Entre dos hombres (2)

Sigue la relación entre Francisco y Ángela con nuevas y excitantes situaciones.

ENTRE DOS HOMBRES (2)

SEGUNDO CAPITULO DE LA SERIE SI QUIERES SABER COMO EMPIEZA LEE EL CAPITULO Nª UNO: http://www.todorelatos.com/relato/48989/

(Me duché y me perfumé, luego me puse un vestido rojo que deja entrever el nacimiento de mis senos, y estaba buscando los zapatos de tacón cuando sonó el timbre...)

Tuve que ir descalza hacía la puerta. Abrí y allí estaba él. Más guapo sí cabe que la noche anterior. Mi nerviosismo aumentó al verle.

  • ¡Hola! Pasa.

  • Estás guapísima. – Me dijo- ¿Estas lista ya?

  • No, me faltan los zapatos. Espera un segundo, enseguida estoy.

Volví a la habitación y seguí rebuscando en el armario, teniendo que meter la mitad de mi cuerpo dentro para buscar. No encontraba los zapatos, pero de repente sentí a Francisco pegándose a mí y susurrándome al oído:

  • ¿Quieres que te ayude? – Besó mi nuca con suavidad y yo protesté:

  • No, por favor, ahora no.

Sentí su sexo que estaba totalmente erecto y duro como una piedra, pegado a mis nalgas.

Venga, si lo estás deseando. – Dijo bajando la cremallera del vestido.

No, por favor, Francisco. – Traté de resistirme y apartarle de mí, pero él tenía razón, lo estaba deseando.

Y además me has hecho caso y no te has puesto ropa interior. – Añadió metiendo su mano por entre el vestido y acariciando mi seno derecho, lo que hizo que toda mi piel se erizara y mi sexo empezara a humedecerse.

Siguió besando mi nuca mientras masajeaba mi seno con su mano y con la otra subía la falda del vestido hasta alcanzar mi sexo y acariciarlo suavemente. El deseo crecía en mí, ansiaba volver a sentirle, tenerle dentro de mí, sentir sus besos y caricias sobre mi piel como la noche anterior. Francisco me hizo salir del armario y frente a frente me besó apasionadamente, mientras me quitaba el vestido dejándolo caer al suelo. Me abrazó con fuerza, poniendo sus manos en mi culo y apretándome contra él.

Me llevó hasta la cama y me tendió sobre ella preguntándome:

  • Anoche lo hiciste con tu marido ¿verdad? Para quitarte la culpa.

Afirmé con la cabeza, mientras él acariciaba otra vez mis senos.

  • Pues a partir de hoy sólo te follaré yo ¿Vale? – Dijo quitándose los pantalones y dejando libre su sexo erecto.

Volví a afirmar con la cabeza.

  • Estarás siempre dispuesta para mí – Dijo mientras lamía mis senos. – Y siempre que te llame acudirás donde y como yo te diga.

  • Sí. – Afirmé presa de aquel inmenso deseo que me quemaba la piel.

  • ¿Lo prometes?

  • Lo prometo. – Acepté.

Siguió lamiendo y sobando mis senos, masajeándolos y acariciando mi piel con la lengua, descendió poco a poco hasta llegar a mi sexo. Cerré los ojos y sentí como enredaba su lengua en mi clítoris, como lo succionaba y lamía haciéndome estremecer. Gemí excitada. Él siguió moviendo su lengua, de vez en cuando la introducía en mi vagina, otras veces chupaba mis labios vaginales o mi clítoris arrancándome gemidos de placer, hasta que logró provocarme el primer orgasmo. Se acercó a mi boca y me besó, luego me ordenó:

  • Date la vuelta y ponte en cuatro.

Le obedecí. Él se situó tras de mí y sentí como restregaba su glande contra la humedad de mi sexo. Gemí nuevamente mientras él seguía frotando su sexo contra el mío. Finalmente lo guió hasta mi agujero y de un solo y fuerte empujón me penetró.

