Entre Nieblas - El Espiral

Las sombras del pasado siempre regresan, golpean, estremecen. No es un relato para masturbarse, es para imaginar y dejar ser al demonio interno.

Para Aixa, la sombra de las sombras .

El olor me despierta primero los sentidos que el cerebro. La noche transcurrió entre mil flashes de deseo y la habitación, aún a oscuras y por fortuna sin trazas de ventanas que dejen pasar luces indiscretas, exhuma la niebla de la batalla librada. De nuevo lo que hay en el ambiente es olor a sexo.

No quiero abrir los ojos, la confusión bonita de no saber si es real o sueño aquello tan intensamente vivido, es un impulso matutino que no me gusta abandonar… ¿matutino? ¿Qué hora será?, mejor me armo de valor, hay que arrancar el día.

Estirarme es una forma de agarrar del aire todas las ganas que se me han escapado de abandonar mi cama, la paso muy bien en ella, fantaseando, con mis dedos, mis juguetes, mi imaginación, mis imágenes de los mil hombres que no me tocan pero me hacen gemir millones de veces en pocas horas. Que no me tocan… ¿qué estoy tocando?

Abrir los ojos ante la sorpresa y el susto es todo un acto de valentía, o de curiosidad, pero prefiero sentirme valiente y no simplemente indiscreta. Me cuesta adaptarme a la oscuridad para ver, por lo pronto solamente hay un bulto a mi lado, una colina oscura que parece moverse como olas ante una respiración pausada, aparentemente satisfecha, relajada, masculina…

Creo que tomé demás, imaginé demás y tuve prudencia de menos.

Si abrir los ojos ante la sorpresa es valor, sentir una caricia en la espalda y no gritar es entrega. Ver la línea curva, casi recta, de esos hombros tan perfectos y a la luz de unas pocas sombras es algo que nunca imaginé vivir más allá de mis sueños. La voz me acaricia tanto como ese dedo que me recorre desde la nuca hasta el brazo, suave, sutil, femenina…

Tardo mucho, lo sé, pero entiendo que asimilar todo aquello que pasó en mi cama pocas horas antes de desfallecer de tanto sexo, no es tarea fácil para ninguna mujer que no acostumbra mucho más que la práctica del más puro, satisfactorio, egoísta y narciso onanismo.

Por fin percibo la diferencia de esta niebla emanada en la habitación, no es la misma de siempre, no solamente huele a sexo, huele a él, a ella, a mí. Hay perfumes de loción de afeitar, florales chispas de desodorante femenino para el cuerpo, sudor de obrero que ha trabajado muy profundamente entre mis piernas, pintalabios que ha marcado besos en mi cuello, madera y pino masculinos, frutas y splashes femeninas; todo en mis sábanas, impregnado en mi cuerpo, grabado en mi mente.

Hay paz, sobre todo hay paz.

Hace tanto tiempo que habíamos intentado esto y nos costó tantas cosas. No aguantamos siquiera unos minutos más de diez. Yo no resistí verla besado a Alejo, él no resistió verme aceptando sus labios y ella, Aixa, no resistió nuestro hermetismo. Pero luego él y yo no soportamos vernos tan comunes tras ser tan intensos, tan perversos, tan libres; nos encontramos tan domados, tan diferentes, tan apagados, tan heridos de normalidad… heridos nos fuimos matando. Finalmente me fui, se fue, nos separamos.

Y empezó la guerra, la rabia, el rencor, los recuerdos, el sexo mío para mí y el de él, no sé, supongo que con sus entrañables putas del alma. Ella siempre estuvo rondándonos, intentando contarnos a uno las cosas del otro, intentando siempre pasar de aquellos tristes diez minutos “ Diez minutos tan solo, tan solo diez minutos” azotando mi cabeza durante todo este tiempo. Y mi rabia en negativa, y la de él, lo sé. “Hasta el próximo latido” con esperanzas muertas.

Con la calma del desesperado, asumí mis elecciones, mi egoísmo y mis exigencias. Pocos hombres pasaron luego por mi entrepierna, de vez en cuando coqueteaba con alguna lengua femenina que se diera por explorar mis dientes. Nadie, por supuesto, pasaba por mi cama. En ella solamente la imagen de él, tal vez de otros sueños pasados antes de él, tal vez de las fantasías de aquellos que quedaban encerrados tras la pantalla, pero en carne, hueso y semen ninguno.

Ella parece entender mi silencio y mi espalda infinita ante sus ojos que se niega a volverse senos frente a su mirada. Solamente sigue delineando mis hombros y me respira en el cuello, reconfortándome con su silencio, mientras lo veo a él latir bajo las sábanas, aún en el más profundo sueño.

