Entre la espada y la pared (01)

Julia, viuda jóven y despreocupada, se ve obligada a obedecer totalmente a su socio.

Mi nombre es Julia y por fin me he decidido a contaros mi historia.

Nací en una ciudad de España en 1965. Mi familia no es que sea rica pero sí que tienen bastante dinero. Como no tengo hermanos mis padres me dieron una considerable suma de dinero cuando me casé con Alberto. Me casé bastante joven porque estaba muy enamorada. Alberto era un joven empresario muy guapo y emprendedor. Con el dinero que yo aporté agrandó su empresa. Tenía muy buen olfato para los negocios, por lo que pronto empezamos a conseguir buenos beneficios. Vivíamos bien. Al poco de casarnos tuvimos a nuestro hijo Daniel: un chico fantástico (no es porque yo sea su madre) No pudimos tener más pues surgieron problemas en el parto y quedé estéril.

La vida transcurría feliz: yo pasaba el día con mis amigas, de compras o en los salones de belleza y Alberto trabajando, siempre trabajando. Aunque apenas nos veíamos más que los fines de semana éramos felices. Alberto no mostraba mucho interés por mi en el aspecto del sexo y yo tampoco lo echaba de menos. Me imaginaba que me era infiel con otras mujeres, al igual que también lo eran los maridos de mis amigas, pero no me importaba.

Cuando Daniel tenía 10 años Alberto tuvo un grave accidente de automóvil y murió. Fue un golpe terrible. Yo le quería y me costó mucho hacerme a la idea de que había muerto. Afortunadamente no tenía problemas de dinero pues Alberto tenía un seguro de vida con una cantidad muy importante. De la empresa se encargó Luis, su socio. Luis era además de socio nuestro amigo. Soltero y muy alegre siempre nos acompañaba con alguna amiga ocasional a las fiestas y reuniones o a los espectáculos que solíamos frecuentar. Siempre era muy educado y me trataba con mucho respeto.

Al principio yo evité que me invitaran a fiestas y no deseaba tampoco ver a nadie. Tan solo Luis nos visitaba para informarme de la marcha de la empresa y animarme un poco. Cuando el tiempo pasó volví poco a poco a mi vida anterior con Luis como mi acompañante, aunque sin intentar nada conmigo: era como si Alberto tan solo estuviera de viaje. Me gustaba su compañía.

Daniel ya tenía 16 años y estaba terminando sus estudios de secundaria. Yo no lo sabía pero Daniel tenía problemas de drogas. No lo advertí porque estaba comenzando, consumía poco y no se le notaba. Un día su proveedor de droga intentó engañarle, se pelearon y, en la pelea, el otro muchacho se clavó su cuchillo y murió. Daniel no sabía qué hacer y decidió llamar a Luis, con quien se llevaba muy bien y se comportaba como su padre. Luis llegó a los pocos minutos, recogió el cuchillo manchado de sangre, borró cualquier rastro que pudiera delatar a Daniel y se fueron.

Luis trajo a Daniel a casa, me explicó lo que había sucedido y las medidas que él había tomado para ocultar la autoría de Daniel, y me dijo que ya hablaríamos más tranquilamente más adelante.

Unos días más tarde Luis se presentó en casa. Me dijo que teníamos que hablar. Me contó que la policía estaba cerrando el caso pues no tenía ninguna pista. Yo le dije que eso me alegraba mucho. Luis me dijo que el caso podría abrirse de nuevo si él entregaba a la policía el cuchillo manchado de sangre y con las huellas de mi Daniel que él guardaba. Yo me quedé con la boca abierta: no podía entender qué es lo que me estaba diciendo. Claro que a la policía le gustaría tener ese cuchillo que incriminaba a mi hijo pero él lo había cogido para protegerlo, o eso me creía yo. Luis siempre había sido muy cariñoso con Daniel. Le gustaba que le llamara tío Luis

Al ver mi cara de sorpresa Luis siguió hablando. Siempre se había sentido atraído por mi y en una ocasión intentó tener relaciones conmigo a lo que yo me negué. Apenas había tenido novias y nunca se había casado. Se sentía muy solo y culpaba de ello a las mujeres, contra las que sentía un poco de rencor. La estupidez de mi hijo me había puesto en sus manos y quería vengarse por el rechazo que había recibido de mi y de las demás mujeres. Quería asegurarse tener una mujer que satisficiera hasta sus menores deseos sin dudar y sin tener que pagar. Yo le dije que se equivocaba, que si le rechacé es porque estaba casada y que le consideraba como de la familia. No quería escuchar nada. Solo repetía que ahora era su turno y que le pagaría mi desprecio. Me hizo callar y me amenazó con sacar esa prueba contra mi hijo. La prueba estaba bien guardaba y saldría a la luz si a él le pasaba algo.

