Entre el calor y el placer (1)

Dos amigas comparten habitación durante unas vacaciones en la playa y una de ellas descubre a la otra en el baño haciendo algo más que asearse...

ENTRE EL CALOR Y EL PLACER (I)

NOTA DEL AUTOR: Como aclaración para aquellos lectores suramericanos, en concreto los de aquellos países en los que ninguna chica se llama Concha o Conchi, debido al significado de esta palabra en ellos, y que sin duda provocará más de una sonrisa, diré, para los que quizá aún no lo sepáis, que en España "Concha" es el diminutivo familiar usado con las chicas llamadas Concepción. Y sin más, espero que todos disfrutéis con este relato.

Lo primero que notó Celeste cuando abrió los ojos fue que Conchi no estaba en la cama de al lado. Por los rayos de sol que entraban a través de los claros de la persiana de la habitación, calculó debían de ser ya las seis de la tarde, y supuso que lo que la había despertado no podía ser otra cosa que el bullicio de la playa que se encontraba tan sólo a un centenar de metros frente a la fachada del hotel a la que daba la ventana.

"No vuelvo a pillar un hotel sin aire acondicionado en pleno verano por mucho que la guarra de la agencia de viajes diga que en septiembre ya apenas hace calor" pensó mientras se removía entre las sábanas, sintiendo toda su ropa interior adherida a su cuerpo a causa del sudor.

Decidió finalmente levantarse, con la intención de darse una ducha. Al menos, ya no tenía la cabeza como un bombo. Había sido un esfuerzo casi sobrehumano el levantarse para bajar a comer a las tres de la tarde, después de haber llegado ambas bien entradas las ocho de la mañana al hotel. Había que reconocer que la marcha discotequera de aquella ciudad de la Costa del Sol seguía siendo algo que enganchaba hasta que una terminaba viendo amanecer en la playa.

Pero los efectos de tanto alcohol y tanto baile no eran lo más recomendable para afrontar el día siguiente, ni tan siquiera cuando una se encontraba de vacaciones y no tenía nada más que hacer, salvo tomar el sol en la playa y comentar con su mejor amiga el buen culo que tenía tal o cual chico en la playa.

El caso es que, tras subir de comer (a pesar del dolor de cabeza, su estómago rugía siempre al llegar las dos, y eso era más poderoso que cualquier jaqueca), decidió seguir durmiendo. Conchi, por su parte, ni se molestó en levantar la cabeza cuando Celeste le dijo dónde iba antes de bajar, ni tampoco dio señal alguna de vida cuando entró de nuevo silenciosamente en la habitación. Tan sólo soltó un pequeño gruñido para dar a entender a Celeste que se había dado por enterada de sus intenciones.

Decididamente, el sueño era algo prioritario para Conchi. Debido al calor reinante, ambas dormían en ropa interior, aunque la verdad es que a Celeste no le habría importado hacerlo completamente desnuda (las dos se habían visto mutuamente sin nada varias veces cuando alguna de ellas salía de la ducha y se quitaba la toalla para cambiarse), pero el caso es que hasta el momento no se había atrevido a proponérselo abiertamente a Conchi.

Se levantó finalmente de la cama y decidió quitarse el sujetador casi al momento: le estaba molestando un montón. Tras quitárselo, lo arrojó sobre la cama y se giró hasta encararse con el espejo de la cómoda situada a los pies de ambas camas. Se acercó a él a la vez que masajeaba unos pechos no excesivamente grandes, pero al menos sí orgullosamente erguidos. El espejo le devolvió el reflejo de una chica al principio de los treinta, con una larga cabellera de color cobrizo, aunque ella sabía que en realidad era castaña. Una nariz muy respingona y unos ojos almendrados con unas pequeñas patitas de gallo alrededor de ellos que ya empezaban a quitarle algo el sueño completaban el panorama de aquel rostro.

