Entre tres desaparece el estrés

Aquella era la sugerencia que todo marido desearía oír salir de los labios de una esposa que tuviera una amiga que estaba tan tremendamente buena.

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Cuando mi mujer invitó a su antigua compañera de piso durante la universidad a pasar el fin de semana en nuestra casa, pensé: «Buf…  fin de semana de chicas... ¡Menudo coñazo!, ¡ya puedo pegarme un tiro!». Y es que, la amiga de mi esposa, hacía apenas un mes que había roto su relación de tres años con su pareja, y en palabras de mi mujer: “Necesita charlar con una amiga y salir, aunque sea un par de días, de su entorno habitual. Lo está llevando muy mal…”

«Y encima viene con “la depre”, ¡menudo planazo!», me amargué internamente.

Yo apenas conocía a Nuria, vivía en otra ciudad, y tan sólo había coincidido con ella en tres o cuatro ocasiones, siendo una de ellas dos años atrás, en nuestra boda, a la que acudió con la pareja con la que acababa de romper: una ambiciosa ejecutiva de una multinacional energética.

Sí, Nuria era lesbiana, o al menos eso creía yo, y aunque la perspectiva de tener a una preciosa morenaza en casa, con un cuerpazo de infarto perfeccionado por su afición al fitness, habría sido deliciosa para recrear mi vista durante su visita, su inclinación sexual y el que estuviese deprimida por su situación sentimental, no me convertían su estancia en nuestra casa como algo apetecible. Más, teniendo en cuenta, que mi matrimonio con Sandra atravesaba su primera crisis.

En los últimos meses, mi carga de trabajo se había vuelto abrumadora, obligándome a salir tarde de la oficina todos los días, y llevándome parte del trabajo a casa. A eso había que sumarle que Sandra se había involucrado en una aventura empresarial que, además de absorber la mayor parte de su tiempo, también había dado un buen mordisco a nuestras finanzas. El estrés se había adueñado de nuestras vidas.

Estas circunstancias habían repercutido seriamente en nuestra vida como pareja, ya que apenas nos veíamos salvo para meternos en la cama, y cuando por fin lo hacíamos, era para discutir de temas económicos o caer rendidos por la extenuación de las exigentes jornadas que estábamos viviendo.

Por decirlo de forma más clara: ¡no follábamos!. Con excepción de un polvete rápido y programado algunos sábados por la noche. Una triste situación que no hacía más que amargarnos más a los dos, fundamentalmente, porque ambos siempre habíamos sido muy fogosos, éramos jóvenes (ella treinta y yo treinta y dos), estábamos en buena forma y, objetivamente, éramos una pareja atractiva.

En definitiva, y volviendo al tema de la visita de la excompañera de piso de Sandra, esta no se producía en nuestro mejor momento, máxime cuando los fines de semana eran los únicos días en los que podíamos tratar de reconducir nuestra devaluada relación.

Nuria llegó a casa un viernes de finales de Mayo, a media tarde, y nada más verla, mi vista corroboró lo que mis recuerdos atesoraban de la última vez que la vi: estaba buena, ¡estaba muy buena!. Era una guapísima morena de larga melena, negra como la noche, fascinantes ojos negros, de forma almendrada, piel bronceada y sensuales labios que apenas sonrieron al verme.

«Seguro que para ella, los tíos somos el enemigo», pensé.

Era algo más joven que nosotros, veintiocho años, y aunque su figura no se mostraba de forma tan deslumbrante como en nuestra boda, envuelta en un sexy vestido para la ocasión, los leggins símil cuero negro que llevaba le quedaban como para quitar el hipo, enfundando sus largas piernas de tonificados muslos, y marcando un culo firme y respingón, ante el cual sería imposible no girarse para admirarlo.

El sencillo top blanco que llevaba, la única piel que mostraba era la de sus brazos, ya que no tenía mangas. Sin embargo, la prenda se ceñía a las esculturales formas de Nuria, regalando la vista con la estrechez de su talle y la prominencia de ese orgulloso busto, de generoso volumen y magnífica proyección horizontal para desafiar la natural atracción de nuestro planeta. Ese top era tan ajustado, que incluso se podían apreciar los bordes del sujetador escotado que llevaba.

Con su alrededor de metro setenta y cinco de estatura, elevada otros cinco centímetros más por los botines que calzaba, la amiga de mi mujer podría pasar perfectamente por una modelo de lencería, y seguro que lo hubiera sido si sus inquietudes intelectuales no la hubiesen llevado a estudiar Derecho para ejercer como asesora legal de varias empresas.

Sin embargo, a pesar de su belleza, enseguida comprobé que no había luz en su rostro. Realmente aún estaba afectada por la ruptura, y a pesar de mi primera impresión, tuve la certeza de que la ligera sonrisa que emitió al verme, fue fugaz por su patente tristeza, no por una animadversión hacia el sexo masculino.

Mi corazón se ablandó. A pesar de que su visita no fuera en el momento más conveniente para Sandra y para mí, yo pondría todo de mi parte para que esos dos días que pasara con nosotros desconectase y se sintiera a gusto con nosotros.

— ¡Esta noche salimos a cenar! —dijo Sandra con entusiasmo, tras mostrarle su habitación para que dejase la maleta.

— La verdad es que, para hoy, preferiría algo más íntimo, si no os importa —contestó Nuria con tono monocorde—. ¿Podríamos cenar aquí y ponernos al día tranquilamente?. Mañana ya hacemos lo que queráis— forzó una sonrisa.

— Por mí no hay ningún problema —intervine al ver la decepción de mi esposa—. ¿Por qué no vais poniéndoos vosotras al día mientras yo os sirvo un vinito y preparo algo rico?.

— Eres un sol —dijo Sandra, dándome un cariñoso beso en los labios como hacía días que no me lo daba.

Sorprendido y encantado, correspondí su beso observando cómo Nuria nos miraba sonriendo y con un tenue brillo en su oscura mirada.

En aquel momento supe que, al ver a su amiga así, mi mujer había concluido que nuestra pequeña crisis de pareja no era nada comparada con la ruptura por la que había pasado Nuria.

Las chicas se fueron al salón, donde les serví sendas copas del mejor vino que teníamos, dejándoles intimidad mientras yo trasteaba en la cocina para darle un buen repaso a la paleta de ibérico, preparar un revuelto de setas  y pasar por la plancha algunas verduras.

Cuando comencé a preparar la mesa del salón, las dos amigas charlaban más animadamente. Parecía que Sandra ya había conseguido avanzar algo para alentar a Nuria, o tal vez fuera efecto del vino con el estómago vacío, pero fuese por lo que fuese, el gesto de nuestra invitada había cambiado por una expresión más jovial.

«Lástima que sea lesbiana», pensé mientras les servía a ambas otra copa de vino, y ella me lo agradecía con una bonita sonrisa. «Cualquier tío daría un brazo por quitarle las penas».

Terminé de preparar la cena en la cocina, y al llevarla al salón, las dos amigas estallaron en una carcajada.

— ¿Me he perdido algo? —pregunté, desconcertado.

— Nada, cariño —contestó Sandra, intercambiando una mirada cómplice con nuestra invitada—. Cosas de chicas…

Y ambas volvieron a reír al unísono, mientras yo me encogía de hombros sin entender nada.

«Al menos están las dos de buen humor», me dije. «Tal vez este fin de semana no sea tan coñazo como esperaba».

Durante la cena, comprobé que ese buen humor era sincero, exacerbado por las dos copas de vino que se habían tomado antes de probar bocado, pero verdadero. Así que la cena fue mucho más agradable y distendida de lo que me esperaba, regada con más vino de otra botella que abrí tras rematar yo la primera, y sazonada con un montón de anécdotas que las dos excompañeras me contaron de los dos años universitarios en los que compartieron piso.

Hasta aquel día, apenas había hablado con Nuria, y durante aquella cena, me conquistó con su encanto, aparte de sus evidentes encantos físicos.

Reímos los tres con sus historias y las peripecias que me contaron, mostrándome que, a pesar del tiempo transcurrido y la distancia, entre mi mujer y nuestra invitada aún quedaba una indiscutible complicidad.

Las dos estaban radiantes, incluso Sandra, de cuyo rostro se habían borrado las marcas de preocupación que en los últimos meses se habían convertido en habituales. Volvía a estar tan guapa como siempre había sido, con esos enormes ojos de color miel, enmarcados por unas larguísimas pestañas que aún los resaltaban más, brillantes y seductores. Sus rosados labios, carnosos y de idealizado perfil, volvían a mostrar su cautivadora sonrisa, y los vapores de la bebida alcohólica, habían sonrosado sus marcadas mejillas para ensalzarlas. Su cabello castaño, cortado a media melena, enmarcaba sus armoniosas facciones, cayendo un mechón sobre su frente para darle un aspecto juvenil y travieso.

«¿Cómo es posible que no le haga el amor casi todas las noches, como antes?», me pregunté, mirándola embobado y recordando cómo me había enamorado de ella a primera vista. «¿Cómo hemos llegado hasta aquí?».

— Me encanta cómo te mira tu marido —le dijo Nuria, verbalizando un pensamiento interno que el vino le había hecho exteriorizar—, se ve que le vuelves loco…

Por un momento, se hizo un tenso silencio en el que mi esposa y yo intercambiamos miradas.

— Ahora mismo no estamos en nuestro mejor momento —contestó ella—, pero a pesar de ello, sé que es así, como también que él me vuelve loca a mí.

Intercambiamos una sonrisa de complicidad, y los dos supimos que, a partir de ese mismo momento, superaríamos el bache en el que nos encontrábamos, dejándonos llevar por nuestros verdaderos sentimientos.

— Sois una pareja encantadora —dijo Nuria—, me dais envidia…

— Mejor dejemos ese tema ahora —intervine yo, viendo que aquello podía desembocar en una recaída en la melancolía de nuestra invitada, a la que empezaba a apreciar—. ¿Qué tal si nos tomamos una copita en el sofá mientras seguís contándome cosas de cuando erais compañeras de piso?.

Las dos asintieron encantadas con la idea, así que se sentaron juntas en el sofá, y yo, tras coger lo necesario, en el sillón frente a ellas.

Retomando los recuerdos de sus vivencias juntas, degustamos unas bebidas más fuertes que terminaron de darnos el tono para soslayar cualquier inhibición, de modo que acabaron confesándome algunas de sus aventuras y conquistas durante aquella etapa.

— ¿Te acuerdas del andaluz aquel? —preguntó Sandra a su amiga—, ¿cómo se llamaba?.

— Manolo, creo —contestó Nuria, haciendo memoria—. ¿Y cómo no me voy a acordar, si te lo tiraste en la primera fiesta que hicimos en el piso?.

Tal vez, en otro momento, aquello me habría resultado incómodo, pero los tres estábamos algo borrachos, y me lo estaba pasando mucho mejor de lo que mi lado más pesimista había vaticinado, así que no me importó en absoluto. Todos teníamos un pasado, incluido yo, y en el mío había bastantes más chicas de las que nunca le había confesado a mi esposa.

— ¿Serás zorra? —dijo mi mujer, haciéndose la indignada—. Mira que decir eso delante de mi marido…

Los tres reímos en consonancia.

— Además –—prosiguió—, no te acuerdas de él porque me lo tirase en la primera fiesta, sino porque a la mañana siguiente se equivocó de habitación al volver del servicio, ¡y te lo tiraste tú, guarrilla!.

— ¡Uy, es verdad! —exclamó Nuria entre risas—. Estaba tan bueno, que en cuanto se presentó en pelotas en mi habitación, tuve que consolarle por haberse equivocado, ¡ja, ja, ja!.

— ¿Pero tú no eras lesbiana? —le pregunté a bocajarro, alucinando.

— Sólo un poco —me contestó mi esposa, sin dejar de reír—. ¿No te lo había dicho?. A Nuria le van las tías y los tíos…

— Vamos, que soy bisexual —aclaró la aludida, coreando las risas.

Me quedé de piedra.

— ¡Uf! —resoplé—. Como cuando te conocí ya tenías novia, estaba convencido de que eras lesbiana… Perdona…

— Nada que perdonar, hombre —me dijo muerta de risa—. Es normal que pensaras eso… Hace más de tres años que no cato un tío…

No pude evitar mirarla de arriba abajo, constatando el bellezón que tenía ante mí, con su larga y brillante cabellera azabache, sus profundos ojos negros, sus sensuales labios hechos para el pecado, y ese cuerpazo de infarto que las prendas que llevaba delineaban esculturalmente.

En ese momento, un invisible autolimitador que me obligaba a verla como a una “colega”, se desactivó en mi cerebro, despertando mis instintos de macho ante un innegable objeto de deseo.

— Pues será porque no quieres —intervino de nuevo Sandra—. Porque, nena, con el pibón que eres, ¿cuántos tíos te han entrado ya desde que lo dejaste con Carmen?, ¿veinte al día?.

Los tres nos reímos con ganas, el alcohol convertía casi cualquier comentario en un chiste.

— Ninguno que me interesase —acabó contestando Nuria—. Ninguno tan interesante como tu maridito… —añadió, mirándome de arriba abajo y guiñándole un ojo a mi mujer.

— Es que tengo mucha suerte —dijo mi mujercita, poniéndose en pie con un ligero tambaleo para ir a sentarse en mi regazo, rodearme el cuello con los brazos y darme un morreo como hacía tiempo que no me daba.

El despertar de mis instintos que la revelación de Nuria había provocado, aceleró su progresión, aumentando el tamaño de mi virilidad para que, bajo mi pantalón y bóxer, alcanzase a rozar uno de los muslos desnudos de mi esposa, puesto que la falda que llevaba se había recogido hasta poco más de medio muslo al sentarse sobre mí.

— Estoy un poco borracha y me hago pis –soltó de repente Nuria—. Voy al baño un momento, no os acarameléis demasiado en mi ausencia, ¿eh?.

Sandra y yo nos reímos a carcajadas, mientras, no pude evitar quedarme contemplando cómo nuestra invitada se levantaba para ir al baño, admirando cómo esos leggins de “cuero” negro marcaban un perfecto culito redondo, prieto y excitantemente azotable.

Mi erección se hizo máxima, poniéndome la polla tan dura, que mi querida esposa tuvo que notarla claramente bajo su pierna.

— ¡Cómo le quedan esos leggins!, ¿eh? —me soltó Sandra cuando nos quedamos solos— ¡Menudo culito tiene!, ¿no?.

— ¿Por qué dices eso? —pregunté, sorprendido y acalorado.

— Joder, Óscar, ¡que casi le comes el culo con los ojos!.

— Yo… eh…

— Tranquilo, ya lo sé… Nuri está demasiado buena, tiene un cuerpazo. ¡Como para no mirarla!. Y no eres de piedra… Aunque ahora parece que lleves una en el pantalón —concluyó, moviendo sus muslos sobre mí para pegarse aún más a mi cuerpo.

— A quien deseo y echo de menos es a ti y tu cuerpo —contesté, tratando de eludir el tema, pero siendo totalmente sincero.

Y así era. Como ya dije antes, nuestra pequeña crisis nos tenía en una abstinencia que yo ya no podía soportar más. Deseaba a Sandra como siempre la había deseado. Tenía la gran suerte de que mi esposa fuera una mujer muy atractiva, cuyo dulce rostro, pero con cierto toque salvaje, me había enamorado desde el primer vistazo. Cuyo cuerpo, deseable para cuanto hombre lo observase, me había excitado en cuanto mis ojos pudieron liberarse del magnetismo de sus ojos de miel, y que a sus treinta, se mantenía joven, turgente y sensual.

Mis ojos descendieron por la anatomía de Sandra, llenándose con cómo le quedaba la blusa entallada que se había puesto ese día, con tres botones abiertos para formar un delicioso escote, en el que un profundo canalillo se mostraba como preámbulo a dos globosas tetas que mis manos, a pesar de ser grandes, no llegaban a cubrir. Su cintura, curvilínea y proporcionada, daba paso a unas poderosas caderas, envueltas en aquella falda que se había recogido mostrándome la tersura de sus muslos de piel clara, hasta concluir en las botas que le llegaban hasta las rodillas. Y aunque en ese momento no podía verlo, sabía perfectamente lo bien que esa misma falda se ajustaba a su culazo, de acorazonadas nalgas, generosas pero prietas, una exquisita porción de anatomía femenina que añoraba coger con ganas, estrujarlo y, como no, atravesarlo con mi ariete para deleite de ambos.

— Yo también os echo de menos, a ti, tu cuerpo, y ese pedazo de piedra que guardas ahí —me dijo, restregando sus muslos sobre mi dureza—. Pero tenemos una invitada…

Justo en ese momento, volvió Nuria.

— Chicos, que ya os he dicho que no os acarameléis —dijo, como quien vuelve a advertir a unos niños—, que no pasa nada porque os paséis un día sin echar un polvo…

Sandra se levantó, dejándome sentado para acercarse a su amiga.

— ¡Uy, un día! —exclamó—. Si ya llevamos… ¿cuánto, Óscar?, ¿dos semanas?, sin follar —confesó, haciendo nuevamente patente una extrema sinceridad etílica.

Yo me encogí de hombros, algo avergonzado.

— ¿Pero qué os pasa, chicos? —preguntó la morena con sorpresa.

Mi mujer la invitó a sentarse juntas en el sofá, y ante mi mutismo, le contó con todo detalle la situación por la que estábamos pasando, y el estrés al que estábamos sometidos.

— ¡Pero bueno, Sandra! —clamó su amiga—. Por mucho estrés que tengas… ¡Con lo bueno que está tu maridito! —afirmó, mirándome de reojo y mordiéndose ligeramente el labio inferior.

