Entre el cielo y el infierno

Mi novia va a realizar su último trabajo como modelo. ¿Cambiarían con ello nuestras vida para siempre?

Todo empezó aquella mañana de domingo, hace seis meses. Marta preparaba su maleta, mientras yo, desde la cama en la que acabábamos de gozar  de una pasional noche de sexo, me deleitaba observándola. Era realmente preciosa. Hija de padre holandés y madre española, respondía al físico de aquellas tierras: alta, de cabello castaño claro y un cuerpo muy estilizado. Desde luego no había duda de por qué trabajaba como modelo. Recién duchada y cubierta tan solo por un pequeño tanga, se movía apresurada por la habitación, seleccionando su equipaje. Lencería, bolsa de cosméticos, calzado y ropa variada eran introducidos en su trolley de forma rápida y metódica. Se notaba que estaba acostumbrada a hacerlo.

Marta estaba a punto de iniciar un viaje que representaría la que iba a ser su última actuación en un reportaje fotográfico, el final de su carrera como modelo. A sus 28 años seguía teniendo infinidad de solicitudes para posar, pero su decisión estaba tomada. Habíamos tratado este tema en numerosas ocasiones. De hecho, le quedaban por cumplir todavía dos años de su contrato con la firma para la que trabajaba, pero en las últimas semanas siempre me decía que no le diese importancia a eso, que ella lo solucionaría. En cualquier caso, ella lo tenía muy claro: quería dejar aquella vida nómada, estar más a mi lado y desarrollar conmigo su nueva carrera de abogado, cuyos estudios tanto esfuerzo le costó terminar por falta de tiempo. La verdad es que yo nunca me opuse a que continuara con su profesión, no soy el dueño de nadie y menos de ella. Además, dado lo decidido de su carácter, difícilmente la hubiese hecho cambiar de opinión. Y, por qué no decirlo, personalmente el nuevo futuro que vislumbraba me hacía todavía más feliz de lo que ya era a su lado.

Volviendo a aquel momento, cuando Marta lo tenía ya todo preparado para marchar, se me acercó, sentándose en la cama, me miró tiernamente y se lanzó sobre mí, abrazándome y llenándome de besos.

-  Cielo, ya te estoy echando de menos –me dijo con pena y mucho cariño mientras me acariciaba-. Llegarás el domingo, como hemos quedado, ¿verdad? Yo ya habré acabado y así podremos estar juntos. Todavía no me lo puedo creer, ¡quince días de viaje contigo, solitos!

-  No sé, mujer cruel, tengo mis dudas –le respondí con ironía-, esto de que te vayas a la otra punta del mundo y me abandones aquí, a un mes de nuestra boda, para hacer un reportaje no sé si te lo perdonaré. Aunque pensándolo bien, como es el último lo daré por bueno. Porque de verdad es el último, ¿no es así?

Justo en ese momento, noté una expresión extraña en su rostro. Pero enseguida cambió el gesto, sonrió y afirmó con la cabeza mientras bajaba un poco la vista. Segundos después, me cogió de las manos y mirándome fijamente a los ojos me dijo de forma casi solemne:

-  Te quiero, cariño. Te amo como nunca pensé que podía amar a nadie. Por ti dejo mi carrera y lo hago feliz, haría lo que fuese necesario para estar contigo, ahora y siempre, y pasar el resto de nuestra vida juntos –me confesó, mientras una pequeña lágrima se le escapaba.

-  Con esto tengo suficiente –le dije abrazándole con todo mi amor-. Pero ¿por qué lloras, cielo? ¿Te ocurre algo?

-   No… es que... bueno, las mujeres somos así, con nuestros pequeños ataques de sensibilidad. Anda –me dijo ya más relajada-, levántate y acompáñame a la puerta, que el taxi ya debe estar esperando.

La despedida fue breve pero muy emotiva. Yo seguía notando a Marta algo extraña. No sabía si era porque veía que el final de su carrera se acercaba, si por dejarme solo unos días o por qué, pero estaba extremadamente sensible. Nos abrazamos, nos besamos y nos dijimos adiós como si se tratase de una separación eterna.

-   Una semana, amor, una semana y se acabó el separarnos –me dijo Marta cuando ya atravesaba la puerta-. Una semana y se acabarán mis constantes ausencias. ¡Ya no te dejaré solito nunca más!

Sonreí y me despedí de ella con la mano.

-  Sí, cariño, tan solo una semana –murmuré mientras la veía marchar.

