Entre tinieblas
Un despertar poco común.
Entre tinieblas
Se despertó sin saber porqué, con cierto malestar e incomodidad. Tenía la sensación de que algo no iba bien, algo raro sucedía.
Intento abrir los ojos, pero no pudo. Una venda o algo similar le tapaba la vista, impidiéndole ver lo que la rodeaba. Quito quitársela, arrancársela, pero le fue imposible. Sus brazos extendidos se negaban a moverse. Sus muñecas estaban inmovilizadas por una tela, tal vez un pañuelo, pero no por una áspera cuerda; sus ataduras eran suaves, como la seda. Lo mismo sucedía con sus piernas, extendidas en un ángulo de 60 grados.
No podía moverse. No sabia qué pasaba. Tenía miedo.
Intento gritar y pedir ayuda, pero de su garganta sólo surgieron vagos quejidos y murmullos. Su boca estaba llena de algo, por la textura posiblemente un calcetín o una toalla pequeña. Eso daba igual. Lo realmente importante era quién le había hecho eso, y qué más querría hacer con ella.
Durante unos eternos instantes ser debatió, contorneándose, luchando, intentado romper o deshacer los nudos que la aprisionaban, pero su empeño resulto fútil. Quienquiera que la hubiera dejado así, había realizado su trabajo a conciencia. No podría liberarse, y su temor se fue acrecentando.
Desistió. Se dedico a notar, percibir, oler, escuchar. Cualquier cosa que le proporcionara algún indicio, algún dato, sobre su situación. Estaba tumbada sobre una superficie grande y blanda, al parecer una cama, pero desconocía si era la suya u otra; seguía vestida casi con seguridad con las mismas prendas que se puso al acostarse, su camisón corto y la ropa interior, pero destapada; no hacia mucho frío, pero el miedo la hizo temblar; y en el ambiente se olía un aroma fuerte, raro, inidentificable, pero no desagradable.
Oyó algo. El crujir de una silla, seguido de unos pasos silenciosos, casi imperceptibles, aproximándose. El terror la hizo volver a intentar escapar, con idénticos resultados que antes.
El que la había atado estaba a su lado. Ya no podía oír nada más, pero lo sentía, lo notaba. El tiempo siguió fluyendo, tal vez segundos, tal vez minutos, sin más novedad. Sabía que la miraban, y sus lágrimas de angustia empezaron a humedecer la venda.
De repente un roce fue subiendo desde su rodilla derecha hasta el inicio de su camisón. Grito, aun cuando casi ni ella misma pudo escucharse. Estiro los brazos, las piernas, consiguiendo únicamente dañarse muñecas y tobillos por la rozadura de la tela. Todo lo que intentara resultaría inútil, empezaba a darse cuenta de ello, aunque no quería aceptarlo. Lucho hasta quedar agotada sin ningún resultado. Y rompió a llorar.
Paso otra corta eternidad, lo suficiente para que sus ojos se secaran e intentara calmarse. Y otra vez el roce, siguiendo el mismo camino que el anterior, pero en la otra pierna. En esa ocasión su resistencia fue menor, casi simbólica. Se rindió a las circunstancias, rezando, a quien pudiera hacer algo, para que no le hicieran ningún daño.
Las yemas de unos dedos acariciaron las rozaduras de su muñeca derecha con cuidado, casi con cariño, y fueron bajando por su brazo hasta el hombro. Luego, rozándole la frente, los largos cabellos que tapaban su rostro fueron apartados a un lado. Cada roce, cada caricia, sólo le daba más fuerzas al miedo.
Un clic. Algo que le recordó demasiado a aquello que había ya escuchando en tantas películas, una navaja automática. Los temblores se hicieron más contundentes, el llanto regreso a sus ojos cegados. Iba a matarla, cortarle el cuello y dejarla desangrándose sobre su (tal vez) cama.
Una punta metálica se apoyó en su nariz, pinchado sin llegar a clavarse, y fue deslizándose por su mejilla, por el hueso de la mandíbula, por su cuello, hasta el inicio de sus senos. Un intento de suplica escapó de su garganta, pero fue ignorado.
Lentamente su camisón fue cortado por entre sus pechos, por sobre su ombligo y su pubis, hasta llegar al final. Y abierto, como si de una camisa se tratara, dejando contemplar su tembloroso cuerpo, sólo cubierto por su ropa interior, a quienquiera que estuviera mirando.