Mis efectivos, que ante la nueva situación, se habían batido en retirada, se rearmaron de valor para izar nuevamente el estandarte, aleccionados por las palabras y gestos de aquella morenaza.

— Ya, Nuri, ya lo sé… —contestó, mirándome ella también de reojo y reparando en el abultamiento de mi entrepierna.

Eso no hizo más que catapultar mi libido, que se disparó para marcar una buena erección.

— ¡Pues ya está!. Si tienes un tío así, es para comérselo enterito —afirmó Nuria, guiñándome a mí un ojo de forma pícara—. No hay nada más relajante…

Yo alucinaba con la conversación. En primer lugar, porque hasta minutos antes, siempre había creído que la excompañera de mi mujer era lesbiana; en segundo lugar porque, aleccionada por una ligera borrachera, nuestra invitada estaba diciendo claramente que el marido de su amiga, yo, le resultaba muy atractivo. Y en tercer lugar, porque aquella chica había venido a casa para que mi mujer le ayudase a superar una ruptura sentimental, y estaba resultando que era ella la que nos quería ayudar a superar nuestra pequeña crisis matrimonial. Una locura que a mi mente, medio embriagada, le costaba procesar.

— Tienes razón —reconoció Sandra, mirándome con los ojos brillantes—. Está para comérselo… ¡Ni estrés, ni tonterías!.

— Eso es, nena. ¡Con un tío así, es para estar todo el día follando! —proclamó nuestra invitada, como si fuera un aleluya.

En mi vida había sentido tal subidón de ego. Era consciente de mi atractivo para las mujeres, no en vano, antes de estar con Sandra, se podría decir que había tenido un currículo amatorio bastante variado y completo. Pero el tener a esas dos bellezas diciendo esas cosas de mí, sin ningún tapujo, puso mi autoestima en niveles estratosféricos.

— Tienes un marido cañón… —añadió Nuria, mirándome con descaro.

— Eso crees, ¿eh? —le contestó mi pareja—. Tal vez deberías verle mejor…

— Ummm… —emitió su amiga, continuando con una carcajada.

— Vais a conseguir sacarme los colores —intervine yo, al fin.

— Venga, cariño, déjame presumir de ti —me rogó Sandra, poniendo su carita de niña buena—. Ponte de pie para que te veamos bien…

Aquel gesto de mi mujer me resultaba irresistible, no podía negarle nada, me pidiese lo que me pidiese. Así que, a pesar de que era consciente de la tremenda erección que se evidenciaba bajo mi cintura, me puse en pie ante ellas, haciendo un teatral giro sobre mí mismo que alborozó a las dos espectadoras

— ¡Joder, qué bueno estás! —exclamó Nuria, atravesándome con sus oscuros ojos.

— ¡Y eso que no le has visto desnudo! —repuso mi esposa—. ¡Y no te imaginas la polla que tiene!.

— Uuuffff… —suspiró Nuria, mirándome directamente el paquete—. Algo me imagino, sí…

Dos mujeres preciosas admirándome, jamás habría imaginado encontrarme en semejante situación. Y esa morenaza, que durante tres años sólo había sido disfrutada por otra mujer, me estaba mirando sin pudor el paquete, mordiéndose el carnoso labio inferior. Sentía que los botones de mi ajustado pantalón podrían salir volando en cualquier momento.

— ¡Venga, tío bueno! —me aleccionó Sandra—, que Nuri vea que no miento, déjame presumir de marido buenorro… ¡Quítate la ropa!.

— ¡Eso, eso! —aplaudió su amiga—. A ver de qué presume esta exagerada…

Con mi ego en los límites de la vía láctea, envalentonado por los halagos y expectación, y desinhibido por las bebidas espirituosas, comencé a desabrocharme los botones de la camisa, moviéndome lentamente al ritmo de una canción que mi cerebro reproducía.

Con tres botones desabrochados, insinuando mis pectorales a través de la abertura, Sandra silbó.

— ¡Eso es, guapo!, ¡haznos un striptease ! —me animó.

Seguí desabrochándome los botones, meciendo mis caderas de lado a lado, hasta abrir completamente la camisa y despojarme de ella, contrayendo voluntariamente mis abdominales para alimentar mi vanidad haciéndolos más notables.

— ¡Vaya chulazo! —gritó Nuria, mostrándome con sus profundos ojos, abiertos de par en par, cuánto le agradaba lo que veía.

— ¿A que no exageraba? —le preguntó mi alterada mujercita.

— Con esto en casa, no me digas que no es para estar todo el día dándole —le respondió nuestra invitada.

— ¿Eso crees?, pues ya verás cuando veas el resto…

— Sí, sí —afirmó entusiasmada la morena—, ¡Enséñanos el resto!.

Yo ya estaba completamente metido en mi papel de objeto sexual, ¡y me encantaba!. Siguiendo el baile, me deshice del calzado y los calcetines, aunque el equilibrio etílico me jugó una mala pasada y a punto estuve de caer de morros contra el suelo, ante la tremenda carcajada de las dos espectadoras.

Repuesto, y riéndome yo también por mi torpeza, desabroché despacio los botones del pantalón, observando cómo aquellas dos preciosidades fijaban su vista en el tremendo bulto que se iba descubriendo.

Nuria se mordía el labio, clavándose las uñas en aquellos divinos muslos enfundados en los leggins, y Sandra se frotaba un muslo contra otro mientras sus dedos recorrían arriba y abajo su escote.

Terminé de desabrocharme y, rápidamente, me saqué los pantalones para mostrar con orgullo cómo el bóxer de licra azul que llevaba, era una segunda piel que apenas podía contener la fálica forma que escandalosamente se marcaba, y que ya evidenciaba una pequeña mancha húmeda.

Las dos mujeres suspiraron al unísono.

— Venga, nene —volvió a animarme mi esposa—. Enséñanos esa polla, que Nuri hace mucho que no ve una, y seguro que nunca ha visto un pollón así…

— ¡Quítatelo todo, macizorro! —clamó la amiga, totalmente desbocada.

Los deseos de aquellas dos excitadas hembras eran órdenes para mí, así que, para ellas, me quedé completamente desnudo con mi lanza en ristre.

— ¡Joder, qué pedazo de rabo! —exclamó admirada la morena.

No pude evitar que se me escapase una carcajada de satisfacción y, continuando con la canción que sonaba en mi cabeza, seguí meciendo mis caderas de lado a lado, de tal modo que la poderosa vara cimbreó para deleite de mi público.

— Ya te lo había dicho —dijo Sandra con vehemencia.

Siempre me he sentido orgulloso de mi dotación, siempre ha causado muy buena impresión e, incluso, se ha ganado algún elogio al presentarse. Sé que no está bien visto presumir de ello, pero tengo una polla grande, larga y gruesa por encima de la media, que ha vuelto locas a unas cuantas mujeres, y que a pesar del bache por el que estábamos pasando, mi consorte estaba encantada con ella, siendo objeto irracional de su deseo.

Mi querida esposa seguía mis movimientos con una mirada viciosa, humedeciéndose los labios, haciéndome tener la certeza de que, si hubiésemos estado solos, ya se habría abalanzado sobre mí. Pero a pesar del terrible estado de excitación en el que se encontraba, llegándosele a marcar los pezones en la blusa, supo contenerse para poder dar buena cuenta de mí cuando ya estuviésemos a solas en nuestro lecho conyugal.

Sin embargo, para sorpresa de ambos, la que se levantó fue Nuria, cuyos pitones también se evidenciaban en su top, apuntándome en su prominente busto, mientras se ponía ante mí y acompañaba mi baile con un hipnótico movimiento de caderas.

«¡Joder, pero qué increíblemente buena está!», pensé, sin perder detalle de su voluptuosa figura contoneándose ante mí.

Ese top, aunque no mostraba nada explícitamente, se ceñía tan perfectamente al talle y pecho de mi compañera de danza, que no era necesaria la imaginación para saber que, aunque algo menos voluminosas que las de mi mujer, las tetas de Nuria eran un todo un ejemplo de perfección y turgencia femenina. Y en cuanto a esos leggins símil cuero negro, prenda fetiche para mí, eran una brillante y suave segunda piel que ensalzaban unas piernas largas, de muslos bien torneados, y un culo que, cada vez que hacía un giro sobre sí misma, me volvía loco con la redondez de unos glúteos prietos y respingones.

«Tengo que grabar esto en mi memoria para el resto de mi vida», me dije. «Y en cuanto se vaya a la cama, le voy a echar a Sandra el padre de todos los polvos».

— ¡Olé, olé y olé! —nos jaleaba mi esposa entre risas—. Así, Nuri, dándolo todo como siempre has hecho…

La aludida clavó sus insondables ojos en los míos y, mordiéndose el labio, posó las palmas de sus manos sobre mis pectorales.

— ¡Eso es, nena! —siguió animándola mi chica—. ¡Tú siempre fuiste la reina de la fiesta!.

Las suaves manos de aquella reina acariciaron mi pecho, poniendo duros mis propios pezones, y descendieron por mi torso para acariciar, con las yemas de sus dedos, mis abdominales, obligándolos a contraerse por el placentero cosquilleo.

Mirándome con fuego en sus pupilas, suspiró. Y una de sus manos alcanzó el exultante músculo cimbreante para acariciarlo, recorriendo toda su longitud muy suavemente.

— Diossss… —dijo entre dientes.

Miré con gesto interrogante a Sandra, diciéndole mentalmente: «¡Me está tocando la polla!». Pero parecía que ella estaba encantada con el espectáculo que estaba presenciando, y encantada con ver a su amiga tan suelta y animada.

Mirando fijamente a mi esposa, incrédulo porque se mostrase tan permisiva, estudié el más leve gesto de su rostro en búsqueda de un atisbo de contrariedad. También, algo avergonzado, no podía volver la vista hacia el bellezón que me acariciaba, como descargo de conciencia en el que mi cerebro hacía la pirueta de interpretar que aquellas caricias procedían de aquella a quien miraba, y no de quien me las efectuaba. Porque, por supuesto, aquello era tan excitante y placentero, que yo no tenía voluntad propia para detenerlo.

Lo único que se detuvo, inconscientemente, fue mi movimiento de caderas, mientras sentía cómo la mano de mi insospechada admiradora abandonaba mi falo y se unía a la otra acariciándome los glúteos, convertidos en rocas.

Sentí sus dedos deslizarse por mi piel, recorriendo mis muslos hacia abajo, mientras alucinaba con cómo mi mujer sonreía y daba un trago a su copa.

Subido en una nube por la ligera embriaguez, lo inaudito de la situación, la incredulidad, y la parsimonia de “mi dueña”, de pronto sentí una exquisita sensación de calor, suavidad y humedad en la punta de mi rígido músculo, junto con una leve presión.

Confuso por no haberme dado cuenta, como si me hubiese saltado una página de un libro, busqué a Nuria sin encontrarla ante mí, sino arrodillada a mis pies, sujetándome por los muslos mientras mi largo cetro se perdía entre sus carnosos labios, con mi glande dentro de su boca.

— Oooohhh… —emití al ver aquello, sintiendo cómo la presión se intensificaba, y mi verga era succionada por la boquita de esa diosa.

Con gula, mi improvisada felatriz se metió en su cálida, suave y húmeda cavidad cuanta dura carne pudo, ejerciendo una enloquecedora presión para volver a sacársela, sólo, hasta la corona de mi balano para, acto seguido, volver a succionarla comenzándome una increíble mamada.

— Jodeeeer, cómo la chupas, Nuria —se me escapó, envuelto en placer.

Al oírme a mí mismo esas palabras, mi cerebro se reactivó y volví a mirar a mi mujer, quien, entre escandalizada y excitada, observaba con la boca abierta cómo su amiga le comía la polla a su marido.

Durante unos placenteros segundos, en los que disfruté de cómo nuestra invitada chupaba mi enhiesto miembro engulléndolo hasta la mitad de su longitud, Sandra sólo se dedicó a observar. Hasta que, por fin, reaccionó, pero no como yo habría imaginado que reaccionaría.

— ¡Eh! —exclamó, levantándose como una exhalación para situarse de rodillas junto a su amiga—. ¡Que este pollón es mío!.

Y agarró mi pértiga para sacársela a su compañera de la boca y succionármela con ganas, como ella bien sabía hacerme.

— Dioossss… —invoqué, teniendo que poner mis manos sobre las cabezas de la morena y la castaña para no caerme por el temblor de piernas.

— Lo siento —se disculpó Nuria tras unos segundos en los que observó, fascinada, cómo su amiga se tragaba mi barra de carne con verdadero ansia—. Óscar está tan rico, y hacía tanto que no tenía para mí una polla de verdad, que me he dejado llevar… —añadió, apesadumbrada.

Sandra detuvo la imperiosa mamada con la que me estaba haciendo ver las estrellas, pues era una verdadera experta y estaba hambrienta, dejándome al borde del orgasmo tras desencajarse mi glande de la garganta y succionarme, hundiendo sus carrillos, hasta que todo mi sable se desenvainó de entre sus suaves labios.

Yo creía que enloquecería por aquella parada repentina. Me dolían los huevos por llevar dos semanas sin descargar su producción, y por el salvaje nivel de excitación alcanzado hasta ese momento. Pero ni me atreví a protestar, esperando acontecimientos y temiendo que se destruyera lo que parecía un momento mágico.

— Te entiendo perfectamente —le contestó mi mujer—. ¿Hace más de tres años que no te comes una polla, y voy yo, y te pongo en bandeja el pollón de mi marido para no dejarte disfrutarlo?. ¡Eso es cruel!. Y nosotros queremos que olvides a esa tía que no te merecía, pasándotelo bien, ¿verdad cariño? —me preguntó a mí.

— Pues claro que sí —dije desde las alturas, desconcertado y expectante.

— Toma —le dijo Sandra a su amiga, ofreciéndole mi músculo ensalivado—. Yo puedo tenerlo en cualquier momento, y este debería ser el tuyo… ¿Quieres comerte el pollón de mi marido?.

Nuria tomó la dura barra de carne con su mano y, con un brillo de felicidad y excitación en su mirada, asintió con la cabeza.

— ¡Pues cómetelo! —sentenció mi generosa esposa, empujando mi cadera para que mi glande se posase sobre los rosados labios de la invitada.

Los carnosos pétalos succionaron, haciendo que la punta de mi verga entrase en el calor de aquella acogedora boca, deslizándose suavemente entre ellos.

— Uumm… —gemí, agradeciendo la exquisita sensación, observando cómo las dos mujeres me miraban fijamente para corroborar mi satisfacción.

Con un movimiento de su cabeza hacia delante, aquella que yo había creído lesbiana, deslizó sus labios por el tronco de mi herramienta, llenándose la boca de macho a medida que mi rigidez se deslizaba por su lengua hasta alcanzarle la garganta.

Todo lo acontecido desde que terminamos de cenar había sido tan estimulante, la situación tan onírica, y Nuria tan preciosa y golosa, que sentí que no podría aguantar la exquisita humedad y succión de su boca.

Tal vez fuera por el innegable dolor testicular, que confundía mi percepción, o tal vez fuera real por estar tan completamente saturado que ya me desbordaba, pero el caso es que tuve la sensación de que me corría, con un espasmo de mi miembro y una leve eyaculación sobre la lengua de la felatriz cuando ésta se estaba sacando la carne de su voraz cavidad.

— Mmmm… —me pareció oír, sintiendo cómo la presión y la succión aumentaban envolviendo mi estaca.

La morenaza terminó de sacársela con un jugoso beso en el balano, tras el cual, juraría que saboreaba y tragaba.

— ¡Qué rico está tu maridito! —le dijo a Sandra—.Echaba tanto de menos el sabor a hombre…

Ambas se sonrieron con mi sonrosado cetro antes sus bellos rostros. Si, de verdad, aquello hubiera sido un orgasmo, el resto de mi abundante corrida habría ido directo sobre las caras de las dos guapas mujeres arrodilladas ante mi potente músculo. Pero no, supuse que me había equivocado por el tiempo de abstinencia y el dolor que este me había producido, o sólo había sido un conato de eyaculación, fruto de una abundancia ya incontenible.

Fuse lo que fuese, el dolor se mitigó, mi polla seguía como el asta de la bandera, y tenía unas ganas locas de que aquello no se detuviera.

— No te cortes, preciosa —animó mi esposa—, come cuanto quieras, que mi maridito tiene mucho y le veo encantado —añadió, guiñándome un ojo.

No pude más que sonreír desde las alturas, nunca habría imaginado que esa primera noche tomaría ese rumbo, nunca habría imaginado a mi mujer ofreciéndole mi rabo a una amiga. Pero allí estaba, y gruñí de gusto cuando Nuria volvió a tomar mi glande entre sus labios y envainó casi la mitad de mi sable con su hambrienta boca, clavándome sus negros ojos en los míos, mientras sujetaba con la mano el tronco que no era capaz de engullir.

Habiéndose calmado el dolor de momentos antes, quedando sólo un vestigio, y sintiendo que mi capacidad de disfrute se había prolongado para no precipitarse mi catarsis, gocé de cómo la inusitada mamadora jugueteaba con mi polla en su boca, rodeando su grueso contorno, una y otra vez, con ávidas caricias de su lengua.

Aquel cosquilleo era maravilloso, placentero pero a la vez no culminante, por lo que mis caderas, en acto reflejo, iniciaron un suave vaivén acompañando las caricias linguales.

Mi dadivosa mujercita alternaba su vista, con una pervertida sonrisa y mirada de vicio, entre mi virilidad atravesando los labios de su amiga, y mi cara de satisfacción, mientras acariciaba mi contraído glúteo derecho.

Nuria colocó su lengua bajo mi tronco, y convirtió su boca y garganta en un estrecho, ardiente y mojado túnel que aspiraba, lenta y profundamente, mi polla con un rítmico movimiento cervical y enloquecedora potencia de succión.

— Oooohhh, Nuria, así me vas a matar enseguida… —interrumpí el evocador sonido de la saliva escurriendo en mi falo, para ser deglutida con el empuje de mi terso y sensible glande en su garganta.

La aludida ni se inmutó. Siguió chupando con la misma intensidad y cadencia, disfrutando mi viril dotación como quien degusta un helado de crema que no quiere que acabe jamás, sin prisa pero sin pausa.

Todo mi cuerpo se tensó al máximo, aquella prueba era demasiado exigente para mi resistencia tras dos semanas de abstinencia.

— Eso es, cariño —me dijo Sandra, viendo que ya estaba en el punto de no retorno—. Dáselo todo, como cuando me lo das a mí —añadió, con una cara de viciosa como nunca le había visto.

Su mano pasó de acariciar mi culo, a coger mis hinchadas pelotas para apretarlas suavemente, con su dedo corazón presionándome la próstata en el momento justo en que los carrillos de Nuria se hundían sacándose mi pértiga de la boca.

— ¡Dioooossss! —grité.

Sentí cómo un abundante borbotón de semen partía desde mi próstata, con un poderoso disparo que me hizo estremecer, para propulsarse hacia el exterior. Mi polla entró en erupción con el glande sujeto por los carnosos labios de la preciosa morena, a la que inundé la boca con una furiosa eyaculación de hirviente esperma.

La succión volvió a tirar de mi palpitante músculo, y mi verga penetró más en la anegada cavidad, mientras el denso elixir orgásmico era tragado por Nuria. Pero aquella eyaculación no había sido más que el principio de una incontrolable corrida, con la que todo mi cuerpo tembló mientras más ardientes lechazos se estrellaban furiosamente contra el goloso paladar.

La hambrienta belleza, con los ojos cerrados, hizo un alarde de voracidad y control de la situación, tragando cada nueva descarga sin dejar de mamar con un suave movimiento de cabeza, el cual hacía que mi propio semen lubricase sus labios al deslizarse por el tronco de mi triunfal hombría.

Esa viciosa hembra estaba tomándose un pervertido biberón que mi mujer le ayudaba a apurar, acariciándome los testículos y masajeándome la raíz de mi fuste para que toda mi leche se descargase en la boca de su amiga.

Así, mi orgasmo se prolongó con una brutal corrida de múltiples y abundantes eyaculaciones, que me hicieron sentir que todo mi ser sería engullido por nuestra invitada. Hasta que, con un largo suspiro naciente en los confines de mi interior, mis últimas existencias se derramaron lánguidamente sobre la lengua de mi excepcional benefactora, quien, con una última chupada, dejó salir mi polla de entre sus brillantes labios, embadurnados con su saliva y mi leche.

Nuria soltó el músculo que ya había perdido algo de su rigidez, a la vez que Sandra liberaba mis testículos para dejarlos colgar nuevamente, aliviados, mientras yo daba medio paso hacia atrás y, con mi equilibrio mermado, caía sentándome en el sillón.

«Se acabó», pensé, más satisfecho que en varios meses. «Acabo de disfrutar de la experiencia más increíble y excitante de mi vida. A partir de ahora, ya nada será igual…»

2

Efectivamente, a partir de aquel momento, ya nada sería igual, pues aquella loca noche aún me deparaba más sorpresas.

Apenas había terminado de formular mi último pensamiento, tras correrme como un caballo en la boca de la amiga de mi esposa, cuando, atónito, contemplé cómo el rostro de mi mujer se acercaba al de su excompañera, y su rosada lengua lamía los brillantes labios de ésta.

Nuria tomó a Sandra por la nuca, y succionó la lengua que le acariciaba sus carnosos pétalos para que se introdujese en su enlechada cavidad bucal.

Agarrándome a los brazos del sillón, como queriendo constatar que estaba en el mundo real, observé exultante cómo aquellas dos bellezas se fusionaban en un tórrido beso, en el que sus labios y lenguas se acariciaban excitantemente, para permitirme ver cómo se mezclaban sus salivas y mi semen compartido.

El jugoso beso, de fluido y evocador sonido, se prolongó durante un par de minutos en los que a mí me pareció que el tiempo se había detenido.

Los labios de las dos mujeres se separaron, quedando unidos, tan solo, por un fino hilo blanquecino mientras ambas se miraban a los ojos con lujuria.

Con mi respiración suspendida, y el corazón a punto de salírseme del pecho, vi cómo ese breve impasse desembocaba en un ataque directo de la morena a la castaña.

Nuria se abalanzó sobre Sandra, y sus pétalos volvieron a fusionarse con lujuriosa pasión. Mi mujer agarró a su amiga por su estrecha cintura, y ésta, directamente, le agarró un pecho, acariciándoselo por encima de la blusa mientras sus labios y lenguas se debatían en el más ardiente y sensual beso que jamás soñé presenciar.

Enseguida, entre mutuas caricias recorriendo sus femeninos y curvilíneos cuerpos, los habilidosos dedos de la invitada desabrocharon la prenda superior de mi esposa, para quitársela, y hundir su rostro en los mullidos pechos que yo añoraba amasar y comer con gula.

Sandra me miró, jadeando mientras su amiga le oprimía sus tetazas y las mordisqueaba por encima del sujetador. Estaba bellísima, con sus pómulos sonrojados, sus ojos brillantes, y sus labios húmedos y prominentes.

— Te quiero —le susurré—. Déjate llevar…

— Y yo a ti… —susurró también ella.

Nunca imaginé como algo real el que mi querida esposa tuviera esa facilidad para experimentar con otra mujer, sólo había sido una fantasía recurrente al confesarme que, años atrás, había tenido una experiencia lésbica. Pero allí estaba, dándome el espectáculo de mi vida con la amiga más cañón de todas cuantas me había presentado desde que nos conocimos.

Ni por asomo se me había ocurrido que esa fantasía se pudiera cumplir. Cierto es que siempre había sabido admirar la belleza de otras mujeres, o que me había comentado brevemente su experiencia pasada, pero de ahí, a más… Y conmigo siempre había mostrado una auténtica pasión por la anatomía masculina, concretamente por la mía. Le gustaba y excitaba mi cuerpo, siempre me había hecho saber que le resultaba irresistible, y que no había nada que le excitase más que verme con mi pollón (como a ella le gustaba llamarlo) listo para atravesarla.

Apartándola de sus pechos, Sandra tiró del top de Nuria, sacándoselo por la cabeza y confirmándome el buen par de redondas y turgentes tetas de su amiga. Las tomó con las manos, y las presionó con ganas.

— Ummmm, así —susurró la morenaza, aprovechando ella para desabrocharle el sujetador y quitárselo, liberando los generosos senos de mi esposa para estrujárselos a piel desnuda.

Mi mujer también desabrochó el sujetador de su compañera, y esos excelentes pechos, firmes y globosos, nos mostraron a ambos sus pezones puntiagudos como pitones.

Entonces, fue Nuria la que me miró a mí, mientras con una sonrisa llena de picardía tomaba la cabeza de castaño cabello para acercarla a unos de sus pezones.

— Qué bueno, Sandrita —dijo cuando su amiga tomó el pezón con los labios y comenzó a chuparlo, amamantándose del turgente seno mientras estrujaba el otro con los dedos.

En aquella pareja femenina, en ese momento, estaba claro quién llevaba la iniciativa. La experimentada en esos menesteres, tomó de nuevo el rostro de mi increíble esposa, y ambas se unieron en otro maravilloso beso lésbico, mientras, de rodillas y con sus cuerpos desnudos de cintura para arriba, se pegaban la una a la otra con sus voluptuosos pechos aplastándose mutuamente.

Los besos eran suaves, pausados, con un aleteo de sensuales labios rozándose, acariciándose, mientras sus lenguas entraban y salían de sus bocas buscándose y enredándose a la vez que sus pezones se friccionaban entre sí.

En mi vida había visto nada más erótico, y a pesar del poco tiempo transcurrido, sentí que el riego sanguíneo volvía a fluir por mi entrepierna.

Las dos preciosidades acabaron rodando sobre la alfombra, con la dominante Nuria sobre mi esposa, recorriendo sus pechos y barriguita con la lengua mientras le desabrochaba la falda y se la quitaba, mostrándonos el empapado tanga blanco.

— Qué buena has estado siempre, nena —le dijo—. No me extraña que Óscar quiera follarte todos los días…

— Ufff, ya te he dicho que últimamente no… —resopló Sandra, mirándome y haciéndome sentir algo culpable.

— Será porque no habréis sabido encontrar el momento, y la presión os ha vencido —contestó su amiga, sacándole el tanga sin molestarse en quitarle las botas—. Porque te aseguro que él está más que preparado…

El coño de mi esposa, con su triangulito de vello recortado, se mostró rosado, hinchado y rezumante de fluido femenino.

— ¿Y tú cómo lo sabes? —preguntó, obnubilada por la excitación de tener a su amiga con la cabeza entre sus muslos.

— Porque antes se ha corrido como un caballo en mi boca, dándome toda la leche que tenía para ti…

— Jodeeer… —dijimos mi esposa y yo al unísono.

— …ahora deseo que seas tú la que se corra en mi boca.

La cabeza de Nuria se hundió entre los muslos de Sandra, y ésta gimió vehementemente cuando la experta y prohibida lengua se le metió en el coño.

Con mi polla ya dura, aunque no en su máxima expresión, aún, observé maravillado cómo la melena azabache se movía en la entrepierna de mi esposa, mientras ésta se retorcía de placer estrujándose los pechos.

Deseé intervenir, unirme a las dos y ser yo quien amasase los pechos de mi amada, pero sabía que, visto cómo se estaban desarrollando los acontecimientos, llegaría mi turno. Por lo que me permití el lujo de ser un simple espectador de cómo mi amada estaba siendo comida por otra mujer ante mí, mientras esa otra mujer, era un pibón que me estaba cortando la respiración con su perfecto culo respingón envuelto en mis leggins fetiche, totalmente en pompa, y meneándose de lado a lado mientras degustaba el coño que yo llevaba tiempo sin saborear.

— Nuri, me corro, Nuri, me corro… ¡Cariño, me corrooooo…! —gritó de repente Sandra, sujetando la melena azabache mientras sus ojos, abiertos de par en par, me miraban a mí con fuego en ellos.

Todo su cuerpo se arqueó sobre la alfombra, mientras su amiga daba buena cuenta de los cálidos fluidos de su poderoso orgasmo, hasta que, finalmente, este llegó a su fin.

Nuria subió por el cuerpo de su amiga, y la besó con pasión, ofreciéndole el sabor de su propio coño escanciado en su boca.

«Y ahora es cuando vuelvo a intervenir yo», pensé, aunque mi polla aún no hubiese tenido tiempo de recuperarse completamente de la sublime purga a que había sido sometida.

Sin embargo, el espectáculo lésbico aún no había acabado y, para mi asombro por su toma de iniciativa, Sandra obligó a su compañera a incorporarse para seguir besándose de pie ante mí, acariciando todo su voluptuoso cuerpo con las mismas ganas que yo habría puesto.

— Creo que tú también necesitas disfrutar de un buen orgasmo como el que nos has regalado a nosotros —le dijo—. ¿Verdad, cariño? —me preguntó a mí.

— Por supuesto que sí —contesté entusiasmado.

— Ahora soy yo la que va a hacer que te corras en mi boca —volvió a dirigirse a su amiga.

— Ummm… Me encantaría, Sandra. Estáis tan buenos los dos, y me tenéis tan cachonda…

— ¡Tú sí que estás buena!. Tanto, que casi me das envidia… —confesó con una sonrisa—. Desde que entraste en esta casa, Óscar no ha podido dejar de mirarte el culo… ¡Y es que hay que ver cómo te quedan estos leggins! —exclamó, acariciándole las prietas nalgas.

— Vosotros sí que sabéis cómo hacer que una se sienta atractiva y especial —contestó, guiñándome un ojo y dándole un beso a mi esposa.

Sus labios volvieron a acariciarse suavemente en esa erótica danza de rosados pétalos que se rozaban, mientras las húmedas lenguas se buscaban tanteándose, lamiendo dulcemente, y enroscándose en pausado compás.

Las manos de mi esposa se habían convertido en manos de apasionado amante, presionando la consistencia de las divinas posaderas de su pareja, recorriendo en cálida caricia su estrecha cintura, y subiendo hasta los excelsos pechos para acariciarlos y amasarlos, mientras sus labios se deslizaban por el sensible cuello femenino, descendiendo hasta lamer los erizados pezones y llenarse la boca con una abundante porción de moldeable carne mamaria.

— Uuuuhh —ululó dulcemente Nuria—. Me encanta cómo me come las tetas tu mujercita —me dijo, mirando cómo mi miembro alzaba su cabeza.

— Es que tienes unas tetas preciosas —le contesté, acariciando suavemente el músculo que se izaba y le hacía morderse el labio ante su visión.

Nuestra invitada, me hizo otro de sus pícaros guiños y, tomando los cabellos de Sandra entre sus dedos, la hizo descender hasta debajo de su cintura donde, mi irreconocible esposa, presionó con su boca la vulva cubierta de brillante tejido negro.

— Uumm —gimió la estimulada—. Si te gustan, ahora pueden ser tuyas… —añadió, elevando su pecho ante la presión de la boca de mi mujer en su intimidad,  ensalzando la excelencia de lo ya irresistible.

Sandra no se opuso a la sugerencia. En cuclillas, entre las firmes piernas abiertas de su amiga, más bien reafirmó la invitación presionándole el culo con pasión para que su espalda se arquease ligeramente, haciendo que se elevasen aún más.

Con mi lanza ya completamente armada, no dudé en aceptar la invitación. Me levanté y me acerqué a esa morenaza por detrás, pasando las palmas de mis manos bajo sus brazos para posarlas en sus divinos y redondos pechos, haciendo la función de las copas de un sujetador.

— Qué manos tan cálidas… —susurró.

Mientras yo presionaba suavemente esos dulces melones, calibrando su volumen, peso y excitante consistencia, Sandra tiró de la elástica prenda inferior de su antigua compañera de piso, arrastrando con ella el empapado tanga para, tras quitarle los botines, dejarla completamente desnuda, como ya lo estábamos yo mismo y mi amada esposa, salvo por las botas que Nuria no se había molestado en quitarle antes.

— ¡Guau, Nuri! —exclamó quien ya se había arrodillado ante la vulva desnuda— Esto no estaba así la última vez que lo vi, ¡te lo has depilado todo!.

«¿La última vez que lo vio?», me pregunté confuso y terriblemente excitado. «¿Sandra ya le había visto el conejito a su compañera…?»

— A Carmen le gustaba comérmelo limpito —contestó, recordando con aflicción—, así que me lo hice total y permanente, con láser.

Ese instante de doloroso recuerdo apenas duró un segundo, porque la desatada lengua de mi mujer realizó una profunda lamida, de abajo arriba, a ese despejado coñito rezumante de ardientes jugos.

— Ooohh… —volvió a arquearse Nuria, apoyando sus hombros sobre mi pecho, y su prieto culito contra mi dura estaca.

Apreté sus gloriosas tetas con mis manos, y recoloqué, moviendo la cadera, mi enhiesta vara para que se instalase, longitudinalmente, entre las dos rocas de río que eran sus glúteos.

— Estás licuándote —le dijo Sandra desde sus bajos.

— Uufff… sí… Me tenéis a punto de correrme…

— Córrete en la boca de mi mujer —le susurré yo al oído.

Mientras amasaba esas tetazas, masajeándolas y pellizcando sus pezones como escarpias, y restregaba mi polla en su culo para que sintiera toda su dureza y tamaño. Pude ver cómo, mirándonos a los dos con sus ojos incandescentes, Sandra acoplaba sus sensuales labios a la vulva de nuestra invitada, para que su lengua penetrase el jugoso coñito, y así comérselo con una voracidad y pericia que me dejó anonadado.

Nuria comenzó a gemir descontrolada, con una mano sobre la cabeza de su devoradora, y la otra en mi nuca, echando la cabeza hacia atrás para entregarse completamente a sus complacientes anfitriones.

Mis labios succionaron la delicada piel de su cuello, mientras mis manos estrujaban sus moldeables montañas y mi polla le abría las firmes nalgas, restregándose entre ellas.

Al mismo tiempo, mi preciosa esposa, atenazándole los muslos, la  penetraba fogosamente con la lengua, succionándola y lamiéndole el clítoris, haciéndolo vibrar, batiendo y degustando sus cálidos flujos femeninos con gula y lujuria.

Nuria no pudo aguantar más que un par de minutos nuestra doble dedicación a su placer. Las sensaciones siendo poseída por una pareja eran tan intensas, y su excitación tan soberbia desde que todo aquello había comenzado con mi striptease, que de repente estalló en un brutal orgasmo que le hizo gritar en pleno éxtasis.

— ¡Dioooosss…! —clamó al cielo, dándole a beber a Sandra los caldos de su máximo goce, y apretando mi verga con sus glúteos de forma enloquecedoramente estimulante.

Tras el cenit de su máxima liberación, el escultural cuerpo de nuestra amiga se relajó completamente. Las piernas le temblaban de tal forma, que habría caído sobre la alfombra si yo no la hubiera tenido bien sujeta.

Con delicadeza, aunque lamentándome internamente por tener que soltar sus deliciosa tetas y tener que desincrustar mi asta de entre sus divinas nalgas, la dejé sentarse en el sillón que minutos antes había ocupado yo.

