Entre sumisa y voyeur
Cuando por fin conseguí llevar a cabo mi mayor fantasía, descubrí que no me llenaba y necesitaba algo más.
Imagino que mi forma de entrar en el mundo de la Dominación / Sumisión fue similar a la de muchos otros. Durante un tiempo, alimenté mis fantasías mediante fotos y videos bajados de Internet. Aquellas imágenes en mi pantalla hacían que mi ropa interior acabase empapada...
No podía evitar que un escalofrío recorriese mi espalda al ver unos pezones aprisionados con unas pinzas. El calor inundaba mi entrepierna al observar unas nalgas rosadas, más aún si eran rojas. El morbo que me producía ver aquellas caras reflejando dolor, un dolor que ellas mismas deseaban, era indescriptible.
Yo quería ser una de esas chicas. Anhelaba estar sobre las rodillas de Amo, esperando a ser castigada con unos azotes. Deseaba ser sometida a las torturas y humillaciones que veía en aquellas escenas. Me masturbaba cada noche imaginando que un Amo, o incluso varios, me sometían a todo tipo de vejaciones. Incluso alguna vez me encontraba fantaseando con que me sometía a los deseos de una mujer.
Poco a poco, la idea de ser dominada me obsesionó tanto, que llegó un momento en que apenas disfrutaba del sexo normal. Mi pareja en aquel momento, Según me dijo, me encontraba fría y distante cuando estábamos en la cama. Tenía razón. Sus besos y caricias ya no me llenaban. Yo quería menos y ternura y más dureza.
Él fue mi primer Amo. Un día harta de no disfrutar de mi vida sexual tal y como quería, me planté en su casa con un cd lleno de las cosas que me bajaba de Internet. Cuando abrió la puerta, se lo puse en la mano y le dije que no me llamara hasta que hubiese visto hasta el último video y foto. No le dejé decir nada, me di la media vuelta y me fui. Mis piernas temblaban mientras volvía a mi casa dando un paseo. Pensé que no había reflexionado bien lo que había hecho. No había llegado a mi calle cuando ya estaba arrepentida de haberle dado aquel disco. Pero no había vuelta atrás.
Tras tres días sin tener noticias de él, estaba convencida de que nunca volvería a saber nada de él. Que seguramente él pensaba que yo era un loca y una degenerada. Me moría de vergüenza pensando que tal vez él, a esas horas, se lo hubiese contado ya a nuestros amigos comunes. No me atrevía a llamar a nadie para quedar y en el trabajo me sentía como si la gente me observara, como si todo el mundo supiese que mojaba la bragas viendo escenas que a los demás seguramente les causaría repugnancia.
El viernes por la tarde, estaba echada en la cama. Había pensado en dormir la siesta, pero antes, para relajarme un poco, empecé a acariciar mi cuerpo pensando en un dominante y maduro profesor que azotaba mi culo por alguna falta cometida en un supuesto colegio. De repente el timbre interrumpió mi fantasía.
Me decidí a no abrir, pero el timbre seguía sonando con insistencia, así que al final, me puse las bragas que estaban tiradas en el suelo, una camiseta de manga corta que estaba colgada en una silla y me dispuse a abrir.
Me quedé helada al oír la voz de aquel que suponía que no querría saber nada de mí. Pulsé el botón que abría el portal y me quedé esperando delante de la puerta cerrada mientras él subía. No sabía si cubrirme con algo más. ¿estaba despeinada? ¿Qué tal cara tenía? ¡La humedad de mi coño había llegado a mis bragas! ¿Debía ir corriendo a secarme y a cambiármelas? No me dio tiempo a hacer nada de todo aquello. Antes de que pudiese reaccionar, él ya estaba frente a la puerta llamando con los nudillos sobre la madera, tal y como siempre le gustaba hacer.
Abrí, pues ¿Qué otra cosa podía hacer? El no dijo nada, simplemente entró y se encaminó directamente a mi dormitorio, sin ni siquiera saludarme, mientras yo cerraba la puerta. Mis piernas temblaban ligeramente mientras seguía sus pasos hacia mi habitación. Por mi cabeza pasaron un montón de pensamientos desordenados en esos breves segundos.
