Entre penes y tijeras

Un aprendiz de peluquero perseguido por el prejuicio, y un enfermero machazo ( o no tanto claro) que le hace conocer el sexo y el amor.

No sé lo que quiero pero si lo que no quiero. Sé lo que no

quiero pero no lo puedo evitar….No sé lo que tengo pero si

lo que no tengo. Se lo que no tengo porque no lo puedo

comprar

El parlante difundía una canción de Andrés Calamaro, y el sintió que ese artista lo interpretaba muy bien. Fabio Linares sabía bien lo que no quería, pero no lo que quería. Bueno, algunas cosas si sabía. Sabía que le gustaban los colores fuertes, la ropa ceñida al cuerpo, usar el pelo largo hasta los hombros, los joyas y adornos, peinar mujeres y hacerlas lucir muy bien,. También que le gustaban los hombres a los que nunca podía peinar. Que no quería la soledad, que maldecía los domingos porque no tenía con quién salir. Que no quería el rechazo de sus padres, el desprecio de su hermano, la mirada reprobatoria de los de su pueblo el dia que se tiñó el pelo de rubio y se puso un arito en la oreja. No le gustaba que le criticaran los pantalones ajustados resaltando aquel culito redondo que la naturaleza le había dado, que se burlaran de las camisetas estridentes, de su forma de moverse, gesticular y hablar.

¿ Parece una nena viste? Che, caminá como un hombre, no seas tan maricón. Pero el seguí caminando igual: moviendo el culo de un lado al otro "para mi, para vos, para ninguno de los dos"

Fabio Linares supo muy temprano que era homosexual, gay, trolo, puto, comilón, tragasables, marica. Cada palabra que lo designaba le resultaba mas hiriente. El era asi , diferente. Sabía que le gustaban los tipos mas grandes que él, bien masculinos, machos y dominantes. También se dio cuenta enseguida que esos hombres, esos varones que le atraían, en general no gustaban de él, de su andar felino y no muy varonil, sus maneras, su aspecto escandaloso para aquel pueblo perdido en la pampa argentina. Cuatro Cruces se llamaba esa aldea polvorienta, llena de prejuicios y chismes. Se llamaba Cuatro Cruces porque en un acampado de las afueras, estaban las tumbas de cuatro soldados muertos en las guerras por la independencia independencia, pero el decía que mejor sería apelarlo Cinco Cruces, porque el llevaba una cruz más, la propia, la de ser distinto, afeminado, dulce, sensible. La cruz de ser gay en una sociedad pueblerina. Cuya moral media no lo aceptaba y el sufría pensando en huir. Escapar a una gran ciudad donde nadie lo señalara por la calle, donde nadie dijera : – Ahí va el puto….Si es el hijo de doña Elvira, el que se la come. Comilón. Chau maricón. Ay mirá quien viene, el putito del pueblo. Maricón… Marica de mierda. Puuuto. Mariquita.

Quería huir de la vergüenza, de la culpa, de las burlas y desprecios. Especialmente quería escapar de Armando su vecino de enfrente. Su primer hombre, su estreno en el sexo con otro macho. Lo había conocido hacía unos meses, cuando el hombre, había vuelto al pueblo para cuidar a su padre enfermo. Armando era obrero en una fábrica de Córdoba, algunos decían que en realidad era guardespaldas de un sindicalista, y en apariencia era muy pero muy machazo. Alto, corpulento, tirando a fornido, los ojos grandes, enormes, cejas pobladas, pelo crespo, bigotes, la barba siempre crecida, vello tupido en el pecho, y una costumbre pueblerina de sentarse en un sillón de playa , en la puerta de su casa, para tomar el fresco. Siempre en ojotas, siempre en shorts, con las piernas gordas y musculosas bien abiertas, exhibiendo con orgullo, aquel bulto impresionante a los ojos curiosos y calientes del chico de enfrente, el Fabio, la mariquita esa….

