Entre el juego y el sueño

Historia de amor entre una chica que nunca sabe cuando la cosa ha dejado de ser un juego y un chico con problemas para saber cuando tiene que dejar de jugar.

Nunca olvidaré aquellas vacaciones que hice en el País Basco. Me encontraba en un albergue de Irun, en las fiestas, aún me quedaban dos días por delante, llovía y, pese a que era verano, por las tardes hacía frío. Poco después de entrar, comprobaron mi reserva y que adjudicaron una habitación. En un principio estaría sola, pero me advirtieron que por la tarde tenían previsto que la ocupase otra persona, y al día siguiente se ocuparía toda la habitación. En el albergue anterior también tuve un compañero, y la relación había sido simplemente cordial. Poco me imaginaba entonces que esta vez sería tan diferente.

A medida que iba subiendo pude ver decenas de uniformes de colores chillones cuidadosamente preparados, y supuse que seria una compañía de gente que vendría a hacer alguna clase de espectáculo por las fiestas. En pasar por delante de un salón, pude ver también decenas de instrumentos, así que llegué a la conclusión de que se trataba de una banda. Durante el día había visto a varias actuar a varias mientras se paseaban durante horas y horas por las calles de la ciudad. Algunas estaban formadas enteramente de hombres, algunos tocando instrumentos y otros llevando trabucos que hacían detonar de tanto en tanto, precedidos todos por una mujer engalanada que blandía un pañuelo o algo parecido. Otras, en cambio, estaban formadas tanto por hombres como por mujeres. Era obvio que imitaban una marcha militar... al parecer a las tropas carlinas. Me habían explicado que cada barrio tenía una banda, y que había dos tendencias diferenciadas: las conservadoras y las renovadoras; las conservadoras defendían que tan solo los hombres representasen a los soldados, mientras que las renovadoras permitían hacerlo también a las mujeres. Cada barrio era libre de elegir según su criterio. Pues bien, ahora habría una banda más, porque al parecer también venían de fuera del pueblo... puede que por ese motivo me había costado tanto hacer una reserva para estas fechas. En todo caso, quedaba concierto para rato.

Una vez abrí la puerta, quedé maravillada. Ya había estado en suficientes albergues como para advertir que aquel era especialmente bonito. Pese a que en general todas las instalaciones que me enseñaron superaban la media, tanto en calidad, conservación y limpieza, como en la gran cantidad de servicios de que disponía, lo que más me impresionó fue la habitación: la amplitud, la luminosidad, cuatro literas de madera y dos camas individuales, armarios a conjunto, el techo inclinado recubierto de parquet con una claraboya que permitía ver el cielo, un lavabo individual... allí todo era sumamente acogedor.

Me instalé cómodamente, disfrutando de los momentos de soledad antes de la llegada de los demás huéspedes. Aprovechando que el agua caliente parecía ser constante, me duché con tranquilidad. A modo de cena, comí un par de bocadillos mientras escribía en el diario de viaje. Después, me tumbé en la que había escogido como mi cama. Coloqué la manta sobre la colcha, me dejé puesta la ropa interior, y me metí dentro de ella para descansar después de todo un día de viajes y caminatas por la ciudad abarrotada de gente.

El crepitar de la lluvia sobre la ventana hizo volar mi imaginación, y relajada y cansada fantaseé con mi compañero. Pesé en un viajante solitario y aventurero que, al igual que yo, habría cometido la locura de vagar de albergue en albergue sin más plan que su capacidad de improvisación, de adaptación, y de sacar partido a todas las situaciones...

Por la noche, ya de madrugada, unos ruidos me despertaron. Mi compañero entró por la puerta de manera sigilosa, todo empapado por la lluvia. Se instaló en pocos minutos, puede que con la rapidez de la costumbre. Tiritaba... oía el repicar de sus dientes des de donde estaba... aunque él parecía no saber que yo estaba ahí, o puede que simplemente pensase que estaba plácidamente dormida. No sé por qué, preferí no sacarle de su error, fuere cual fuere, hacerme la dormida y observarle en silencio. Entonces empezó a quitarse toda la ropa, que también estaba empapada.

La luz de la luna entraba por la claraboya del techo con un tono azulado, formando una atmósfera de intimidad y de magia. La luna estaba llena, así que la habitación estaba sorprendentemente iluminada, formándose una sombra justo sobre mi rostro. Desde mi cama, podía apreciar claramente el contorno de sus músculos, produciéndose sobre él un efecto de claroscuro. La brusquedad de sus movimientos me daba a entender que tenía frío.

Me revolví ruidosamente debajo de las sábanas para que mirase hacia donde yo estaba, dejando ir un leve suspiro de felicidad. Efectivamente, él se giró hacia mí, sorprendido. Puede que realmente no supiese que había alguien más en la habitación. La sombra protegía mi rostro, así que pude ver con gran regocijo como él me observaba durante un rato, primero en contorno de mi cuerpo, y más tarde mis hombros y el pliegue entre mis pechos, cuidadosamente colocado para que fuese visible.

De repente me di cuenta de que le había estado esperando, y de que pretendía seducir a ese hombre.

Esperé a que siguiese con alguno de sus quehaceres para hacer ver que me despertaba, pero fue molestamente silencioso.

Con gran sorpresa, esta vez por mi parte, vi cómo se desnudaba por completo antes de meterse en la cama. Una vez más, amparada en la oscuridad de mis ojos, contemplé su cuerpo descubierto. Era atlético, muy guapo, dormía desnudo y viajaba solo y ligero de equipaje, un tipo de hombre que me resultaba extremadamente atractivo.

Ya hacía frío, y al parecer no vio la manta que le correspondía, preparada en la repisa, así que tan sólo se cubrió con una sábana. Sentí ganas de advertirle de su error, pero mi supuesto sueño me lo impedía. Boca arriba, pude fijarme una vez más en las formas de su cuerpo, y me di cuenta del efecto visible que había provocado en él contemplar el mío. Siempre me había maravillado la facilidad que tenían los hombres para reaccionar ante situaciones extremadamente agradables para ellos.

Por un momento me sentí ridícula. Era obvio que yo le atraía, y él también me atraía a mí, y pese a ello yo insistía en hacerme la dormida. Puede incluso que él también estuviese fabulando situaciones mucho más agradables que una noche de descanso. Por un momento pensé en hacer realmente algo y se me aceleró el corazón. Me imaginé cómo sería levantarme y tumbarme sobre él sin decir nada, besarle y desnudarme, y finalmente hacerle el amor. Imaginé que él intentaba hablar ante la sorpresa, y cómo yo le decía que no dijese nada, tapándole la boca con la mía. Imaginé una noche mágica con un desconocido, con la luna llena entrando por el techo, la lluvia marcando el ritmo de nuestros cuerpos, y el viento ahogando los suspiros de placer.

De un modo casi instintivo, decidí quitarme la ropa por debajo de las sábanas. Imitando los movimientos naturales del cuerpo mientras duerme, fui deslizando mis braguitas entre mis piernas hasta deshacerme de ellas con un sutil movimiento de tobillo. Para el sujetador tan sólo necesité dos giros. No sabía exactamente para qué había hecho todo eso... pero con los años había acabado por asumir que lo mejor en estos casos es seguir a mi instinto sin pensar.

Me fijé otra vez en él... había estado pendiente de cada uno de mis movimientos. Era obvio que en esa situación era yo la que tenía en control, era yo la que decidía, y eso me asustaba y me encantaba de igual modo. También me excitaba imaginar su cuerpo caliente y helado, debajo de la delgada sábana, pensando en penetrarme, rozando su pene contra la tela áspera de la sábana del albergue.

Una idea se fue dibujando en mi cabeza. Después de revolverme un poco más en la cama, me fui incorporando poco a poco y, fingiendo la firmeza de movimientos propia de la seguridad de estar completamente sola, me levanté y me dirigí hacia el lavabo. Pasé a poca distancia de él, completamente desnuda y aparentemente ciega a su presencia. Él se sorprendió aún más que yo cuando había advertido que no estaba solo en la habitación, pero no dijo nada. Lo agradecí, porque de lo contrario tendría que haber fingido también pudor. Caminé lentamente, y una vez en el lavabo me permití el lujo de ponerme nerviosa y sonreír. Estaba completamente loca... y seguía sin entender qué es lo que había pretendido exactamente haciendo eso.

