Entre mi madre y mi hermana Parte III

Una madre cruel Antonio se cansa del trato humillante al que le somete su madre y confiesa el motivo del chantaje pero eso hace que se cabree con su hijo y le humilla aún mas.

Una noche, después de varias semanas de servidumbre y humillaciones, me fui a la cocina, para hacer la comida; cocinaba tambien para mí, pero mi turno empezaría cuando ellas terminaran; mientras estaba ahí mi madre entró para hablar conmigo.

  • Antonio ¿qué te pasa? - preguntó intrigada mi sonriente madre; así es, pese a que yo me estaba humillando por servirla, pese a que me comportaba mas como un esclavo que como un hijo, mi madre en ningún momento perdía la sonrisa - Antes no eras así.

Yo no podía ni mirarla a la cara.

  • Ven abrázame.

Yo me di la vuelta, me acerqué a ella y le di un abrazo.

  • Un momento, de rodillas, me tienes que abrazar de rodillas.

  • Sí Ama - inmediatamente me arrodillé; mientras le abrazaba lloraba aún mas.

  • Vamos hijo, puedes decírmelo.

  • No puedo – respondí abrazando con fuerza sus piernas en vueltas en una falda de seda.

  • ¿Sabes qué? en realidad me alegro de este cambio – comentó mientras me acariciaba el pelo – lo digo en serio, antes discutías constantemente con tu hermana; pero ahora la obedeces ciegamente; y que sepas, que si tú te niegas a contarme tus secretos, yo me niego a creer que eres mi hijo – me dio un beso y me dijo que siguiera con la comida.

Me levanté y mientras mi madre salió de la cocina yo permanecí ahí; despues de unos minutos preparé la mesa. Llevaba de pie toda la mañana, quería descansar, sentarme aunque fuera unos minutos; en el salón estaban las dos.

  • ¿Ama, les importa que coma con ustedes? Estoy cansado, no me he sentado en toda la mañana.

  • Bueno, si me cuentas que ha pasado me lo pensaría – respondió mi madre.

  • No importa, puedo aguantar – mi madre no me dejaría sentarme, no quería ni saber como se pondría.

  • Como quieras.

Les avisé de que la comida estaba lista, ellas se sentaron y yo las servía como si fuera un criado, las servía con mucha servidumbre y humillación; ellas se reían mucho, mientras Marta le hablaba de las clases mi madre me hacía fotos cirviendolas a ellas.

Despues de la comida les hice café, me hicieron estar presente en toda la sobre mesa, y luego mi dominante hermana comentó que saldría de compras.

  • Antonio, ¿Tienes dinero aquí?

  • Mi dinero y mi cartera lo tiene su madre Ama, usted me ordenó que se lo entregara a ella.

  • Ah, es verdad – respondió riéndose.

  • Mamá, ¿tienes el dinero de Antonio? He quedado con las amigas para ir de compras e ir al cine.

  • Sí Marta, coge la targeta y saca lo que quieras.

  • Gracias mamá, hasta luego – despues de hablar con mi madre, se acercó a mí y me dio un beso en el pómulo.

Yo permanecí inmóvil frente a mi madre, en pie y con la mirada baja. No me permitió abandonar su presencia ni por un momento, sin embargo estuve delante de ella, callado sin que me dirigiera la palabra.

  • Bien hijo, ¿me vas a decir qué te pasa, o puedo empezar a tratarte como a un perro?

  • Puede tratarme como quiera – desde el principio mantuve la mirada baja, no porque me lo ordenaran mi madre o mi hermana, sino porque la vergüenza que sentía me impedían mirarla a la cara.

  • No sé ¿Te pasarías el día besando mis pies?

  • Sí Ama, es que tener a mi propio hijo a mis pies no me parecería justo, sería humillarte de verdad, pero le pones tanto empeño...

  • Haré lo que sea Ama.

  • Como quieras, quítame los zapatos y ponte de rodillas.

  • Sí Ama.

Yo sentía mucha vergüenza, muchisma, pero aquello no detenía a mi madre. Se los besaba una y otra vez, pero mi madre no paraba de sonreir.

  • ¿Oye, te puedes bajar los calcetines?

