Entre el cielo y el infierno (final)

El engaño de Marta tiene un precio muy elevado. Creo que todavía los estoy pagando. Y ella también.

-      ¿Qué ha pasado, dónde estoy? –pregunté desorientado.

-      ¡Hombre, ya has despertado! ¿Cómo se encuentra este espía aficionado? –me preguntó una voz femenina.

-     ¿Marta…?

Estaba estirado en una cama. Hice un esfuerzo por incorporarme, pero sentí que todo me daba vueltas y me dejé caer de nuevo.

-      Tranquilo, tranquilo. Estás bien, aunque un poco ido. El médico ha dicho que te quedes estirado unas horas, pero no te preocupes, estás bien.

No conseguía situarme, pero enseguida supe que la voz que me hablaba no era la de Marta. Aunque no me era del todo desconocida.

-      ¿Quién eres? –pregunté inquieto- ¿qué hago yo aquí?

-      Te estás reponiendo de un golpe, ¿no lo recuerdas? Y Marta no está aquí. Pero ahora descansa, ya hablaremos luego.

Le hice caso, me mantuve en silencio unos minutos, intentando poner un poco de orden en mi mente. Me iba encontrando mejor y lentamente iba recordando lo que acababa de ver. A medida que lo hacía, un creciente sentimiento de ira iba creciendo en mi interior. El barco… una mujer desnuda… atada… sexo salvaje… ¡Marta!

-      ¡Puta! –me sorprendí gritando-.

De nuevo intenté levantarme, pero la mujer que me hablaba me tomó por los hombros impidiendo que me moviese. No le fue difícil, pues no eran muchas mis fuerzas entonces.

-      Cálmate, no debes moverte –me recordaba la voz-, no por lo menos en unas horas.

-      ¡Déjame, cojones! –grité-, ¡tengo que irme, tengo que ir a buscar a Marta!

-      Estate quieto, no me obligues a llamar a nadie.

-      ¡Gina! –me sorprendí al reconocerla-, ¿qué haces tú aquí?

-      Bueno, veo que ya estás mejor –sonrió-, ya te acuerdas de mí. Mira, vamos a hacer un trato, tú quédate estirado descansando y yo te cuento lo que ha pasado, ¿de acuerdo?

A pesar de la rabia que me daba verla, inevitablemente acepté, necesitaba saber lo ocurrido. Por lo que me contó, cuando descubrí que la mujer que se había sometido voluntariamente a aquella brutal sesión de sexo era mi novia, un vigilante del puerto se acercó a mí desde atrás y me golpeó en la cabeza pensando que sería un ladrón. Ahí perdí el conocimiento, junto a la ventana desde donde lo vi todo. Discretamente avisó a Hugo de lo ocurrido y éste a Gina. Al averiguar quién era yo, revisando mi cartera, Gina me reconoció como el novio de Marta, pues ella le había hablado de mí en diversas ocasiones. Para evitar problemas en aquel momento, delante de Hugo me hizo pasar como un amigo suyo.  Además, quería hablar conmigo de lo que había pasado. Acordaron que lo mejor sería llevarme al hotel, que me visitase un médico y que Gina se quedase a cuidarme. No le dijeron nada a mi novia, que se acababa de ir a dormir a un camarote, descansando de la maratón sexual que había tenido.

-      Lo ocurrido desde el golpe ya lo sabes, ¿contento? –me preguntó Gina mientras acariciaba mi frente, intentando tranquilizarme.

-      ¡No! –dije irritado-. ¿Dónde está Marta? ¡Tengo que hablar con ella! ¿Y yo, dónde estoy?

-      Estás en la habitación del hotel que habías reservado. Son amigos y no nos han hecho preguntas. En cuanto a Marta… bueno, pronto la verás.

-      ¡No me cabrees, Gina! Suficiente me estoy conteniendo después de ver lo que vi, así que haz el favor de contestarme. ¡Dime dónde está! Y... ¿por qué estaba ella en el barco... cómo es posible que...? Dios mío, ¿qué está pasando aquí?, ¡me estoy volviendo loco! -exclamé desesperado y con un terrible dolor de cabeza.

Gina no respondió de inmediato, se pensó lo que iba a decir.

-      Te lo diré, pero no la pagues conmigo. Yo no tengo ninguna culpa ¿estamos?

-      Está bien, pero cuéntame –respondí  resignado.

-      Mira, Marta ha pasado esta semana con Hugo en su velero, yo les he acompañado algunos días, a petición de ella… -me dijo seria, manteniendo el silencio unos segundos- Después de lo de tu golpe salieron a navegar solos un par de días, tal y como tenían previsto. Volverán mañana, sábado. Como te dije, Marta no sabe nada de que estás aquí, ni de que estuviste viéndola… -dijo con cierta pena-. De hecho, no te espera hasta el domingo.

-      ¿Marta con Hugo?... ¿Una semana?...

Gina se quedó callada. Pero no hacía falta mucho más para dejarme hundido. Me di cuenta de que Marta me engañaba descaradamente, pasando una semana con su amante mientras simulaba un último trabajo, y todo poco antes de nuestra boda. No me lo podía creer, ¿dónde estaba la Marta que yo conocía, cariñosa, fiel y enamorada de mí? Lleno de ira, de repente sentí que mi vida, tal como la conocía y deseaba, se había acabado. Sin más, de un plumazo y sin que yo interviniese en nada. ¿Y dónde estaba ella ahora? Navegando y follando con el guaperas ése a mis espaldas. No pude evitar imaginarla gozando con otro hombre, como la vi hacía unas horas, desbordada de pasión y traicionándome de una forma que no podía ni imaginar. Su plan era perfecto: ella a follar con otros y yo ignorante de todo, suponiendo que no me enteraría de nada. Así, a partir del domingo, cuando nos reencontrásemos, ella fingiría que nada había ocurrido y yo llevaría mi cornamenta con la prestancia que da el desconocimiento de la infidelidad. ¿Ésa era la vida que me esperaba a su lado, una vida de engaños e infidelidad?

Con esfuerzo me incorporé y me senté en el borde de la cama. Agaché la cabeza, escondiéndola entre mis manos. Me sentía traicionado, humillado, con un gran vacío en el alma. Al verme así, Gina se sentó a mi lado y me abrazó compasivamente.

-      Lo siento, de verdad que lo siento –me dijo con un tono realmente apesadumbrado-. No te mereces lo que estás pasando. Pero déjame que te explique…

-      Gracias por tu compasión, pero no la necesito –le interrumpí, exprimiendo las últimas gotas de orgullo que me quedaban-. Me voy de esta maldita isla, no quiero volver a saber nada ni de Marta, ni de ti, ni de…

-      ¡Quieres callarte y escucharme de una vez, joder! –me interrumpió esta vez ella a mí-. No tomes decisiones en caliente, no es bueno para nadie. Y de paso, podrías darme las gracias, he estado cuidando de ti y sin dormir las últimas doce horas cuando ni te conocía. Creo que, aunque sólo sea por eso, me merezco que me escuches.

Realmente me impactaron las palabras de Gina y la energía con que las dijo. Fue como un zarandeo psicológico que en el fondo me ayudó a centrarme un poco. Decidí escuchar lo que me quisiese decir. Aunque sabía que de poco serviría, lo cierto es que necesitaba conocer que había pasado aquella semana en la isla y por qué. Quizá ella supiese el origen de todo.

-      Tienes razón, bueno, en parte. Y perdona, te agradezco que hayas cuidado de mí –le dije conciliador-. Te escucho.

-      Cuidarte era lo mínimo que te debía después de lo que viste. Está bien, empecemos por el principio. Y que conste que no pienso discutir contigo, tan solo pretendo informarte de cosas que creo que son importantes para ti. Y para Marta.

No dije nada y asentí con la cabeza.