En cuanto la perdí de vista, reí para mí… ¡Menuda sorpresa le iba a dar! Lo tenía todo preparado para poder llegar el jueves sin que nadie lo supiera. Ya estaba disfrutando al imaginar su exclamación de alegría al verme allí tres días antes de lo acordado. Mi idea era pasar desde el jueves hasta el domingo con ella en la isla para después iniciar nuestro viaje de novios. Lo íbamos a celebrar antes de casarnos pues iba a ser complicado hacerlo después dado que a la vuelta debíamos poner nuestro nuevo despacho en marcha y eso iba a absorber todo nuestro tiempo. Lo mejor es que ya lo haríamos casados.

Llegó por fin el jueves por la mañana. Durante el vuelo hasta Santo Domingo me encontraba excitado, como un novio primerizo que se escapa para ver a su chica. No paraba de pensar en ella, en los planes de futuro que teníamos juntos. Recordé cuándo nos conocimos, hace ahora dos años, ella con 26 y yo con 28. Fue un flechazo inmediato, en una fiesta de amigos comunes. Me fijé en Marta tan sólo verla, era la mujer más atractiva que había visto en mi vida. Elegante y sensual, con una mirada felina que me hacía estremecer. Y a lo largo de la velada, pude comprobar que además de tener un extraordinario físico era una persona dulce y femenina, llena de sentido del humor e inteligente. Aquella misma noche nos fuimos a mi casa e hicimos el amor con tal intensidad que a medida que pasaban los minutos me iba enamorando más y más de ella. Y ella de mí. Desde entonces no nos hemos separado y hace ahora aproximadamente un año que vivimos juntos.

En estos pensamientos estaba cuando por fin aterrizamos. Siguiendo las instrucciones que me había dado Marta, tomé entonces un transbordador que me llevaría hasta la pequeña isla en la que ella debía estar instalada. Mi corazón iba a mil por hora pensando en que el gran momento se acercaba. Una vez en mi destino, ya al atardecer, me dirigí al hotel en el que había quedado con ella el domingo. Era paradisíaco, un lujoso resort junto al mar, deliciosamente diseñado entre la exuberante naturaleza. Todo iba perfecto hasta entonces, me sentía feliz y eufórico. Lo que no podía imaginar era que en ese preciso instante todo estaba a punto de cambiar, y de manera radical. Mi calvario empezó al presentarme en la recepción del hotel.

-  Buenas noches.

-  Buenas noches, caballero. ¿En qué puedo ayudarle?

-  Mire, he quedado aquí con la señorita Marta Alcaraz, ¿podría por favor anunciarle mi llegada? No sé si se encuentra en estos momentos en el hotel, pero si así fuera se lo agradecería.

-  Un momento por favor, vamos a ver si está en su habitación.

La recepcionista empezó a teclear en su ordenador. Tecleaba y miraba la pantalla. Yo seguía esperando y me pareció que ya tardaba demasiado. A continuación, cogió el teléfono y se puso a hablar con alguien sin que yo pudiese oírla.

-  Perdone señorita, ¿ocurre algo? –le pregunté inquieto cuando colgó.

-  Disculpe caballero, pero no encontramos alojada en el hotel a la persona que busca. Si me permite, estamos acabando de verificarlo.

Supuse que se trataría de alguna confusión, así que continué esperando en silencio la información de la recepcionista, aunque mi inquietud se iba acrecentando.

-  Pues no, caballero, lo lamentamos pero esta persona que cita no tiene reserva en nuestro hotel –acabó respondiéndome la recepcionista-. Quizá la habitación esté a otro nombre. ¿Podría indicarme si venía acompañada? Así buscaríamos el nombre de otra reserva para poder localizarla.

-  Bueno, de hecho vino el pasado domingo con más personas, un equipo de trabajo –le respondí preocupado-. Mire por favor por el nombre de la empresa. Lo que ocurre es que ahora no lo recuerdo…

-  No se preocupe, si me dice la actividad podremos buscarlo. ¿Me lo podría indicar?

-  Sí –respiré aliviado, pensando que por esta vía podríamos encontrarla- supongo que es un equipo mixto de una revista de modas y un equipo fotográfico. Mi novia… bueno, Marta, venía a realizar un reportaje con ellos.

-  ¿Un reportaje de modas? –me preguntó sorprendida-. Pues lamento decirle que en la actualidad no tenemos reservas de este perfil. Además, podría decirse que nosotros nos ocupamos siempre del alojamiento en este tipo de eventos. Sin duda, de haber un reportaje como el que me comenta, las personas estarían hospedadas aquí. Y no es el caso. De hecho, en toda la semana no ha habido ninguno. En caso contrario lo sabríamos.

-  ¿Y en otro hotel? ¿Mi novia puede haberse alojado en otro? –pregunté angustiado al darme cuenta de que Marta no estaba allí.

