Entre trincheras VI
De espíritus y cosas que hacen estremecer el alma.
CAPÍTULO 7
Oía el rumor del agua discurriendo libre. Cuando era niño le encantaba pasarse las horas muertas sentado en alguno de los embarcaderos tan solo moviendo las piernas en un suave vaivén, viendo pasar el líquido a sus pies. Muchas veces su padre tenía que ir a buscarle porque su chico perdía la noción del tiempo y la zona donde vivían era un lugar peligroso al anochecer.
Gene adoraba a su padre. Desde su posición siempre le pareció grande y fuerte. Invencible. Recordaba lo orgulloso que se sintió el día en que le puso al mando de uno de los barcos que navegaban por el Mississippi transportando gente y mercancías. Su cuerpo tras el de su hijo, sujetando sus pequeñas manos, ayudánle a manejar el timón... En ese momento se sintió el ser más afortunado de su reducido mundo. Él, tan pequeño, conduciendo algo tan grande como aquel buque...
Ed Roe siempre había sabido, desde el mismo día que le sostuvo por primera vez entre sus brazos que el chiquillo, sin la orientación debida, sería frágil y quebradizo. Que debía velar por él para que se convirtiese en alguien tan fuerte como su abuela. Se dio cuenta desde el mismo momento que nació, que era igual que ella. Sus mismos ojos, igual color de piel, idéntico tono de cabello. Si se le dejaba solo se perdería, si se le orientaba sería fuerte, valiente, un hombre del que cualquiera se sentiría orgulloso de conocer... Y él, su padre, jamás podría haber deseado tener otro hijo. Y aunque no lo hubiese conseguido, hacerle fuerte, le hubiese amado. Fuera como fuera, acabase como acabase... ese diminuto cuerpecito que se estremecía contra él buscando calor... había encadenado su corazón con el nudo más poderoso que existía... el del amor y la devoción de un padre por su retoño.
23 años después el propósito de Ed era una realidad clara y notoria. Poco podía imaginar él a través de las pocas cartas que le enviaba desde Europa lo exitoso de aquella temprana determinación. Cuando Gene se alistó en el ejército sabía que su hijo tenía mucho camino que andar. Había tenido serios incidentes y desventuras durante su niñez y adolescencia pero con la ayuda de la familia, con el amor de Jean y de, para que negarlo, la propia fuerza de voluntad de su vástago habían conseguido superarlos. Con cicatrices en el cuerpo, en el corazón y en el alma... pero heridas que le habían hecho más recio frente a la adversidad. Aún así, compartía el mismo temor que su madre, que la abuela del chico... la guerra podía echar al traste todo aquello. Podía acabar con él con la misma facilidad con la que se apaga una llama. Esperaba y deseaba que encontrase algún tipo de apoyo que le ayudase a salir con bien... porque ahora lejos de la familia su hijo podía no saber expresar el dolor y el miedo que tan bien había aprendido a esconder y que a él, su padre, le era tan sencillo leer en los oscuros ojos de su niño. Que nadie supiera interpretar sus silencios. ¿Hallaría su pequeño otro amor tan fuerte y luminoso como el del joven Jean? Un amor de ese tipo bien podía ser la luz en el camino de oscuridad que Gene estaba apunto de iniciar.
Pero Doc Roe, aún sabiendo lo afortunado que era teniendo la familia que tenía, no imaginaba que el hombre que le dio la vida sintiera un amor tan fuerte por él. Tenía una relación franca y bonita con su padre, sabía que estaría cuando le necesitara pero siempre había sentido también que se esperaba de él que supiese valerse por sí mismo. Que fuera independiente. Un hombre cabal, serio y responsable. Capaz de equivocarse y de asumir sus errores. Capaz de soñar y de amar. Y capaz de luchar por esos sueños y por lo que amaba.
Así que eso estaba haciendo. Afrontando uno de sus peores miedos y luchando por quién amaba. Luchando por Dick.
No había sido necesario expresar el deseo con palabras. Habían hecho el amor. Gene sintió que todo lo que el otro le daba le ayudaría a sobrellevar lo que tuviera que encarar esa noche... quizá no soñase pero no contaba con ello. Y notar las manos del pelirrojo sobre su cuerpo, sentir sus labios recorrer su piel, apreciar cada centímetro de su pene entrando dentro de él... de alguna manera le daba las fuerzas que necesitaba. Lleno de toda aquella calidez, de todo aquel inmenso cariño era posible que fuera capaz de no dejarse vencer por el terror.