Cuando entré en la estancia, él estaba sentado sobre la cama desecha. Me di cuenta entonces de que traía una mochila negra que también descansaba sobre la cama. Él me miraba fijamente, como si quisiera ver a través de mi poca ropa, pero no decía nada. Aquel silencio me incomodaba. Abrí la boca para hablar aunque aún no sabía que decir, pero él se adelantó.
Aquí huele a sexo...
Cerré la boca. No sabía que decir.
¿Te estabas masturbando?
Mis labios parecían haberse quedado pegados, aunque por alguna razón, notaba como mis coño si que había reaccionado ante aquellas dos frases.
Supongo que mientras los hacías, pensabas en alguna de esas escenas que he visto en el cd ¿verdad?
Yo seguía sin poder hablar. Sus ojos ahora, estaba detenidos en los míos. Su mirada no revelaba emoción alguna. No sabía si aquello le molestaba, le excitaba o le daba igual. Yo desea gritar, romper el silencio, pero no era capaz. Aquella forma de mirarme, desconocida hasta entonces, me helaba la sangre, pero calentaba otras partes de mi cuerpo.
De pronto, se levantó bruscamente y dio un paso hacia mí. Yo sorprendida y tal vez un poco asustada retrocedí, pero antes de que pudiese hacer algo por evitarlo, su mano se había colado dentro de mis bragas y exploraban rudamente mi mojada intimidad...
Estás empapada, lo cual responde afirmativamente a mis dos preguntas. ¿O acaso soy yo el que te produce esta humedad?
Sacó la mano y puso ante mis ojos sus dedos húmedos por mis fluidos.
¿No vas a decir nada?
Mis labios seguían pegados como si los hubiesen cosido, pero noté que la sangre me subía a la cara. Me sentía avergonzada y mis mejillas debían estar delatándome. Bajé la cabeza en un intento de disimularlo, pero enseguida note su dedos húmedos en mi barbilla, presionándola para que la levantara.
¿Ahora te ruborizas? tal vez debiste ruborizarte el día que me diste aquel cd, pero ya es tarde para hacerte la mojigata...
Mientras decía eso, sus dedos recorrían mi cara dejando a su paso los jugos que había sacado de mi coño, haciendo que entre eso y sus palabras, un sentimiento de humillación comenzase a nacer en mí.
De repente se separó de mi y fue hacia la mochila que aun estaba sobre la cama. La abrió y comenzó a sacar cosas de ella, mientras seguía hablando...
¿Te gusta la humillación zorra?
Un consolador y un plug fueron depositados en la cama...
¿Te gusta que te aten?
Una larga cuerda de alpinismo....
¿Te gusta el sado?
Una fusta, una pala de ping pong, dos velas, unas pinzas plateadas unidas con una cadenita...
Vaya con la niña...
Mis piernas no parecían aguantar el peso de mi cuerpo, unas lágrimas amenizaban con salir de mis ojos, y mi entrepierna parecía que iba a estallar de la excitación...
¿Te gusta ser tratada como a una esclava sexual?
Un extraño juego de dos esposas unidas por una cadena muy fina y larga...
¿Quieres ser una perra? ¿una mascota?
Un collar de perro unido a una correa... Parecía que la mochila estaba ya vacía.
Así que no es que de repente te estuvieses volviendo frígida...
Él se volvió hacia mí, cogió mi cabeza entre sus manos y acercó sus labios a los míos...
sino que lo que querías es que te diesen caña...
Me besó suavemente. Después abrió sus boca y noté como sus dientes mordían mi labio, con fuerza, provocándome dolor...
Pues no te preocupes, vas a tener todo lo que querías...
Durante unos años, mis más oscuras e intimas fantasías se volvieron realidad, las más salvajes, las más imposibles. Mi vida fue un continuo maratón sexual de transgresiones. Siempre íbamos un poco más allá, probábamos todo lo que se nos ocurría. Yo obedecía fielmente. Me convertí en una esclava sexual deseosa de experimentar con todos los aspectos de mi cuerpo y de mi mente.
Pero con el tiempo me fui dando cuenta de que ocurría algo extraño. De nuevo empezaba a sentirme vacía. Él pareció descubrir en la dominación y el sado el sumun de su satisfacción sexual, pero por el contrario, todo aquello que a mi en imágenes me había provocado los mayores orgasmos de mi vida, al llevarlo a la realidad no me resultó tan placentero como había creído. Me excitaba desde luego y me daba morbo, sino no hubiese hecho nada de aquello, pero no tardé en darme cuenta de que obtenía mayor placer mirando las fotos que él me sacaba en diferentes situaciones que realizándolas.
