para ello. Anoche la abrazó después de hacer el amor y parecía complacida con ella, ¿qué pasó en medio? No podía saberlo ni tampoco le encontraba sentido. ¿Será que ya había conseguido lo que quería y ahora ya no la quería cerca? Pero si eso fuera así, ¿por qué no tuvo esa actitud después de que se acostaran en su oficina? Se le fueron acumulando muchas preguntas en medio de esa bruma de alegría en la que se había despertado y que ahora ya se iba yendo como una ráfaga de viento fría que Lorena había provocado. Intentaba buscar las respuestas, pero no las encontraba. Por tanto, no iba a dejar las cosas así. Pensó con decisión, levantándose ella también. Con un brazo apoyado en los azulejos color tierra de la pared.
Lorena disfrutaba aparentemente del agua caliente que le bajaba por su espalda, pero ni siquiera lo notaba. Estaba demasiado ocupada en algo que al principio era un detalle minimo, pero que después ha conseguido preocuparle. No podía pensar en otra cosa y ese hecho era que había dormido bien. Su sueño había sido apaciguado, sin que ninguna pesadilla ni recuerdo violento le atormentara como le había estado sucediendo cada noche desde hacía muchos años y sabía el motivo de ello: Abril.
Sintió su calidez al haberla tenido abrazada toda la noche, esa que tanto necesitaba en su fría existencia y parecía que Abril era la única que se lo había aportado. Pero eso, en vez de gustarle o de sentirse aliviada, hizo que quisiera alejarse de ella. Era algo que se alejaba de lo que tenía conocido y tampoco le gustaba que el bienestar de una parte de su vida, fuera en el aspecto que fuere, dependiera de otra persona, ya que eso constituía que otra persona tenía poder sobre ella y eso le aterraba. No tuvo tiempo de cavilar más en sus pensamientos, ya que de un momento a otro ya no se encontraba sola.
—¿Qué haces? —preguntó, sorprendida.
—¿Tú qué crees? — inquirió ella, mirándola fijamente. Había tomado la decisión de que si quería que se fuera se lo dijera directamente, pero no fue lo que encontró por parte de Lorena. Momentos después se vio aprisionada contra la pared, sintiendo el frío en su espalda y el calor más absoluto delante. Ya en la ducha con ella, su beso fue hambriento, rudo. No había delicadeza sino la necesidad imperiosa de saciar uno de sus instintos más básicos, reclamando la necesidad de sentir su piel contra la suya. Era ella quien había llegado a perturbarle, pero también la única que podía hacerle que dejara de pensar. El agua bajaba entre las dos amantes que se besaban con la misma pasión que se profesaron la noche antes. La levantó con un hábil y rápido movimiento y Abril no tardó en rodearle con las piernas, dándole la clara bienvenida a que sus cuerpos se unieran de nuevo. Metió sus dedos en su pelo mojado y al momento sintió su lengua invadiéndola al mismo tiempo que notaba la punta del dedo en su abertura excitada. Sus cuerpos se volvieron febriles. Ya no había espacio para la suavidad ni la dulzura. Las dos ya se conocían sus cuerpos. Sabían dónde presionar, dónde tocar para que la otra perdiera la cabeza. Eso hicieron, sobretodo Lorena.
No quería pensar, solo sentirla en sus brazos y sentir su pasión. Se dedicó únicamente a aplicar presión en el momento justo. Lo vio en sus ojos cuando consiguió que llegara a su orgasmo, pero Abril no se quedó atrás, ya que la aprisionó contra la pared contraria de la ducha y con desespero bajo directo a comerse el clítoris de Lorena, penetrándola con dos dedos mientras su lengua jugaba con ella, llevarla a un orgasmo casi instantáneo.
Pronto, la pequeña ducha se llenó de gritos de placer. Dos cuerpos agotados cayeron hasta sentarse en el suelo. El agua seguía corriendo y no se percataron de ello hasta que sus respiraciones no se habían calmado. Lorena alzó el brazo para cerrar el grifo. Sus cuerpos se entrelazaban por culpa del espacio reducido y por eso ella se apresuró a separarse de su contacto.
—¿Quieres que te prepare un café mientras te duchas? —le propuso Lorena. Le dio de nuevo la espalda y antes de que Abril pudiera responder, continuó: —Puedes coger lo que necesites —y volvió a irse con el mismo humor con el que se había levantado.