  • ¡Ah! – Gimoteé.

Francisco se recostó sobre mi espalda, llevó sus manos hacía mis senos y los acarició suavemente mientras permanecía quieto sobre mí. Besó mi nuca y descendió con sus manos desde mis senos hasta mi sexo, donde adentró un par de dedos en mi bello púbico y buscó mi clítoris. Empezó a masajearlo con suavidad, lo que provocó que empezara a moverme haciendo que su sexo entrara y saliera de mí levemente.

Luego se incorporó quedándose de rodillas detrás de mí, y sujetándome por las caderas comenzó a empujar con fuerza una y otra vez. Yo me incliné reposando mi cabeza sobre la cama y dejé que me torturara haciendo que su verga entrara y saliera de mí en un lento movimiento de mete-saca. Hasta que se detuvo y me incorporé sobre mis brazos. Volvió a recostarse sobre mi espalda permaneciendo quieto, besó mi nuca, mi hombro, los lamió entretanto pellizcaba mis pezones. Nuevamente llevó sus manos hasta mi sexo y acarició mi clítoris. Me hizo poner de rodillas y sin despegarse de mí y mirándonos en el espejo que había en la cabecera de la cama me dijo:

Mírate, mira como disfrutas conmigo, seguro que con él no disfrutas tanto.

Tenía razón, con mi marido hacía mucho tiempo que no disfrutaba del sexo de aquella manera, habíamos perdido la pasión del principio e incluso el amor.

En aquel momento, al verme ensartada por mi amante en aquel espejo, deseando que me diera más, me di cuenta de aquello y de que mi amor por "mi marido" hacía mucho tiempo que se había acabado.

Entonces Francisco empezó a moverse, primero despacio y luego más deprisa. Una de sus manos seguía hurgando en mi clítoris, mientras con la otra me sujetaba por la cintura, marcando la pauta de mis movimientos. No pude evitar llevar mis manos a mis senos y acariciármelos para obtener un plus de placer. Empecé a gemir sintiendo el inconfundible cosquilleo del orgasmo naciendo desde lo más profundo de mi sexo y extendiéndose poco a poco por todo mi ser. También Francisco estaba a punto de correrse, su polla se hinchaba cada vez más dentro de mí, y cada vez empujaba con más fuerza. Llegué al fin al demoledor éxtasis, justo en el mismo instante en que lo hacía él. Y ambos caímos exhaustos, sudorosos y derrumbados sobre la cama. Nos quedamos acurrucados el uno junto al otro, abrazados durante un rato, hasta que miré el reloj, eran las dos y medía:

  • ¿No tienes hambre? – Le pregunté.

  • ¡Ostras! – Exclamó mirando el reloj de la mesilla - Había hecho una reserva en un restaurante cercano para las dos, pero supongo que ya la he perdido, es demasiado tarde.

  • Supongo que sí. Si quieres puedo preparar algo.

  • Vale. – Me dijo en tono cariñoso.

Me puse una bata semitransparente que tenía y me dirigí a la cocina mientras él se quedaba tumbado en la cama.

Empecé a preparar una ensalada y saqué un par de huevos y algunas patatas. Estaba batiendo los huevos para hacer una tortilla cuando oí la voz de Francisco a mi espalda.

  • Estás muy sexy con esa bata – Me dijo, mientras pegaba su cuerpo desnudo al mío y me hacía sentir su verga dura reposando entre mis nalgas.

Sus manos se deslizaron hasta mis senos y los acarició suavemente.

  • Fran me estás haciendo perder la concentración y así no voy a poder hacer la tortilla. – Protesté.

  • Es lo que pretendo, desconcentrarte para que te concentres en mí. – Me dijo besando mi nuca. Empezó a besarme suavemente, pero justo en aquel momento sonó el teléfono.

