Entre trincheras VIII
Europa es casi pasado, Japón es un posible futuro y el hogar una utopía.
CAPÍTULO 9
Los dedos de Dick se clavaban en las caderas de Gene con fuerza mientras inclinado sobre él pasaba sinuosamente la lengua por su columna vertebral. Notaba como el cuerpo del muchacho se estremecía al mismo tiempo que le oía repetir su nombre en una continua letanía. Aumentó la velocidad e intensidad de sus penetraciones...
- ¡Más, por favor, másssssssss! ¡Oh, Dios, Dick, por favor! - Pero haciendo caso omiso de los ruegos del muchacho salió de él para al mismo tiempo situarlo tumbado sobre la mesa del despacho. Le abrió las piernas y se colocó entre ellas... le miró con ojos intensos.
- Eres mío... y de nadie más... de nadie más. - Y de un solo movimiento volvió a adentrarse en él. Doc gimió ruidosamente ante tal intrusión. Su mano derecha se aferró a su propia erección mientras con la otra buscaba aferrarse a los dedos de su amante para evitar hundirse en la más absoluta locura de placer. - Así, Gene, mi amor, así... córrete para mi, hazlo, mi vida. - Winters se inclinó sobre él y empezó a mordisquear la piel del cuello de Roe, que aunque perlada de sudor le parecía el más delicioso de los manjares... sus dientes, sus labios, su lengua recorriendo cada centímetro de la epidermis del sanitario. La respiración del muchacho era errática, ardiente. Cada vez que a Dick le rozaba algo de su aliento sentía corrientes de electricidad recorriendo cada una de sus terminaciones nerviosas... - Acabemos juntos, cariño estoy tan cerca, sé que tu también lo estás... vamos a hacerlo... vamossssss... - el oficial echó la cabeza para atrás en un gesto de éxtasis pero su rostro se vio atrapado por las manos del cajún que incorporándose levemente atrajo la cabeza de su novio hacia la suya para acallar con los labios el grito orgásmico que brotó de su garganta al sentir que eyaculaba sobre el estomago del pelirrojo y percibir que este hacía lo propio dentro de él. Durante unos instantes el mundo dejó de existir a su alrededor... tan solo estaban ellos dos unidos en uno solo. Gene ocultó el rostro en el cuello de su chico mientras pasaba los brazos por su cintura para evitar caer desmayado sobre la mesa. No creía tener las suficientes fuerzas como para sostenerse por sí mismo. Dick le había absorbido toda la energía... y era una sensación de lo más agradable sentir su apoyo. Winters no le permitiría caer rendido jamás. Doc pensó por un fugaz momento que el otro jamás sería completamente consciente de la inmensa devoción, del enorme amor que sentía por él. Era su mundo... lo era todo para él.
Poco después recobraron la consciencia de dónde estaban y de cómo estaban. Lentamente se incorporaron mientras buscaban con la mirada sus ropas desperdigadas por toda la estancia. Se la fueron poniendo sin decir una sola palabra. Gene se detuvo mirando confuso a su alrededor. Se acercó a un sofá que estaba contra la pared revisándolo de arriba a abajo...
- ¿Qué buscas?
- No sé donde ha ido a parar mi Cruz Roja... - Dick señaló al pie de lámpara que había en una de las esquinas de la habitación. El brazalete colgaba precariamente del borde de la pantalla, no pudo evitar preguntarse en qué momento de la ardorosa refriega había podido acabar allí. Se acerco a cogerla y ponérsela. Tenía algunas manchas de sangre.
- Deberías lavarlo... por cierto, cómo es que esta sucia, que yo sepa no hemos tenido ningún herido, salvo el lamentable incidente de Janovech y lo de Chuck.
- Hay cosas que el oficial de mayor rango de la compañía no debe saber...
- ¡Gene...
- No es nada serio, una pelea a puñetazos que acabó con una brecha sobre una ceja y una nariz sangrante...
- ¿No es serio una pelea a puñetazos? Son cosas que los oficiales debemos saber.