Fabio no se cansaba de mirarlo por la rendija de la ventana, mientras cuidaba la casa y sus hermanos, hasta que volvieran los padres que trabajaban en un pueblo cercano Todas las tardes, cuando ya los chicos no andaban en bicicleta ni cazaban mariposas. Armando salía con la silla plegable, con la radio portatil colgada al hombro, o algun diario o revista deportiva y se sentaba en la sombra, las piernas bien abiertas, descalzándose de cuando en cuando las ojotas. Fabio no podía entender cómo aquel hombre rústico y vulgar lo provocaba. Era evidente que el tipo lo buscaba. Sabía que Fabio lo espiaba y por eso de tanto en tanto se tocaba la pija o se rascaba los huevos sin ningún disimulo, sus grandes huevos apenas contenidos por el short corto con tajos a los costados.

A veces, Armando miraba a las mujeres que pasaban camino a la casa de vuelta del trabajo pero la más de las veces, sus ojos grandes y bien negros miraban hacia la vereda de enfrente, hacia la ventana donde Fabio lo espiaba excitado. Los primeros tiempos Fabio se quedaba mirando pero se fue excitando tanto con aquel macho, que muchas veces se masturbaba mirándolo abrir y cerrar las piernas desnudas, sobarse el pito, o rascarse los huevos.

Fabio se desnudaba en su pieza y acariciaba su verga enloquecido, hundiendo un dedo en el culo, observando por la ventana entrecerrada, la exhibición escandalosa del vecino, e imaginando que aquel hombre violento y grosero lo cogía, que aquel macho bruto y sensual, le ponía la pija en el orto y lo hacia gozar. En su fantasía, ese hombre no era vulgar ni ordinario, sino cariñoso y comprensivo. La mano de Fabio iba y venía por su propia verga dura y mojada, y por su culito virgen y en pocos momentos un charco de leche le bañaba los pies desnudos, y el se quedaba temblando, exhausto, con el corazón batiendo a mil, mientras seguía mirando por la ventana en penunbras al hombre adulto que lo excitaba tanto. Ay cosita linda decía. Como si esas palabras pudieran aplicarse a aquel patán de piernas gruesas y desnudas, que a veces tomaba una cerveza o comía un sandwich despatarrado en su sillón de veraneo en la puerta de su casa.

Una noche, de mucho calor, Armando lo siguió y Fabio no se detuvo. Siguió caminando con su andar felino moviendo el culito como lo hacía siempre. Como provocando a aquel macho que lo seguía. . Entró al almacen de don Gino y pidió una botella de vino un poco de fiambre, queso de máquina, y pan de molde. El vino era para su padre y lo otro era la cena para el y sus hermanitos. Armando preguntó el precio de algo y se le acercó disimulado. Te llevo la botella, le dijo con una ancha sonrisa.

Fabio lo miró y con temor, le dijo que no era necesario. Armando insistió con esa mirada brillante y negra y caminaron juntos las dos cuadras largas y desoladas que los separban de sus casas. Ladraban perros vagabundos, que cruzaban las calles polvorientas. La luna estaba escondida y también las estrellas. A lo lejos se escuchaba música de salsa. En la esquina más oscura y solitaria, frente a la casa abandonada que había sido una iglesia evangélica alguna vez, Armando dejó la botella en el suelo, le sacó los paquetes de la mano y lo abrazó. Fabio quiso zafar de aquel abrazo y escapar, pero el hombre, mas fuerte y decidido, no lo dejó ir.

