Entre trincheras I

Del cómo y del porqué...

CAPÍTULO 2

Dick no estaba seguro de cuando empezó a verle de otra manera. Quizá fue cuando le ayudó a levantarse en el aeródromo de Upottery y pensó al mirarle que jamás había visto unos ojos más oscuros que aquellos. Y que dijesen tanto. Pero atribuyó la extraña sensación que experimentó a los nervios de saber que muy posiblemente no vería otro amanecer.

Cuando le estaba limpiando la herida que recibió en Carentan no pudo evitar un ligero estremecimiento ante el contacto de sus dedos con su piel. Pero de nuevo lo atribuyó al escozor del desinfectante sobre la herida.

Estando de nuevo en Aldbourne le buscó con la mirada un par de veces mientras se preguntaba dónde se habría metido. Fingió, más que para si mismo que por otra cosa, cuando preguntó por él a John Martín, que solo era parte de su trabajo saber dónde se hallaba uno de los sanitarios de la compañía y no que echara de menos su presencia.

En Eindhoven frunció el ceño cuando vio que una preciosa jovencita holandesa fundía sus labios con los del muchacho. Y él parecía devolverle el beso con igual entusiasmo. Fue la primera vez que un nudo se le formó en la boca del estómago. Fue la primera vez que no pudo negar lo que sentía. Hubiera sido absurdo no catalogar aquella sensación; celos . Hubiera sido de tontos no reconocer que estaba enfadado porque nadie se creyese con derecho a profanar esos labios que él ya había empezado a considerar como únicamente suyos...

Dick no tenía muy claro cuando sus ojos comenzaron a recorrer la anatomía del joven cajun. Pero sí estaba fresco en su memoria el sobresalto que sintió al percatarse de que estuvo cinco minutos deleitándose ante su perfecto trasero. Sucedió después del asalto a Brécourt cuando se pasó por el puesto de primeros auxilios y le vio inclinado sobre Popeye Wynn tratando las heridas que había sufrido el hombre durante el combate.

Dick hubiera pensando que de sentirse atraído por un hombre, algo que le había pillado totalmente por sorpresa, habría sido por su mejor amigo, por Lewis Nixon. Pero no, Nix no le quitaba la respiración, ni hacía que la sangre le hirviera de deseo, ni presidía sus sueños más húmedos. Al principio quiso creer que era puro y simple deseo carnal. Nada más que sexo pero la noche en que Heyliger fue herido cuando Roe les echó en cara a él y Harry que no hubieran actuado con la profesionalidad que se les presumía, cuando vio como sus ojos brillaban indignados y apasionados, un escalofrío le recorrió la columna. Quería que esa pasión asomara a esos espejos oscuros siempre y que fuera él quien provocara el calor que los hiciera arder...

Bastogne había sido aterrador para todos. Un mundo helado que parecía congelar toda vida, todo sentimiento. El día que le pidió permiso para sablearle

una de sus vendas porque los médicos casi no tenían material con el que trabajar fue cuando empezó a ver como esa llama que ardía en los ojos del de Louisiana empezaba a apagarse. Todos estaban agotados pero sobre su pálida piel las ojeras actuaban a modo de luces de neón. Roe pretendía fingir que estaba bien, listo para ocuparse de la salud de todos... menos de la suya. Y aquello era intolerable. Dick era el capitán de la compañía y no podía permitirse el lujo de que los hombres que dirigía perdiesen a uno de los miembros más fundamentales que tenían. Ralph Spina era también un excelente sanitario pero Doc era simplemente excepcional. No hacía falta sentirse enamorado de Eugene para haberse dado cuenta desde un principio que la Easy era afortunada por tenerle como médico entre ellos. La compañía no podía permitirse el lujo de perderle. Y él, menos aún. El fuego que ardía en esos ojos era lo único que mantenía viva su esperanza. Lo único que hacía palpitar su corazón.

¡Y como deseaba sentir su piel contra la suya! ¡Cómo le gustaría hacerle gritar de placer! ¡Cómo le gustaría sentirle crecer entre sus labios y probar su sabor! ¡Cómo le gustaría sentirse penetrado por él! ¡Sentirse totalmente suyo! Y le besó.