-  Esta isla es muy pequeña, caballero. No hay otro complejo como éste. Puede preguntar en algún hotel, pero creo que perderá el tiempo. No hay otro lugar que pueda alojar al equipo que me comenta, lo siento.

En este punto perdí los nervios. Me retiré de la recepción y llamé al móvil de Marta infinidad de veces, pero siempre saltaba el contestador. Llamé también a todos los hoteles de la isla y nadie sabía nada de ella. La cabeza no paraba de darme vueltas. Empecé a preocuparme de verdad. Lo que no entendía es que durante la semana en ningún momento me comentó que hubiese habido cambio alguno sobre el plan previsto. Es cierto que hablamos poco, pues las comunicaciones no eran buenas, pero estoy seguro de que de haber ocurrido algo me lo hubiese dicho. Es más, por teléfono se le notaba muy normal, incluso contenta. Entonces, ¿qué estaba pasando? ¿Me habría confundido yo? Revisé una vez más los nombres y direcciones que ella me dio, pero no había error alguno, Marta tenía que estar allí. Todo me parecía absurdo e irreal. ¿Dónde estaba Marta? Al final, sin saber qué hacer para encontrarla, opté por reservar una habitación en el hotel. Dejé mi maleta en recepción y totalmente confuso salí a caminar, tenía que pensar.

Anduve por la isla sin rumbo fijo durante no sé cuánto tiempo. Sin darme cuenta, acabé junto al puerto. Prácticamente no se veía a nadie, pues ya era de noche. Tan solo un par bares abiertos, algo alejados del muelle, con poca animación. Seguía dándole vueltas a la cabeza, pensando en cuál tenía que ser mi siguiente paso, cuando algo llamó mi atención. Un impresionante velero estaba atracado junto a un espigón al final del puerto. No era el momento para fijarse en esas cosas, pero me dirigí hacia él. Así, de paso, me distraería un poco y espantaría los fantasmas que corrían por mi mente. Poco a poco me acerqué hasta alcanzarlo. Estuve dudando y finalmente, como pude, subí a bordo, pensando que estaría desocupado. Me quedé disfrutando durante unos minutos de una maravilla como aquélla. Estaba a punto de marcharme y volver con mis problemas cuando de repente me pareció oír un gemido. Me quedé quieto, aguzando mi oído, pero el sonido del oleaje me lo impedía. Al poco tiempo volví a escuchar lo que me pareció un largo lamento. Pensé que podía estar ocurriendo algo grave e intenté entrar. La puerta estaba cerrada, así que volteé por cubierta intentando averiguar algo. Por fin, a través de una pequeña ventana, encontré una cabina iluminada.  Era una luz tenue pero suficiente para averiguar lo que ocurría adentro. Lo vi. Y no lo podía creer.

El cuerpo desnudo de una joven y escultural rubia se encontraba de pie, casi de puntillas, inmovilizado en el centro de la estancia. Sus muñecas y tobillos estaban atados a argollas situadas tanto en el techo como en el suelo, de manera que le obligaban a mantener sus extremidades totalmente extendidas. Llevaba una mordaza en la boca y parte de la cara cubierta con un antifaz opaco, que nada le dejaría ver pero que no impedía adivinar en ella unas facciones muy bellas. Su cuerpo, tenso por el efecto de las ataduras, se veía sudoroso. Pese a lo que se pudiera pensar, no parecía estar asustada; todo al contrario, daba la sensación de que incluso forzaba voluntariamente una mayor exposición de su anatomía, ofreciéndola orgullosa hasta el punto que las cuerdas se lo permitían. Su imagen era realmente excitante. A su lado, una imponente mujer morena, de formas rotundas, caminaba lentamente a su alrededor, mirándola con ojos ávidos de deseo. También desnuda, portaba una fusta en su mano derecha. Cerca de ella, sobre una pequeña mesa, se veía todo tipo de artilugios destinados a hacer una sesión “diferente”: consoladores de diversos tamaños, vibradores, pinzas metálicas, aceites… El cuadro lo completaba un único hombre, sentado en un gran sillón, observando la escena. De unos 40 años y totalmente rapado, se le veía muy alto y fuerte, con un cuerpo cuidado. Su rostro parecía duro, perturbador. En aquel momento el silencio era casi total. Tan solo se oía la profunda respiración de la joven atada. A una señal del hombre, la morena reaccionó.

  • ¡Zas, zas, zas! –retumbó en la sala.