-¿Por qué? - pregunté avergonzado.

  • ¿Te los puedes bajar? - prunguntó mas alterada aú - Quiero verlos bien.

  • No puedo bajármelos – respondí llorando.

  • Vamos no puede ser que ahora de repente cueste tanto bajarse unos calcetines – la actitud de mi madre no la entendía, parecía que disfrutaba con ello, pero yo no podía hacer lo que me decía, porque no eran calcetines lo que llevaba, eran medias; y salvo que me quitara el pantalón no podía hacer lo que me decía; pero me daba mucha vergüenza confesarlo.

  • Te ordeno que te los quites.

  • De verdad que no puedo.

  • ¿Qué pasa, es que son medias? Si es así levántate el pantalón.

Pero yo no me movía, estaba paralizado.

  • ¡Vamos! - exclamó mi madre. Era la primera vez que me gritó desde que se fijó en la ropa interior que llevaba puesta.

Finalmente me lo levanté; descubrí las medias blancas que llevaba debajo.

  • Vaya, al parecer te gustar llevar ropa de chica – comentó ronriendo - ¿no es así? ¿o es que Marta te obliga a llevar medias?

Yo no respondía me había quedado sin palabras.

  • Cielo, te estoy hablando.

  • Sí Ama, me gusta llevar ropa femenina, esto me lo compré ayer.

  • ¿Seguro que Marta no te obliga a llevar eso?

  • No Ama, se lo aseguró.

  • De acuerdo, luego hablamos, pero primero tienes que fregar los platos de la comida.

  • Sí Ama, como ordene.

Llené el lavaplatos, le puse el jabón de la bagilla y lo puse en marcha. Entonces me dirigí al salón para seguir hablando con mi madre.

  • Vamos a hacer una cosa; sígueme, pero a cuatro patas y con la lengua fuera, como un perro faldero.

Ella se levantó, se fue caminando y yo la seguí tal y como me había ordenado.

Me llevó a un cuarto lleno de trastos, me ató las manos por detrás y me puso un collar con correa de perro, para colgarla de un gancho.

  • Venga si no quieres hablar puedes quedarte ahí hasta la cena, de vez en cuando vendré para saber si me vas a contar que ha pasado; una de dos, o mereces un severo castigo por hecer algo muy grave para querer obedecernos a toda costa, o te sientes muy mal por el modo en que has tratado a tu hermana y quieres pagar por ello.

Mi madre me acariciaba con suavidad, mientras sonreía.

  • Personalmente no creo que tengas remordimientos de conciencia como para sentir el daño que le has hecho a Marta – comentaba mientras me daba un beso - y eso sin mencionar porque llevas ropa interior de mujer. ¿Sólo llevas las medias, o hay algo mas, como unas bragas por ejemplo?

  • Sólo son las medias, se lo aseguro.

Yo asentí con la mirada para darle a entender que el motivo era la segunda razón, pero mi madre no se fiaba, ella mew besó en la frente, con una sonrisa.

  • Por si cambias de opinión te dejaré aquí y vendré varias veces hasta la cena.

  • La correa me obligaba a estar de puntillas; además encendió una lámpara de escritorio justo delante mí, la luz enfocaba directamente mis ojos. Estuve así un buen rato, pero mi madre no venía, tenía miedo, mucho miedo, ya no podía contener mis lágrimas.

Finalmente apareció mi madre.

  • ¿Qué, haces esto sólo porque quieres pagar por tu actitud hasta ahora, o vas a contarme lo que pasa?

Negué con la mirada, movía la cara de izquierda a derecha.

  • ¿Eso es que no me vas a decir la verdad?

Moví en señal de aformación. Entonces me dio tres bofetones.

  • Vale, ahí te quedas.

Mas tarde volvió para repetir la escena; me preguntaba lo mismo, me partía la cara y se iba. No sabía cuanto llevaba ahí, ni cuanto tardaba en volver, ni cuantas veces mas volvería hasta que se cansara.

  • Te lo preguntaré otra vez, ¿Hay algo mas, sí, o no?

Moví la cabeza afirmativamente.

  • Bien, ¿si te suelto lo contarás?

