Entre el sueño y la vigilia

Consecuencias de un sueño erótico

Estaba en ese espacio intermedio del sueño y la vigilia, no totalmente despierta pero tampoco profundamente dormida y sin embargo lo que invadía su territorio onírico la estaba excitando físicamente, podía notarlo perfectamente por la reacción de su cuerpo moviéndose sinuosamente en la cama y por la creciente humedad entre sus piernas.

A pesar de estar entre dormida, veía las imágenes que se proyectaban en su mente de manera clarísima.

Estaba presenciando una clase práctica de sexualidad en una facultad y mientras en lo alto del aula una pareja mantenía relaciones sexuales para ilustrar a los alumnos sobre ciertas cuestiones genitales, el resto de la clase había entrado en una especie de hipnosis colectiva y la excitación se había apoderado de todos porque podía ver cómo los alumnos se acariciaban entre sí y la misma titular de cátedra dejaba volar sus manos sobre el cuerpo de una de sus alumnas que se besaba apasionadamente con un compañero lo que aumentaba la intensidad del beso a medida que sentía las caricias de la profesora entre sus piernas.

Ese fue el comienzo de un despertar inquietante. Notaba que se debatía entre seguir soñando con esa escena o despertarse. Sabía que si se despertaba tenía dos opciones: masturbarse hasta volver a quedarse dormida o llamarlo y pedirle que fuera a cojerla ya mismo, antes de que la fiebre de esa calentura la quemara por dentro inevitablemente.

Comenzó a tocarse lentamente sin haber salido de la cama, su cuerpo estaba respondiendo como siempre: a medida que sus manos

bajaban hacia su entrepierna se retorcía entre las sábanas mezclando el placer que le daban sus propias caricias con la sensualidad que le provocaba desperezarse cuando estaba tan caliente.

Sus dedos reptaron ansiosos, el roce de la sábana contra su piel había endurecido sus pezones y eso la calentaba más hasta que llegó al objetivo principal que era su concha. Ya sabía que la encontraría absolutamente empapada pero el placer que le provocó rozar su clítoris absolutamente caliente y húmedo con la punta de su dedo índice frío por la temperatura de la habitación, la hizo gemir y suspirar casi con desesperación.

Sus manos subían y bajaban entre sus muslos, moría por comenzar a masturbarse porque la urgencia de su calentura era más fuerte que cualquier otra cosa pero también quería disfrutar de ese momento y extenderlo al máximo, prolongar el placer de lo íntimo, de la locura y la fiebre que le atravesaba el cuerpo y la quemaba por dentro.

Mientras mojaba sus dedos con su exquisito flujo (conocía de memoria el sabor que tenía en circunstancias normales y mucho más rico era cuanto más caliente estaba) la idea de llamarlo para que fuera en ese mismo instante a cogerla seguía taladrándole la cabeza y cuanto más lo pensaba, más se calentaba.

De pronto detuvo el movimiento de sus manos, se aferró a las sábanas cerrando sus puños fuertemente para aguantar, no acabar y liberar la tensión de tanta calentura, tomó su celular y lo llamó.

El teléfono sonó tres veces y por fin atendieron del otro lado con voz somnolienta.

La llamada duró muy poco tiempo porque en cuanto él escuchó su voz pidiéndole que fuera ya mismo a cogerla se despertó de pronto y supo que en instantes lo tendría en su cama celebrando ese llamado.

No pasaron más de veinte minutos cuando se escuchó el timbre de su departamento.

No se molestó en vestirse, simplemente corrió la cortina de la ventana de su habitación, sacó su mano y dejó caer las llaves como tantas otras veces había hecho.

Escuchó cuando él cerraba la puerta de entrada, bajó las escaleras desde su cuarto hacia la cocina y lo esperó detrás de la puerta del departamento.

En cuanto abrió no se dijeron ni una sola palabra. El tiró las llaves sobre la mesa y ella se dejó empujar contra la pared, abriendo la boca para que él pudiera comenzar a invadirla con su lengua mientras ella misma tomaba una de sus manos y la apoyaba en su concha para que él pudiera notar el nivel de su calentura.

Siempre le habían gustado sus dedos largos e inquietos, le encantaba sentir cómo se metían dentro de ella y se movían desesperados entrando y saliendo, favorecidos por la gran cantidad de flujo que fluía sin parar mientras que la lengua no dejaba de entrar y salir de su boca, le lamía la cara, le mordía los labios y aguardaba ansioso que ella misma le ofreciera sus pezones para mordisquearlos hasta dejarlos hinchados y ardiendo.

