Entre la espada y la pared (2)

Julia, viuda jóven y despreocupada, se ve obligada a obedecer totalmente a su socio.

Lloré, lloré de manera desconsolada pues tenía mucho miedo de los planes que pudiera tener Luis para mi. Estaba aterrorizada.

Sin hacer caso a mi llanto, Luis salió del salón. Volvió a los pocos minutos con los objetos que yo uso para depilarme. Apartó los objetos que había sobre la mesa y me hizo tumbar boca arriba sobre ella. Levantó mis faldas y empezó a rasurar todo mi vello púbico. Por la expresión de su cara estaba disfrutando mucho. Yo seguía muerta de vergüenza al verme en esa postura mientras el repugnante Luis manipulaba mi sexo de manera grosera haciendo comentarios obscenos. Cuando terminó cogió un espejo y me mostró su obra desde todos los ángulos. No había dejado ni un solo pelo. Me dijo que tenía que mantener la zona siempre así si no quería hacerle enfadar y provocar sus castigos. Asentí con la mirada baja.

Me llevó a mi habitación abriendo el armario de mi ropa. Señalando a los pantalones me dijo que podía regalarlos pues no volvería a llevarlos. Quería que siempre llevara falda aunque no le importaba el largo. Abrió los cajones y empezó a poner la ropa interior sobre la cama. Primero tiró al suelo todas las bragas dejando solo las tangas. Me quitó el vestido quedándome totalmente desnuda pues no llevaba sujetador. Me los fue probando uno tras otro haciéndolo personalmente pues disfrutaba con el roce de su mano sobre mi suave piel. Tampoco le gustaron, los quería pequeños. Pasó a mis sujetadores y uno tras otro fueron a parar al mismo montón de las bragas y tangas, pues solo quería los que tuvieran apertura frontal. No tuvieron mejor suerte todas mis medias panties. Me dijo que a partir de ahora llevaría medias y ligueros. Me hizo meter toda esa ropa en una bolsa y tirarla a la basura. Tuve que ponerme un vestido bastante corto que sacó de una percha y me informó que me acompañaría a comprar nueva ropa interior.

Fuimos en mi coche hasta una de las mejores tiendas de la ciudad, por supuesto que no llevaba nada bajo mi corto vestido. Allí le dijo a la dependienta que nos mostrara las tangas más pequeñas que tuviera. Nos llevó a una pequeña habitación. Luis me hizo desnudar y yo me sonrojé profundamente. La dependienta lo atribuyó a su presencia y no a la de Luis pues simulaba ser mi marido. Empecé a probármelos y Luis seleccionó los que tapaban estrictamente mi sexo dejando la zona recién rasurada al aire. Encargó varios modelos en colores variados. Pidió a la dependienta que nos trajera sujetadores con apertura frontal a juego con los tangas. Comprobó sobre mi cuerpo lo fácil que le sería quitármelos. Pidió que nos trajera varios ligueros en colores surtidos y medias. Cuando todo estuvo preparado y empaquetado pagué yo y salimos.

Al llegar a casa subimos a mi habitación y, tras guardar cuidadosamente lo comprado en sus respectivos cajones, me hizo subir a cuatro patas sobre la cama. No tuvo que subir apenas la falda pues al ser muy corta en esa postura dejaba ver gran parte de mis nalgas. Estuvo jugando con la fina tira del tanga recreándose con la imagen de mi sexo apenas cubierto con tan diminuta prenda. De pronto me lo bajó hasta las rodillas y sin ningún preámbulo me introdujo hasta el fondo su pene. Di un grito pues no estaba lubricada y me dolió, pero sin inmutarse siguió embistiéndome. Vi nuestra imagen reflejada en el gran espejo de cuerpo entero con lo que un sentimiento de vergüenza y repulsión me hizo cerrar los ojos. Luis lo advirtió y me tiró fuertemente del pelo para que los abriera mientras se reía. Realmente Luis estaba lleno de rencor hacia mi. Un rencor que yo no había provocado voluntariamente pero que ahora padecía. Di gracias a ser estéril pues Luis volvió a correrse en mi vagina. Poniéndose frente a mi en la misma postura que estaba hizo que se la limpiara con mi boca. Cuando terminé me dio un cachete en el culo me dijo que mañana nos volveríamos a ver y salió de la casa dejándome llorando sobre mi cama.

Había sido una experiencia repugnante, vergonzosa e indigna de alguien que, como Luis, se consideraba un caballero. Me sentía sucia por lo que tomé un largo, caliente y espumoso baño con el que intentar limpiarme por fuera y por dentro.