Después de un rato, me armé de valor para volver a mi cama. Al pasar por su lado me encontré con un ligero contratiempo: él se había incorporado, dejando caer la sábana hasta su cintura. Yo sabía que estaba desnudo y excitado... cada vez era más evidente. No pude evitar mirar detalladamente su tórax, su cuello y su cara... era muy guapo. Aún tenía el pelo húmedo por la lluvia, pero se distinguían claramente grandes bucles negros de puntas goteantes. Estaba completamente excitada, pero lo único que hice fue mirarle directamente a los ojos y pasar de largo hacia mi cama.

Él me siguió con la mirada, y yo me metí en la cama y le di la espalda, aunque dejé al descubierto mi piel hasta casi el final de la cintura. Él no se recostó, y tampoco dijo nada... debía de estar bastante desconcertado. Me encantaba crear situaciones desconcertantes, siempre acababan por ser sorprendentes, aunque también producían recuerdos algo confusos. Me gustaban las estratagemas, los juegos... me gustaba jugar, jugar sin reglas. Para mi un hombre era un compañero de juegos... aunque muchas veces no sabía cuando la cosa había dejado de ser un juego... y entonces ya no era divertido.

Finalmente me giré hacia él, tapándome pudorosamente con la sábana, y le miré fijamente a los ojos. En ellos no encontré confusión... y eso me desconcertó. Su mirada era de completa seguridad, y en su rostro aparecía, fija y amenazante, una sonrisa. Esos ojos me desarmaron en un segundo, mirándome con una potencia y una pasión que me hicieron comprender que no era yo la que tenía el control. Decía “¿De verdad creías que podías jugar conmigo tan fácilmente?”.

No sabía qué hacer. No estaba segura de si tenía que hacer algo... pero tuve la sensación de que cualquier conversación en esas circunstancias habría roto el encanto. Era un gesto, y no una palabra, lo que precipitaría los acontecimientos, un gesto tan sencillo como claro.

Me pregunté si mis dudas se debían reflejar en mi mirada... pero desde luego las suyas no lo hacían en la suya, si es que realmente tenía dudas. Sentí una gran conexión entre nosotros. Delante de mí tenía a un contrincante de verdad, contra los que merece la pena luchar dando lo mejor de ti misma.

Le sonreí provocativamente y dejé caer la manta hasta mi cintura. Mis pechos quedaron al descubierto, rígidos por el frío y el calor, en actitud amenazante. Sentí un escalofrío de valentía, y esperé, más excitada que nunca. Por un momento pensé que el olor que desprendía mi sexo hubiese sido suficiente para precipitar los acontecimientos.

En sus ojos vi orgullo... un profundo y sólido orgullo... y por un momento pensé que me despreciaría por haber llevado yo la iniciativa, que se giraría y se dormiría, y al día siguiente se cobraría su venganza con el olvido. Pero estaba muy excitado... y era un hombre. Así que, en vez de eso, se puso de pie y dio un paso al frente sin dejar de mirarme con esa sonrisa de superioridad.

Pero no vino a mí... simplemente me provocó para que me levantase en su búsqueda. Estaba ahí, inmóvil, justo debajo del foco de luz de la claraboya, que resaltaba sus ojos por encima incluso que su pene, semierecto, que ya no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones para conmigo.

En vez de hacer las cosas fáciles, decidí jugar, como siempre. Me destapé completamente, ofreciendo mi cuerpo totalmente desnudo, y entreabrí las piernas y los labios, inclinando hacia atrás mi cuerpo y apoyando las manos en la almohada.

Él se acercó hacia mí de un modo violento y se tumbó encima de mi cuerpo. Por fin pude sentir su olor... y me tranquilicé. Era un olor fuerte y auténtico, agradable, mojado, cálido, cremoso y masculino... y me encantó. Era incapaz de sentirme auténticamente próxima a una persona si no conocía su olor.

Sentí las palpitaciones de mi sexo ante en contacto repentino de su pene caliente y rígido, de todo su cuerpo. Él también quería jugar.

Me tumbó completamente y sujetó mis manos, colocándolas por encima de mi cabeza. No me besó, no me toco, simplemente se dedicó a estimular mi clítoris con su pene mediante sugerentes movimientos de cadera. A esas alturas yo ya me estaba muriendo de deseo, deseaba su lengua, su cuerpo, sus manos... fuese dónde fuese. Abrí más las piernas, intentando que, con la dilatación, la lubricación y el ángulo, su pene se deslizase hacia el interior por error. Pero él sabia jugar, y supo luchar contra mis facilidades.

Intenté morder su boca como pude, queriendo probar también su sabor, pero también era más rápido y su fuerza imponía los límites de mi movilidad. Aspiré profundamente el olor que desprendía su cuerpo, cada vez más intenso. Estaba desesperada, a punto de tener el primer orgasmo sin haber hecho apenas nada. Era obvio lo que esperaba de mí: quería que se lo pidiese, que se lo suplicase... pero lo que no sabía era que, aunque me volviese loca, era igual de orgullosa que él. Nunca.

Enlacé mis piernas a su cintura en un gesto brusco, elevé la pelvis casi al mismo tiempo, y su pene entró en mí algunos centímetros. Le sonreí desafiante, y en sus ojos pude ver euforia. En otro movimiento de cadera lo hice entrar mucho más adentro, y con un par más llegué a un orgasmo que me hizo perder el sentido durante varios segundos.

Cuando abrí los ojos de nuevo, comprobé contenta que él hacía esfuerzos por contenerse, así que decidí quedarme completamente quieta durante unos momentos, sacando su pene palpitante de mi interior. Fue entonces cuando pude besarle... y él también me besó ¡y de qué modo! Su sabor también me encantaba. Jugaba con mis labios cómo nadie lo había hecho antes. Me volvió loca... y me excitó de nuevo. Después lamió y mordió el lóbulo de mi oreja y me hizo perder de nuevo el sentido. Sin dejar de sujetarme las manos, lamió también mis pechos, repasando el pezón con movimientos circulares de su lengua, y atrapando su punta con los incisivos.

Después liberó mis manos para poder tocar mis pechos. Agarré su espalda con fuerza, y bajé hasta acariciar su culo con suavidad. Después empujé sus hombros hacia abajo hasta hacer coincidir sus labios con los míos. Sabía lo que se hacía, y una vez más consiguió excitarme hasta volverme loca, desesperada por sentirle de nuevo dentro de mí. En vez de ello, introdujo toda su lengua varios centímetros en mi vagina, y la hizo girar de un modo casi frenético. Empecé a gritar, desesperada y complacida, sedienta y borracha de placer. Una vez más, atrapé su cabeza entre mis piernas, consiguiendo un poco más de profundidad en la vibrante penetración. Aún atrapado, sacó su lengua y empezó a centrarse en mi clítoris. Notaba perfectamente los movimientos de mi vagina que indicaban que estaba a punto de irme, y él conseguía retrasarlo, alargando mi tortura y mi disfrute.

Solté un poco la presión de mi presa sobre su cuello, y de repente, en menos de un segundo subió hasta mi boca y, mientras me besaba, clavó su pene hasta el fondo de mí, cegándome momentáneamente por la sorpresa de un placer agudo. Mis ojos y mi boca se abrieron... pero no conseguí gritar. Mientras bebía de mi boca, empezó un vaivén frenético en mi interior, con una pasión y una potencia desmesuradas, casi instintivas, clavando su cuerpo en el mío... perforándome, envestida tras envestida. El ritmo era imposible, acelerado y fuera de control... y fue entonces cuando empecé a gritar, a gritar de locura y de libertad, de caos y de auténtico placer. Él respiraba profunda y aceleradamente en cada una de sus envestidas, apoyando su cara en mi oído, sintiendo sus gemidos apagados en mi pelo, el tacto áspero de su cara contra mi oído, y el olor de su pelo, tan cerca...

No pude más, y alcancé un orgasmo brutal que duró más que ningún otro que hubiese tenido antes. Los movimientos que se desencadenaron en el interior de mi vagina provocaron poco después el suyo, haciendo que el líquido caliente que dejó ir dentro de mí contribuyese a alargármelo.

Quedamos totalmente rendidos, exhaustos y relajados. Yo fui incapaz de volver a abrir los ojos mientras notaba los suspiros pausados de él sobre mi hombro. Pesaba, aún encima de mí, aún dentro de mí... y era incapaz de pensar en nada, tan sólo podía disfrutar del momento. No empecé a tener frío hasta muchos minutos después, cuando la temperatura de mi cuerpo empezó a descender. Pensé que me podría dormir así, si alguien nos tapaba...

