Entre cómics (2)

¡Nuevo encuentro con el comiquero! Si os gustó la primera parte no podéis perderos ésta.

A petición popular, ahí va una continuación del relato con el comiquero.

Entre cómics (2)

No hace falta que os cuente la de pajas que me hice con el cómic que me regaló aquel peazo hombre que me hice en la tienda. De pensar en cómo le marcaba la camiseta, ya se me ponía dura. Me apetecía mazo volver, pero me daba no sé qué; con ese morbo que tenía el pavo seguro que se liaba a diario con chavales más atractivos que yo, lo cual no es difícil, que yo soy resultón pero no buenorro. Así que igual ni se acordaba de mí.

Pero bueno, el rollo de entrar en la tienda a ver cómics me valía como excusa para tantear el terreno sin comprometerme a nada. Qué cojones, me planto allí con un par de huevos y a ver qué pasa.

Elegí con cuidado lo que iba a ponerme; en cuestiones de calentón, para mí cuenta mucho la ropa. Probé con algo nuevo: camiseta negra algo ajustada (no mucho, que se me nota la panza) y una camisa blanca informal, que me puse tal cual, abrochándome sólo un par de botones por encima de la cintura. Mientras me ponía unos slips y los vaqueros me di cuenta de que el sólo hecho de estar preparándome para otro encuentro con el vendedor ya me la había puesto tiesa como un puto ladrillo. Completé la indumentaria con una cazadora, que en noviembre ya se nota la rasca madrileña.

Así iba yo, más contento que unas castañuelas y con un ligero estremecimiento por el morbo de la situación. No hago esto a menudo, y la chulería de probarlo ya me ponía. - Llego, me hago tres pajas con el machito y vuelvo a casa como dios

Tras un viaje en metro que se me hizo eterno, salí a la calle y noté cómo el frío (u otra cosa) me endurecía los pezones. Caminé hacia la tienda de cómics y al llegar a la puerta sentí un hormigueo, pensando en cómo reaccionaría el vendedor al verme, o lo que es más, cuál sería mi propia reacción. Había ido pronto, a eso de las siete, para tener un margen de maniobra antes de que cerrara; así podría averiguar con calma si le apetecía rollete o no.

Traspasé la puerta desabrochándome la cazadora, y saludé; me contestó una voz que me bajó el calentón al momento: era una tía, de voz dulce y buen cuerpo, vale, pero en cualquier caso no era mi esperado vendedor. Forcé una sonrisa pensando: "Mierda", y caminé echando un ojo a la tienda. Tan sólo había un par de chavales, en torno a la sección manga . Observé con curiosidad la portada de uno de estos cómics japoneses, en la que dos tíos se daban un sentido morreo. Nunca me ha gustado mucho este tipo de porno gay a lo femenino: se sabe que son tíos porque no tienen tetas y poco más. Yo prefiero mil veces los machos curtidos a las delicaditas de rasgos estilizados. Como el vendedor, ése si que era todo un hombretón, dotado de la excitante suavidad del que está a punto de llegar a los cincuenta con la firme decisión de no abandonar jamás su atractivo de macho, aderezado de forma inigualable con la experiencia. Un jovencito afeminado tendrá otros encantos, pero jamás podrá aportarte ese morbazo de hombre maduro.

En fin. Sonreí para mis adentros, pensando en mi ingenuidad al esperar que el vendedor me recibiría con los brazos abiertos. Me di la vuelta, resuelto a seguir vagando por la tienda, y me encontré por sorpresa cara a cara con él.

  • ¿Te puedo ayudar en algo? –me dijo con una sonrisa pícara. Joder, tanto prepararme y va y me pilla distraído. Y esa voz grave y espontánea… ahora recuerdo por qué me gustaba tanto.

  • No digo que no –acerté a contestar; aún no sabía si se acordaba de mí–, ¿tienes algo nuevo en plan gay?

  • De momento un cliente satisfecho, por lo que veo. –Me guiñó un ojo discretamente– En seguida estoy contigo.