De nuevo me encontré explorando las olvidadas páginas de Internet en busca de materiales que satisficieran mis anhelos. Se las mostraba él y las poníamos en prácticas. Pero aquello no daba resultado. Los orgasmos que obtenía por las noches en la soledad de mi cama recordando las escenas, eran mucho mayores y mejores que los que eran resultado de sentir en mi carne los efectos de su dominación.
Él notaba de nuevo mi falta de hambre, e intentaba hacerla renacer sometiéndome a disciplinas, actos y castigos más rigurosos. Pero aquello no tenía efecto.
Pronto comprendí que lo que realmente me gustaba no era sentir en mi cuerpo aquellas cosas, sino observar a mi gusto como eran sometidos otros.
Aquello era más difícil. Pero necesitaba comprobarlo. Y puesto que ante él, había ya poco que me avergonzase, no tuve ningún reparo en contarle lo que pasaba por mi cabeza.
Al principio se sintió ofendido, me castigó dura y largamente, en parte para mitigar su cabreo y en parte para intentar hacerme ver que seguramente lo que yo necesitaba era aún más caña. Pero no dio resultado. Al final tuvo aceptar que mi deseo era ver una escena real de dominación y sado.
Amenazó con dejarme, con buscarse a otra, pero creo que en el fondo estaba demasiado ligado a mi, tal vez enamorado, como para abandonarme. Así que por fin accedió. Su única condición era que él sería el dominante y que tendría que ser con una mujer.
Yo no sentí celos ante aquello, al contrario. Era justo lo que yo deseaba. Verle a él dominando a otra chica, era una imagen en mi cabeza que hacía que mi coño ardiese.
Tardamos en encontrar a la candidata ideal. Debía ser una joven que nos atrajese a los dos y que estuviese de acuerdo con nuestras condiciones. Debía tener ya cierta experiencia, pues no queríamos tener que enseñar a nadie. Ella no obtendría placer sexual de mi Amo, como mucho si nos daba lo que deseábamos, le permitiríamos masturbarse.
Mientras duraba la búsqueda de nuestra candidata, nuestras prácticas sexuales siguieron basándose en el D/s y en el sado, pero con una variante adicional, él me obligaba a ver videos, sacados del video club, mientras duraban las sesiones, lo cual a mí me ayudaba a encontrar algo parecido a lo que buscaba.
Por fin un buen día, apareció, la chica que parecía encajar con mis fantasías. Antes de hacer nada con ella, decidimos conocernos un poco. Quedamos un par de veces a tomar algo, salimos de marcha con ella y acabamos los tres en la misma cama, haciendo un trío, en el que se respetó la condición de que ella no obtuvo placer por parte de mi Amo. Tras aquella experiencia, nos pareció que ya estábamos preparados para dar el paso que yo deseaba...
Era un sábado por la mañana. Mi amo había pasado la noche en mi casa. Nos levantamos temprano para prepararnos. Mi cuerpo estaba ligeramente dolorido, tras la sesión de aquella noche. Yo había preferido descansar para estar a tope con ella, pero él estaba demasiado ansioso y por una tontería acabó castigándome con una buena azotaína con el cinturón y después sodomizándome.
Nos duchamos, desayunamos, adecentamos la casa y preparamos algo de comer. Después nos dispusimos a esperar tranquilamente a que ella llegase.
Llegó sobre las dos. Habíamos pensado comer con ella, para relajar un poco el ambiente. Pero cuando entró por la puerta, el decidió variar un poco los planes, y si bien es cierto que comimos, debo decir que ambas tuvimos que hacerlo desnudas y ella además con un par de pinzas de la ropa en sus labios vaginales.
Decidimos que el salón sería el mejor lugar para la sesión, pues era la estancia más amplia de la casa. Yo me senté, aún desnuda en el sillón, con una copa de vino en una mano y un cigarro en la otra, dispuesta a disfrutar de la escena que ellos me ofrecieran. Pero pronto comprendí que si bien yo iba a jugar un papel más bien pasivo en principio, no iba a ser tan sencillo como yo pensaba, pues mi Amo, tras poner un par de pinzas en los pezones de ella, decidió que yo me vería más atractiva y sentiría más aquel juego si compartía las sensaciones de nuestra amiga. Así que tuve que separa mis piernas para recibir dos pinzas en el coño y soportar otras dos el los pezones.