Como si me leyese el pensamiento, alargó el brazo, cogió la manta, y nos cubrió con ella. Mientras respiraba su olor, le acariciaba el pelo, sus rizos negros, y él acariciaba con ternura el contorno de mi pecho y de mi vientre... había sido maravilloso. Nos dormimos poco después...

Al día siguiente fui la primera en despertarme; aún era muy temprano. Él seguía encima de mí. Pensé en salir de la cama e irme del albergue antes que se despertase para no volverle a ver nunca más... pero él aún estaba enlazado a mí, y cualquier movimiento mío le hubiese despertado irremediablemente. No podía huir... ninguno podía hacerlo hasta que ambos estuviésemos despiertos. Sentí algo de miedo... él no me conocía, ni yo a él... aunque tuve que admitir que había habido una gran conexión entre ambos, y tenía la intuición de que éramos parecidos. Me pregunté cómo sería su voz... la voz de un hombre era un aspecto que tenía muy en cuenta, me tenía que gustar, era algo casi imprescindible... y si me gustaba mucho podía volverme loca.

De repente, empecé a oír, a lo lejos, la música de una banda. Me sorprendió que el concierto empezase tan temprano... y que llegase hasta el albergue, que estaba bastante apartado del centro. Me pregunté cuantas horas estarían caminando y actuando esa gente a lo largo del día. A medida que se acercaban, el volumen crecía... hasta que se pararon justo delante y se hizo casi ensordecedor. Al fin empezó a despertarse, removiéndose un poco encima de mí. Me inquietó no saber qué decirle...

Cuando la banda se hubo ido y volvió el silencio, abrió los ojos con una gran sonrisa. Me besó, y mientras se desperezaba me dijo, simplemente:

  • Buenos días.

Yo también sonreí, y le contesté otro “buenos días” mientras lo miraba con detalle, esta vez a la luz del día. Sí que era guapo... la luna no me había engañado. Ahora sabía el color de sus ojos. Los tenía verdes, preciosos. Él me acarició la cara y con sorprendente ternura dijo:

  • Eres preciosa.

Me besó de nuevo y añadió:

  • Ahora sé el color son tus ojos.

Me quedé helada. ¿Acaso leía mi mente? Él no pareció advertir mi cara de miedo y suspiró complacido, sin dejar de sonreír.

  • Ayer fue... ayer fue genial.

No tuve otra opción que contestar la verdad y sonreírle.

  • Sí.

Él siguió:

  • Pensarás que estoy loco... pero sentí que había una gran conexión entre nosotros... como... como si jugásemos al mismo juego.

Estaba aterrada, había perdido totalmente el control de la situación... pero no quería que dejase de hablar por nada del mundo. Su voz me encantaba, me hipnotizaba... supe que ese hombre lo tenía todo para destruir mi mundo.

Al final no tuvo más remedio que darse cuenta de mi falta de colaboración en la conversación, y me preguntó extrañado:

  • No dices nada. ¿Te pasa algo?

Una vez más, fui sincera... era como si estando a su lado no lo pudiese evitar.

  • Tengo algo de miedo.

  • ¿Te arrepientes? -dijo él extrañado.

  • No lo sé... sinceramente no lo sé... -contesté, esta vez no tan sinceramente.

Él me acarició el rostro en un gesto tranquilizador.

  • Tranquila, no te estoy pidiendo nada... si tu quieres, será cómo si nada hubiese pasado. Será fácil, yo mañana me marcho.

No sabía qué decir...

  • Yo también, a Barcelona.

  • Qué casualidad, igual que yo. -dijo él alegremente.

Yo estaba aterrorizada, pero él siguió hablando.

  • Soy de Madrid, pero me voy a vivir ahí una temporada... todo un reto.

No pude evitar sonreír.

  • Tranquilo, en el fondo no somos tan malos.

Él sonrió tiernamente.

  • Mi madre es de Barcelona.

Una emoción me recorrió el cuerpo al darme cuenta del paralelismo... y me pregunté si él, a través de mi piel, podía notar mis sensaciones.

  • Mi padre es de Madrid. -dije al cabo de un rato.

Él rió. Parecía que la historia se repetía...

  • Ah, por eso no tienes acento.

No pude evitar corresponder a su risa, era encantadora. Estaba muy cómoda... estaba completamente cómoda a su lado. Desnuda, abrazada a él, viendo sus ojos tan cerca, respirando su olor y sintiendo la caricia de su aliento cuando me hablaba. Por más que lo intenté... fui incapaz de seguir sintiendo miedo.

Se quedó mirándome un momento, y me dio un beso rápido y descontrolado, después dijo.

  • ¿Sabes qué? No me gustaría que decidieses no volver a saber más de mí.

Reí de su espontaneidad y sonreí su valentía.

  • ¿Siempre dices lo que piensas?

  • Tengo la sensación de que tienes miedo a la verdad, y eso me divierte.

  • ¿Crees que me conoces? -dije ofendida y descubierta.

  • Creo que eres una de esas mujeres a las que nunca se llega a conocer, y eso me encanta, no te lo negaré.

Por lo visto era mucho más valiente de lo que pensaba, y estaba dispuesto a llegar demasiado lejos... o al menos más lejos de lo que yo era capaz de soportar.

  • Creo que ya sabes demasiadas cosas sobre mí.

  • No sé tu nombre.

  • Ni yo el tuyo.

  • Veo que seguimos jugando... te gusta jugar. A mí también... aunque te advierto que tengo problemas para saber cuando parar.

Eso ya fue demasiado.

  • Pues para ahora.

Me levanté de golpe y huí al lavabo sin decir nada más. Mi aventura de una sola noche con un desconocido que nunca más volvería a ver se me estaba yendo de las manos. Estaba aterrorizada, estaba desnuda sola y helada, de pie en al lavabo, en vez de estar con él en la cama, conociéndole todo lo que deseaba. Me sentía profundamente atraída hacia ese hombre que había dejado en mi cama, dónde habíamos hecho el amor... Me sentí también profundamente ridícula... mucho más que esa noche, cuando ambos nos deseábamos y yo había insistido en hacerme la dormida. Intenté no llegar a la conclusión que de derivaba de todo aquello... demasiado poética y real. ¿A qué tenía miedo en realidad?

Me sentía extrañamente cómoda y próxima a él... sentía que me entendía, que le entendía... como si aquella magia de la luna llena aún no se hubiese ido del todo. Me sentía capaz de hacer cualquier cosa al lado de ese hombre... de emprender cualquier aventura... excepto dejar de jugar. Por un momento me pregunté cosas que nunca antes me había preguntado. ¿Qué pasaba cuando se acababa el juego? ¿Quién ganaba? ¿Cuál era el premio? Tuve la sensación que siempre me había retirado a media partida... no porque dejase de ser divertido, sino porqué el miedo me impedía disfrutar.

Puede que todo aquello ya hubiese dejado de ser un juego... siempre tenía problemas para saberlo, pero sentí que yo también lamentaría decidir que no quería volver a verle nunca más.

Decidí entonces salir del lavabo. Aún estaba completamente desnuda. Él ya no estaba en mi cama... él ya no estaba... de hecho era como si nunca hubiese estado allí. No me extrañó; en el fondo temía algo así. En un principio me tranquilizó, pero después... después me empecé a sentir mal, vacía y sola. Como si le esperase, no me vestí, simplemente me quedé sentada en la cama. Era patética... y todo aquello el castigo por mi cobardía.

Se había ido tan fácilmente como había llegado... y no volvería a verle, como un sueño. Pensé que había aparecido en mi vida tan solo para darme una lección. Casi sin pensar, volví a meterme en la cama, aspiré su olor y comprobé que había sido real. Imaginé su voz, su sonrisa, su pelo, sus ojos... su cuerpo... y sentí rabia hacia él por haberme dado por perdida con tanta facilidad. Me quedé dormida casi de inmediato.

Desperté unas horas después. Me duché, me vestí y me preparé para otro día en Irun. Tenía hambre. Salí de la habitación para ir al comedor; los desayunos sí que me entraban en el alojamiento. Al parecer era la primera, así que me senté en la primera mesa que encontré. El desayuno no era demasiado abundante: una pasta y un vaso de leche con chocolate. Aún así, agradecí una comida sin esfuerzo, y más a esas horas... era muy molesto tener que ir a comprar comida de buena mañana y con el estomago vacío.