Se fue a hablar con la dependienta. Yo me quedé en el sitio sin moverme. Me había sorprendido doblemente: tanto por su aparición como por su vestimenta. Le recordaba en camiseta, pero hoy iba en plan formalito, rollo gay discreto con buen gusto. Una corbata de color intenso resaltaba sobre una camisa negra que le quedaba como un puto guante, ceñida pero sin apretar, y pulcramente remangada. Completaban su atuendo unos zapatos negros y unos pantalones suficientemente claros para dar contraste. Qué hijoputa, sabía lo que podía lucir para que se les cayese la baba a chavalas y, por supuesto, chavales como yo, pues me ponen de la hostia los hombres trajeaos en plan buenorrete. Ya os he contado que para mí la ropa aporta mucho al calentón. Su rapado uniforme al dos (¿no lo tenía incluso más corto?) también contribuía a mantener mi miembro deseoso de adquirir volumen.

Le oí decirle a la chica que se podía marchar si quería, que ya había acabado en la trastienda y se quedaba él a cerrar. Ella se fue encantada, pues faltaba aún media hora larga para las ocho. El muy cabrón lo había vuelto a conseguir: en un segundo me encontré de nuevo a mil.

Disimulé unos segundos mirando algún que otro cómic para no llamar la atención de los chavales, que se fueron en seguida. Jóoder, allí estaba de nuevo a solas con el vendedor, he triunfao. Se acercó a mí con una tranquila sonrisa en los labios.

  • ¡Bueno, qué sorpresa! –me saludó con un pico cariñoso, rozándome la cintura con una mano, un gesto condenadamente sutil que le salió natural y me volvió loco– Me alegro de encontrarte de nuevo por aquí, chaval.

  • Ya ves, tenía ganas de volver, me gustó el trato al cliente que dan aquí.

Rió. - ¡A ver si piensas que trato igual a todos los clientes! Por cierto, vas muy guapo

  • ¡Me has quitado la palabra de la boca! –vaaya, así que piensa que voy guapo… pues no será por comparación con él, me cago en la puta, cómo me pone este hombre.

  • Vente al mostrador y charlamos. Bueno, a menos que quieras ver algo más

  • Con verte a ti me basta. –Bueno, ya le solté el piropete, que nunca están de más, y además él me acaba de soltar también uno. Dioss, cómo me apetece que den las ocho.

Fue al mostrador y procuró situarse de forma que tuviese a la vista la puerta de entrada a la tienda; yo me puse a su lado. Sin darme tiempo a mediar palabra, llevó una mano a mi cintura y acercó sus labios a los míos. Fue un beso sensual y prometedor: sugería que ya habría tiempo para utilizar la lengua después con más calma. Se separó de mí suave pero rápidamente al ver que alguien abría la puerta. Me encantaba su sentido de la discreción y el respeto.

  • ¡Qué pasa Mario! –Saludó jovial el cliente, un hombretón algo más joven que él, largándole un caluroso apretón de manos. Yo seguía tras el mostrador como si tal cosa.

  • Aquí me ves, a punto de irme para casita.

  • ¿Muy dura la jornada?

  • Pues mira, hoy precisamente ha venido a ayudarme a cerrar mi amigo Jorge. –Dijo señalándome con un gesto de cabeza.

El tipo asintió con aprobación. - Así me gusta, un chico atento. Oye, pillo un par de cosas y me piro. –Añadió mientras se iba al fondo de la tienda.

  • Sírvete tío.

Esperé a que no nos oyera el otro y dije:

  • "Jorge"… Me gusta.

  • No te importa, ¿verdad? –me respondió el vendedor– Me ha salido sólo; como no conozco tu nombre real, siempre que me acuerdo de ti pienso que te llamas Jorge.

  • Me encanta tío, sobre todo sabiendo que me lo has puesto tú.

  • Pues ya está, si te da igual te llamaré Jorge, que ya te he asociado con ese nombre y me mola para ti.

  • Cojonudo. Por cierto –añadí extendiendo la mano–, encantado, Mario.

Nos reímos. - Igualmente –respondió mientras me la estrechaba; después se giró para atender a su amigo que venía a pagar. No sé cómo lo hizo para, con una mano, sobarme el culo sin que se diera cuenta su colega, mientras con la otra le cobraba como si nada. Yo no me quitaba de la cabeza lo que acababa de decir Mario: "cada vez que me acuerdo de ti"… Así que al parecer estaba tan encantado de verme como yo a él.

Miré la hora mientras se despedían, y en cuanto se hubo marchado el amigo, oí cómo el vendedor me decía en voz baja:

  • No te preocupes, en unos minutos estaremos con la polla al aire y pasándolo de puta madre…–me soltón un lametón en la oreja–, disfrutando uno del otro.