-      Sé que os queréis con locura –continuó-, me ha hablado mil veces de ti y de vuestros planes. Sé que tenéis pensado casaros en breve, por eso Marta había decidido dejar de ser modelo, una profesión que realiza con éxito y que le encanta pero que abandona única y exclusivamente para estar más a tu lado.

Mi semblante se tornó amargo al oír todo aquello, a pesar de lo cual Gina no se inmutó.

-      Sí, y no me mires con esa cara, sabes que lo que te digo es cierto –me espetó-. Pero había un obstáculo a vuestros planes. Un problema que de no solucionarlo os daría muchos dolores de cabeza, ¿lo recuerdas?

No tuve que pensar mucho para adivinarlo.

-      ¿La agencia? –respondí.

-      Así es. A Marta le quedaban dos años por cumplir con la agencia y sabe tan bien como yo que el no hacerlo os hubiese amargado el inicio de vuestra vida de casados. La agencia no permite, por norma, que sus fuentes de ingresos desaparezcan antes de hora, y Marta les hacía ganar mucho dinero. ¿Te vas haciendo una idea de por dónde van los tiros?

-      Todo este asunto lo conozco, pero ella nunca me dejó ayudarla en eso. Marta siempre me ha insistido en que era su problema y que acabaría encontrando una solución.

-      Correcto. Y la encontró. ¿Si te digo que Hugo es el Director de la agencia hace falta que siga o ya te imaginas qué ha estado haciendo aquí esta semana?

Lo que acababa de oír me revolvió las tripas. No había que ser muy listo para deducir a qué se refería Gina. A mi cabeza sólo venía una palabra para definir el proceder de Marta…

-      ¿Una puta? ¿Me estás diciendo que además de engañarme resulta que Marta es una puta? –grité indignado-. ¿Y que a base de polvos con otros pretende solucionar sus problemas? –mi indignación era mayúscula, respiré hondo antes de continuar-. ¡Cómo se le puede ocurrir que ésa es la mejor manera de empezar nada, engañándome, traicionándome y vendiéndose a sí misma!

-      No voy a responder a eso, yo no pinto nada en su decisión, pero te pido que no la vuelvas a llamar así en mi presencia –me respondió muy enfadada-. Hace años que trabajamos juntas y desde luego no es una puta. Además, esta última semana, en la que me pidió que la acompañase para no venir sola pues tenía mucho miedo, hemos compartido muchas cosas y he acabado por conocerla bien. Y te puedo asegurar que es una magnífica persona y que te quiere con verdadera devoción. Pero tú eso ya lo sabes, estoy segura.

La discusión con Gina estaba alcanzando un nivel de decibelios que decidí cortar. Nos mantuvimos ambos mirando al suelo durante un rato, circunspectos. Fue ella quien retomó la conversación.

-      Mira –continuó-, sé que es muy difícil asimilar lo que acabas de conocer, y más en vuestras actuales circunstancias. Pero créeme, lo ha hecho sin duda por los dos.  ¿De verdad puedes pensar que tomar esta decisión le ha resultado fácil? En las últimas semanas, sin que tú te entesases, lo ha pasado muy mal pensando en lo que iba a hacer. Serte infiel, aunque fuese por un objetivo loable, lo sentía como una estocada en su corazón. Y sólo pensar en que te enterases le horrorizaba.  Pero estaba dispuesta a todo por conseguir su objetivo.

Gina continuó con sus explicaciones durante rato. Me repetía hasta la saciedad cuánto me amaba Marta, que si desde que estaba conmigo se la veía muy feliz y que siempre me había sido absolutamente fiel a pesar de las múltiples ocasiones, y muy apetecibles según ella, que tenía para dejar de serlo. Parecía sincera, pero la verdad es que poco me tranquilizaban sus palabras. Incluso llegué a desconectar de lo que me decía, centrándome en mis pensamientos, recordando sin poder evitarlo cómo Marta explotaba de placer masturbada violentamente por Gina. Al rato volví a centrarme.

-      ¿Cuál fue exactamente el acuerdo? –le pregunté muy serio.

-      ¿De verdad quieres saberlo, no te es suficiente con lo que te he dicho? –me respondió Gina, intentando no entrar en este tema.

-      Por favor, dímelo –le insistí suplicante-. Y dime qué ha hecho estos días aquí, hasta dónde ha llegado.

-      No te va a hacer ningún bien hablar de eso… Además yo no he estado siempre presente…

-      ¡Basta de evasivas!–le dije en un tono amenazante-. Haz el favor de explicarme. ¿Cuál era el acuerdo?

-      Bueno… pues eso… se acostaría con Hugo esta semana para poder rescindir el contrato –me respondió tímidamente.

-      ¡Hijo de puta! ¿Cómo pudo ese cabrón proponerle eso a Marta? -exclamé irritado-. Es un chantaje digno de...

-      Bueno -me interrumpió Gina-, no fue exactamente así... Hugo no es tan malo como crees. Será un mujeriego, incluso te diré que se ha tirado a un montón de modelos, te lo digo por experiencia. Pero siempre nos ha tratado con respeto. Él nunca chantajearía a nadie, él no es así.

-      ¿Entonces...? -pregunté a Gina, temiendo su respuesta.

Era obvio que Gina no quería contestarme. Sabía que sí seguía me iba a hacer daño de verdad. Estuvo unos segundos callada. Yo le miraba con una expresión de desesperada ansiedad. Supongo que al verme así pensó que lo mejor era que supiese la verdad. Me lo soltó todo de golpe.

-      Se lo propuso ella... siento decírtelo. Se ofreció a acostarse con él  durante una semana. Al principio él le dijo que no, que su contrato valía más que unos polvos. Pero ella le insistió y le insistió, no aceptaba su negación, hasta que un día acabó por lanzar su órdago: se entregaría a él como su esclava sexual durante una semana y donde él quisiese. Le aseguró que se sometería a cualquier deseo que él tuviese, por muy duro que le resultase, sin negarse a nada. Un sometimiento total, de su cuerpo y de su mente, que duraría hasta el sábado a las doce de la noche. Hugo, como puedes imaginarte, finalmente no pudo rechazar una oferta como ésa, tener a una mujer como Marta a su entera disposición, para lo que él quisiera... A partir del domingo el contrato quedaría resuelto y podría volver contigo para siempre. Así me lo contó ella –añadió, quedándose después como si se hubiese quitado un gran peso de encima-.. Bueno, ya está, ya te lo he contado todo…

No respondí nada ni nada más quería preguntarle, tenía suficiente con lo que había oído. Le rogué a Gina que abandonase la habitación, que quería quedarme solo. A ella se la veía algo alterada, estaba claro que lo no lo había pasado bien explicándome todo aquello. Aceptó y antes de marchar me insistió en que la avisase si necesitaba algo y que en cualquier caso pasaría a verme y a controlar cómo me encontraba.

Cuando me quedé solo me encontraba realmente mal. Pero ya no tanto por el golpe en la cabeza, sino por un vértigo incontrolable que se apoderaba de mí. Por mi mente volaban flashes de todo lo vivido con Marta, desde los innumerables momentos de verdadera felicidad disfrutados a su lado al espanto de verla gozando con otros, sometida sexualmente en el barco. Eran muchos los sentimientos que en aquel momento me inundaban: me sentía engañado, humillado, traicionado, triste... No podía entender cómo había sido capaz de ofrecerse a un hombre de aquella manera tan sumisa y perversa. Pero, por encima de todo ello, sentía un dolor en el pecho que me ahogaba. Su engaño superaba mi capacidad de comprensión. ¿Una persona que te ama puede llegar a hacerte eso? No. Estaba claro que Marta no me amaba, o por lo menos no como yo a ella. Me costó horas asumir aquel pensamiento, pero al final lo hice. Y, desde luego, pensaba obrar en consecuencia.