Poco después empezaron a llegar los otros huéspedes del resto de habitaciones. Como siempre, gente de toda clase con toda clase de historias. Solía conversar con cualquiera sobre los motivos por los que viajaban... y me había llevado auténticas sorpresas. No obstante, ese día, no tenía ni ganas ni ánimos para relacionarme con desconocidos.

Pero de repente entró él, ese hombre del cual no sabía el nombre ni el motivo por el que se había marchado de nuestra habitación por la mañana. También me vio pero, fiel a su palabra, fingió no conocerme de nada. Aún así, puede que impulsada por una lección duramente aprendida, me levanté y me senté a su lado.

  • Buenos días. -le dije con una sonrisa- ¿Dónde te habías metido?

  • ¿Nos conocemos?

No pude evitar reírme... así que seguíamos jugando...

  • No, en realidad no. De hecho... aún no sé tu nombre.

  • Qué directa eres... ¿es tu manera de empezar una conversación? Perdona, pero es que no te conozco de nada.

  • Yo creo que sí... creo que más de lo que me gustaría. Antes no te lo he dicho... pero algo me dice que somos bastante parecidos. Así que en cierto modo sí que nos conocemos.

  • No te entiendo.

  • Antes has dicho...

  • Perdona, pero esto empieza a ser incómodo. Lo siento, pero creo que te confundes de persona... yo a ti no te había visto nunca, al menos que me acuerde... y me suelo acordar de esas cosas.

  • Bien, entiendo... así que al final serás tu quien no quiere saber nada de mí.

  • Perdona, pero no entiendo por qué no me crees... me confundes de persona.

  • Lo he entendido, para ya de jugar. Eres tu, ¿o crees que no recordaría con quien me acosté ayer por la noche? Lo que me pregunto es: ¿si no querías saber más de mí, por qué me dijiste todo eso? Creo que soy suficientemente mayorcita como para asumir que solo fue un rato divertido, y después cada uno por su lado.

  • Bien... esto es definitivamente incomodo. Puede que bebieses mucho ayer, y siento que tu chico te haya dejado tirada, pero te aseguro que no recuerdas muy bien con quien te acostaste ayer. Si me hubiese acostado contigo desde luego lo recordaría.

Actuaba tan bien que empezaba a hacerme dudar de verdad... ¿qué clase de juego era aquel? Si pretendía captar mi atención, lo estaba consiguiendo con creces. Todo aquello era muy raro... pero estaba claro que yo seguía sintiéndome atraída por él. Lo miré de nuevo... era él, sin duda. Olía igual, tenía la misma voz, hablaba igual, miraba igual...

Por un momento pensé que podría haberlo soñado todo. Puede que le hubiese visto en algún sitio antes, y que mi mente enferma hubiese hecho el resto. Pero era tan difícil de creer... que me negué a hacerlo.

  • Vale... esto empieza a ser muy raro. -dije.

  • Y que lo digas...

  • ¿Sabes qué creo que ha pasado?

Me comportaba con él como si realmente lo conociese, y él parecía no asustarse demasiado ante mi actitud.

  • Dime.

  • Puede que te haya visto en algún sitio, que me hayas gustado, que mi subconsciente se haya montado una película y que esta noche haya tenido el sueño más real de mi vida... parece mentira pero es lo único que se me ocurre.

  • Al parecer ha sido una película muy entretenida. Ojalá todos mis sueños agradables fuesen igual de reales.

Sonreí pícaramente.

  • Si al final seré afortunada... yo que pensaba que esta noche repetiría.

Empezó a reír ruidosamente.

  • Realmente eres muy muy directa... No todos los hombres aguantarían el tipo en esta conversación. Y qué, ¿estuve bien?

  • Y tanto... más que bien.

  • Me alegro... ¿Cómo te llamas, soñadora?

  • Preferiría no saber tu nombre, así que no te diré el mío.

  • Definitivamente eres una mujer peculiar.

  • Una pregunta.

  • Casi me da miedo... pero dime.

  • ¿Te vas mañana a Barcelona, a vivir una temporada? ¿Tu madre era de allí?

De repente palideció, y se quedó serio unos momentos.

  • ¿Se puede saber cómo sabes eso?

  • Me lo dijiste en mi sueño. Así, ¿es verdad?

  • Sí, es verdad. Pero haz el favor de decirme como lo has sabido.

  • Ya te lo he dicho... también debe de ser casualidad.

Durante un momento me di cuenta de que era muy difícil que todo aquello que había vivido fuese realmente un sueño. En todo caso, él había conseguido que lo creyera, y me estaba comportando como si fuese yo la que estaba jugando... cuando era él el que se había dedicado a confundirme durante todo el desayuno. Me estaba haciendo creer que era yo la que jugaba con ventaja... y lo que es más, por un momento casi me había convencido de que todo había sido un sueño y que yo sabía cosas que él no sabía.

Sentí la necesidad de volver a mi cama y olerla para comprobar si su olor aún seguía ahí... lo habría comprobado en mi propio cuerpo, pero me había duchado.

  • Un momento, me he de ir.

  • Yo también...

  • ¿Estarás en el albergue esta noche? ¿Te veré después?

  • Claro, aunque sea en tus sueños. -dijo mientras me sonreía.

Yo también le sonreí... pero acto seguido fui corriendo al piso de arriba, a mi habitación. Necesitaba comprobarlo. Estaba empezando a dudar de mi misma.

En pocos segundos estuve ahí. Casi me lancé a mi cama para olerla profundamente. Olía a sábanas limpias... al parecer las habían cambiado. Me pareció extraño, porque en los albergues suelen cambiar las sábanas tan solo cuando un huésped abandona la habitación, pero el motivo no me preocupaba realmente... la cuestión era que no había solucionado nada. Su cama... también olía a limpio, no sé si porque las acababan de cambiar o porque nadie las había estrenado aún.

Estirada en la cama, no pude evitar ensoñar un poco con los recuerdos de aquella maravillosa noche, que ahora mismo era lo más importante en mi vida. Casi me admití a mi misma que tenía una verdadera necesidad de repetirla, de estar de nuevo con ese hombre, de sentirme siempre igual de viva que a su lado. Su cuerpo, sus ojos... sus suspiros, el movimiento animal y sudoroso encima de mí, esa luz que lo resaltaba todo... Sentí un escalofrío.

Decidí bajar corriendo a buscarle... puede que para comérmelo entero, puede que para seducirlo... puede que por miedo a no volverle a ver... puede que por necesidad. Pero una vez de nuevo en el comedor, él ya no estaba ahí. Habían pasado tan solo unos minutos... puede que huyese de mí. Eso me enfadó, así que decidí que tampoco había sido para tanto, que era como muchas otras veces, y que distrayéndome un poco vería las cosas con más claridad.

El segundo día en Irun fue igual de agotador que el primero. Las calles seguían repletas de gente, y la musiquilla de fondo de las diferentes bandas se repetía constantemente hasta convertirse en una especie de silencio envolvente. Aún así, parecía ser la única incapaz de acostumbrarse a ella. Vagaba entre la gente, charlando y aprendiendo sobre las costumbres y la cultura autóctona, y de vez en cuando paraba en algún que otro bar (siempre abarrotado) dónde tomaba una bebida y una tapita. Así pasó el día. Por la noche las luces de la feria y la diversión en familia me hicieron pensar que ya era hora de volver al albergue. Era la primera vez en todo mi viaje que me sentía sola... y pensé que podría tener alguna cosa que ver con él.

Admití de repente que lo había buscado inútilmente con la mirada durante todo el día. Era una esperanza ilógica y estúpida, pero aún así un suspiro me hizo ver que me hubiese encantado encontrarle entre la multitud.

Como último intento para apaciguar mi deseo, me metí en un bar del centro lleno de jóvenes. Intenté escoger a uno de ellos para tener compañía esa noche, ya que no deseaba dormir sola. Pedí una cerveza y me quedé observando, de pie en la barra.

Un hombre que hacía rato que estaba junto a mí me miraba con interés, puede que pensando que una extranjera sola y con una bebida en la mano sería algo menos exigente de lo habitual. Era muy guapo y bastante atractivo, pero no era mi tipo... era uno de esos hombres que te hacían sentir vulgar entre sus brazos. Más tarde, un par de chavales me invitaron a una copa. Parecían simpáticos e interesantes, ávidos por complacerme, y también eran bastante guapos; me esperaba una gran noche a su lado... Aún así, no acabé de convencerme y me despedí amablemente de ellos. Esa no era mi noche.

Aunque sabía que con un par de copas más se me pasarían gran parte de los remilgos, decidí que en el fondo no me apetecía... o mejor dicho, acabé por entender que tan solo me apetecía pasar la noche con ese misterioso hombre que jugaba conmigo en mis sueños, que parecía conocerme más de lo que debería, y que había sembrado en mi interior una necesidad extraña.

De camino al albergue, subiendo la larga cuesta solitaria que lo separaba del centro de la ciudad, corté imaginativamente la oscuridad para ver su figura caminando a pocos metros delante de mí. Y así fui hasta llegar allí, entretenida siguiendo a mi invención, algo aliviada y no muy cabal.

Una vez en mi habitación, me quité toda la ropa y me metí en la cama tal cual. Estaba acalorada por la caminata y aún me duraban los efectos del alcohol, y las dos mantas sobre mi sábana no daban lugar a la posibilidad de pasar una noche fría. Además... aún no había perdido del todo la esperanza de pasar otra noche como la anterior. Si era real, entonces mi desnudez lo haría todo más fácil, y si al final era tan sólo un sueño... el tacto de las sábanas sobre mi piel puede que ayudase a recrear las mismas sensaciones. Deseaba tanto volver a soñar con él... sentir su cuerpo sobre el mío, dentro del mío, fuerte y experto, calentarme con su calor... dormirme con la languidez propia del cansancio... lo deseaba tanto que me inquietó.

De repente lo pensé. ¡La noche anterior me había ido a dormir con ropa interior, y por la mañana me había despertado sin ella! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Aunque podría ser que me la hubiese quitado mientras dormía, era sumamente improbable... y aún así, seguí dudando. Todo aquello era tan extraño... que ya no sabía discernir entre el juego y el sueño... y al mismo tiempo nunca me había sentido tan viva.

Finalmente caí rendida en una inconsciencia tranquila y plácida, teñida por la sutil felicidad que da la esperanza.

Un contacto sobre mi pierna me hizo despertarme. Todo estaba oscuro, aunque una vez más la luz de la luna entraba levemente por la ventana del techo. Debía ser de madrugada. Tardé algunos segundos en distinguir su figura en la oscuridad, agachado, mirando y tocando mi pierna con delicadeza, por encima de la fina sábana. Al parecer había quitado las mantas.

Mientras su caricia ascendía, lo miré fijamente.

  • Eres tu... has venido.

  • Ya te dije que nos veríamos en tus sueños.

Cuando oí su voz, una ola de euforia me invadió, y no pude evitar sonreír. Pero él ni se inmutó, como ausente, casi como si hubiese contestado otra persona, o como si tuviese cosas más importantes que hacer que mantener una conversación. Pero daba igual, la cuestión era que había venido, que me volvía a tocar... en esos momentos compartíamos el mismo orden de prioridades.

Esta vez estaba completamente desnudo, y podía volver a sentir su olor a mi lado. Puede que fuese descabellado, pero también sentí su calor a poca distancia. Empezaba a ser consciente de que mi cuerpo lo volvía loco, y eso me encantaba. Pensé en la posibilidad de que estuviese realmente loco, y que aquel juego no fuese más que el comportamiento de una mente enferma... pero la verdad era que eso tampoco me importaba demasiado.

Concentrado en sus quehaceres, no me miraba. Cerré los ojos... me encantaba como me tocaba, no podía evitarlo. Me acarició la otra pierna, siempre por encima de la sábana, hasta llegar al pliegue expectante... que pasó de largo. Eso me hizo morirme de necesidad, e incluso me impacienté un poco. Acarició mis brazos y mis pechos, mi cabello, mientras yo me quedaba completamente inmóvil, casi como si hubiésemos hecho un pacto silencioso.

Se inclinó algo más. Pensé que me iba a besar, pero en vez de ello puso su boca abierta y húmeda sobre la tela que cubría uno de mis pezones. El tacto de la piel mojada y caliente sobre él, el movimiento de sus labios, que jugaban a la succión suave y a la caricia con la lengua, todo eso hizo que mi respiración empezase a acelerarse. Con la mano, mientras, acariciaba el otro pecho.

Enseguida noté la humedad propia de mi excitación, y el olor característico que desprendía. Mientras se tumbaba a mi lado, enlazando sus piernas entre las mías, yo seguí completamente inmóvil. Empezó entonces a besar mi cuello y mis hombros, y a acariciar algo menos sutilmente mi cuerpo y mi cintura, acercándome cada vez más a él. Poco después empezamos a besarnos, con esa pasión y humedad que tanto me gustaban, con ese ímpetu que me hacía sentir que me iba a devorar entera. Él empezaba también a necesitar envolverme, y sin siquiera abrir los ojos supe que estaba completamente excitado.

Sus manos... ahora sus manos jugaban entre mis piernas, y lo hacían tan bien... con esa suavidad y ese descaro, con esa crueldad y complacencia que me volvían loca. Tan pronto rozaba apenas la tela como pegaba el dedo a la superficie mojada y dibujaba en mí la línea del deseo hasta llegar a mi vagina. En una de esas veces, especialmente excitante, abrí los ojos. Él ya casi estaba encima de mí, y yo, sin darme cuenta, me había colocado para recibirlo. Esa escena resultaba aún más excitante y extraña con la sábana separando nuestros cuerpos calientes y sudorosos.

Apoyando sus manos en mi almohada, a ambos lados de mi cabeza, se colocó encima de mí. Mediante un lento y controlado movimiento de vaivén, rozó su pene erecto contra mi vulva, excitando mi clítoris y apremiando la necesidad de tenerlo en mi interior. La sábana seguía en medio, y empezaba a molestarme demasiado.

De repente entendí lo que estaba haciendo. Me ponía a prueba... la última vez me las había ingeniado para facilitarle tanto el camino que no lo pudiese evitar, pero esta vez me lo había puesto algo más difícil. Ese hombre me encantaba, de verdad pensaba que podía jugar conmigo.

Decidí empezar a moverme. Paré de besarle y salí de debajo de él... evitando así el orgasmo que amenazaba con venir. Pareció sorprenderse y se incorporó, algo aturdido por su creciente excitación. Al lado suyo, cogí un extremo de la sábana y empujé sus hombros hasta hacerle tumbarse donde yo estaba. Él no opuso resistencia, puede que por curiosidad, puede que por lentitud de reflejos.

Me coloqué encima de él, encajando mi vulva entre sus piernas y sentándome a hurtadillas a ambos lados de su cuerpo. La sábana se había salido de su sitio al retorcerse, pero me la llevé conmigo y seguía entre ambos. Él alargó la mano para acariciar mis pechos, esta vez con necesidad verdadera. Cada vez que intentaba levantarse para besarme, yo le volvía a empujar y le mordía delicadamente el labio.

Podía oler mi propia humedad muy fuertemente, y estaba segura de que él también. Sabía que le hubiese gustado lamer todo lo que él había provocado en el pliegue entre mis piernas, ahora tan abierto y tan expuesto delante de su cara, pero no lo quise permitir; esta vez iba a ser él quien perdiese el control.

Imitando su estrategia, yo también empecé un vaivén encima de su cuerpo, rozando una y otra vez su pene, notando cada vez más su rigidez, su calor, su humedad y sus palpitaciones... lo notaba y me excitaba a mí misma con él, usándolo a voluntad, como un juguete, sin que él pudiese hacer nada más. Me sentí libre y poderosa... totalmente excitada, cada vez más. Podía verlo debajo de mí, su cara era casi de dolor, y agarraba fuertemente la sábana con ambas manos. Estaba haciendo un gran esfuerzo de contención... No sé de por qué, todo aquello me volvía loca de placer.

Como había esperado, no tardó en perder el control y en apartar violentamente la sábana. Me sorprendió un poco tanta rudeza repentina, pero a la vez me hizo recordar que no era ningún juguete, sino un hombre que me podía plantar cara perfectamente. Me agarró y, con un movimiento brusco, me colocó atravesada a lo ancho de la estrecha cama, con las piernas colgando por un lado y la cabeza por el otro. Me agarró la cabeza con una mano y acercó mi boca a la suya, como si ahora fuese yo su juguete. Mordí su labio, y él mordió el mío, y entonces lamí el interior de su boca con suavidad... tampoco era ninguna bestia salvaje.

Me encantaba sentir su peso sobre mí, sentir que estaba en sus manos, que en cualquier momento hundiría su pene en mi vagina, tan mojada y excitada, tan expectante. Esa tensión, esa espera de pocos segundos, me volvían a hacer sentir completamente viva. Y de algún modo contribuía el hecho de saber que era su cuerpo, y no el de cualquier otro, el que me atrapaba, dando un matiz psicológico al placer puramente físico. Nos miramos un momento a los ojos... siempre me había encantado la mirada de los hombres cuando gozaban profundamente.

Entonces, sin dejar de mirarme fijamente a los ojos, provocador y desafiante, en otro movimiento sorprendentemente rápido metió su pene en mi interior. Como la otra vez, no pude evitar gritar. Esa sensación de alivio, de estar llena al fin... me hacía perder el sentido de la realidad. Esta vez el vaivén fue mutuo, y ninguno de los dos se controló más. Como si también lo hubiésemos pactado, los dos entendimos que se habían acabado los juegos... y nos descontrolamos. Además, mi cabeza colgando, confundiendo el arriba con el abajo, sintiéndome caer... o mejor dicho, como si lo único sólido en este mundo fuese la unión de nuestros cuerpos, contribuyó al placer onírico del momento.

No recuerdo cuanto tiempo duró. Los cuerpos calientes, húmedos, resbaladizos... los olores corporales unidos por el roce, la sábana enredada aún en mi pierna, mi respiración, el sonido de nuestros gemidos, peligrosamente fuerte a aquellas horas... todo aquello fue realmente excitante.

Esta vez mi grito de placer se ahogó por el ángulo de mi cuello, que caía hacia el suelo. Él siguió unos momentos más. Era muy agradable, porque la tranquilidad y el alivio se mezclaban con los residuos de la excitación... haciéndome sentir la intimidad de la que hasta hacía unos momentos no había podido disfrutar plenamente.

Finalmente todo acabo, él descargó dentro de mí todo su placer, hundiendo su cara en mi cuello y respirando entrecortadamente unos segundos. Quedó poco tiempo quieto sobre mí. Esta vez no me pareció buena idea quedarnos dormidos así... el cuello empezaba a dolerme, y tenía medio cuerpo fuera de la cama.

Como buen caballero, se incorporó y me estiró de nuevo en la cama sin que a simple vista le resultase un gran esfuerzo. Recolocó la sábana encima de mí, así como las dos mantas. Yo, me dejaba cuidar, disfrutando de unos momentos de evasión... mirándole como lo recogía todo con sorprendente vitalidad. Mi cuerpo, en cambio, estaba lánguido y relajado, y además me gustaba mirarle con detenimiento. Pareció notarlo, puede que por la sonrisa de picardía que sin quererlo se filtraba entre mis labios, y me besó con la misma ternura, acariciando luego mi mentón. Su pene ahora estaba completamente flácido; era la primera vez que lo veía así, desnudo y relajado, casi inofensivo.

Después se metió en la cama conmigo, y me acurruqué en su hombro abierto, apoyando mi cara en su pecho y abrazándole. Estaba tan a gusto... pensé que nunca me cansaría de estar así.

De repente me entró el miedo... ¿y si al despertar al día siguiente él ya no estaba a mi lado? ¿Podría ser que aquello, su olor profundo, los latidos de su corazón, el calor de nuestros cuerpos abrazados... podría ser un sueño? ¿Y si él volvía a olvidarlo todo? Como si de algún modo la proximidad de mi cuerpo le acercase a mis sentimientos, pareció darse cuenta de mi inquietud.

  • ¿Te preocupa algo?

  • Dime, ¿esto es real?

Estaba realmente preocupada y confundida. Él, en cambio, cuando oyó lo que le dije sonrió divertido. No estaba segura si esa reacción me tranquilizaba o me enfadaba.

  • O sea que al final te lo has creído... eso dice mucho a mi favor.

Me miró con ternura y acarició mi rostro juguetonamente. Definitivamente eso me alivió, aunque me hizo sentir algo tonta.

  • La verdad es que empezaba a hacerlo... actúas muy bien.

Le dije sincerándome con moderación. Mi desconfianza empezaba a calmarse, puede que por el recuerdo de los ratos maravillosos a su lado.

  • No sé si esto es un juego o un sueño... lo que sé es que esta noche no he podido evitar venir a tu cama.

Ese último comentario me halagó profundamente, y me hizo sentirle, de repente, mucho más cercano.

  • ¿Por qué no querías venir?.

  • Ya me echaste una vez.

Pensé que puede que en el fondo todo aquel juego había sido por haberse sentido ofendido ante mi huida... pero en su tono no noté ni un ápice de reproche, así que decidí que era broma.

  • Técnicamente me fui, no te eché.

  • ¿Por qué?

  • Tenía miedo... ya te lo dije... Pero después volví.

Una vez más, no podía evitar ser sincera con aquel hombre, aún sabiendo que empezaba a tener poder sobre mí, y que además había demostrado que le gustaba jugar y lo hacía la mar de bien. ¿Por qué sentía esa necesidad de ponerme en sus manos?

  • Te da miedo la verdad.

De nuevo me sentí profundamente vulnerable, así que en cierto modo me puse algo a la defensiva... todo lo a la defensiva que podía ponerme mientras aspiraba su olor y sentía aún el gusto de sus besos.

  • ¿Acaso tú no tienes miedo a nada?

  • Claro, me da miedo el hecho de no poder evitar volver a tu lado.

Parecía saber qué decirme para ablandarme completamente. Luego pensé que estaba siendo injusta, que si era sincera, él era el que iba cediendo constantemente, el que daba los pasos, el que se acercaba a mí...

  • ¿Ves? En el fondo sí que somos parecidos.

Él sonrió y me besó, esta vez más lentamente, disfrutando mutuamente de las caricias suaves y húmedas, del contacto de las lenguas. Parecíamos hablar el mismo idioma en todos los sentidos.

Poco después nos dormimos... y durante unos momentos me pareció que era completamente feliz.

Esa irritante musiquilla volvió a despertarme unas horas después. Sonreí y pensé que, al final incluso le había acabado cogiendo cariño... un curioso recuerdo de Irun.

De repente me invadió la preocupación al darme cuenta de que no notaba el calor de su cuerpo a mi lado. Otra vez... ¿Había sido otro sueño? Volvía a estar desnuda, pero esta vez me había dormido también así... Abrí los ojos lentamente, con miedo y con preocupación. Efectivamente, él ya no estaba.

Todo aquello era horrible, cada vez estaba más confundida, y no sé si estaba enfadada con él por mentirme o conmigo misma por imaginarme cosas que en realidad nunca habían pasado. Me incorporé aún molesta, y entonces descubrí las cosas de alguien esparcidas por la cama de al lado. Eran sus cosas, estaba segura... todo había sido real después de todo, tenía que serlo.

Me levanté, quizá esperando a que volviese.

En ese momento oí como la ducha de la habitación se ponía en marcha. Me invadió a euforia al comprobar que él estaba tan cerca de mí, y que esta vez era de día, totalmente real bajo la luz del sol de la mañana. Pensé que era lógico, que simplemente se debía haber despertado antes que yo y no había querido despertarme a mí. Seguramente quería aprovechar para quitarse el sudor después del esfuerzo de la noche... sonreí al recordarlo, y entonces pensé que sería buena idea que yo hiciese también lo mismo.

Sin pensármelo mucho me levanté y me dirigí al lavabo de la habitación. Entré sin hacer demasiado ruido, y lo encontré bajo el agua, obviamente desnudo y mojado. Aprovechando que él tenía los ojos cerrados, me lo quedé mirando unos instantes... su cuerpo era encantador, fuerte y original... si es que original era un adjetivo adecuado para describir a un cuerpo. Y su cara... relajada, elegante y masculina, cayéndole el agua, enredándose un poco en su escueta barba antes de proseguir el camino... sus rizos negros mojados... algo descuidados pero sumamente atractivos, quizás por esa misma razón... el pelo de su pecho, extrañamente concentrado en una línea que llegaba a su pubis... esas manos grandes ayudando al agua a acariciar su piel... él era la masculinidad hecha persona, una masculinidad original, atractiva, misteriosa y excitante. Me quedé absolutamente embelesada, mirándole durante un buen rato, acariciándole con la mirada... tan indefenso y confiado...

Me fui acercando poco a poco hasta la ducha... silenciosa y decidida. En mi rostro se dibujaba una sonrisa de picardía, casi de perversión... aquel hombre me volvía completamente loca. Cuando estuve enfrente de él, me decidí a encender la ducha que había a mi lado. En cuestión de un segundo empezó a caer el agua, y al darse cuenta de mi presencia se asustó y dio un brinco, totalmente sorprendido. Mientras me mojaba, no pude evitar reírme de su cara de desconcierto.