Roe siempre respondía con una pequeña mentira a la recurrente pregunta de sus compañeros de si tenía una bonita muchacha esperándole en Louisiana

. Les decía que había roto con alguien antes de alistarse y todos parecían asumir que en cierto modo ese hecho había sido una forma de iniciar una nueva vida después de un fracaso sentimental. Así que cuando ya casi todos habían oído esa respuesta dejaron de preguntarle y rápidamente asumieron que el médico de la compañía era un tipo solitario. Y lo respetaron, de igual modo que le respetaban enormemente a él.

Para él fue en Fort Benning. La noche después del ejercicio en el que Sobel perdió casi al 99% de la compañía. Ese día vio los ojos del teniente Winters no solo durante la maniobra sino en el sueño más sexualmente erótico que había tenido nunca. Se incorporó en su camastro empapado en sudor y con la entrepierna húmeda. No había eyaculado de esa manera desde que era un chaval de 15 años fantaseando con sus primeros cuerpos masculinos. No, Gene nunca tuvo una bonita muchacha a la que dejar pero sí un bonito muchacho. Y, ahora, al parecer un muy atractivo oficial ocupando sus pensamientos.

Se consideraba a sí mismo una persona fría capaz de reconocer cuando un objetivo era imposible. Capaz de discernir cuando era inútil intentar hacer progresar una relación con alguien como Richard Winters. El de Pensilvania era demasiado serio, demasiado formal. Así que asumió que no era un hombre adecuado para él. Y menos aún en la situación en la que se encontraban. Cómo pensar siquiera en iniciar nada con alguien cuando ahora más que nunca tenían la vida pendiente de un hilo.

Se conformó con soñar con él. Con perderse de forma discreta en sus atractivos y varoniles rasgos. En sus ojos azules como el cielo. En las fuertes piernas que asomaban cuando lucía los pantalones cortos de deporte. Había perdido la cuenta de las veces que se había masturbado en las duchas de Fort Benning primero, luego en Aldburne pensando en él. Muchas veces se imaginaba así mismo empujando el cuerpo de Dick contra las paredes de azulejos. Pegándose a él y recorriéndole la piel con la lengua. Haciéndole estremecer de deseo. Haciendo que el miembro de Dick -en su mente no era ni Winters, ni Richard mucho menos señor o teniente- adquiriera una dureza inusitada. La suficiente como para que cuando descendiera su ano sobre él le penetrara sin el mayor problema. Volviéndolo loco de placer.

En Upottery cuando le ayudó a levantarse del suelo para ir luego al avión no pudo evitar mirarle fijamente. Sabía que era imposible algo con él pero ojalá pudiera decirle todo lo que sentía. Llegados a este punto era completamente consciente de que no era sexo lo único que quería de él. Era plenamente consciente de que estaba viviendo un amor imposible. Estaba enamorado.

En Carentan querría haber alargado la presencia del ya capitán en la camilla lo más posible. Solo era la herida de una esquirla pero hasta ahora no había tenido oportunidad de acariciar la piel de Dick. Sabía que le dolía pero sentirla bajo sus dedos era estar en el cielo. Sabía que momentos como aquel no se darían a menudo, menos en medio de una guerra de ahí su deseo de empaparse de ellos. Querría atraparlos hasta hacerlos suyos para recordarlos durante todos los años que le quedasen de vida. Fuera muchos o pocos.

Bastogne fue un dolor constante. Angustia, terror. Un miedo permanente. Intentar alejarse de los chicos no funcionó. Eran sus hermanos. Les quería demasiado. Pero aquello lo hacía todo más difícil. Cada vez que alguno de ellos moría se sentía morir con él. La sangre se le escurría entre los dedos. Los últimos suspiros de vida escapaban ante él sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Su abuela siempre le dijo que cuando un

traiteur

no conseguía salvar a alguien que tuviera bajo su cuidado parte de su alma y corazón moría con la víctima. Sabía que estaba muriendo poco a poco.

Y entonces le besó.

