Entre rejas: El alcaide

Las experiencias de un joven durante su estancia en prisión.

EL ALCAIDE

Al salir de la enfermería me despedí del doctor Martínez y seguí a Pablo, que me llevó ante el alcaide de la prisión. Al llegar a su despacho Pablo llamó a un compañero suyo para dejarme a su cargo y entró para hablar con el alcaide. La conversación se prolongó durante diez minutos, tras los cuales salió y me ordenó entrar. Entré, cerré la puerta y tomé asiento como me indicó el alcaide, que se presentó como Jordi Prat.

Aguardé sentado que el señor Prat me hablara y éste, sentado plácidamente en su sillón comenzó su discurso. Tras hacerme una introducción de lo que me esperaba en los próximos meses, me dijo que Pablo ya le había contado lo ocurrido, y que le alegraba tener presos como yo. A continuación me comentó durante varios minutos las ventajas que podría tener si mostraba un buen comportamiento. Mientras escuchaba aquello no paraba de pensar en lo que había disfrutado en la enfermería, por lo que estaba dispuesto a volver a pasar por la misma experiencia.

Tras su discurso me propuso ser su amigo, en los términos que todos ustedes imaginan. Acepté su propuesta encantado, y le prometí que podía contar conmigo para lo que fuera. Dicho esto me tendió la mano y se despidió, prometiéndome un trato especial. Al salir me esperaba Pablo, que me condujo a una galería de la prisión, aparentemente con buen aspecto. Me llevó a una celda individual con todo tipo de comodidades para tratarse de una prisión, pues tenía un servicio completo, escritorio, armario y cama. El funcionario me explicó los horarios del comedor, del gimnasio y mis horarios de patio. Tras aclararme todas las condiciones, y aprovechando la confianza que me había brindado le pregunté en que consistiría mi nueva relación con el alcaide. Dudó un instante antes de contestarme pero finalmente lo hizo. Me comentó que las visitas serían una vez por semana, pero no quiso adelantarme nada más.

A continuación marchó Pablo, quedando encerrado en mi celda. Me tumbé en la cama y quedé meditando durante horas. Esperaba que habiendo aceptado las condiciones del alcaide mi estancia allí sería más confortable, pero a pesar de todo pasaría unos meses bastante jodidos.

Pasaron tres días sin que nada ocurriera, gozando de bastante libertad para moverme por la prisión. Conocí a varios presos, y con tres de ellos entablé una buena amistad. El jueves por la tarde un funcionario se acercó a mi celda y tras abrirla me hizo salir para acompañarme a la enfermería. Al entrar me encontré con el doctor Martínez, al que saludé y pregunté por el motivo de mi presencia allí. Me explicó que el alcaide había ordenado que me hicieran un chequeo completo porque al día siguiente vendría a hacerme una visita. Me puse un poco nervioso pues no sabía lo que en ella ocurriría, y de cómo fueran estos encuentros dependería en gran medida mi felicidad en le cárcel.

Pasé toda la tarde en la enfermería, en la que me hicieron varios análisis y exploraciones, incluyendo exploraciones de mi recto y mi pene. A ultima hora de la tarde un enfermero procedió a depilarme todo el cuerpo, lo cual me sorprendió bastante. Pregunté al doctor si aquello era necesario y asintió con la cabeza, con lo cual no tuve más remedio que aceptarlo. Primero depiló mis piernas, luego el pecho, y por último mis genitales. Al terminar con ellos me aplicó una crema para retirar mi vello de las axilas. Cuando acabé mi cuerpo estaba extremadamente suave y preparado para la visita del alcaide. Antes de salir de la enfermería el doctor me dio un laxante, que debía tomar al día siguiente a las 8, para a las 10 volver a ir a la enfermería.

A la mañana siguiente, como me había indicado el doctor, tomé el laxante a las 8, y volví a tumbarme en la cama, nervioso por lo que ocurriría a lo largo del día. A las diez un funcionario me acompaño a la enfermería, a la que acudí con bastantes ganas de ir al baño. El doctor me hizo pasar al baño y me dio unas toallitas de bebé para limpiarme. Nada más entrar en el baño sacié mis necesidades por completo y a continuación limpié mi trasero con las suaves toallitas. Al salir el doctor me hizo poner a cuatro patas en la camilla, para volver a explorar mi recto. Mientras lo hacía sufrí una tremenda erección. Al terminar la exploración esparció vaselina por el interior de mi recto. Cuando terminé el funcionario me llevó a una habitación cercana a la enfermería, en la que entramos.