Volví a reponder afirmativamente; yo estaba llorando, pero ella no mostraba la menor compasión. Me quitó la correa, me desató las manos, me quitó el collar y me dijo que la acompañara al salón. Ella se sentó y mientras estaba frente a ella se lo confesé. Me dio mucha vergüenza, no podía ni mirarla a la cara, estaba totalmente rojo...

  • Ayer creyendo que estaba solo en casa me probe su ropa.

  • ¿Qué?

  • Una falda roja de verano y una blusa – empecé a sudar, lloraba del miedo que sentía.

-¿Sólo eso? - preguntó con un tono mas que tenso, evidentemente se estaba enfadando.

  • Sí señora.

  • ¡Sólo eso!

  • Sí, solo eso de verdad.

Mi madré sacó del bolso un sobre, me lo dio y me dijo que lo abriera. No tenía palabras para defenderme, para justificarme, llevaba un versido suyo de gala, uno que costó facilmente mas de 600 euros, uno de color morado.

  • Al parecer no vas a decirme qué te pusiste exactamente, te pusiste mas de un conjunto, muchas cosas posiblemente, y te gusta vestir con ropa de chica, ropa interior femenina, ¿es eso?

  • Sí Ama.

  • Y el asunto de las medias no me ha quedado claro, ¿las llevas por que quieres, o por que te lo dice tu hermana?

  • Sí Ama, me lo ha dicho Marta.

Mi madre me ordenó que mirara el lavaplatos y colocara las cosas en su sitio.

Mientras hacía lo que me había ordenado estuve pensando en su ropa, una semana antes de probármela le oír comentarle a mi hermana el precio de toda esa ropa; los zapatos de tacón unos 200 €, el resto de blusas, faldas y demás cosas al rededor de 60, mucho mas de lo que yo me gastaba en mi propia ropa. La ropa de mi hermana tampoco era muy barata, que digamos. Como mi madre era mas alta que yo, usábamos mas o menos la misma talla de ropa y calzado.

Después de hacer lo que me había ordenado volví a reunirme con ella.

  • Vamos a ver, Marta ha llamado hace un rato, dice que tiene invitadas y quiere que les sirvas la cena; así que muévete porque son cuatro mas Marta y quiere que la mesa esté bien decorada.

  • Sí Ama.

Así lo hice, les preparé la cena, preparé el mantel, los platos, todo, incluso decoré la mesa con unas velas.

Mi madre también tenía planes para esa noche, se cambió de vestido, me dijo que le subiera la cremallera y que la pintara de nuevo de nuevo.

  • Sígueme perro, quiero que lo hagas como un perro faldero, esta vez de pie, tengo prisa y no quiero que me hagas perder el tiempo.

  • Sí Ama – yo obedecí.

  • Tienes que obedecer en todo tanto a Marta como a sus invitadas.

  • Sí Ama.

  • No la decepciones, está muy ilusionada.

  • Sí Ama.

  • Si queda satisfecha puede que te prestemos a amigas nuestras para que te ocupes de servirlas.

  • ¿Pero qué dice? ¿Yo cuando he dicho que quiera ser vuestro esclavo o el de sus amigas?

  • ¡No seas insolente, desgraciado! - advirtió dandome una fuerte bofetada.

  • Pero mamá – insistí llorando; quería suplicar. Mi madre me dio otra bofetada, ésta aun mas fuerte.

  • ¡Que no me llames mamá, a lo mejor te lo piensas la próxima vez!

Yo la seguía por el pasillo de la casa. La acompañé al recibidor y al llegar se plantó delante de un armario que usábamos los tres.

  • ¡Maldita sea! ¡abre el armario y coge el abrigo de fiesta!

  • Sí Ama – reaccioné de inmediato, lo cierto es que me quedé quieto, porque no esperaba que tambien quisiera que le cogiera el abrigo. Le cogí el mas elegante de todos y le ayudé a ponérselo.

  • Otra cosa, por tu propio bien, cuando vuelva mas te vale que la ropa que tienes haya desaparecido de este armario.

  • Sí Ama, me ocuparé luego.

  • Eso espero.

