Entre trincheras IX

Como dijo Calderón de la Barca; "que toda la vida es sueño,: y los sueños, sueños son." O, a lo mejor, no.

CAPITULO 10

La mochila pesaba mucho. Y el frío helaba hasta el aliento pero se sentía relajado mientras sus pasos resonaban en la fina capa de nieve que se había depositado a los pies de la escalinata. Levantó la vista hacia el cielo blanco de St. Louis, llevaba dos días amenazando nevada y, por fin, esa noche había comenzado. Aún no lo hacía con fuerza pero estaba seguro de que al día siguiente las calles estarían cubiertas por una gruesa capa. Levantó las solapas de su chaquetón y se colocó la bufanda... Estaba deseando entrar en casa así que no demoró más su parada y se adentró en el edificio. Cuando abrió la puerta del apartamento su rostro se vio bendecido por el agradable calor de la chimenea. Además olía increíblemente bien. A comida recién hecha. A hogar.

Hacía ya cinco años y medio que vivía en este pequeño edificio de apartamentos. Cinco años y medio que era alumno de medicina de la Washintong University. El pasado verano había comenzado a trabajar en el St. Louis University Hospital en el área de urgencias. Se había especializado en medicina general y el adjunto con el que trabajaba decía de él que jamás había visto a alguien desenvolverse en situaciones estresantes tan bien. Roe sonreía para sí. Pocos en el centro sabían el porqué de que ante aquellas situaciones le fuera sencillo seguir trabajando sin alterarse demasiado. Los campos de batalla de Europa habían hecho eso en él... porque nada de lo que pudiera suceder en el hospital se podía asemejar a lo que vivió en las trincheras.

Dejó el abrigo y la bufanda en el perchero. Abrió la cartera y sacó un historial de dentro. Durante el camino al piso no había podido dejar de darle vueltas al ingreso de un paciente que había atendido por la mañana. Bueno realmente durante el turno se había visto distraído por los raros síntomas de esa mujer por eso había hecho una copia del historial y se lo había llevado con él. Dolores articulares intensos, cansancio extremo, lesiones en la piel, vómitos, dificultades para respirar y mal funcionamiento de los riñones... por ahora esos eran los síntomas aunque estaba seguro de que irían apareciendo más. Se rascó la cabeza confuso, su mente le estaba mandando señales de que todo aquello junto le señalaban hacia un diagnóstico pero todavía no había podido sumar dos y dos y dar con el resultado.

Suspiró. Dejó los documentos sobre la mesa. Tenía cosas que hacer. Ultimar la comida, recoger la cocina, darse una ducha rápida. Y envolver el regalo que por fin había conseguido encontrar. Y por la noche a cenar y al teatro. Era 21 de enero. Una fecha importante.

Su cuerpo no había dejado de atraerle como un imán. Verle y desearle era todo uno. Sonrió. Estaba tan ensimismado que ni siquiera se había dado cuenta de su entrada. Se acerco a él pasando los brazos por su cintura y besándolo el cuello. El otro se estremeció, sabía que no por que se hubiera asustado sino de placer. Se volvió para encararle y devolverle el beso pero esta vez fueron sus labios los que le recibieron.

Su cabello seguía tan negro como siempre. Sus ojos igual de azules y oscuros. Pero cada día más ardientes. Sus manos fuertes pero suaves. Como su voz, que seguía siendo sedosa, atrayente y sosegada, clave en la capacidad que tenía de calmar y tranquilizar a los que estuvieran junto a él casi únicamente con su sola presencia.