Abril había pasado de la confusión al enfado. Al principio creyó que quizás no iba con ella o que no podía entenderle porque tampoco hacía demasiado que se conocían, pero se estaba cansando de su actitud. Era fría con ella, ¿vuelven a hacer el amor con la misma pasión como el primer día y luego vuelve ese estado de indiferencia? ¿Por qué se comportaba así después de varios días siendo cariñosa? Pues no, eso no lo iba a permitir.
—¿Qué diablos te pasa? — le preguntó, persiguiéndole fuera del baño.
—¿A qué te refieres? — preguntó con la voz terriblemente controlada, deteniendo su avance, pero sin darse la vuelta.
—¿A qué me refiero? — repitió, alzando la voz por el enfado que empezaba a recorrerle la espalda—. Dímelo tú, ayer eras cariñosa conmigo y hoy no puedes ni mirarme, incluso hemos hecho el amor otra vez y sigues con esa actitud fría tan repentina.
—Sexo —dijo, cortándola.
—¿Qué? — Lorena se dio la vuelta y se acercó unos pocos pasos hacia ella, con una mirada distante que sorprendió a Abril todavía más. —Llámalo por su nombre: sexo. Hacer el amor implica alguna clase de sentimientos y entre nosotras no hay nada. Solo deseo.
—Lo sé —le dijo, adelantando un paso más hacia ella, mirándola con fijeza sin que la viera flaquear ni un solo momento —. Lo sé muy bien y tampoco te he pedido que hubiera nada más.
Sabía que entre ellas habían acordado que solo sería una relación pasional, pero Abril se sintió molesta con lo que Lorena terminaba de decirle.
Que Abril le hubiera dado la razón sin titubear tampoco le gustó, especialmente a Lorena, aunque eso era lo que quería, ¿por qué le molestaba? Como bien había dicho, solo era sexo. Nada más.
—¿Y porque creías que pensaba lo contrario, te has puesto de esa manera?
—No voy a discutir contigo, no somos una pareja. — Se sentía furiosa consigo misma, confundida, y su solución más inmediata era desquitarse con la persona equivocada.
—¿Y eso significa que no puedo decir nada? — Estaba atónita por todo lo que estaba sucediendo, pero no iba a dejar que la tratase de esa manera, alzando más la cabeza como señal de que no iba a encogerse ante ella.
—Nada que me moleste — contestó, apoyando las manos en sus caderas.
—¿Y de paso quieres que te haga una reverencia cada vez que te vea?
—Se acabó —dijo Lorena en voz baja, aunque fue lo mejor que se le ocurrió en ese momento. Por alguna razón, le costó decirlo en voz alta.
—¿Qué?
—Ya me has oído —dijo con un tono de voz más alto y más cabreado.
Abril estaba cada vez más crispada. No podía creer lo que estaba oyendo ni entender el cambio tan brusco de un día para otro que había tenido con ella. Parecía una persona totalmente diferente. Era una sensación de tener a una desconocida delante de ella, seguramente por ser su verdadera personalidad. Antes solo fingía que sentía un picor caliente en sus ojos. Ninguna mujer la iba a dominar. Se lo había prometido y eso se iba a cumplir. Ya estaba harta de sufrir.
Lorena expulsó el aire que tenía retenido. No quería seguir esa conversación y, sin añadir ninguna palabra más, volvió a darle la espalda. Abril ya no quería aguantar más. No se merecía ese trato y no lo iba a tolerar ni un segundo más. Se dirigió con rapidez a la habitación para ponerse el maldito vestido que le tiraría a la cara si no fuera lo único que tenía para ponerse algo encima. Quería irse tan deprisa de ese lugar que casi se olvida de ponerse por completo la ropa interior y también de recogerla. Por suerte no se olvidó ni de su bolso ni de los zapatos. Aunque no estaba acostumbrada a llevar tacones y aunque estuvo a punto de provocarse un esguince en un pie por empezar a ir de una forma tan rápida hacia la puerta, que casi corría, no le importó. Se precipitó hasta la puerta que le ofrecía alejarse de ella.
Al verla, Lorena tuvo el impulso de detenerla. Cerró los ojos y meneó la cabeza al darse cuenta de lo que acababa de hacer.
—Abr… —no tuvo tiempo de ni de terminar de decir su nombre, ya que desapareció de su vista con un fuerte portazo. Se había sentido confusa, desubicada y lo único que se le ocurrió fue atacar para no volver a ser una víctima de nuevo. Se pasó la mano por el pelo, nerviosa, y dejó escapar un reproche frustrante. No quería perderla, pero era mejor así.