Para entonces mi cigarro ya había terminado. Estaba ansiosa con lo que iba a ocurrir y me encendí otro mientras él comenzaba a jugar con las pinzas que ella soportaba. Tiraba de ellas, las retorcía. Elevaba las de los pezones para mortificarla aún más por el peso de los pechos.
Era increíble el efecto que producían sus caras de dolor y sus gemidos en mi cuerpo. Notaba mi coño inundado y las partes que yo tenía pinzadas latían con fuerza. Las sensaciones se multiplicaban como nunca lo habían hecho y sentía que por fin había encontrado lo que siempre había deseado.
Cuan el la azotó, eran mis nalgas las que quemaban, produciéndome al mismo tiempo un cosquilleo en la entrepierna tan intenso como nunca lo había sentido. El sonido de las palmadas en su nalgas junto con sus gemidos, eran una delicia para mis oídos, tanto que cuando él quiso detenerse, exigí no sólo que no parase sino que la azotase con el cinturón, lo cual, si bien mi deseo se cumplió, me valió unos azotes en mis propias nalgas, los cuales, unidos además al dolor de que me provocaban las pinzas que aún seguían en mi coño y en mis pezones, disfruté como nunca y me pusieron al borde del orgasmo.
No podía más, deseaba correrme como nunca y deseaba hacerlo viendo como ella era sometida a alguna tortura, mientras él me follaba. Mi Amo encontró una solución para esto.
La puso a cuatro patas y con un poco de crema lubricante dilató su ano con dos dedos. Hecho esto, la hizo adoptar una difícil postura. La tumbó en el suelo boca arriba, cogió sus piernas y las levantó, echándolas hacia atrás hasta que sus rodillas tocaron el suelo al lado de su cabeza. El día que nos habíamos acostado la joven nos comentó que tenía un cuerpo flexible debido a años de gimnasio rítmica, lo cual mi amo había parecido no olvidar.
Entonces, él cogió una larga vela por estrenar y se la clavó en su ano abierto. Encendió la vela y la prohibió moverse bajo ninguna circunstancia de esa posición.
Su visión era maravillosa. La vela encendida en su ano, pronto comenzó a derretirse, haciendo que la cera cayese por su coño, estómago y pecho, provocando gemidos y expresiones de dolor.
En ese momento fui yo la que tuvo que ponerse a cuatro patas en el suelo. Mi Amo me colocó de forma que mi cara quedase muy cerca del rostro de la chica. Desde mi posición podía ver perfectamente cada cambio en su rostro y cada gota de cera que caía en su cuerpo.
Pronto noté como una polla, previamente envuelta en un condón, se abría paso dentro de mí. Sentí como las pinzas tiraban de mis labios y de pronto fui consciente del dolor que me provocaban. Recordé también el dolor de mis pezones, que me quemaban, pero no me importaba nada, me sentía llena y satisfecha.
Sentí las manos de mi Amo en mis pechos, tratando de alcanzar las pinzas. Cuando las quitó, prácticamente tirando ellas, el dolor fue tal que pensé que iba a desmayarme, pero en lugar de eso estallé en el mayor orgasmo que jamás había tenido mientras miraba la cara de sufrimiento de la chica y mis gritos se juntaba a los de ella.
Yo caí en el suelo agotada, y sentí como él hurgaba entre mis piernas y arrancaba también las pinzas de mi coño. Volví a sentir dolor, y sentí aún más cuando él apretó con fuerza allí donde mi carne había estado aprisionada. Era como si mil agujas se clavaran en mis labios vaginales, pero este dolor se junto con los restos del orgasmos que acababa de tener haciendo que me estremeciera unos segundos más.
Entonces el, gateando por el suelo, se acercó a donde estaba la chica aún soportando la cera derretida de la vela. La apagó y la saco de su ano. La ayudó a poner las piernas de nuevo en el suelo, se las separó e incumpliendo las condiciones que habíamos puesto, se puso rápidamente un condón y le metió la polla en el coño follándola hasta que ambos se corrieron.
Ni siquiera me importó. Me quedé mirándoles, tirada en el suelo, relajada y sexualmente más feliz de lo que había sido nunca.