Poco a poco mi mente comienza de nuevo a excitarse. Los recuerdos son tan intensos como breves. Un flash y lo siento a él mordiendo mis labios con ardores de los deseos horrorosamente atragantados durante años. Otro flash y ella besa mis pómulos suavemente mientras su mano, con la paciencia experta de quien siempre ha esperado, roza mi pecho despertando ansias de tan breve. Otro flash y estoy probando jugos que en mi vida pensé probar y que me resultaran tan exquisitos. Otro flash y no me da imágenes sino gritos, mi grito, dos gritos, mil gritos y uñas que se entierran, labios que se muerden a sí mismos, lágrimas salpicando orgasmos.

Kassandra…Yo pierdo… Yo gano… suspira él con acento serpentino entre el sueño que ya lo está abandonando. No es su voz, no su tono, ni su modo. No es él. No es Alejo.

Giro para verla, Aixa sonríe de lado, casi como yo en años pasados. No necesito correr la sábanas de su rostro, sé quién es él, conozco el diálogo que recita de memoria, “Yo pierdo, yo gano… ganamos” habíamos escrito alguna vez cuando jugábamos a quién soportaría más la visión del otro sin tocarlo y él sucumbía ante la cercanía de mis labios. Mucho tiempo dormida Kassandra, mucho tiempo guardada y no anticipaste que ella te traería otros manjares pero jamás aquél que imaginaras. Pero te traería a ese otro de tus historias, te regalaría a Aixel.

Sonrío y ahogo la lágrima, recuerdo ahora mi mirada interrogante en la puerta de mi caverna la noche anterior y la sola respuesta de ella “Él dijo que no Kass, siempre dirá que no” . Creo que ese fue el impulso para que tomara la mano de ese Aixel, ese siempre otro que siempre está, y simplemente los dejara entrar a las piedras de mi cama. Rabia, siempre me ha movido la rabia y el deseo, claro está, ese deseo por lo intocable, por lo que quema, por lo que causa dolor y es eterno en los recuerdos. Cuánto lamenté no tener un sofá rojo donde matar a Alejo por su orgullo, donde su sangre no se distinguiera de la tela que lo rodeara, donde su rabia también quedara infinitamente plasmada y Amén.

Acepté la ofrenda de Aixa tanto como la acepté a ella. “ Follo mentes ” decía una película, y yo me vi de repente atraída insoportablemente por ese brillo perverso que estallaba en su mirada, ese brillo inteligente que supo cómo penetrarme en mi más profundo ostracismo. Años esperó paciente, años calculó y preparó terrenos, siglos para cualquier humano, ganancias para ella en tiempo. Años navegó entre mis letras, y las de él, y las del otro. Navegó y cabalgó en ellas. Las codificó, las transmitió, las enlazó, las enredó y logró. Casi todo, casi. A Alejo no. Y por eso pude, por eso permití que me penetrara con sus dedos y su lengua, por eso me permití saborearla y apretar sus senos a los míos. Él no. Y yo lo mataba con esto, yo lo castigaba y sabía que lo encendería de nuevo. Kassandra latía en mis adentros y ya calculaba nuevos fueros. Lista para la batalla de Él.

Mientras tanto sigo practicando mis mejores movimientos. - Yo gano noble señor, siempre gano- atino a susurrar en respuesta y me dejo poseer por mi inmenso demonio interior. Aixa aún me respira en el cuello y yo estiro mi mano hacia atrás para apretar su cabeza a mí, pidiendo en silencio su cercanía. Porque los quiero a los dos de nuevo, y los quiero ahora.

La oscuridad nos hace tan hermosos. Mis ojos, ya acostumbrados, atinan a ver en él una maravillosa sonrisa que jamás pensé tener la suerte de ver tan cerca de mis labios. Las manos de ella son tan perfectas en mi cintura. Mis piernas amalgaman tan bien entre los dos.

Él se siente tal cual lo imaginé siempre, ella, sin embargo, me resulta especialmente suave, tan sutil, tan dulce incluso, tan diferente a como se muestra, nunca hubo manos que me tocaran con más delicadeza y aún así encendieran tantos fuegos al mismo tiempo. Él, experto, intenta seguirla en modos y caminos. Ambos me sorprenden yendo juntos entre mis piernas, compartiéndome hasta en sus labios y eso me enloquece. Ellos ahí, Él en mi mente. Todo es tan fuerte, incluso para mí. No aguanto ni dos lengüetazos y ya estallo. En mi cabeza retumba la voz de Alejo, como siempre, “Acaba para mí perrita, dale, acaba para mí”. Sonrío, a eso ellos no pueden tener acceso alguno.

