Entre arbustos...

En ese momento caminábamos por un estrecho sendero rodeados de arbustos, casualmente vi un...

Ese día mi padre llamó para avisar que no iría a comer, así que comimos solos y todo estuvo delicioso, como de costumbre. La felicité por la comida y sé que le gustó, pues rara vez lo hacía. Luego me pidió que la acompañase a dar un paseo y por supuesto que lo hice.

Paseamos cerca del río, entre los árboles del parque y todo fue perfecto, yo la cogía de la cintura y sentía la calentura que seguía en mis piernas, mi verga se ponía dura a cada instante y sentía los calzoncillos mojados. Le acariciaba el culo de vez en cuando y ella me apartaba la mano pudorosamente, con el temor de que nos viera alguien.

—¿Te ha gustado mi paja? —me preguntó por sorpresa.

—¡Me ha encantado! —dije yo entusiasmado—. Especialmente el final, ha sido fantástico sentir tu boca ahí.

—Te has acordado de Cael, ¿eh pillín? —me dijo sonriendo.

—¡Oh si, y ha sido lo mejor que me han hecho en vida! —me atreví a decirle.

—Bueno, pues me alegro —dijo ella simplemente.

—¿Y tú, no estabas cachonda?

—¡Oh sí, pero no quería seguir por ahí! —me confesó—. Aunque me interesa que me cuentes más de tus relaciones con Cael. ¿Lo habéis hecho por el culo?

—¡Oh si claro! Decidimos probarlo cuando nos cansamos de pajas y mamadas —le dije yo muy ufano.

—¿Y qué tal? —preguntó ella con gran curiosidad.

—Una vez que se vence la resistencia inicial y “eso” se abre, pues es fantástico Beyda. Nunca lo he hecho con una mujer así que no lo puedo comparar un sexo femenino.

—Pero cómo lo hacéis, ¿primero se pone uno y luego otro? —dijo ella con mucha intriga.

Entonces tuve que pararme un momento para recrear la historia gay perfecta y así poder engancharla a mis mentiras.

—Bueno las primeras veces consistieron en amagos de coitos improvisados. Jugábamos y nos excitábamos terriblemente cuando él me ponía su miembro cerca de mi culo o yo se lo ponía a él. Hasta que poco a poco aprendimos a usar lubricantes y un día él tomó la iniciativa y aunque me dolió un poco, luego me corrí con ella dentro y fue maravilloso —me atreví a confesarle.

—¡Uf Aday, qué caliente me pone imaginar esa escena! —dijo ella cogida de mi brazo mientras paseábamos.

En ese momento caminábamos por un estrecho sendero rodeados de arbustos, casualmente vi un hueco entre ellos así que tiré de su brazo y me oculté con ella tras los arbustos. Cuando me giré abracé su cintura y pegué mi pelvis a su culo.

—¿A ti alguna vez te lo ha hecho mi padre por el culo Beyda? —le pregunté pegando mi erección a su trasero con calentura.

—¡Tú estás loco hijo, podrán vernos!

—Qué va Beyda, por aquí no transita mucha gente —dije mientras le metía la mano desde atrás y le palpaba las bragas bajo su sexo.

Esta maniobra me resultaba especialmente excitante, pues disfrutaba de calorcillo de la zona y de la suavidad de sus ingles y su piel circundante. Hasta me permití apartar el elástico de sus bragas e introducir un dedo explorador bajo ellas. Éste no tardó en encontrar su surco y pasearse por todo él, sintiendo su lubricidad y calentura, al tiempo que Beyda exhalo de placer.

Hasta me dejó metérselo y éste entró sin dificultad en un cálido ambiente nunca antes disfrutado por ninguno de mis apéndices corporales.

—¡Mejor no sigamos Aday! —me dijo de repente apartándose.

—Dime, alguna vez te lo han hecho por el culo —le dije una vez más apretando su ojal al tiempo que mi dedo discurría por su sexo lubricado.

—¡No Aday, por el culo nunca! —sentención ella.

—¿No te gustaría que lo intentase aquí mismo? —dije yo apretando con mi pulgar su ajustado ojal.

—¡Oh Aday, qué haces! —se limitó a decir ella.

Entonces la hice ponerse de rodillas y sacando mi rabo me puse tras ella, lubricando su punta lo acerqué a su culo y apartando sus bragas comencé a presionar su ojal.

—¡Oh Aday, mi culo! Tú tienes que ser un experto en culos, ¿no? —me dijo recordando mi teatro anterior.