"Tengo que convencer a esta doña recatada de Conchi para que hagamos las dos top-less cuando bajemos a la playa" pensó al ver que ya empezaba a notársele la marca del bikini en sus senos, los cuales seguía masajeando hasta que notó que empezaba a excitarse con ello. Decidió abandonar esas caricias y se pasó las manos por unas caderas bien formadas, no muy anchas pero tampoco lo que se llamaba una cinturita de avispa (eso se lo dejaba a Conchi, que aunque tampoco entrara, al igual que ella, dentro de ningún tipo de canon de belleza, sí que tenía una figura más esbelta y de apariencia más frágil que la suya).

Continuó sus caricias ahora en su culo y los muslos, con algún principio de celulitis que, al igual que las pequeñas arrugas alrededor de sus ojos, a veces le daban qué pensar, pero ¡qué demonios! Nadie era perfecta, se decía, a la vez que se recordaba a sí misma que jamás ningún chico había rechazado sus caderas cuando ella había decidido llevárselo a la cama. Y bien que disfrutaban todos al agarrarse de aquel culo suyo... Era todo un espectáculo verla pasear por la calle enfundada en sus vaqueros preferidos más ajustados.

Sonriendo con estos pensamientos, decidió dar por finalizadas sus caricias. Ya se desquitaría de ese principio de calentura que sentía ahora en su sexo, oculto ahora por unas braguitas de color blanco con un dibujo de Piolín en el centro. Luego, por la noche, con algún chico, si es que encontraba uno que le gustase, o si no con sus propias manos -o más concretamente con sus dedos índice y corazón, pensó, mientras sonreía-, en cuanto consiguiese un momento de intimidad, bien en su cama o bien encerrada en el baño.

Y hablando del baño, se giró y caminó hacia éste, situado a la entrada de la habitación. Tenía unas ganas enormes de hacer pis y esperaba que Conchi no estuviera haciendo nada dentro que le impidiera entrar, porque la verdad es que la necesidad era casi tan urgente como la ducha, ahora que se daba cuenta.

Se acercó silenciosamente (andaba descalza) y observó con alivio que la puerta del baño se encontraba entornada yla luz de dentro estaba encendida. Iba a llamar a Conchi en voz alta antes de asomarse dentro, cuando de repente empezó a oír unos gemidos bastante sofocados procedentes del interior. Se detuvo en seco y conteniendo la respiración, aguzó el oído. Efectivamente, los gemidos continuaban y estaba claro que no eran de dolor.

"¿Será posible?" pensó mientras se le iluminaba el rostro con una sonrisa. Sabía que lo que iba a hacer estaba mal, pero el morbo que de pronto se apoderó de su cuerpo pudo más que su conciencia. Con el mayor sigilio que le fue posible, se fue asomando por resquicio de la puerta a la par que fue empujando suavemente.

Allí estaba Conchi, desnuda, delgada como un palillo y blanca como la leche, con aquel pelo castaño que llevaba cortado a la altura del cuello, y unos pechos casi inexistentes ("mi tablita de planchar" le gustaba llamarla cariñosamente cuando quería cabrearla). Estaba sentada en el bidet, con las piernas abiertas y haciéndose un dedo de campeonato con la mano derecha, mientras que con la izquierda se pellizcaba sus pequeños pezones. Su ropa interior estaba en el suelo hecha un montón junto a ella.

A pesar de su recelo inicial y de las precauciones tomadas, Celeste se dio cuenta casi al instante de que Conchi estaba tan concentrada en su tarea, que difícilmente podría haber sido descubierta. Su amiga tenía los ojos completamente cerrados y muy apretados mientras progresaba en su masturbación, y de pronto se preguntó qué fantasía estaría imaginando para excitarse.

El gran morbo que le estaba dando la situación, el hecho de sentirse segura, y el de que, al igual que Conchi, ella llevaba también bastante tiempo sin montárselo con ningún tío, provocó que, al cabo de unos minutos de contemplación ese espectáculo, el dibujo del canario Piolín de sus braguitas empezara a estar empapado, y no sólo por su propio sudor.