Finalmente mi madre se fue, y empecé a retirar mi ropa del armario, la coloqué en una bolsa de plástico y la llevé a mi cuarto; despues me quedé en el recibidor a esperar a mi hermana.

Pasados unos minutos llegó mi hermana y sus amigas.

  • Buenas noches Ama, la cena está lista, si se sientan les serviré.

Una a una empezaron a entrar sus invitadas eran cuatro en total. Todas iban bien arregladas, con joyas y maquillaje.

  • ¿Quien te gusta mas? - preguntó Ana.

  • Ninguna, señorita.

  • No me mientas – advirtió poniéndome la mano en ela barbilla – y que sepas que delante de nosotras tienes que tener la mirada baja, ¿no te lo han dicho aún?

  • Sí señorita.

Las cinco se dirigieron al salón y se sentaron; yo les serví los platos que tenía preparados en la cocina.

  • Venga, inutil, di quien te gusta mas – ordenó un amiga de mi hermana.

  • ¿A qué se refiere, señorita?

  • No te hagas el tonto y responde, anda.

  • Ven aquí – ordenó mi hermana – arrodíllate delante de mí y apolla tu cabeza sobre mi falda.

Yo la obedecí sin dudarlo, no me fiaba de ella, estaba claro que me la jugaría de alguna manera, pero no tenía elección. Después de colocarme me susurró algo al oído mientras me acariciaba el pelo.

  • Vamos, perro, si no pones mas de tu parte sabrás que es pasar vergüenza de verdad, ¿eso es lo que quieres?

  • Como quiera Ama.

  • Entonces sé espabilado y no tardes tanto en reaccionar.

Cogí la bolsa miré lo que había dentro y efectivamente, llevaba un bestido; lo llevé al baño y empecé a sacarlo, era un conjunto de ropa para una fiesta, el verstido era verde de lentejuelas, los zapatos eran de tacón y verdes también, el chal y las medias eran negras. Tardé unos minutos en ponerme todo, pero no pude subirme la cremallera, eso debía harcelo Marta o una de sus amigas; entonces salí y mi hermana me dijo que me acercara a ella para subirme la cremallera.

Te falta un poco de maquillaje, acércate – sugirió Vanesa.

  • Sí señorita.

Ella me puso los polvos bronceadores, me pintó los ojos, los labios y las uñas.

  • ¿Te gustaría llevar ropa de mujer toda la vida? - preguntó mi hermana, con una macabra sonrisa.

- ¿Será guarra?

- ¿Qué dices, cielo?

  • Sí Ama, me gustaría mucho - respondí con la mirada al suelo; no tenía elección, me había amenazado si no me comportaba como ella quisiera.

  • Bien, porque te hemos comprado mas ropa – añadió Natalia.

  • No pareces muy ilusionada, ¿te pasa algo? - preguntó Marta, subiendo las cejas.

  • No, nada, es que no termino de creerme que me hagan este regalo.

  • Pues créetelo porque es para toda la vida.

  • Me gustaría verte desfilar, camina un poco, estaba pensando que podrías hacerme el favor – comentó Ana

  • Claro, sería un placer complacerla.

Empecé a desfilar como una modelo, me hicieron posar y no podía resistirme, ni rebelarme. Para no decepcionarlas decidí sonreír.

  • Oye gusano, hestamos pensando en pasar un fin de semana fuera, en un chalet, ¿a ti te gustaría venir? - preguntó Lydia.

Miré a Marta para saber que opinaba ella y asintió con una sonrisa.

  • Me encantaría ir con ustedes.

Se sentaron cómodamente en el sofá y empezaron a hacer una tertulia, hablaban de conjuntos de ropa, de tipos de maquillaje, joyas... y querían que estuviera presente, querían que me tragara esa conversación, querían que estuviera de pie, sin poder descansar ni un segundo. Después de marujear una hora se despidieron y tuve que acompañarlas al recibidor para colocar el abrigo a las chicas y despedirlas.

  • Estabas muy tenso, podrías haberte relajado mas – comentó mi déspota y cruel hermana – Estoy segura de que lo pasaríamos mejor. Por cierto, a partir de ahora te llamarás Maruja, dado que serás una señorita dedicada exclusivamente a las labores de la casa.

  • Sí Ama.