Dick, Babe y Ralph tenían razón. Había llegado el momento de encarar el problema. Y de solucionarlo.
Así que allí estaba, oyendo el murmullo del agua. Esta vez el escenario eran las marismas de su infancia. Un lugar mágico, lleno de vida, lleno de olores misteriosos. Inmensamente rico en flora y fauna. Con los fantasmagóricos cipreses asomando sus ramas por encima de las ciénagas. De vez en cuando podía oír algún chapoteo y se preguntaba si sería un cocodrilo entrando o saliendo de su medio. De niño había visto los restos de uno de esos indescifrables y viejos hombres de los pantanos... a los incautos la implacable naturaleza de aquella zona les devoraba vivos.
Ahora estaba allí a la espera de que sus propios y más personales depredadores llegaran. Se sentó como 14 años atrás en el embarcadero y empezó a mecer las piernas suavemente. Cuando Renne se sentó a su lado no pudo evitar un ligero sobresalto. La miró de reojo, el perfil de la muchacha seguía siendo suave y delicado. Su rostro, sus manos, sus ropas estaban cubiertas de polvo. De polvo y sangre. Un reguero se deslizaba desde su sien izquierda hasta su mentón, goteando sobre su hombro. Tenía el ceño fruncido, parecía enfadada.
- ¿Renné? - inquirió él con voz apenas audible.
- ¿Dónde estamos? - seguía teniendo aquel acento mezcla de inglés y francés. Era un forma de hablar dulce y Gene sabía que se ajustaba muy bien a la propietaria que lo hablaba.
- En mi casa, en Bayou.
- Es un lugar extraño... - Seguía pareciendo que estuviera enojada.
- Renné, ¿estás enfadada? - ella asintió. - ¿Conmigo? - Por fin le miró.
- En parte... - Ahora fue a él a quien le tocó fruncir el ceño. Aquel sueño estaba siendo, claramente, distinto al los anteriores.
- ¿Vas a venir los demás?
- Sí...
- ¿Y también están enfadados, en parte, conmigo?
- Sí... - Oyó pasos detrás de ellos y se volvió a mirar. Efectivamente, poco a poco las figuras que poblaban sus pesadillas se fueron haciendo visibles. La gran mayoría se quedaron quietas observándoles pero Muck y Penkala se aproximaron. Se sentaron junto a ellos. - Gene, sé que apenas nos dio tiempo a conocernos pero quiero creer que nuestras vidas no solo se cruzaron para tener que decirnos adiós... - parecía que seguía molesta.
- ¿Por qué...
- Porque te queríamos, te respetábamos y en tus sueños nos has convertido en lo que no somos.
- Yo no manejo mis sueños...
- ¿No? ¿Y este sueño que es? - intervino Alex. - Has querido hablar con nosotros y aquí estamos. Nos querías enfadados y amenazantes y así es como nos tenías...
- Entonces era yo quien...
- Disfrazaste tus miedos con nuestra apariencia... y, en cierto modo, eso es un insulto. - Gene agachó la cabeza avergonzado.
- Tu padre te enseñó a encarar la vida con más valor, hijo. - Palideció al oír la voz.
- Abuela...
Dick le miraba. Un haz de luna bañaba el rostro de su chico. Su sueño era agitado pero no había señales de miedo. Su frente no estaba perlada de sudor como solía sucederle. Pero si que le oía murmurar... ¿estaría de verdad hablando con los muertos? La sola idea le erizaba el cabello. Siempre se había preguntado por ese don que había heredado Gene; rezar a Dios para curar a la gente imponiendo las manos...
Gene no hablaba mucho de su familia. Como en muchos temas en este era también muy reservado. Conocía la existencia de su abuela, él mismo les había hablado de ella y de como su padre se había enfrentado a la mujer preocupado por la salud de su hijo cuando debía ser apenas un mocoso que levantase dos palmos del suelo. Se prometió a sí mismo pedirle al muchacho que le hablase de ellos y del lugar en el que creció. ¿Cabría la posibilidad de que una vez acabada la guerra él se los presentase? Debían ser personas muy muy especiales... tanto como el propio Eugene.
