Ensoñación

Ya en el ascensor se pega contra su cuerpo, su duro pecho contra su suave espalda. El  jadeo de su respiración golpeando su cuello. Se quedan así un instante. Ella aparta sus manos, que se arrojaban bajo su falda. “Aún no” le susurra.

Abierto el ascensor, caminan sin prisas hacia la habitación, lentamente, torturándose con su ardiente deseo.

La pone contra la pared y se restriegan como animales. Ella se deja hacer, es su animal y solo de ella. Hinchada, dura y rígida esta su polla, encerrada y apresada en sus pantalones. Ella siente su tamaño y se relame con la promesa de su grosor.

Toma las riendas y como una sacerdotisa griega, guía a su bestia macho hasta el lugar del sacrificio. Se deja hacer, sobre la cama la mira con deseo. Le desviste sin prisas, primero su camisa, el cinturón con el que juega un instante en su cuello, luego el pantalón… cada nuevo rincón de piel es besado, mordido y deseado… deja puesto el abultado slip, juguetona muerde la tela un instante, arrancando de él un temblor.

Se aleja unos pasos y se desviste al son de una música imaginaria. Él aprieta la saba entre sus dedos, las muerde expectante, al ver su objeto de deseo danzar para el.

Ella se lanza hacia sus brazos y gime cuando sus labios encuentran el camino a sus pezones. Se revuelcan en la cama, no necesitan preliminares, ella libera el slip, liberado, el miembro la golpea en su frente, se alimente de él como castigo, lo devora hasta hartarse. Él gime de placer al ser comido. Se levanta, toma su cabeza entre sus manos y sin piedad folla su garganta hasta hacerla desvanecer, se convierte así en un juguete para su placer.

Caen en la cama extasiados, casi perdido el sentido. Él se lanza hacia su cuerpo y sus dedos se hunden entre sus labios. Sin dificultad horadan su interior y su pulgar juega con el erecto clítoris

Ella grita sincera, “fóllame ya, cabrón”, él diligente, la aprieta contra su entrada, ariete de carne que invade su cuerpo. Todo, hasta la última pulgada, queda enterrado en su vientre.

La paz no dura más que un instante. Y como inagotable máquina su polla inicia su carrera. Deseando revar su interior, desgarrando su placer para la eternidad.

Ella gime, grita blasfemias admitiendo el placer de ser follada como un animal.

Luchan sobre la cama y ella queda arriba, sentada sobre su cuerpo. Yerra al pensar que es el jinete, las manos del otro sujetan sus caderas, éstas suben y bajan arrastrando el cuerpo como una muñeca.

Golpea su pecho, araña sus hombros y muerde su cuello, mientras su polla la  destroza por dentro. Llega al orgasmo con un grito desenfrenado, y él no le da descanso. La tumba sobre la cama, muerde sus nalgas, desliza por la trinchera de su piel la ardiente lengua.

Apoya su miembro contra su espalda; en un largo suspiro compartido, hunde su polla en su cálida y estrecha flor. Ella muerde su brazo, mientras pierde para siempre su último virgo. Él gusta de atravesar su interior mientras muerde su cuello.  Ella gime extasiada ante la nueva y ardiente sensación.

Se retira de su cuerpo y le muestra su polla frente a sus ojos. Con un ruido gutural se corre sobre su rostro, su leche caliente cae por su cuello y se desliza hasta sus pechos. No deja ni una gota, todo lo devora y disfruta con su rabo pegajoso golpeando su cara

-¡María! -gritó su abandonado y egoísta marido-. Te has quedado como una tonta mirando al amigo de Luis -señala él, indicando al amigo de su hijo.

-Es que… ¿no se parece a tu primo Antonio? –improvisa.

-Ahora que lo dices... se parecen un poco pero ¡Antonio es rubio!… no se parecen tanto,  ¡qué cosas tienes mujer! -exclama su marido volviendo su atención a la televisión que le alimenta.

Ella volverá a sus labores y dedicará una mirada al joven, que sabedor de su atención le guiñará el ojo, con una promesa a cumplir una vez más.

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