Teníamos un teléfono portátil que generalmente estaba en la cocina, así que lo cogí.

  • ¿Diga?

  • Cariño, ¿cómo estás? – Me preguntó mi marido.

  • Bien ¿y tú, Moisés? – Dije su nombre para que Francisco, que seguía besando mi nuca y acariciando mi cuerpo suavemente, supiera con quien hablaba. Yo me sentía nerviosa y un poco indecisa, sin saber exactamente que decirle a Moisés.

  • Bien, he terminado más pronto de lo previsto con mi último cliente y he pensado que podríamos comer juntos por aquí cerca. – Me propuso.

De vez en cuando Moisés me llamaba para que comiéramos y así poder vernos con más frecuencia. Para él ese era un modo de resarcirme por tenerme tan abandonada constantemente, pero evidentemente, eso no era suficiente para nuestra relación, pues tenía muchas otras carencias.

  • ¿Comer? Bueno... Es que...

  • Dile que estás comiendo con una amiga. – Se apresuró a aconsejarme Francisco, susurrándomelo al oído.

  • Es que estoy comiendo con Sara y luego queremos ir de compras.

  • Vaya. – Se lamentó Moisés. – Otro día será.

  • Lo siento cariño. – Le dije y colgué sintiéndome culpable de haberle mentido.

Francisco me abrazó con fuerza. Me hizo girar hacía él y de nuevo estampó un profundo y largo beso en mis labios, haciéndome olvidar cualquier sentimiento de culpa. En ese momento me di cuenta de que él me estaba dando algo que mi marido había dejado de darme hacía tiempo. Pasión, si, sentía que con Francisco estaba recuperando la pasión que había perdido con mi marido, pero también pensaba que para poder mantener aquella relación a largo plazo necesitábamos algo más, algo que aún era pronto para que lo tuviéramos, quizás con le tiempo acabaríamos logrando la confianza y la amistad que cualquier relación necesita para durar en el tiempo.

Tras el beso me despegué de él y le dije:

  • Deja que termine de hacer la comida.

  • No puedo, me tienes ardiendo. Es esa bata, me pone a mil. – Justificó.

  • Esta bien, dejamos la comida para luego. – Acepté finalmente y dejé que empezara a desabrochar la bata.

Sus manos acariciaron mi piel desnuda con mucha suavidad. Sus labios besaron mi cuello, haciéndome estremecer de deseo. Mi sexo empezó a humedecerse, le deseaba otra vez, quería tenerle dentro. Sus labios descendieron desde mi cuello hacía mis senos, que los chupeteó. Primero lo hizo con el derecho. Lo chupó y lamió como si estuviera mamando, luego mordió mi pezón con suavidad, haciéndome estremecer y a continuación hizo lo mismo con mi pecho izquierdo, lo mamó y sobó y luego mordió mi pezón.

Yo estaba a mil, ardiendo de deseo, sintiendo como la humedad de mi sexo descendía por mis piernas. Francisco siguió descendiendo por mi vientre, lamiéndolo suavemente con su lengua, hasta llegar a mi sexo. Entonces enredó su lengua en mi clítoris y empezó a chupetearlo haciéndome estremecer. Sentí como la movía de mi clítoris a mi vagina, introduciéndola en ella y haciéndome gemir. Seguidamente noté como metía un par de dedos dentro de mí, mientras seguía mamando mi clítoris. Finalmente se puso en pie y me ordenó que me pusiera de espaldas a él. Me hizo apoyar sobre el mármol de la cocina, separó mis piernas y siguió lamiendo mi sexo. Dirigió su lengua hasta mi ano y también lo lamió introduciendo su lengua en él. Después cogió una de las zanahorias que tenía sobre el mármol para hacer la ensalada, precisamente la más grande, y sentí como la acercaba a mi sexo. Estaba fría y húmeda. La introdujo suavemente y luego empezó a moverla despacio dentro y fuera, mientras seguía masajeando mí clítoris. El deseo me estremecía y me hacía arder, deseaba más y más. Gemía excitada, mientras él lamía mi clítoris y movía la zanahoria como si fuera un vibrador. Seguidamente sacó la zanahoria y me la tendió diciéndome:

  • ¡Anda, chúpala, zorrita!