  • No pongas esa cara... tampoco soy tan fea.

Sin cambiar la expresión de su rostro, me miró un momento de arriba a bajo, desnuda y mojada a su lado, solos en las duchas.

  • No, por supuesto que no eres nada fea, ya lo sabes... pero eso no te da derecho a asustarme de ese modo.

¿Qué le pasaba ahora? ¿A qué venían de repente tantos remilgos? Me lo quedé mirando en unos segundos de silencio que parecieron eternos... daba la sensación de que se había enfadado de verdad. ¿Pero por qué? En teoría era una grata sorpresa, y él me había demostrado que yo le gustaba... no entendía nada de nada.

Pensé que quizás necesitaba que le recordase, o que le hiciese caer en la cuenta, de cómo podía acabar esa situación con un poco más de buen humor. Sonreí a esa cara suya de seriedad que me miraba fijamente, y me acerqué lentamente hacia su cuerpo, tan desnudo y mojado como el mío.

Una vez a su lado, alargué la mano y le acaricié el pecho... él seguía rígido, como si no supiese como reaccionar ante mi actitud. Noté con alegría que se excitaba visiblemente ante ese contacto, pero dada su primera reacción decidí preguntar por si acaso no le apetecía.

  • ¿Te apetecería que nos duchásemos juntos?

Mientras esperaba a que se lo pensase acerqué mis labios a su cuello, bebí el agua que le caía sobre la piel con extrema sensualidad, y le acaricié el pecho y los brazos. Aún así mantuve mis caderas a una distancia provocativa.

Él me sujetó la cara con las manos y me besó, dejando entrar parte del agua entre nuestros labios, y provocando sensaciones sumamente excitantes. Immediantamente noté como me calentaba entera... le necesitaba más que nunca, no sé qué era lo que le hacía tan especial, lo que hacía que lo deseara siempre de esa manera.

Cuando me separó de él, yo estaba completamente extasiada, y tardé algunos segundos en recuperar el control. Por primera vez en todo el rato, él sonrió, aunque aún parecía algo incómodo.

  • Sabía que tendría problemas si me venía a esta habitación contigo. Ya se lo he dicho a la encargada.

Aquel comentario me desconcertó un poco, aunque él seguía sin dejar de sonreír y sin dejar ir mi rostro, que mantenía cerca del suyo.

  • ¿Qué quieres decir?

  • Hoy han venido los de la dichosa orquesta, así que me he tenido que cambiar de habitación, e instalarme aquí contigo.

Tal y como hablaba, parecía que había venido a mi lado casi por casualidad, por obligación, y no porque no había podido evitarlo, como me había dicho la noche anterior... no había venido por mí... Me sentí algo ofendida y engañada... pero sobretodo deseosa de que siguiese hablado para que arreglase rápido ese malentendido y poder seguir con lo que habíamos empezado.

  • ¿Sólo has venido por eso?

Sus manos me soltaron la cabeza, pero me siguió acariciando el rostro, quizá como gesto tranquilizador ante mi repentina inquietud.

  • Sí, claro...

Su cara era de extrañeza, como si no entendiese qué era lo que me disgustaba tanto. Pero lo cierto es que empezaba a hacerme sentir mal de verdad, como un nudo en el estómago ante el desconcierto de su actitud, por el miedo de no saber distinguir ya entre lo real y lo imaginario. Al final la enferma iba a ser yo... Estaba realmente preocupada e incomoda... y por primera vez desde que lo conocí no tenía ganas de estar a su lado, así que me separé de él.

  • ¿No has vuelto por lo de anoche?

Era mi último intento por conservar la cordura, y su reacción fue alzar las cejas en gesto de sorpresa, aunque también sonrió de nuevo.

  • Así que has vuelto a soñar conmigo... Realmente te debo de gustar mucho...

Al decir esto se volvió a acercar a mí y me sujetó por la cintura. Aunque aún estaba algo reacia a su proximidad, no tardé mucho en volver a apreciar en sobremanera el contacto de su piel sobre la mía, en parte gracias a que ahora era él el que tomaba la iniciativa, en parte por esa sonrisa de picardía que me volvía loca. Recuperé la confianza de nuevo, y me sentí otra vez segura de mi misma... ese hombre tenía demasiado poder sobre mí.

  • ¿Cabe alguna duda?

Puede que fuese mi mirada, con una pasión y una seguridad en mis deseos que él me inspiraba, pero lo cierto es que lo noté ruborizarse un poco. Me sorprendió, y me inspiró algo de ternura. La combinación de su seguridad, su masculinidad y belleza con ese gesto incontrolado de timidez era tan extraña como atractiva.

  • No, no, creo que no...

Dijo él sin recuperar aún la seguridad que le caracterizaba. ¿Qué le pasaba? Estaba extraño... como si fuese otra persona. Pero enseguida entendí a que se debían los balbuceos y su mirada temblorosa... noté entre mis piernas como él se había excitado completamente ante el contacto de mi cuerpo.

Decidí provocarle un poco más y le besé de nuevo durante unos instantes... él estaba encantado y rendido. Después acerqué mi boca a su cuello nuevamente, y le hablé al oído. Me excitaba el agua cayendo a través de sus rizos negros.

  • Por lo visto yo también te gusto a ti.

Le mordisqueé levemente el lóbulo de la oreja, y él pareció despertar. Me cogió de los hombros y en un gesto brusco me puso contra la pared, sujetando de nuevo mi barbilla hacia arriba mientras me hablaba.

  • Nunca había conocido a una mujer tan directa... desde luego sabes lo que quieres... a este paso vas a conseguir hacer realidad tus sueños.

Él me sonrió de ese modo... y yo me volví loca de necesidad, de necesidad de él, de sus besos, de su cuerpo dentro del mío... necesidad incontrolada.

Bajé la barbilla y le comí la boca como nunca lo había hecho. Y seguí bajando... lamiendo el agua de su pecho y de su estómago con sed insaciable, hasta llegar a su pene. Miré su rostro, que me miraba entre suplicante y autoritario... necesitaba sentir su miembro dentro de mi boca, lo necesitaba, me necesitaba, y eso era maravilloso.

Lo acaricié primero con las manos... estaba extrañamente resbaladizo por el agua, aunque también bastante erecto. Después acaricié sus testículos con la lengua, aprisionándolos delicadamente entre mis labios... jugando a alargar el momento que él anhelaba tan fervientemente. Fui repasando el contorno de la base de su pene con mi boca, cada vez más arriba, cada vez más delicadamente... hasta llegar a esa punta sensible. Lamí la parte interior... notaba la tensión en todo su cuerpo, estaba casi enfadado por tanta lentitud... así que paré de jugar, tampoco era tan cruel, y mi necesidad también me apremiaba.

Introduje primero la punta dentro de mi boca caliente, y noté como él se estremecía de placer. Mientras, seguía acariciando los testículos masajeándolos con suavidad. Después de lamer el dulce caramelo, la hice entrar un poco más, y retrocedí, y otra vez... esta vez un poco más... y volví a retroceder... y otra vez, hasta el fondo... y otra vez atrás... miré su cara de gusto, me encantaba ser yo la que le provocaba eso...

Estaba tan excitada... de repente saqué su pene de mi boca y me puse de pie enfrente de él. Le besé desesperada mientras le acariciaba el cuello con ambas manos. Él me agarró de la nalgas y las separó, abriendo mis piernas a la vez que me alzaba sobre sus caderas, apoyando mi espalda en la pared fría de la ducha, y sintiendo como el agua caliente nos acariciaba a ambos.

Me agarré fuertemente a sus hombros y me enlacé a su cintura, y entre ambos nos hicimos encajar fácilmente en una sola masa de cuerpos resbaladizos. Cuando noté como entraba me quise morir del gusto... y acto seguido empezó un vaivén frenético que me hizo suspirar y gritar de gozo, enlazada a él, apoyada en él, mojados, calientes, con el sudor confundiéndose con el agua que fluía entre nuestros cuerpos. Tuve la sensación que nunca nadie había hecho el amor de ese modo... tan natural como sobrenatural.

Él también empezó a gritar, cansado y rendido ante el placer, esforzándose por aguantarme mientras me atacaba sin piedad una y otra vez. A ese paso me iba a matar... sentía que me iba a morir en sus brazos... y seguía, y no paraba... y me sentía tan viva que me dejaría matar por él.