El abrazo le dolió, fue brutal, grosero, siniestro, como los besos de lengua que el otro le dio, como el manoseo urgente de sus nalgas, de aquel culito que tenía loco al hombre, las caricias urgentes en sus piernas, huevos y verga que Armando continuó con violencia. De la boca del hombre, del agresor, salían ruidos bestiales.. No era como en el sueño. El tipo era una bestia. Fabio tuvo temor, pero no pudo escapar. El tipo ese, brutal y violento, lo calentaba a muerte y en su derrota, paladeó el momento en que se hizo desear. En que empujó con fuerza a aquel bruto, contra la pared, y gritó hasta que Armando más grande y más fuerte logró dominarlo , pegándole una tremenda trompada que le sacó al chico sangre de los labios. Aprovechando la confusión de su víctima el hombre, triunfal y decidido lo llevó arrastrado dentro de la casa oscura y en ruinas. La casa olía a humedad, a comida podrida, a animales muertos. Todo estaba sucio, polvoriento, enmohecido y oscuro.. En un rincón, el tipo le arrancó la ropa sin desgarrarla, y tras volverle a pegar, lo hizo ponerse en cuatro sobre las baldosas rotas, y sin ningún cuidado, lo cogíó varias veces.

Cada estocada era un puñal que le causaba un dolor enorme, lacerante, un dolor animal, una humillación que no creía poder soportar.. Fabio conoció la pija de ese macho, la garcha gruesa y enorme de aquel tipo y la sintió metida hasta el fondo de su culo adolescente, percibió el movimiento brutal del cuerpo del otro, sus gemidos e insultos en la oscuridad, la pasión desatada del macho cabrio que le rompía el culo a la par que gozaba como un cerdo, doblegándolo, sometiéndolo, humillándolo, violandolo. . Después, se desmayó.

Más tarde exhausto y dolorido, se dejó arrastrar por su agresor., que lo sentó en un patio interno y sin intercambiar casi ninguna palabra, comieron los sandwiches y el tipo destapó el vino que bebieron directamente de la botella. Armando tenía una mirada torva, era agresivo, brusco, fanfarrón, un marginal violento que solo se saciaba sometiendo a los otros. No era tierno ni considerado como en las fantasías de Fabio, sino tan solo un perverso que se había sacado las ganas acumuladas, el deseo salvaje, primitivo y brutal, violando reiteradas veces al putito del pueblo.

Dolorido y sangrante, Fabio volvió a la casa. El trayecto se hizo eterno. Se sentía sucio como los zanjones que cruzaba, culpable y muy desdichado. Se había enfrentado al mundo, y ese mundo era un infierno.

Se bañó, un largo rato, como si el jabón y toda el agua de la ducha pudieran lavar esa suciedad, esa mugre, toda la inmundicia que llevaba en el cuerpo, el olor de aquel tipo asqueroso, el aliento amargo a vino, mortificando su boca. Se acostó en su cama sin escuchar los gritos de la madre, ni las protestas del padre reclamando el vino. . Cerró la puerta de la pieza del fondo donde dormía

No pudo dormir al principio. Sabía que lo habían violado y al mismo tiempo se sentía culpable. El había generado esa calentura de Armando espiándolo tras las rendijas todas las tardes, moviendo el culo provocativamente Era culpable de aquel ultraje. Había que callarlo. Además ¿Quién creería que el putito del pueblo nunca habia tenido sexo con otro tipo? Por algo lo habrán cogido. Si le gusta….

Se lo merecía por puto, se dijo, lleno de vergüenza y desprecio por ese cuerpo que había enloquecido a aquel hombre y se largó a llorar… Llorando se durmió y muy temprano, con una mochila vieja colgada en los hombros salió de su casa y se tomó el micro a Santa Rosa,, la capital de la provincia .

Tenía unos pesos ahorrados y una dirección que había encontrado en una publicidad la terminal de ómnibus, de una peluquería de damas que buscaba un cadete de limpieza. Cuando llegó a Santa Rosa, el negocio estaba cerrado y el se sentó en un banco de una plaza a esperar que se hiciera la hora. Como a las nueve, vió llegar a un hombre de unos 55 años, alto, grandote, de caminar elegante y pausado. Era el dueño de la peluquería. Luego se enteraría que el hombre venía de desayunar en el bar de la avenida.pues vivía detrás del comercio.

Fabio arregló sus ropas, se lavó la cara en el bebedero de agua, y aguardó un rato para dirigirse a lo de Ralph Marino, estilista internacional unisex. Así se llamaba la peluquería y ocupaba un local bastante grande en la mitad de la cuadra.

Le dieron trabajo. El sueldo era miserable pero incluía la comida. Consistía en barrer los pelos del piso, limpiar los baños, higienizar tijeras peines y cepillos y otros menesteres menores. Se instaló en una pensión ubicada a pocas cuadras y comenzó esa vida triste, del que no tiene nada, porque le falta todo. Su familia era un lejano recuerdo, lo mismo que aquel pueblo del que habia escapado..

Algún dia le dieron otras labores y empezó a aprender el oficio mirando a los estilistas. Alguno le fue enseñando los rudimentos de peluquería y el aprendía rápido. Sus manos eran ágiles, tenía mucha creatividad, quería aprender., aprendía rápido. Leía cuanta revista de peinados llegaba a sus manos. Era humilde y quería saber.

Su vida social era muy escasa. Apenas si salía de su encierro para ir a trabajar. Necesitaba hacerse fuerte y olvidar toda su vida anterior. Todo marchaba correctamente hasta que le pidieron el certificado de sanidad y concurrió al hospital más cercano a su trabajo para obtenerlo. Cuando vió al enfermero ,, se enamoró perdidamente, se le paró la pija, se le humedecieron todos los agujeros, se persignó y comenzó a rogarle a la Virgen de la Sonrisa, patrona de los sin esperanza.: recordaba a la vieja solterona del pueblo en sus invocaciones: Ay virgen de la Sonrisa que sea soltero y con prisa. Cambiaba las invocaciones por otras como : Ay Virgencita adorada, que sea trolo y lo enamore mi mirada. Ay Virgencita del alma, que ese noble varón pierda por mi la calma.

Romero, era el cabo enfermero del hospital zonal , su aspecto masculino escondía unas cuantas plumas reprimidas por el ambiente de trabajo, pero al ver al chico se murió de amor. No solían venir chicos asi a pedir el certificado. Tan lindos, tan atractivos con esos ojazos divinos de angelote erótico. Pero disimuló. Lo mismo que cuando hizo desnudar al joven para hacerle las radiografías aunque no hacia falta y el chico no se inmutó. De igual modo que cuando, vió el cuerpo lampiño de piel suave, las tetillas rosadas, la incipiente pancita, la pija semi dura, el culito hermoso de Fabio Linares.

Hubo un momento, en que sus ojos se encontraron. Los ojos de dos extraños que están perdidos en el mundo y se reconocen, se miden, se observan. Romero le dijo que lo esperara en la calle, que ya terminaba su turno. Caminaron juntos varias cuadras, hasta la casa de Romero, en un barrio modesto. Subieron una escalera de madera que daba a una pieza tambien de madera. Alli vivía Romero, con sus pajaritos, sus plantas y un gato negro y mimoso. Romero encendió la luz del velador y comenzó a desnudarse. Cuando quedó en boxers solamente, se acercó al chico en el otro extremo del cuarto y lo abrazó. Fabio sintió el olor del otro, un perfume suave a after shave , percibió la suavidad de la piel de Romero, la tibieza tantas veces soñada, y paladeó los besos que el otro le dióo. Besos de exploración al principio, besos de boca cerrada , besos cortos que lo conmovieron como nunca. Sintió por primera vez en la vida, las ganas de devolver aquellos besos y lo hizo y Romero lo percibió y puso la punta de su lengua en la boca de Fabio y mojó suavemente los labios del chico, quien abrió su boca e imitó el gesto con su propia lengua. Fabio comenzó a temblar de deseo, con aquellos besos ardientes, y dejó que Romero le sacara las ropas, lentamente, con suavidad, sin violencia, deslizando al suelo la remera, los pantalones, el slip, hasta dejarlo desnudo y llevarlo a la cama, para mirarlo. Fabio se dejó mirar, lampiño, delgado, con sus piernas largas y sus pies muy blancos y a su vez miró al hombre que lo observaba desde la punta de la cama ahora ya completamente desnudo..Romero era velludo, fuerte, macizo. Su pecho era ancho y cubierto de una suave pelambre que terminaba en un hilo de vellos que se dirigía hacia el pubis Fabio miro la enorme pija del hombre y sintió un ligero temor. Desvió la mirada hacia los ojos de Romero.