En Rachamps se las apañaron para conseguir unos minutos a solas. Allí, bajo la excusa de que el médico le informase personalmente de la evolución de los heridos consiguió tenerle frente a él sin nadie más con ellos. Allí en la celda del convento sintió por primera vez la lengua del médico deslizarse por la piel de su cuello mientras sus propias manos se perdían debajo de la chaqueta y la camisa del cajún.

Allí le notó agarrarle por los hombros y atrapar su cuerpo entre el suyo y la pared. Notó como le desabrochaba el cinturón para luego seguir con los pantalones y la ropa interior. Sabía que no tenían mucho tiempo y si Doc ardía en deseos de poseerle él se sentía igual de deseoso de ser poseído. Quería ser del médico. Le oyó escupirse en la mano, luego sus siempre gentiles dedos se introdujeron en él. Tuvo que morderse los labios para no dejar escapar un grito. A sus oídos llegó un susurro que le pedía que se relajase. Frunció el ceño concentrado en hacerlo pensando también que hasta en esos momentos se preocupaba por la salud de los demás. Agradeció que Gene le permitiese ir acostumbrándose a la intrusión de sus falanges primero y luego de su falo. En poco más de cinco minutos los embates de sus caderas aumentaron de velocidad e intensidad... La mano derecha de Richard se aferró a su propia erección pero fue apartada de manera enérgica por la de Eugene quien se ocupó él mismo de aumentar el placer que ya le estaba proporcionando a su amante.

Una salmodia le llegó a los oídos. Su nombre repetido como una oración. El joven de oscuros cabellos se inclinó sobre la espalda de Dick y dejó un rastro de saliva candente en su piel hasta llegar al cuello donde ante el éxtasis que estaba sintiendo no pudo evitar morderle... Le oyó jadear con fuerza y de inmediato su mano se llenó de semen. El mismo se dejó llevar e inundó de esperma el esfínter de su oficial de más rango...

  • Je t'aime

...

  • murmuró en pleno frenesí usando su suave francés de manera inconsciente.
  • Te amo. - Fue la respuesta de Winters.

Se sintió vacío cuando le notó salir de él. Pensó que daría la vida por que Gene permaneciese dentro de él siempre. En cada momento. Aquello era una locura pero que maravillosa locura.

En Hagenau no fue una excusa lo que le llevó a encontrase a solas con su oficial. Necesitaba informarle sobre la pulmonía de Lipton. Le encontró sentado tras su mesa de despacho enfrascado en una enorme pila de papeles que no parecían tener fin. Le notó terriblemente agotado.

  • Como médico debería ordenarle que descansara, capitán. - Richard miró a su alrededor asegurándose de que estaban solos.
  • ¿Y como amante?
  • Como amante debería suplicarte que descansaras y procuraras hacer acopio de fuerzas. - Le guiñó un ojo con picardía. - ¿Es cierto lo de esa patrulla? - Dick suspiró con pesar.
  • Lamentablemente, sí.
  • Bien, tendré todo listo por si acaso Spina o yo fuéramos necesarios.
  • Gene, ni tu ni Ralph vais a ir... pero sí es prioritario que como dices todo esté preparado por si vuelven con heridos. - Doc frunció el ceño algo confuso. - Odio esta misión pero por una vez voy a hacerme una concesión a mi mismo... no pienso poner en peligro la vida de mis sanitarios en una patrulla absurda y, mucho menos, voy a arriesgar tu vida. No sé cuando pero creo que pronto nos sacarán del frente... ahora que estoy a un paso de poder tenerte más a menudo entre mis brazos para decirte lo mucho que te quiero no me voy a arriesgar innecesariamente a perderte. Me niego a ello. Quizá estoy siendo egoísta pero por una vez es lo que quiero ser... egoísta. - Doc le sonrió sonrojado. Nunca habría imaginado que Dick fuera tan efusivo. Le encantaba. Se acercó a él y le besó suavemente. El pelirrojo le sonrió.- Ahora cuéntame como le va a nuestro buen sargento primero. - Eugene tomó asiento con un suspiro... No eran buenas noticias.