Enseñando Jiujitsu a mi hermana
Comenzó como una forma de matar el tiempo en cuarentena, cómo íbamos a saber...
Mi nombre es Franco, tengo 20 años y soy el mayor de dos hermanos, bueno, soy el hermano mayor mejor dicho. Mi hermana se llama Gabriela, y nos llevamos dos años. Vivimos con nuestros padres en un típico hogar de clase media. Siempre fuimos muy unidos, a diferencia de otros hermanos. Hemos tenido nuestras peleas y discusiones, pero al final siempre nos amigamos. Desde hace unos años nos fuimos no sé si decir distanciando, no llega a ser eso, pero a causa lógica de nuestra maduración (¿) el cambio en nuestros cuerpos y los deseos típicos de nuestras edades, ya no somos tan íntimos como cuando éramos niños o pre adolescentes. Pero la confianza está y si sale hablar de algo medio personal o justo se hace viral un tema medio picante, se habla. Pero no quiero extenderme demasiado.
Hará cuestión de algunos meses, decidí iniciar una nueva actividad deportiva. De niño hacía natación y le dedicaba bastante tiempo, ya tipo doce, trece años, los videojuegos me cautivaron y terminé por dejar cualquier clase de actividad física. Aun así, siempre mantuve el mismo peso y la misma figura. Pero cuando tenía que realizar un esfuerzo en el colegio o en otra situación, me cansaba enseguida y la gota que derramó el vaso fue en una ocasión que estando con mis amigos, nos pusimos a jugar a pelear y uno de mis mejores amigos me dominó con una superioridad aplastante. Me sentí realmente humillado y se lo adjudiqué todo a mi falta de ejercitación. Sin embargo, mi amigo me insistió en que no era solo eso, sino que se trataba de esta arte marcial que él practicaba: “Ju Jitsu” y no paraba de hablarme de lo fácil que era y de que funcionaba incluso sin ser fuerte. Al final empecé a creerle y me gustó la idea de poder dominar a otros como había hecho mi amigo conmigo. Así que acabé acompañándolo al gimnasio donde tomaba clases y probando. La primera clase pensé ¿en qué me metí? El entrenamiento físico era brutal, sentí que mi amigo me había mentido, pero a él no parecía cansarlo tanto. Después de enseñarnos algunas técnicas medias raras (en ese arte marcial se aprenden todas técnicas que son cuerpo a cuerpo y en el piso, pero no existen los golpes) nos pusieron a luchar, volví a experimentar esa frustración humillante que había experimentado previamente. Aun así, y previa insistencia de mi amigo, decidí ir una clase más. La siguiente clase, repasamos las mismas técnicas que habíamos visto, medio como que empecé a familiarizarme con los movimientos. Luego me pusieron a practicar con otro chico que al parecer sabía todavía menos que yo, y fue en ese momento que comencé a sentirme medio a gusto y eso que me parecía tan difícil ahora se volvía interesante… Resumiendo: me terminé enganchando con la práctica y a medida que mejoraba, me gustaba más. Todavía seguía siendo un principiante, pero empezaba a entender de qué se trataba la cosa.
Para mi desgracia, justo cuando había comenzado a verme a mí mismo como un atleta si se quiere, decretaron la cuarentena obligatoria y el cierre de todos los gimnasios. Con mi motivación al máximo era como que el destino me empujaba a volver a mi antigua vida de sedentarismo y videojuegos, realmente me sentí molesto.
Al principio la situación fue llevadera, es decir, mis padres salían a trabajar, y yo y mi hermana nos quedábamos todo el día solos en casa sin poder salir ni hacer nada. Pero bueno, Tik Tok, Instagram y demás redes mediante, uno la llevaba. Pero luego de un par de semanas se volvió llanamente insoportable, como imagino habrá sido para todos.
