Entre dos puertas
No he podido resistir, al principio por curiosidad, luego ya ansiosa y morbosamente, observarla por la mirilla de la puerta.
Entre dos puertas
No he podido resistir, al principio por curiosidad, luego ya ansiosa y morbosamente, observarla por la mirilla de la puerta
Mi mujer se suele marchar a trabajar un poco antes que yo, se suele llevar a los niños al colegio, pues le viene de camino dejarlos.
Ese rato, una hora aproximadamente suelo disfrutarlo, haciendo alguna tarea del hogar tranquilamente, ordenando papeles, tomándome un café en paz, cualquier cosa es buena sin el bullicio familiar.
Desde hace unos días, oigo como la vecina de enfrente sale de su piso, cierra la puerta con la llave, coge el ascensor y se va a trabajar. No he podido resistir, al principio por curiosidad, luego ya ansiosamente, observarla por la mirilla de la puerta. Ahora le espero todos los días, con el ojo puesto en el pequeño orificio, a que ella salga de su vivienda. Ella es una mujer joven, soltera, profesora de instituto, no muy guapa, pero siempre amable y sonriente. Permanezco emboscado sin hacer ruido, me encanta cuando se da la vuelta y veo su trasero cinco segundos, el tiempo preciso que necesita ella para cerrar con cerrojo, ha habido varios robos en el barrio y es recomendable cerrar bien. Otras veces disfruto cuando ella sin el más mínimo pudor comprueba si la camisa la tiene bien abrochada o se la ajusta a su cuerpo, por cierto tiene unos senos más que respetables. Mi excitación a veces llega al máximo cuando en contadas ocasiones puedo ver a través del cristal como ella se hurga el trasero, para recolocarse la braga que se le debe estar metiendo entre las nalgas, son cosas que ella nunca haría en público y que ella hace ante mi sin el menor recato.
Desde que ha empezado esta rutina, después de la observación de mi presa, me es inevitable descargar la emoción y me tengo que masturbar. Luego ya me voy a trabajar y vuelvo por la noche a casa, donde la familia me espera. Cuando salgo del ascensor, para entrar de nuevo en mi mundo, no puedo dejar de mirar con deseo a esa puerta que me separa de ese cuerpo que inconscientemente me tienta.
Por las noches también estoy pendiente de ella, las construcciones modernas te lo permiten, se cuando va al baño, cuando oye música, creo que no pone casi la tele, y lo que más nervioso me pone es cuando le llegan visitas. Muchas veces al notar el ascensor por las noches, he pensado en escudriñar por la mirilla, para ver quién era. Lo gracioso es que mi mujer es la que en esas ocasiones lo hace. Ella piensa que mi vecina es algo rara, y quiere ver quien le viene a ver. Cuando se pone sigilosa a intentar adivinar quien la visita, me excita, le toco el culo, y le llamo cotilla y fisgona, me manda callar y me recrimina diciendo que soy un guarro, que los niños aun deben estar despiertos, y que nos van a oír, los niños y la vecina.
Alguna vez, estando ya en la cama, he creído oír los crujidos del lecho del otro piso, mi mujer nunca parece percibirlos, aunque los dormitorios están pared con pared, yo me imagino a mi vecina siendo follada por alguna de sus visitas, o incluso masturbándose y que cuando llega al orgasmo se agita de forma convulsa mientras su coño chorrea. En esas ocasiones tengo a mi mujer para desahogarme, me pongo sobre ella y cumplo mis deberes maritales.
Los fines de semana no es extraño que coincida con ella, subiendo las bolsas de la compra, o bajando a por cualquier cosa. En esos momentos cuando los dos subimos en el ascensor hablando de trivialidades, de los problemas de la comunidad de vecinos, casi no me atrevo ni a mirarla, su cuerpo esta tan cerca de mi, seguro que lleva las bragas que ayer vi colgadas en su cuerda de tender. Parece tan diferente al natural sin la deformidad que produce la lente de la mirilla
Es verano, hemos mandado a los niños a un campamento, que se desfoguen y no den el coñazo. Mi mujer se ha ido a cenar con una amiga, me he quedado en casa, así no doy yo tampoco el coñazo, que hablen de sus historias. Estoy tranquilamente haciéndome unos huevos fritos con chorizo y patatas, lo más sano del mundo digan lo que digan.