Al imaginar esto último no pudo evitar preguntarse si no estaba siendo un iluso pensando que después de la guerra las cosas serían tan fácil como ir a visitar a sus respectivas familias, llamar a la puerta y presentarse ante ellos como dos hombres enamorados dispuestos a pasar el resto de sus días juntos. Y aún sabiendo que era absurdo e incluso peligroso no podía con menos que desear que pudiera ser así. Él no se veía siendo capaz de renunciar a sus padres y su hermana, suponía que Gene tampoco podría hacerlo con su familia. Vivir su amor al margen de ellos sería demasiado doloroso. Una prueba que quizá no fueran capaces de superar. No sabía que le hacía sentirse más enfermo, pensar en no ver a su familia por Gene o no ver a Gene por su familia.
Se levantó del lecho que compartía con el cajún para acercarse a la ventana. La luna llena brillaba en lo alto. Como si estuviese intentando aportar luz a sus pensamientos. Había cosas que tenía claras. A estas alturas había dejado de asombrarse de lo poderosamente firme que era su amor por el moreno. Ya no era como al principio de sentirse atraído por él. Ya no eran solo oleadas de deseos apoderándose de su cuerpo. Ya no se trataba solo de dejar bagar sus ojos por la anatomía del nativo de Louisiana. Ya no solo anhelaba poseer su cuerpo. Ya no era únicamente tenerle físicamente... con el tiempo solo quiso ser la parte más importante de su corazón. Como él mismo había reservado la mayor parte del suyo para ese maravilloso chico de ojos azules y oscuros. De sonrisa enigmática y ademanes cautos pero decididos.
Solo deseaba que fuera suyo en cuerpo y alma. Solo deseaba ser suyo en cuerpo y alma. Porque desde el primer momento en que se había dado cuenta de lo que sentía Gene había encadenado su corazón con el nudo más poderoso que existía... el de un ser enamorado del hombre de su vida.
Desanduvo sus pasos alejándose de la ventana. Esta vez se apoyó en la precaria mesa que ocupaba el dormitorio. Desde allí le miró. Seguía murmurando... como si estuviera inmerso en una frenética conversación. Colocó las manos encima del tablero de la mesa y al hacerlo notó el contacto de su piel con el de una hoja de papel que había depositada encima del mueble. La cogió. Era una carta. Dirigida al sanitario. La curiosidad le pudo y sus ojos recorrieron el contenido.
Su expresión fue cambiando... el asombro le invadió.
Gene iba a estudiar medicina en la Washintong University de St. Louis. En Misouri. Cerca de su casa. ¿Qué significa aquello para su relación? Estaba el joven anteponiendo su sueño a lo que les unía. ¿Acaso no creía que pudieran caminar juntos durante los años posteriores a la contienda? ¿No le había dicho que le quería?
Suspiró. No iba a caer de nuevo en eso. Nada de celos, nada de presuponer antes de hablar. Cuando Gene despertase seguro que se lo aclaraba. De hecho el que hubiera dejado la misiva tan a la vista era un claro síntoma de que no estaba ocultándole nada. Volvió a fijarse en él. Seguía dormido pero algo había cambiado. Su rostro estaba relajado como pocas veces antes. Ya no murmuraba. Estaba en paz consigo mismo.
El amanecer les sorprendió tendidos a ambos en la cama. Roe apoyaba la cabeza en el pecho de Dick, sus dedos dibujando círculos sobre su piel y haciéndole estremecerse. Winters dormitaba y de vez en cuando depositaba suaves besos sobre su frente, sobre su pelo. Su brazo derecho entorno a los hombros desnudos del muchacho. Estrechándole contra sí.
Finalmente el sanitario habló.
- Dick... - susurró contra su piel. El aliento del chico sobre su epidermis envió descargas de electricidad por todo su cuerpo.
- Dime.
- Sé que te sonará extraño porque sé que las personas como tu y como yo no podemos hacerlo pero... ¿te gustaría ser el marido del futuro doctor Eugene Roe? Si pudiera ser, ¿te casarías conmigo?