- No cuando el motivo de la pelea es una soberana estupidez y los dos púgiles no hacían más que disculparse el uno con el otro por lo sucedido.
- ¿Quienes fueron?
- No te lo voy a decir... - Dick suspiró exasperado. - Olvida por una vez que diriges a soldados y date cuenta que lideras a chavales de apenas veinte años con las hormonas sublevadas y con la mente puesta en que quizá en menos de un mes estén abrazando a sus novias. - Al oír esto último el rostro de Dick se ensombreció, Gene no pudo dejar de notarlo. - ¿Sucede algo, Richard?
- Cabe la posibilidad de que la compañía sea destacada en el Pacífico... Gene, te pido que esto no salga de aquí. Suceda lo que suceda, tanto si vamos a la lucha de nuevo como si no es así, cuando lo sepa yo mismo se lo haré saber a la tropa.
- ¿Podemos ir al Pacífico? - Fue apenas un murmullo.
- Sí... - el cajún se pasó una mano por su negro cabello mientras tragaba saliva.
- ¿Seguiremos juntos si sucede?
- No lo sé... le dije a Sink que si finalmente íbamos pidiese que tu y Ralph continuaseis con el 506, no me aseguró que fuera a suceder pero me prometió que haría todo lo posible. - Gene se dejó caer en el mismo sofá que había revisado momentos antes mirando al suelo. Dick se arrodillo frente a él.
- Quiero ser médico, Dick pero no quiero volver a pasar por situaciones como las que hemos atravesado. No estoy muy seguro de que pudiera salir con bien de ellas y menos si tengo que pasarlas sin ti a mi lado.
- Pero lo harías, estoy convencido. Desde el día que llegaste a Toccoa te has ido haciendo más fuerte, e incluso en Bastogne cuando todos estábamos a punto de rompernos, incluso tu... aguantaste mejor que muchos a pesar de que tienes unas de las labores más ingratas y dolorosas del ejército. No eres el mismo hombre que salió de Louisiana, ni que corrió junto a todos nosotros el Currahee, ni que saltó sobre Normandía, ni que me recriminó que no estuviera en mi lugar cuando hirieron a Moose, que como te digo resistió el cerco en Bastogne y que jamás has dejado de hacer tu trabajo con excelencia, valor y coraje... Si tuvieras que pasar por eso otra vez, estuviera yo a tu lado o no, volverías a superar todos los obstáculos y pruebas que se te pusieran. Aún así, si vamos al Pacífico ojalá sea el uno al lado del otro porque esta guerra ha sido una pesadilla más llevadera estando junto a ti. - Ambos se miraron en silencio. Después de un rato, Winters volvió a hablar. - De todas maneras, no adelantemos acontecimientos... cabe la posibilidad, alta eso sí, de que tengamos que seguir en el ejército pero también puede suceder que Japón se rinda y podamos volver a casa... - Roe le sonrió.
- Esa si que es una bonita palabra...
- ¿Cuál? - preguntó extrañado su acompañante.
- Casa... volver a casa... eso si que suena bien... - Dick depositó un leve beso en la frente de su chico.
- Cierto, suena maravillosamente bien.
Dos equipos de nueve jugadores cada uno. Un buen partido de beisbol por lo que podían oír al acercarse Lew y Dick. Un sol espléndido. La visita de un buen y querido amigo como Buck Compton y la añoranza de los que no estaban para poder reír con ellos pero a los que afortunadamente sabían que volverían a ver, como Malarkey que probablemente estaría disfrutando de un buen merecido descanso en París o el propio Shiffty que, aunque, desafortunadamente había tenido un grave accidente de tráfico parecía que acabaría recobrándose. O los propios Guarnere, Toye, Tipper, Grant y tantos otros que se iban recuperando de sus graves heridas sabiendo que jamás les faltaría un hombro sobre el que llorar, un abrazo que les calmase cuando la desesperanza les golpease de lleno y unos oídos dispuestos a escuchar aún en las más intempestivas horas de la madrugada.