Una vez dentro el funcionario, llamado Sergio, cerró con llave. Además de la puerta por la que entramos había otra, que en aquel momento desconocía a donde iba a parar. En ella había un sofá, varios armarios, un tocador y una bañera. Sergio me hizo sentar en el sofá que allí había, y se dirigió a un armario enorme. Cuando lo abrió pude comprobar que en él había todo tipo de prendas. Durante cinco minutos estuvo escogiendo varias prendas, que iba depositando en un canasto. Observé que dichas prendas eran femeninas y supuse que eran para mí. Cuando acabó con la recolección se acercó a mí y me ordenó desnudar. Lo hice y volví a sentarme en el sofá. Sergio volvió al armario y sacó una caja llena de maquillajes, para proceder a mi transformación.

Primero sacó una crema muy espesa que esparció por mi torso y espalda. A continuación me esparció la misma crema por las piernas y por último lo hizo en mi trasero, esparciéndola con mucha delicadeza, lo cual provocó el alzamiento de mi pene. Una vez esparcida la crema mi cuerpo quedó sumamente suave y brillante. Luego me hizo levantar para que me fuera vistiendo. Lo primero que me dio fue un tanga blanco, que me puse lentamente. A continuación unas medias, también blancas y por último un vestido ceñido que llegaba hasta la mitad de mis muslos, también blanco. Una vez vestido me senté, esta vez en una silla, y Sergio se dispuso a maquillarme. Aquella transformación me estaba excitando una barbaridad, y estaba deseando que llegara la cita con en alcaide para saciar mis necesidades. El funcionario empolvó mi rostro y pintó mis labios, ojos y uñas. A continuación sacó unas botas de tacón alto con cremallera. Por ultimo me colocó una peluca morena y lisa que llegaba a la altura de mis hombros. Una vez terminado Sergio abrió otra de las puertas del armario tras la cual había un espejo, pudiendo comprobar el resultado, que fue excepcional. Al verme me excité aún más, y quedé unos segundos perplejo observando el resultado.

Una vez finalizada la transformación Sergio abrió la puerta de la habitación por la que no habíamos entrado y me hizo pasar. La puerta daba a un estrecho pasillo de varios metros, con salida a la derecha. El funcionario me indicó que me dirigiera a la salida del pasillo, quedándose él dentro de la habitación. Recorrí los metros del pasillo lentamente nervioso por lo que me iba a encontrar. Al llegar a la salida del pasillo descubrí una gran sala, cubierta con una gran alfombra y con una gran ventana con vistas al bosque. En mitad de la sala había un gran sofá rojo al que me dirigí lentamente. Me senté y tras cinco minutos de espera escuché ruidos por el pasillo de entrada. Me puse muy nervioso y tras varios segundos escuchando pasos aparecieron en la habitación el alcaide y cinco hombres más, uno de ellos de color. Al verme sonrieron y con paso firme se acercaron a mí. El alcaide tomó asiento en una butaca que había junto al sofá y los cinco hombres se colocaron a mí alrededor.

Quedé unos segundos contemplando a los cinco hombres esperando alguna indicación del alcaide pero esta no llegó. Estaba tan excitado que me puse en pie para que pudieran contemplarme mejor. Las reacciones no se hicieron esperar y en segundos se abalanzaron los cinco hombres sobre mí. Todo mi cuerpo comenzó a ser reconocido por las manos de aquellos hombres, especialmente mi trasero. Yo no pude quedar quieto y mientras era toqueteado fui palpando algunos paquetes. Los hombres me trataban como si fuera una mujer, y alguno de ellos llegó incluso a besar mi cuello. En unos minutos la situación estaba al rojo vivo y uno de los hombres levantó mi vestido, quedando mi tanga a la vista. Fue el mismo quien con decisión separó mis nalgas, retiró el tanga y metió uno de sus dedos por mi ano. Dejé escapar un suspiro pues me produjo un gran placer. Cuando sacó el dedo lo acercó a mi boca y no dudé en chuparlo, sintiendo el suave y delicioso sabor de mis adentros. Acto seguido el hombre de color retiró mi vestido por completo y me hizo tumbar en el sofá. Levantó mis piernas y deslizó el tanga hasta mis rodillas, quedando al descubierto mi pene en plena erección y mi ano deseoso de ser penetrado. El mismo extranjero fue quien se encargó de lubricar mi ano, chupándolo con suma delicadeza. Cerré los ojos y me dejé llevar por el placer, notando que mi cuerpo era de nuevo invadido por varias manos. Noté como lamían mis muslos y pechos pero lo que me estaba llevando al cielo era mi trasero, que estaba siendo perfectamente lubricado por la lengua de aquel semental.