Una tarde estábamos pasando el tiempo con Gabi, boludeando básicamente en el living, en el sillón principal, pero cada uno en la suya, compartiendo algo cada tanto para inmediatamente volver a sumergirse cada uno en su celular. Hasta que no pude más del hastío y un quejido gutural me brotó de dentro, fue una mezcla de suspiro profundo y puteada. Mi hermana me miró media sorprendida y me pregunto qué me pasaba. “¡No aguanto más, estoy podrido, ya hice todo lo que podía hacer dos veces, me estoy volviendo loco!” Me dijo que me calmara, que pusiera la Play o que llamara a uno de mis amigos, a lo que respondí con fastidio que ya había hecho eso, que estaba aburrido. Ella pensó un poco y volvió a hablarme, esta vez con una sugerencia que lo cambiaría todo, y cuando digo todo, quiero decir TODO.
-Por qué no te ponés a practicar karate?
“¡Por enésima vez Gabi… no es karate, es Jujitsu!”
-Bueno, como se llame.
“Gracias, pero aunque quisiera no puedo, se necesita a otro para practicar”
-¡Bueno, yo te ayudo!
“Gracias, pero sos muy débil.” (mi hermana era un poco más bajita que yo y muy delgada, no creí que pudiera servirme para practicar. Sin embargo, luego pensé ¿y si pruebo? Por ahí podía hacer algo, aunque no pudiera darlo todo de mí.
“Gabi, sabés algo, creo que es buena idea.”
-¿No que era muy débil?
“Ja, perdóname. Pero estoy pensando que por ahí sí podés ayudarme y de paso a vos te sirve para aprender”.
-Ah, el señor vio que le conviene, y ahora me quiere convencer…
Mientras acababa su oración, dejó su teléfono sobre la mesita ratona del living y se abalanzó sobre mí, para hacerme cosquillas. Empecé a reírme y a decirle que parara, ella estaba sobre mí, pero era tan livianita que su peso no se sentía. Y no se sintió, hasta que entre risas y sin darnos cuenta, cayó con su rodilla justo entre mis piernas… Ella no lo notó enseguida, pero yo dejé de reírme y caí del sillón al suelo. Creyó que estaba fingiendo y se me tiró arriba para seguir con las cosquillas, hasta que notó mi cara de dolor y vio que algo había pasado.
-Qué te pasa?
Como pude, le respondi: “me pegaste.”
-Qué decís? Yo no te hice nada Fran, solo cosquillas.
“No fue con las manos”, entonces entendió…
-Te caí en los… huevos?
Asentí con la cabeza, mientras continuaba en el suelo hecho una bolita y muy de a poco el dolor comenzaba a menguar.
Mi hermana se sintió muy mal y me pedía disculpas sin parar.
-Perdoname Fran, fue sin querer! Sé que eso les duele un montón.
Le respondí que no podía ni imaginarse cuánto.
-Querés que te traiga hielo? Me dijeron que eso disminuye el dolor.
“¡No, no! Dejá que estoy bien”
-No en serio, un golpe ahí es algo serio, te traigo hielo, vos te ponés.
“Banca, banca… no puedo ni moverme”
-Ok, yo te lo pongo. Ahí lo traigo.
“No! No! Dejá!” La idea de mi hermana menor poniendo hielo en los testículos me horrorizaba incluso en la situación que estaba.
“En serio deja, por favor. Solo dame un par de minutos para reponerme.” Aun con mucho dolor, logre incorporarme al sillón. Mi hermana otra vez pidiéndome perdón y diciéndome que no había sido a propósito.
“Ya sé Gabi, no fue tu culpa, estábamos jugando.”
-Pero yo debí darme cuenta, es un área muy sensible, fui re bruta.
La vi que estaba por largarse a llorar, y si hubiera recuperado el aire la habría abrazado, pero todavía no. Ella se dio cuenta y se acurrucó de lado sobre sus rodillas y dejando caer su cabeza en mi hombro.
“Está bien, ya se me está pasando”
Unos momentos luego, por fin me recuperé del todo, pero ese fue el fin de toda actividad física por ese día. Gabi siguió pidiéndome perdón y yo tratando de consolarla a ella, para que no se sintiera tan culpable. De verdad que había sido un accidente. De tardecita, llegaron mamá y papá y ninguno de los dos mencionó el bochornoso incidente. Hubiera sido todavía más incómodo de lo que ya era, para ambos.