  • Cómo me pones cabrón –contesté en mitad de un jadeo.

  • Pero aún queda un rato, quítate la cazadora que te vas a asar.

Todavía entró algún cliente en el cuarto de hora que quedaba. Charlamos Mario y yo de tonterías: el tiempo, el curro… Y cada vez que él cobraba a alguien, se las arreglaba para acariciarme el paquete o meterme mano de alguna otra forma sin que se viera desde el otro lado del mostrador. Aquello me daba un morbazo de la hostia. Y aproveché para, por mi parte, tocarle el culo más de una vez, y ver cómo se le iba marcando poco a poco un sugerente bulto bajo los pantalones.

A menos cinco, con la tienda vacía, declaró Mario:

  • Bueno, se acabó. Hora de pasarlo bien.

Me guiñó un ojo y fue a cerrar; le seguí. Bajó la reja y sin esperar a haber terminado de girar la llave de la puerta me rodeó el cuello con el brazo libre y me dio un morreo a la vez dulce y salvaje. Me aferré a sus labios y a su cuerpo en un apasionado abrazo. Después me separé para decirle: - ¡Qué ganas tenía! –, pero mis palabras fueron interrumpidas por el sonido del móvil de Mario. Sin dejar de envolverme con el brazo en un gesto cariñosete y protector que me derretía, se sacó el móvil del bolsillo con la otra mano.

  • Disculpa –me dio un pequeño beso en la cabeza, miró al móvil y descolgó–. Dime.

Escuchó un momento y puso cara de cansancio. Me lanzó una mirada significativa, a modo de "perdona tío, trataré de no alargarme", y me soltó para hablar con calma, ya que la conversación parecía tomar un cariz chungo. No se alejó; paseó de acá para allá delante de mí, con la mano libre libre apoyada en la cintura y mirando hacia abajo mientras hablaba. Al principio pensé que estaba nervioso, pero prontó noté que en realidad se encontraba al borde de un cabreo de tres pares de cojones. Le habría hecho una foto así, con su camisa y su corbata, su postura de ejecutivo con mala hostia y su semblante de macho que no se achanta, para recrearme con ella a solas en el baño o en la cama. Lejos de sentirme incómodo, me alegré la vista y el oído cuando empezó a hacer gestos de indignación y soltar tacos.

  • Que no puedo ir hoy, hostia, que me voy ya para casa … ¡Me cago en la puta tío! Voy mañana a primera hora, ¿vale?... Joder pero qué más te da tronco

Al rato se apaciguó, y pareció dar la razón a su interlocutor. Colgó y vino hacia mí con una cara de cabreo que habría colgado en la pared de mi habitación para correrme mirándola.

  • Joder tío, se me había olvidado por completo que iba a ir hoy a esta hora al mayorista para organizar unos encargos… –Puso sus dos manos sobre mi cintura– El muy hijo de puta no sabe lo que me apetecía compartir este rato contigo. ¡Mierda, joder!

Le noté muy contrariado y traté de calmarle. No quería que por culpa mía tuviese que estar preocupado por asuntos del curro.

  • Tranquilo hombre, puedo venir cualquier otro día. Al fin y al cabo, no sabías que iba a aparecer hoy de pronto; la próxima vez, si quieres, te aviso.

  • Eres un cielo. –Se calmó un poco y me dio un tierno beso en los labios– Pero a la próxima tranquilo que seré todo tuyo. –Luego se quedó de pronto pensativo– De todos modos, puede que hoy tengamos aún alguna posibilidad

¡Sí, una posibilidad! Ya me había hecho a la idea de que hoy no iba a ser el día; así que cualquier posibilidad me valía.

  • ¿Cuál? –pregunté casi ansioso.

Me sonrió. - Si no tienes prisa, podrías acompañarme al mayorista; está cerca, así que podemos ir dando un paseo tranquilamente. Y después no te aseguro nada, pero quizás tengamos suerte

  • El paseo al menos está asegurado, ¿no? Venga, vamos p’allá.

Se le iluminó la cara. - Cojonudo, pilla la cazadora.

