Entre juegos y bromas

Yo 19, ella 29. Entre juegos y bormas comienza los roces, las caricias, primero tonteando, como si nada... luego un destello de placer y calor infinitos. Sexo lleno de pasión hasta quedar dormidos abrazados y entrelazados en la cama.

ENTRE JUEGOS Y BROMAS

Hace un tiempo conocí una chica vía chat. Yo tenía 17 años; ella 28. Desde un principio congeniamos. Como yo era de Madrid y ella de Barcelona, durante un largo período hablamos por el móvil. Así hasta que, por casualidad, tras decirle que tenía ganas de irme fuera de Madrid algunos días, me comentó que en el verano en su casa sus padres marchaban de vacaciones y quedaba ella sola. El tiempo pasó y en verano, contando yo con 19 y ella 29, fui a su casa como acordamos.

Cuando llegué allí yo estaba bastante nervioso, pues no nos habíamos visto nunca, pero sabíamos mucho el uno del otro. Yo era un poco más alta que ella. Los dos éramos físicamente atractivos. En principio yo iba allí para desconectar de Madrid y pasar unos días tranquilos. Así, con algo de nervios fue el primer contacto. Estábamos solos en su casa, hacía calor y teníamos una semana por delante.

Salimos a cenar fuera esa primera noche, a una pizzería que estaba bastante concurrida. Yo iba vestido con un pantalon de color veis y gersey azul, y ella con un pantalón negro ajustado y un top rojo. Yo había pensado bastantes veces en ella y en cómo sería nuestro contacto. Con tanta gente teníamos que estar juntos en la mesa y nos reíamos y lo pasábamos bien. Yo ciertamente estaba muy excitado, tanto por su presencia como por sus insistentes bromas acerca del sexo y de nosotros. A ella se la veía también bastante contenta y con miradas bastante subidas de tono. Pero de ahí no pasó la cosa; volvimos a casa, charlamos un rato en el sofá viendo la tele y nos acostamos.

Nos levantamos tarde. Cuando salí al salón con pantalones cortos y sin camiseta me la encontré con una especie de calzón blanco muy corto que dejaba a la vista sus piernas perfectamente depiladas que se reflejaban. Encima llevaba una de esas camisetas negras ajustadas de tirantes que tan bien marcan. Yo, con mi obsesión siempre presente la miraba intentando contenerme. Conste decir que soy muy tímido y recatado; ella lo sabía y jugaba constantemente con ello y me intentaba poner colorado con gracias subidas de tono.

  • Oye, Alberto, hacía calor... pero viéndote así medio desnudo ¡es que me estoy quemando! -dijo ella irónicamente y lanzándome una sonrisa picante-.

Yo sonreí con ingenuidad. Me gustaba que ella me tratara así, y yo hacía por que así fuera. De este modo pasó el día, cada uno estuvimos leyendo y haciendo cosas por nuestro lado. Comimos, sin nada más que las habituales bromas. En la tarde dimos un paseo y cenamos. Al volver a casa nos pusimos nuevamente cómodos, como en la mañana, aunque yo ahora me puse el pantalón de pijama, que era más corto y ajustado que el de deporte. En el salón había dos sofás, pero curiosamente uno estaba ocupado por unas cajas. Encendimos la TV y nos sentamos una al lado del otro en el sofá. Era grande, pero quedábamos a pocos centrímetros el uno del otro.

  • Alberto, ya sabes que yo me echo de esos potingues de chica que te he contado más de una vez. Me voy a echar unos ahora, que ya soy mayor y hay que mantener las cosas tersas y suaves -risa picarona-. Además, así aprendes los que son, que a las chicas nos gustaría que vosotros nos regalarais de estas cosas.

Yo la miré y asentí sonriendo. Ya me lo temía y, sin tregua, yo que había estado todo el día de ayer y hoy entre erecciones y relajaciones, comencé a excitarme. Fue a su habitación y trajo dos frascos.

La TV sonaba de fondo, como excusa, pero ella me explicaba para qué servía cada uno y yo miraba con mucho interés. Se estaba extendiendo una de ellas, a modo de aceite, por las piernas, que se reflejaban todavía más. Extendía el líquido desde los tobillos hasta casi muy cerca de las nalgas, donde comenzaba el calzón. Yo ya esbta muy caliente viendo esas piernas y esas manos masajeándose. Ella me miraba y sabía cómo estaba, igual que ella, excitados los dos.

  • Alberto, tú esta crema no te la puedes dar en esas piernas todas llenas de pelos. -Me acercó una mano al muslo y lo manchó con la crema mientras lo acariciaba, enre miradas y risas- Fíjate, se te queda todo pringoso. A mí, sin embargo, no.

  • Ya veo, ya veo... -dije yo con un tono muy sugerente-. Veo que esas cremas funcionan ¡eh! -la guiñé un ojo-.

En esos momentos yo estaba medio de lado para disimular la erección que era bastante visible, si no, debido a los pantalones poco amplios. A ella le veía esas tetas bastante ajustadas en el top que parecían esconder unos pezones grandes. Me estaba poniendo enfermo. Ella sonreía, se echaba un poco más, reía, y me lanzaba indirectas de esas suyas que me hacían sonrojar y se aprovechaban de mi timidez. De repente se incorporó.