Cuando el muchacho terminó con mi culo me incorporé para pasar yo a la acción. En primer lugar me acerqué al morenito que tanto placer me había dado y le despojé de su camisa. Ante mí quedó un musculado torso que no dudé en acariciar y besar. Con mi lengua recorrí sus pectorales, abdominales y ombligo, notando un sabor que me supo a gloria. Sin dejar de chupar su cuerpo fui descendiendo hasta topar con sus pantalones, que bajé mientras lamía su pubis. Una vez agarrado los calzoncillos los bajé lentamente mientras proseguía recorriendo su pubis. Cuando su miembro quedó liberado chocó con mi garganta, y al retirarme comprobé que tenía un tamaño extraordinario. Al verlo casi caigo desmayado de la emoción, y tras varios segundos observando me lancé a por él. Arrodillado tal como estaba agarré el miembro e introduje su punta en mi boca, obteniendo un irresistible sabor. Con mi mano fui masturbando la tremenda poya mientras intentaba introducir en mi boca la máxima extensión, aunque no conseguía tragar más que hasta la mitad. El resto de hombres se fueron desnudando y colocando a mi derecha, esperando a que les comiera sus erectos penes. Tuvieron que esperar un buen rato pues la oscura poya que tenía en mi boca me estaba matando de placer y no quería soltarla por nada del mundo. Con mi mano izquierda agarré una de sus nalgas e introduje un dedo por su ano, que como el mío estaba totalmente rasurado. Al sacarlo lo acerqué a mi nariz y comprobé que como todo lo que brotaba de aquel morenazo desprendía un olor exquisito. Proseguí varios minutos más mamando aquella poya y metiendo mis dedos por su culo, hasta que decidí pasar al siguiente para no impacientarlos más.

Pasé al segundo hombre, que poseía un miembro bastante más pequeño pero no por ello menos atractivo para mí. Lo agarré con delicadeza y tras descubrir su prepucio lo introduje en mi boca, obteniendo también un excitante sabor. En esta ocasión si que pude introducir casi la totalidad en mi boca, y mientras tragaba aquel delicioso trozo de carne estiré mi mano izquierda para agarrar de nuevo la poya del moreno que tanto me gustaba. A continuación agarré con mi mano derecha otra poya, y de esta manera jugueteé con tres poyas a la vez, dos en mis manos y una en mi boca.

No pude calcular el tiempo que pasé mamando las poyas de aquello cinco hombres pero al terminar estaba a punto de reventar. Había disfrutado como loco saboreando poyas pero era consciente de que aún faltaba lo mejor. Me puse en pie y miré al alcaide, que seguía sentado con su poya fuera, meneándola mientras contemplaba el espectáculo. Los cinco hombres esperaban a que fuera yo quien tomara la iniciativa y aproveche entonces para acercarme de nuevo al moreno. Agarré su miembro y lo llevé hacia el sofá, donde le hice sentar. Me coloqué a cuatro patas delante de él y volví a meterme su enorme pene en la boca, dejando mi trasero al alcance de los demás. No tardaron mucho en acercarse y magrear mi culito. Mientras chupaba la deliciosa verga noté como una lengua recorrió la raja de mi culo por completo, desde mis huevos hasta el final de la misma. Comencé entonces a gemir levemente, consciente de que al escucharme seguirían con aun más empeño. Mientras seguía devorando la tremenda poya, hasta que noté que alguien penetraba mi ano con dos dedos, viéndome obligado a parar por el placer que me produjo. Durante unos segundos perforó mi recto y giré mi cuello para pedirle que siguiera. El chaval sacó sus dedos de mi ano y los llevó a mi boca, donde los introduje para saborear una vez más mis adentros. Cuando acabé volví a la posición en que estaba y levanté las piernas del mulato, dispuesto a comerle su delicioso culito. Me acerqué a él y tras olfatearlo unos segundos saqué la lengua para saborear todos sus rincones. Me entretuve unos minutos lamiendo y penetrando con mis dedos aquel lindo trasero mientras el resto de hombres lo hacían con el mío.