Así hice y mientras me la ponía fue él a por su chaqueta, a juego con los pantalones. No me sorprendió que le quedara como al mejor de los modelos de revistas gays, pero encima con un estilazo y una naturalidad que sólo un Hombre con mayúsculas como él podía poseer. No se la abrochó; en cambio cogió la cremallera de mi cazadora y la subió sensualmente hasta medio cuerpo. Me miró y soltó:

  • Vas que te haría una foto para hacerme un póster. –Vaya, parece que hoy le ha dado por adivinarme el pensamiento.

  • La verdad, no sé que me ves. Sobre todo al lado de alguien como tú

Me interrumpió con un beso en la mejilla, tras lo cual me susurró al oído: - Para otros no sé, pero para mí tienes un atractivo que no es fácil de encontrar hoy en día.

Abrió la puerta. Estábamos ya saliendo por ella cuando, repentinamente, se detuvo y se quedó como expectante. Yo hice lo mismo. Unos momentos después me miró, sonrió y dijo señalando hacia su entrepierna con un gesto de cabeza:

  • Es que con estos pantalones se nota mucho el empalme, y uno no puede salir así a la calle

Me reí. Qué tío más majo. Y por cierto, agradecí llevar vaqueros de toda la vida: no me apetecía preocuparme por la gente mientras paseaba con aquel hombre que me ponía a cien con cada gesto que hacía.

Salimos y echamos a andar. Era ya de noche, y había muy poca gente por la calle. En seguida Mario me pasó un brazo por encima de los hombros, dejando colgada la mano con espontaneidad. Fuimos así caminando y al cabo de un rato se metió la otra mano en el bolsillo y me preguntó:

  • ¿Te importa que me haga un peta? No sé si te molan.

Jóder si me molan; este hombre es una caja de sorpresas. - Claro tío –respondí–, me encanta gorronear un par de caladas de vez en cuando.

  • De puta madre; este, pa ti y pa mí solos.

Se lo lió con maestría sin dejar de andar y delante de mis ojos, pues no apartó su brazo de mis hombros. Mi polla me dio un toque cuando vi cómo deslizaba su lengua por la pega para cerrarlo; era difícil hacerlo con mayor naturalidad y sin perder ese punto sensual y morboso, difícil combinación de la que Mario era un puto maestro.

  • Vas a estrenarlo tú, Jorge –anunció. Me dispuse a recoger el porro y el mechero pero, para mi sorpresa, se lo encendió él aspìrando una profunda calada. Puso una sonrisa de travieso seguro de sí mismo, y en un rápido movimiento cambió de postura, colocándose delante de mí, sujetando con ambas manos mi cara e introduciéndome todo el humo en la boca. Aspiré su beso sin separar mis labios de los suyos, y luego me dejé llevar por el repentino mareíllo cerrando los ojos y echando fuera de golpe el humo. Mario aprovechó para lamerme el cuello con vehemencia. Qué puto amo.

  • La hostia tío –le solté.

  • Me alegro que te guste. –Sonrió de nuevo y seguimos caminando. No sé si fue que la fumada me alteró momentáneamente la percepción del tiempo o qué, pero me sorprendí al darme cuenta de que nos habíamos terminado el canuto tranquilamente sin haber recorrido una larga distancia. Miré el reloj: las ocho y cuarto (¡hostias, qué de puta madre!); Mario notó mi gesto mezcla de sorpresa y satisfacción, y me guiñó un ojo, tras lo cual echó un rápido vistazo a la calle.

  • Es en la siguiente manzana –anunció–, pero como nos hemos dado prisa tenemos de premio un par de minutos.

Iba a preguntarle "¿para qué?", pero en seguida me di cuenta de que había que ser muy gilipollas para no captarlo. A dos pasos había un portal que formaba un pequeño entrante, y el comiquero me empujó suave pero firmemente hacia allí, dejándome de espaldas a la pared. Colocó sus manos en el muro, apoyándose de manera que todo su cuerpo quedaba inclinado sobre mí, casi cubriéndome, y comenzó a besarme. Sí, joder, sí, cómo me gusta esto, un macho fibrado vestido de traje acorrala mi pequeño cuerpo empapándome con su penetrante olor. Con movimiento firme pero sin brusquedad (característico de él), colocó diestramente sus labios entre los míos e hizo palanca con ellos para abrirme la boca al máximo, mientras empujaba levemente con su cabeza para asegurar su dominio y poder meterme la lengua hasta el fondo de la garganta. Aun teniendo la pared detrás no me sentía incómodo, pues su calor eclipsaba toda sensación de arrinconamiento.