Al día siguiente, temprano por la tarde, en la hora en que normalmente y luego de comer algo, cada uno se metía por completo en lo suyo, Gabriela me sorprendió. Se acercó a mí, y me propuso ayudarme a practicar, siempre que yo estuviera bien. Le contesté que sí, que ya estaba bien, pero que no era su obligación ayudarme si no quería. Pero ella insistió, me di cuenta de que seguía con sentimientos de culpa, necesitaba sentir que me resarcía por lo que había pasado el día anterior. Tanto insistió que al final acepté. Le dije que se pusiera algo cómodo, mientras yo acomodaba el lugar. Ella subió las escaleras para ir a su cuarto, y yo empecé a correr los muebles, hasta que quedó la alfombra libre. Enseguida la vi bajar por la escalera, traía puesta una calza y un top, pero no esos de gimnasio, sino un conjunto de entrecasa, muy casual. Era una tela liviana, ya que el clima era caluroso y justo esos días había mucha humedad. Gabi tiene el pelo apenas pasando la línea de los hombros, y aunque es naturalmente castaña, en ese momento estaba teñida de rubio platinado. Para entrenar, se había hecho una colita, de manera de no enredarse el pelo, dejando al descubierto su nuca y resultando en una imagen muy estilizada. Como mencioné antes, es delgada y aunque es más bajita que yo, tampoco es una enana. Yo diría que mide casi 1.60mts, pero no llega. De su cuerpo nunca habría podido decir mucho, porque ni me fijé, ni se hubiera notado, ya que mi hermana es una chica decente de familia. Yo mido 1.75, si bien soy delgado, tengo una contextura mucho más sólida que ella, también castaño y tengo el pelo corto. En ese momento tenía puesta una bermuda, y nada en la parte superior.
“¿Esta bien si hacemos así, o preferís que me ponga una remera?”
-Por mí está bien.
“ok, empecemos” entonces me di cuenta, ¡de que no tenía idea por dónde empezar! Como mencioné, apenas era un principiante, en realidad no estaba en condiciones de enseñarle a nadie. Así que me quedé ahí unos minutos pensando cómo encarar la cosa. Mientras seguía pensando, mi hermana me preguntó calmadamente: -Te duelen todavía? “No, ya se me pasó.” –Ufff, que suerte. Podía ver el alivio en sus ojos.
Entonces más o menos se me ocurrió como podíamos arrancar, y le indiqué a mi hermana como debía ubicarse en el suelo para empezar con las técnicas más elementales. ¡Qué diferente era esto del gimnasio! En lugar de sentir el olor a chivo de otro tipo y lo áspero del traje de prácticas o la piel caliente de un compañero, sentí un perfume delicado y conocido que no podía identificar, y una piel suave como nada que hubiera sentido antes.
Empezamos a movernos, yo debía tener cuidado, porque los movimientos que normalmente hacía con mis compañeros, serían demasiado para el frágil cuerpo de Gabriela, y al revés: cuando era ella quién debía realizar la técnica necesitaba dejarla hacer, para que pudiera al menos parecerse a lo que debía ser, y que también mi hermana entendiera de que iba el asunto. De otro modo, no podría ayudarme. Sus movimientos parecían robóticos, de verdad mi hermana parecía en ese momento el ser menos atlético del planeta. Entonces le dije, que tenía que dejarse llevar un poco más. Fue ahí que entendí lo que pasaba: -Tengo miedo de lastimarte, no quiero apretarte sin darme cuenta… “Gabi, quédate tranquila, ayer estaba distraído, ahora estamos entrenando, es diferente. Pero tenés que soltarte más, porque si no, tampoco me vas a ayudar.”
