Entre mi corazon y mi alma

Entre mi corazon y mi alma.

Entre mi corazón y mi alma.

La encontré un día gris de tormenta, justo en el momento en que mi camino se adentraba cada vez más en la hondonada de mis rutinas, y me di cuenta, y vi la bifurcación, la salida, y, como no podía ser de otra manera: tenía forma de mujer.

Decir que la encontré me otorgaría crédito, cuando, en realidad, fue ella la que golpeó mi puerta, esa que había cerrado hace tanto, esa que no tenía pensado abrir, esa a la que le había puesto como barricada todos mis recuerdos, todos mis sentimientos rotos y cada parte de mi corazón que había entregado, y me habían devuelto sin uso.

Pensé que aquella puerta era infranqueable, y guardé mi alma justo a un costado de mi corazón, sumiéndolos en una soledad segura, vacía de sentimientos, que, solo de vez en cuando, se llenaban con algún que otro texto que me recordara, o mejor dicho, que les recordara que algún día sintieron y amaron. Pero, como llevando magia en sus manos, la barricada de mis recuerdos no opuso resistencia a su entrada, y la vi delante mío, mostrándome toda su luz, toda su alma, con una sonrisa de verdad, de esas sonrisas que no se ven todos los días, ofreciéndome sus manos para tomarla, para acariciarla, dejándome mirar sus dedos y permitiéndome acariciarla con los míos.

¿Cómo te llamas? – le pregunté.

No mencionó palabra, y no me permitió seguir hablando, sus manos recorrieron mi espalda, y su cabeza hizo nido en mi pecho.

¡Te esperé tanto tiempo!, - susurró, y juro que no entendí. Y un silencio se apoderó de todo.

Nos quedamos mirando, yo, absorto por su belleza, y ella, ¿quién sabe porqué?, no nos besamos, pues no quería lastimarla, sentí el calor de sus manos; recorrió con sus dedos mis brazos apenas rozándolos, apenas permitiéndome sentir su camino y mostrándome que tan sólo con eso era capaz de todo en mi. No dejó un instante de mirarme, sus ojos decían mucho, pero en el fondo de esa mirada vi un valle de tristezas, vi un corazón partido y un mundo por conocer..

No quiero ser tu mundo – le dije.

¿Y cómo crees tu que quiero mi mundo? – contestó. Y nuevamente el silencio se apoderó de nuestra presencia, y una lágrima recorrió sus mejillas.

¿Por qué lloras? – pregunté, pero no me contestó, solo hizo un gesto, bajo la mirada, y corrió su rostro de mi vista que la buscaba ya sin encontrarla.

Sus manos apretaron fuertemente mis manos, no soporte verla llorar, entendía, pero claro que entendía lo que sin palabras me estaba diciendo.

Tengo dagas en mi boca – afirmé, y luego de un instante de silencio, volvió a mirarme con sus ojos húmedos de lluvia y lágrimas.

Si tu boca lastima, - afirmó, -, si tu corazón mata, si tus dedos hunden cicatrices a su paso, deseo todas esas marcas en mi cuerpo, en mi alma, pues no soportaría ya verme sin ellas, sabiendo que el costo ha sido perderte.

Y mi corazón se detuvo en ese instante. La miré muy firmemente a los ojos, besé su boca, su cuello, suavemente le quite la ropa, debo reconocer que su belleza era aun mayor estando desnuda, y en su desnudez me contó de su inexperiencia, y fui muy cuidadoso en cada caricia, tome su pelo, bese su espalda... y la hice mía... dejando en mi cama pétalos rosas, y aroma a jazmines en mi alma.

Debo reconocer que ella encontró la puerta, supo la combinación de mi cerradura, y entró para quedarse e hizo nido entre mi recuerdos y nostalgias, entre mis miedo y angustias, entre corazón y mi alma.

Walter Dario Mega 31-01-2005