Él fue el primero al que licenciaron y que volvió a los Estados Unidos. Antes de ir a St. Louis se dirigió a Lousiana para hablar con su familia. Se mantuvieron en contacto primero por carta y cuando, por fin, el otro regresó al país por teléfono. Dick recordaba pocos momentos más tensos y apurados que cuando les digo a sus padres y a Emily que no iba a vivir en Pensilvania con ellos y el motivo de tal decisión. Efectivamente, su padre puso el grito en el cielo y estuvo dos semanas sin hablarle. Su madre y su hermana fueron otra cosa, su madre le sorprendió diciéndole que en el fondo era algo que siempre había sabido y que se alegraba de que hubiera conocido a alguien que le aceptase tal cual era... que le quisiera por encima de prejuicios y miedos. Emi tan solo le abrazó y le preguntó si le molestaría que les fuera a visitar. Dick la abrazó con fuerza afirmando que allá donde él tuviera su hogar estaría el de ella.

La tercera semana estaba fuera cuando recibió la llamada que estaba esperando. Una nota sobre la mesa de la cocina con la letra de su padre apunto estuvo de hacerle verter las lágrimas que ni siquiera la más cruenta de las batallas había conseguido; Parece un buen chico. Perdóname, hijo.

Al pie aparecía la dirección del apartamento que le esperaba allá, en St. Louis.

Edith Winters le ayudó a hacer las maletas, empacando tantos recuerdos que no parecía que fueran a caber en las pocas cajas que había decidido llevarse con él. Una vez estuvo todo guardado depositó un suave beso en la frente del que sería siempre su niño. Dick le prometió a su madre que la llamaría en cuanto estuviera instalado y que no perderían el contacto. Ella con los ojos humedecidos le susurró al oído que le quería mientras lo estrechaba contra ella. Durante 4 años le había echado de menos y no había habido una noche en que no rezara por él. No podía imaginarse a los peligros que se enfrentaba pero suponía que serían muchos y grandes. El día que regresó sano y salvo soltó todo el aire que había estado reteniendo desde el mismo momento que su pequeño pelirrojo se alistó. Ahora se volvía a ir pero esta vez era diferente. Se iba para vivir otra aventura también cargada de riesgos pero junto a alguien al que parecía adorar.

La mujer vio como su chico ocupaba el asiento del pasajero en la camioneta de su marido. Recordaba las noches en las que Dick se había sentado con ella junto a la lumbre. Como en esos íntimos momentos entre madre e hijo, él le habló del muchacho que ocupaba cada segundo de sus pensamientos, que hacía latir su corazón. Ella lo escuchaba hablar embelesada reconociendo en sus palabras la misma pasión y el mismo intenso amor que ella sintió cuando conoció a su esposo.

Rememoró el día que nació y le tuvo sobre su regazo. Tenía unas pequeñas y suaves guedejas de pelo rojo, como el de ella por otro lado. Mientras lo acariciaba y le sentía respirar sincronizado con su propia respiración supo que no habría nada en el mundo que su hijo pudiera hacer que provocara que le dejara de querer. Desde ese día, el niño, luego el adolescente, más tarde el joven y ahora el hombre no le había dado más que motivos por los que sentirse orgullosa. Y que fuera capaz de amar tanto y tan sinceramente hinchaba su corazón más aún. Ahora tocaba rezar no porque regresara con vida sino porque fuera, sencillamente, feliz.

Él le estaba esperando en la estación. Le era extraño verle vestido de civil y por la mirada divertida que le dirigió a él también debía parecerselo verle de igual guisa. Llevaba unos pantalones oscuros, una camisa blanca y un jersey verde. Se acercó a él con una sonrisa ayudándolo a bajar el equipaje. Un joven le acompañaba, se había quedado un poco apartado de ellos mientras ambos se saludaban con un abrazo. Los besos vendrían después. Cuando estuvieran a solas.

Finalmente se aproximaron. El chico se presentó como Luc, el hermano pequeño del cajún. Lo cierto es que se parecían mucho salvo en los ojos, los del más joven eran también azules pero más claros. Aún así tenía el mismo color negro de cabellos y la misma piel pálida. Dijo que el padre de ambos no había podido venir porque le había surgido un asunto imprevisto de trabajo. Mientras hablaba les ayudó a cargar la camioneta que tenían aparcada fuera y les acompañó en el vehículo hasta el pequeño edificio de ladrillo de dos alturas con una escalera de 5 peldaños y enormes ventanales circundado por una verja de hierro forjado.