Lentamente, Gabi empezó a relajarse, aunque podía notar su temor a hacer un movimiento torpe otra vez, y dejar caer el peso de su delicado cuerpito sobre mis inocentes huevos y volver a repetir la lamentable (y dolorosa) escena de nuevo. Fue en ese momento que me di cuenta de algo, recordé de dónde conocía ese perfume, no era un recuerdo lejano, había sido ayer mismo, sobre el sofá, cuando ella me abrazó apenada. No era el olor puro del perfume, era la suave combinación de la esencia de su perfume, sobre su piel. Un aroma único, que no sé por qué, pero me resultaba sumamente agradable. Repetición tras repetición, de a poco, ella también comenzó a entender los movimientos, y cada vez lo hacía más fluido. Hasta que de golpe dijo casi con un gritito –¡Me gusta! ¡Esta bueno esto! Le contesté: “Viste”. También yo lo estaba disfrutando, de hecho lo estaba disfrutando más que de costumbre, y no supe por qué, hasta que me di cuenta de que tenía la pija parada… No sabía qué hacer, no sabía qué pensar, pero claramente la tenía parada desde hacía por lo menos unos instantes, y si mi hermana no se había quejado, yo no le iba a decir nada. No fuera cosa de que se enojara y me respondiera con una puteada, o peor con un rodillazo como el de ayer, pero esta vez con intención. Mejor me quedaba callado. Continuamos, y ella tan entusiasmada como antes, yo también, pero ahora no podía dejar de saber que tenía la pija dura, y en un rincón de mi mente, eso me molestaba ¿a qué se debía? Pasaron diez minutos más, y decidí que era suficiente por hoy. Ella estuvo de acuerdo y preguntó –¿Mañana a la misma hora? “Dale, a la misma hora.”
Me fui a duchar, cuando me saqué la ropa, tenía toda la verga mojada. Era pre semen, la tenía empapada. Igual me bañé y después traté de seguir la tarde como siempre hasta la noche. Pero de noche, una vez en la cama, había vuelto mi erección, y cada vez tenía más claro el por qué: no podía dejar de recordar el placer que había sentido durante esa sesión de entrenamiento, era algo extraño, porque nunca había sentido algo parecido. Aunque ya había tenido varias experiencias sexuales, nada había sido como esta nueva sensación, de verdad no sabía qué me pasaba ni estaba seguro de lo que se trataba, pero tampoco era idiota, haber estado revolcándome en el piso con mi hermana, me había excitado, y eso era un hecho innegable. Hasta que, llegado un punto, no me quedó otra que hacerme una paja. De lo contrario no iba a poder conciliar el sueño. Ahí me encontré con un nuevo problema, no lograba sacarme a Gabi de la mente. Traté y traté de imaginar a alguna chica que me gustaba, una ex, incluso a las más lindas de la tele, pero una y otra vez, la imagen que aparecía en mi cabeza era mi hermana y no era solo la imagen, era su aroma. Eran su imagen y su aroma, hasta el punto que no pude resistirme más, y evocando la escena de esa tarde, acabé tan fuerte, que no pude ahogar mi gemido y temí que mis padres se fueran a despertar. Ensucié todas las sábanas, mi vientre, y mi pecho. Era un mar de semen, había enchastrado todo. Y ahora tenía que ir silenciosamente al baño, porque ninguna cantidad de servilletas podría disimular ese desastre. Una vez arreglado eso, me tuve que enfrentar con lo que había hecho, que era todo en mi cabeza, pero era un asco. Aun así, la excitación que sentía era real, y estaba a otro nivel. Por un lado no quería, pero por el otro sí, y quería más de lo que jamás había querido con nadie. Además, aunque tratara de engañarme a mí mismo, ahí estaba mi verga, dura otra vez, rebotando de tan tensa, pidiéndome una nueva paja para aflojar. Y no me quedó otra que ceder. Y de nuevo, ahora ya sin resistirme tanto, mi objeto de deseo, era luchar con Gabi, sobre la alfombra del living.