Tomo la mano de Aixel conminándolo a subir a mi rostro. Ella queda abajo. Quiero verlo a los ojos, quiero regalarme su imagen, su sonrisa de nuevo, ya no en la imaginación sino en el cuerpo. También lo deseé mucho en esos viejos e intensos juegos. Estuvo ahí como sombras de la fantasía en un eterno tuntún de mis fueros. Lo miro, lo enfrento. Todos mis pasados reunidos en sus iris oscuros y su desconocido y lejano acento serpenteando letras sibilantes que me repiten como anoche - Hola cielo, por fin he llegado- Sonrío. ¿ Soy lo que buscabas?- Le digo- No, eso ya lo he encontrado. Eres un regalo demás a las búsquedas que nunca he realizado - me suelta la crudeza con poesía, - Menos mal que es así entonces – Menos mal bichito, menos mal traviesa – Yo pierdo, yo gano mi noble señor, entonces ciertamente hemos ganado . Lo beso, de nuevo, más consciente que anoche, más decidida. Y su beso es tan agridulce, tan deseado y al mismo tiempo tan vacío de él. Rabia. Fuero. Me incorporo, quiero devorarlo y dejarle la marca.

Aixa entiende. Aixa calla. Aixa sonríe y se posa en un extremo de la cama. Deja a su espalda amoldarse a la pared y sus piernas mostrarnos los brillos que se le derraman. Su mirada nos pide continuar, nuestras ganas no esperan órdenes. Engarfio mi mano bajo su quijada y mis uñas se clavan en la curva de su maxilar. - Mírame, mírame bien- mientras con la otra lo masturbo sin quitarle la mirada. Es un desafío, como los nuestros. - No cierres los ojos, disfruta mirándome mientras te como- y mi mano sigue su trabajo. Aflojo el garfio y delineo sus labios entreabiertos. Mi mano sube y baja por su sexo, yo lo miro desafiante, sonriente, perversa - ¿ En quién piensas bichito? – En nadie, no delires, solamente pienso en tu miembro y en mi sed, no soy tan común ni tan compleja- Y es verdad, no pienso en nadie, no pienso en él como sospecha. Solamente pienso en hacer bien mi trabajo, en sentir su placer, en satisfacerme al verlo abandonado ante mis manos. Ya lo dije, egoísta, narcisa.

Ahí arrancan en el aire pequeños gemidos de ella. Por eso el aire de mi cuarto es niebla. Solo remolinos oscuros se presentan. Ella, yo, él, jugando al desamor entre gemidos y chasquidos. Somos tres y siempre somos cuatro, somos uno y siempre somos dos, somos dos y siempre somos tres. No somos normales, no podemos vivir el I love you con globos morados. Odiamos los peluches y los amamos. Somos dualidades asumidas y no nos jodan. El aire en mi cuarto es niebla. Mis cavernas son nieblas. Amadas nieblas.

Él gime, lamo mi mano para no lastimarlo y vuelvo a mi trabajo. Sonríe y ahora es él quien me atrapa en su garfio el cuello. - Bichito, ay mi bichito, ¿cuánto aguantarás sin besarme de nuevo?-. Nada, no quiero aguantar nada. Su lengua no sabe tan extranjera. Su saliva no es ácida como sus dichos, ni sus papilas tan españolas. Sabe a hombre deseado, sabe bien, sabe amargo, sabe a lejos, sabe a nunca. Qué rico sabe.

Estiro mi mano libre hacia ella, con mis dedos la llamo. Finalmente los tres en esta cama, finalmente seis manos encuentran todos los agujeros, las curvas, las lenguas, los fluidos, las asperezas masculinas y las sedas femeninas. Ella sabe a prohibido, a última vez, dulce y ácido, sabe a miedo a morir antes de tiempo, sabe a flujos, sabe a ella, sabe a mí.

Y podría describir tantas cosas ya descritas. Su miembro penetrándome, mis dedos entrando en ella, los movimientos arrítmicos aprendiendo a bailar al mismo son en tres tempos y no en dos. Las piernas tensándose en el ejercicio del amar, las manos explorando e intentando descubrir caminos que imposiblemente no hayan sido descubiertos. Sus ojos en mí, cuatro pupilas hurgando en mis emociones, los tres mil dientes de los tres riendo oscuros, las vergüenzas del mundo si espiaran nuestros juegos. Nuestros dolores al traicionar a tantos y amar a tan pocos, o tan muchos, según. Nuestras ganas de que esto nunca acabara y nuestras certezas de que una vez y no más, maldita sea, no más. Nuestras ganas de no amarnos y descubrirnos con un “te amo” mil veces odiado y mil veces criticado con ganas de estallarnos en la garganta tan solo esa noche, aunque sea esa eterna y limitada noche. O día, no importa. El tiempo se ha detenido en nuestro mundo espiral.

Pero me niego a relatar los desarrollos que llevan a las despedidas Prefiero decir que en un grito ahogado me desperté en medio de la noche, sin poder respirar, buscando bocanadas del aire que se escapaba de mi sueño y solamente me encontré con mi lámpara de luz blanca, eternamente encendida para ocultar mi oscuridad, el televisor pantalleando rayitas negras y blancas y el sueño quedó inconcluso. Pueden creerme o no. No importa. No hay verdades en mis cavernas ni mentiras en mis letras.