Entre clases

No es muy erótico que se diga, pero me gusta por su punto romántico. Una de mis primeras experiencias. Continuará.

Todo comenzó el primer día de clases.

Buscaba mi aula por todo el edificio, ya era tarde y ni siquiera me había molestado en mirar donde estaba. Al subir las escaleras, tropecé y casi caigo para atrás, pero alguien me agarró y evito la caída. Me volví a darle las gracias, pero quedé muda al mirar sus grandes ojos castaños. Me sonrió y me recordó que ambos no llegaríamos a clases. Corrí.

Durante semanas busqué su mirada, encontré sus sonrisas y noté el roce de su mano cuando pasaba junto a mí. No sabia por qué de ese sentimiento, no le conocía, ni siquiera sabia su nombre.

Varios meses después tuve una pequeña pelea con una amiga, y en el intento de hacerme daño, me arrancó un colgante que significaba mucho para mí, por que era de alguien a quien había perdido, y se lo llevó. Me dolió tanto, que no pude evitar echarme a llorar de la impotencia. Nadie se dio cuenta, solo él.

Al terminar las clases de ese día, salí fuera a esperar a mis amigas. Pero alguien me tapó los ojos y cogió mi cintura. Sonreí. Yo le seguí el juego, pues creía que sería algún amigo. Noté un cálido aliento sobre mi cuello...

  • Me llamo Diego – susurró a mi oído.

Cuando quitó la mano de mis ojos, descubrí el colgante frente a mí. Me quede sin palabras, solo lo cogí y me di la vuelta para descubrir quien era. Ahí estaba él. Parado frente a mí. No me lo pensé dos veces, le abracé y le di las gracias.

  • Laura... – devolviéndole el susurro en un tono muy dulce.

Tal vez nadie se diera cuenta en aquel momento, pero algo cambió en nosotros para siempre.

Con el paso del tiempo nos fuimos haciendo amigos. Quedábamos para ir a tomar un café, ir al cine, pasear, hablar... y a veces, simplemente para sentir la presencia del otro. Nuestros amigos no nos comprendían, pasábamos todo el día juntos, y siempre queríamos más.

Un día cualquiera, entre clase y clase, le tenía que decir algo importante. Simplemente cogí su mano, y bajo la atónita mirada de sus amigos, me lo llevé de su lado para llevarlo al baño y encerrarnos.

  • Laura, ¿Qué pasa? – estaba nervioso, se notaba a leguas - No puedes hacer esto. Yo...

  • ¡Shh! Solo quiero decirte algo.

  • Pero... pero... ¡nos van a pillar!

  • ¡No, si dejas de gritar!

  • Lo siento... – se rindió mientras se apoyaba en la pared y se deslizaba hasta caer sentado - ¿Me vas a decir ya qué pasa?

  • Claro - ¡por fin llegó mi turno! – Quiero saber hasta donde estas dispuesto a llegar en esta relación.

  • ¿Relación? Pues yo... Yo estoy bien así.

  • ¿Seguro? – le intentaba convencer, mientras me acercaba y me ponía de rodillas hasta llegar a su altura - ¿Seguro que quieres seguir en estas? ¿Pasear... Hablar...?

  • No sé donde quieres llegar.

  • Me parece que sí. Pero tienes miedo.

  • ¡No tengo miedo! ¡No tengo por que tener miedo de saber que quieres llegar a algo más! ¡No tengo miedo de querer besarte y que tu me lo niegues! ¡No!

  • Vaya – sonreí al mismo tiempo que mis hormonas se revolucionaban y mis mejillas se tornaban de un color rosado – Nadie dijo de que o a que tienes miedo...

  • Yo... – era su turno de sonrojarse, y bajó la cabeza.

Posé una de mis manos en su barbilla y le hice levantar la mirada, mientras que agarraba su camiseta por la parte de su abdomen con la mano libre que me quedaba.

Dulce. Caliente. Húmedo. Suave. Largo.

Así fue nuestro primer beso. Nuestros labios se encontraron. Nuestras bocas se abrieron. Nuestros alientos chocaron. Nuestras lenguas lucharon.

Después de empezar una guerra húmeda, sus manos buscaron mi cintura, las mías su cuello.

Nuestro pulso se aceleraba, nuestro calor aumentaba, nuestros deseos estaban en plena ebullición.

Su cuerpo. El mío. Ambos pedían más.

Pero...

  • ¡Eh! ¡Esta cerrada!

Nos habían pillado. Voces que surgían detrás de la puerta. Ambos permanecíamos en silencio...

Las voces se alejaron, protestando por no haber podido entrar. Nos miramos.

  • Por poco... Esto no ha estado nada bien – dijo al tiempo que se levantaba y me dejaba sola contra la pared -.

  • ¿Nada... de nada? – eso me desilusionó un poco, y puse una carita triste como haría una pequeña de dos años - .

  • No me busques las cosquillas... – sonrió - Sabes que por mí podíamos haber llegado muy lejos si no nos llegan a interrumpir. Pero tú deberías estar en clase de Literatura, como las niñas buenas.

  • Y tú en Historia.

  • Cierto. No me pongas esa carita, cielo. Luego hablamos.

Tras besarme en la frente, se dispuso a salir. ¡No me podía quedar así! ¡No podía dejarlo así!

Ambos estabamos muy excitados. No nos podíamos presentar a clase de Literatura e Historia, si nosotros lo que queríamos era clases de Anatomía.

  • ¡Diego! – me puse en pié de un salto y le miré divertida –

  • ¿Sí? – dijo mientras se volvía y me veía ahí de pié plantada, como si nada -.

Lo último que se esperaba, es que yo corriera hacia él e hiciera que me cogiera a pulso, para luego rodear su cintura con mis piernas.

  • Cervantes y Napoleón pueden esperar...

Ambos nos fundimos en el mas cálido de los besos.

  • Por cierto, Laura, ¿qué era eso que me tenías que decir? – dijo mientras me apoyaba en la pared para poder bajar las manos hasta mis piernas y acariciarlas -.

Reí. Creí que lo había olvidado. Hasta donde llegué para decir solamente dos palabras...:

  • Te quiero.

Sabíamos que ese día, nunca llegaríamos a clase...