Esa madrugada casi no dormí, porque cuando por fin logre relajarme un poco, surgió la duda: ¿era posible que mi hermana no hubiera notado mi erección? Habíamos estado por lo menos (por lo menos) veinte minutos así, yo con el pene erecto, los dos abrazados, completamente pegados el uno al otro, separados por unas delgadas capas de tela, ¿era posible? ¿O acaso ella había fingido no darse cuenta, para no tener que lidiar (ambos) con esa vergüenza? Pero si así fuese, ¿por qué no inventó una excusa para parar, y terminar antes, por qué siguió? Tenía que ser que no la había sentido, ¿pero ¿cómo no sentirla? teniéndola tan pegada, haciendo fuerza contra su cuerpo, contra su vientre, su espalda, su cola… No pudo no sentirla, solo que no sepa lo que es, o no sepa cómo son, o que pensara que era mi ropa. Pero de nuevo, tenía puesta una bermuda, no había nada duro allí capaz de generar esa presión sobre su cuerpo, más que… mi verga. Entonces, era imposible que no la hubiera sentido, era también imposible que pensara que se trataba de otra cosa. ¿Tan ignorante podía ser mi hermana a sus dieciocho años? No… No podía ser. La única opción era… que se haya dado cuenta, y aun así haya querido continuar. Pero eso, eso tampoco podía ser.
Esos pensamientos me mantuvieron desvelado toda la noche. Pero me dieron un objetivo: descubrirlo. Necesitaba saber si ella se daba o no se daba cuenta, y me iba a asegurar de que no quedaran dudas.
Al otro día, y a la misma hora, tal como habíamos quedado, nos dispusimos a entrenar. Esta vez, iba a ser diferente, yo era consciente de lo que iba a sentir y ella, bueno, todavía no tenía idea de qué era lo que ella podía pensar. Todo el día había transcurrido con la más absoluta normalidad, lo que me daba al menos una certeza: cualquiera fuera la verdad, lo cierto es que mi hermana no se había sentido incómoda durante nuestro entrenamiento, al contrario, se veía entusiasmada al hablar al respecto. De hecho, me estuvo haciendo comentarios, sobre cuán fácil era y que entendía por qué yo estaba tan enganchado. Siendo así las cosas, yo decidí realizar un pequeño experimento, a ver qué pasaba.
Cuando llegó el momento, de nuevo, le indiqué que se pusiera ropa cómoda para entrenar, a lo que me respondió que ya estaba lista. Le dije que me esperara un minuto que necesitaba ir al baño. Subí al piso de arriba, dónde estaba mi habitación, y me desnudé. Tomé un short de entrenamiento que le había comprado a mi instructor, y me lo puse, pero esta vez, sin ropa interior debajo. Mi verga ya estaba dura como el hierro, y no me quedó otra más que colocarme el elástico del short sobre la cabeza del pene, era incómodo, pero era la única forma de disimular la erección. Tanto no me animaba. Me moría de nervios, algo en mí quería posponer el momento, esta vez no sería casual, esta vez, yo iba a buscarlo. Así fue que le grité “Gabi, puedo hacer sin remera” con voz nerviosa. –Sí, no hay problema. Respondió. Ya no quedaba tiempo para alargarla más. Con la verga sujetada por el elástico del short, inicié el descenso por la escalera, cargado de unos nervios que el día anterior no tenía. Ahí me esperaba Gabriela, con una sonrisa y el mismo atuendo que antes. De nuevo, el pelo atado, y al acercarme, otra vez fui vencido por esa fragancia cautivadora que me arrastraba y anulaba cualquier intención de resistirla.
-¿Cómo me pongo?
“Empecemos así” dije, y le indiqué que se subiera encima de mí en posición de sentada. Para que se entienda, yo estaba acostado sobre la alfombra, y mi hermana sentada en mi vientre.