Mientras le miraba haciéndome el amor, mientras miraba su cara, sus labios abiertos y sus ojos cerrados, pensé que no podría vivir sin él nunca más, aunque no me recordase, aunque no me quisiese a su lado... nunca antes me había sentido así... tan libre y auténtica, tan pura. Era un sexo tan místico... extrañamente sentimental... y nadie me había hecho sentir nada más que placer físico en el sexo, y a partir de entonces no me iba a poder conformar con nada menos que ese abanico de sensaciones... sensaciones que tan sólo él me despertaba.

Finalmente acabó del mismo modo que acaba siempre... pero con la diferencia de que esta vez ese final maravilloso no había sido lo más importante de esos momentos de intimidad; con él todo era importante, todo tenía sentido... aunque a menudo no supiese cuál.

Cuando acabamos él se agacho y nos quedamos en el suelo, aún enlazados, abrazándonos, relajados. Yo le iba acariciando el cuello y el pelo, besándole de vez en cuando, él simplemente se apoyaba en mi hombro con la cabeza ladeada, rendido ante el doble esfuerzo al que se había sometido, mientras yo sentía su aliento en el cuello.

Al cabo de un rato él se recuperó y empezó a besarme... esta vez sin prisa, sin más intención que la de acariciarnos porque sí.

  • Nunca me había sentido así con nadie.

Cuando él dijo eso, pensé una vez más que tenía la capacidad de leerme el pensamiento, pero esta vez no me asusté, sino que, por lo contrario, me sentí feliz y confiada a su lado. Me miraba a los ojos, pero no tuve miedo... al final había entendido que no debíamos tener miedo el uno del otro, no tenía sentido, porque el miedo que le había tenido hasta ahora era en realidad el miedo que me tenía a mi misma.

  • Yo tampoco.

Dije sonriendo de felicidad. Era ese ambiente narcótico de después de un orgasmo, esa ducha, su cuerpo tan cercano, el calor, el sonido del agua caer, como una burbuja que nos aislaba del resto del mundo... era el momento de las verdades.

  • Ni siquiera sé tu nombre... -dijo él.

  • Ni yo el tuyo... mejor así.

Estaba tentando a mi suerte. Necesitaba hacerle reaccionar, que él entrase en mi realidad para poder hablar de lo que íbamos a hacer. Era extraño, nunca antes me había pasado... sabía que había surgido algo de lo que teníamos que hablar ineludiblemente, algo que no podía quedarse así.

  • No estoy seguro... ¿Cómo podemos volver a vernos en Barcelona?

Era obvio que estaba siendo prudente en el planteamiento de la cuestión... que esa pregunta implicaba mucho más de lo que parecía a simple vista. Sentí su necesidad, tan grande como la mía... era tan extraño... nunca había sentido nada parecido, nunca me había sentido tan ligada a un hombre, supe que si no volvía a verle nunca más me moriría. En ese momento me di cuenta de las implicaciones que comportaba todo esto que estaba sintiendo... y sentí algo de vértigo.

  • No hará falta... tan solo necesito mis sueños, ¿no?

Sentía que estaba jugando con fuego... no quería que creyese lo que le decía... pero pensé que mi piel gritaba suficientemente fuerte mis verdaderos sentimientos.

  • Lo digo de verdad.

Dijo él algo nervioso, puede que empezase a pensar que de verdad me había creído todo su paripé, y que ese juego suyo al final iba a provocar no volver a verme nunca más.

  • Así que al final serás tu quien no quiera volver a verme nunca más...

Por primera vez sentí que él estaba realmente triste, que realmente pensaba que le estaba rechazado... pero aún así no reaccionaba.

  • Tu no lo sabes, pero una vez me dijiste en sueños que no podías evitar volver siempre a mi lado.

Sonreí, y él sonrió, cómplices e imbéciles.

  • ¿Eso dije?

  • Sí.

Su sonrisa me provocaba la certeza y la ilusión de que al final toda aquella situación llegaría a buen puerto.

  • Pues entonces debe de ser verdad.

Y entonces me besó en un arrebato, me beso simplemente porque ambos lo necesitábamos para acabar de entender. Me sentí algo sobrecogida por todo lo que estaba pasando, algo mareada también... y tuve dudas.

  • Yo ya no sé lo que es verdad... ya no sé si estás jugando conmigo o me has vuelto loca de verdad. Ya te dije que tengo problemas para saber cuando algo deja de ser un juego, pero ahora al parecer también los tengo para saber cuando estoy soñando.

Él se sentía mal, pero aún no había encontrado fuerzas para acabar de decidirse a acabar con todo aquel teatro... como si el juego fuese su refugio. Entonces entendí que era precisamente eso, un refugio, un refugio que yo también había usado en infinidad de ocasiones para resguardarme de esto, precisamente de esto que ahora estaba sintiendo.

De repente caí en lo que me había dicho él de vernos en Barcelona... lo de Barcelona lo habíamos hablado en sueños, bueno, en lo que él pretendía hacerme creer que era un sueño. Sentí algo de miedo... el juego estaba a punto de terminarse definitivamente.

  • ¿Cómo sabías que iba a Barcelona?

  • Me lo dijiste tu.

Dijo algo sorprendido por la pregunta. Una pregunta aparentemente superficial en una conversación trascendental.

  • ¿Cuándo?

Pensó y en pocos segundos se dio cuenta de la situación. Y yo volví a sonreír, y él volvió a sonreír, de nuevo.

  • Lo sé del mismo modo que tu sabías cosas de mí.

A él se le daba tan bien jugar, que decidí tomar yo la iniciativa.

  • Hagamos un pacto: yo asumo que esto ya no es un juego si tu asumes que tienes que dejar de jugar.

Tras unos momentos, como si estuviese sopesando los pros y los contras, me besó de nuevo. Otra vez magia... como siempre, no había duda.

  • Me perece bien, pero con una condición.

  • Dime.

Dije divertida... Jugando hasta el final, todo un luchador.

  • Tu nombre.

Sonreí... era cierto, aún no sabíamos nuestros nombres, al fin y al cabo, era lo menos importante de la cuestión.

  • Te lo diré la primera mañana que despierte a tu lado y recuerdes mis sueños.

Ese día nos íbamos. Recogimos las cosas, cada uno las suyas, casi en absoluto silencio, como digiriendo lo que nos había pasado. Cuando estuvo todo listo, bajamos a recepción para entregar las llaves y pagar, por separado.

Cuando le miré, adelantado, esperando en la puerta del albergue, tuve el primer momento de duda. ¿Y si me había precipitado? Al fin y al cabo no nos conocíamos... puede que tan solo fuese un poco más especial que el resto. ¿Realmente necesitaba estar a su lado? ¿Dónde me estaba metiendo? ¿A donde nos llevaría todo aquello?

Como adivinando mis dudas, o quizás sintiéndolas también, se acercó a mí y me besó, haciéndome sentir todas aquellas cosas que necesitaba sentir... era increíble pero cierto, tan solo necesitaba tiempo para acabar de creérmelo.

Necesitamos muchos más besos para conseguir llegar juntos a Barcelona, pero poco a poco me fui acostumbrando a su presencia a mi lado. Ambos nos fuimos acostumbrando a depender el uno del otro. Hasta que llegó un momento en que ya no me hacía falta comprobar constantemente que le necesitaba, porque con mirarle tenía suficiente para que los sentimientos me sobrecogiesen. Se podría decir que aprendimos a vivir permanentemente sobrecogidos el uno por el otro.

Mi vida había cambiado de verdad, de un modo tan natural como extraño... y yo era tan responsable como él. Y no era tan sólo mi vida; yo también había cambiado. Recuerdo la conversación que tuvimos la primera mañana que pasamos juntos en Barcelona, él me dio los buenos días con una pregunta.

  • ¿Sabes qué he pensado?

  • ¿Qué has pensado? -dije aún medio dormida.

  • Esto que nos ha pasado... creo que es eso que la gente normal llama estar enamorado... nunca pensé que me pasase a mí.

Lo dijo hablando solo, sin esperar más respuesta que un beso. Le di el beso y asentí, pensando que tenía razón, pero aún era temprano y me giré, me abracé a su cuerpo desnudo, y volví a dormirme... entre el juego y el sueño, había escogido soñar; y cada vez se me daba mejor, porque ya no tenía miedo de nada.

Desde el principio supe que ese hombre lo tenía todo para echar abajo mi vida. Entonces me di cuenta de que lo había estado esperando, que había estado construyendo una vida que tan solo él podría destruir.