Ya de noche conecté el móvil. Me encontré un mensaje de Marta del día anterior: "Hola cariñito, ¿cómo estás? Siento muchísimo no encontrarte, me moría de ganas de hablar contigo, te echo tanto de menos... En los próximos dos días no podremos contactar, se me van a hacer eternos... Tenemos que marchar para las últimas fotos a una zona de la isla en la que no hay cobertura, así que no podremos hablar hasta el sábado por la noche. Seguiré pensando en ti. Te amo cari". Cuánto cinismo vi en aquellas palabras. Su tono, teñido de cariño y añoranza, se me hizo muy duro de soportar.

No vi a Gina hasta el sábado al mediodía, en el que vino a verme insistiéndome en que fuésemos a comer algo. Lo acepté, pues prácticamente no había probado bocado desde hacía un día. La verdad es que se portó muy bien conmigo. Me distrajo durante toda la comida, charlando de su vida, preguntándome por mi trabajo, etc. Pasaba el tiempo y ninguno de los dos se refería a lo ocurrido, como esperando a que fuera el otro quien lo hiciese. Al final se decidió ella.

-      ¿Qué has decidido? –me preguntó de repente.

-      Gina, por desgracia no tengo nada que decidir, ella lo ha hecho por mí. Además –añadí con pena-, no puedo entender cómo es posible que haya hecho esto. Desde ayer le estoy dando vueltas al por qué y no lo entiendo. Y no me refiero sólo a las consecuencias que pueda tener en nuestra relación, de hecho ya la doy por muerta y prefiero no pensar en eso. Lo que no me cabe en la cabeza es cómo ha podido someterse a nadie por voluntad propia. Ella no es así, nunca pasaría por eso, tú la conoces bien y sabes el carácter que tiene.

-      No le des más vueltas –me respondió-. Pero dime, ¿te vas a marchar ya? ¿sin hablar con ella?

-      Había pensado hacerlo, pero no, la esperaré. El respeto que ella no me ha tenido lo tendré yo con ella. Hablaré con Marta cuando llegue, no quiero que nuestra relación acabe sin decirle lo que pienso de ella.

Charlamos durante algunos minutos más y me retiré al hotel. Era sábado por la tarde y faltaba poco tiempo para que mi novia y su amante volviesen de navegar. Debía ordenar mis ideas antes de verla. Mi reacción primaria, de una ira casi violenta, ya la había superado, no hay nada como el paso del tiempo para atemperar los propios actos. Ahora sólo quedaba el amargo poso que deja la infidelidad: una mezcla de desengaño, humillación, tristeza... Estuve meditando hasta considerar que me encontraba con la serenidad suficiente para afrontar el amargo reencuentro. Fue entonces cuando decidí escribirle un mensaje: “Cuando acabes con tu amante te ruego que nos veamos en la terraza del hotel. Quiero hablar contigo antes de irme. Te espero a las 8”. Desconecté el móvil y me fui a caminar hasta casi la hora de vernos.

Cuando llegué a nuestro encuentro, Marta ya me estaba esperando sentada en una mesa. En cuanto me vio, saltó como de un resorte y se puso en pie para recibirme. Por mi parte, verla de nuevo me produjo una añoranza enorme, tuve la sensación de que no la veía hacía años. Estaba magnífica vestida con una pequeña camiseta blanca, de estilo marinero, y con un pantalón muy corto a juego. Se acercó a mí, caminando de esa forma que parece que ni roza el suelo, todo en ella era elegante y provocativo. Sin embargo, su rostro no iba acorde con su cuerpo. Tenía una cara de honda preocupación, un rostro apenado que me resultaba duro de ver.

Al quedar juntos, intentó abrazarme pero sin pensármelo la rechacé. Me limité a darle un beso en la mejilla de la manera más fría posible.

-    Se me hace muy extraño saludarnos así... -me dijo en un tono de gran tristeza mientras nos sentábamos.

No le respondí y el silencio se impuso entre nosotros. Suponía que Gina ya la habría informado de todo lo ocurrido. Encogida en su silla, su primera reacción no tardó en llegar, pues las lágrimas ya salían de sus preciosos ojos.

-Por favor, dime algo, háblame -continuó, fijando su mirada en la mesa-. Sé qué me viste... lo siento tanto, cielo... Perdóname…

Ahora las lágrimas ya caían en cascada por sus mejillas. Se tapó el rostro con sus manos mientras intentaba contener su llanto. Yo sentía hasta dolor físico de verla así, ¡qué lejos estaba aquella escena de la que yo soñaba cuando anticipé mi viaje!

-Creo que yo lo siento más que tú, Marta -le dije sobreponiéndome a mi hundido estado de ánimo-, jamás me podría haber imaginado de ti lo que has hecho, nunca nadie me había provocado tanto dolor -recalqué-. Quiero que sepas que cuando me enteré de todo estuve a punto de volverme a casa y dejar de verte para siempre. Pero creo que es mejor que nos veamos y dejemos las cosas claras...

Mientras hablaba, veía cómo los estados de ánimo de Marta iban evolucionando para  al final ser una amalgama de todos: temor, vergüenza, tristeza, culpabilidad... Sus manos hablaban por ella, retorciéndose nerviosas entre sí. Parecía qué quería hablar, pero se cortaba y se mantenía en silencio.

-    Marta, no he venido aquí a discutir, ni muchos menos a soltar una retaíla de amargos reproches contra ti, que no dudes que tengo -continué-. Tan sólo pretendo decirte lo que pienso. Y, si estás dispuesta, que me expliques por qué lo has hecho. ¿Es que… realmente no me quieres?

Por primera vez me dirigió su mirada atenta y asintió con la cabeza.

-    No hace falta decirte lo que te he llegado a amar –continué-, tú lo sabes bien. Ni la sensación de plenitud y felicidad que tenía pensando que estabas a mi lado, ahora y siempre...

-    Nada de eso ha cambiado cariño -me interrumpió al oír aquello-, yo te quiero más que a nada y a nadie en este mundo, te amo...

-    Déjame acabar, te lo ruego -le corté yo esta vez-, suficientemente duro se me hace tener que decirte esto...

Ya no podía soportar más aquella situación, un intenso dolor en mi pecho parecía que iba a hacerme estallar el corazón.

-    Marta, lo has roto todo. Me has roto a mí, que ya no soy persona desde el pasado jueves por la noche. Soy incapaz de abrazarte, de besarte como era mi sueño hasta ahora. Y has roto lo nuestro. No sé por qué lo has hecho, pero espero que te haya válido la pena...

El desbordado llanto de Marta me hizo callarme en aquel momento. Verla de aquella manera me forzó a retener unas enormes tentaciones de abrazarla, de acurrucarla en mi pecho como había hecho siempre que algo la entristecía.  Nos mantuvimos en silencio hasta que se serenó un poco.

-Dime, Marta –continué-. ¿Por qué?

-Porque te quiero –me contestó con esfuerzo-, porque quiero pasar el resto de mi vida contigo, porque te amo y quiero que nuestro comienzo juntos sea el que soñamos, sin problemas…

-¿Y por eso te acuestas con otros? –le interrumpí agriamente-. ¿De verdad no has sido capaz de encontrar otra solución al problema que convertirte en una… -me callé por no herirla-. Mírame a la cara y dime de verdad que todo esto ha sido por el contrato. Por favor, no vuelvas a engañarme, ahora ya no.

El silencio volvió a imponerse entre nosotros. Marta parecía no poder contestar. Entonces sentí cómo aquel mutismo rompía cualquier esperanza de una reconciliación que, aunque remota, un milagro pudiese haber hecho posible.

-Cariño… sólo puedo decirte que te amo y que si me dejas no me quedan ganas de vivir… -me respondió al cabo de un rato con una voz trémula-. Y que siento en el alma el dolor que te he provocado…

Sus lágrimas surgían de nuevo incontrolables. Pero su respuesta, aparentemente confusa, era muy significativa para mí.