“Tomame de las muñecas de esta forma” le indiqué. Empezamos siempre entre sonrisas, no dejaba de ser algo nuevo, y medio raro de por sí, estar practicando Jiujitsu entre hermano y hermana. No voy a entrar en detalles, pero comenzamos con una técnica que involucraba a ella cayendo sobre mi pecho, yo abrazando su cuerpo y con un movimiento pélvico idéntico al que se usa durante las relaciones sexuales, quitándome a mi hermana de encima, para acabar sentado de rodillas, pero entre sus piernas. Su perfume me embriagaba, y ahora era consciente de cada roce entre nuestros cuerpos, así pude percibir cuando uno de sus senos descansaba sobre mi brazo. Ella no manifestaba la menor objeción, así que continué como si nada pasara. El movimiento debía repetirse, y así también cada roce entre nosotros. Estaba esperando un freno, un “para Fran”, pero nada… Así que seguí. Claramente Gabriela usaba corpiño, pero igual llegaba a apreciar el peso de sus tetas cada vez que se veía obligada a apoyarlas en mi pecho. Mi excitación no paraba de crecer, y mi hermana seguía sin inmutarse. Entonces decidí ir por más. “Cambiemos”. Le propuse practicar otra técnica, pero ya las técnicas no podían importarme menos. Todo mi objetivo era ahora asegurarme de apoyarla desde cada ángulo posible y con disimulo, agarrarla de las tetas. Ella me hacía preguntas sobre la forma de posicionarse, yo le respondía como si nada. Esta vez había elegido un movimiento que me permitía, es más, me obligaba a presionar mi miembro contra su cuerpo de forma tal que era absolutamente imposible que no lo sintiera. Tratare de graficarlo de manera rápida: yo estaba tirado boca arriba, y ahora era ella quien se encontraba sentada sobre sus rodillas, pero entre mis piernas (¿se entiende?), luego yo la tomaba del torso son una mano sola e iba girando hasta quedar por atrás de ella. Durante todo ese giro, se la apoyaba toda, como dije: no había otra forma de realizar el movimiento. El short era de una tela tan suave, que al no tener ropa interior debajo, dejaba mi “aparato” suelto, y podía sentir la verga y los huevos presionados contra su cuerpo. No sabía cómo ella iba a reaccionar, pero si me decía cualquier cosa, le diría que la técnica era así, y ya hasta había pensado qué videos de YouTube mostrarle para justificar lo que estaba haciendo. Pero eso no era todo, al iniciar el movimiento, el brazo que la abrazaba debía hacerlo pasando por detrás de su espalda, hasta lograr un agarre firme de su torax, pero al ser ella tan menudita, era más que sencillo ir “un poco más allá” y sujetarle el seno derecho. Y así lo hice. Cuando llegué a su espalda, le pregunté “¿Te peso mucho?” Yo sabía que no, porque el peso estaba sobre mis propios pies, pero necesitaba conocer su reacción. –No, estoy bien. Me respondió. Así que seguí, realicé como cuatro repeticiones idénticas, y luego le dije “te toca.”
En un descanso, me preguntó: -¿Y yo cómo te saco si vos estás arriba? ¡Me había faltado eso! Y era ella la que me servía la oportunidad en bandeja. Así que no perdí tiempo, y me puse por encima de ella, tomándola por las muñecas. Al sentarme sobre su vientre, dejé caer mi torso un poco más de lo necesario, para que sí o sí sintiera mi pija y mis huevos ahora contra su ombligo. Pero de nuevo, ella actuó como si eso no pasara, ejecutaba los movimientos con la mayor naturalidad. Sin embargo, era claro que tenía consciencia de mi virilidad y su prominente existencia. No había forma de no hacerlo. Cuando terminamos, me dijo -¿Me dejás que me bañe primero? “Sí dale, yo aprovecho y estiro un poco. –Ok. Me recosté sobre la alfombra, así onda casual, fingí no ser consciente de sus movimientos o su mirada, como que estaba absorto en lo que estaba haciendo. Mas me aseguré de que al agarrarme la verga por fuera del short para estirármela, el movimiento de mi mano hubiese sido lo suficientemente amplio para que ella tuviera que notarlo, y al sentir el alivio de estirar esa tensión que me abrumaba, dejé salir una exhalación sonora y sé que me miró.
Mi mente ya era otra mente, mis prioridades eran otras. Era una sola de hecho, no podía pensar en nada que no fuera volver a practicar con mi hermana sobre la alfombra del living. Se había convertido en la parte más emocionante del día. El problema es que mi mente se iba cada vez a lugares más lejanos, y me pedía más. Mientras mi hermana se duchaba, yo pensaba en excusas para tener que entrar al baño. Pero a tanto no me animaba. El baño quedaba justo pegado a la puerta de mi habitación, así que ella tenía que sí o sí pasar por ahí al salir. Me quedé recostado en mi cama, esperando mi turno, mientras mi mente volaba a mil por hora. La ducha se cerró, y minutos más tarde, la puerta se abrió. Inmediatamente, Gabi golpeó a mi puerta y le dije que pase. Me sorprendió verla con la toalla envolviendo su cuerpo, en lugar de estar ya vestida.
