Entre trincheras
Una versión "ligeramente" diferente acerca de los personajes de Hermanos de Sangre. Con todo el respeto que me merecen las personas reales que inspiraron el libro y después la serie de HBO. Como es un relato que escribí y terminé hace tiempo subo todos los capítulos de una sola vez.
El silencio lo llenaba todo. Era casi irreal. Winters no sabía si odiarlo o darle la bienvenida. Había pedido al sargento Lipton que ordenase a los hombres guardar el más absoluto sigilo. No le gustaba haberlo hecho pero quizá era la única manera de que los alemanes y sus obuses les diesen una tregua. Aunque fuera por unas horas.
No le agradaba porque sabía que la compañía necesitaba aliviar la tensión. El mismo apreciaba esos momentos. Oír las brillantes bromas de George Luz, esas bromas que hacían estallar a todos sus compañeros en carcajadas. Incluso a él le costaba muchas veces reprimir la risa, alguna que otra vez le había resultado imposible. O escuchar las conversaciones picantes y subidas de tono que solían tener Guarnere, Toye, Perconte y Malarkey y de las que hacían partícipes a todos. Aquellas amigables conversaciones, más en Bastogne que en ninguno de los otros sitios por los que había pasado la Easy, les estaban convirtiendo a pasos agigantados en algo más que compañeros. Eran hermanos, hermanos de sangre. Y él no podía sentirse más orgulloso de todos y cada uno de ellos. Lideraba a los mejores.
Era de noche y el silencio era aún más espeso. De vez en cuando se oía una profunda tos. Lipton... estaba claro que el sargento, aunque se resistiese a reconocerlo, no se encontraba bien. Deseaba poder salir de allí cuanto antes para poder proporcionale los cuidados más adecuados. Se aventuró a salir del puesto de mando diciéndoles a Nixon y Spiers que esta vez se ocuparía él de la ronda. Lewis le miró algo sorprendido pero acabó asintiendo, Ronald se limitó a encogerse de hombros.
En la oscuridad del bosque sólo iluminada por la luna creciente, casi llena únicamente se escuchaban sus tenues pasos crujiendo sobre la nieve. Se fue deteniendo en cada uno de los pozos de tirador. George y Frank Perconte le sonrieron cuando se arrodilló en el suyo:
- ¿De paseo a la luz de la luna, capitán Winters, señor? -susurró a penas Luz.
- Sí, disfrutando del buen tiempo, George. ¿Cómo lo lleváis? -Ambos se miraron entre ellos. - Sé que es duro pero también sé que aguantaréis...
- Lo haremos, señor.
- Estoy seguro. No puedo aseguraros cuando acabará este silencio solo desear que sea pronto.
- No se preocupe por nosotros, capitán. -Murmuró Perconte.
- Bueno, Frank, eso es una prerrogativa mía que no puedo, ni debo es más... ni quiero evitar. Seguid como hasta ahora, muchachos. -Ellos asintieron en silencio. Seguían tensos y alertas pero Winters estaba al tanto de que necesitaban escuchar cosas como aquellas y saber que quienes les dirigían hacia el peligro se preocupaban por ellos. Sabía que lo que estaba haciendo era una labor de sargentos como Carwood o John Martin pero nunca estaba demás hacerles ver él mismo a sus hombres que siempre pensaba en ellos, que los tenía permanentemente en cuenta. Se despidió de George y Frank con un gesto que los dos le correspondieron sin demora.
Siguió parándose en cada una de las trincheras y hablando brevemente con los hombres que se encontraban en ellas. Finalmente sus ojos se posaron en un cuerpo solitario acurrucado en uno de los agujeros. Le reconoció nada más vislumbrar su figura. Roe. Frunció el ceño intranquilo. Doc le estaba empezando a preocupar. Los ojos del sanitario hablaban elocuentemente de estrés, de miedo pero sobretodo de pena y dolor. Le había ido viendo retraerse y aislarse de ellos, apenas hablaba y sino fuera por la insistencia del soldado Heffron tampoco comería lo suficiente. Winters quería creer que la angustia por ese hombre era la misma que sentía por los demás pero muchas veces se daba cuenta de que se estaba autoengañando. Aquello iba más allá de un desvelo rutinario.
Le miró fijamente. Parecía tener los ojos cerrado. Por un momento creyó que estaba dormido hasta que a sus oídos llegó su apenas audible voz. Estaba rezando.
- Por favor, Dios mío, concédeme el deseo de consolar antes que ser consolado, de comprender antes de ser comprendido, de amar antes de ser amado... con todo mi corazón. -Entonces y, sin apenas dudarlo, y casi sin darse cuenta de lo que hacía se deslizó en el hoyo junto al médico. Doc dió un respingo asustado.
- ¿Señor...? -Nervioso aquel al que todos en voz baja llamaban el ángel guardián de la compañía intentó borrar las señales saladas que las lágrimas habían dejado marcadas en su rostro. A Winters le encogió el corazón saber que había estado llorando.
- Eugene... -Se acercó a él. Un pensamiento latía en su cabeza; ¿se atrevería a hacerlo? ¿aún a riesgo de ser rechazado? Su mente le advertía del peligro, de la inconveniencia de hacerlo. Él era el capitán de la compañía, su superior. Si asumía lo que estaba sucediendo, más aún si lo hacía y él le correspondía debería aceptar que frente a las balas Eugene fuera uno más. Su trato para con el joven no debiera variar, debería ser algo que quedase entre ellos. Nada que denotase que se moriría si le sucediese algo malo a Doc, que se ahogaba cada vez que le veía sufrir, cada vez que le veía arriesgarse sin pensar en su propia seguridad. Pero, por otro lado, el corazón le apremiaba a volver a demostrar el valor de que ya había hecho gala aún en otra situaciones más controvertidas. En la línea de fuego.
Los ojos oscuro y profundos del cajun se clavaron los suyos. Sus labios habían pronunciado una oración; consolar, comprender, amar... a los demás. Richard esperaba que ese a los demás le incluyese a él.
En el planeta se estaba apunto de celebrar la Navidad. ¿Podría permitirse un regalo? No entendía sus sentimientos pero ahí estaban. Estaba asustado de la carga emocional que casi se palpaba en aquella situación y sabía que Gene también lo estaba. Le vio levantar una mano temblorosa, sintió como de manera titubeante le acariciaba la cara. Atrapó sus dedos entre sus labios. Los besó intentando trasmitirles calor, arrancar de ellos el frío que los congelaba.
- Déjame amarte, Gene... con todo mi corazón. -el muchacho inclinó el cuerpo hacia delante. Apoyó la cabeza en el pecho de su superior. Este le estrechó entre sus brazos al tiempo que le volvía a oír susurrar.
- Por favor, señor... por favor, Dick. - Un sollozo ahogado le llegó. Le abrazó fuertemente y Doc correspondió de igual manera. - Te quiero. -Winters le levantó el rostro y fue secando con suaves caricias sus lágrimas hasta que sus labios se encontraron. El beso fue dulce, sosegado. Reparador.
- Te quiero. -Dick lo dijo sin titubear. Sin miedo. Ahora estaban juntos. Eran más fuertes. Ya nada podía ir mal. Había esperanza.