Llevaría unos tres o cuatro minutos disfrutando de esta recién descubierta faceta de voyeur, cuando se hizo evidente a las claras que Conchi estaba llegando al orgasmo, ya que de pronto abrió sus ojos cerrados (por fortuna en ese momento estaba mirando hacia el suelo frente a sus pies y aún no pudo ver a Celeste, lo cual no evitó que a ésta le diera un vuelco el corazón) y su cuerpo comenzó a tensarse, especialmente sus piernas, hasta casi separar sus nalgas del apoyo que le ofrecía el bidet.

Simultáneamente, sus gemidos subieron de tono y Celeste se preguntó, estupefacta, si la chica no se daría cuenta de que ya estaba jadeando de un modo lo bastante elevado como para despertarla a ella, que supuestamente estaba dormida. Seguramente Conchi se lo estaba pasando tan bien que no se daba cuenta de ello.

Y entonces, sin previo aviso, de aquel coñito rodeado de un vello castaño y ensortijado comenzó a manar un pequeño torrente de fluido vaginal, empapando por completo los dedos de Conchi. Sólo cuando éste cesó, la chica comenzó a relajarse y a recuperar el aliento, y a reducirse la velocidad con que se frotaba los dedos de la mano derecha y las caricias que se hacía en sus pechitos con la izquierda. Sus piernas se relajaron y de entonces levantó la mirada, jadeando, para percatarse finalmente de la presencia de Celeste en el umbral de la puerta.

-¡Joder!

Fue todo lo que acertó a exclamar Conchi a la vez que su rostro palidecía. Con su mano libre se tapó instintivamente parte sus tetitas y con la otra su vulva.

Celeste pudo haberse asustado al verse también descubierta, pero para su propia sorpresa no fue así. Estaba tan caliente y tenía a esas alturas las bragas tan chorreantes (no sabía cuándo había empezado ella misma a acariciarse la vulva por encima de Piolín), que decidió pasar a una acción más drástica que, o bien le depararía un serio cabreo con su mejor amiga o, contra, una de las experiencias más gratas de su vida. Sólo sentía que quería dejarse llevar libremente por sus instintos.

Sonriendo a su amiga, que ahora comenzaba a cambiar su palidez inicial por un intenso rubor con la rapidez de un semáforo, abrió por completo la puerta y pasó tranquilamente como si tal cosa. Sin mediar palabra, levantó la tapa del inodoro, se bajó las braguitas hasta la rodilla y se sentó a con la mayor naturalidad del mundo a hacer pis, a la vez que exhalaba un suspiro de alivio. Realmente tenía la vegija a punto de reventar, no sólo por las ganas que tenía antes de descubrir a Conchi, sino además por toda la tensión que ahora sentía acumularse en una vagina que parecía haberse vuelto hipersensible a cualquier caricia.

Durante el siguiente medio minuto, sólo se oyó el sonido del potente chorro que soltaba Celeste, mientras Conchi, a estas alturas ya más colorada que un tomate, todavía seguía con la misma postura intentando en vano cubrir sus atributos sexuales. De ese modo contempló fascianada cómo Celeste, que ahora tenía los ojos cerrados como si fuera ella la que estuviera sola en el baño, terminaba de aliviar su vegija.

Cuando esto último sucedió, Celeste cogió tranquilamente un trozo de papel higiénico y se limpió delicadamente los restos de pis y del flujo que le había provocado la excitación en su vulva. Sin levantarse de la taza, se giró, tiró de la cadena, y mientras sentía el frescor del agua que caía, se terminó de quitar por completo sus braguitas y las arrojó con algo de desparpajo sobre del montón que formaba al lado la ropa interior de Conchi; esta última pudo apreciar claramente la enorme mancha de humedad que había en la prenda de Celeste.