-Está el baño. “Ah, bueno, gracias, ya me baño” –Dale.
¿Qué fue ese comentario? Totalmente innecesario, pero completamente bienvenido. Era obvio que ella quería generar algo. ¿Qué? No lo sabía aún. Pero noté que se demoraba en cambiar, y encontraba motivos para subir y bajar así como apurada, aun con la toalla cubriendo su cuerpo. Interpreté eso como una luz verde. Más tarde, luego de cenar, y ya cada uno en su cuarto, le mandé un whatsapp “¿Entrenamos mañana?” -obvio! “Te voy a mandar un par de videítos, con las técnicas que vamos a hacer mañana, así ya tenes una idea” –Bueno, dale.
Le mandé dos videítos muy cortos, así instructivos, pero luego le mandé uno medio hot de una página dónde hacen como que luchan y terminan cogiendo. Por supuesto que me hice el idiota: dejé pasar unos segundos, para asegurarme de que el video le quedara, y luego lo eliminé y le mandé otro mensaje: “¡el último no lo veas, si te llegó bórralo! ¡Que vergüenza! (emoji) –Jaja, no, ahora quiero ver qué es. Exactamente lo que yo quería. Pero me seguí haciendo el idiota: “No, no lo veas. Dios, me quiero morir, que vergüenza. Hasta mañana.” –Jajaj Chau bobo!
Por la madrugada, varias horas después, mientras la creía dormida, recibí un wsp de ella: “Che, Fran: tenés que enseñarme bien, mirá si un día me toca alguno como el del video jajaja. Bueno, en realidad, mejor enseñame mal…” (emojis) Ese mensaje hizo que me invadiera la vergüenza… en igual grado que la excitación.
Al día siguiente, todo transcurrió como de costumbre, yo me preparé otra vez para darle libertad de movimiento a “mis muchachos” y asegurarme que la tela que los separara del delicado cuerpo de mi hermana fuera lo más delgada posible. Y ella, esta vez cambió de atuendo. Pero en lugar de ponerse algo más tipo deportivo, se puso un conjunto que se asemejaba más a un pijama, era un pantaloncito corto y algo tipo top que no sé cómo se llama, pero los dos eran sueltos. Lo que me llamó la atención era la transparencia de la parte de abajo, que permitía ver la tanga que traía puesta mi hermana, la cual era negra y eso hacía que se notara todavía más. Por primera vez veía el cuerpo de mi hermana, de una manera que nunca había podido apreciar. Su contextura pequeña y sus habituales atuendos tirando a holgados no permitían imaginar que Gabriela pudiera ser portadora de semejante culo, que al ser ella tan chiquitita, parecía enorme, gigante en comparación con su cintura. Era algo redondo, firme, perfecto por dónde se lo viese. Le dije que esta vez calentaríamos y luego íbamos a hacer una práctica un poco más libre, para sacarle más provecho. ¡Mentira! Quería una excusa para poder estar cuarenta minutos revolcándonos en el suelo los dos. Me dijo que sí con entusiasmo como siempre. Durante el “calentamiento” volví a apoyar toda mi masculinidad sobre su femenino cuerpo, y esta vez me tomé mi tiempo, cada vez la careteaba menos, es decir: no lo disimulaba. Me detenía en las posturas que quería, agarraba lo que quería agarrar. Ella no decía ni “ah”. Simplemente lo acompañaba de un discurso como si estuviéramos haciendo algo muy serio, tipo “a ver, hace esto a ver cómo puedo safar” y cosas por el estilo. De a instantes la observaba, para ver su reacción cuando se la apoyaba y vi que en cada ocasión, ella cerraba los ojitos. ¡Le gustaba! Repasando la técnica del día anterior, busqué su teta y cuando la encontré, estaba más grande, estaba más pesada… ¡No traía sujetador! Mi hermana deliberadamente se había sacado el corpiño para la práctica. