Entre dos hombres (3 y último)

La relación sigue, pero un sorprendente descubrimiento da una vuelta a la historia.

ENTRE DOS HOMBRES (3 y último).

TERCER CAPITULO DE LA SERIE SI QUIERES SABER COMO EMPIEZA LEE EL CAPITULO Nª UNO: http://www.todorelatos.com/relato/48989/ Y EL Nª DOS: http://www.todorelatos.com/relato/49183/ PARA SABER COMO SIGUE.

Me puse el vestido más escotado y estrecho que tenía. Era un vestido negro que me había regalado Sara hacía un par de años y que a Moisés no le gustaba nada porque decía que me marcaba mucho y parecía una puta con él, así que no me lo ponía nunca. Me recogí el pelo en un moño y me puse una gabardina encima, ya que empezaba a hacer fresco y con aquel vestido de tirantes seguro que tendría frío al salir a la calle, además, no quería que me viera nadie de aquella guisa.

Decidí que lo mejor era ir en taxi en lugar de en mi propio coche, así que llamé al servicio de Teletaxi para que me enviaran uno. En menos de cinco minutos estaba en la puerta. Bajé deprisa, tratando de que nadie me viera salir a aquella hora poco habitual para mí. Subí al taxi y mientras este me llevaba hasta el Bufete iba pensando lo que Francisco tendría pensado hacer. Me excitaba con sólo imaginarlo y sobre todo imaginar que mi marido estaría en el mismo lugar dos o tres despachos más allá. Aquellos pensamientos hicieron que mi sexo se humedeciera deseando que llegara el momento. Llegamos y pagué el taxi tratando de disimular mi estado de excitación, subí al Bufete y me dirigí hacía la recepción, pensando que lo mejor sería hacer creer a la chica que buscaba a mi marido. Elena, la chica de recepción enseguida me reconoció al verme.

  • Buenos días Sra. Sanz – Me saludó. – Su marido...

  • Ya me encargo yo.- Dijo Francisco, detrás de mí, interrumpiendo a la chica, mientras me cogía suavemente del brazo y me llevaba hasta su despacho.

Una vez allí, Francisco cerró la puerta tras de mí y empujándome contra ella me besó apasionadamente, mientras la cerraba con llave.

  • Quítate esto. – Me ordenó desabrochando la gabardina. - ¿Por qué te la has puesto?

  • Hace fresco y yo soy muy friolera. – Le respondí mientras me la quitaba y la dejaba caer al suelo.

Me acorraló contra la puerta, acarició mi sexo y al notar mi humedad añadió:

  • Te has puesto caliente imaginando lo que te haría, ¿verdad?

  • Sí. – Afirmé apretándolo contra mí y notando su sexo erecto sobre mi vientre.

Nos abrazamos el uno al otro y Francisco me llevó hasta la pared de al lado, que en realidad era una mampara de aluminio y cristal que separaba un despacho de otro, tapado por una simple cortina de lamas de aluminio.

  • Tu marido está en ese despacho de ahí al lado. – Me susurró al oído mientras se pegaba a mí.

Al saber aquello una corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo, sentía miedo pero también excitación, aumentada por el temor de saber que podía ser descubierta por Moisés en cualquier momento.

Acarició mis senos y volvió a besarme apasionadamente mientras yo le bajaba la cremallera del pantalón en busca del preciado tesoro. Lo acaricié suavemente y enseguida Francisco apartó mi mano y guió su falo hasta la entrada de mi húmedo agujero. Y besándome de nuevo, salvajemente, me penetró de un solo empujón. Gemí al sentirle dentro. Francisco empezó a empujar rápidamente una y otra vez, haciendo que mi espalda y todo mi cuerpo chocaran contra el cristal de la mampara produciendo un repiqueteo en esta. Estaba excitada y quería seguir sintiendo como Francisco me follaba, pero a la vez temía que mi marido se asustara por el ruido y los golpes y pudiera descubrirme, por lo que intenté suplicarle a mi amante.