Tres fuertes fustazos impactaron sin piedad en las perfectas nalgas de la mujer, que se tensó de manera dramática, a la vez que reprimía un lamento. Al poco, tres líneas rosadas hacían aparición sobre su blanca piel. Ver por un instante aquel cuerpo sudoroso, arqueándose hacia delante y esforzándose en mantener el silencio, se me hizo una imagen escalofriante. El hombre se levantó y se dirigió a la rubia. Ella no le podría ver pero seguro que notaría su presencia, pues se situó a muy pocos centímetros de su rostro.

-  Delicioso, verte así es simplemente delicioso, querida. Muy bien, ni un quejido. ¿Quizá es que te gusta lo que te hace tu amiga? –preguntó con sorna.-

La rubia no respondió y se limitó a negar girando su cuello.

-  Por cierto, seguro que sientes cómo tus demás sentidos se agudizan al no poder ver. Cada caricia, cada roce, son mucho más intensos. También el dolor. Bueno, vamos a seguir –continuó mientras le acariciaba el pelo-. Sé que estarás cansada, llevamos más de dos horas jugando contigo, pero ya queda poco y hasta ahora lo has hecho muy bien. Además, para eso has venido aquí, para complacerme en todo aquello que desee, así lo acordamos. Habrás notado que esta tarde hemos impedido que te corras, a pesar de haberte dejado a las puertas del orgasmo en varias ocasiones. Estoy seguro de que tu deseo crece y crece, pero ignoras hasta dónde puede llegar. De eso se trata, de que anheles encontrar tu límite y que nosotros disfrutemos con ello. Estos días has gozado mucho a mi lado, más de lo que podías soñar, emborrachada de sexo y placer. Pero lo de hoy es diferente, es casi nuestra despedida y necesito que estés en este estado de excitación máxima y permanente.

Ella afirmó con la cabeza sin siquiera esperar ser preguntada.

-  Y ahora, poco a poco, te iremos acercando al éxtasis. ¿Sabías que la mezcla de placer y dolor es algo inigualable? ¿Te apetece conocerlo? –le preguntó el hombre, si bien parecía que sólo lo decía para aumentar su inquietud.

En aquel momento vi que la entrega de ella era total pues aceptó de nuevo. Como si no tuviese voluntad propia, no se revelaba frente a lo que se le venía encima. Es más, parecía estar deseándolo.

-  Continúa, Gina –ordenó el hombre-. Sigue tus instintos pero recuerda: placer y dolor.

-  Lo que tú mandes, Hugo –respondió complacida la mujer morena-.

Su cara se iluminó, deseaba dominar sexualmente a aquel cuerpo perfecto e indefenso. Mientras, los movimientos imposibles bajo las cuerdas que intentaba la víctima reflejaban su mezcla de temor y deseo. Gina tomó una larga pluma de ave y se acercó a ella.

-  Hola putita, al fin solas tú y yo –le dijo al oído-. Vamos a ver cómo tienes el cuerpo de sensible, ¿te parece?

La rubia, ciega por el antifaz, parecía cada vez más nerviosa. Imagino que no sabía si lo que venía a continuación sería doloroso o placentero. Para suerte de ella, fue lo segundo. Gina se situó frente al cuerpo inmovilizado y, después de observarlo un instante, con estudiada lentitud empezó a acariciar con la pluma la piel de la joven. Inició su trabajo por un lado del cuello. Un respingo de sensación súbita fue su reacción. No sabía ni cómo ni dónde iba a ser atacada, pero aquello le estaba gustando. Gina continuó pasando suavemente la pluma entre su cuello y la oreja, ampliando progresivamente su radio de acción. Los hombros, el cuello, las orejas, la parte alta de la espalda… Delicadamente, iba acariciando con la pluma la piel de la mujer. Bajó por el centro de su pecho, evitando rozar sus erguidas tetas, y siguió bajando hasta el ombligo, donde se entretuvo con aquella suave tortura. La respiración de la rubia se iba haciendo más intensa, pero permanecía totalmente quieta, como concentrándose en las sensaciones que recibía. Tímidamente intentaba acercar su cuerpo a la pluma para aumentar el contacto con ella. A partir de aquí, los movimientos de Gina fueron cada vez más imprevisibles. Pasaba del cuello al abdomen y de éste a la parte interna de los muslos o a sus caderas, sus axilas, sus nalgas… Todas sus zonas erógenas eran repasadas concienzudamente. Bueno, no todas.

-  Mmm… parece que esto te está gustando, zorrita. ¿Y no querrías que pasase mi pluma por otras zonas más, digamos, sensibles? –preguntó la morena con intención.

La mujer no tardó en responder, afirmando con su cabeza varias veces, mostrando así su ansiedad de placer.