Sandra se levantó sonriente, y en cuanto dejé a Nuria, se abalanzó sobre mí, pegando su febril cuerpo al mío para besarme pasionalmente, metiéndome su escurridiza lengua en la boca mientras su pelvis aprisionaba mi pértiga entre ambos, haciéndome sentir en ella que su conejito ardía completamente empapado.

— Sabes a coño… —le dije, tras succionar su carnoso labio inferior.

— Al coño de Nuria —me contestó, sonriente y con su voz cargada de excitación—. ¿Te gusta?.

— ¡Joder, me encanta! —exclamé, siendo yo esa vez quien le metió la lengua para degustar de su boca el orgasmo de su amiga.

Detrás de mí, oí cómo nuestra invitada suspiraba.

— Fóllame, Óscar —me dijo mi mujer—. Estoy como una perra y necesito tu pollón —afirmó, apretándome el culo para que mi dureza se clavase en su pelvis y abdomen.

Agarré uno de sus tersos muslos y lo subí hasta mi cintura, flexionando ese instrumento de placer que a ella tanto le gustaba, para que sus labios vaginales besasen su tronco embadurnándolo de cálido zumo de hembra, mientras la dura barra se deslizaba adelante y atrás, acariciándole toda su rajita en plena combustión.

— Chicos, creo que deberíais iros a la cama para estar más cómodos —dijo Nuria, levantándose para recoger, a nuestro pies, su tanguita.

— Umm, sí… —le contestó Sandra, sin dejar de balancear sus caderas—. Pero no vas a quedarte sola… —añadió, buscando mi aprobación con sus melosos ojos incendiados.

— Claro que no —intervine, creyendo que estaba viviendo un sueño, fascinado por cómo mi amada esposa tenía tantas ganas como yo de seguir cumpliendo fantasías— Esto es por ti, ven con nosotros —le ofrecí, viendo cómo mi proposición le hacía morderse el labio.

— ¿Te gustaría ver cómo me folla el macizorro de mi marido? —le preguntó Sandra con lujuria, alargando su mano para acariciar el redondo contorno de un pecho de su amiga—. Todo él se pone tan duro…

— Uf, me encantaría —confirmó la invitada, con sus pezones como flechas apuntándonos—. Sois increíbles, no sé cuál de los dos me pone más… —subrayó sus palabras acariciándonos a ambos el culo.

«Y pensar que hasta hace unas horas no quería que este pibón viniese a casa…», me dije, bajando la pierna de mi mujer para tomarla de la mano y conducirla al dormitorio. «¡Y resulta que nos ha devuelto las ganas de follar!. Joder, me encantaría follármela a ella también…»

Sandra cogió la mano de su amiga, y llegamos los tres al dormitorio, donde ella se tumbó sobre nuestra amplia cama. Abriéndose de piernas para mí, mostrándome cómo su vulva, adornada con su coqueto triangulito de vello negro, estaba congestionada y brillante de jugo de hembra, me incitó a tomarla:

— Vamos, cariño, fóllame como tú sabes. Echo de menos tu pollón dentro de mí, necesito volver a sentir toda tu fuerza…

— Un momento —interrumpió Nuria, poniéndome la mano en el pecho cuando estaba a punto de colocarme sobre su antigua compañera de piso—. Antes me dejé una cosa, déjame ayudar…

Ante mi evidente desconcierto, la invitada cogió una de las botas de mi mujer, y la ayudó a sacársela.

— Así no os estorbarán —dijo, haciéndome un guiño de complicidad mientras tomaba la otra bota y descubría la pantorrilla y pie de su amiga.

Sin embargo, tres años de relación lésbica y costumbre no se diluyen tan fácilmente, y antes de apartarse para permitirme penetrar a mi ansiosa esposa, Nuria cayó en la tentación de volver a degustar la jugosa fruta que pedía a gritos ser atacada.

— Ooohh, jodeeeerr, Nuriiii… —dijo Sandra al sentir la boca de su amiga acoplándose a su vulva, con la inquieta lengua penetrando entre sus gruesos labios.

Por unos maravillosos instantes, desde una privilegiada perspectiva, contemplé con mi verga como una pieza de artillería, cómo el perfecto culo de nuestra invitada se alzaba y abría al agacharse su dueña para sumergirse entre los muslos de mi deslumbrante esposa; quien, desnuda y jadeante, con sus rotundos pechos meciéndose al ritmo de su acelerada respiración, disfrutaba de la voraz comida de coño que aquella melena azabache inserta entre sus firmes muslos sólo me permitía intuir.

Entonces, fui yo quien sucumbió a la tentación. Aquella visión era demasiado gloriosa para no querer formar parte de ella. Mientras licuaba aún más la gruta de mi mujer, el precioso cuerpo de Nuria arqueaba su espalda ante mí, ofreciéndome una espectacular panorámica de su redondeado culito para que deseara rompérselo con mi consistente taladro. Primero le embestiría su lampiña, abierta y mojada almeja, deleitándome con ella unos instantes para tomar su cálida lubricación, y después le perforaría esas cachas que tan explícitamente se me ofrecían.

Agarré aquellas duras nalgas acariciando su consistencia, y me situé de rodillas para que mi glande contactase con los carnosos y húmedos labios, apuntando para que la estocada fuera certera y mi polla pudiera ensartar a nuestra invitada de un solo golpe de cadera.

Al sentir mis manos en sus glúteos, y mi balano rozando la entrada a sus ardientes placeres, Nuria levantó la cabeza, girándola para clavar en mí su negra mirada cargada de deseo, guiñándome con complicidad un ojo, como señal de aprobación.

— Estoy a punto de correrme —anunció Sandra, interrumpiendo la que iba a ser mi triunfal embestida a su amiga—. Óscar, ¡necesito que me folles ya!.

— Perdón por haberme metido en medio —dijo su excompañera, apartándose hacia un lado—. No he podido resistirme a un coño tan delicioso… Pero es vuestro momento, lo necesitáis…

Por una décima de segundo, grité internamente de frustración por haber estado a punto de clavar mi sable en el escultural cuerpo de la amiga de mi mujer, y no haber podido realizar tan placentera ejecución. Pero ese sentimiento desapareció tan rápidamente como había surgido, al contemplar la esplendorosa visión de mi bella esposa tumbada; con sus ojos incendiados de lujuria; sus mejillas encarnadas por el deseo; sus carnosos labios rosados entreabiertos y brillantes de saliva; sus portentosos pechos como moldeables montañas coronadas de agudos pezones apuntando al cielo, y sus piernas abiertas, ofreciéndose entre sus firmes muslos aquella cueva encharcada y enrojecida por la previa frotación de mi tronco y el posterior trabajito oral de nuestra invitada.

No lo dudé, deseaba a mi esposa como siempre la había deseado, con esa pasión que el día a día y el estrés nos habían arrebatado, y que aquella que en ese momento compartía nuestra cama nos había recordado. Me coloqué sobre el anhelante cuerpo de mi amada, y ella tomó con su mano mi mortal bayoneta para guiarla a través de su carne, mientras mi cadera descendía y empujaba penetrándola y hundiéndole toda mi arma en sus cálidas profundidades.

— Ooohh… —gemimos al unísono.

Nuestros cuerpos se acoplaron hasta que mi pelvis golpeó la suya, y mi glande se incrustó en la boca de su útero en una profundísima penetración que desató el inminente orgasmo que mi mujer había anunciado.

Sus potentes músculos vaginales exprimieron toda mi polla, proporcionándome un exquisito placer que me hizo bombearla con fuerza, empotrando su cuerpo en la cama con poderosos empujones que deslizaban mi virilidad por sus empapadas y ardientes profundidades, percutiendo insistentemente en el interior de su abdomen, prolongando su orgasmo y haciéndola gritar de incontenible placer.

Cuando el clímax terminó de consumirse, me detuve para sumergirme en la profundidad de los ojos de miel de Sandra, y ella tomó mi cabeza para darme un intenso beso en el que nuestro mutuo deseo y sentimientos se reencontraron.

— Cuánto te echaba de menos… —me susurró.

— Y yo a ti… —le contesté.

— No dejes de follarme —agregó, agarrándome del culo para presionármelo con sus dedos.

— ¡Guau! —oímos a nuestro lado, haciéndonos girar a ambos la cabeza.

Nuria estaba sentada junto a nosotros, pellizcándose un pezón con una mano, mientras la otra acariciaba su húmeda rajita.

— ¡Sois la pareja más sexy del mundo! —exclamó—. Tenías razón Sandra, se pone muy duro cuando te folla… Me encantaría verlo más…

Los dos nos reímos, provocando la risa de mi mujer que exprimiese mi carne embutida en su cuerpo, y ésta se moviese en sus profundidades, con placenteras consecuencias para ambos.

— Entonces este polvo va por ti —le contesté yo, guiñándole un ojo.

Los dedos de Sandra se aferraron con más fuerza, aún, a mis glúteos, que se contrajeron poniéndose como rocas al reiniciar una pausada pero contundente cadencia de empuje, con la que metía y sacaba una buena porción de mi gruesa y larga polla en el estrecho y cálido coño de mi esposa, haciéndola jadear cada vez que nuestros cuerpos hacían tope.

— ¡Ah…! ¡ah…! ¡ah…!

A nuestro lado, Nuria se acomodó recostándose, sin perder detalle mientras una de sus manos estimulaba su cuerpazo y la otra hundía dos de sus dedos en su ya babeante almeja.

Con todo mi cuerpo en tensión, disfruté dándole más y más a Sandra, acelerando paulatinamente el ritmo de las enérgicas penetraciones para que sus gemidos se hicieran más largos y profundos, mientras volvía a alcanzarme en nivel de libido y placer.

Su amiga acompañaba mis movimientos con el ritmo de sus dedos penetrando su chochito y frotándose el clítoris, coreando los gemidos de mi esposa sin dejar de contemplar cómo me la follaba, convirtiendo su actitud voyeur en una enzima que catalizó nuestra excitación para catapultarnos a un ritmo desenfrenado de pasional sexo.

Con una violencia que movía toda la cama, hice enloquecer a Sandra con el máximo arrebato de mi hombría, dándole toda la potencia de mi polla enfundándose en su anatomía, y obligándome a gruñir como un animal por el extremo disfrute, mientras mi amada me arañaba la espalda.

De pronto, en ese torbellino de excelsas sensaciones y vigoroso mete-saca, sentí cómo el cuerpo de Nuria se pegaba a los nuestros y, mientras se masturbaba insistentemente entre jadeos, su otra mano comenzó a masajear las hermosas tetas de mi esposa, mecidas por mis incesantes embestidas.

En el rostro de Sandra vi que volvía a estar a punto del orgasmo, al igual que yo, a pesar de que mi rendimiento había mejorado tras la purga que su amiga me había hecho iniciando todo.

La mano de Nuria desapareció de mi campo de visión y, de pronto, además de sentir las uñas de mi mujer arañándome la espalda, sentí los finos dedos de la invitada aferrando con fuerza uno de mis pétreos glúteos. Aquello fue lo máximo.

La erupción del volcán sacudió toda mi geografía corporal, propulsando generosos borbotones de hirviente leche en la matriz de mi pareja, escaldando sus profundidades para que ella misma alcanzase un devastador orgasmo con el que me exprimió, obteniendo de mí cuantos disparos de semen pude ofrecerle mientras vibraba corriéndome hasta el final.

En mi última descarga, vi cómo Nuria se había pegado completamente a su orgásmica amiga, y ella misma había alcanzado el éxtasis gimiéndoselo al oído. Por lo que, durante unos preciosos segundos en los que mi catarsis ya había concluido, observé maravillado a ambas hembras disfrutando de un orgasmo casi simultáneo.

Cuando la vorágine dio paso a la calma, los tres entramos en un estado de profunda relajación en el que, para mi satisfacción personal, me quedé tumbado y desnudo entre dos bellezas, mientras nuestras respiraciones se acompasaban y la somnolencia consecuente del alcohol y el sexo hacía presa en nosotros.

Debía llevar, apenas, tres o cuatro horas dormido, cuando comencé a soñar con las experiencias disfrutadas. En concreto, mi sueño me hizo revivir el momento en el que yo ya estaba completamente desnudo, y mi mujer reía mientras animaba a su amiga a bailar conmigo acariciando todo mi cuerpo. Prácticamente, podía sentir sus dedos recorriendo mi piel, recreándose con las formas de mi torso, y descendiendo lentamente para acariciar con delicadeza mi erecto falo.

En un estado de duerme-vela, sabiendo que estaba soñando, sentí cómo mi miembro se ponía realmente duro más allá del mundo onírico, en respuesta a las sensaciones de un sueño que parecía tan real como si estuviera volviendo a ocurrir.

Sentía la excitación de la morbosa situación, alucinando con cómo mi esposa parecía encantada con lo que estaba ocurriendo, hasta que su excompañera desapareció de mi vista y sentí la maravillosa sensación de sus suaves labios tomando mi balano y succionándolo hacia el interior de su cálida cavidad bucal. ¡Qué maravilla volver a sentir cómo mi polla invadía su boca!, succionada por esos jugosos pétalos hasta llenarse completamente de carne.

Reviví cómo Nuria se comía mi congestionado miembro con golosa pericia, disfrutando de un acto que hacía mucho que no practicaba. Y la sensación me resultó tan real, que no pude aguantar dormido, me desperté abriendo los ojos y deslumbrándome con la luz del dormitorio que no habíamos apagado al quedarnos dormidos.

Pero, al despertar, la exquisita sensación no desapareció. Aún sentía la cálida y húmeda boca envolviendo mi mástil mientras los labios recorrían el tronco… Y miré hacia abajo.

— ¡Nuria! —exclamé, sorprendido.

La preciosa morenaza estaba reclinada sobre mí, sujetando mi orgulloso miembro por su base mientras la mitad de él desaparecía perdiéndose entre sus pétalos de rosa.

Realizó una potente succión con la que se sacó la polla de la boca, y la hizo cimbrear al soltarla para ponerse un dedo sobre sus lujuriosos labios, indicándome silencio mientras me señalaba con la cabeza a mi durmiente esposa.

Gateando sensualmente sobre mí, con su precioso par de tetas colgando para volverme loco con su visión, colocó sus rodillas a ambos lados de mis caderas, y su rostro descendió hasta mi oído para susurrarme:

— Quiero rabo.

— Pero, ¿y Sandra? —pregunté en un tono casi inaudible.

— No la despertemos… La que necesita tu pollón, ahora, soy yo.

Cogiendo mi robusta dotación para apuntar directamente hacia su coñito ya mojado, Nuria bajó sus caderas lentamente, autopenetrándose con mi lanza lentamente, suspirando mientras los dos sentíamos cómo le abría las carnes y mi virilidad se deslizaba por su interior con la suavidad de una generosa lubricación.

Ya no hacía falta que sujetase la dura barra de carne con la mano, pues la tenía bien aferrada con una buena porción dentro de ella, así que apoyó ambas manos sobre el colchón para seguir bajando mientras yo la tomaba por su estrecha cintura, y ella se abría más de piernas para que sus pechos comenzaran a aplastarse sobre el mío, posándose suavemente todo su febril cuerpo sobre mí al terminar de ensartarse hasta el fondo.

— Uuuuhh —aulló quedamente en mi oído—. De verdad que la tienes gorda, me siento llenísima.

— ¡Qué ganas de follarte tenía! —le susurré—. Antes de dormirnos estuve a punto —añadí, elevando ligeramente la cadera.

— ¡Oh, joder, qué gustazo! —exclamó, conteniéndose para no elevar la voz mientras su coño oprimía mi polla en respuesta a mi empuje—. Y yo quería que lo hicieras, pero no podía anteponer mis deseos a los de Sandra…

Realizó un contoneo de caderas, exprimiéndome con fuerza para sentir todo mi miembro invadiéndola por dentro, y restregar su clítoris en mi pubis.

— Mmm, Diosss, qué ricoohh.. —me gimió al oído, haciéndome cosquillas con su aliento—. No sabía que echaba tanto de menos un rabo de verdad, duro, grande y caliente…

Su vagina era voraz, y a pesar de la limitación de movimientos para que nuestra actividad no despertase a mi mujer, me proporcionaba un maravilloso placer con su estrechez y la potencia de sus músculos.

— Y pensar que yo estaba convencido de que eras lesbiana… —le contesté en susurros—. Tal vez no deberíamos hacer esto sin la aprobación de Sandra —añadí, ante el remordimiento de que aquello fuera ponerle los cuernos a mi esposa, pero a pesar de ello, volviendo a elevar mi cadera para incrustarle bien mi polla a esa irresistible hembra.

—  Uumm… Yo creo que Sandra ya lo ha aprobado de sobra…

Volvió a realizar el contoneo de caderas, moviéndose hacia delante y hacia atrás para hacerme apretar los dientes de puro gusto.

— (Uuff, qué poco voy a tardar en correrme…) —añadió—. Pero, por si acaso, mejor no despertarla.

La duda de si aquello sería una infidelidad o no, teniendo lugar justo al lado de mi durmiente esposa, en lugar de calmar mis ánimos, me resultaba aún más afrodisíaco. La atracción por lo prohibido, y la emoción de lo clandestino corriendo el riesgo de ser cazados, no eran sino un poderoso estímulo.

Mis manos descendieron describiendo la curvatura de la cintura de mi amante, y aferraron con ganas sus prietos glúteos, convirtiéndose mis dedos en garras mientras mi cadera volvía a alzarse, empalándola sin compasión. Sus mullidos pechos me clavaban sus erectos pezones, y toda su piel ardía sobre mí mientras sentía la humedad acumulándose en mi pubis y su coño devorando mi carne con hambre atrasada. Así que, haciendo presión con mis manos, la espoleé como a una yegua para que siguiera frotándose sobre mí, y constriñendo mi verga en sus profundidades sin provocar un terremoto en la cama.