Ha sonado el timbre, abro sin preocuparme de mirar quién llama. Es ella, la vecina, me mira sonriente, me dice algo, yo no la entiendo, esta tan cambiada, en vez de ir con ropa de trabajo, solo lleva un pantalón corto, una camiseta y unas alpargatas. Cuando me repite lo que quiere ya logro salir de mi ensimismamiento, quiere arroz, que se ha quedado sin él, y que si le podemos dejar un poco.
Por supuesto que sí, se perfectamente donde esta el arroz, de hecho el que hace las paellas en esta casa soy yo, pero hago como si no supiera donde esta, hago de marido torpe y empiezo a abrir cajones y mirar armarios. Todo con tal de que se quede un ratito más a mi lado, sonriendo, y que piernas tiene, de muslos gorditos pero que bonitas.
No he podido entretenerme mucho más, hubiera sido sospechoso, le he dado el dichoso arroz que va a ser deglutido por esa boca, mojado por esa lengua, tragado por esa garganta, bueno mejor no seguir pensando que el final de la digestión no es tan agradable.
Ella se despide, se va a su casa, de hecho ni siquiera ha cerrado la puerta de su vivienda. Vivimos en el último piso y solo hay dos viviendas por planta, nadie va a pasar por aquí esta noche. Despidiéndome de ella empujo la puerta para cerrarla, estoy deseando otear a mi diosa a través de la mirilla, ver como se cimbrea, como se mete en su cubículo, donde después de cenar se desnudará y se ira a dormir, con su cabeza solo separada de la mía por una pared que apenas resistiría un golpe.
Ella en el ultimo momento se ha girado me ha impedido cerrar la puerta. Ha atrancado con un pe el recorrido de la misma y me ha susurrado:
Me gusta cuando me miras, yo también te miro cuando llegas.
Sus palabras me han dejado indefenso, ella también me vigila, pero es diferente. Cuando ella marcha a trabajar por las mañanas, se le ve lozana, jovial, recién duchada, a veces con el pelo húmedo y seguro que con los pezones seguro que algo contraídos todavía, sin embargo mi propia imagen cuando vuelvo de mi rutinario trabajo no debe ser precisamente muy lujuriosa, con la corbata medio suelta, los pies doloridos y con un humor asqueroso, oliendo a tabaco, polución y atascos.
He abierto la puerta, nos hemos mirado, hemos logrado mantenernos la mirada, e inevitablemente nos hemos lanzado el uno contra el otro, cogidos por la cintura, caemos en un rincón del descansillo, entre el ascensor y su puerta. Podríamos pasar a cualquiera de las dos casas, ambas tiene las puertas abiertas, pero lo hacemos entre ellas. Nos medio desnudamos, el suelo esta frío, y eso que es verano, nos ponemos de pie, ella se sube encima de mi, sus piernas me rodean, yo la sujeto, mañana el dolor de espalda esta asegurado. Mi pene entra en ella fácilmente, esta más que húmeda. Se retuerce entre mi cuerpo y la pared, nos corremos rápidamente, como si fuéramos adolescentes, y luego ella se desliza, hacia el suelo hasta que sus labios capturan mi agotada polla. Increíblemente el abierto paquete de arroz que se había caído al primer envite no se ha derramado.
Al día siguiente, mi mujer se ha ido blasfemando y renegando, vino tarde de la cena de su amiga y la edad ya no perdona. Impaciente me he situado cual vigía en mi atalaya. Ella ha salido, se ha dado la vuelta, ha echado el cerrojo, ha llamado al ascensor, se ha tocado un poco las tetas, como para recolocarse el sujetador. Ha penetrado en el ascensor, y cuando yo ya estaba pensando en que tenia que irme rápido a masturbar, ella ha esquivado la hoja que se cerraba del ascensor, y se ha aproximado a mi puerta, su cara deformada por la óptica se ha pegado a la madera, se debe haber puesto de puntillas, y su boca se ha aplicado como una ventosa sobre el pequeño circulo. La oscuridad de su interior me ha privado de la visión, un pequeño halito de vaho ha precedido al eclipse. Ya no hace falta que me pajee, ya me he corrido.