Entre paréntesis -7-

Novela romántica-erótica. La ruptura entre Rodderick y Elisabeth, una de las parejas más felices del Campus, fue el tema de conversación durante meses. Ahora ambos han encontrado una nueva pareja. Pero algo entre ellos perdura y no terminará hasta que se resuelvan sus dudas.

CAPÍTULO 13

—Olvídalo, por favor —suplicó Elisabeth.

Phill negó con la cabeza sonriente mientras arrancaba el coche.

Elisabeth sabía que sus palabras no surtirían efecto sobre Phill. Le sabía vengativo y cruel. Su respuesta confirmó sus temores.

—Oh, no, querida, de olvidar nada —dijo abrochándose el cinturón de seguridad. Miró el suyo y su expresión se endureció—. Abróchate el cinturón.

Elisabeth obedeció sin dejar de mirarle. Phill se giró en el asiento para mirar por la luna trasera mientras daba marcha atrás para salir de la plaza. Evitó la mirada de ella con desdén.

—Déjame hablar con él. Te pedirá perdón, estoy segura —insistió Elisabeth aunque ello supusiese volver a ver a Rodderick y lo que ello implicaría para ambos—. Os daréis cuenta de que todo fue producto de un arrebato, algo que ninguno de los dos quiso.

—La cuestión es que yo sí que quise —respondió Phill apretando los labios y conduciendo por la amplia avenida de la mansión para salir de allí—. Dime que hacíais tú y él en la playa.

Elisabeth calló. Aún no había pensado en una respuesta convincente por más que temiese que aquella pregunta aparecía antes o después.

—Tal y como yo lo veo, querida —dijo mirándola con sonrisa siniestra—. Tú eres mi novia. Yo te cubro con ropas caras, te peino y te adorno con joyas, sandalias y bolso. Yo te traje a esta fiesta. Y resulta que has estado más tiempo con ese patético jugador de beisbol que conmigo. ¿Tú como lo ves?

Era justamente lo que había ocurrido. Elisabeth estaba de acuerdo.

—Tú no te divertías, Phill. Solo tratabas de pasar el mayor tiempo posible con el Gobernador y el Decano. Solo hablabais de política. Comprenderás que a pocas personas les resulte agradable permanecer a tu lado con ese plan.

—Mi plan es tu plan, Elisabeth, métetelo en la cabeza. Si te traje a la fiesta fue para que me acompañases, no para hacer lo que te viniese en gana, como así ha sido. Yo ordeno y tú obedeces, no es difícil de entender.

Se detuvieron ante las puertas de la salida. El mismo guardia de seguridad que se dirigió a él al entrar horas antes, se inclinó sobre la ventanilla.

—Espero que hayan disfrutado de la fiesta. ¿Desean que llamemos a un taxi si han bebido alcohol?

—No, gracias —respondió Phill con una sonrisa de oreja a oreja—. Ábrame la puerta, haga el favor. Y luego le aconsejo que se despida de su compañero; mañana será despedido.

El guardia le miró con expresión sorprendida mientras indicaba a su compañero que abriese las puertas.

—¿

Cómo dice?

—Lo que ha oído —dijo Phill en cuanto se hubieron abierto las puertas. Metió segunda y salió de la mansión con un chirriar de neumáticos.

—¿

Qué has hecho? —murmuró Elisabeth.

—Hablar con Josh Walsh. Solo me limité a repetirle la impertinencia que me soltó el guardia cuando llegamos.

Elisabeth tembló y se agarró al cinturón de seguridad sin dejar de mirarle.

Ese era el poder de Phill Crawford. Una palabra suya y un guardia de seguridad que trabajaba para otros, era despedido. Elisabeth no pudo reprimir un escalofrío al imaginar cómo se ensañaría con Rodderick, trayendo un infierno a su vida con la misma facilidad.

—¿

Y tu bolso?

Elisabeth sacudió la cabeza ante el cambio de tema.

—Se lo dejé a mi amiga Doris cuando salí a la playa a pasear.

Phill la miró con ojos desorbitados.

—¿

Doris, quién coño es esa? —

bramó

colérico— ¿Tú sabes, idiota descerebrada, cuánto costó ese bolso, joder?

Phill miró por los espejos retrovisores y, al ver que no venía nadie por delante ni por detrás, giró el volante para dar media vuelta. El chirriar de neumáticos fue atronador.

—¿

Volvemos por un simple bolso?

—No. Volvemos por un bolso de 3400 dólares, joder.

Elisabeth ahogó un gemido. Jamás habría imaginado el valor de aquel complemento. Sabía que era caro, pero no hasta tal punto.

—No… no tenía ni idea, Phill. Pero Doris es…

—Doris tendrá tan poca idea como tú de dinero, Elisabeth. No quiero dejar 3400 dólares en manos de quien tampoco sabe ver el valor de las cosas.