Nuria me montó con ansia, pegada a mi cuerpo, frotándose conmigo mientras mi miembro apenas salía para volver a entrar en su interior.

A nuestro lado, mi mujer dormía plácidamente, sumida en uno de sus profundos sueños, que casi se podía considerar inconsciencia a causa del alcohol que no tenía costumbre ingerir, y de los orgasmos disfrutados antes de caer rendida.

Su querida amiga, cuya tristeza por una traumática ruptura amorosa había sido olvidada por una inusitada noche con nosotros, gemía con sus labios pegados a mi oído, tratando de contener las muestras auditivas de su goce, y volviéndome loco con esos gemidos incrustándose directamente en mi mente.

De pronto, toda ella se puso en tensión, agarrándome por los hombros mientras su agónico suspiro de máximo placer me atravesaba el cerebro, sus caldos femeninos me escaldaban, y sus músculos vaginales trataban de estrangular el pétreo invasor que la llevaba al delirio.

De no haber sido por el sexo de unas horas antes, me habría corrido con ella, pero pude resistir su furor orgásmico, disfrutándolo sin perder un ápice de mi vigor.

En el declive de su particular paraíso, sus labios buscaron los míos con ansia, dándome un apasionado beso con el que, por primera vez, nuestras lenguas se enredaron en una danza que trascendió lo carnal.

— ¡Joder, cómo me has puesto! —exclamó, susurrándome al oído.

— Es que estás demasiado buena…

— Como tú… Menuda perra, esta Sandrita, teniéndote para ella sola…Y encima aún no te has corrido…

Sonreí, acariciándole su tonificado y redondo culo.

— Sandra duerme como un tronco, y ya la compensaré mañana —continuó—, porque ahora quiero sentir cómo te corres dentro de mí, como cuando me has llenado la boca de leche caliente…

Su culito se alzó, y su coño se deslizó por el tronco de mi estaca con la fluidez de su orgásmico zumo embadurnándolo, hasta dejarse dentro, tan sólo, el glande. Acto seguido, con un largo suspiro, se fue dejando caer sin prisa, haciéndome notar cómo la lanza se abría paso por su cuerpo, dilatando nuevamente el estrecho conducto hasta ensartarla completamente.

— Uufff, Nuria —resoplé en su oído—, así me matas…

Sus labios acudieron nuevamente a los míos, y su escurridiza lengua invadió mi boca mientras volvía a deslizarse hacia arriba para autoempalarse nuevamente.

La tomé nuevamente por la cintura y, por un momento, comprobé que mi esposa seguía durmiendo plácidamente mientras su amiga volvía a repetir la operación mordiéndose el labio inferior.

«¡Joder, qué gusto y qué morbazo!», grité internamente.

Mi asaltadora nocturna siguió subiendo y bajando su culo repetidamente, cada vez más rápido, a medida que su placer aumentaba y me llevaba a un estado de excitación que no tardaría en desembocar en una repentina explosión.

No pude evitar que mi pelvis acompañase sus movimientos, y mis manos subiesen por su anatomía para meterse entre nuestros pechos fusionados, y apretar sus voluptuosas tetas.

— Oohhh… —gimió por lo bajo.

A pesar de que no debíamos hacer ningún movimiento que pudiera despertar a la bella durmiente, el placer de ambos era demasiado intenso como para mantenernos tan comedidos, por lo que, sin pensar en el riesgo, Nuria se incorporó sobre mí ayudada por mis manos aplastando sus pechos.

Con sus palmas sobre mis pectorales, mientras mis dedos masajeaban sus moldeables atributos, continuó con el sube y baja, más intensamente, golpeando su pelvis contra la mía, rebotando una y otra vez, haciendo que el colchón se moviese de forma alarmantemente evidente. Pero ya todo daba igual, porque el placer era tan extremo, que nubló todo juicio.

Todos mis músculos se tensaron. El tener esas moldeables tetas en mis manos, los suspiros contenidos y los gestos de placer de mi bella amazona y, sobre todo, sentir cómo la corona de mi balano se arrastraba ensanchando a su paso la femenina gruta, hasta hallar su fondo e incrustarse en él mientras las paredes estrujaban todo mi miembro, era ya irresistible.

Mis manos saltaron de sus pechos a sus caderas, atrayéndolas violentamente hacia mí en su bajada con un golpe seco y, apretando mi mandíbula y contrayendo cada fibra de mi cuerpo, eyaculé repentina y furiosamente en las profundidades de Nuria.

Vibré sintiendo cómo los espasmos recorrían mi polla para regarla por dentro con incandescente esperma expelido a presión hasta vaciarme, a la vez que ella alcanzaba un nuevo orgasmo con la sensación, ya casi olvidada, de un miembro masculino demostrando toda su potencia para entrar en erupción y abrasarle las entrañas con su seminal fuego.

Cayó sobre mí, aún estremeciéndose, y me besó tan apasionadamente, que supe que para ella aquello no había sido un simple polvo. Como tampoco lo fue para mí.

Por un instante, ambos giramos la cabeza y, con satisfacción, comprobamos que Sandra permanecía completamente ajena a cuanto había ocurrido a su lado.

— Qué dormilona ha sido siempre —comentó mi nueva diosa, volviendo a los susurros—, ni un cañonazo podría despertarla… Porque vaya cañonazo acabas de darme… —añadió, descabalgándome para tumbarse a mi lado—. Estoy rendida.

— Sí, es alucinante la capacidad que tiene para quedar inconsciente —contesté sonriendo—. Yo también estoy rendido, me has dejado seco.

— Ha sido un gustazo volver a sentir un macho corriéndose dentro de mí, hacía tanto tiempo…

De pronto, a pesar de mi agotamiento y somnolencia, una luz se hizo en mi cerebro.

— Joder, ¿y si te he preñado?.

— No creo que tengamos que preocuparnos por eso —contestó, ya medio dormida y dándose la vuelta—. Por recomendación de tu mujercita, y por su insistencia para que me diese una alegría con un tío, llevo dos semanas tomando anticonceptivos…

«Y resulta que te has dado la alegría con su marido», contesté mentalmente y tranquilizado. «¡Qué irónico!».

Su respiración ya sonaba rítmica, se había quedado dormida, por lo que me levanté un momento para ir al baño, limpiarme los fluidos de mi región púbica y orinar. Como un zombi, volví a la cama para terminar acostándome, de nuevo, entre mi afrodita griega y mi nueva venus romana, abrazándome a Sandra.

— ¿Mmm…?, ¿estás bien? —preguntó ésta, saliendo momentáneamente de su inconsciencia al sentir cómo la estrechaba.

— En la gloria, cariño, estoy en la gloria —contesté.

Ni siquiera me oyó, pues volvía a dormir plácidamente. El folleteo a su lado, en el mismo lecho y apenas cohibido al final, no había conseguido despertarla, pero el contacto de mi piel, aún febril por la clandestina sesión de sexo, le dio el estímulo justo para preguntar con un acto reflejo que no esperaba respuesta.

3

Volví a despertar unas horas después, al sentir cómo Sandra se desperezaba entre mis brazos. Al abrir los ojos, volví a sentirme deslumbrado, pero en esta ocasión no fue por efecto de la luz artificial, la cual había apagado al levantarme al servicio, sino por la luz de la mañana entrando a través de las persianas a medio bajar.

— Buenos días —me dijo en voz baja, dándome un beso—, ¿has dormido bien?.

— Como nunca —contesté con una sonrisa—. ¿Y tú?.

— También, caí a plomo. Aunque creo que tengo un poco de resaca.

— Anoche se nos fue de las manos…

— Un poco —contestó con una breve risa—. Pero no me arrepiento en absoluto, ¿y tú?.

— Sandra, fue increíble —le dije, acariciando la suavidad de su cintura desnuda—. Anoche me dejaste alucinado…

— ¿Y te gustó…? Por cierto, ¿se ha despertado Nuria? —preguntó de repente, levantando la cabeza para mirar sobre mi hombro—. No, sigue dormida —se autocontestó, volviendo a tumbarse—. ¡Y luego la dormilona soy yo!. Bueno, ¿entonces te gustó?.

Tendría un poco de resaca, pero era innegable que estaba eufórica y acelerada. Sin duda, aquella noche nos había devuelto la vida a ambos.

— Joder, ¡me encantó! —le contesté entusiasmado, al ver que lo podía manifestar abiertamente—. Jamás imaginé que consentirías que me tocase o yo tocase a ninguna de tus amigas… Y mucho menos a Nuria… Y lo de que os liaseis vosotras ,¡uf!.

Mi querida y sorprendente esposa volvió a reír.

— Es que Nuri es un bombón, ¿verdad…?. Nunca pensé que me excitaría viendo cómo otra tía se come el pollón de mi maridito —dijo, acariciando dulcemente el pedazo de carne que se desperezaba por la conversación—, pero al verla a ella haciéndolo, me puse cachondísima, y me dejé llevar…

— ¡Uf, y tanto!. Me dejaste alucinado…

— Bueno, tampoco es para tanto —contestó despreocupadamente—. No era la primera vez que me enrollaba con ella…

Mi sorpresa fue en aumento, aunque esa revelación le daba algo de sentido a cuanto había ocurrido.

— ¡Eso no me lo habías contado! —le reproché, con mi verga morcillona en su mano.

— Tampoco me lo habías preguntado —se defendió—. Sí que te había dicho que había experimentado con una chica durante la Uni…

— Ya, pero no me habías dicho que había sido con ella, con tu compi de piso.

— ¿Acaso eso cambia algo?. Ocurrió hace años, y ya estaba olvidado… Hasta anoche. Experimenté y disfruté con ella unas cuantas veces, poco antes de graduarnos, y ya está. Al acabar los estudios, cada una se volvió a su casa y mantuvimos nuestra amistad a distancia.

— ¿Y ya está?, ¿nunca tuvisteis nada más?.

— Bueno, solo una vez, que fui a visitarla. Ya sabes, por recordar viejos tiempos… Pero luego te conocí a ti, y además venías con esta sorpresa que me vuelve loca… —concluyó, sacudiendo mi músculo con su mano.

Mi virilidad tardaba en cobrar vigor por la actividad de pocas horas antes, pero las palabras de mi esposa, esa sacudida, y la intensificación de sus caricias, estaban incendiando mi mente para que la sangre fluyese.

— ¿Y cuando Nuria despierte?, ¿qué va a pasar? —pregunté confuso, con el añadido del remordimiento por lo que habíamos hecho mientras Sandra dormía.

— Pues no sé, lo que tenga que pasar… Creo que anoche lo pasamos muy bien los tres… Tú y yo necesitábamos echar un buen polvo, y gracias a ella nos quitamos las tonterías de encima. Y Nuria necesitaba quitarse de la cabeza a esa cabrona que la dejó por irse a ganar más dinero en el extranjero, sin querer que se fuera con ella…

— Eres increíble… —le dije fascinado, pero sintiendo el remordimiento aún más punzante—. Te quiero tanto…

Nos besamos apasionadamente, y ella siguió masajeando mi miembro, poniéndolo duro con su mano, mientras su lengua se aventuraba en mi boca y uno de sus muslos pasaba por encima de mi cadera. Pero mi cargo de conciencia no me dejó continuar.

— Tengo que confesarte algo —susurré, separando mis labios de los suyos.

— Cariño, estoy cachonda —susurró ella también—, y todavía no tengo tu pollón listo para atravesarme como me gusta, ¿no puede esperar?.

— Es que es precisamente por eso —dije, tragando saliva—. De madrugada, mientras dormías, he echado un polvo con Nuria.

Esperando su reacción, sentí cómo mis mejillas se enrojecían y todo el aire escapaba de mis pulmones.

— ¡Oh! —exclamó, aunque sin dejar de sobarme el rabo—. ¿Te has tirado a mi amiga mientras yo dormía, conmigo al lado…?.

— Lo-lo siento… —tartamudeé—. No quería…

— Joder, está claro que sí querías… Y no me extraña… —añadió, sonriendo.

— ¿No te enfadas porque te haya puesto los cuernos con tu amiga? —pregunté, perplejo, pero sintiendo cómo ella apretaba mi incipiente dureza, ya apenas abarcada por su mano.

— Los cuernos con mi amiga… —repitió ella, con una sonrisa y un brillo lujurioso en su mirada—. De verdad, eres un tontorrón… ¿Después de lo de anoche crees que me has puesto los cuernos por follar con Nuria?. Lo único por lo que podría enfadarme es por no haberme despertado para que lo viera… ¡Joder, cómo me pone imaginarte follándotela duro!.

Apretó aún más mi músculo, y me lanzó un ataque con el que se hizo dueña de mis labios, introduciéndome la lengua hasta la campanilla.

— Uuff —resopló—. Ya me parecía raro que no tuvieses este pollón como para reventarme con él. Porque no hace mucho que se lo has clavado a Nuri, ¿eh?. Ya me lo contaréis luego —advirtió, haciéndome tumbar boca arriba—, porque te lo voy a poner como una estaca  para ensartarme en ella.

Inclinándose sobre mí, apoyando sus rotundas tetas en mi muslo para punzarme con sus erectos pezones, Sandra no dudó en llevarse mi glande hasta la boca y lamerlo golosamente, mientras su mano me masturbaba subiendo y bajando la piel de la herramienta que ya estaba casi rígida del todo.

— Uuummm —gemí—. Cada día te quiero más…

Me sonrió, y acto seguido, succionó mi carne para sentir cómo terminaba de crecer dentro de su boca, poniéndose como una barra de acero entre sus labios, presionada por su lengua y paladar mientras le alcanzaba la garganta.

A pesar de conseguir su objetivo casi de inmediato, Sandra no quiso dejar tan pronto su golosina, por mucho que estuviese deseando metérsela por otro lado. Disfrutaba comiéndose toda mi potencia, chupándola, saboreándola y jugando con ella en su boca, como siempre le había encantado hacer desde que éramos novios.

De una forma que ni me habría atrevido a fantasear, había recuperado a mi amante esposa y su arrebatado deseo por mí, al igual que ella me había recuperado a mí y la pasión que por ella sentía.

Sin la necesidad de descargar mi máxima excitación inmediatamente, con una capacidad de disfrute maximizada por la frecuencia de las últimas horas, disfruté de una de las mamadas más golosas y enloquecedoramente pausadas que mi esposa me había hecho nunca; poniendo en su ejecución todo cuanto sentía por mí para hacerme sentir loco de amor y lujuria por ella.

— Mmm, cariño —le dije, incorporándome hasta llegar con una de mis manos hasta su coñito y comprobar que, prácticamente, chorreaba—. Yo también quiero comerte.

Sin soltar mi torre Eiffel, Sandra giró, pasando una pierna por encima de mí para situar su rezumante coño a la altura de mi cara. La agarré de su firme culo, y la hice bajar mientras una gota de aceitoso fluido femenino caía directamente sobre mi lengua como aperitivo.

Metí mi húmedo apéndice en su coño, que parecía la caldera del infierno, y lo recorrí con ella, degustando su cálido zumo, y haciéndola gemir con mi polla en su boca.

Sintiendo cómo no dejaba de succionarme, arriba y abajo, deslizando mi glande por su legua hasta la garganta, besé sus labios vaginales, libé su néctar de hembra, y acaricié su clítoris con mi músculo más vivaz.

Ella, habiendo tenido toda la noche y parte de la mañana para descansar, no tardaría en inundarme la boca con sus orgásmicos fluidos, haciéndomelo saber con la mayor intensidad con la que me chupaba la polla, y la insistencia con la que su almeja se presionaba contra mi boca.

— Buenos días —oímos de pronto, sintiendo movimiento a nuestro lado—. Hum, vaya, veo que ya estáis desayunando

Con mi cabeza atrapada por la pelvis de mi esposa, apenas pude girarla lo justo para ver a Nuria tumbada de lado, tan completamente desnuda como se había quedado dormida, con un codo apoyado en el colchón y su cabeza sobre la palma de su mano, sonriendo. Estaba preciosa.

— ¡Buenos días! —oí exclamar a Sandra, tras hacer una succión con la que se sacó mi carne de su boca—. ¿Quieres un poco?.

Vi cómo a nuestra invitada se le ampliaba la sonrisa y se relamía.

— ¡Claro!, parece que no das abasto, y no imagino un desayuno más rico…

Nuria se incorporó, y vi cómo se acercaba a mi mujer para oír cómo se besaban.

— Cariño —me dijo mi esposa—, no pares, que estoy a punto…

Con la magnífica perspectiva de que Nuria volviese a chuparme la polla, y reiniciar así, el juego de la noche pasada, los deseos de mi amada fueron órdenes para mí. Mi lengua volvió a colarse entre sus labios vaginales, y degusté el cálido e intenso sabor de la excitación femenina.

— Uumm… ¡Qué bueno eres, cariño!.

Su coño volvió a presionarse contra mi boca, llenándome con su aroma y delicioso gusto mientras mi lengua recorría toda la rajita y hacía vibrar su botón.

— Uff… ¿Sabes…? umm… —oí que le decía a su amiga entre gemidos—, me ha costado un poco ponérsela así… ooohh…. Ya me ha dicho que es porque habéis echado un polvo mientras dormía… mmm…

— La tiene enorme y durísima —escuché a Nuria contestar, sintiendo cómo empuñaba mi mástil—. No pude resistirme, hacía tanto que no me metían una polla de verdad… Siento no haberte despertado, fue un calentón, deseaba tanto tirarme a tu maridito…

— Venga, nena, no tienes por qué disculparte… mmm… Es mi marido, pero tú has venido a pasártelo bien, y aquí hay rabo para las dos… uumm… Así que disfruta, que me pone como una perra ver su pollón en tu boca… oh, oh, ooohh… y yo ya casi me corroohh…

Sin dejar de succionar la almeja y lamer la perla rápidamente, sentí los suaves y cálidos labios de Nuria tomando mi glande entre ellos, para engullir el pétreo músculo mientras su lengua trazaba círculos en su grosor.