-  Está bien, seré buena y lo haré –dijo Gina-. Y dime, ¿dónde quieres que lo haga?

La rubia, al no poder hablar, se esforzó en ofrecer sus pechos arqueando su tronco hacia delante y ofreciéndolos con avidez.

-  Ya veo, ya veo... Pero esto ha de tener un coste para ti. ¿Estás dispuesta a pagarlo?

Ella tardó un poco más en responder, pero volvió a afirmar. Se la veía necesitada de tener esa torturadora pluma en sus pechos.

-  ¡Zas, zas! –sin previo aviso, dos nuevos fustazos estallaron en las erguidas tetas de la mujer, bajo sus pezones, mientras un largo gemido de dolor salía de su garganta.

Al verlo, noté como la sangre me bombeaba con fuerza las sienes. Mis sensaciones tanto de excitación como a la vez de rechazo por lo que veía eran muy intensas. Seguí observando y noté la cara de satisfacción y aprobación de Hugo. Gina se acercó al oído de la mujer, mientras ésta se movía histérica.

-  Shhh, no hables, que te van a castigar de verdad, recuerda que has aceptado el trato, ¿no es así? ¡Pues entonces no te quejes, zorrita!

Dicho esto, Gina dejó pasar unos instantes antes de continuar su trabajo. Parecía que era la manera de que la rubia sufriese a solas y durante más tiempo el fuerte escozor en sus pechos. Cuando pensó que el dolor habría disminuido, lentamente reinició sus caricias con la pluma, entreteniéndose en la parte baja  de los pechos de ella. Pasaba con mucha delicadeza todo el lateral de la pluma por ellos, moviéndola suavemente hacia arriba pero sin llegar a tocar los pezones. Tardó, pero poco a poco la mujer volvió a gemir de placer. Gina dedicó mucho tiempo a esos maravillosos pechos, hasta llegar a sus pezones y concentrarse en ellos. Pasada tras pasada, se notaba la creciente excitación de la rubia. Gina volvió a parar un rato, lo que pareció contrariar a la mujer.

-  ¿Sigo? –preguntó.

Se lo pensó y finalmente volvió a afirmar. Justo entonces, sabiendo el alto precio de su petición, tensó su cuerpo al máximo esperando el siguiente golpe. Estaba dispuesta a aceptarlo a cambio de continuar obteniendo placer.

-  Muy bien –le dijo Gina- veo que ya sabes cómo va esto.

Pero esta vez no fue dolor lo que sintió, sino tres intensos lametazos sobre su sexo que erizaron toda su piel.

-  ¡Aghhhh! –se le escapó a la rubia al sentir aquella lengua húmeda y caliente sobre su carne, mientras movía violentamente la cabeza hacia atrás en señal de excitación.

Era evidente que la rubia no se esperaba aquello, pero tampoco lo que vino a continuación. Otros dos tremendos fustazos sobre sus pechos la hicieron encogerse en un movimiento todavía más violento que el anterior.

- Placer y dolor, ¿recuerdas? -le dijo cínicamente Gina-. Y ahora dime, ¿seguro que quieres que continúe con tu chochito, puta?

Esta vez la rubia negó desesperadamente con la cabeza, pues parecía imaginar un nuevo fustazo, quizá sobre su sexo. Pasaron entonces unos minutos de quietud y silencio, dejándola descansar. Me dediqué entonces a observar a Hugo y vi que, si bien no había intervenido, no había perdido el tiempo. Disfrutaba del espectáculo, sobándose su miembro, que había alcanzado un tamaño más que considerable. Me fijé en que era enorme y grueso, en consonancia con el resto de su cuerpo. Mientras tanto, Gina había dejado en la mesa tanto la pluma como la fusta. Parecía que estaba cambiando de juego. Me mantuve expectante para ver cómo sería la continuación, con una erección que amenazaba con estallar si esto continuaba así. Fue entonces cuando vi a Gina acercarse a la rubia con un bote de una sustancia oleosa en la mano.

-  ¿Cómo estás, puta querida, podemos continuar? –le preguntó Gina a la mujer.

Ella negó con la cabeza en primera instancia para inmediatamente después aceptar. Parecía que estaba tan descolocada que no sabía ni lo que quería. Pensé en si esa dualidad era el resultado de jugar con dolor y placer: negación y afirmación.

-  Supongo que en el fondo sí que quieres –le dijo-. Y de momento no sufras, no te voy a hacer daño.

Gina fue derramando el aceite sobre los pechos de la rubia para luego esparcirlo delicadamente. Empezó un suave masaje por esas grandes y suculentas tetas. Lo hacía de manera lenta, empezando por el centro y extendiéndose hacia los lados, formando círculos sobre ellos. Sólo de vez en cuando acariciaba sus pezones, que cada vez se veían más excitados. La mujer suspiraba de placer y se dejaba hacer, disfrutando de aquellas caricias. Gina se puso tras ella, pegando su cuerpo desnudo y mientras lo restregaba contra su espalda empezó a masajear con más ímpetu los pechos de la rubia. Ahora las caricias ya se estaban convirtiendo en un masaje casi violento en el que las tetas de la mujer eran sobadas y amasadas de forma desordenada, cada vez de manera más intensa. Los apretaba, los subía para después soltarlos sin resistencia para después volver a cogerlos. La respiración de la rubia era cada vez más profunda y entrecortada. Gina empezó a besar y lamer su cuello desde atrás. Con las palmas de las manos repasaba sin cesar los pezones de la mujer, limitándose a ellos y de forma cada vez más rápida. Pasado un rato, cambió de táctica. Acercó su boca a la oreja de la mujer y empezó a mordisquear su lóbulo, cada vez más fuerte, llegando al límite del dolor. Los gemidos de la rubia eran ahora claramente audibles. Parecía que las sensaciones contrapuestas que aquel tratamiento le estaba produciendo empezaban a superarla, hasta el punto de hacerla temblar. Aquella dulce y a la vez amarga tortura duraba y duraba. De repente, Gina retorció con fuerza los pezones de la mujer mientras mordía su lóbulo. Nuevamente, placer y dolor. Los gemidos de la rubia se tornaron en ahogados aullidos de dolor.

-  Veo que esto también te ha gustado. Aunque no sé si luego pensarás lo mismo… -quiso asustarle Gina, advirtiéndola de lo que podía venir después-. Bueno, vamos a esperar un rato y veremos lo que sientes, cariño.

Gina abandonó a la rubia. A medida que pasaban los minutos, ésta se mostraba cada vez más inquieta. Su cuerpo, tenso y sudado, se removía de manera incesante, incluso de forma violenta. Estiraba de sus ataduras con fuerza, aunque sin resultado. Sus pezones estaban contraídos al máximo, nunca había visto nada igual. Fue entonces cuando Hugo intervino.

-  No te asustes –dijo con una voz grave-, lo que estás sintiendo es normal. ¿Notas cómo te arden las tetas, cómo va aumentando su sensibilidad? Lo que te acaba de poner Gina es un potente afrodisíaco. Bueno, más que potente es demoledor. Sólo lo uso en las grandes ocasiones y me parece que ya te está empezando a hacer efecto. ¿Qué tal lo soportas? Pues todavía no has visto nada. Este aceite puede hacer que una puta vieja se corra como una desesperada tan solo rozándola. Imagina lo que puede hacer en ti. ¿No sientes la ansiedad, la desesperación, por tocártelos? Pero vamos a continuar, esto sólo ha empezado. Vamos a compensar esta sensación. Gina, ¿tenemos unas pinzas para ella?

Sin  esperar más instrucciones, la morena cogió de la mesa dos pinzas metálicas unidas por una cadenita, se acercó a la rubia y empezó su siguiente tormento. Acarició el pecho izquierdo de la mujer, provocando  que su respiración se acelerase todavía más, y a continuación mordió su pezón con la pinza, dejándola colgada en él. Un nuevo gemido de dolor fue soltado por la rubia al sentir aquella dentellada en un aparte tan sensible. Inmediatamente después, Gina repitió la operación con el otro pezón. Parecía que aquel tratamiento estaba siendo excesivo para la mujer, pues aspiraba como podía más aire para poder soportarlo. La dejaron así unos minutos, al cabo de los cuales parecía que ya se estaba acostumbrando, pues los lamentos cesaban. Llegado a este punto, Gina puso una buena cantidad de la pócima en su mano, se acercó al sexo de la mujer y empezó a acariciarlo, suave y lentamente, repartiendo el aceite por sus labios y su clítoris. Cuando estaban bien untados, hizo lo mismo entre sus nalgas y posteriormente introdujo dos dedos de una mano en la vagina de la rubia y otros dos de la otra en su ano, frotándolos en su interior.

Bien untada en sus partes más sensibles y con los pezones fuertemente pinzados, dejaron sola a la mujer, debatiéndose ésta frente a las tremendas oleadas de sensaciones que todo aquello le tenía que estar produciendo. Desde luego, sus movimientos de desesperación eran ostentosos. Se agitaba como una hoja al viento mientras la saliva caía de su boca sin cesar. Sus violentos movimientos de cabeza indicaban que no tenía que estar pasándolo bien. Imagino que con aquella sustancia torturándola de deseo se volvería loca de ganas de tocarse. Vi cómo gotas de flujo empezaban a salir de su vagina, resbalando por sus mulos hasta llegar al suelo. Al poco rato, pequeños charquitos a sus pies eran testigos directos de su tremenda excitación.