Estaba nervioso. No solo la noticia que iba a darles era de grueso calibre y trascendental sino que suponía tener que enfrentarse a esa nueva vida que le estaba esperando. Que les estaba esperando.
Pidió a Ron que agrupase a los hombres y una vez hecho se puso frente a ellos;
- Un hombre rápido la hubiera cogido, Perco...
- Frank le sonrió con sorna. - Escuchad, tengo una noticia... esta mañana el Presidente Truman ha obtenido la rendición incondicional de los japoneses, la guerra ha terminado... con independencia de puntos, condecoraciones o heridas todos los hombres de la 101 aerotransportada se irán a casa. Cada uno de nosotros estará unido a los otros para siempre por la experiencia compartida y cada cual tendrá que reincorporarse al mundo lo mejor que pueda... 1
Los muchachos nada más oír aquello se quedaron unos breves segundos parados, como si por esperada, la noticia no les hubiera pillado menos de improviso pero rápidamente estallaron en gritos de júbilo y echaron a correr dándose empujones así como riendo a carcajadas. Era sencillamente hermoso verles felices... verles despojados, por primera vez, del miedo que les había estado acompañando durante los últimos años. Sabía, como les había dicho, que estarían unidos para siempre por lo vivido y, por su parte, sería así. Estaría por y para sus hombres, para sus amigos durante el resto de su vida. Y, trabajaría, para no fallarles si alguno de ellos le necesitase. Estaba seguro que cualquiera de los presentes y de los hombres que no estaban ahora allí, habrían arriesgado sus vidas para salvar la suya si durante la guerra hubiera sido necesario. Y no solo porque era su obligación como soldados defender a un oficial... de algún modo se había ganado su confianza y respeto. Suponía que de la misma manera que ellos se habían ganado los suyos. El tampoco habría dudado en dar su vida por cualquiera de sus soldados. Por cualquiera de sus hermanos.
Y él... a él le vio quedarse parado mirándole. Durante unos minutos solo existieron los dos. Y las palabras no dichas en voz alta. Su tiempo había llegado y ahora tocaba el momento de creer de verdad en ellos y afrontar lo que viniese con valentía. Estaban preparados.
- Sabes que estaremos a vuestro lado, ¿verdad? - Giró la cabeza al oír la voz de Nix para encontrarse con él y Harry. Detrás de ellos estaban Speirs y Lip. Frunció el ceño.
- Carwood, Ronald...
- No hay nada de lo que avergonzarse, señor. El amor es el amor, se de como se de... - Ronald asintió.
- ¿Lo sabéis?
- Desde lo de Grant. - Speirs le ofreció una de sus escasas y preciadas sonrisas. - Richard, como dice Car no hay nada de lo que avergonzarse. Y nada que seguir ocultando, menos ante nosotros.
- ¿Lo sabe toda la compañía?
- Ellos antes que cualquiera de nosotros... - Se volvió a mirar a sus hombres asombrado. Finalmente notó como sus labios se curvaban en una amplia sonrisa. Si ya estaba seguro de su devoción por ellos ahora comprendió que ya se podía hundir el mundo que jamás abandonaría a aquellos muchachos. Bull y Martín se habían acercado al pequeño grupo que formaban.
- Señor...
- ¿Sí, Randleman? - Sus ojos brillaban llenos de franqueza y compromiso.
- Cuando sea, dónde sea y cómo sea... si nos necesitan ahí estaremos. Cualquiera de nosotros. Siempre. - Me tendió la mano, se la estrechó mientras asentía con la cabeza en un gesto de muda comprensión.
- Siempre, señor. - corroboró con seriedad Martín. Volvió a mirar al grupo que se divertía un poco más allá y de nuevo, sonrió.
Servía al lado de los mejores hombres que jamás podrían haber existido.
1Extraído del discurso de Richard Winters a sus hombres en el capítulo 10 de la serie BOB; Points.