Deseoso de que follaran mi culo de una vez me levanté y me dirigí al hombre que me resultaba más atractivo. Medía cerca de 1’90, estaba tremendamente musculado y su pene poseía un tamaño bastante apetecible. Decidí que fuera él quien me follara primero, pues mi culito aun no estaba preparado para alojar el tremendo pene del moreno, que reservaría para más adelante. Hice tumbar al chaval en el suelo, y me agaché para volver a chupar su poya y dejarla bien lubricada. Llevé mi mano derecha a mi trasero y tras comprobar que estaba bien lubricado me coloqué encima de aquel tremendo cuerpo. Levanté mi trasero y agarrando la poya con mi mano derecha la llevé hacia la punta de mi ano. Relajé mi esfínter y la dura poya se fue abriendo paso entre las paredes de mi recto, haciéndome gozar como loco. Mientras mi ano alojaba más longitud de poya el placer aumentaba, hasta llegar a un momento que tuve gemir del placer. Dichos gemidos se prolongaron hasta que todo su pene quedó introducido en mi ano, momento en el cual me incliné hacia el fornido cuerpo del chaval para besarlo y acariciarlo. Comencé a mover mi trasero mientras besaba el apetecible cuerpo, hasta que uno de los hombres ofreció su poya para que la chupara. La agarré con fuerza y la mamé mientras era enculado. El resto de hombres no paraba de acariciarme y ofrecerme sus penes para que los masturbara. Uno de los hombres me ofreció su trasero y dejé de saborear la poya que tenia en mi boca para saborear lo que tanto me gustaba, un buen trasero. Con mi lengua recorrí toda la raja de su culo para después centrarme en su delicioso agujerito oscuro, del que obtuve un aroma y sabor que me llevaron al cielo. Metí uno de mis dedos para palpar las paredes de su recto y al sacarlo lo llevé a mi boca, donde una vez más disfruté de su delicioso sabor. Los pelos de mi peluca quedaban pegados al exquisito trasero y con mi dedo introduje un mechón por su ano. A continuación lo saqué y proseguí chupando aquel delicioso agujerito hasta que el muchacho que me enculaba aumentó el ritmo, notando un placer tan extremo que tuve que dejar de chupar pues me costaba respirar. Incliné entonces mi cuerpo y abracé el torso del joven, a la vez que este llevó sus manos a mis nalgas. Las agarró con firmeza y aumentó aún más la velocidad de sus embestidas. Lo abracé entonces con más fuerza y en unos segundos noté que se corría dentro de mi recto, siendo tal el placer que durante unos segundos perdí la visión y quedé algo aturdido. Cuando me repuse me di la vuelta y me acerqué a la poya que tan divinamente me había enculado para saborear su semen. Mientras tragaba todos lo restos que en ella que daban llevé mi mano hacia mi ano, comprobando que estaba totalmente pringado de semen. Parte de este semen resbalaba por la raja de mi culo hacia los muslos.

Mientras seguía rebañando la ahora flácida poya y sin previo aviso, alguien volvió a introducir su verga hasta lo más profundo de mi culo. Entró sin ninguna dificultad por el semen que albergaba y la enculada fue aún más placentera que la primera. El chaval que se había corrido se levantó y me dejó sin poya que llevarme a la boca, pero a los dos segundos se acercó el mulato, llevándome su tremenda poya inmediatamente a mi boca. Pasé un largo tiempo chupando su deliciosa poya, mientras los otros tres hombres se fueron turnando para follar mi culito. Cada uno de ellos estuvo tan solo cinco minutos follando mi trasero, pues el alcaide, que seguía contemplando desde su butaca, les ordenó que no se corrieran todavía. Al sacar el último de ellos su verga de mi ano decidí que era el momento de poner el broche final.