  • Moisés, Moisés... nos va a oír...

  • Tienes miedo que nos descubra ¿eh? – Me susurró al oído – Pero eso lo hace más excitante, ¿no crees?

  • Por favor – Volví a suplicarle.

  • Esta bien, ven para acá preciosa. – Dijo cogiéndome en brazos sin sacar su sexo de mí.

Enredé mis piernas alrededor de sus caderas, y mis brazos sobre sus hombros y me dejé llevar. Francisco me acarreó hasta el borde de la mesa, donde me depositó y siguió arremetiendo contra mí, mientras acariciaba y chupeteaba uno de mis senos. Yo cada vez estaba más excitada, sentía calor y deseaba llegar al orgasmo cuanto antes. El miedo de ser descubierta me soliviantaba aún más. Pero el placer se intensificó cuando Francisco llevó una de sus manos hasta mi agujero trasero y me penetró con uno de sus dedos, moviéndolo luego, dentro y fuera, al ritmo en que lo hacía su polla. Mi vagina oprimía su sexo cada vez con más fuerza y ambos gemíamos extasiados. No tardé mucho en sentir como el orgasmo recorría todo mi ser y hacía que me convulsionara por completo, al igual que Francisco que sacando su pene de mí, hizo que me arrodillara frente a él y abriera la boca para derramar en ella toda su leche. Tragué lo que pude y al terminar, me senté sobre la silla del despacho. Estaba agotada y feliz, aunque también preocupada, pues se oían voces en el despacho de al lado. Francisco guardó su sexo dentro de sus pantalones y se arregló la ropa. Repentinamente sonó el teléfono y Francisco lo cogió.

  • ¿Diga?

  • .....

  • Esta bien, ahora mismo te lo llevo, no te preocupes. – Colgó y mirándome con cara pícara me dijo: - Era tu marido, necesita que le lleve unos documentos al Juzgado.

Le miré sorprendida y algo defraudada por el miedo innecesario que me había hecho pasar:

  • ¿Quieres decir que no está en el despacho de al lado?

  • No. Fue una pequeña broma, para que te excitaras más.

  • ¡Cabrón! – Le dije poniéndome en pie y golpeándole el pecho.

  • Pero si te ha puesto muy cachonda. – Dijo apretando mi nalga y pegando mi cuerpo al suyo.

Me deshice de su abrazo, cogí mi gabardina del suelo, me la puse, la abroché, cogí mi bolso y salí del despacho dando un portazo. Me dolía que se hubiera aprovechado de mí de aquella manera y que me hubiera engañado.

Al pasar junto a la chica de recepción ni siquiera me despedí. Salí a la calle y pedí un taxi. Al subir a este mi móvil sonó con la señal de aviso de un mensaje de texto, pero ni siquiera lo miré, sabía perfectamente que sería de él, así que lo ignoré y le di al taxista la dirección de mi casa.

Al llegar a casa, me quité la gabardina y me fui directa a mi habitación, me tendí sobre la cama y me quedé un rato descansando. La tensión unida a la excitación sentidas me habían dejado exhausta.

Estaba medio dormida cuando el sonido de mi móvil me despertó. Me levanté, cogí el bolso que había dejado sobre el tocador, busqué el móvil y miré la pantalla, era Francisco. Tuve la tentación de no contestar, pero finalmente lo hice.

  • Perdóname. – Fue lo primero que dijo. – Sé que me he comportado como un cerdo al mentirte, pero estabas tan excitada creyendo que tu marido estaba allí que no he podido evitarlo.

  • Esta bien. Olvidémoslo. – Le dije condescendiente.

  • ¿Quedamos esta tarde? – Me preguntó. - ¿A las seis en mi apartamento?

  • No sé.

  • Venga, prometo resarcirte de lo sucedido esta mañana.