Romero se acostó a su lado y lo abrazó y el apoyó su pecho en aquel torso peludo y sintió los latidos ansiosos del corazón de aquel hombre.

Buscó la boca de Romero y saboreó esos primeros besos de amor que recibía en la vida, dejó que el otro, recorriera su cuerpo con sus enormes manos y que los besos se hicieran cada vez mas urgentes y apasionados. Con sus manos torpes, Fabio devolvía las caricias una a una como si fuera un espejo de las que recibía.

Las manos de Romero en su culo , eran como las que aparecían en sus sueños. Manos cálidas y suaves recorriendo sus nalgas, hundiéndose en su carne. Dedos acariciando suaves su ano, abriéndolo con un movimiento insistente que al principio le dolió, pero calló. Las piernas del hombre alrededor de las suyas, la piel caliente del macho que estaba a su lado, lo excitaban enormente. Fabio tocó su propia pija erguida , acarició sus huevos mojados, antes que las manos de Romero, reemplazarán a las suyas con caricias apasionadas y posesivas. Manos que hervían como su culo, como su pija y sus huevos. Como su corazón.

Romero comenzó a chuparle el culo, a acariciar y penetrar con su lengua enorme y húmeda , aquel ano apretado y sin pelitos. Y esa lengua le pareció una enorme pija mojada y caliente que se metía en sus entrañas para darle placer, para recorrer cada rincón de su culito deseante y deseoso y gritó de placer. Su culo se dilató de deseo abriéndose como una flor nocturna.

Buscó con sus manos , la pija y los huevos enormes del hombre y se sobresaltó con el calor que irradiaban. Era una pija dura y fuerte. Pija de macho, ya descapullada y húmeda, y con esa humedad, recorrió la cabeza, el tronco , el diámetro de aquella verga para luego apretar suavemente aquellos huevos colgantes y llenos de leche.

El hombre se dejó tocar. Su pija era agasajada por aquellas manos jóvenes que la sobaban , recorrían ,apretaban. El chico por fin se fue acercando con la cabeza a aquella pija que lo provocaba desde su dureza, calor y tamaño y por fin se la llevó a la boca para chuparla despacito, muy despacito, besarla, degustarla como quien se come un helado, como quien devora suavemente una comida deliciosa y tentadora. La pija de Romero creció en su boca, enloqueciendo al hombre. La pija se endureció hasta que Fabio ya no pudo retenerla y la vió saltar de sus labios y tocar su cara con su calor húmedo y su dureza, y sientió aquella pija acariciar sus mejillas su frente, su barbilla, su cuello Gimió de placer, de enorme placer.

Por fin, Romero lo puso en cuatro y lo empezó a penetrar, mientras lo besaba tiernamente en el cuello y le decía palabras tranquilizadoras como si fuera un mantra, que calmaba sus miedos, el terrible dolor de la invasión por semejante pija dura, el calor que recorría su ano pero también el resto de su cuerpo. Sintió el sudor del hombre sobre su piel, y percibió que se mezclaba con su propio sudor. Romero se la puso despacito, invadiendo territorios con paciencia y gozo, despejando la selva con precisión de relojero y fuerza, hasta que lo penetró profundamente, y Fabio se abrió a aquella verga, a aquel hombre que transformaba a cada segundo el dolor en placer , se abrió a una vida que no conocía y que solo había presentido en sus fantasías. Cuando Romero estalló en un grito e inundó su culo con aquella lava caliente y espesa, el mismo acabó con la fuerza de toda la vida, en su primera visita al mundo del placer.

galansoy

Regreso luego de una ausencia prolongada, con este relato que espero les agrade y me lo hagan saber g.