Viendo aquella escena, los dos espectadores decidieron no mantenerse ajenos. Mientras permitían que la rubia continuase con su calvario de excitación no resuelta, Gina empezó a masturbar a su compañero de manera suave. Sin dejar de disfrutar de los temblores de la mujer atada, Hugo se dedicó a acariciar los senos de la morena mientras la morreaba. Así iban pasando los minutos, representando lo que ocurría en aquella habitación la orgía más excitante que nunca había presenciado.

-  Bueno, ya llevas un rato cociéndote a fuego lento –dijo Hugo poco después-. Así que, Gina, vuelve a por ella  La haremos explotar de placer, pero como te iré indicando. Mastúrbala con fuerza y sin piedad. Para sólo si yo te lo digo.

Obediente, se dirigió hacia la mujer y se agachó frente a ella.

-  Venga, vamos a ver cuánto aguantas.

Sin esperar a más, Gina introdujo sus dedos en el sexo y el ano de la rubia, iniciando una masturbación intensa y creciente. Sus gemidos no tardaron en oírse mientras el profundo masaje era cada vez más violento. La cara de Gina era de verdadera satisfacción.

-  ¿Quieres acabar, puta? Dime, ¿quieres acabar? –le gritaba excitada.

La indefensa mujer afirmaba constantemente con la cabeza. Pude ver cómo estiraba las cuerdas con sus manos cada vez con más fuerza. Los temblores crecían y un orgasmo tremendo parecía avecinarse. Entonces Hugo se acercó a la mujer y tiró con fuerza de la cadena que unía sus pezones. ¡Parecía que se los iba a arrancar! El grito ahogado de ella no se hizo esperar.

-  ¿Y si mezclamos placer y dolor a la vez? ¿Te gusta? –le preguntó amenazante-. Y tú sigue, Gina, dale fuerte, ¡más rápido, más duro!

Y la sesión seguía y seguía. El orgasmo se demoraba, pero no los temblores de la mujer. Gina sudaba por el esfuerzo. Entonces Hugo paró de estirar de las pinzas y dejó continuar el avance del placer. Tan sólo cuando era obvio que la rubia iba a explotar se le dijo:

-  ¡Ahora, Gina, métele los dedos hasta el fondo y retuércelos dentro, la mano si puedes, con todas tus fuerzas!

¡Dios mío, qué escena! Esta vez parecía que iba a ser la definitiva. Los dedos de Gina entraban y salían de los orificios de la mujer, hurgando en su interior, con una velocidad endiablada. Aquello iba a más y más. Cada vez más profundo, cada vez más dedos. De repente, Gina acabó por introducir por completo su mano en la sometida vagina, retorciéndola en su interior. Y ahora sí, ya no impidieron su clímax y una explosión de placer épica se produjo en ella. Su orgasmo fue bestial. Estiró al máximo cada músculo de su cuerpo mientras lanzaba su cabeza hacia atrás con violencia, pareciendo que se iba a desnucar. Sonidos ininteligibles intentaban salir de su garganta. Su espalda, toda ella, se combaba hasta el límite de lo que le permitían sus ataduras. Un enorme flujo salió despedido de su sexo. Mientras tanto, Gina no cesaba en su asalto a aquellas partes tan sensibles, frotando con energía su clítoris. Y el orgasmo duraba y duraba, igual que sus incontroladas convulsiones. Hugo volvió a tirar de sus pezones, pero parecía que la mujer ya no reaccionaba al dolor, todo era placer, todo era sublime.

Cuando por fin se acabó, la rubia quedó inerte, colgando de las cuerdas como si la vida hubiese escapado de ella. Tan sólo su desbocada respiración y sus ligeros pero continuos temblores eran indicadores de que seguía viva. De su cuerpo había salido sudor, babas y fluidos que le impregnaban todo el cuerpo. Pero lejos de parecer obsceno, todo aquello le daba una imagen de total sensualidad.

Hugo, que en aquel momento tenía su miembro completamente erecto, tomó a Gina sin decir nada, la puso a cuatro patas frente a la rubia y se la metió de golpe. Tal era la excitación de ambos que muy pocas embestidas fueron necesarias para que se corriesen entre alaridos, sin perder nunca de vista el precioso cuerpo de la mujer atada.

