Entonces, la playa (parte 2)

El verano toma cuerpo. Un día de playa donde los juegos y las conversaciones picantes hacen subir la temperatura

-Tampoco te dije que parases", me dijo...

Me dejaba otra vez descolocado, con uno de sus típicos órdagos. No contesté. Después de dos segundos de duda, y estando ya empalmado por completo, decidí no tensar más la cuerda y acabé de embardurnarle las piernas, antes de tumbarme boca abajo en mi toalla intentando relajar la tensión.

No era fácil. Mi hermana se dio la vuelta y comenzó a echarse la crema por delante. Era hipnotizante verla, lanzándose la crema directamente por el cuerpo, entreteniéndose en las tetas: La mano izquierda sobre el pecho izquierdo, la mano derecha cubriendo el derecho, en ambos extendiendo suavemente la crema con la palma de la mano, con movimientos delicados, pasando las yemas de los dedos alrededor de los pezones, ya erectos, sin tocarlos. Me pilló mirándola de reojo, y solamente sonrió.

Finalizada la tarea, sus pechos dorados al sol brillaban relucientes, y las manos descendían al abdomen, repitiendo la operación. Cuando acabó de aplicarse la crema por todo su cuerpo, parecía una burbuja de champán al resol bañada por polvo de estrellas. Estaba preciosa.

Todavía me quedaba por ver el espectáculo ofrecido al aplicarle la crema solar a Paula. Se sentó a horcajadas sobre el generoso culo de su amiga, mientras le desabrochaba el sujetador, y comenzaba a masajearla, desde el cuello hasta la cintura, con movimientos sensuales y elegantes. Me puse de costado para observarla, sin disimulo por mi parte, y parecía moverse de manera más erótica todavía al reparar en ello. Al finalizar, se acercó al oído de su amiga y las escuché cuchichear, riéndose ambas. Cuando acabó y se acostó sobre la toalla, me preguntó, con una sonrisa cínica en boca: "¿Se te ha bajado ya?".

Ambas volvieron a reírse, ahora con menos disimulo, y yo me rendí tumbandome en la toalla. De nuevo, boca abajo.

Después de un rato, se sacaron de las mochilas unos bocatas y unas piezas de fruta. Mi hermana extendió el brazo y me acercó uno de ellos:

-"Toma. Tortilla de patatas" -me dijo, con indiferencia.

-"¡Ahhhh¡¡¡¡ Como sabes lo que me gusta, hermana! -exclamé agradecido, antes de darle un casto beso en la mejilla.

-"Ya... y sin cebolla, que lo sepas. Me levanté a las siete para hacerlo, así que aprovéchalo", me ordenó.

-"Y yo que casi no vengo...", le solté.

-"Te hubiese matado", me amenazó entre bromas.

Con avidez devoramos los bocatas y mi hermana se peló un plátano como postre, mientras le ordenaba a Paula que fuese a buscar las cervezas que habían dejado en unas tinajas, entre las rocas, para preservarlas del calor.

Al momento de irse Paula, me preguntó:

-"Hablando de cosas que te gustan... estuvo aquí Angie", dijo.

-"Si. Me crucé con ella al bajar", conteste.

-"¿¿Y??", preguntó, mientras se metía en la boca el último trozo del plátano, y guardaba la monda.

-"¿Y? ¿Qué?", le repuse, sin entender.

-"¿Como que qué?" -contestó molesta, mientras sacaba de una pequeña bolsa un pequeño trozo de costo- "¿Pero hablaste con ella?"

-"Si, hablamos un rato", respondí de manera lacónica, mientras la veía sacar un cigarro.

-"¿Y de que hablasteis?", insistió de nuevo, mientras colocaba el cigarro entre los dedos y posicionaba el trozo de costo sobre el filtro, con el dorso de la mano boca abajo.

-"Pues de cosas, de los estudios, de que tal iba... yo que sé", volví a contestar. Me empezaban a agobiar las preguntitas.

Mi hermana movía la cabeza a modo de negación, mientras seguia concentrada en la minuciosa tarea de liarse un porro. Con la mano libre, accionó el mechero cuya llama derretía poco a poco el costo, ayudando a desmenuzarlo con el índice y el pulgar de esa misma mano, repitiendo el movimiento varias veces hasta que la pequeña piedra acabó hecha virutas en su palma.

-" Podias haberla invitado a tomar una caña, por ejemplo", indicó, antes de sacarse un librillo del que extrajo el papel con el que envolver el chocolate, mezclado con tabaco. "Así no vas a follar nunca", me tiró maliciosamente.

-"¿Y qué sabes tú si no la invité a esa caña?¿Y que sabes tú si he follado o no?", proteste airado.

Ella seguía en su labor. Envolvió el costo y le dio la vuelta, le colocó el filtro del cigarro y lo prensó, no sin antes pasarle la lengua de manera sensual a lo largo del canuto para fijar bien el papel. Le dio un toque de gas con el mechero y se lo llevó a la boca, encendiendolo. Le dio una calada muy profunda con la vista perdida en el mar y su horizonte. Y sentenció:

-"Lo primero lo dudo. Lo segundo, estoy segura de que no. Me lo dirías. En cuanto folles, me lo dirás" -me dijo sonriéndome, soltando al finalizar su respuesta la gran humareda que tenía retenida en el fondo de su garganta. Y continuó: "Eres un pánfilo. Si por lo menos te follases a esa, que está bien dispuesta...", me soltó de manera cruel señalando con la cabeza a Paula, que venía hacia nosotros,  antes de dar otra profundísima calada al canuto que sostenía entre los dedos.

-"¿Qué habláis"?, preguntó al llegar a las toallas con las latas de cerveza.

-"Nada. De mi vecina. La que estuvo por la mañana" -dijo mi hermana, mientras se abría una lata y se echaba un trago largo, que acabó por desbordar la comisura de los labios y formar un surco, que descendía por el cuello hasta ir a parar a sus pechos- "Mmmm, que fresquita", dijo extasiada.

-"¿La morena? Parecía muy maja. Y menudo tipazo que tiene", aseveró Paula.

-"Si.. es buena chica" -le repuso- "A mi hermanito también le parece que tiene buen tipo", volvió a la carga mi hermana, con esa sonrisa de malicia que tan nervioso me ha puesto siempre.

No conteste, pero mi hermana parecía dispuesta a dar guerra: "Sabes que el otro día le pillé.. ", empezó a decirle a su amiga, justo antes de que le interrumpiese bruscamente:

-"Ya basta", le dije de forma seca. No esperaba una respuesta tan firme, y se quedó desencajada con ojos de espanto, momento que aproveché para asir asirla por las piernas y posarla sobre mis brazos para llevarla al agua y tirarla sin contemplaciones, mientras Paula nos seguía de cerca. Mi hermana se resistía divertida, entre chillidos y patadas, pero la tenía muy bien agarrada como para dejarla escapar. Ya en el agua los tres, nos divertimos un rato mientras furtivamente eché mano a sus senos y a su culo sin disimulo alguno, justificándolos como ataques de guerra. Tampoco ella se cortaba conmigo, rodeandome con sus piernas, poniéndome su sexo delante de los ojos, o jugando de manera traviesa con su pie derecho sobre mi bañador.

Al menos, llevándolas al agua, conseguí que la conversación se desviara. No me apetecía que mi hermana le contase a una chica como Paula como me la cascaba con mi vecina.

El día fue pasando entre juegos, conversaciones subidas de tono y siestas furtivas al sol, hasta que la tarde se fue cerrando y apenas quedábamos nosotros en la playa. Mi hermana se abrió la última cerveza, mientras dijo:

-"Toca irse ya. ¿Vienes a casa  y nos pegamos allí una ducha para quitarnos las arenas, como otras veces?

-"Claro. Y si queréis os preparo algo de cenar, ya que los bocatas los has hecho tú", le contestó Paula a mi hermana.

El Sol iba cayendo muy lentamente, y el reflejo comenzaba a platear el mar, ofreciendo una bonita estampa delante de nuestros ojos. Paula rompió el silencio:

-"¿Que os pasó con vuestra vecina? Antes me dejasteis en ascuas..."

Un sudor frío recorrió mi cuerpo y mi hermana me miró a los ojos directamente, con su maldita sonrisa de niña mala. Entonces se echó la cerveza a la boca en un larguísimo trago, hasta finalizar el líquido estrujando la lata y posándola junto a ella, en la toalla. Después de un segundo, lanzó al aire un sonoro y estruendoso eructo que retumbó en el vacío de la playa. "¿Te sirve de respuesta?", preguntó timbrsndo su voz de la manera más dulce posible, justo antes de guiñarme un ojo y de que Paula se abalanzase sobre ella y comenzaran a pelearse como dos niños divertidos.