  • Bueno, esta segunda crema... es un reafirmante... que se pone por la tripa y la espalda... Me voy a quitar la camiseta, a ver si te vas a dar un susto o te molesta que me quede en sujetador. Si no...

  • Eva... -dije yo medio extasiado-. Me estas poniendo malo, chica... Que uno tiene 18 años y las homonas le juegan a uno una mala pasada... Por mí quítate todo lo que quieras, ¡eh! -le decía mientras sonreía con cara picarona e ingenua-. Yo venía buscando tranquilidad y me he encontrado algo mejor. -le dije guiñando un ojo-

Ella entonces, que se estaba riendo mucho me dijo que no pasaba nada, ¡que era una vieja! Entonces se quitó la camiseta de tirantes. Estuvo un rato bromenado, sin echarse la crema. Después de un rato diciendo cosas muy picantes sobre mí, sobre ella y sobre ambos, y viendo que yo estaba sonrojado y nerviosillo -algo que yo pretendía en beneficio del juego-, se acercó a mí y me dio un pequeño achuchón como cariñoso, nada explícitio. De esos que sirven para encubrir un poco de roce, unas caricias y el leve tacto. Pude sentir sus senos apoyados, con mayor o menor intención en mi hombro, y su pierna calida rozando mi muslo.

  • No seas tonto, Alberto -me decía acariciándome, sonriendo con una mirada lasciva-. Ja-ja-ja... estás pasando un rato sofocado con una chica tan vieja como yo... ay, ay, ay, ¡esas hormonas!

  • Es que me tienes a punto de explotar, lo siento Eva, pero... -decía yo como excusándome, haciendo que tod la responsabilidad y decisión cayera sobre ella, pero dejando clara mi situación de calentón-.

Así, mientras estábamos medio abrazados comenzamos a jusntarnos y oprimirnos más. Ella estaba ya casi encima mía y su muslo me rodeaba la cintura de modo que mi pene quedaba bajo él. Ella no podía más que sentirlo ahí. Sus naglas estaban contra mi cadera y sus pechos totalmente contra mi hombro y brazo. Ella me miraba y se revolcaba sonriendo y bromeando de modo que rozábamos y cada roce suponía un escalofrío de placer. Ya no había nada que nos detuviera, calientes los dos como cera ardiendo nos movíamos en ese estado de caricias tan placenteras, rozando, cada vez más explícitamente. La Tv sonaba de fondo y convertía el juego en algo como fantástico, inconsciente. Al final nos fundimos en besos en la boca rápidos, muy cálidos, ella se incorporó de estar a mi lado y pasó a estar encima mía, de modo que mi verga estaba contra su vagina, entre la ropa separados. Nos besábamos más y más, yo la acariciaba la espalda, no la quitaba el sostén, la pasaba las manos por el cuello, bajaba al culo que apretaba, lo tocaba suavemente, subía, a las caderas, apretaba, me moría de placer. Ella, a su vez me abrazaba por el cuello, luego a la cadera, y con una de sus manos comenzó a meterme la mano en los calzoncillos, tocando mi muy lubricado pene que estaba más duro que nunca.

  • Alllberto, estoy muy excitadaaa, uff, no sé qué estoy haciendo, qué estamos haciendo. Qué calorrr, qué plaaaacer...

  • Sí Eva, síí... Pero me gusta, estoy en el cielo...

Me cogió una mano y me la llevó a su calzón. Lo empecé a bajar y sentí que debajo llevaba un tanga. Era blanco. Los pantalones calleron. Yo sólo tenía los calzoncillos pero con la verga medio salida, y ella llevaba el sujetador, con un seno medio salido, y el tanga pero para un lado. Así estuvimos un rato, muy mojados, sobándonos y comiéndonos el uno al otro. Yo había eyaculado ya ni se sabe. Ella, cuando la toqué en su vagina pude sentir un aunténtico chorro. Nos corríamos sin parar, pero el calor no bajaba. Ya tumbados en el sofá comencé a penetrar, sin habernos despegado un momento. Entonces nos pusimos a gritar y a tocarnos y agarrarnos con fuerza entre espasmos. Mi verga entraba y salía, presionaba entre su ano y sus labios y la acariacaba con ella. Luego la metía y la empujaba con fuerza. Ella me agarraba las nalgas, las apretaba, me besaba en la boca y me lanzaba contra sus pechos para que los lamiera.

Durante mucho tiempo estuvimos practicando sexo, primero así, luego oral, anal, otra vez el normal, de varias posturas... entre besos, caricias y más y más fluidos que emanaban de nuestra calentura. Hasta que caímos rendidos, y abrazados dormimos en una cama, entrelazados, con los muslos enre los musolos del otro, calientes, suaves. Besándonos, y el sueño nos llegó. Y así pasó la segunda de siete noches inolvidables.


Si os ha gustado o queréis decirme algo, lo que sea, mandadme un mail a ahdezdf@yahoo.es con asunto claro, prometo contestar. La historia es una demoformación de la relaidad, aunque la base es real. Yo tengo 18 años y soy el chico de la historia. ;) Los nombres son ficticios. Un saludo.