-¿No tienes nada más que decirme? –le pregunté dándole una última oportunidad para que se explicase.

Con la cara enterrada entre sus manos, sin poder hablar, Marta negó con la cabeza sin mirarme.

-Con esto tengo suficiente –dije levantándome de la silla-. Creo que no hay nada más que hablar.

Y me fui, con la dolorosa intención de no volver a verla jamás.

Serían pasadas las doce de la noche. Mi maleta estaba ya preparada para marchar temprano por la mañana. Intentaba dormir, pero el dolor y la tristeza que sentía me lo impedían. El amor es algo que no se apaga en un momento y yo lo sentía por Marta. Pero por la antigua Marta, no la que había venido a esta maldita isla. Inmerso en confusos pensamientos, me sorprendió una llamada en mi móvil.

-Marta, ¿qué quieres? –le dije intentando mostrarme lo más seco posible.

-Cariño, déjame contarte… -se quedó en silencio unos instantes-, por favor, antes de irte déjame hablar contigo un momento. No te suplicaré más, de verdad –me insistió-, pero no quiero que te vayas sin decirte algo. Te lo ruego, ven a mi habitación, hablamos y luego te vas si así lo deseas.

Sus palabras me intrigaron. No pensaba que se fuese a solucionar nada, pero acepté verla, quizá por pensar que era lo último que le debía.

-No sé qué pretendes ahora, pero está bien. Dame diez minutos y subo a verte.

Cuando llamé a su habitación tardó poco en abrirme. Parecía recién duchada, llevaba el albornoz blanco del hotel y su cabello se veía todavía húmedo. Cerró la puerta y se me acercó con una mirada decidida, muy distinta de su rostro hundido de la tarde. No pude evitarla y me abrazó con fuerza.

-Perdóname cielo… -me dijo al oído.

Pensé que volvíamos a las mismas disculpas de antes, pero de repente sentí un leve pinchazo en el cuello. Me separé de ella con cara perpleja, no entendí qué estaba pasando. Enseguida empecé a notar un fuerte mareo y Marta me ayudó a estirarme en la cama mientras me volvía a pedir perdón y a darme unas disculpas que ya no conseguía apenas oír. Perdí el conocimiento.

No sé cuánto estuve en ese estado. Al abrir los ojos, vi a Marta estirada a mi lado, mirándome mientras sentía su mano acariciar mi rostro.

-No te asustes, cariño –me dijo con un tono tranquilizador.

Iba a quejarme, a preguntarle qué me había hecho, pero de mi boca apenas salían sonidos ininteligibles: estaba amordazado. Al ir a levantarme, tampoco me fue posible. Mis manos y mis pies estaban atados a la cama. Me revolví tirando fuerte de mis extremidades, pero sin resultado. Tardé poco en darme cuenta de que, además, me encontraba totalmente desnudo. Me asusté, ¿acaso querría Marta vengarse de mí por la ruptura? Ella, apoyada en su codo y observándome, prescindió de mis reacciones y empezó a contarme sus intenciones.

-Perdóname, sé que esto es un poco extremo, pero estoy segura de que ésta es la única manera de que me escuches hasta que termine lo que tengo que contarte y vivas la experiencia que tengo preparada para ti. No hace falta que te prohíba que me interrumpas porque no vas a poder –me dijo con una pequeña risita que enseguida eliminó de sus labios ante mi mirada de indignación-. Antes que nada, quiero volver a decirte que te quiero, que te amo más de lo que puedas imaginar y que todo lo que he hecho estos días ha sido exclusivamente por nosotros.

Su voz se hacía más seria. Marta continuó con sus explicaciones mientras me empezaba a acariciar el cuello con su dedo índice.

-Reconozco que antes no te lo he dicho todo, perdona pero no me atrevía. Además, estaba tan triste que no podía ni hablar. Pero ahora, cuando he visto que de verdad te perdía, es cuando he decidido que no podía guardarme nada y jugarme tu amor a una carta. Es cierto que quería recuperar mi contrato, tema que ya está resuelto. Pero si te he engañado, si he estado esta semana con Hugo, no ha sido sólo por eso –me dijo bajando la mirada.

Su dedo fue descendiendo lentamente por mi pecho, por mi abdomen, hasta llegar a la base de mi miembro. Caracoleó por mi pubis para a continuación acariciar muy suavemente mis testículos. Empezaba a sentir pequeñas oleadas de placer, si bien mi mente no quería aceptar esas sensaciones en aquellos momentos.

-Debes saber que todo ha sido un problema mío y que viene de lejos, tú no tienes ninguna culpa –me confesó deteniéndose unos instantes para respirar hondo y continuar-. Te lo voy a contar todo y desde el principio. Al poco de empezar a trabajar como modelo, con 18 años todavía, ocurrió algo que me ha tenido obsesionada desde entonces. Fue un viernes, a última hora del día. Estaba saliendo de la agencia y parecía que ya no quedaba nadie allí, pero al pasar por delante del despacho de Hugo vi algo que me sobrecogió. Elena, una de las modelos de por entonces, estaba apoyada sobre una mesa, con su falda enrollada en la cintura y su camisa abierta. Hugo, desde atrás, la estaba follando violentamente…

A medida que Marta recordaba aquellos acontecimientos, Marta fue modificando el tono de su voz haciéndolo cada vez más lujurioso. Mientras tanto, sus caricias no cesaban e inevitablemente mi cuerpo empezaba a reaccionar.

-… Me quedé hipnotizada viendo aquella escena, no me lo podía creer. Hugo la tiraba enérgicamente de su cabello, forzando su cabeza hacia atrás. Con cada tirón de pelo, pegaba un nuevo empujón con su cadera, mientras con su otra mano le amasaba los pechos rudamente. Recuerdo que los gemidos de Elena inundaban la sala. Veía cómo una y otra vez Hugo le sacaba la polla de dentro por completo, para volver a metérsela con furia y de golpe. La intensa sensación que me produjo ver la inmensidad de su polla, erecta y fuerte, penetrándola con aquella violencia hizo que sin darme cuenta mi boca emitiese un pequeño sonido de asombro. Inmediatamente Hugo se giró y me vio. Pensaba que me diría algo, pero no. Sólo me lanzó una sonrisa cargada de provocación, sin cambiar su comportamiento y manteniendo su mirada desafiante sobre mí. El verme quieta junto a la puerta de su despacho, inmovilizada por la impresión de lo que estaba viendo, parece que todavía le excitó más y sus arremetidas contra el cuerpo de Elena se hicieron todavía más bestiales. Le palmeaba las nalgas con fuerza mientras no paraba de mirarme. Elena, muy ocupada con sus gritos de placer, no advirtió mi presencia. No sé el rato que estuve como una estatua observando aquel espectáculo salvaje, casi animal, viendo cómo Elena se sometía a los deseos de Hugo. Ella se limitaba a gemir, cada vez más fuerte. Hasta que estallaron en un fuerte orgasmo que me dejó anonadada. Hugo, que no dejó de mirarme en ningún momento, me guiñó un ojo y me lanzó un beso, como indicando que la próxima sería yo. Aquel gesto hizo que casi se me parase el corazón y me fui corriendo…

Marta se quedó callada unos instantes, como concentrando su atención en aquellos recuerdos.