Nos pusimos en pie y nos sacudimos las arenas. Yo me puse la camiseta y mi hermana, por supuesto, se quedó completamente desnuda y sin pudor, mientras rebuscaba en su mochila la ropa de recambio. Paula, de espaldas a mí, se quitó el sostén y rodeó su cintura con la toalla para cambiarse la braga, perdiendo de vista a mi hermana que, todavía desnuda, se la arrebató de un movimiento rápido y salió corriendo con ella por la playa, mostrándola con los brazos alzados a modo de trofeo. Paula se quedó estupefacta, girándose en ese momento e intentado cubrirse los pechos con el brazo derecho cruzado y el coño con la otra mano, justo el tiempo que tardó en reaccionar suplicándome que le lanzara mi toalla, con la que pudo cubrirse lo justo. La palidez de su rostro solo era comparable con el blanco de su culo.

Cuando mi hermana se divirtió lo suficiente, se acercó hacia nosotros entregándole de nuevo a Paula su toalla, mientras se partía de risa, y acabó de vestirse. Paula, con la cara descompuesta, se vistió muy lenta y mecánicamente, antes de que los tres iniciaremos el camino de regreso a casa.

En la subida, yo encabezaba el grupo, y unos metros más atrás las escuchaba hablar en voz baja y entre sollozos de ambas. Por fin, Paula se paró, planteándose ante mi hermana, y comenzó a chillarle de manera agresiva:

-"¿Porqué lo has hecho? Con todo lo que te he contado, sabes los complejos que tengo y no logro superar, ¿porqué me expones?¿porque lo haces?", le espetó.

-"Lo siento..."-respondió mi hermana, superada. "Solo era una broma, ya está...yo no quise...", balbuceaba.

-"¿Que no quisiste que? Tu quieres reírte de mí, dejarme en evidencia...", volvió a insistirle Paula fuera de sí.

-"Noo.. no... por favor... perdóname, de verdad... no pensé que...", insistía mi hermana, tan débil y vulnerable como nunca la había visto.

Me dijeron lástima las dos. Pensé entonces que la altanería que le suponía a Paula no era sino una máscara frente a su timidez, o un escudo frente a la insatisfacción consigo misma. Y en el mismo plano, la seguridad de mi hermana no era sino una fachada que se desmoronaba en el mismo momento en que algo se salía de su guión preestablecido. Ambas rondaban los veinte años, pero seguían siendo una niñas sedientas de algún tipo de cariño.

Se intercambiaron unos cuantos golpes más, o más bien Paula los daba y mi hermana recibía, antes de que deshiciera el camino y me decidiese a intervenir.

Le cogí las manos a Paula, intentando tranquilizarla.

-"Paula, a mi hermana y a mi nos criaron de siempre en la idea de que el cuerpo humano carece de valor por si mismo. Nos hicieron ver de siempre que no es más que un envoltorio que transporta un alma, o un corazón. Y por eso a veces nos puede costar empatizar con los demás, y ver que lo que para nosotros no tiene relevancia para otros puede suponer un problema, un complejo o un conflicto", le dije de manera dulce, mientras fijaba mis ojos en ella y le acariciaba las manos en señal de confianza. Proseguí:

"Tu ves cuerpos altos, bajos, gordos, flacos... nosotros solo vemos cuerpos y todos son hermosos para nosotros. Lo que para ti puede ser bonito, para otro puede ser espantoso, y viceversa. Nos relacionamos de forma distinta con los cuerpos, todos tienen algo bello, aunque por supuesto cada uno tiene sus gustos. Mi hermana, por ejemplo, que se exhibe constantemente y tiene un buen tipo, según cánones, a mí no me resulta atractiva -le mentí-. Yo, como hombre, prefiero tu cuerpo. Habrá otros que digan lo contrario. Lo importante es sentirse a gusto con uno mismo y no preocuparse tanto de gustarle a los demás, porque eso condiciona todos tus actos." Paula me miraba con los ojos como platos, y mi hermana nos miraba a ambos fascinada.

"Las dos tenéis razón. Mi hermana, aunque es una bocazas, por quitarle importancia y jugar con algo que ella considera accesorio, y tú por no entender porqué no empatizan contigo en algo que consideras un problema. Todo eso se entiende. Pero no hay mala fé en ello, ni nada que justifique que no os deis un abrazo y un par de besos, y te vengas con nosotros a casa a tomar la última caña", concluí guiñándole un ojo.

El milagro se hizo y, entre llantos, acabaron por darse un larguísimo abrazo entre promesas de perdones y de amistad eterna. Más calmados todos, iniciamos nuestro camino a casa. Ahora yo seguía por delante, pero por detrás  no se escuchaban gimoteos lúgubres, sino risas picaras y confesiones al oído. Poco antes de llegar a casa, Paula se adelantó y me cogió del brazo, preguntándome al oído: "¿Puedo preguntarte una cosa?, me dijo en voz baja y con las mejillas coloradas.

-"Claro", respondí con seguridad.

-"¿De verdad mi cuerpo te gusta más que el de tu hermana?"

...