Nuestro calentón se hizo patente para cualquier persona que pasara por allí; era un morreo casi obsceno, y entre bocado y bocado se nos escapaban frases como: "Estoy hasta los huevos de esperar, quiero tenerte ya", "Hazme tuyo tío, aquí mismo, en la puta calle", "¡Cómo me pones cabrón, y cómo me pone tu polla!"

Quedó apoyado con sólo una mano, y llevó la otra a mi culo, mientras yo le magreaba el torso por debajo de la chaqueta. Deslizó la mano hacia arriba buscando el borde del pantalón, y noté cómo sus dedos calientes se introducían hábilmente entre mi slip y mi culo. Empujó hacía sí con esta mano obligándome a juntar mi cintura con la suya, mi polla con la suya, que sentí perfectamente dura a través de la fina tela de su pantalón. Le saqué la camisa por detrás para tocarle directamente la piel; tan sólo rozarla ya me excitaba, y me deleité deslizando mis manos a lo largo de su espalda mientras él me tanteaba el ojete con uno de sus dedos.

Dios, cada vez que pasaba alguien por delante el falo me palpitaba con más fuerza, al pensar en cómo se vería desde fuera la escena que ofrecíamos sin pudor a los viandantes. No era sólo el calentón lo que me hacía despreocuparme de lo que pensaran: era un barrio donde no me conocía nadie, y además Mario me inspiraba una gran seguridad, con su arte para llevar adelante la pasión de forma natural y casi inocente.

Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, aminoramos nuestro entusiasmo a la vez, y permanecimos quietos mirándonos unos segundos mientras se iba recuperando el ritmo normal de nuestra respiración. Captamos la excitación en nuestros ojos. Pero aún debíamos ser pacientes; una vez hubiésemos cumplido el recado, podríamos entregarnos el uno al otro sin pensar en nada más. Además, por mucho que nos apeteciese follar allí mismo, tampoco somos unos depravados.

Mario se apartó del muro y se metió la camisa con cuidado, mientras me dedicaba una sonrisa cómplice. Yo me recoloqué el pantalón y la cazadora, mirándole divertido. Un momento después llegábamos a la puerta del mayorista.

Entramos a una sala grande llena de estantes metálicos; se trataba de un almacén de publicaciones, de aspecto industrial y sin más adornos que los pósters colgados por los empleados para amenizar el duro trabajo de carga y descarga. Estaba en penumbra, lo que indicaba que la mayoría de trabajadores se habían marchado ya; tan sólo quedaba una zona de luz, donde se encontraba frente a una mesa el encargado en distraída actitud de espera. Mario le saludó y conversaron un rato; mientras tanto me fijé en la revista porno abierta sobre la mesa del encargado, que hacía juego con los pósters de tías en bolas colocados en ese lado de la pared. Si me ponía a pensarlo, aquel lugar amplio y cargado del deseo sexual de decenas de trabajadores sudorosos me daba un morbo curioso.

Cuando terminaron de hablar, el encargado le dio a Mario unas llaves, recogió sus cosas y se marchó por la puerta de la calle. Mientras ésta se cerraba, el comiquero me guiñó un ojo y me indicó que le siguiera.

  • Vamos Jorge.

Cogió un radio-casette-cd de mano que había sobre la mesa y caminó hacia un lateral de la sala. Al pasar frente a la puerta de entrada utilizó una de las llaves que le había dado el encargado para cerrar del todo el pestillo. Luego siguió caminando con paso enérgico y me guió a través de un conjunto de pasillos y despachos, encendiendo las luces a medida que avanzábamos. Todo el lugar estaba repleto de libros y revistas, organizados en estantes y cajas o simplemente apilados en los rincones. La parte de los despachos estaba enmoquetada y olía a oficina.

  • Le he comentado que me llevará un rato organizar los encargos –explicó Mario mientras recorríamos el almacén–, y como tenía prisa por marcharse me ha dejado las llaves para que lo haga con calma y cierre yo.

  • Vaya, así que hay confianza ¿no?

  • Llevo viniendo aquí varios años, me conocen bien.

  • Pues te ayudo a organizar eso si quieres –de hecho ya estaba impaciente por volver a la carga, pero no quería dejar de ser amable, sobre todo teniendo en cuenta que él lo era mucho conmigo. Sonrió.

  • No hará falta, le he mentido; en realidad el tema está prácticamente resuelto.