Dejé de chupar la rica poya del negro y le dije que se tumbara en el sofá. Una vez tumbado me coloqué sobre él, dispuesto a meter su descomunal tranca por mi delicioso agujerito. Incliné mi cuerpo, dejando reposar mi cabeza sobre su pecho, y alguien se encargó de dirigir la poya hacia mi orificio anal. Cerré los ojos esperando que me clavara su rica poya, cosa que hizo suavemente. Lentamente se fue abriendo paso sin encontrar dificultad, pues por aquel entonces mi ano estaba totalmente dilatado. Era tal el placer que me produjo aquella verga en mi culo que comencé a gemir como una loca. El chaval agarró mis nalgas con sus enormes manos para ayudarme a mover mi cintura y de esta forma facilitar la penetración. Tras unos minutos penetrándome lentamente comenzó a bombear con más fuerza, viéndome obligado a gemir más fuerte. Fruto de mi excitación comencé a besar a mi apreciado moreno por su cuello y torso. Tras varios minutos de enculada noté que uno de los chavales lamía mis nalgas, llegando a lamer las proximidades de mi ano. Fue muy excitante notar una cálida lengua acariciando mi trasero a la vez que era brutalmente penetrado. Mi excitación iba a más y reclamé la atención de uno de los hombres que observaba parado para que me ofreciera su poya, pues tenía ganas de volver a tragar un delicioso pene. Pasé el resto de la enculada saboreando la rica verga hasta que noté que el negro paraba, ya que estaba a punto de correrse. Cuando paró me levanté y miré al alcaide, que sonreía excitado.

Uno de los hombres agarró mi brazo y me hizo arrodillar, pues estaban tremendamente excitados y con ganas de correrse. Una vez arrodillados se acercaron, y comprobé que el que se había corrido dentro de mi culito ya no estaba. Los cuatro restantes se colocaron a mi alrededor y comenzaron a masturbar sus poyas. Yo me acercaba a ellas para intentar chuparlas todo lo que podía. Mientras llevaba mi mano a mi trasero, el cual estaba totalmente empapado de flujos. De pronto uno de ellos agarró mi cabeza y la inclinó hacia atrás, corriéndose sobre mi cara abundantemente. Casi la totalidad del semen fue a parar a mis ojos y labios, el cual no dudé en llevar hacia mi boca para saborearlo. Sin apenas tiempo a disfrutar llegó la segunda corrida. Un fuerte chorro quedó atravesado en mi cara y el resto fue a parar a mi peluca, pudiendo saborear muy poco. El tercero en correrse fue el moreno, que lo hizo abundantemente sobre mi frente y ojos. El cuarto y último se corrió de cuatro abundantes chorros, yendo a parar los cuatro sobre mi cara. Cuando los cuatro se corrieron incliné mi cabeza hacia adelante y el semen que abundaba mi cara fue resbalando por mi rostro, cayendo parte hacia mi pecho. Intenté llevarme a la boca la mayor cantidad de semen posible y lo saboree unos segundos para después tragarlo.

Con la cara pringada todavía me incorporé y miré al alcaide, que con un gesto me ordenó acercar. Una vez ante él me arrodillé e introduje su pene en mi boca, mientras bajaba sus pantalones. Su tamaño era bastante grande y a pesar de la edad parecía bastante vigoroso. Disfruté durante unos minutos de su delicioso sabor pero por desgracia se corrió en poco tiempo. Lo hizo dentro de mi boca, abundantemente, viéndome obligado a tragarlo para no ahogarme.

Cuando todos acabaron salieron de la sala, dejándome allí solo. A los cinco minutos apareció Sergio, que me hizo pasar a la habitación donde antes me había maquillado. Antes de pasar a la ducha me miré al espejo, contemplando mi cara con restos de semen, lo cual me excitó bastante. A continuación me quité la peluca y se la di a Sergio. Hice lo mismo con las botas y las medias y pasé a la ducha. Una vez limpio regresé a mi celda, ansioso por volver a tener un encuentro como el que había vivido.

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