Subieron hasta el segundo piso. Su moreno novio abrió la puerta y le dejó entrar a él primero. Olía de maravilla, se encontró con los amigables rostros de dos mujeres. Una rondaría los cincuenta, la otra no tendría más de veintipocos años, en todo caso más joven que el ahora estudiante de medicina. Él se las presentó como su madre, Maud Verret Roe y su hermana, Enma Roe. Dick no esperaba conocer de manera tan repentina a la familia de su chico pero ellos le recibieron de forma tan amigable y cariñosa que pronto los nervios que había sentido en la boca del estómago se disolvieron como un azucarillo en el agua.

Juntos colocaron las cosas y tras comer un delicioso guiso de arroz típico de Louisiana los tres se despidieron. Tanto Dick como Gene habían insistido en que se quedaran a pasar unos días pero Maud les convenció de que una pareja de enamorados debían tener intimidad en los primeros días que pasaban en el que sería su nuevo y flamante hogar. Winters se despidió de ellos en la puerta del apartamento mientras que su hijo y hermano les acompañó hasta la calle. Mientras se encontraba a solas en el lugar fue recorriéndolo. Era pequeño pero suficiente para ellos.

Un salón comedor con una pequeña chimenea en una esquina y uno de los grandes ventanales que viera al llegar iluminando la estancia. Dos dormitorios, el principal con una cama de matrimonio e igualmente con la segunda ventana dando al cuarto y el de invitados con una cristalera que daba a otra calle. Un aseo y una cocina también de reducido tamaño pero agradable.

Oyó la puerta cerrarse y a Gene entrando en el dormitorio donde dormirían los dos. Se aproximó a él cogiéndole la mano y estrechándosela.

  • Bienvenido a casa, Dick.

Era casi la 1 de la noche cuando se metieron en la cama después de pasar una velada gastronómica y cultural sensacional. Eugene había insistido en celebrar su cumpleaños de una manera especial. Richard sabía que se sentía algo culpable por pasar tantas horas fuera de casa pero se había acostumbrado a que eso era lo que tocaba asumir. Vivir con un médico conllevaba no tener horarios fijos y no poder hacer planes, la mayoría de las veces, a largo plazo.

Tan solo tenían marcados como sagrados en el calendario las reuniones con sus antiguos compañeros de la Easy. Gene únicamente había faltado a un par de reuniones, exámenes ineludibles y el comienzo de su carrera profesional en el hospital. A parte de eso ninguno de los dos perdonaba perderse el reencuentro con sus hermanos.

Para Dick era más fácil. Él había encontrado trabajo en una empresa agrícola y ganadera que distribuía por la ciudad los productos de más demanda y calidad de otros Estados o países. En los cinco años que llevaba en St. Louis había comenzado como un trabajador más del área administrativa y ahora era ya gerente de la compañía.

Gene suspiró poniéndose de lado en el lecho, notó como el otro se pegaba a su cuerpo y le abrazaba contra él. Dick sabía que le costaba menos dormir si hacia eso. Ambos estaban cansados, trabajo por la mañana, sexo en la ducha antes de salir, la cena, ir andando al teatro, volver... Pronto el calor de ambos cuerpos les fue envolviendo y el sueño se apoderó de ellos. Tan solo hora y media después Gene se incorporaba de golpe con los ojos abiertos como platos. Dick se despertó sobresaltado a su lado.

  • ¡Eugene, qué...
  • ¡¡¡Lupus!!! - el cajún le miró mientras se levantaba raudo. - Dick, ¡¡¡es lupus!!!

Sí, exacto así era vivir con un médico. Y lo amaba.