Entelequia

De madrugada me levantaba y me paraba justo en la punta de la cama. Te despertabas y mirabas como dejaba deslizar la bata y te ofrecía mi cuerpo desnudo.

Entelequia

Tenías unos ojos color melancolía, grises, opacos... pero nunca pude evitar perderme en la oscuridad de tu mirada. Era un túnel sin salidas aledañas que había que recorrer de principio a fin, un pozo profundo y estrecho a través del cual me dejaba caer al vacío para chocar, una vez más, contra el suelo tan duro como tu indiferencia.

De madrugada me levantaba y me paraba justo en la punta de la cama. Te despertabas y mirabas como dejaba deslizar la bata y te ofrecía mi cuerpo desnudo. Solo en ese momento podía ver el brillo en tus ojos, era un instante de lujuria que avivaba las llamas de tu alma; entonces el fuego iluminaba la salida del túnel de tu mirada.

Me acerqué lentamente y dejé que me tomaras del brazo para dejarme caer sobre la cama.

Cerré los ojos y pude sentir como tus manos recorrían mi cuerpo hasta perderse en los escondites del placer. Deje que me besaras, que me arrancaras suspiros, que me erizaras la piel, que me recorrieras entera con tus labios, que me humedecieras con su lengua. Que me obligaras a seguir el ritmo acelerado de tus movimientos.

Busqué a tientas un cigarrillo y fumé en silencio. Me resistía a abrir los ojos. Quería saborear lo poco que me quedaba en los labios de los besos de ese perfecto desconocido que me había inventado; aquel al que se le encendía la mirada y me arrastraba hasta la cama. Aquel que me hacía el amor de madrugada, cuando me vencía la indiferencia de tu mirada.