Se estaba dando una lucha sin cuartel entre los dos, estaban desesperados por tocarse, calentarse mucho más, cogerse de cualquier manera, elevar el placer del otro hasta acabar desmayados donde fuere, en el piso de la cocina o en el medio de la cama.

Sus piernas estaban tan abiertas que él podía colocar prácticamente toda su mano y acariciarla con los dedos abiertos mientras sentía que su pija ya había sido liberada de la presión de los jeans y esas manos pequeñas, casi heladas y muy suaves la sostenían firmemente haciéndola crecer con cada pequeño tirón que le daba al masturbarlo.

Así, uno dentro del otro, comenzaron a subir hasta la habitación. Se detenían en cada peldaño de la escalera para morderse, respirar, escuchar los gemidos de ambos y los pedidos hechos con las voces roncas por el más absoluto y primario de los deseos.

Se conocían tanto que no era necesario guiar las manos o la boca del otro para obtener el placer más grande de todos pero aún así los calentaba mucho hablar, pedirse cosas y ser absolutamente obscenos mientras cogían. Era casi como un ritual, en cuanto sus pieles se tocaban se convertían uno en la puta del otro y no les daba vergüenza reconocerlo, al contrario, los potenciaba mucho más.

Al llegar al borde de la cama ella se dejó caer sobre las sábanas revueltas pero sin acostarse, solamente su espalda quedó apoyada sobre el colchón y sus piernas tocando el piso mientras que él quedó parado mirándola con la sonrisa más perversa que ella ya conocía de memoria.

Al tiempo que miraba esa sonrisa, abríó sus piernas de par en par y con sus manos le abrió los labios de su concha para que él se hundiera en ella y no la hizo esperar.

Se arrodilló en el piso, sacó la lengua y comenzó a lamer los labios despacio, lentamente, sabiendo que eso la desesperaba porque por un lado quería estar horas disfrutando pero por el otro la sentía enloquecida por acabar.

Sentir esa lengua lamiéndola, sorbiendo el flujo que rebalsaba, la puso a mil. Liberó sus manos y dejó que sus dedos se perdieran entre su cabello para poder empujar cada vez más adentro esa boca que la enloquecía.

Cerró los ojos y se dejó llevar por el sonido de la lengua lamiendo el flujo, por la sensación enloquecedora de esos labios y esos dientes estirando y mordiendo su clítoris y lo único que quería era más, lo único que podía pedirle era que no parara y se escuchaba a sí misma diciéndole que le comiera la concha hasta hacerla acabar.

Ante cada pedido desesperado, él accedía. Lamía el clítoris en círculos, mojaba sus labios con el flujo, mordía su sexo, sentía los espasmos de ese cuerpo que estaba completamente entregado y esperaba con ansiedad que ella le pidiera que la cogiera con la mano.

La desesperación la estaba dominando, necesitaba sentir cómo esos dedos la poseían uno a uno y de pronto se escuchó diciéndole con vos absolutamente ronca por el deseo: “Cogeme la concha con la mano, por favor!”

El soltó una risita malévola y comenzó a colocar uno a uno sus dedos.

-¿Así?, preguntaba con malicia mientras un dedo entraba despacio y se deslizaba perfectamente por la intensa humedad que la cubría.

-Sí por favor, así…. Más. Otro más.

Y accedió otra vez, un dedo más, dos que entraban y salían de manera rítmica mientras ella saltaba ante cada intromisión.

-¿Te gusta así, verdad? Te encanta que te coja con la mano, no? ¿Sabías que estás cada vez más puta?

-Si…. Otro, por favor, otro. Así, cógeme más adentro, más!

No quedaba más remedio, tendría que meter toda su mano y lo hizo.

Creyó que todo se desencadenaba en caída libre. Esa mano entera acariciándola por dentro, el cuerpo que no dejaba de sacudirse producto de las oleadas de placer, las ganas profundas de acabar que parecían incontrolables y ese orgasmo inevitable que la atravesó de lado a lado con un grito liberador que sirvió para aumentar aún más el deseo de la penetración.

Sin darle respiro se incorporó, se quitó la poca ropa que le quedaba puesta y reptando sobre la cama se sentó sobre ella, acarició con un dedo sus labios, los mojó con su flujo, dejó que los lamiera y cuando ya no quedaba rastros de nada, manteniendo su boca abierta y consciente del deseo de aquella mirada, colocó allí su pija para que la devorara.