-A partir de ese día, no pude olvidar aquella escena. Me afectó mucho. No sé qué me ocurría, me excitaba como nunca me había pasado, pero a la vez me producía terror. Me veía a mí misma en la situación de Elena hasta el punto de necesitar masturbarme furiosamente pensando en ello. En el fondo sabía que la envidiaba. Para aumentar mi  desesperación, Hugo no tardó en empezar a hacerme insinuaciones y propuestas para tener sexo con él, propuestas a las que yo me negaba rotundamente. Quería pero no me atrevía, no mientras yo estuviese en la agencia, no quería formar parte de su conjunto de conquistas. Además, me daba pánico pensar si vivir aquella sensación en la realidad era bueno para mí, o si quizá era mejor dejarlo como una fantasía. Pero lo cierto es que cuanto más me lo negaba, más pensaba en ello. Llegué a soñar por las noches que desconocidos me hacían el amor de manera salvaje, violenta, pensando sólo en su placer y tomándome como un mero objeto sexual. Lo deseaba… Necesitaba que Hugo me hiciera vivir una experiencia como aquélla. Y con el tiempo se convirtió en una obsesión. Una obsesión que ha durado años pero que no podía continuar una vez estuviésemos casados. Tenía que acabar con eso antes y la única manera era estar con Hugo y que me hiciese todo lo que quisiese, saber por fin lo que es someterme de esa manera y así conseguir olvidarme de ello… Por eso ha ocurrido lo que ya conoces. ¿Ahora me entiendes?

Marta se quedó mirándome fijamente, con una expresión en la que me pareció ver ansiedad y cariño.

-Con la excusa de anular el contrato –continuó- le ofrecí a Hugo ser suya esta semana. Estaba segura de que lo aceptaría, pues sabía las ganas que tenía de poseerme. De esta forma, conseguiría quitarme mi obsesión de la cabeza y una vez solucionado todo tú y yo, a partir del domingo, empezaríamos nuestra vida juntos, para siempre, sin problemas de contratos ni obsesiones por mi parte. Pero… -añadió con una repentina tristeza-… todo se ha descontrolado desde que te enteraste de todo… Lo siento tanto, cariño, no me lo podía esperar, no quería que las cosas se desarrollasen así. Y lo peor es que lo has visto directamente, tiene que haber sido muy duro para ti, de verdad es lo último que hubiese deseado que vieras en esta vida…

En este punto, una lágrima cayó por su mejilla, pero enseguida la limpió y recuperó su entereza.

-Quiero que sepas que todo lo he hecho por nosotros. De verdad soy consciente de que tenía un problema y que contra todos mis deseos ha acabado por afectarte a ti. Pero está solucionado. Desde que el domingo me recogió Hugo y me empezó a… bueno, desde entonces he ido sintiendo cómo mi obsesión desaparecía. Y a medida que esto ocurría, más me acordaba de ti, más te necesitaba conmigo. Es cierto que estos días he tenido que pasar por experiencias muy fuertes que no pienso repetir, pero tenía que hacerlo, cielo, lo necesitaba, no podía seguir disimulando a tu lado una vez casados.

Aunque no hubiese estado atado a la cama, creo que no me hubiera podido mover en aquellos momentos. La declaración de Marta me había dejado de piedra.

-Perdóname, cariño, perdóname –me dijo mientras me acariciaba lentamente desde mis testículos hasta el glande con su dedo-, por favor olvida lo que has visto y empecemos de nuevo…

Por mucha que fuera mi conmoción y mi irritación ante su confesión, las sensaciones que me producían sus caricias estaban produciendo en mí un efecto más que patente. Mi miembro, que recibía constantemente sus suaves atenciones, no podía evitar el reaccionar, poniéndose tenso como una estaca. Aquella mano suave, repasando mis zonas más sensibles y que ella conocía tan bien, podían conmigo. Sabía que lo hacía para dulcificar el amargo trago que me estaba haciendo pasar.

-Bueno, ahora ya sabes todo lo ocurrido y qué me indujo a hacer lo que hice, mi amor –me dijo cariñosamente dándome un pequeño beso en la mejilla-. Y quiero que sepas que lo que he hecho estos días con él no ha variado en absoluto el amor que siento por ti. Tampoco mis sentimientos hacia él, que a pesar de todo siguen siendo exclusivamente de amistad. En definitiva… -le costó continuar- sólo fue sexo, un sexo muy intenso pero sólo eso. Y tengo clarísima la conclusión: tener este tipo de relaciones con alguien fuera de tu pareja no varía para nada los sentimientos hacia ésta –acabó diciéndome, con un evidente rubor en su cara.

¡Pues si quería arreglar las cosas lo estaba haciendo muy bien!, pensé. Me vi desnudo, atado a la cama, con la que había sido mi novia justificando su infidelidad y vendiéndome las virtudes del sexo fuera de la pareja… Intenté mostrar mi desconformidad con gruñidos, pero para mi desgracia mi miembro seguía erecto gracias a sus constantes caricias, lo que le restaba toda credibilidad a mis quejas. En cualquier caso, Marta seguía a la suya y su aspecto era muy decidido.

-Ya te lo he contado todo y ahora empieza la segunda parte. Quiero que sepas que he dudado mucho en hacer lo que voy a hacer ahora –me dijo muy seria-, sé que estoy corriendo un riesgo enorme de perderte definitivamente, pero creo que es la única manera de que me entiendas de verdad. Y piensa que me cuesta mucho cederte como lo voy a hacer.

Vi entonces cómo Marta enviaba un mensaje con su móvil, después de lo cual se quedó a la espera. Yo estaba realmente nervioso, ignoraba lo que tenía pensado para mí e innumerables opciones de lo que podía a ocurrir pasaban por mi mente. Transcurridos unos minutos llamaron a la habitación.

-Estáte tranquilo, y recuerda en todo momento que esto es por nosotros, por nuestro bien y el de nuestro futuro –me dijo cuando se dirigía ir a abrir-. Y sobre todo, recuerda que te amo.

Lo que vi me dejó perplejo: Gina y Hugo aparecieron en la puerta. Ella con un semblante algo nervioso, él con una sonrisa cínica. Apenas se saludaron con Marta, lo que me llevó a suponer que todo aquello ya estaba preparado. Sin decir nada, ambos tomaron asiento. Él en un sillón y ella en la cama, junto a mí. Me quedé observándola y noté que no quería mirar hacia mi cuerpo desnudo, se le veía con cierta timidez en aquella extraña situación. Me sentí acorralado frente a tantos espectadores y forcejeé contra las cuerdas para intentar soltarme y recuperar mi dignidad perdida, pero una vez más sin resultado. Aquella situación me sobrepasaba. ¿Qué hacía yo desnudo, atado y amordazado, expuesto frente a aquellos casi desconocidos?

-¡Así que el mirón era en realidad el novio de Marta! –dijo Hugo mirándome en tono casi burlón, rompiendo el silencio que reinaba-. Por cierto, ¡menuda herramienta te gastas, chaval! Ahora entiendo por qué tu novia te quiere tanto…

Las palabras de Hugo hicieron que todavía me sintiese más irritado y humillado, y creo que Marta lo notó.

-Hugo, haz el favor de dejarle en paz –le reclamó Marta-, suficiente ha sufrido ya. Te recuerdo que esta vez soy yo la que manda y hoy, aquí, se hará lo que yo diga, ¿estamos? Habéis aceptado hacerlo y espero que no os echéis atrás.

Ambos afirmaron con la cabeza. Entonces Marta, como si realmente iniciase una ceremonia, se dirigió a mí.

-Cariño, imagino que estarás impaciente por saber de qué va esto, pero no sufras. Tan sólo quiero que sientas placer, pero sobre todo que sientas placer con otra. Debes darte cuenta de que si es sólo sexo, eso no afecta a lo que sientes por la persona amada, como me he dado cuenta yo. Así comprenderás cómo te sigo amando. Y no lo hago por absurdos criterios de compensación, cuernos por cuernos. Lo que quiero es que sientas lo que yo he sentido esta semana sin que estuvieses a mi lado. Estos días, y por favor no te enfades, he follado con mucha gente, a veces de manera realmente dura en sesiones de sexo ininterrumpido desde la mañana hasta la noche que me dejaban desmayada de placer y agotamiento, me han sometido, me he acostado con otras mujeres… Pero siempre acababa pensado en ti, en cómo me hubiese gustado que hubieses participado junto a mí, en cómo te echaba de menos y cómo te necesitaba. Para mí nada ha cambiado respecto a ti y quiero que lo vivas tú ahora. Y espero que tú sientas lo mismo que yo, que me amas a pesar de cualquier cosa. En realidad, también es una prueba de amor para mí.