Una mano suave y cálida se posó primero sobre su abdomen y luego fue acariciando piernas, brazos, rostro... Todo lugar donde su piel estuviera en contacto directo con el aire. Posteriormente regresó la navaja, cortándole resto de sus prendas con inusitada rapidez en contraste con la lentitud previa.
Oyó la puerta abrirse, a alguien salir, y cerrarse de nuevo.
Estaba desconcertada. Un torbellino de ideas y sensaciones bullía en su interior. ¿Regresaría su asaltante? Y si lo hacia, ¿donde había ido? Estaba desnuda, atada a la cama y con las piernas separadas. Resultaba evidente que seria victima de una violación. Pero en ningún momento le había hecho daño, incluso tenía la sensación de haber sido tratada con cariño, con dulzura, pese a las circunstancias.
¿Y si al desnudarla no le había gustado lo que vio y por eso se marcho? Ese pensamiento hizo que por un momento se sintiera herida en su orgullo. Ella sabia que era hermosa, no de manera excepcional, pero si lo suficiente para incitar a un violador, ¿o no?
Si no hubiera tenido la boca ocupada, hubiera reído ante sus propias dudas. Se estaba sintiendo ofendida por no ser violada. Absurdo. Sin duda alguna era mucho mejor que se marchara dejándola así.
¿O no?
Aún tenía miedo, mucho, no sabia a que clase de loco se enfrentaba. Pero una parte de sí misma, una parte minúscula, sentía curiosidad por ver que pasaría, y aceptaba que tal vez en otras circunstancias su situación actual podría resultar... morbosa. Lo que todavía su mente consciente se negaba a aceptar eran los picores que empezaba a sentir en ciertas partes sensibles de su anatomía.
La puerta se abre. Alguien entra. La puerta se cierra.
De improviso, tanto que arqueo la espalda por la sorpresa, un liquido espeso y frío se derramo sobre los pelos de su entrepierna. A continuación una mano fue frotando y extendiendo, formando espuma, el producto que fuese sobre su bello, de manera metódica, sin profundizar, ni siquiera rozar, zonas más erógenas de su cuerpo.
Al principio pensó que tal vez la estaba limpiando; al menos hasta que noto algo más rígido que la carne llevándose lo que hasta entonces pensaba seria champú o algo similar. No, la estaba afeitado.
Ella nunca se había planteado eliminar ese bello de su figura, siempre había sido poco peluda, y no creía necesitarlo. Curiosamente no le molesto que se lo hicieran. No tenía ni idea de que vendría después, pero resultaba evidente que el violador se tomaba muy en serio su trabajo, lo hacia concienzudamente, con calma, y cuidaba los detalles. Casi se sintió halagada de ser el objeto de tanta dedicación.
Se dejo hacer, sin moverse, en parte temiendo poder llevarse un corte, aunque lo dudaba. Una vez finalizada la labor se dio cuenta que sentía curiosidad por ver que tal había quedado. También noto que el miedo que sentía iba desapareciendo, dejando lugar a una creciente expectación. No, no podía ser, estaba allí contra su voluntad. Ella no lo quería, pero...
La mano empezó a juguetear con su ombligo haciéndole cosquillas. Luego bajo por su recién depilado pubis, pero en vez de lanzarse directamente sobre el objetivo, como esperaba, se desvió hacia su muslo derecho, bajando por su cada interna y acariciándola en toda su extensión.
Al sentir como los dedos se deslizaban alrededor de sus labios vaginales sin llegar a tocarlos, empezó a notar como los músculos de sus caderas se contraían y relajaban débilmente. Fue necesario un notable esfuerzo por su parte para detener ese movimiento. Haría lo posible por no disfrutar. Estaba siendo violada, y no concebía la posibilidad de que le gustara. Pero la sensación seguía allí.
Al final, siempre suavemente, noto como los dedos iniciaban el camino hacia sus profundidades: primero por encima de los labios, luego entre ellos, luego frotando cada uno por separado, y, finalmente, abriéndolos con el índice y el anular, mientras el corazón frotaba su clítoris. Mientras tanto, una boca empezó a lamer y luego chupar y mordisquear agradablemente uno de sus pezones. Y el tiempo paso
Ya no podía más, y de dio cuenta de ello. Sus caderas hacia rato que ya no obedecían sus ordenes, su respiración era muy agitada, los escalofríos recorrían su cuerpo y continuamente los jadeos eran silenciados por su mordaza. No sabia si quería o no, pero inevitablemente se acercaba al orgasmo.