Elisabeth se inclinó sobre Phill. Sabía que era tarde para pedir disculpas. Pero no podía permitir que Phill y Rodderick se viesen de nuevo tan pronto. El asunto estaba bastante turbio pero podía ensuciarse aún más.

—Vámonos, por favor, Phill, llamaré ahora mismo a Doris y…

Se detuvo en seco. Su teléfono móvil estaba en el bolso.

—¡

No! —

chilló

Phill señalándola con el índice— ¿Tienes idea de lo que me costó el vestido que llevas? ¿O el traje que ese desgraciado me manchó en la playa? ¿O tu peinado?

Elisabeth se arrinconó sobre su asiento. Nunca le había visto tan furioso con ella.

—¿

Es que no te das cuenta de lo que cuestas?

Elisabeth tragó saliva sin dar crédito a lo que había oído.

—¿

Eso soy para ti, una mujer que puedes comprar, vestir y arreglar como una muñeca?

—Ojalá fuese así de fácil —murmuró él.

—¿

Qué has dicho? —musitó indignada, con las primeras lágrimas recorriendo sus mejillas.

En ese momento se cruzaron con otro coche que iba en sentido contrario. Las cuatro luces inconfundibles de un Camaro del 78 indicaron de quién era el automóvil.

Fue un instante, menos de un segundo. Las miradas de Elisabeth y Rodderick se cruzaron y ambos comprendieron en la carretera oscura, sin dudarlo, lo que estaba ocurriendo en cada vehículo. Un parpadeo de sus ojos al unísono fue la señal que confirmaba sus impresiones.

Luego se alejaron.

Phill se limitó a mirar con desdén desde el espejo retrovisor los faros rojos del Camaro perdiéndose en la noche. También él sabía con quién acababa de cruzarse. Tenía el rostro contraído por el odio. Se detuvieron de nuevo ante las puertas de la mansión.

El guardia de seguridad al que Phill había amonestado miró el vehículo con desagrado manifiesto y luego abrió las puertas. Evitó mirar a Phill a los ojos.

Phill condujo por el jardín hasta el aparcamiento y aparcó en el mismo lugar donde había dejado el coche horas antes. Se inclinó sobre Elisabeth y le abrió la puerta.

—Trae el bolso, haz algo útil —ordenó con voz monocorde.

Elisabeth se desabrochó el cinturón de seguridad y salió del coche. Caminó unos pasos por la grava en dirección a las escaleras de la entrada cuando se volvió y se dirigió hacia la ventana de la puerta de Phill. Espero hata que él bajó la ventanilla con gesto enfurecido sin mirarla.

—¿

Qué cojones te pasa ahora?

—¿

Cuánto costó el vestido que me regalaste hace tres meses?

Phill la miró ceñudo sin comprender.

—Un vestido de tirantes y falda corta, estampado con flores, entallado en la cintura. Un mensajero me lo trajo a casa.

Phill palideció al comprender.

—Ese vestido te lo regaló Rodderick.

Al instante se arrepintió de sus palabras. ¿Por qué tenía él que saber qué vestidos le habían regalado otros?

Elisabeth le dio la espalda y se dirigió hacia la mansión.

Phill notó como un sudor frío le recorría la espalda. Subió la ventanilla pero la brisa no le calmó.

CAPÍTULO 14

—Detén el coche por aquí.

Rodderick miró a Mary Ann enarcando una ceja.

—¿

En el arcén?

Mary Ann asintió con la cabeza mientras se inclinaba sobre Rodderick y posaba una mano sobre su entrepierna. Ronroneó mientras mostraba una sonrisa dulce.

Rodderick presintió que si Mary Ann seguía con aquel juego, se distraería lo suficiente para tener un accidente. La hizo caso y detuvo el coche antes de entrar en una curva.

Mary Ann se desabrochó el cinturón de seguridad y se removió en el asiento para, con una elasticidad en las piernas digna de una gimnasta, encaramarse entre él y el volante. Se subió la falda y aposentó su sexo desnudo sobre la entrepierna de él. Pasó una mano por el pecho de Rodderick, la deslizó por un costado, bajó por la tapicería del asiento y, alcanzando la palanca, el asiento se reclinó de golpe hasta colocarlo casi horizontal. Los dos rieron ante la brusca maniobra.

Rodderick tragó saliva al ver los ojos azul zafiro de Mary Ann entornándose hasta convertirse en finas rendijas, mientras pasaba la punta de la lengua por los labios.

—¿

Aquí? —preguntó él sin saber dónde colocar las manos.

Mary Ann se mordió el labio inferior sonriente y asintió.

"Lo cierto es que no hay mejor momento ni lugar para echar un polvo", pensó Rodderick, "Solos, en la noche sólo iluminada por una luna menguante".

Tomó la cara de Mary Ann y se sorprendió al notar la piel de la chica ardiendo. ¿Cómo sería tener a Elisabeth en aquel lugar y momento

?.