Marta, una vez finalizó su discurso, empezó a quitarse lentamente el albornoz. Lo dejó caer al suelo y se mostró casi desnuda, tan sólo cubierta por un conjunto morado de lencería de encaje que apenas le cubría los pechos y el culo, dándole un aspecto arrebatador. Se subió de nuevo a la cama, se estiró junto a mí y acariciándome suavemente el pecho se acercó a mi oído.

-Amor, aunque pueda parecer muy lanzada con todo lo que te he dicho, no te imaginas cuánto me cuesta cederte a otra mujer, sabes que soy muy celosa, pero es necesario que lo haga –me dijo con una voz llena de cariño- y ella es la compañía perfecta. Ahora, goza como yo he gozado.

Acabó guiñándome un ojo con una picardía forzada e inmediatamente después le hizo una señal a Gina que empezase. Ésta se levantó de la cama y sin dejar de mirarme pronunció unas palabras que encontré casi enternecedoras.

-Espero que disfrutes con lo que viene ahora, yo haré lo posible para que así sea. Sé que Marta ya te ha estado calentando un poquito para dejarte preparado. Ahora me toca a mí y confío en que sirva para vuestra reconciliación. Además, te diré que me ha encantado que me pidan este favor, pues reconozco que me gustaste desde que te vi –me dijo con coquetería ante una mirada poco amistosa de Marta.

Se aproximó a la cabecera de la cama, cerró sus ojos un momento y respiró profundamente. A partir de aquí, su rostro se transformó. Ya no parecía la mujer compasiva que cuidó de mí tras el golpe, ni la amiga y confidente de Marta. Ahora vi en sus ojos la expresión de una pantera que se dispone a devorar a su presa sin piedad. Se arrodilló junto a mí y, sin retirarme la mirada, se quitó la ajustada camiseta blanca que llevaba y dos magníficos pechos se bambolearon libres frente a mi cara. Ahora sí tenía más que claro que me iban a follar.

-Me han dicho que esto te encanta, vamos a ver si es verdad –me dijo en un tono lujurioso.

Sin apenas tocarme, su lengua empezó a rozar con una estudiada lentitud el contorno de mi oreja. Muy suavemente, la introducía dentro de mi oído y hurgaba en él. Seguro que Marta le había comentado que eso me enloquecía, y Gina sin duda lo hacía muy bien. En poco tiempo, toda mi oreja le pertenecía. La lamía, la chupaba, la mordía. Consiguió ponerme la piel de gallina. Intenté aislarme de las sensaciones que me estaba produciendo, no quería participar de aquello, pero las artes de Gina eran superiores a mis esfuerzos. A medida que transcurría el tiempo, venían a mi memoria como fogonazos las imágenes de lo que vi en el barco, de cómo llegó hacer llegar al éxtasis a Marta, y mi excitación subía. De repente Gina paró.

-Veo que esto realmente te gusta –me dijo con vicio, señalando mi pene-, ¡mira cómo se te ha puesto!

Cogiéndome con firmeza del pelo, hizo subir mi cabeza lo suficiente para que, de frente, pudiese ver la considerable erección que ya tenía. Me sorprendí a mí mismo y en un absurdo gesto de disculpa dirigí mi mirada a Marta, que continuaba junto a mí, como pidiéndole perdón por mi evidente excitación, un perdón que rápidamente fui consciente de que no tenía por qué pedir. Ella me devolvió una sonrisa resignada.

Enseguida Gina volvió a la carga, se puso en pie y se quitó el pequeño short que llevaba, quedándose tan sólo con un pequeño tanga azul claro. Mirándome lujuriosamente, se dio la vuelta sobre sí misma para que la pudiese admirar. Estaba impresionante, tanto que empezaba a olvidarme de mi rechazo inicial a aquella situación. Mis ganas por poseerla empezaban a superarme.

Todavía de pie, Gina se acercó a una mesita junto a la cama y cogió un frasco de aceite corporal. Con él en la mano, se subió a la cama y se situó a horcajadas sobre mí. Lentamente, empezó derramar el líquido sobre sus pechos, dejándolo resbalar por su cuerpo hasta llegar al mío y repartiéndolo sobre mi torso. Apoyó sus manos en la cama, junto a mis costados, y poco a poco inició un cadencioso movimiento de roces sobre mí. Se restregaba, subiendo y bajando por mi cuerpo hasta rozar mi miembro con su sexo. Podía sentir el contacto de toda ella sobre mi piel. Sus pechos, grandes y tersos, presionaban mi tórax. Podía sentir sus ya erectos pezones, duros como diamantes. Gemía como una gata en celo, lanzándome ocasionales miradas de deseo que me desarmaban.

-¡Me gustas, mi niño, me gustas mucho! –exclamó Gina de repente.

Mi excitación era tan alta que casi me había olvidado de los dos espectadores, hasta que Gina se dirigió a Marta pidiéndole con un gesto que se apartase de la cama, que necesitaba espacio.

Hugo, que no sé en qué momento se había despojado de su ropa, reaccionó rápido. Se puso en pie y, aprovechando la exigencia de Gina, tomó a Marta de la mano, la sacó de la cama y se la sentó encima, encajando su ya morcillón pene entre las nalgas de ella. Parecía que Marta iba a protestar, pero él se lo impidió.

-No te muevas, desde aquí lo puedes ver perfectamente y no les molestamos –le dijo en un tono autoritario, mientras con un brazo la rodeaba por la cintura, reteniéndola contra él.

Marta no dijo nada más y se centró en observarnos. La maniobra de Hugo me jodió, pues era evidente que sus intenciones iban más allá que simplemente tenerla en su regazo. Mantuvo un brazo sobre el vientre de ella, mientras su otra mano se depositaba distraídamente sobre un muslo de Marta, demasiado cerca de su sexo. El sentimiento de ira que me provocaban ese hombre y la manera de actuar de Marta, de total aceptación a la orden de Hugo, se mezclaba con el placer que me daba Gina. Ambos sentimientos luchaban en mi cabeza, sin saber cuál dominaba. Fue Gina la que rápidamente decantó la lucha.

De debajo de una almohada, Gina sacó unas grandes tijeras. Me asusté de nuevo al no saber qué pretendía. Vio mi cara y sonrió para tranquilizarme. Con una precisión de cirujano, realizó un rápido corte en la base de su tanga, abriendo una brecha a la altura de su vulva. Entonces apareció frente a mí su coño rosado, húmedo, de breves labios, asomando a una ventana de tela y sin vello alrededor.

Sentada sobre mis muslos, hizo algo que cuando lo recuerdo todavía me estremezco de placer. Tomó mi enhiesto miembro con una mano, lo acercó a la abertura del tanga y cuando yo creía que Gina iba a empezar a follarme lo introdujo entre su pubis y el tanga, apenas rozando su coño. Una vez situado mi pene en la posición vertical que pretendía Gina, la imagen resultante me impactó. La tela era tan fina y elástica que se había convertido en un molde de mi pene, en el que se dibujaban con claridad sus formas. La sensación que sentí al notar mi pene aprisionado entre la suavidad de aquella carne tibia y la tela fue tan sublime que estuve a punto de correrme.

-Por tu cara creo que te pensabas que íbamos a follar, ¿no, chico malo? –me dijo Gina con una sonrisa lasciva-. Pues todavía no, te lo vas a tener que ganar.

