Entonces, la playa (parte 1)

Un día de playa desemboca en juegos de morbo, que van aumentando la tensión

Caminé por la pasarela de madera escuchando el crujido de las tablas viejas a mi pies, mientras procesaba lo sucedido con Angie, intentando encontrar un resquicio en la conversación que alimentara mis esperanzas. Llegué a los pies del arenal intentando vislumbrar entre las sombras tumbadas al sol la bonita silueta de mi hermana.

Sabia que no resultaría dificil. Desde que el verano anterior, y no contenta con ser de las pocas usuarias de esa playa en hacer topless, trajo de la ciudad un novedoso artilugio del diablo llamado tanga de hilo, su presencia no pasaba desapercibida. Las mamás murmuraban, los papás escondían sus pupilas inyectadas en deseo detrás de las gafas oscuras, los niños se divertían con la hiperventilación de los mayores y los chicos de mi edad... se mataban a pajas con mi hermana en el pensamiento, como me había confesado algún buen amigo de la época. Ella lo disfrutaba. Se contaba en el pueblo como una mañana brumosa, paseaba ella por la orilla de la playa con el minúsculo tanga como única prenda, cuando una señorona de bien se cruzó con ella diciéndole si no le daba vergüenza "ir con eso puesto". Mi hermana, tras pensárselo un segundo, le contestó "tiene usted razón", quitándose al instante el tanga y poniéndoselo a modo de muñequera, emprendiendo de nuevo el camino dedicándole una privilegiada visión de su culo desnudo a la pacata señora. Y a su marido, que nada dijo y todo lo vio.

En todos estos años jamás me confirmó esta anécdota, por lo que no sabré si fue cierta o entra dentro del capítulo de leyendas urbanas protagonizadas por mi hermana. Pero sí se que le divertía mucho, cada vez que le preguntaba por eso.

En éstas estaba cuando, a lo lejos, pude distinguir los cuerpos húmedos de mi hermana y su amiga Paula, recién salidas del agua. Paula llevaba un horrible bikini estampado, que nada favorecía sus curvas, más generosas que la última vez que la ví, aunque seguía manteniendo unas piernas macizas y unas hermosas tetas. No era especialmente guapa y me resultaba muy desagradable su persona, aunque reconozco que escondía cierto morbo. Mi hermana, por su parte, llevaba tan solo el tanga de hilo negro que más le gustaba ponerse, además de una cinta roja en el pelo que se estaba colocando justo en el momento que me acercaba a ellas y nuestros ojos se cruzaron, iluminándosele el rostro.

-¡Nene, viniste¡ -gritó a distancia, comenzando a hacer aspavientos a modo de saludo, que provocaba graciosos botes en sus tetitas-.

Tiró la toalla con la que se estaba secando al suelo y salió corriendo en mi busca, hasta finalizar la carrera con un gran salto sobre mí, que la recogí al vuelo. Me rodeó con sus piernas y con sus brazos, restregandome sus pechos contra el rostro, hasta que se posó de nuevo en el suelo y me saludó con un pico.

-No contaba ya contigo, dormilón.

Me cogió de la mano y me llevó hacia sus toallas. Dos besos protocolarios con Paula y un "que tal todo?" para guardar las formas, justo antes de situar mi toalla junto a las suyas.

-"Viniste en el momento preciso, hermanito" -dijo mi hermana mientras me enseñaba un bote de crema solar- "¿Espalda?" -siguió, mientras se posiciona boca abajo a la espera de mis manos.

-"Eso os lo podéis untar la una a la otra" -le contesté, aunque de manera sumisa agarraba el bote y soltaba un buen chorretón sobre su espalda.

-"No, no, prefiero que me lo hagas tú, que tienes buenas manos", me halagó mi hermana. Aunque antes de que se me pudiese hinchar el pecho de orgullo, continuó: "Además, quiero ver si se te monta de nuevo la tienda de campaña, como esta mañana", soltó, al tiempo que estalló en una carcajada, acompañada por la sonrisa maliciosa de su amiga.

-"Oye...", protesté, antes de que me interrumpirse.

-"Sssss.. tranquilo...que Paula ya lo sabe", contestó, mientras yo entendía con esmero la crema sobre su piel dorada.

-"Me lo temía", proteste derrotado, aunque centrado en la tarea de masajearle los hombros con movimientos suaves, una vez extendida la crema.

Pasaron unos segundos antes de que ella insistiera, ya con la voz más suave y apagada mientras disfrutaba del masaje: "No tienes de que avergonzarte, créeme", sentenció.

Sin contestar, baje mis manos untadas hacia su cintura y continúe extendiendo la crema con movimientos circulares. Realmente tenía una cintura perfecta, sin apenas grasa y muy bien trabajada.

Volvió a romper el silencio, esta vez dirigiéndose a su amiga Paula: "Que pedazo pollón, tía. No he sentido nunca cosa tan dura".

No añadió nada más, riéndose Paula de manera nerviosa:

-"¿Pero se la tocaste?, preguntó escandalizada.

-"Claro. Joder, que es mi hermano", le aclaró, al ver la cara de asombro de su amiga. "Hay confianza y no me voy a poner cachonda", le tranquilizó. "Y ya te digo que no he catado ninguna tan dura", volvió a decir.

-"Ni que hubieses tocado tantas...", bromeó Paula.

-"Unas cuantas más que tú, monjita", zanjó mi hermana.

Hablaban como si yo fuese una estatua allí, y la conversación estaba empezando a resultar me incomoda. Sabia que mi hermana no era la niña descocada pero inocente que se había ido del pueblo un par de años antes. Y si ya entonces acumulaba experiencias por docenas, no era difícil relacionar que durante ese tiempo en la capital esas experiencias se habían multiplicado. Pero, aunque siempre nos hablamos contando las cosas y no teníamos tabúes en hablar de intimidades entre nosotros, en este momento prefería no conocer determinadas cosas. Algo similar a los celos estaba creciendo dentro de mi en relación a mi hermana, y acabé por cortar de cuajo aquello.

-"Ya basta", volví a protestar. "Que mi polla sea el tema de conversación ya es inquietante, pero que lo sean las pollas de los demás... por ahí no paso", finalicé diciendo. Ambas se rieron abiertamente con mi ocurrencia.

-"Sigue con la crema y calla, anda", me ordenó, tras unos segundos.

-"Culete?", pregunté.

-"Por supuesto", dijo sin dudarlo.

Acto seguido eché sobre su piel dos buenos borbotones de crema, uno por cada moflete. Me esmeré especialmente en extenderla, disfrutando del suave tacto de sus nalgas. Jugaba con la tira interior del tanga, desplazándolo a uno y otro lado, pasando el dedo con la crema sobrante por la raja de su culo, midiendo su profundidad, bajando cada vez más... y sintiendo muy cerca la humedad de su sexo. Volvía a la posición inicial, y repetía la misma operación un par de veces más, antes de que me dijese:

-"Ahí no me voy a quemar...", sentenció, sonriéndome.

-"Eso por bocazas", me defendí.

-"Jijij, pues ojalá todos los castigos fuesen así".

Me pasé directamente a las piernas, con la certidumbre de que había pisado una línea roja.

-"Tampoco te dije que parases", me dijo...