Nunca pudo entender cómo una mirada podía cambiar tanto en una mujer como en ella en ese preciso momento. Desde que la conoció supo que era diferente al resto y que en su interior vivía una puta impresionante pero que pasaba desapercibida para la mayoría de las personas.

El privilegio de despertarla lo tenían unos pocos y se enorgullecía de ser uno de ellos sobre todo en ese momento cuando la única imagen que le interesaba era la de su boca y su garganta llenas de su miembro erecto, brillante, caliente y esperando el momento indicado para explotar donde lo deseara.

En cambio ella siempre se maravillaba por la sensación de poder extremo que le daba sentir a ese hombre desfallecer cada vez que sus labios rozaban la cabeza de la pija y su lengua la recorría de arriba abajo como si fuera un helado o como cerraba los ojos y se entregaba al sentir que podía meterla entera en su boca y no soltarla sabiendo que eso lo desesperaba terriblemente.

Era un claro juego de dominación, donde él se moviera ella se lo hacía pagar de alguna manera y lo miraba con su mejor cara de perversión. Era el lenguaje, los códigos que manejaban ambos en la cama.

La locura de él era insoportable. Sentado sobre su estómago le cogía la boca a un ritmo feroz mientras ella sujetaba sus tetas con ambas manos y las juntaba para que él viera ese espectáculo que tanto lo calentaba.

Al acelerar el ritmo supo que en cualquier momento acabaría dentro de su boca y a ninguno de los dos le importaba porque era un momento que los fascinaba. A él lo mataba ver que ella no desperdiciaba ni una gota de semen y a ella le volaba la cabeza sentir ese chorro potente, fuerte y caliente que se mezclaba con su saliva, golpeaba en la garganta e iba a parar directo a su estómago.

El sonido gutural parecido al gruñido de un animal salvaje que salió de su garganta cuando acabó en su boca rebotó en las paredes de la habitación. Sacó su pija, levantó las piernas, acomodó todo su cuerpo sobre ella, comenzó a besarla descaradamente, a lamerle el cuello, a morderle los pezones, a estirárselos con los labios, lo subyugaba escucharla gemir y sentir cómo su cuerpo se retorcía debajo del suyo.

Ella sentía como sus manos abrían sus piernas, la masturbaban, sus dientes la mordían con desesperación y lo único que quería era prolongar aquellas sensaciones para siempre pero sabía que había una sola palabra que iba a convertir todo en un caos y estaba decidida a pronunciarla.

El estaba esperando escuchar esa palabra devastadora, le encantaba mirar cómo se dilataban sus pupilas cuando la decía, cómo se humedecían sus labios hinchándose de deseo y respiraba con dificultad cuando estaba a escasos segundos de pronunciarla y la provocaba cada vez más para que no se demorara.

Se acercaba a su oído y mientras le pellizcaba el clítoris con sus dedos, le preguntaba.

-¿Qué querés? Decime qué querés, pedímelo, sabés que me calienta cuando lo hacés.

Una, dos, tres, mil veces la misma pregunta y mil veces la cara encendida de ella tratando de decirlo y jugando a no hacerlo para que la locura no terminara nunca pero cuando se vió superada por el deseo, en el mismo tono de voz que usaba él para provocarla, mirándolo fijo a los ojos y recorriéndole los labios con su lengua, le dijo:

-Cogeme.

-¿Qué?

-Que me cojas.

Otra vez jugaban, otra vez apelaban a la seducción, a esperar, a ser víctima y victimario.

-Pedímelo una vez más, como sabés que a mí me gusta.

-¡Cogeme!, fue el grito ahogado que salió de su boca.

-¿Cómo?

-Como quieras, como sabés que me gusta, como te cogés a tu mejor puta, sin dejarme respirar, ya, ahora, no aguanto más, necesito sentirte dentro de mí.

Por el momento alcanzaba para que él comenzara a penetrarla pero si de verdad quería que la cogiera como hacían siempre iba a tener que pedírselo con mucha más pasión.

-¿Así te gusta?, le preguntó mientras dejaba que su pija se deslizara lentamente dentro de ella.

-Si pero quiero más.

-¿Cómo?

-Más fuerte, más rápido.

Intensificó el movimiento pero sin penetrarla por completo, dejando lo mejor para la embestida final.

-¿La sentís?