Agarrado a las potentes nalgas de Sandra, llevándola al delirio con mi gula, disfruté del placer a ciegas de los labios de nuestra invitada subiendo y bajando por mi tronco, succionándolo hasta la garganta, con una técnica similar a la de mi esposa pero, a la vez, excitantemente diferente.

— Joder, esto es demasiado… —anunció mi desayuno entre profundos jadeos—. Óscar, me derrites… Nuri, me pone putísima verte comiéndote la polla de mi marido… ¡Joder, joder, jodeeeerrr…!.

Sandra se puso en tensión sobre mí, aullando mientras su orgásmico zumo se exprimía en mi boca y Nuria abandonaba mi verga embadurnada con su saliva para agarrarle las tetazas, estrujándoselas, y disfrutar del espectáculo de su amiga alcanzando la cima del placer.

Dejándome la boca saciada de su sabor a hembra, mi esposa descabalgó mi rostro, permitiéndome ver cómo besaba a su excompañera con húmeda pasión. Después, ésta, se echó sobre mí, y saboreó de mis labios y lengua el exquisito sabor del orgasmo de su amiga.

— ¿Y si le montamos las dos? —se le ocurrió de pronto a Sandra, observando cómo se meneaba el culito de su amiga al besarme—. Tiene buen aguante, aún más si sólo hace unas horas que te lo has follado tú…

Parecía que yo no tenía ni voz ni voto, aunque ni falta que hacía, pues estaba completamente entregado a la causa.

— ¡Sería genial! —exclamó la excitante morena, incorporándose.

Sin atisbo de duda, Sandra se colocó a horcajadas sobre mi pelvis y, sujetando el sable con su mano, lo envainó con su ardiente cuerpo hasta ensartarse completamente en él con el fluido deslizamiento interno que a ambos nos hizo gemir.

No tuve ninguna opción de expresar mi conformidad. En aquel momento, me había convertido en un instrumento de placer, y tener a esas dos hembras para mí, aún me parecía un sueño.

— Ven que te coma, preciosa —le dije a Nuria, dándole un azote en su perfecto culo respingón.

Mordiéndose el labio, la belleza que jamás habría imaginado catar, se colocó en la misma posición en la que su amiga había estado minutos antes, bajando su lampiña vulva hasta que sus húmedos labios besaron los míos.

A la vez, Sandra empezó a moverse sobre mí, masajeando mi polla dentro de su estrecha vagina con un suave balanceo de caderas.

Apretando los duros y redondos glúteos de Nuria, mi lengua degustó, probando por primera vez directamente de la fuente, el íntimo sabor de aquella invitada que se había convertido en nuestra amante, penetrando con afán exploratorio la angosta entrada a su feminidad, maravillándome con las sutiles diferencias de gusto en comparación con aquella llevaba seis años comiéndome.

— Uufff, joder —dijo la saboreada—. Tu marido no sólo está bueno y tiene un buen rabo, ¡también sabe usar bien la lengüita!.

Sandra rio, estrangulando mi polla en sus profundidades, y el silencio se hizo cuando noté cómo la una se acercaba a la otra para unir sus lenguas y labios, besándose suavemente mientras con sus manos acariciaban sus sensuales y curvilíneos cuerpos, con especial dedicación a pellizcarse los pezones y amasarse los pechos; a la vez que una cabalgaba suavemente mi verga, y la otra se licuaba acoplando sus labios vaginales a mi boca.

Comí con ansia el delicioso coñito de Nuria, succionándole el clítoris y golpeándoselo insistentemente con la punta de la lengua, a la vez que estrujaba sus cachas con mis manos y percibía que no tardaría en correrse.

Mi esposa comenzó a hacer más intensa su cabalgada, subiendo y bajando su pelvis sobre mí, golpeándome las pelotas y los muslos con su culazo, mientras me hacía disfrutar de cómo mi lanza se abría paso por sus entrañas para clavársele a fondo.

De pronto, Nuria arqueó la espalda y, con un ancestral grito, se corrió, dándome un nuevo desayuno de zumo de hembra recién exprimido. Deleitándome con el sabor de una excitación que ya se le había hecho imposible aguantar.

Mi amada y yo, por las circunstancias, estábamos en otro nivel, pero no tardaríamos en acompañar a nuestra invitada. De hecho, mientras nuestra amante terminaba de correrse, Sandra comenzó a follarme duro, empalándose sin compasión con mi pértiga.

Habiendo terminado, Nuria se apartó de mi rostro, permitiéndome ver cómo se ponía de rodillas detrás de su amiga para, desde atrás, agarrar sus bamboleantes tetas y sujetarlas como unas escasas copas de sujetador para demasiado volumen mamario.

Gozando de la intensa cabalgada con la que Sandra gemía como posesa, la sujeté por las caderas para acompañar sus movimientos con elevaciones de mi pelvis, taladrándola sin tregua.

La excitación era máxima, pero mi liberación todavía era esquiva, por lo que aún pude gozar durante unos minutos de ese enérgico polvazo con la mujer que siempre había amado, disfrutando simultáneamente de la visión de cómo se volvía loca con mi potencia y las manos de su espectacular amiga estrujándole los pechos desde atrás.

Con un grito triunfal, el conejo de mi esposa devoró mi zanahoria, tirando de ella para que su orgasmo me llevase al borde del mío. Pero su clímax declinó antes del remate final que le habría podido catapultar a encadenar con otra apoteosis.

Exhausta, me descabalgó echándose a un lado, dejando mi virilidad bañada en su flujo, pero huérfana de consuelo, ante la atenta mirada de la morenaza, que se mordía el labio inferior con sus negros ojos incandescentes de lujuria.

— Estoy a punto, pero yo no me he corrido —dije, constatando una evidencia.

— Eso lo soluciono yo —anunció mi nueva musa.

Sin dar cabida a una posible réplica, Nuria se agachó, poniendo vertical mi monolito con su mano, y lo succionó con el maravilloso sonido de la lubricación de Sandra siendo sorbida, junto con mi latente carne, por sus labios.

— ¡Joder, nena! —exclamó mi mujer, con una sonrisa—. ¡Hay que ver qué vicio has cogido con el pollón de mi marido!.

La mamada fue casi desesperada, potente, profunda y voraz, haciéndome estremecer con cada una de sus succiones, mientras Sandra disfrutaba del espectáculo y nos alentaba a ambos:

— Eso es, nena, hasta la garganta es como a él le gusta. Mira cómo le tienes, se le marca toda la tableta de chocolate cada vez que te tragas su polla… Cariño —se dirigió a mí—,  no te resistas más y llénale la boca a mi amiga con tu rica leche caliente…

Como si aquello hubiera sido una orden, el punto que me faltaba para llegar al orgasmo llegó en ese instante. Mi manguera inyectó su incandescente fluido en la boca de Nuria, palpitando sobre su lengua mientras escupía los borbotones de semen que mi cuerpo había sido capaz de fabricar desde la madrugada.

Mi ansiosa felatriz siguió mamando y mamando, acompañando sus chupadas con un delicioso masaje en el tronco que no era capaz de engullir, ordeñando mi virilidad hasta conseguir acumular en su boca una corrida poco abundante, pero capaz de escaldarle las papilas gustativas.

Cuando estuvo segura de que ya no podía eyacular más, se incorporó y se fundió con su amante amiga en un incendiario beso blanco, con el que compartieron los frutos de la catarsis a la que ambas me habían llevado.

— Nunca pensé que compartiría la leche de mi macho contigo —le susurró mi esposa—. Me encanta…

— Ni yo —contestó Nuria tras otro beso—. Nunca me había sentido tan excitada ni tan viva… ¡A la mierda la depre!, ¡os quiero a los dos!.

Me incorporé y me uní a ellas, besando a mis dos diosas y sintiéndome el hombre más afortunado del mundo.

— Creo que los tres necesitamos una buena ducha y un café —dijo Sandra—. Por muy tentador que sea, ¡no vamos a pasarnos el día en la cama!.

Los tres reímos a carcajadas.

— ¡Yo me moriría deshidratado o de hambre! —añadí yo.

— Y eso que te has desayunado dos conejos bien jugosos… —replicó Nuria.

Aquello provocó que nos brotasen lágrimas de risa, y los tres tuvimos la certeza de que nuestra química no se limitaría únicamente a la cama.

Veinte minutos después, tras ser el primero en darme una ducha y vestirme,  el aroma a café recién hecho me llevó por el pasillo hasta la cocina, escuchando por el camino la conversación de mis dos musas.

— Pero si vamos al teatro, ¿cómo voy a volver a ponerme los leggins? —preguntaba Nuria—. Me he traído un vestido para estar más formalita…

— Que sí, tonta, tú vuelve a ponértelos —le contestó Sandra—, ya te dejo yo alguna camiseta que te vaya bien. Tampoco es teatro, teatro, son monólogos para echarnos unas risas… Ese culito es para lucirlo, y te aseguro que con esos leggins vuelves loco a Óscar, y a mí… Se va a pasar el día empalmado.

— Ummm…

«El mejor fin de semana de la historia», pensé, «aunque ahora no se me levante ni con una grúa».

En ese momento hice acto de presencia. Las dos amigas estaban sentadas a la mesa, se habían puesto los pijamas, y terminaban unos bollos de chocolate mientras el café humeaba en sus tazas.

— La siguiente —anuncié.

Con una sonrisa de complicidad entre ambas, terminaron sus cafés, y Sandra acompañó a nuestra invitada para prestarle la prenda previamente mencionada.

Cuando quisimos salir de casa, ya eran casi las dos de la tarde, así que fuimos directamente a comer de picoteo en varios bares de una castiza zona de la ciudad, donde mis dos musas no dejaron de atraer las miradas masculinas, y donde me sentí envidiado por todo hombre que reparó en la complicidad entre los tres.

Siguiendo el consejo de mi esposa, Nuria había vuelto a ponerse esos leggins símil cuero negro que me hacían babear con cómo marcaban su espectacular culo, acompañándolos con un top ajustado de manga larga, de color rojo y con un escote en pico que, al tener nuestra amiga un poco menos de talla pectoral que Sandra, se abría provocativamente. Estaba para comérsela enterita.

Y mi mujer no le iba a la zaga. Se había puesto una corta y ajustada falda de color azul marino, con la que sus piernas alzadas sobre los tacones parecían no tener fin, aparte de marcarle un imponente culazo que cualquiera desearía palpar a conciencia. Como parte superior, sabiendo que a esas horas el sol ya calentaba, había elegido una corta camiseta de tirantes de color azul pálido, que dejaba al descubierto su plano vientre mostrando el ombligo, y que envolvía sus protuberantes pechos de forma que los resaltaba como un balcón sobre su abdomen. Simplemente, un pibón.

Sandra había tenido razón, en cuanto mi cuerpo se recuperó para volver a reaccionar a los estímulos visuales que se me ofrecían, me pasé el día empalmado, a lo que ayudó la constante actitud cariñosa y picarona de las dos mujeres conmigo, como si yo fuese un divertido juguete que compartiesen.

Después de comer, llevamos a Nuria a hacer turismo por la ciudad, mostrándole algunos de los lugares más emblemáticos sin dejar de bromear y pasarlo bien. Ninguno de los tres parecía la misma persona que el día anterior a esas mismas horas.

En el teatro lo pasamos en grande. Sandra había conseguido entradas para ver un espectáculo protagonizado por tres de los mejores monologuistas del país, y apenas hubo tiempo para respirar entre las carcajadas.

Cenamos en un restaurante italiano cercano a nuestra casa y, durante la cena, mis lazos con nuestra invitada se confirmaron casi tan fuertes como los que había entre las dos amigas. Incluso, a pesar de que apenas habían pasado veinticuatro horas desde que entrara en nuestra casa, y de que yo estaba casado con Sandra, estando completamente seguro de mis sentimientos hacia ella, confieso que empecé a sentir por Nuria una especie de enamoramiento juvenil. Y a ciencia cierta que el sentimiento era recíproco.

Ante las disimuladas miradas del camarero, muerto de envidia porque estudiaba nuestro lenguaje corporal y captaba algunas de nuestras palabras, disfrutamos de una rica pizza y unas deliciosas especialidades de pasta, todo ello regado con lambrusco.  Mientras, el tonteo entre los tres seguía su curso, con los pies batallando bajo la mesa en continua búsqueda del roce, y alguna atrevida mano que se aventuraba a aferrar un muslo.

Aquella tarde, y durante la cena, me sentí como un adolescente en plena revolución hormonal. Mis dos bellas compañeras me mantuvieron en un continuo estado de excitación, espoleado por la química existente entre ellas y su propio estado de efervescencia.

4

Al llegar a casa, la tensión sexual acumulada se hizo insostenible. La castaña y la morena se enzarzaron en un fogoso morreo en cuanto cruzamos el umbral del salón. Ante semejante espectáculo de labios y lenguas femeninas buscándose y acariciándose, con mi armamento recargado y recuperado de las exigencias de la noche anterior y de la mañana; sintiendo que estaba a punto de reventarme el pantalón, el macho alfa que no había hecho sino estar a la expectativa y dejarse llevar, surgió de mi interior para imponer su ley.

Mientras seguían fusionadas en su erótico beso, agarré con fuerza el voluptuoso culo de Sandra, envuelto en la prieta falda, y aferré con decisión las respingonas nalgas de Nuria, enfundadas en los leggins.

— ¡Oh! —exclamaron ambas al unísono, sorprendidas y excitadas, mirándome con fuego en sus ojos de miel y azabache.

— Os falta algo duro y grande para llenaros las bocas —afirmé, clavando mis dedos en sus divinas redondeces traseras, y presionando mi exagerado paquete contra sus caderas.

— Mmm, sí —dijo Sandra, agarrándome apasionadamente el escandaloso paquete—, una buena polla para comérnosla entre las dos… ¿Le damos un buen repaso, Nuri?.

— Uf, claro que sí —contestó la morenaza, uniendo su mano a la de su amiga para, entre las dos, acariciar cuanta longitud y grosor se marcaba en el pantalón—. Estoy deseando volver a comerme la polla de tu maridito, eres tan generosa…

Volvieron a besarse, y yo no dudé un instante en quitarme rápidamente toda la ropa para quedarme completamente desnudo ante ellas, con mi verga apuntándoles con desafiante orgullo.

— ¡Joder, que maravilla! —exclamó Nuria, arrodillándose inmediatamente ante mi poderío para tomarlo con una mano, como si fuese un micrófono—. Nena, ¿cómo has podido estar tanto tiempo sin aprovechar este rabo?.

— Uf, Nuria, si es que te lo ganas a cada segundo… —dije yo entre dientes.

Mis manos tomaron su linda cabeza, y mi cadera se adelantó, provocando que el rosado balano incidiese en sus carnosos labios y los traspasase para invadir la mojada cavidad bucal.

— Ni yo misma lo sé —contestó mi esposa, arrodillándose a su lado para besar la porción de duro tronco que no había penetrado en la boca de su amiga.

— Porque quería reservarlo para ti… —contesté yo, tras un suspiro— La pone muy cachonda ver cómo me lo mamas —concluí, empujando un poco más con mi cadera, hasta sentir cómo mi glande se alojaba en su garganta.

Nuestra golosa amiga succionó con ganas, haciéndome estremecer, sacándose la dura carne muy lentamente para ofrecérsela a mi esposa, quien aceptó el ofrecimiento haciendo gala de ese apetito con el que siempre me había vuelto loco, y que aquel fin de semana había recuperado.

Sandra acarició el glande con sus sensuales labios, recogiendo con su lengua la saliva de Nuria que lo impregnaba, produciéndome un maravilloso cosquilleo, tras el cual me hizo gruñir de puro placer al regalarme la exquisita sensación de sus suaves labios oprimiéndolo, mientras tiraban de él hacia el cálido interior de su boca con una poderosa succión, acompañada del movimiento de su cabeza, primero hacia delante, y luego hacia atrás.

Mi verga se sintió envuelta por la húmeda lengua, paladar, carrillos y garganta de mi complaciente esposa, haciéndome suspirar y disfrutar, simultáneamente, de la siempre excitante visión de su bello rostro siendo penetrado por mi poderosa broca.

— Joder, cariño —dije, apretando los dientes, mientras ella repetía la operación—. ¡Eres la mejor!.

— ¿Ah, sí?, eso habrá que verlo… —se pronunció Nuria, retomando el falo con su mano para redirigirlo de la boca de su compañera a la suya.

Tomando el ejemplo de mi mujer, nuestra amiga se comió con ganas la mojada estaca, reproduciendo los movimientos de esta para hacerme gemir.

Sandra observó con una sonrisa lasciva cómo la polla de su marido entraba y salía de entre los labios de su amiga, y le dejó disfrutar de la golosina para aprovechar a lamerme los huevos y besar la rasurada base del monolito.

— Uuff —resoplé—. Si seguís así, os voy a llenar a las dos de leche…

Mi miembro fue nuevamente traspasado de una boca a otra, obligándome a cerrar los ojos ante el sublime placer de mi esposa aumentando la intensidad y profundidad de la mamada que reanudó mientras la morena acariciaba mi culo y besaba mi pubis.