—¡Sí, un experto “enculador”! —dije yo siguiéndole el juego.

Eché más saliva a mi mano y penetré su ojal con mi dedo. Este estaba ciertamente cerrado, a diferencia de su sexo, pero ella gimió como si la hubiese partido en dos. Luego apunté mi glande y lo apreté contra su ojal.

—¡Ay Aday, qué gorda la tienes! ¡Nunca entrará por ahí, no sigas! —se quejó ella dolorida.

Pero yo no hice caso, la saqué un momento y la paseé por todo su sexo y de su sexo fue hacia su culo, una vez lubricada por éste. Ya sé que eso parecerá una guarrería, pero en el sexo la única regla es el placer mutuo.

Ahora apreté con fuerza y esta casi entró. Beyda comenzaba a ceder en su agonía y yo comenzaba a excitarme en demasía, pues el roce de mi glande con su apretado ojal amenazaba con dar todo al traste, como así ocurrió momentos después.

Con ella ya medio metida, el roce con su ajustado ojal, terminó por enervarme hasta tal punto que casi me dolió y mi corrida en su culo comenzó, soltando tensas descargas, como un arco que lanza la flecha. Ella se tensó igualmente, al sentir la corrida en tan íntima parte de su anatomía, con su culo a medio abrir y mi leche saliendo por la punta, lubricando su ojal que aún se me resistía.

Cuando retiré mi maltrecho glande, vi cómo mi leche caía al suelo, no podría decirse que aquello hubiese sido una victoria, aunque por otro lado el calentó había tenido un final feliz, al menos para mí.

Ella comenzó a reaccionar tras yo retirarme, con sus bragas aún a un lado, mientras mi semen chorreaba por sus ingles, no hubo mucho que pudiese hacer. Así que para mi asombro simplemente movió sus bragas aun lado y tapó todo el desaguisado.

—¡Ay Aday, tengo el culo dolorido! —dijo finalmente tras incorporarse.

—¡Lo siento! —me apresuré a decir.

—¡Y te has corrido! Poniéndome perdida y sin nada para limpiarme.

Ante sus quejas lo único que podía hacer era disculparme una y otra vez.

—Lo siento, no he podido aguantarlo, mi glande estaba demasiado excitado y también me ha quedado dolorido, por si te sirve de consuelo.

Mientras se levantaba y se quitaba algunas briznas de hierba seca que habían quedado adheridas a las puntas de su pelo me temí que me echara la bronca por mi atrevida acción, pero eso no ocurrió.

—Anda vámonos a casa para que pueda lavarme —dijo sin más dirigiéndose a mí.

—¿No te enfadas? —dije yo extrañado.

—Hombre admito que te has pasado, pero por otro lado admito que me tenías muy excitada también y en el fondo que lo hayas intentado…  ¡hasta me ha gustado! —dijo cogiéndose de mi brazo.

Salimos de los arbustos y emprendimos el paseo de vuelta a casa. Mientras caminábamos ella seguía cogida de mi brazo, como si fuésemos pareja, ya sé que parecerá una tontería, pero aquel inocente detalle me llamó poderosamente la atención. Y en cierta medida también me dio satisfacción.

—Vamos acelera el paso, que noto algo que me cae por la entrepierna y me temo que tiene que ver con tu atrevimiento ahí adentro —me dijo entre sorprendida y divertida.

—Lo debes tener todo ahí abajo pringado —dije yo recordando mi semen en su ano y en su sexo.

—¡Ya te digo! Te has puesto bien las botas, ¡so bribón! —dijo dándome un suave pellizco en el hombro.

—¡Uf, he de admitir que ha sido fantástico, aunque la maniobra no haya tenido éxito!

—Es que eso está muy difícil de meter —admitió ella en un susurro como si nos fuesen a oír mientras caminábamos.

Cuando llegamos a casa ella se fue a la ducha directa, luego pasé yo, viéndola envolverse en una toalla, una visión fugaz de su cuerpo desnudo y precioso, toda una tentación para mí. Y ella se hizo la remolona mientras se secaba el pelo y vi cómo me miraba mientras me desnudaba y me metía en la ducha, pues ella también disfrutaba de mi cuerpo juvenil y fibroso, pura sangre caliente de aquel joven impetuoso.

Nota del autor:

Por si alguien se lo pregunta, este relato corresponde al capítulo nº9 de mi novela

La Madrastra

...