Intenté hacerle comprender lo equivocado que estaba conmigo pero me hizo callar de nuevo y me prohibió volver a hablar.

  • Ahora estás en mis manos y si no quieres que Daniel lo pase mal harás todo lo que te diga, al instante y sin rechistar.

Yo realmente estaba en sus manos, intenté replicar pero me detuvo con un gesto autoritario.

  • He dicho que ni una palabra más. Ahora voy a disfrutar de mi nueva posesión: ¡arrodíllate!

Dudando y temblorosa me arrodillé ante él sobre la gruesa alfombra. Con un gesto bajó la cremallera de su pantalón y sacó su pene. Yo le miré incrédula y me gritó que me lo metiera en la boca. Ante mi impasibilidad me agarró por el pelo atrayéndome hacia su flácido pene mientras me preguntaba si quería o no que la policía encontrara el cuchillo.

Con gran asco por mi parte metí la punta de su pene en mi boca. Empecé a chupar mientras me decía lo feliz que le hacía ver a "la gran señora" chupándole su pene. Empezó a mover su cintura para introducir más su miembro en mi boca, pero yo me retiraba ayudándome de mis manos en su cintura. Me obligó a poner las manos en mi espalda mientras me cogía de la cabeza haciendo que mi nariz tocara en su tripa y todo su pene ya totalmente erecto entrara en mi boca hasta la garganta. A pesar de las arcadas que me producía continuó de la misma manera. A los pocos minutos su semen inundó mi garganta y tuve que tragar para no asfixiarme. Hizo que se la limpiara antes de sacarla de mi boca.

Luis estaba feliz: me tenía a su voluntad y yo no podía hacer nada para evitarlo. Me hizo levantar mientras él se sentaba en un sillón. Me indicó que me acercara y empezó a sobarme las piernas y el culo por encima de la ropa mientras separa mis piernas y me decía con una sonrisa grosera lo buena que estaba. Yo llevaba un vestido largo hasta los pies.

  • Levántate las faldas lentamente –me dijo. Muerta de vergüenza fui dejando al descubierto mis piernas separadas como estaban. Las tuve que subir hasta la cintura. Entonces comenzó a sobar mi sexo por encima de las bragas. Empezó a meter sus dedos por el lateral acariciándome el vello púbico. Retiró hacia un lado las bragas jugando con mis labios vaginales.

Yo estaba totalmente asqueada: nunca había tenido interés por el sexo, no me había sentido nunca atraída por Luis y mucha más repugnancia tenía viendo la asquerosa mueca lasciva de su cara.

Empezó a meter sus dedos en mi vagina a pesar del daño que me hacía pues no estaba húmeda y hacía años que no tenía relaciones sexuales. Bajó mis bragas hasta las rodillas indicándome que me las quitara del todo. Tras olerlas me las metió en la boca. Tuve que subirme de nuevo las faldas y continuó introduciendo sus dedos en mi vagina. Me dijo que tenía muy descuidado mi vello púbico y que en adelante quería que lo mantuviera totalmente afeitado: no quería ver un solo pelo en esa zona.

Tal como estaba sentado en el sillón hizo que abriera del todo mis piernas para ponerme encima suyo y que me penetrara. La postura era muy forzada pues además de su cuerpo tenía que abarcar los brazos del sillón. Caí sobre su pene metiéndolo totalmente de golpe en mi estrecha y nada lubricada vagina produciéndome un dolor considerable. No podía hacer fuerza para subir y bajar debido a lo forzado de mi postura sobre el sillón, por lo que Luis me tomó con ambas manos del culo manejándome a su antojo. Aprovechó para meter uno de sus dedos en mi ano. Di un pequeño grito de dolor y sorpresa intentando retirarme pero de inmediato me calló diciendo que no estaba en posición de negarme a nada. Lloré de dolor e impotencia.

Luis continuó follándome con su dedo metido en mi culo hasta que llenó mi vagina con su semen. Entre grandes risotadas empezó a sobar mis pechos sobre el vestido con su pene aún dentro de mi.

  • Muy bien Julia, nunca había disfrutado tanto. Ahora vas a limpiarme el pene con tu boca hasta quedar totalmente limpio.

Le imploré llorando que no me obligara pues me daba mucho asco, pero una bofetada me llevó otra vez a la realidad. Mientras lamía su pene metió su mano bajo mis faldas recogiendo el semen que escurría por mis piernas e hizo que lo chupara de sus dedos.

  • Vaya, parece que vas comprendiendo lo que te conviene. Te lo voy a dejar muy claro: no tienes elección. Si no quieres ver a Daniel en la cárcel harás TODO lo que yo te diga, cuando yo te lo diga, como yo te lo diga y con quien yo te lo diga. Al oír la palabra "quien" abrí la boca para protestar y entonces me grito: ¡¡¿Acaso no lo he dejado claro?!!