Llevándome a la locura, mi banana fue devorada por las dos hembras, alternando de unos labios a otros, que en ocasiones se unían sobre mi balano para besarlo y acariciarse entre sí, ofreciéndome una imagen para el recuerdo que jamás habría imaginado protagonizar.

— Chicas, me matáis —anuncié, poniendo las manos sobre sus cabezas tras unos gloriosos minutos de chupadas conjuntas y alternas.

En ese momento, Nuria, con casi la mitad de mi falo dentro de su boca, hizo más agresiva su voracidad, incrementando la velocidad y potencia de succión para hacer palpitar mi músculo con la inminencia de un brutal orgasmo.

— ¡Eh, que ahora me toca a mí lo mejor! —advirtió Sandra a su amiga.

Con una chupada que hizo burbujear mis calderos internos, mi nueva musa se sacó la polla de la boca y se la ofreció a su legítima dueña.

— Perdona, preciosa, ¡es que me envicio!.

A punto de reventar, vi cómo mi mujer tomaba el relevo, y en cuanto la corona fue acogida por sus mullidos labios, dándole paso al cálido interior de su boca, las palpitaciones de mi miembro se convirtieron en convulsiones, y mi leche de macho salió disparada con furia contra el paladar y lengua de mi bella esposa.

— Mmmm —la oímos deleitarse al sentir los ardientes chorros a presión en su interior.

— Oooohh —gemí yo, descargando en pleno éxtasis mi simiente para que fuera degustada.

Tragando una parte, mi purgadora dejó que el resto de mi corrida se acumulase dentro de su boca, presionando con sus labios y lengua para obtener de mí cuanto pudiera ofrecerle.

Con un último suspiro por mi parte, y un masaje bucal de mi amada para drenarme por completo, mi satisfactorio y poderoso orgasmo concluyó con el húmedo glande volviendo a emerger de entre los rosados labios que lo habían estrangulado.

Sandra tomó el rostro de Nuria, y compartió con ella el resultado de la máxima excitación a la que ambas me habían llevado, besándose en húmedo combate de lenguas mientras los fluidos se intercambiaban de una a otra.

— ¡Así no hay quien baje la guardia! —exclamé maravillado, sintiendo cómo mi miembro no terminaba de caer en el absoluto reposo, resistiéndose ante la lujuriosa escena que contemplaba.

Las chicas rieron, y se levantaron  para besarme a mí, dándome a probar, primero una, y luego otra, la reminiscencia de mi propio sabor que ya se había escanciado a través de sus gargantas.

Aferré uno de los pechazos de Sandra, y se lo estrujé con ganas, y Nuria hizo lo mismo con el otro, arrancándole un gemido mientras esta le cogía su perfecto culo de potencial modelo de lencería aficionada al fitness.

— Vamos a la cama… —susurró mi mujer, con su voz cargada de lujuria y deseo.

Nos dirigimos a nuestro dormitorio, y a la vez que mis dos diosas se besaban y acariciaban a los pies de la cama, lentamente y con dedicación, como si fuera su primera vez, mis manos recorrían sus divinos cuerpos, ensalzando su excitación mientras les ayudaba a despojarse de las prendas superiores y liberar la voluptuosidad de sus senos.

Las delicadas manos de Nuria, tratando de abarcar las tetazas de Sandra, eran una imagen delirantemente excitante. Nunca habría imaginado que me gustaría tanto ver cómo unas manos, que no fuesen las mías, amasaban los despampanantes pechos de mi mujer.

Mi esposa se dejaba hacer entre suspiros de aprobación y, a su vez, pellizcaba los puntiagudos pezones de su amiga, haciéndola morderse el labio entre gemidos, mientras yo aprovechaba para darme un festín táctil acariciando la exquisita redondez y consistencia de aquel culo enfundado en los leggins.

Las manos de la morena descendieron por la anatomía de la castaña, bajándole la falda mientras ésta se desprendía de sus tacones y mostraba su espléndida desnudez, sólo cubierta por el diminuto triángulo de un tanga de color azul oscuro.

— Cariño —me dijo con su voz teñida de excitación—, sé que esos leggins te vuelven loco… Quítaselos tú a Nuri…

— Umm, sí —convino la invitada—, estoy deseando que me los quites —añadió, girando la cabeza para darme una excitante lamida en los labios.

Mis efectivos, a pesar de las exigencias de las últimas veinticuatro horas, y la abundante descarga de minutos antes, reaccionaron con valor ante el toque de corneta. Habiendo sido reacios a rendir completamente su estandarte tras el primer asalto, comenzaron a alzarlo de nuevo para poder presentar batalla cuanto antes.

Nuria arqueó su espalda, ofreciéndome, sensual y provocativamente, una esplendorosa visión de sus divinas posaderas para que yo pudiera acariciarlas a mi antojo, mientras le bajaba la elástica prenda y descubría su tersa piel de melocotón.

Dándole un mordisco en uno de sus consistentes glúteos, le ayudé a sacarse los botines y la prenda fetiche para quedarse únicamente con un tanga de color negro, cuyo hilo desaparecía entre sus dos rocas de ribera fluvial.

Con una pícara sonrisa, nuestra amiga acarició suavemente mi incipiente erección, y se subió a la cama para unirse a Sandra, que ya la esperaba tumbada con una mirada de incontenible lujuria.

— Voy a jugar un poquito con tu mujer mientras terminas de recuperarte—me dijo, poniéndose sobre ella—. No te importa, ¿verdad?.

Sin esperar respuesta, sus labios fueron al encuentro de los anhelantes pétalos de mi esposa, y sus lenguas se fundieron húmedamente en sus bocas mientras mi amada cogía y estrujaba los colgantes pechos de su amiga.

De pie, al borde de la cama, como único y privilegiado espectador de la más excitante puesta en escena que jamás soñé presenciar, disfruté visualmente, sintiendo cómo mi miembro se endurecía, de cómo Nuria se tumbaba sobre Sandra y, piel con piel, sus cuerpos de diosas se frotaban entre húmedos besos femeninos, profundos suspiros y cálidas caricias delineando curvas.

Las manos de mi mujer tomaron el tanga de su amiga en sus caderas, y se lo bajaron para que ésta acabase sacándoselo por los pies y tirándomelo a la cara. El aroma a hembra excitada que impregnaba la húmeda tela me embriagó, incitándome a sujetarla con mis manos bajo mi nariz para aspirar tan exclusivo perfume.

Entre risas, la preciosa morena también despojó a su amiga de su íntima prenda, lanzándomela también a la cara para que yo pudiese apreciar las sutiles diferencias entre el aroma de una y otra hembra en celo. El de Sandra, era más profundo y penetrante, más marinero, mientras que el de Nuria era ligeramente más dulzón y fresco, como una fragancia juvenil… Ínfimas diferencias que sólo mis sentidos, aguzados al máximo por la terrible excitación, eran capaces de discernir.

Vulva contra vulva, ambos sexos femeninos fusionaron sus humedades, frotándose y besándose sus labios mayores para que el mutuo roce clitoriano hiciese gemir de placer a mis dos ninfas.

— ¡Sois la hostia! —exclamé maravillado, sin perder detalle de cómo esos dos curvilíneos cuerpos se estimulaban mutuamente—. Estáis tan buenas… —añadí, verbalizando mis pensamientos con la verga ya más rígida que un obelisco.

Las dos bellezas rieron, levantándose ligeramente Nuria para que Sandra girase bajo ella y colocase su castaña cabellera entre los firmes muslos de la morena. Las manos de mi esposa atrajeron las caderas de su amiga sobre su rostro, y el húmedo y lampiño coñito de la invitada descendió hasta que su rajita contactó con la punta de la lengua que le esperaba debajo.

— Uuufff, Sandraaaa…

La jugosa papaya siguió descendiendo, devorando el apéndice lingual, hasta que los rosados labios de mi mujer se acoplaron a la vulva de su antigua compañera de piso, provocándole un estremecimiento, que se convirtió en risa nerviosa y placentera cuando la lengua comenzó a retorcerse en su interior.

Nuria metió sus manos bajo el culo de la cunilingüista, sujetándose a él firmemente, para bajar su cabeza y hundir su rostro entre las piernas de su amante, comenzando a lamerle la almeja con la misma dedicación.

Fusionadas en un hermoso sesenta y nueve, las dos preciosidades se comieron mutuamente los coños entre gemidos ahogados por flujo vaginal.

Yo ya no pude aguantar más mi estado expectante, necesitaba intervenir o me volvería loco. Me arrodillé al borde de la cama, donde tuve una increíble perspectiva del redondo culito de Nuria mientras, bajo su pelvis, podía ver  los castaños cabellos de Sandra y sólo la mitad de su rostro, pues su boca estaba pegada al coño de su amiga, devorándoselo con gula.

Crucé una mirada de fuego con mi amada, y mis manos sujetaron los compactos glúteos de la invitada, separándoselos levemente, para que mi rostro se acercase al maravilloso surco entre las dos nalgas y mi lengua lo recorriese de abajo a arriba.

— Uuuuhhh… —aulló Nuria, levantando momentáneamente la cabeza al sentir la húmeda caricia.

Mis manos abrieron un poco más las prietas cachas, y mi escurridizo músculo halló paso franco para lamer el suave asterisco que se encontraba en el fondo de ese cañón.

— Oooohhh… —gimió, levantando nuevamente la cabeza, con la punta de mi lengua acariciando su tierno ojal.

Volvió a hundir su rostro entre los muslos de Sandra, y comenzó a comerle el coño con más ansia, haciéndola gemir más intensamente con su boca llena de su propio sexo.

Unté de saliva todo el ano de nuestra doblemente saboreada, presionándoselo y estimulándoselo con la puntita, notando cómo se iba relajando para que ésta pudiese penetrarlo, trazando círculos en su entrada.

Las dos ahogaban sus poderosos gemidos sin dejar de paladear el sabroso gusto íntimo de la otra. Nuria, arrebatada por la doble comida, con dos lenguas haciendo diabluras en sus dos deliciosos orificios, y Sandra, catapultada por la intensa maestría de su amiga depredándole su gruta mientras veía cómo yo le comía el culo. El orgasmo de ambas era inminente.

Comprobando que el tierno agujerito de la morena ya estaba listo para sensaciones más profundas, chupé bien uno de mis dedos y, sin miramientos, se lo metí entero por el culo, deslizándose sin dificultad hasta desaparecer en él.

— ¡Mmmm! —gimió con sorpresa e intensidad la penetrada, succionando con todas sus fuerzas el coño de su amante al sentir el repentino orgasmo propagándose por su cuerpo.

La poderosa succión en su vulva con la lengua acariciándole el clítoris, desencadenó inmediatamente el éxtasis de Sandra, que se corrió en la boca de Nuria aumentando su propia ansia deglutiendo los fluidos femeninos de esta, de modo que se retroalimentaron mutuamente para llevarse al delirio.

Con los orgasmos disfrutados al máximo por sendas hembras, saqué mi dedo de la retaguardia de nuestra invitada, observando con una sonrisa cómo el ojal quedaba abierto. Levantó su cabeza, aún jadeando, y también su cadera para dejar respirar a mi esposa, que a su vez resollaba bajo ella, quedando en una estimulante posición de perrita en la que, sus más que apetecibles nalgas, quedaron expuestas para mí.

Sin poder quitar el ojo de encima de esa tremenda región anatómica, paradigma de turgencia, firmeza y tersura, me puse en pie con mi lanza en ristre, apuntando directamente al objeto de mi deseo.

Sandra, con su cara brillante de jugos orgásmicos, estiró su brazo derecho y agarró mi dura carne, acariciándola de arriba abajo hasta sopesar mis huevos.

— Joder, cariño, qué pollón se te ha vuelto a poner —me dijo, mordiéndose el labio—. ¿Por qué no se lo metes por el culo a mi amiga?.

Aquella era la sugerencia que todo marido desearía oír salir de los labios de una esposa que tuviera una amiga que estaba tan tremendamente buena. Música para mis oídos.

Nuria giró la cabeza clavando en mí los ónices de su mirada, y apoyó la moción mordiéndose ella también el labio inferior, balanceando ligeramente su lindo trasero para mí.

Crucé mi mirada con mi esposa, y la telepatía entre ambos hizo innecesaria la verbalización del acuerdo.

Con iridiscencias verdes de pura excitación en sus ojos de miel, Sandra se movió bajo su amiga, arrastrándose ligeramente por el lecho hasta que su nuca quedó apoyada en el canto de la cama, con su castaña media melena cayendo en cascada hasta casi tocar el suelo. Su mano abandonó mis pelotas, y volvió a aferrar mi rígida verga, flexionándola para dirigirla hacia sus jugosos labios entreabiertos.

Dando medio paso hacia delante, y abriendo las piernas para que la hermosa cabeza de mi esposa quedase entre ellas, flexioné las rodillas para que mi increíble compañera vital guiase mi glande hasta llegar a besarlo, impregnándolo con el zumo de hembra recién exprimido que daba brillo a sus carnosos pétalos.

Seguí bajando la cintura, acomodándola para tomar el ángulo correcto, hasta que la punta de mi polla penetró entre los acogedores labios, atravesándoselos para llenar la cálida boca de Sandra con mi acerada carne, alcanzándole la garganta con el balano, e invadiéndole el angosto conducto hasta que su fina nariz chocó contra mi pubis, gracias a esa postura de tragasables.

— Oohh, cariño… —gemí—. Qué ganas tenía de que volvieras a tragártela entera…

Como ya mencioné con anterioridad, la pasión de Sandra por mi miembro y su hambre de él, antes de nuestra pequeña crisis matrimonial, eran mayúsculos, lo que nos había llevado a practicar en varias ocasiones esa postura de garganta profunda, perfeccionándola en cada ejecución para goce de ambos.

Lentamente, volví a alzar mi cintura reculando, deslizando mi sonda hacia fuera para que mi glotona esposa dejase de tragarse la cruda carne, y mi glande fuese nuevamente acariciado por su lengua trazando círculos en su contorno, mientras se iba retirando de su boca hasta salir nuevamente a la luz a través de los rosados labios.

Tenía toda la polla embadurnada por una buena capa de transparente y brillante saliva que escurría hasta mis huevos, y mi amada la mantuvo apuntando hacia el culo de su amiga mientras yo la tomaba de las caderas y la atraía hacia mí, hasta dejarle las rodillas justo al borde del colchón.

Apenas moviendo mi cadera hacia delante, tiré con las manos de las prietas nalgas de Nuria, abriéndoselas pare que la testa de mi cetro se deslizase entre ellas hasta alcanzar el umbral de la entrada trasera, apoyándola en ella.

— Jooodeeeerr, cómo me gusta esooo… —dijo entre dientes la yegua a cuatro patas, lista para ser montada.

Disfrutándolo casi tanto como si fuera ella la que iba a ser enculada, Sandra sujetó con firmeza mi lanza, manteniéndola recta mientras mi cadera empujaba y la punta de mi ariete abría el estrecho orificio, lubricado con mi saliva y relajado por el efecto de mi lengua y dedo.

Sentí que tenía que presionar, pues la dilatación no daba suficiente abertura para dar paso a la redonda cabeza de mi virilidad, así que seguí empujando con más insistencia, sintiendo cómo el delicioso ano de Nuria cedía a mi hombría y mi glande conseguía forzar el esfínter para colarse, embadurnado con la baba de mi esposa, en el culo de su amiga.

— ¡Au, au, au!, ¡qué gorda la tienes! —exclamó, experimentando la indescriptible mezcla de ligero dolor y poderoso placer.

— ¡Pues sólo te ha metido la puntita! —intervino mi mujer, desde su posición en primera línea de espectáculo—. Vas a alucinar…

Aquella estrechez me proporcionaba muchísimo placer, y tener ese divino culo entre mis manos era demasiado excitante, así que no pude contenerme más: di una buena embestida pélvica, embutiendo mi gruesa y dura carne de una vez, hasta que el puño de mi amada hizo de tope.

— ¡Aaaaahh…! —gritó la sodomizada, quedándose casi sin aliento—. ¡Me partes por la mitad, cabronazo!.

Sandra soltó su presa y salió de debajo del cuerpo de su amiga, poniéndose ante ella con una expresión mezcla de lujuria y preocupación, mientras yo permanecía a la expectativa, sujetando esas maravillosas redondeces con algo más de la mitad de mi verga enterrada entre ellas, sintiendo las exquisitas contracciones con las que el agujerito de Nuria trataba de adaptarse al grosor que lo forzaba.

— ¿Te duele? —le preguntó, dándole un dulce beso en los labios.

— Uf, un poco, sí —contestó la morena, resoplando—. ¡La tiene gordísima!.

— Lo sé, preciosa, y eso que aún no te la ha metido toda… —le dijo, echándome una mirada de complicidad.

— Joder, ¿no?. ¡Aaaaaahhh…!

Nuria gritó de nuevo cuando volví a embestirle con ganas, insertándole el resto de mi pétrea carne en su ojal hasta que mi pelvis sonó como una palmada al chocar contra su mullido culo.

— ¡Ahora sí que te la ha clavado hasta el fondo!.

— ¡Oh, Dios, la siento enorme!. Me-me-me… —comenzó a tartamudear la empalada, haciéndome apretar los dientes con la poderosa presión de sus entrañas en todo mi taladro.

— Te encanta, ¿verdad? —le ayudó Sandra, dándole otro beso.

— Uuuff, sí, ¡me encanta! —exclamó, resollando—. ¡Me siento llenísima con este pedazo de rabo metido en el culo!. Es brutal… Me siento tan puta… ¡Me encanta sentir el enorme rabo de tu marido partiéndome en dos!.