Estaba tan excitada y desinhibida que lo hice, chupé la zanahoria saboreando mis propios jugos. A continuación, Fran se puso en pie, guió su verga hasta mi húmeda vagina y de un solo empujón me penetró.

  • Ahora te voy a follar como te mereces, putita.

Empezó a empujar suavemente, sujetándome por las caderas y poco a poco fue acelerando el ritmo, haciendo que sus embestidas fueran cada vez más rápida. Yo gemía de placer y deseo, excitada como nunca lo había estado con ningún otro hombre.

Francisco empujaba unas veces lentamente, haciéndome sentir como su sexo entraba en mí suavemente, para acelerar sus movimientos después, penetrándome con fuerza y llevándome casi al borde del orgasmo, para detenerse entonces, y volver al ritmo pausado y lento del principio y luego volvier a acelerar. Me tuvo así unos cinco minutos, hasta que logró que me corriera en un maravilloso orgasmo. Entonces, sacó su sexo de mí y llevándome hasta la silla de la cocina, donde se sentó, me dijo:

  • Ahora me vas a follar tú a mí, putita.

Me puse sobre él. Guié su erecta verga hacía mi húmedo agujero y descendí sobre ella. Empecé a cabalgar, haciendo que entrara y saliera de mí, controlando el ritmo para darme el máximo placer y tratar de dárselo a él. Francisco trataba de morder y lamer mis senos, mientras yo subía y bajaba, también los apretaba con sus manos y los masajeaba. Hasta que a punto de llegar al orgasmo, ambos empezamos a gemir, yo aceleré aún más mis movimientos y él apretó más sus manos sobre mis senos. La descarga fue maravillosa para ambos. Sentí como su sexo me llenaba por completo hinchándose dentro de mí y como inundaba mi sexo con su leche justo en el mismo momento en que mi orgasmo terminaba. Nos quedamos abrazados un rato. Luego nos vestimos y comimos rápidamente, ya que él tenía que volver al trabajo.

Por la noche, pasadas ya las diez, y cuando yo ya había cenado apareció mi marido, como siempre disculpándose por llegar tan tarde:

  • Lo siento, cariño. Tuve una reunión con un cliente muy importante a última hora y no he podido terminar antes. – Dijo.

  • No te preocupes – Le excusé – La cena está en la nevera.

Seguí viendo la televisión, esperando que me preguntara como he había ido la tarde con mi amiga, pero no dijo nada. Cenó, luego se sentó en el sofá y tras mirar un rato la televisión nos fuimos a la cama dándonos un simple y mecánico beso en los labios para darnos las buenas noches.

Me fastidiaba el poco interés que mostraba por mí y por las cosas que yo hacía, me hacía sentir como un viejo mueble al que ya se había acostumbrado a tener en un rincón y del que creía que ya no valía la pena preocuparse.

A la mañana siguiente, Moisés salió a trabajar y sólo cinco minutos más tarde llamaron por teléfono, medio dormida aún, descolgué:

  • Diga.

  • ¡Hola cielo! ¿Qué tal has dormido?

  • Bien.

  • Bueno, quiero que te pongas el vestido más estrecho y sexy que tengas, sin ropa interior debajo, y que vengas para acá. Te espero en media hora.

  • ¿Tú estás loco? ¿Y mi marido?

  • Prometiste que harías siempre lo que yo te pidiera. – Me dijo y recordé la conversación que habíamos tenido la tarde anterior. Tenía razón, se lo había prometido.

  • Esta bien. – Acepté.

(Erotikakarenc, del grupo de autores de TR y autora TR de TR)

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