¿Se habrían atrevido a hacerlo con la sugestiva posibilidad de ser descubiertos por cualquier coche que apareciese de repente? Quizá no. Habrían preferido un lugar más íntimo donde poder deleitarse mutuamente con besos y caricias, palabras susurradas y escarceos de miradas.

Rodderick se dio cuenta que no podía dejar de pensar en ella.

Una sombra de duda cruzó en su mirada y no escapó a Mary Ann. Ella compuso un gesto de mohín pero lo deshizo en unos segundos, recuperando su lúbrica expresión. Se llevó las manos al cuello, liberó el nudo que tenía en la nuca y dejó que la parte delantera de su vestido cayese sobre su vientre. Luego cogió las manos de Rodderick y las posó sobre sus pechos.

—Recordaremos esta noche para siempre, mi amor —susurró Mary Ann presionando las manos de Rodderick sobre sus senos al notar que él no lo hacía—. Esta noche es mágica y quiero que hagamos algo diferente y especial.

Rodderick apretó los dientes. No quería hacer el amor. Pero tampoco quería insultar a Mary Ann diciéndoselo.

—Espera, espera —dijo conteniéndola cuando se inclinó sobre él para besarle—. Esto es muy incómodo y las piernas se me están durmiendo.

Mary Ann ladeó la cabeza sonriente.

—Tus piernas pueden dormirse mientras lo que haya entre ellas siga bien despierto —Las manos de Mary Ann descendieron hasta encontrar la verga bajo el pantalón.

Los labios de ella buscaron los de Rodderick y él giró la cabeza para impedir que se encontraran.

—No, por favor, Mary Ann. No quiero recordar el final de esta fiesta así.

Mary Ann tenía el rostro descompuesto por la lascivia. Su lengua buscaba el lóbulo de la oreja mientras presionaba su sexo contra el de Rodderick. Su mano se internó dentro del pantalón y no se amilanó al encontrar el miembro empequeñecido.

—¡

Ya basta! —gritó Rodderick, incapaz de contenerse por más tiempo.

El tiempo se detuvo. Mary Ann se alzó y lo miró con los ojos abiertos y la boca desencajada.

Rodderick lamentaba de veras haber llegado a este punto pero el agobio que sentía había crecido tanto que no pudo contenerlo. Apartó con delicadeza a Mary Ann de encima de su cuerpo y abrió la puerta para salir del coche.

El aire fresco de la noche le calmó y le hizo ver hasta qué punto había rechazado a Mary Ann. No sólo había rehusado hacer el amor con ella, también había confirmado tanto a Mary Ann como a sí mismo que sus pensamientos estaban dirigidos hacia otra mujer.

Se apoyó en el lateral del coche. Desde su posición, las luces de la mansión aún eran visibles a lo lejos, en medio de la noche.

Una idea totalmente absurda cruzó por su mente pero fue interrumpida por el sollozar lastimoso de Mary Ann dentro del coche.

No se atrevió a mirar adentro. Seguramente la mujer estaría destrozada. Se sentiría ridiculizada y humillada. Estaría furiosa por haber sido rechazada y si él la ofrecía alguna palabra de disculpa, sonaría forzada, como en verdad sería.

Había hecho daño de verdad a Mary Ann.

Y todo por una mujer cuya imagen no se apartaba de su cabeza. “Intento olvidarla”, lo juro, le confesaría a Mary Ann para justificarse, “Pero no puedo, te juro que no puedo”.

Tomó aire para llenar los pulmones. En la quietud de la noche solo el mar lejano parecía acompañar los sollozos de Mary Ann.

Rodderick tomó una decisión. No la meditó ni valoró los pros ni los contras. Sólo dejó que le guiasen sus impulsos.

Y los impulsos apuntaban en una sola dirección de la carretera.

—Lo siento —dijo inclinándose sobre la puerta abierta del vehículo. Mary Ann estaba recogida sobre el asiento del acompañante, ocultando su rostro tras las rodillas, apoyada en la ventanilla de la puerta. Ni siquiera le miró. Dudó si explicarse o no. Tenía miedo de hacerla más daño pero Mary Ann merecía una explicación: —Elisabeth ocupa mi corazón y lo nuestro se ha acabado. Llama a un taxi.

Las palabras de Rodderick hicieron que Mary Ann levantase la cabeza aterrada. Cuando lo buscó con la mirada, Rodderick ya no estaba. Miró por la luna trasera y lo vio corriendo por el arcén, en dirección a la mansión.

Una máscara de genuina furia se adueñó del rostro congestionado de Mary Ann mientras veía como Rodderick se fundía en la negrura de la noche. Sus lágrimas fingidas cesaron de repente.

—Jamás la tendrás, Rodderick Holmes —susurró mientras se secaba los ojos con el dorso de la mano—. Jamás será tuya, lo juro por mi alma.



Ginés Linares



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(Siguiente capítulo ya publicado en mi blog)