Había que romper de algún modo el hechizo, la tensión reinante, y como era propio de ella, fue Celeste la que lo hizo:

-Veo que necesitabas relajarte, picarona... Si es que tres días aquí y que ni tú ni yo hayamos ligado todavía, produce mucho recalentamiento en ciertas partes, je, je. Por cierto, no tienes que seguir tapándote, boba, que estamos hartas de vernos en pelotas la una a la otra.

-Perdona, termina tú tranquilamente, yo entraré después -acertó a decir Conchi, que finalmente reaccionó, y se levantó de un salto del bidet, con la cara ahora ya bastante roja de vergüenza, seguramente en parte por haber sido pillada tan inoportunamente, y en parte también por lo violento de ver orinar a su mejor amiga delante de ella como si tal cosa.

-¿Pero se puede saber dónde vas, tontina? -la dijo Celeste, a la vez que la cogía por la muñeca derecha-. Ya te he dicho que nos hemos visto en bolas las dos infinidad de veces antes, así que, ¿qué más dá que yo te vea frotándote una parte en concreto de tu cuerpo y tú a mí echando un líquido amarillo casi por la misma parte? Además -añadió mientras tiraba para sí de la mano que le estaba agarrando a Conchi, la misma con la que se había estado haciendo el dedo-, tú también echabas líquido, aunque no fuera amarillo...

Mientras decía esto, observaba los restos de la corrida de su amiga, que todavía impregnaban la mano que ahora acercaba a su cara, sin que Conchi opusiera resistencia. Cuando la tenía a escasos centímetros de su nariz, llegó hasta ella el inconfundible olor a almizcle, a sexo, a mujer excitada, a placer desbordado... Celeste sintió súbitamente un deseo irrefrenable de comenzar a acariciarse ella también su coño, que de repente volvía a estar chorreando como cuando espiaba desde la puerta momentos antes.

Conchi pareció entonces volver nuevamente a la realidad y apartó bruscamente su mano de ella, a la vez que decía:

-¿Pero tú estás mal? Lo que he hecho es una guarrada, pero no me jodas que tú te estás poniendo cachonda con ello, Celeste.

-¿Y qué hay de malo? Anda que no me he hecho yo dedos desde que estamos aquí. Ayer, sin ir más lejos, me hice uno antes de que saliéramos, cuando tú terminaste de arreglarte y yo me metí en el baño con la puerta cerrada.

-Bueno, es tu cuerpo, puedes hacer lo que quieras con él, pero yo...

-Tú también eres la única dueña de tu cuerpo, y acabo de verte demostrándolo. Así que tranquila y no le dés más vueltas, ¿vale, "tablita"?

-¡Serás putona! -exclamó Conchi, al tiempo que sonreía, a mitad de camino entre el cabreo y el alivio, y sintiendo cómo se iba aliviando su pudor inicial y relajándose ostensiblente-.Y yo que me creía una guarra salida por hacer esto...

-Pues eres tonta, y de guarra nada, que bien que hacen esto también los tíos y demasiado poco se lo restregamos por la cara, en mi opinión. Si no tienes un chico a mano y quieres follar, no te queda otro remedio, eso o quedarte más caliente y mojada y con una desazón en el cuerpo que no es normal. ¿A ti te parecería normal? Y por qué negarlo, no me tomes por una tortillera perdida, pero verte jugando con los deditos me ha puesto pero que bien cachonda... Así que ahí va eso para que veas que no eres la única capaz de poner chorreando un bidet.

Dicho lo cual se abrió de piernas, todavía sentada sobre el inodoro, y tras chuparse sus dedos índice y corazón, los llevó a su peluda vulva (al igual que Conchi, sólo se recortaba los bordes para que no sobresalieran del bikini) y empezó a masturbarse de un modo similar al que había visto hacer a Conchi. Ésta la observó fascinada, y lentamente retrocedió hasta el bidet, para volver a sentarse sobre él y contemplar a su amiga con la mirada perdida.

Enardecida por tener público en algo que hasta ahora no había hecho ni tan siquiera delante de un chico, Celeste aumentó la velocidad de su frotamiento, metiéndose más profundamente los dedos, a la vez que no paraba de contemplar aquel cuerpo desnudo, de unas formas tan limpias, y no pudo evitar sentir cómo sus dedos ardían dentro de su coño, presa de un repentino deseo de abalanzarse sobre ella y comerla a besos, de mordisquear sus pezones, saborear su empapada vulva... ¿Se estaría volviendo loca?

Con estos pensamientos, casi se sorprendió cuando reparó en que Conchi había comenzado a tocarse de nuevo.

-¡Vaya, vaya! ¿No querrás que hagamos una carrera, verdad? Porque te llevo algo de ventaja, por si no lo sabes.

-Eso es lo que tú te crees. Yo ya me había corrido cuando me pillaste, ¡ja!

-Bueno, aunque la verdad es que te estuve espiando durante varios minutos antes de entrar al baño y sin que te dieras cuenta. Esa costumbre de cerrar los ojos... ¿En quién pensabas?

-Te va a dar la risa -dijo Conchi mientras volvía a pellizcarse los pezones con su mano libre- pero me imaginaba montándomelo con el recepcionista, ese señor tan mayor...

-¡Así que te van los maduritos! ¡Qué callado te lo tenías! -respondió Celeste, sintiendo que su excitación aumentaba por momentos e imitando a su amiga al acariciarse sus pechos con la mano que no utilizaba para masturbarse-. Yo, en cambio, me imagino mientras me toco al camarero ese tan guapetón que tenemos en la cafetería del hotel. ¡Es un bombón!

-Sí, tampoco está nada mal -concedió Conchi-. ¿Por qué no le tiras los trastos?

-El cabrón tiene novia, los vi besándose hoy cuando bajé a comer. Por cierto, ahora que tenemos confianza con esto, ¿te parece bien que a partir de ahora andemos y durmamos en bolas? Con este calor, no gano para ropa interior, la dejo tan sudada que tendría que cambiármela cada hora para sentirme cómoda.

-¡De acuerdo!

-Oye, ¿y te masturbas sólo en el bidet o también en tu cama, cuando yo estoy dormida? Ahí es mucho más cómodo que donde estás sentada ahora, creo yo.

-Ya, si me he hecho otro dedo antes de entrar aquí mientras dormías, ¿o qué te crees? Pero la verdad es que me excita casi tanto o más hacerlo cuando estoy aquí sentada, con las piernas bien abiertas. Y como has podido ver, yo suelto mucho fluido cuando llego al orgasmo, al menos así no mancho la cama, ahí tengo que ponerme una toallita debajo, porque si no, dejo todo un charquito de recuerdo entre las sábanas...

Celeste estalló en carcajadas de risa ante último comentario, tanto, que tuvo que parar de masturbarse por unos momentos. Cuando por fin se recuperó del repentino ataque de risa, dijo:

-Yo también suelto algo de líquido al correrme, aunque no tanto como tú. Entonces, si tanto te gusta hacerlo ahí sentada, supongo que por eso tardas tanto algunas mañanas cuando entras a lavarte, ¿me equivoco?

-Pues va a ser que sí -respondió Conchi, volviendo a ruborizarse aunque sólo ligeramente-. Pero ya habrás visto que te dejo el bidet bien limpio antes de que lo uses tú.

-Es verdad, eres una chica muy limpia, sabes que no tengo queja al respecto. Incluso cuando te baja el mes y te veo de aquí para allá con las compresas y los tampones, siempre lo dejas todo muy limpito, así que duerme tranquila al respecto.

-Gracias, pero es algo de sentido común, tú también lo haces. Si no, la convivencia sería del todo imposible, si alguna de las dos fuera una guarra y una desordenada, lo sabes tan bien como yo. Y por cierto, ¿cómo va tu dedo? ¿Me ganas ya o no? Que te he dado ventaja...

Mientras hablaba, Conchi observaba de un modo bastante lascivo las curvas del cuerpo de Celeste, la cual en ese momento empezaba a masturbarse más rápido.

-Casi... Aaaaahhhhh... ¡Jodeeeerrr!

-¿Qué te imaginas ahora? Dímelo, sea lo que sea, no me importará, estoy tan caliente como tú -le espetó Conchi, a la vez que renovaba sus esfuerzos masturbatorios-.

-Me estoy imaginando... Que estás cabalgando sobre el recepcionista y que yo estoy de pie sobre ambos, con las piernas abiertas, y que me comes el potorro... Dioooss... yaaaaaa... siiiiiii...

-¡Al final vas a ser una bollera perdida! -exclamó Conchi, y ahora fue a ella a la que le dio un ataque de risa-.

La aceptación por parte de Conchi, medio en broma medio en serio, de la clara fantasía lésbica propuesta por Celeste, aceleró el orgasmo de esta última, que empezó a manifestarse como un temblor originado en su sexo y que comenzó a extenderse como un terremoto a través de toda su espalda hasta llegar a la nuca. De su boca comenzó a salir un jadeo similar al que había oído anteriormente a Conchi.

En realidad, se estaba imaginando mientras se tocaba que Conchi la hacía una espectacular comida de coño, aunque sin la incómoda e innecesaria presencia del señor de la recepción, aunque esto último prefirió no decírselo a su amiga...

Por fin, empezó a sentir cómo se venía, cómo se le llenaba la mano de fluido vaginal que chorreaba por ella hasta caer al inodoro. Siguió frotándose como una loca, metiéndose los dedos todo lo hondo que pudo, hasta que se le aclalambró la mano, y sólo entonces paró, sudorosa, para contemplar extasiada a Conchi, que a su vez la observaba también sonriente (ya se le había pasado lo peor del ataque de risa y volvía a masturbarse enérgicamente).

Entonces Conchi paró en seco de frotarse, se levantó del bidet, se acercó a su amiga y se arrodilló hasta quedar ambas cara a cara.

-Has dejado todo el baño oliendo a perrita en celo, ¿lo sabías? -le soltó de pronto a Celeste.

-Lo tomaré como un cumplido, viniendo de doña recatada. ¿Quieres oler mi corrida? Yo lo he hecho con la tuya -le dijo a la vez que levantaba la mano chorreando con sus flujos y poniéndosela frente a la nariz a Conchi.

Ésta, ni corta ni perezosa, la olisqueó y emitió su dictamen:

-Es más fuerte que el mío, pero seguro que está igual de bueno...

Dicho lo cual acercó sus labios y comenzó a chupar los dedos empapados de Celeste. Ésta comprendió al instante que estaba logrando ver cumplido su sueño, así que decidió no precipitar los acontecimientos para no estroperarlo. Dejó que Conchi siguiera saboreándola, lo cual hizo que su excitación reapareciara, a pesar de estar todavía bajo los efectos del orgasmo.

Cuando Conchi terminó de recorrer todos los dedos, Celeste movió su mano y comenzó a acariciar el rostro de su buena amiga. Entonces la atrajo hacia sí, y a pesar de un momento de vacilación por parte de Conchi, ambas terminaron fundiéndose en un apasionado beso. Sin ninguna prisa, Celeste posó sus manos sobre las caderas de Conchi, y fue acariciando su cintura para poco a poco ir bajando hasta los cachetes de su trasero, que comenzó a sobar sin ningún tipo de pudor.

Sin embargo, ambas debieron comprender que la posición en que se encontraban (Celeste sentada sobre la taza de wc y Conchi arrodillada frente a ella, era mucho más idónea para otro tipo de exploraciones. Se separaron del beso para tomar aire y entonces Conchi empezó a acariciar las tetas de Celeste y, acercando su boca, a succionar sus pezones. Celeste lanzó un gemido que indicaba a las claras su aprobación.

-Aaaaahhh... Sigue, guapetona, sigue, no pares...

Conchi fue bajando la cabeza lentamente para trasladar sus besos al ombligo de su amiga, e instintivamente, ésta comenzó a abrir sus piernas todo lo que le permitía el inodoro. Cuando llegó a la mata de vello empapado que era el coño de Celeste, separó delicadamente los labios de su vulva, acercó su boca y comenzó a beber el néctar que fluía de él, y a juguetear con la lengua en un clítoris duro como una piedra. Mientras, con su mano libre, arrodillada como estaba, reanudó sus caricias en su rajita.

-Uhhhmmmmm... No pares, sigue, por favor... -no cesaba de repetir Celeste.

Sin embargo, Conchi sí que paró por un momento, para levantar la vista y decirle:

-¡Qué fuerte sabe! Pero me gusta -y continuó con su labor-.

-También debe ser por... ahhhhh... el sudor... uffff... sigue, más, más... Por favor, termina y cuando me corra, si quieres, me doy una ducha rápida y continuamos más tranquilas en la cama, ¿te parece? -balbuceó Celeste, mientras acariciaba con sus manos el cabello de su amiga.

Por toda respuesta, Conchi ahondó más con su lengua dentro de la vagina de Celeste, y alzó ambas manos para comenzar a sobar los pechos de Celeste, que ya no sabía qué hacer para no empezar a gritar de puro placer y hacer partícipe de él a todos los demás inquilinos del hotel. Tras lo que calculó que serían cinco minutos más (tampoco estaba ella para llevar la cuenta), sintió que se iba a venir en la cara de Conchi.

Así se lo hizo saber a la chica, que se estaba revelando como una consumada comedora de coños, a pesar de su aparente inexperiencia. Ella no pareció oír el aviso y siguió con su labor, pellizcando con más fuerza los pezones de Celeste, lo que provocó que ésta lanzase un largo y agudo gemido de placer a la vez que atrajo para sí con tal fuerza que creyó por un momento que la iba a asfixiar dentro de su vulva.

Y finalmente comenzó a correrse, transformando sus gemidos en auténticos gritos de placer: sus piernas se tensaron y volvió a sentir, por segunda vez en poco rato, la misma oleada que recorría su espalda, y también de nuevo comenzó a salir un buen chorro de flujo por su vagina, pero con la diferencia de que esta vez apenas cayó algo de ese líquido dentro del wc, sino que la mayor parte de él fue a parar dentro de la boca de Conchi, que lo tragaba como buenamente podía y alternaba esa acción con movimientos circulares de su lengua alrededor del clítoris. Otra parte del líquido escurrió los muslos de Celeste, que también eran objeto de las caricias y lamentones de Conchi, y no pudo por menos que sentirse realmente en el paraíso.

Sólo cuando Celeste cesó en sus gritos y su cuerpo se fue relajando, Conchi apartó su cara de esa mata de vello chorreante y ambas, sudorosas (sobre todo Celeste), se miraron a los ojos.

-Tenías sed, ¿eh? Anda, déjame probarme a mí misma -dijo Celeste, entre resoplidos.

Dicho lo cual cogió con una mano la barbilla de Conchi y acercó su cara a la suya, tras lo que ambas volvieron a besarse. Celeste encontró maravilloso el sabor de su corrida, todavía caliente, en la boca y los labios de su amiga. Cuando por fin se separaron, Celeste sólo tenía una cosa en la cabeza:

-Ahora me toca a mí saborearte, así que prepárate.

Conchi sonrió y le respondió:

-Vale, como quieras, pero ¿te parece que lo hagamos mientras nos damos una ducha? Es algo que encuentro tan sensual... Y las dos la necesitamos, ¿no crees?

-De acuerdo, guapetona... Pero antes de que te quedes limpita, déjame hacer una cosa...

Ayudó a Conchi a incorporarse y cuando estuvo de pie, le separó con cuidado los labios de su vulva y pasó los dedos índice y corazón de su mano derecha por aquella cavidad rezumante de líquido caliente como el suyo; la chica no había podido terminar de correrse por segunda vez y eso llenó a Celeste de una profunda desazón, y sintió que debía hacer algo rápido para remediar esa situación. Se llevó los dedos a la boca y se deleitó con el sabor de aquella chica que acababa de hacerle una comida de coño como ningún tío le había hecho en su vida.

-Conchi, tienes razón, mi sabor es bastante fuerte, comparado con el tuyo... Claro que ten en cuenta que yo estaba más sudada que tú, pero aún así, creo que tu coño es el más rico de los dos.

-Pues entonces no te lo pierdas y aprovéchate antes de que sólo sepa a gel de ducha, que me he quedado a medias sólo por hacer que te corrieras, jodida.

Y moviendo sus caderas, puso su sexo delante de la cara de Celeste, la cual no necesitó otro tipo de invitación para abalanzarse sobre aquel coñito. Se bajó del wc y se arrodilló en el suelo frente a Conchi, que separó sus piernas para facilitar la tarea.

En un arrebato de pasión, Celeste empujó a Conchi contra la pared, y empezó a manosear su tetitas, sus caderas y sus cachetes. De cuando en cuando, interrumpía su cunnilingus para subir hasta el ombligo, y juguetear con su lengua dentro de él, provocándole unas cosquillas enormes a la buena de Conchi.

Estuvieron así durante un buen rato, con Celeste intentando tragar y saborear todo lo que salía por aquella pequeña cueva, hasta que la que ahora era receptora de sus atenciones empezó a jadear con más insistencia que antes y finalmente logró articular:

-¡Me viene, me viene! Deja un momento...

Celeste apartó un momento sus labios de aquella empapada vulva, para que Conchi pudiera frotársela enérgicamente con sus dedos.

-Yaaaaaaa... Uhhhhhmmmm...

Y por segunda vez en menos de media hora, Celeste contempló cómo su amiga se corría casi a borbotones, pero esta vez, en lugar de dejar que el líquido se desperdiciara, acercó su boca a la aquella cavidad rosada y comenzó a tragar todo lo que pudo, igual que había hecho Conchi antes con ella. La chica había dejado finalmente de masturbarse para facilitar aquella labor a su amiga y abrazándola por la cabeza, la atrajo hacia ella.

Cuando Celeste no pudo extraer más de aquella selva castaña, se levantó (no sin dificultad, tanto rato de rodillas la había provocado algún que otro calambre) y besó nuevamente a Conchi, la cual, no sin alguna que otra risa, le apartó de la cara varios pelitos cortos, gruesos y rizados que ahora tenía Celeste pegados en la cara. Ésta, por su parte, le rodeó el trasero con las manos y empezó a sobar sus cachetes.

-Bueno, ahora sí que necesitamos las dos esa ducha, ¿no te parece? -dijo Conchi cuando Celeste hizo una pausa para coger aire-.

-Sí, porque como salgamos oliendo así a la calle, van a creer que somos un poco guarrilas...

-Ah, ¿y no lo somos?

-No en ese sentido, "so guarra" -le respondió Celeste, riéndose-. Sólo somos dos chicas que están aprendiendo a disfrutar al máximo de su sexualidad. ¿Te parece una buena definición?

-Inmejorable.

Dicho lo cual, Conchi se separó suavemente de su amiga y se inclinó sobre la bañera para abrir los grifos del agua caliente. La visión de aquel trasero redondo y prieto ofrecido en pompa hacia ella, hizo que Celeste sonriera con malicia, y supo que aquella ducha iba a ser bastante larga...

Pero eso ya será el tema de otro relato. Hasta entonces, ¡paciencia!