  • Está bien. – Acepté, excitándome sólo con pensar en ese encuentro.

  • Tienes que ir a la c/ Quevedo, nº 5, ático. A las seis, y sólo con la gabardina y medias, por favor.

  • Vale. – Acepté.

Colgué y seguidamente, me vestí para ir al gimnasio.

Una hora antes de la hora indicada empecé a arreglarme. Me duché, me lavé el pelo, me puse crema, me pinté y finalmente me puse unas medías negras con zapatos de tacón alto y la gabardina. Esta vez preferí ir en mi coche, ya que me resultaba más cómodo. Al llegar frente al edificio me quedé impresionada, era un edificio antiguo de principios de siglo, de estilo modernista y muy bien conservado. Entré y en el centro de la portería había un mostrador tras el cual había un hombre de unos 50, el portero, con un elegante uniforme. Me acerqué a él y pregunté por el apartamento de Francisco, el hombre muy amable me indicó que ascensor debía coger.

Subí y muy nerviosa llamé a la puerta. No sé porque pero estar ante él me ponía nerviosa. La puerta se abrió y apareció Francisco con el pelo aún mojado y recién afeitado. Al parecer acababa de ducharse, ya que sólo llevaba una toalla anudada a la cintura.

  • Pasa. – Me dijo.

Entré y cerró la puerta tras de mí. Me tomó por la cintura acercándome a él y me besó apasionadamente, seguimos besándonos mientras él me desabrochaba el abrigo. Lo abrió despacio, contemplando mi cuerpo desnudo. Me lo quitó, dejándolo caer al suelo y luego se alejó de mí para observarme.

  • Perfecta, estás perfecta. Anda, vamos a la habitación. – Me dijo. – Tú delante para que pueda admirar la belleza de ese culo.

Caminé delante de él por el amplio pasillo hasta llegar a una habitación que tenía la puerta abierta, y en la cual había una gran cama de matrimonio. Entramos y una vez junto a la cama, Francisco volvió a besarme y abrazarme, acariciando todo mi cuerpo desnudo; hasta que llegó a mi culo, apretó mis nalgas con fuerza y luego descendió con una de sus manos hasta mi sexo para comprobar la humedad.

  • Estas caliente ¿eh, putita? – Me preguntó.

Respondí afirmativamente y a continuación me hizo sentar sobre la cama. Se postró a mis pies y me quitó los zapatos. Luego me abrió las piernas y arrodillado entre ellas, volvió a besarme en los labios. Acarició mis senos, los pellizcó y amasó a su antojo, luego los besó y mordisqueó y haciéndome acostar sobre la cama siguió descendiendo con su lengua hasta mi sexo, que empezó a lamer. Sentí como recorría todos los recovecos de mi vulva con su lengua, haciéndome estremecer. Introdujo sus dedos en mí y los movió dentro y fuera, haciendo que mi sexo cada vez estuviera más húmedo; mientras con la boca torturaba mi clítoris, mordiéndolo, lamiéndolo y chupeteándolo. Yo estaba a mil y cada vez deseaba más, jadeaba y me estremecía de placer.

Repentinamente Francisco me hizo girar sobre la cama poniéndome boca abajo.

  • ¿Qué haces? – Le pregunté al sentir como acariciaba mis nalgas.

  • Tranquila, hoy voy a follarme este culito tan sabroso.

  • ¿Qué? – Pregunté un poco asustada, mientras él empezaba a lamer y masajear mis nalgas.

  • Tranquila. No te haré daño, será poco a poco.

Traté de tranquilizarme como él me pedía y dejé que siguiera. Lamió de nuevo mi sexo, introduciendo su lengua en mí vagina varias veces y haciéndome estremecer. Luego, poco a poco, empezó a lamer mis nalgas, las abrió y repasó también mi ano durante un buen rato. La caricia me resultó sumamente placentera e incluso me hizo estremecer un par de veces, hasta que sentí que intentaba penetrarme con algo más duro. Era uno de sus dedos y sentí un pequeño dolor.