Me sentía sobrepasado. Quise desviar mi mirada y sin darme cuenta acabó enfocada sobre Marta y Hugo. Ella seguía expectante lo que ocurría en la cama, como si nada más la distrajese, pero estoy seguro de que la verdad era otra. Las manos de Hugo ya habían ido avanzando y en aquel momento una estaba rozando un pecho de Marta por encima del sujetador y la otra se había colado por dentro de su braga, camino de su sexo. Sin duda ella lo estaba notando, aunque no decía nada, pues pude ver cómo se marcaban sus pezones sobre aquella tela morada. Al verme mirando hacia ellos, Hugo reaccionó con toda la intención haciendo más evidentes sus maniobras. Abandonó por un momento el pecho de Marta y con esa mano soltó en un santiamén el cierre del sujetador, que cayó dejando al aire aquellos maravillosos senos. Inmediatamente inició un intenso masaje sobre ellos, dándole pequeños pellizcos a sus pezones. Vi también cómo su otra mano penetró con sus dedos la vagina de Marta. Ésta soltó un leve suspiro mientras echaba su cabeza hacia atrás. En cuanto se repuso, volvió a mirarme fijamente.

-Cariño –me dijo con voz trémula que pretendía ser convincente-, tú sabes que te quiero más que a nadie y que esto no significa nada, ¿verdad? Sólo es placer, como el que tú también estás viviendo… con otra.

Placer, ira, excitación, rabia… Todos estos sentimientos iban conformando en mi mente una espiral de intensas emociones que atormentaba mi cabeza.

De nuevo Gina interrumpió mis pensamientos. Se había mantenido quieta hasta entonces, pero ahora empezaba a realizar pequeños movimientos circulares con su cadera que provocaban constantes roces en mi sexo aprisionado. De nuevo el delirio me dominaba.

-Oye, fisgón –me reclamó Gina para llamar mmi atención-, deja de mirarles y hazme caso a mí.

La verdad era que no había ninguna necesidad de que me advirtiese, pues mi atención ya le pertenecía gracias al sensitivo masaje al que me sometía. Sus movimientos continuaron con una estudiada cadencia. El placer de los roces mezclado con la incomodidad, casi dolor, que me suponía tener el pene aprisionado en un espacio inferior al que ya requería me estaba volviendo loco. Gina, restregando su sexo contra mis testículos emitía suaves gemidos, lo que hacía más excitante la situación. Las primeras manchas de mi humedad ya se estaban haciendo visibles en su tanga, fruto de la excitación en la que me encontraba. Al verlas, Gina detuvo sus movimientos.

-Nada de correrse todavía, ¿eh? No hemos acabado y quiero que reserves tus energías para el final, ¿de acuerdo?

Le hice caso, no me quedaba otra. Cerré mis ojos para relajarme, pero me fue imposible. Marta había empezado a gemir de manera más ostentosa, lo que me irritaba sobremanera. Gina, que vio mi reacción, quiso compensarla excitándome todavía más. Abrió un poco el borde superior de su tanga y derramó una enorme cantidad de aceite que todavía hacía más suave y agradable el roce de mi miembro con su pubis. Pero su placentera tortura todavía iba a ir a más. Gina volvió a buscar algo debajo de la almohada. Vi cómo tomó dos consoladores de gruesas cabezas vibratorias y los conectó. Con una expresión casi sádica, los acercó a mi pecho y desde allí, rozándome la piel, los fue bajando hasta llegar a mi polla.

-¡Ahora verás lo que es bueno! –me dijo mirándome a los ojos, mientras con cada mano sujetaba un vibrador y colocaba sus respectivas cabezas presionando mi excitado miembro bajo su tanga.

Aquella sensación fue tan sublime que no pude evitar dar un bote sobre la cama. Gina subía y bajaba los vibradores sobre el tronco de mi sexo, cebándose después en mi glande, en una masturbación inigualable.  Sentía mi polla resbalando sobre su cálida piel mientras, a través de aquella fina tela, los vibradores incrementaban cada vez más mi excitación. Empecé a respirar con fuerza, estaba a punto de explotar.

-¡Para, Gina, para que se va a correr! –exclamó de repente Marta, que me conocía y sabía en qué estado me encontraba.

Marta se levantó, abandonando los magreos que le estaba dando Hugo, y se dirigió a la cama.

-Hazlo así –le indicó a Gina mientras me agarraba de los huevos con fuerza-, en cuanto veas que se va a correr apriétale fuerte hasta que se calme.

Vi las estrellas, pero realmente Marta consiguió calmarme. Poco después Gina reinició el proceso pero disminuyendo la intensidad para alargar mi agonía.  Marta se quedó estirada a mi lado, observando lo que me hacía Gina, dándole su aprobación.

-¿Verdad que te gusta, cariño? –me dijo Marta antes de darme un tierno beso en el cuello-. Sé que estás en buenas manos, así que te voy a dejar solito.

En ese momento, Marta le hizo una señal a Hugo para que se acercase y éste, presto, se sentó en la cama junto a ella. Lo tomó con sus manos por detrás de la cabeza, se lo acercó e iniciaron un morreo con una furia animal. Mientras Marta le comía la boca con desenfreno, no paraba de mirarme. Parecía que quería darme ejemplo de cómo se siente deseo por otro. Pero Hugo quería más. Se recostó sobre el cabezal y cogiendo a Marta del pelo la dirigió a su enorme polla. No necesitó más instrucciones para iniciar una procesión de lamidas sobre aquella barra de carne. Le recorría hasta el último rincón, repasando con la lengua sus gruesas pelotas. Y seguía mirándome…

Ante aquel espectáculo yo me había quedado atónito. Ver a la que hasta ahora había sido mi prometida mamándosela a otro en mis narices, a la vez que me miraba de manera provocativa, me revolvía las tripas. Y Marta insistía en justificarlo.

-Mírame, cariño, y mira cómo disfruta Hugo conmigo igual que estás haciendo tú con Gina –me dijo entre gemidos-. Pero a él no le amo, mi amor verdadero eres tú. Y sé que tú me amas a mí, que piensas sólo en mí a pesar de estar con otra mujer, ¿a que sí? –me preguntaba mientras con sus uñas acariciaba los huevos de Hugo-. Esto es sólo sexo –me insistió antes de engullir de nuevo la polla de aquel hombre.

Durante un rato hubo silencio. Gina seguía con su especial tormento de placer hacia mí y Marta continuaba su experta mamada a Hugo. Fue entonces cuando Gina me dio una nueva vuelta de tuerca. Soltó los vibradores, se embadurnó la mano de aceite y en un gesto casi acrobático introdujo un dedo en mi ano hasta tocar mi próstata. Con su otra mano tomó mi pene por dentro del tanga, iniciando un masaje en el que se simultaneaban caricias y fuertes apretones. Aquello me provocó una sensación de placer que nunca había vivido

Por su parte Hugo decidió cambiar de posición. Excitado como estaba, colocó a Marta a lo largo de la cama, bocabajo y con su cabeza apuntando a mis pies. Sin decir nada, se agarró el miembro con una mano, separó las piernas de ella y se la clavó entera de un solo empujón. El grito de Marta fue desgarrador, pero no obtuvo la menor compasión del hombre, que inició un bombeo salvaje. Al ver aquello, me revolví pero sin poder hacer nada. Gemí, me quejé como pude hasta que fue Marta la que se dirigió a mí.

-¡Fíjate, amor, mira cómo me gusta que me follen! –gritó desmelenada con los ojos casi en blanco-. ¡Y tú, cabrón, dame duro como tú sabes!