Frío. Un frío extremo creció desde su clítoris, cortando en seco todas sus sensaciones y haciendo que se contorsionara como no lo había hecho hasta entonces. Frío helado. Quiso llorar de frustración, aunque intentaba convencerse que no alcanzar el éxtasis era lo que realmente deseaba.
Y otra vez volvieron los dedos. Y los siguió el frío. Así infinitas veces, miles, millones, llevándola a la desesperación y al borde de la locura. Hasta la ultima vez, cuando dejo de ser acariciada y el frío, contrariamente a lo que temía, no apareció. Nada le negó la excitación que sentía, pero tampoco ningún dedo le ayudo a alcanzar la culminación.
Su mente ya no sentía miedo, ni humillación, ni vergüenza. Sólo ansia y deseo, sólo la necesitad de ser tocada hasta el final. Su cuerpo, reflejo de esa mente, no cesaba de moverse, de pedir más, queriendo liberar el sinfín de sensaciones que amenazaban con desbordarla.
Y pasaron más minutos de absoluto nada, únicamente el perenne contorneo de su figura inmovilizada. Hasta que volvió a sentir, pero esta vez fue ardor, una dolorosa punzada bajo el pezón izquierdo que le obligo a arquear la espalda hasta el punto que pensó que se habría desgarrado algún músculo. Y otra gota ardiente cayo a la izquierda de su ombligo. Y otra en su cuello. Y otra, y otra, y otra...
No podía continuar, se estaba volviendo loca; se moría de gusto y de agonía. Su único objetivo en la vida era acabar, pero ese agradable suplicio, esa tortura, parecía no tener fin, ser eterna. Ya no podía negar los fluidos brotando de su vagina abierta, hambrienta, necesitada de ser saciada.
Las gotas cesaron. Sus lágrimas empapaban la venda. Su agotado cuerpo parecía muerto a excepción de las caderas, que se movían por iniciativa propia.
Quien fuera se coloco encima de ella, sin tocarla, apoyado sobre los codos a ambos lados de su cabeza y las rodillas entre sus piernas. Pudo sentir un breve roce sobre su vagina, e inmediatamente alzo su pelvis en busca de contacto, pero no lo alcanzo. Lo volvió a sentir y a intentar, pero nada. Aparte de eso sólo notaba el cálido aliento de alguien sobre su rostro. Era indescriptiblemente desesperante.
Su mordaza salió de su boca. Eso la alivio un poco y pudo respirar mejor.
¿Quieres que me vaya?
Quiso gritar pero no tenía fuerzas. Un leve "no" desesperado brotó de su garganta. Prefería que la matara a que la dejara en ese estado.
Respiro el aliento acercándose a su boca, unos labios uniéndose a los suyos y una lengua metiendose dentro, entrelazándose y jugando con la suya.
Y al fin un contacto definido, no un roce, sobre su vagina. Duro, contundente, buscando la entrada que lo guarneciera del frío de fuera. Lentamente, pero a velocidad constante y sin detenerle, la fue penetrando hasta el final, y se detuvo. Se quedo allí, calentito, a gusto, mientras ella aguantaba la respiración, sintiéndose temblar, esta vez no de frío ni de miedo, sino de otra cosa.
Y cuando la empezó a sacar sintió el orgasmo. Todo su cuerpo se tenso, el aire se negaba a salir de sus pulmones, la vista se le nublo, y una explosión de placer sacudió hasta la ultima de las fibras de su cuerpo. E inmediatamente otra entrelazada, y otra...
Perdió la noción del tiempo, del espacio, y todas las nociones existentes. Sólo había placer, a oleadas, incesantes espasmos continuados. Llego al punto de creer que toda su vida se había limitado siempre a eso, a un placer sin limites ni fin. Y siguió así durante lo que le parecieron eones de disfrute absoluto hasta que sus últimas fuerzas la abandonaron y con un último jadeo cayo inconsciente.
La luz entrando por una ventana medio abierta la despertó. Al principio no supo dónde estaba, que había pasado, casi ni quien era. Tan solo que sentía agujetas en músculos que ignoraba existiesen y humedad entre sus piernas. Poco a poco fue recordando.
La venda sobre sus ojos había desaparecido. Sus dos tobillos seguían atados, pero solamente una de las manos. La otra había quedado libre. Y había algo, lo notaba, robre su pecho, que le pinchaba.
Una de las espinas de una rosa roja había creado una gota de sangre deslizándose por su seno.
Palma de Mallorca
13 de Diciembre de 2004