Até cabos. - Así que estamos solos y sin nada que hacer, ¿verdad?

  • Hombre, algo que hacer sí tenemos… –Lo dijo en un tono de voz que me pareció bajar hasta mis pantalones y acariciarme la polla. La situación perfecta para descargar nuestros deseos, sí señor, Mario se estaba portando aquella tarde.

Llegamos al departamento de cómics y revistas, que me recordaba un poco a la trastienda del local de Mario por los estantes llenos de mercancía, pero esta habitación era algo más grande, enmoquetada, y con una iluminación cálida y plena. Se estaba a gusto en el silencio de aquella sala. Colgué mi cazadora en un perchero que había por allí mientras Mario enchufaba el radio-cd y lo dejaba colocado en un rincón. Me tendió su chaqueta, y en cuanto me volví para colgarla empezó a sonar una música cañera y agresiva.

  • Este es el CD que se pone el encargado para follarse a las secretarias. Te va a encantar.

Aquello me hizo gracia. No había acabado de reírme cuando Mario se adelantó y, muy suavemente, me cogió de la barbilla con una mano y acercó mi boca a la suya. No se agachó: guió mi cabeza despacio manteniéndose erguido y mirando hacia abajo sólo con los ojos. Nuestros labios se acariciaron lentamente dejando entrever las lenguas. Sin soltarme la barbilla, Mario utilizó su otra mano para subir al máximo el volumen de la música, que llenó la habitación y nos hizo acelerar el ritmo del morreo.

No suelo escuchar rock duro y salvaje, pero en ese contexto resultaba perfecto. El calor aumentaba a medida que nos magreábamos todo el cuerpo, nos llenábamos de saliva la boca y el cuello, y nos palpábamos las pollas por encima del pantalón.

De improviso Mario se apartó y me hizo una seña para que le siguiese. Caminó unos pasos hacia un rincón de la sala y se colocó de espaldas a un póster donde se veía el dibujo de dos tíos haciéndose una paja mutua. Al parecer, al empleado de allí también le iban los nabos. Mario se desató la corbata con una sensualidad acojonante y se la dejó colgando del cuello, desabrochándose acto seguido dos botones de la camisa. Después se acercó a mí y me quitó la mía mientras yo me lanzaba a oler ese trocito de pecho que se adivinaba bajo su cuello. Me llegó un aroma de fresca colonia aderezada con un profundo olor a macho caliente.

Desabotoné del todo su camisa y la abrí por delante para restregar mi cara y mis manos contra su torso. Él me acariciaba la espalda amenazando con quitarme también la camiseta. Lo hizo mientras yo le desabrochaba los pantalones. Me agaché y se los bajé hasta los tobillos junto con el slip. De nuevo se encontraba ante mí su miembro, duro, carnoso, y arqueadito hacia arriba, eso es, me encanta, esto es la hostia, voy a lamérsela hasta que se corra de placer.

Mario jadeó con mi mamada hasta que me pidió que me levantara. Se agachó y me abrió la cremallera del pantalón, introduciendo una mano con la que hábilmente pasó mi rabo a través de la abertura del slip y de los vaqueros, dejándome al aire polla y cojones, listos para entrar en su boca y donde hiciera falta. Empezó a excitarme con la lengua; yo miraba el póster y sentía que estaba a punto de correrme, pero al bajar la mirada le vi sacarse algo del bolsillo de su pantalón, y le aparté la cabeza por si acaso: no quería eyacular hasta saber si tenía pensada alguna otra cosa. En efecto, así era.

Lo que se había sacado era la cartera, y de ella un condón. Lo abrió y me lo colocó con la boca, momento que disfruté como un cabrón. Entonces se puso en pie y se acercó a mi oído para que le oyese bien por encima de la música.

  • Ahora vas a follarme, ¿de acuerdo? Quiero sentir tu polla dentro de mi puto culo.

Me dio la espalda y giró la cabeza para que viera cómo se mojaba un dedo con saliva, que se pasó por el ojete como señal de que haría falta que le lubricara antes de metérsela. Abrió las piernas, estiró los brazos hacia la pared y se apoyó en ella con ambas manos, sacando culo para que hiciese mi trabajo a gusto. Me excitaba el que no se hubiese quitado la camisa ni la corbata, que colgaban acentuando el arqueo de su cuerpo. Tampoco me había bajado a mí los pantalones; de modo que quería que le follaría así, en plan desenfadado y con música a lo bestia. Joder, cómo me molaba este hombre.