-Si pero no alcanza. Dame más por favor!, le decía sin despegar sus ojos de los de él y relamiéndose los labios.

La mantuvo así un rato, metiendo y sacando la pija de su concha empapada, mojando las sábanas, los muslos de ella chorreaban deseo y las piernas de él se tensaban cada vez que la penetraba hasta que se incorporó lo suficiente y sin previo aviso la penetró hasta el fondo mientras escuchaba el grito de sorpresa y pequeño dolor que brotó de su garganta.

Fue un frenesí absoluto, no podía parar de entrar y salir, de moverse de manera animal, salvaje, de calentarse mirando como sus tetas se sacudían cada vez que él la penetraba, de inclinarse para comerle la boca, morderle los pezones, sacar su pija empapada de flujo y acariciarle el clítoris hasta ver cómo alzaba sus caderas y se aferraba a las sábanas de manera desesperada para no acabar y seguir disfrutándolo hasta el final.

Estaban hechos a medida para el sexo, no les sobraba ni les faltaba nada, eran pura química y se sacaban chispas en la cama.

Ella era su puta perfecta, él su macho dominante pero que también se dejaba dominar en un abrir y cerrar de ojos y una vez que se tocaban no podían separarse hasta caer rendidos.

Sin previo aviso la dió vuelta, se colocó detrás de ella y de un solo empujón la penetró quitándole la respiración más por la sorpresa que por el dolor.

Cuando sintió que la llenaba por completo, le pidió que se tocara mientras no paraba de entrar y salir, calentándose cada vez más al ver su cara de costado apoyada sobre las almohadas y su brazo estirado al máximo para llegar hasta su clítoris y masturbarse mientras él la sostenía de las caderas y seguía metiendo y sacando su pija sin piedad ni control.

La intensidad de la relación era tal que podía sentir cómo se contraían los músculos de su concha mientras estaba dentro de ella apretándolo y consiguiendo así que se enloqueciera más con aquella mujer casi hipnótica que lo manejaba como quería aunque pareciera que fuera él quien estaba a cargo de la situación.

De pronto comenzó a sentir la velocidad de ella para moverse, cómo empujaba su cuerpo contra él y adivinó que el último y más intenso de los orgasmos estaba por hacerla estallar en mil pedazos y quería que sucediera al mismo tiempo que el suyo.

La siguió, se acomodó a su ritmo, ajustó su respiración a la suya, solamente por pura maldad salió medio segundo de su interior para acariciarle el clítoris con la punta de la pija, de un empujón volvió a penetrarla y fue en ese preciso instante cuando sintió que ella comenzaba a gemir con intensidad y a sacudirse rítmicamente mientras que él soltaba todo su semen hirviendo en sus entrañas.

Fue el orgasmo más prolongado que ambos recordaban haber tenido en mucho tiempo. Ella no podía dejar de tener un espasmo tras otro y él de seguir regalándole su leche no solamente dentro sino también sobre su espalda y al final de todo, con lo poco que quedaba de resto, acariciarle los labios para ver por última vez cómo esa hembra pasaba su lengua por ellos y los limpiaba de cualquier rastro de semen que pudiera haber quedado y no por pulcritud sino simplemente por avidez, para no perder nada de lo que él le había dado.

Cayeron de espaldas en la cama exhaustos pero absolutamente satisfechos.

Ambos sabían que nos les iba eso del abrazo después del polvo, no era un ritual que quisieran compartir mutuamente porque cada uno elegía a otra persona para disfrutar de ese instante y eso no les generaba ningún tipo de culpa ni cargo de conciencia.

Lo de ellos nunca había sido amor, siempre tuvieron claro que era puro sexo, deseo, piel, instinto animal compartido y nada más porque tampoco pretendían que las cosas cambiaran.

Luego de recobrar la compostura hablaron de dos o tres cosas sin importancia, él miró el reloj, le preguntó si podía darse una ducha y cuando terminó de asearse, se vistió, le dio un último beso y se fue sin ningún tipo de promesas de reencuentros.

Cuando escuchó que la puerta de su departamento se había cerrado, se levantó de la cama, fue hasta el estante donde tenía acomodados sus perfumes, corrió la caja de uno de ellos, tomó la filmadora, chequeó que todo se hubiera grabado correctamente y la apagó.

Mañana, si llegara a despertarse igual que hoy, decidiría si lo llamaba nuevamente o conectaba la filmadora al LCD y mantenía un momento de absoluta intimidad con su placer.