Pero el odio y la ira que me debía provocar aquello quedaban tapados por el increíble placer que me daba Gina. Hurgando en mi próstata mientras me pajeaba de manera magistral me nublaba el entendimiento y mi excitación no paraba de subir. La orgía que se estaba produciendo en aquella habitación no la había visto ni en películas porno. Todo era un cúmulo de carne, sudor y sexo, rodeado de gemidos de placer. Y yo ya no podía aguantar más. Gina lo notó y por fin se decidió a follar. En un rápido movimiento, con su mano introdujo mi pene en su vagina y abandonando mi ano se puso a cabalgar sobre mí como una amazona enloquecida. Ahora los gritos de placer de una y otra se confundían entre sí. Las arremetidas de Hugo sobre el cuerpo de Marta eran bestiales. En cada una de ellas, Marta no podía evitar sollozar de puro goce. Me miraba pero no me veía. Conociéndola sabía que estaba a punto de explotar. Desde luego, yo también. Con la poca movilidad que tenía, impulsaba mi cadera para penetrar en lo más profundo a Gina. Todo iba cada vez más rápido, más intenso, más descontrolado. El éxtasis global estaba a punto de llegar. A punto de que mi corazón explotase, ya no lo pude soportar más y en un último empujón sentí una increíble descarga de placer por todo mi cuerpo y empecé a correrme dentro de Gina, como si la vida se me escapase por la polla. Pude notar entonces sus inmensas contracciones alrededor de mi sexo, que lo estrujaban incrementando mi placer. Su orgasmo fue atómico. Botaba sobre mí, gritando como una posesa, hasta que al final cayó rendida sobre mi cuerpo, abrazándome y llenándome de besos.

La explosión de Marta y Hugo fue inmediata. Los bufidos de buey herido que soltaba él eran el anuncio de su inminente orgasmo. Marta no paraba de gritar y gemir. Entonces la vi tensarse, quedarse como muerta e irguiendo la cabeza recibió el último y definitivo empujón de Hugo, que mantuvo su pollón dentro de ella presionando con todas sus fuerzas. Un espantoso grito final anunció el descomunal orgasmo de Marta.

Tras unos momentos de silencio, Gina y Hugo se incorporaron, se vistieron y abandonaron la habitación sin apenas despedirse. Una vez solos, Marta se estiró sobre mí, me abrazó y me besó con una enorme ternura.

-Ahora te soltaré y hablamos, cariño –me dijo con gran ternura.

Pero una vez libre, sin mirarle a la cara y en silencio, me marché de la habitación.


No volví a casa hasta pasados dos meses desde aquel maldito fin de semana en el Caribe. Durante este tiempo estuve viajando solo, para finalmente instalarme unas semanas en casa de mi hermano en París. Me dediqué básicamente a pensar en mi futuro, en qué rumbo tenía que seguir mi vida a partir de ahora. No hace falta decir que la boda se suspendió, sin fecha alguna como alternativa.          De hecho, era mi intención no volver a verla nunca más. Fueron dos meses de una inmensa tristeza que fue emergiendo a medida que mi ira e indignación se relajaban, de mucha reflexión por mi parte y, cómo no, de intentar olvidarla día tras día, pensando inevitablemente si en algo me había equivocado con ella.

El tiempo fue pasando hasta que me sentí fuerte y seguro para volver a mi vida. Recuerdo que fue un martes al mediodía cuando por fin estaba entrando en casa. Me di cuenta entonces de cuántas ganas tenía de volver a mi hogar.

Traspasé la puerta, dejé la maleta en el recibidor y me dirigí a la cocina para dejar las cuatro cosas de comer que traía. Entonces la vi. Me quedé helado.

Marta se encontraba de pie, junto a la mesa en la que estaba almorzando. En aquel momento no supe ni qué decirle, no me esperaba de ninguna manera encontrármela allí. Iba impecablemente vestida de ejecutiva. Supongo que con cara de tonto me quedé mirándola.

-¡Por fin has vuelto! –me dijo con un desparpajo forzado que me era difícil de asimilar-. ¿No sabes que tenemos un despacho en marcha que requiere toda nuestra atención y esfuerzo? Anda, siéntate aquí, te prepararé algo de comer. Y escúchame atentamente, que tengo muchas cosas que contarte.

Como un autómata la obedecí, me senté frente a ella y todavía en silencio me limité a escucharla. Durante la comida Marta no paró de explicarme todo lo que había estado haciendo respecto al nuevo despacho durante estos dos meses en los que yo estuve ausente. Se había encargado de equiparlo, ponerlo en marcha, establecer los primeros contactos, contratar una secretaria y, en definitiva, todo lo necesario para abrir la oficina.

-Y esto es todo –concluyó-, no me dirás que he perdido el tiempo, ¿no? –me dijo con una enorme sonrisa de satisfacción-. Pero el despacho te necesita con urgencia, recuerda que tú eres el jefe y el que sabe de verdad, así que ¡ponte las pilas!

No me lo podía creer. Era inconcebible que su actitud conmigo fuese de verdad tan natural después de todo lo que había pasado. Estoy seguro de que tenía que estar haciendo un enorme esfuerzo para mantener aquella compostura. Fue entonces cuando por fin me dirigí a ella.

-¿Se puede saber qué haces aquí? –le recriminé en el tono más duro que recuerdo haber utilizado en mi vida-. No sé qué te pueda hacer pensar que tengo las más mínimas ganas de verte. ¿Te has vuelto loca o quizá crees que lo estoy yo?

Su rostro cambió radicalmente al oírme. Su fingida naturalidad desapareció y empezó un rosario de disculpas. Los lloros tardaron poco en aparecer. De manera entrecortada me confesaba su arrepentimiento, que sentía mucho el daño que me había hecho, pero que pensásemos en el futuro. Y a partir de aquí hablamos y hablamos y hablamos… hasta que acabé follándomela sobre la mesa con una furia incontenible mientras oía los gritos de placer desenfrenado de Marta.

Han pasado seis meses desde que todo empezó. El despacho va a las mil maravillas y Marta ha demostrado ser una excelente profesional sin la cual el negocio iría sin duda peor. Vive en casa, pero duerme en otra habitación. No somos pareja ni nada que se le parezca. De hecho, llevo una vida independiente en lo personal. Eso sí, sigue siendo la mujer más atractiva y apetecible que he conocido en mi vida y por eso follamos a menudo, con una entrega por su parte que nunca me había mostrado. Ella sólo lo hace conmigo (incluso me insiste en que desde el famoso fin de semana no se ha acostado con otro ni piensa hacerlo), aunque de mí no tenga esa exclusividad. Cuando estamos los dos en casa la he descubierto en alguna ocasión mirándome a escondidas de reojo, con una expresión en la que veo mezcla de amor y añoranza. En cuanto ve que me doy cuenta, se gira de repente, como avergonzada de hacerlo. Creo que todavía me ama, pero tampoco quiero saberlo. Además, me extraña que Marta pueda renunciar a un placer como el que dice que sintió aquellos días sin nada a cambio.

Y ésta es mi historia, por lo menos hasta hoy. Marta ha supuesto para mí el disfrutar de los mejores y más inolvidables momentos de mi vida. Pero también ha sido el origen de los peores. Con lo que he vivido, sé que no me volveré a enamorar, ni de ella ni de nadie. Y lo sé porque mi corazón quedó enterrado y moribundo en una pequeña y lejana isla a la que no pienso regresar jamás. Me quedo soltero y disfrutando del cuerpo de Marta, con eso tengo suficiente. Ya no aspiro a grandes y felices relaciones llenas de amor pero tampoco estoy dispuesto a aceptar los terribles efectos que se pueden derivar de ellas. Así es que mi vida se moverá en ese nivel, quizá algo insípido, pero que es el que deseo. Esa zona que hay entre el absoluto placer y el insoportable dolor, esa zona templada que existe entre dos mundos que me niego volver a visitar: esa zona que se encuentra entre el cielo y el infierno.

FIN…?