— Las jacas como vosotras —le dije yo desde la retaguardia— necesitan que se las monten bien a fondo…

Con un balanceo de cadera, hice que toda mi polla se deslizase por sus entrañas, retirándose hasta sólo dejarle la cabeza dentro y, de inmediato, di un nuevo empujón con el que se la clavé en el culo, con otro restallido de carne contra carne que le arrancó un profundo gemido de placer.

— Ahora empieza lo mejor —comentó mi esposa, recostándose en el cabecero de la cama para contemplarnos a ambos, mientras su mano izquierda estrujaba una de sus tetazas y la derecha acariciaba su coñito—. ¿A ti te gusta, cariño?. Dale duro, como tú sabes. Me encanta verte en acción…

— Diosss… —invoqué entre dientes—. ¡Cómo me pones con esa actitud!. Y este culo es para darle polla sin compasión —añadí, masajeando los firmes glúteos de Nuria.

— ¡Sí! —gritó la perforada con entusiasmo—. ¡Mi culo quiere más polla!.

Me aferré a la grupa de mi montura, sujetando bien su magnífico cuerpo de diosa, y comencé a bombear con fuerza, marcando un poderoso ritmo con el que mi verga se deslizaba por sus entrañas y entre sus cachas, saliendo y entrando con la suavidad que las salivas combinadas en su ano y mi miembro proporcionaban a las profundísimas penetraciones.

— Ah, ah, ah, ah…—gemía la salvajemente sodomizada, agarrando la colcha con los nudillos en blanco por la fuerza con que trataba de aguantar ante mis acometidas.

Mi pelvis chocaba sonoramente con cada estocada en sus nalgas, como un ritmo flamenco marcado con las palmas y que ella coreaba con sus jadeos.

La estrechez y presión de ese culo eran enloquecedoras, haciéndome sentir mi virilidad como una barra de hierro al rojo vivo, capaz de fundirse en cualquier momento, pero aguantando su rigidez, placenteramente oprimida por las carnes de Nuria.

El espectáculo visual no hacía sino ensalzar aún más las sensaciones. Los perfectos glúteos de mi nueva hembra eran sacudidos insistentemente por mi pelvis, que producía ondas de choque casi imperceptibles sobre su piel, hasta que la consistencia de esas gloriosas posaderas cedía a mi bravura, compactándolas cuando mi lanza se ensartaba hasta el fondo.

Toda su espectacular anatomía vibraba con mis embestidas, meciéndose sus pechos colgantes atrás y adelante, mientras Nuria levantaba la cabeza tratando de coger el aliento que cada enculada le arrebataba.

Y delante de ella, con una cara de pervertida y viciosa que derretiría a cualquiera, estaba mi esposa, apoyada en el cabecero de la cama,  observando cómo su marido le daba duro por el culo a su amiga, masturbándose con su coño hecho agua mientras con la otra mano se pellizcaba los pezones. Un auténtico sueño húmedo.

Los gemidos y jadeos se transformaron en gozosos sollozos suplicantes:

— Uuhh… me revientas… uumm… me revientaaass…

Cada fibra muscular de Nuria se contrajo al máximo, cayó sobre los codos con una de mis embestidas, y su culazo se elevó mientras gritaba de puro placer en pleno orgasmo.

— ¡¡¡Oooooohh…!!!

Me quedé quieto, con toda mi polla embutida en sus febriles carnes, disfrutando de cómo su calor interno y la potencia de sus músculos agasajaban al grueso invasor que le había llevado a ese estado.

Cuando su clímax concluyó, desenvainé mi sable para que Nuria tomase aliento, y para darme un respiro yo también. Con satisfacción, contemplé cómo el culazo de mi montura permanecía abierto tras sacarle la verga, con su ano dilatado para evidenciar  el diámetro del miembro que lo había profanado.

Sandra también había dejado de masturbarse para no perder detalle de cómo su amiga se corría con la polla de su marido metida en el culo.

— Menudo espectáculo me habéis dado —dijo sonriendo, con esa excitante expresión viciosa y pervertida—. Me habéis puesto cachonda perdida…

Se deslizó hacia abajo en la cama, hasta que colocó su empapada gruta de hinchados y enrojecidos labios al alcance de su excompañera de experimentos lésbicos.

— Si eres tan puta como para que mi marido te folle por el culo, querrás comerme el coño, ¿no? —le preguntó.

— Sí —obtuvo como respuesta en un susurro—. Soy muy puta, y quiero comerte el coño…

Mi esposa se mordió el labio y, clavando su lujuriosa mirada en mí, puso sus manos sobre la sedosa melena azabache de su amiga, invitándola a descender, hasta que gimió sintiendo cómo la lengua femenina lamía su almeja.

— Ooohh, Nuri, me encanta cómo me lo comes…

Esa imagen, que ya había visto la noche, pero ahora con el trasero de nuestra invitada totalmente expuesto para mí, era demasiado. Ya había descansado lo suficiente, ¡necesitaba volver a follarme ese divino culo!.

Con una mano, acaricié el suave coñito de Nuria, haciéndola estremecer y comprobando que aún chorreaba por el orgasmo que acababa de tener con mi verga partiéndola en dos.

El cálido fluido embadurnó mi mano, y lo llevé hasta mi músculo, impregnándolo bien con él, recogiendo más de la fuente con otro par de caricias en la congestionada gruta.

En realidad, aquella operación no era necesaria, el ojal de aquella que le estaba comiendo el coño a mi mujer estaba más que suficientemente lubricado, pero me encantaba tocarle el jugoso chochito a ese bellezón, haciéndola temblar, y sentir su escurridizo flujo en mi herramienta.

Me recoloqué sujetando una de las suaves nalgas de Nuria con una mano, mientras con la otra apuntaba con la enrojecida testa de mi cetro para dirigirla entre esos voluptuosos cachetes.

— Oh, sí, nene —dijo Sandra, disfrutando de la experta comida lésbica—, vuelve a clavársela… ummm… Quiero correrme en su boca mientras veo cómo vuelves a follarle el culo…

Asentí con una sonrisa tan pervertida y viciosa como la de mi mujer, y disfruté de cómo mi glande se introducía en el cálido ano de nuestra amante compartida con un sonido de fluidos escurriendo.

— Ummm… —gimió ella, besando los labios vaginales de mi esposa.

Ya, sin miramientos, mi otra mano también sujetó el incitante culo en pompa, y lo taladré hasta el fondo, volviendo a dilatar sus entrañas, deslizando suavemente mi ariete por ellas hasta que mi cadera chocó contra los glúteos

— ¡Ooohhh…! —gritó con gozo la penetrada, separando momentáneamente su boca del sexo de mi esposa—. ¡Cómo me gusta…!

Me retiré lentamente, haciéndole suspirar con toda la longitud de mi virilidad arrastrándose en sus profundidades, y antes de que volviera a arremeterla, Sandra le incitó con las manos sobre su cabeza.

— No dejes de comerme, que me tienes a punto…

Nuria volvió a hundirse entre los muslos de su amiga, que emitió un nuevo gemido al sentir cómo el húmedo músculo de su amante le lamía el clítoris.

Yo volví a penetrar profundamente la grupa de la magnífica jaca, iniciando un lento bombeo de mete-saca, sin brusquedad, permitiéndole disfrutar de mi barra de acero abriéndole las carnes, mientras deleitaba a mi esposa con su arte cunilingüista y gemía con la boca acoplada a su coño.

Escuchando los gemidos de ambas hembras, unos libres y otros ahogados, disfrutando de la estrechez del conducto que tiraba de la piel de mi verga como si pudiera desollarla con cada entrada, me recreé observando cómo mi estaca entraba y salía de entre esas dos rocas fluviales, apuñalándolas con carne para desaparecer engullida por ellas.

«¡Dios, qué maravilla!», pensaba mientras amasaba esos tremendos glúteos, apretándolos con mis dedos, sin dejar de embestirlos. «Es el mejor culo que me he follado nunca, incluso mejor que el de mi Sandra… Y hacerlo delante de ella… ¡es la hostia!».

El placer era sublime, así que, aunque trataba de controlar mis impulsos para no arremeter con la furia que me pedía el cuerpo, no pude evitar que mi pelvis acelerara el ritmo e intensidad, rebotando una y otra vez contra las moldeables carnes para que las palmadas de choque piel con piel volvieran a hacerse audibles.

Volví la vista hacia mi mujer, quien, con el rostro de nuestra amante enterrado entre sus muslos, se chupaba y mordía los labios entre gemidos, con sus mejillas sonrojadas mientras clavaba sus enormes ojos en mí para contemplar cómo todos los músculos de mi torso se contraían cada vez que le perforaba la retaguardia a su amiga. Estaba a punto de alcanzar el clímax.

— Tengo que volver a follarle duro el culo a tu amiga —le dije—, ¡córrete!.

Como si hubiese sido una orden a cumplir inmediatamente, Sandra entró en combustión. Suspirando y jadeando profundamente, su cuerpo se arqueó sobre la cama mientras se agarraba y estrujaba sus prominentes pechos.

— ¡Oooohhh…! —dio un último grito de gozo, corriéndose en la boca de nuestra complaciente compañera de cama.

Ese fue el pistoletazo de salida para mí. Sujeté firmemente a Nuria por su estrecha cintura, y empecé a castigarle el culo con sonoros golpes de cadera, con los que se lo perforaba con mi polla convertida en una auténtica tuneladora.

— ¡Aaaah, aaah, aaaah, aaaaah! —comenzó a gritar la montada, con su barbilla mojada con los caldos de Sandra, mientras ésta volvía a recostarse en el cabecero.

Todo mi cuerpo estaba en tensión, con todos mis músculos contraídos y entregados a darle con furia a esa hembra cuanta potencia sexual rugía en mi interior, obligándole a dar con su rostro en el lecho sin parar de gritar, mientras se agarraba a la colcha como si pudiera arrancarla de la cama a pesar de estar los tres encima de ella.

Fueron unos pocos minutos demenciales, en los que mi esposa contemplaba, ya relajada y con la boca abierta, cómo su marido y su amiga follaban como bestias.

Mientras tanto, yo sentía mi polla como un tizón incandescente, gorda como nunca, a punto de estallar, en una tenue frontera entre el dolor y el más sublime placer, sin posibilidad de descargarse.

De pronto, todo el cuerpo de Nuria se convulsionó con un devastador orgasmo que le arrancó un agudo alarido de la garganta. Su espalda se arqueó al máximo, levantándose para quedar a cuatro patas como una loba esteparia aullándole a la luna llena mientras sus entrañas y su culo oprimían mi verga, tirando de ella y haciéndome estremecer.

Al fin, toda mi tensión se liberó. Con un rugido y un temblor sacudiéndome de los pies a la cabeza, aplasté el culazo de Nuria contra mi pelvis, y le inyecté mi ardiente semen a fondo, eyaculando potentes chorros de densa leche hirviente en sus entrañas, que hicieron aún más intensa su propia corrida.

En pleno apogeo de mi catarsis y ensalzamiento de la suya, aún le di tres o cuatro potentes embestidas más a ese voraz culazo, exprimiendo cuanto fluido de macho pudo salir de mí en borbotones que abrasaron a mi nueva diosa por dentro. Hasta que el orgasmo de ambos se consumió, y caímos rendidos sobre el colchón extasiados.

Epílogo

La mañana siguiente desperté con mis dos diosas abrazadas a mí. Di un vistazo a sus esculturales cuerpos desnudos: aquel que había levantado mis pasiones desde que nos conocimos, y que seguiría haciéndolo para gozar de él al igual que antes de que el estrés enterrara nuestros instintos. Y esa privilegiada anatomía de piel broceada que, de forma insospechada, había sido mía durante ese fin de semana para compartirla con mi compañera de vida en la más intensa experiencia que jamás había disfrutado.

Con sumo cuidado para no despertarlas, salí de entre sus brazos y fui a darme una ducha.

Con el agua casi fría incidiendo en mi rostro, y dejando que corriese por mi piel  para quitarme los restos de gel de todo el cuerpo, los fotogramas de todo lo vivido desde el viernes por la noche se sucedieron en mi mente, haciendo que mi erección matutina se negase a decaer.

— Joder, ¡qué ejemplar de hombre! —escuché, obligándome a cerrar el grifo y abrir los ojos.

A dos metros de la ducha, encontré a Nuria, mirándome fijamente, evidenciando en su espectacular desnudez cómo sus pezones estaban erizados al verme.

— Y pensar que estaba deprimida por culpa de una zorra ambiciosa… —añadió, acercándose a mí y abriendo la mampara transparente para ponerse ante mí.

Sonreí.

— Bueno, yo creo que ya lo tienes más que superado —dije, contemplándola de arriba abajo.

— A lo mejor aún me falta un poquito —contestó, mirando fijamente mi grosera erección, y mordiéndose el labio inferior—. Y tú tienes lo que necesito… Quiero que me llenes la boca con tu leche caliente —sentenció, agarrándome el manubrio y atravesando mi mirada con sus incandescentes ónices.

Sin más dilación, la hambrienta hembra se arrodilló a mis pies, llevó mi glande a sus rojizos labios, lo succionó introduciéndoselo en la boca, y comenzó a chuparme la polla golosamente.

— Oooohhh… —suspiré.

Nuria me hizo una lenta y concienzuda mamada, paladeando mi verga con dedicación, saboreando cada centímetro de mi piel y cada gota de lubricación que le brindaba, sabedora de que en unas horas, ese fin de semana quedaría en el recuerdo.

La humedad y calidez de su boca, sus carnosos labios y suave lengua, me proporcionaron una increíble satisfacción que no tenía ninguna prisa por concluir. Prolongándose por unos minutos en los que suspiré más que una adolescente enamorada.

— De verdad, nena, ¡menudo vicio has cogido con la polla de mi marido! —oímos de pronto.

Ambos miramos hacia la puerta del cuarto de baño, donde Sandra nos miraba con una sonrisa divertida.

Nuria fue a sacarse la verga de la boca, pero mi esposa la detuvo:

— ¡Tranquila!, disfrutad los dos, que luego la tendré toda para mí. Voy preparando el desayuno.

Y allí nos dejó a solas.

«¡Estoy casado con la mujer más increíble y generosa del mundo!», pensé.

— Ya lo has oído, preciosa —le dije al excitante rostro de profundos ojos negros que me miraban fijamente, con sus labios rodeando el grueso tronco de mi virilidad metida en su boca—. ¡Chúpame la polla hasta que te sacies!.

Esa orden de macho dominante excitó más a Nuria, quien continuó la mamada de forma más voraz y profunda, mientras ella misma se acariciaba el coño, ya mojado con sus fluidos.

Con unas exquisitas chupadas que podían rivalizar con la maestría de mi mujer en ese arte, excepto en profundidad cuando practicábamos nuestra postura especial, la bella asesora legal me llevó a un poderoso orgasmo con el que me corrí abundantemente dentro de su boca, regalándole hasta la última gota de la ardiente leche masculina que mi cuerpo había sido capaz de producir durante las horas de sueño.

Nuria también alcanzó el clímax al sentir los lechazos chocando contra su paladar y derramándose sobre su lengua a la vez que se autopenetraba con dos dedos, y degustó con esmero esa golosina que ya no podría volver a disfrutar viniendo de mí.

Después del desayuno y las duchas de las chicas, nos fuimos a un merendero campestre cercano a la ciudad, donde, rodeados de familias de domingueros, disfrutamos del sol primaveral y un picnic abundante y variado.

Después de comer, volvimos a la ciudad. Entre abrazos y besos, Sandra y yo despedimos a Nuria, quien había salvado nuestra vida íntima conyugal, superando su propia ruptura, y convirtiéndose en alguien muy especial para nosotros.

— Es una pena que viva en otra ciudad —le dije a mi mujer cuando nos quedamos solos.

— Pues sí, ya sabes, el trabajo… ¿Ya estás echándola de menos, semental? —me preguntó ella, agarrándome el paquete con una sonrisa—. Y eso que no te hacía mucha gracia que viniese…

— Bueno, claro, si hubiera sabido lo que iba a pasar… —me defendí, tomándola por el talle.

—  ¡Ja, ja, ja!. Creo que vamos a tener que invitarla otra vez a casa dentro de poco…

— Todas las veces que quieras, cariño. Tus amigas son mis amigas.

Los dos nos reímos con ganas.

— Bueno, ahora deberías dame mi ración de pollón —sugirió Sandra—, que hoy me tienes a dieta y estoy hambrienta —sentenció, apretándome la verga ya morcillona.

— Cariño, te voy a follar por todos tus agujeros hasta que no puedas ni levantarte —le contesté, sintiendo cómo mi herramienta se ponía dura en su mano.

— Umm, sí, lo estoy deseando —afirmó, dándome un húmedo beso, con el que su lengua se enredó con la mía.

— Nena, tienes una boquita para el pecado…

— ¡Pues peca!. Fóllamela como tú sabes…

— Y pensar que habíamos perdido esto por gilipollas preocupados y estresados… —verbalicé una idea.

— No me lo recuerdes… Venga, vamos a la cama para que me tumbe y me trague todo tu pollón.

Recuperamos nuestra frecuente vida íntima de pareja, e incluso mejoró, porque a partir de entonces, siempre estuvimos dispuestos a superarnos.

Y en cuanto a Nuria… Sólo dos semanas después volvió a pasar el fin de semana a nuestra casa, y otras dos semanas después, y a la semana siguiente, y a la otra…

Actualmente, vive con nosotros de viernes por la tarde a domingo por la noche. Nuria se ha convertido, “oficialmente”, en nuestra amante, sexual y emocionalmente. Los tres nos complementamos a la perfección en todos los aspectos, juntos afrontamos los problemas, y somos más felices de lo que lo habíamos sido nunca.

FIN