Entre dos hembras

yo que pensaba ser el cazador y, en ese momento, estaba a merced de dos hembras que hacían conmigo lo que querían...

ENTRE DOS HEMBRAS

yo que pensaba ser el cazador y, en ese momento, estaba a merced de dos hembras que hacían conmigo lo que querían...

Yo vivía solo en Madrid, desde hacía un año, cursaba un postgrado en administración y gestión de pymes. Entre semana, por la actividad del curso, siempre estaba acompañado por algunos compañeros, dando batalla a las tareas propias del estudio que nos encargaban; pero cuando llegaba el fin de semana, me quedaba solo, pues mis dos compañeros de piso se marchaban a sus ciudades de origen y yo me quedaba aburrido como una ostra.

Esa tarde de sábado, se puso a llover y, como estábamos en febrero, a las seis y media ya se había echado la noche encima. Yo deambulaba por las calles sin rumbo ni intención determinada, hasta que al pasar por un sexshop vi salir a una chica que era una preciosidad de mujer: metro setenta y cinco aproximadamente, pelo rojo (parecía natural), bien maquillada y adornada, la falda por encima de las rodillas y un largo impermeable azul oscuro, que con el andar dejaba entrever unas esbeltas y largas piernas. Como no tenía otra cosa mejor que hacer, empecé a seguirla a una distancia prudencial. Su ritmo de taconeo era rápido y acompasado; pero al llegar a un cine de la Gran Vía, se paró un momento y, después de mirar con atención la cartelera, se pasó por taquilla y entró en él. Yo no me lo pensé un momento e hice lo mismo.

Una vez dentro, ya empezada la película y con la sala en penumbra, me fijé que estaba sentada en una de las últimas filas, ella sola y, sin dudar, me hice el despistado y me senté en la butaca contigua a ella, por la derecha. Casi no podía poner atención a la pantalla; cuanto más me fijaba en ella (disimuladamente, más bonita me parecía: pelo algo rizado a la altura de los hombros, orejas pequeñas con aretes, labios bien perfilados y, protuberantes pechos, que se adivinaban por debajo de un grueso jersey cuello Perkins...

Ella a penas se inmutó cuando me senté a su lado; pero yo, a medida que me fijaba en ella, me iba emocionando por momentos: tenía un perfil muy bonito y las piernas cruzadas, la izquierda montada en la otra con el pie hacia donde yo estaba. Después de largo rato sufriendo, por no saber cómo afrontar la situación, y de seguir de manera casi hipnótica el vaivén de su pantorrilla, tropezó con su zapato en mi pantalón y noté cómo éste se le caía al suelo. Ella sin inmutarse, empezó a tocar con sus deditos mi pierna, a penas imperceptiblemente, pero en mi ya había provocado una erección muy fuerte, que me hacía estar incómodo en mi butaca. En ese momento, noté como una mano desde el asiento del otro lado, se posaba en mi bragueta y, una voz muy sensual de mujer me preguntaba si podía aliviarme un poco, dado el bulto que se me divisaba ya incontrolable. Yo no me había dado cuenta de la presencia a mi lado de esa otra chica; pero, sin esperar respuesta alguna por mi parte, ella me agarró el nabo por el pantalón y apretó el puño como si me lo estuviera calibrando. Me dijo: "ahora te vas a relajar", y en ese mismo momento, soltó el puño y me bajó la cremallera , sin darme tiempo a reaccionar, como si lo hubiera hecho toda la vida.

Yo, para ese momento, ya ni me acordaba de la pelirroja que hasta entonces había absorbido mi atención entera; sólo tenía ojos para mi bella y sorprendente nueva vecina. Tenía el cabello rubio y bastante corto, una carita bien delineada y piel tersa, con bonita nariz y labios rellenitos; se la vislumbraba buen cuerpo y unas largas piernas que salían de una faldita bastante corta y una dentadura que brillaba bien en la penumbra al sonreírse. Ella ya tenía mi pene atrapado en su mano, después de haber estado algunos minutos sobándomelo por encima del calzoncillo: me pasaba a todo lo largo las yemas de sus dedos, marcándome con la uña la boca de mi uréter. Mi erección era ya tan fuerte, que pensé que me iba a ir de un momento a otro; pero en ese momento, me la sacó del pantalón y me susurró al oído: -ahora vas a gozar de un premio inesperado. En ese momento, con mi polla fuera y agarrada tenazmente por la rubia, noté la caricia de una melenita de pelo, que caía sobre mi glande... ¡la madre que la parió!: yo ya ni me acordaba de mi otra partenaire, la pelirroja, que en ese momento engulló mi capullo con sus labios, haciendo que por mi espina dorsal corriera una sensación electrizante que me impedía reaccionar en modo alguno...

La rubia me seguía trabajando el tronco de mi colita como nadie me lo había hecho nunca, mientras me decía al oído lo bien que me lo iba a pasar y lo que a su amiga le gustaba le lechita recién ordeñada; además entretanto, me lamía el cuello, terminando por morderme el lóbulo de la oreja. Yo ya estaba en una situación casi de coma, no controlaba parte alguna de mi cuerpo: no sabía si era sueño o realidad. La pelirroja iba avanzando con su boca en mi pene, hasta que se hizo dueña con su mano de todo él; mientras la rubia, a su vez, bajaba su mano a mis güevos, apretándolos con energía, ora los ceñía, ora los masajeaba. Es indescriptible el cúmulo de sensaciones que en mi ser se acumulaban: yo que pensaba ser el cazador y, en ese momento, estaba a merced de dos hembras que hacían conmigo lo que querían...

La pelirroja me tragaba la polla entera, sin dejármela de la mano, con unas lengüetadas que me hacían ver las estrellas, pero sin sacársela de la boca ni un instante; mientras la rubia seguía jugando hábilmente con mis pelotas. La situación no dio para mucho, porque enseguida me dieron la puntilla y noté cómo la pelirroja succionaba mi miembro como si fuera un tubo de leche condensada en el que no quería desperdiciar ni un gramito del preciado líquido. Empecé a correrme abundantemente en su boca, con los consiguientes estertores por mi columna vertebral; pero cuanto más me iba, más me succionaba la una y más me amasaba los testículos la otra: creía que en ese momento me iba a dar un infarto cerebral, pues parecía que ese instante no iba a acabarse...

Cuando acabó mi eyaculación, que duró más de cinco minutos, la pelirroja retiró su boca relamiéndose, mientras la rubia bajó la suya para limpiármela bien, sin soltarme las bolas, mientras la otra aún me agarraba el falo. Después me la volvió a meter en el calzoncillo, cerró mi bragueta y, besándome ambas tiernamente en las orejas, me susurraron casi al unísono: ¡nos debes una!...

En ese momento, yo no sabía a lo que se referían, pero más tarde comprendí que acababa de ser capturado por dos auténticas explotadoras sexuales... Pero esto es otra historia que ya os comentaré con el tiempo...