  • ¡Ay! – Me quejé.

  • Tranquila.

Masajeó un poco el estrecho agujero con su dedo durante unos segundos, hasta que al volver a intentarlo este cedió más fácilmente y el dolor se convirtió, esta vez, en una pequeña molestia. Durante un rato repitió la operación añadiendo cada vez un dedo más, tratando de relajar mi esfínter. Yo me dejaba hacer y trataba de disfrutar aquel momento, aquellas nuevas caricias que me estaban proporcionando un goce diferente al sentido hasta ese momento.

Cuando Francisco creyó que ya estaba lista, se puso un condón, me cogió de las caderas y me arrastró hasta que mis rodillas pisaron el suelo, abrió mis nalgas y sentí como posaba su glande en la entrada de mi ano. Empujó suavemente y a pesar de una leve resistencia, poco a poco logró introducir la punta, causándome sólo una leve molestia. Lentamente fue penetrándome, introduciendo su sexo con cuidado, hasta que lo tuvo totalmente dentro de mi ano. Entonces empezó a moverse, primero muy despacio y luego acelerando los movimientos. Sentí primero una leve incomodidad y luego, a medida que mi esfínter se acostumbraba a la nueva situación esta fue desapareciendo y dejando paso a un agradable placer. Empecé a gemir excitada y a empujar hacía Francisco tratando de acompasar nuestros movimientos; él también empujaba hacía mí, gimiendo en mi oído, excitado, lo que aumentaba mi excitación. Así, poco a poco, comencé a sentir como un cosquilleo crecía dentro de mi ano e iba aumentando hasta explotar, haciéndome estremecer como nunca. También Francisco empezó a correrse empujando con fuerza contra mi culo una y otra vez. Cuando ambos dejamos de convulsionarnos nos quedamos un rato quietos y luego nos acostamos en la cama y nos quedamos abrazados.

Después de unos segundos de silencio Francisco me dijo:

  • Tengo algo que decirte.

Le miré fijamente a los ojos tratando de adivinar que sería, ya que estaba muy serio y su tono era un tanto grave.

  • Se trata de tu marido. – Empezó a decir.

  • ¿Sí? – Pregunté algo alarmada.

  • Es que... te pone los cuernos.

  • ¿Qué dices? No puede ser. – Traté de negarme a mi misma, aquella posibilidad no la había contemplado en ningún momento a pesar de su actitud conmigo, o quizás yo misma me la había negado todas las veces que la idea había cruzado por mi mente.

  • Sí, lo sé de buena tinta, con alguien del despacho; tengo pruebas, este mediodía mientras buscaba la cinta de seguridad de nuestro encuentro descubrí un par en las que estaba él con su amante.

  • No puede ser, estás mintiendo.

  • No, he traído una de las cintas, es de ayer mismo, esta puesta en el vídeo, mira. – Me dijo, mientras cogía los mandos del televisor y del vídeo y los ponía en marcha.

Cuando aparecieron las imágenes me quedé anonadada, no podía creerlo. En la pantalla podían verse perfectamente a mi marido y a su jefe completamente desnudos, haciéndolo sobre una mesa de despacho.

Me tapé los ojos ante aquella hiriente imagen, no sólo me había puesto los cuernos, sino que, además, me los ponía con un hombre que al mismo tiempo era su jefe.

  • ¿Tu padre? ¿Su amante es tu padre?

  • Sí. Yo me he quedado igual que tú cuando lo he visto, no podía creerlo. – Dijo apagando el televisor. Dejó el mando a un lado y me abrazó con fuerza.

  • Esta noche hablaré con él. – Sentencié. Empezaba una nueva etapa en mi vida.

Erotikakarenc. (Del grupo de autores de TR y autora TR de TR) .

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