Me agaché y posé mis manos en su culo; se lo abrí con un par de dedos y escupí en el ojete, distribuyendo después la saliva con la lengua. Oí cómo se le escapaba un "¡Mmmmmh!" de gustillo. Comencé a meterle la lengua todo lo que podía; después un dedo, dos… Iba dilatando bien, se notaba que tenía ganas de que se la metiera.

Me puse de pie y pasé mi capullo por su ano.

  • ¿Estás preparado, Mario?

  • ¡Sí, tío! –gritó– ¡Métemela toda, tronco!

  • ¡Pues toma, cabrón!

Le penetré, introduciendo sólo media polla por si acaso. Entró bien, y en cada embestida se la fui metiendo un poco más. Distinguí que sus gritos no eran de dolor.

  • ¡Ohhh, sigue Jorge sigue! Ufff… ¡Sigue así chaval!

Me animé a metérsela toda.

  • ¡Hasta los cojones! –grité– Te gusta ¿eh?

Sonaba a todo trapo la canción Killing in the name de Rage Against the Machine. Me puso a mil con su estribillo: "Fuck you, I won’t do what you tell me!!!". Me acoplé al ritmo de la canción; eso le moló a Mario, que bombeaba su cuerpo al mismo ritmo ayudando a que mi pene entrara bien en él. Giró la cabeza para mirarme y me hizo una seña; me detuve al contemplar su expresión intensa y ardiente. Seguro que estaba a punto, como yo. Se irguió rápidamente colocándose frente a mí y me dio un enérgico morreo mientras me quitaba el condón. Sin dejar de comerme la boca se puso a pajearme con una mano, apretándome una nalga con la otra; yo hice lo mismo, y al momento noté que íbamos a corrernos a la vez. Rugía el final de la canción cuando brotaron chorros de semen hacia nuestros cuerpos; algunos nos llegaron al cuello y la barbilla. No dejábamos de besarnos apasionadamente. Poco a poco bajamos el ritmo y con ondulantes movimientos nos restregamos los torsos empapados en lefa.

Había duchas, que por cierto nos vinieron muy bien. Mario arregló en dos minutos lo del encargo y nos dispusimos a marcharnos.

  • Follas de la hostia, tío –me dijo Mario mientras recogía las cosas e iba apagando las luces.

  • Es que me pones mazo. Joder, cómo he disfrutado.

  • Yo también chaval, igual que la otra vez, aunque hoy te he hecho esperar un poco...

  • No pasa nada colega, ¡ya ves si ha valido la pena! –llegamos a la puerta de salida, no se me ocurría qué más decir– Vamos mejorando, esta vez no hemos manchado nada

Se rió con ganas. Terminó de abrir la puerta y antes de salir me dio un dulce beso en los labios. - Espero que no sea la última –dijo sonriendo con tranquilidad.

Me indicó un Metro que había por allí cerca. No era tarde, me dejaría en casa a buena hora.

Probé suerte:

  • Si me das tu teléfono te avisaré de que vengo, para no interferir otra vez en tus planes.

Mario me cogió de la cintura y me miró fijamente:

  • Me encanta que interfieras en mis planes… Pero vamos a hacer una cosa: en vez de mi teléfono te voy a dar mi dirección, y vas a venir cuando quieras, sin avisarme. Quiero encontrarte por sorpresa, como las demás veces.

Aquello me daba un morbo bestial. - ¿Directamente a tu casa?

  • Nos vendría bien una cama para estas cosas, ¿no? Y yo tengo una en mi casa que está muy solita.

Jóder, no me lo podía creer, el mundo era mío.

  • ¿Y cómo sé cuándo estás?

  • Curro mucho y salgo poco; cualquier día que no sea sábado, a partir de las nueve de la noche me encontrarás en casa.

  • Nos vemos entonces, un día a partir de las nueve.

  • Hasta otra Jorge, cuídate.

  • Lo mismo digo Mario, venga.

Me guiñó un ojo como despedida, y tras saludarle sonriente con una mano me dirigí a la entrada del Metro.


Confío en que lo hayáis disfrutado tanto o más que la primera parte. Espero vuestras críticas y comentarios, me animaron mucho los que me habéis hecho ya. Acepto correos.

Hasta el próximo relato, y a disfrutar.