Llegó el silencio. Vi que la sesión se acababa. Iba a marcharme sigilosamente cuando me di cuenta de que Hugo se disponía a desatar a la rubia. Decidí quedarme un poco más para ver cómo terminaba aquello. Con mucho cuidado, fue quitando las pinzas y a continuación soltando sus ataduras mientras Gina le quitaba la mordaza. La rubia continuaba prácticamente inconsciente. Ya libre de amarres, Hugo la tomó como a un bebé, se sentó en el sillón rodeándola con sus brazos y se puso a acariciarla suavemente, como intentando darle aquella paz que le había negado hasta ahora. Ambos, abrazados y desnudos, dejaron pasar los minutos.

-  Muy bien cielo, lo has hecho muy bien –le dijo cariñosamente Hugo-. Sé que tiene que haber sido muy duro para ti, pero también estoy seguro de que nunca habías llegado a gozar tanto. Y sé que esto es lo que deseabas.

La mujer no respondía a sus palabras. Se limitaba a acurrucarse sobre el cuerpo de Hugo, estrechando su abrazo y reposando su cabeza junto al pecho del hombre. Tan sólo pequeñas convulsiones de su cuerpo recordaban lo ocurrido hacía unos momentos.

-  Ahora vamos a quitar el antifaz. Ten cuidado con los ojos, llevas mucho tiempo sin ver la luz – le avisó Hugo.

La mujer se incorporó un poco y se dejó quitar aquella prenda que le había impedido la visión. Entonces vi cómo ambos se miraban por unos instantes. Sin decir nada, Hugo fue acercando sus labios a los de ella y la besó con deseo. En la medida en que le quedaban fuerzas, ella le respondió de la misma forma.

-  Gracias por todo lo que has hecho, por hoy –le dijo con una débil voz a Hugo interrumpiendo el beso-. He subido al cielo, he bajado a los infiernos… no sé… me siento muy confundida…

-  Gracias a ti, eres una maravilla de mujer –respondió Hugo-. Pero no pienses en eso ahora. Has cumplido con tu parte por encima de lo que había esperado y deseado. Yo cumpliré con la mía, aunque me dé mucha pena perderte. Si quieres que te diga la verdad, a pesar de tus rechazos todos estos años, sabía que dentro de ti había una mujer realmente ardiente. Y no me he equivocado. Por cierto, que sepas que me gustas todavía más con el pelo rubio. Ah, y las gracias no me las des a mí. Mira a Gina, está en el suelo, agotada por todo que ha hecho.

La rubia, que estaba de espaldas a mí, si se dirigía a Gina debería voltearse. Yo todavía no había podido ver su rostro y tenía verdadera ansiedad por saber cómo era la mujer que durante más de una hora me había vuelto loco de excitación en mi escondite.  Parecía que mi deseo iba a cumplirse. Empezó a moverse sobre Hugo para dirigirse a ella. Mi corazón se ponía a mil. Estaba expectante, quería saber quién era aquella diosa y mantenerla en mi mente para siempre. Se giraba y de repente la vi… Pero… ¡no podía ser! ¡Era Marta! Me concentré en ella, la miré fijamente esperando haberme equivocado, que los sentidos me fallasen. Pero no, era mi novia, mi futura esposa, la persona en la que había depositado mis sueños…. ¡Esa era la puta salida que se había sometido a los deseos de aquellos dos, que quería que le diesen duro hasta reventar! Toda mi excitación se esfumó en un segundo. Encima tuve que oír cómo se dirigía a la morena, momento en que identifique su voz: “ Gracias de verdad, Gina. Me has hecho llegar hasta donde nadie lo había conseguido…” le dijo . Aquellas palabras no podré olvidarlas nunca.

No lo pude soportar, mi mente se nubló, una ira desbocada se hizo dueña de mí y la rabia explotó en mi cerebro. Ni lo dudé un momento, rompería la puerta y entraría, quería encararla en aquel mismo instante, desbaratar de una vez aquella locura. Iba a gritar su nombre cuando de repente recibí un terrible golpe en la cabeza. Todo quedó en negro…

Empezaba a despertar. Tenía los ojos cerrados pero sentí que mi conciencia volvía a funcionar, aunque de forma muy limitada. Poco a poco, en silencio, los fui abriendo. No veía bien y la cabeza me dolía muchísimo. En aquel momento todavía no recordaba nada de lo que acababa de acontecer.

-  ¿Qué ha pasado, dónde estoy? –pregunté desorientado.

-  ¡Hombre, ya has despertado! ¿Cómo se encuentra este aficionado a espía? –me preguntó una voz femenina.

-  ¿Marta…?

CONTINUARÁ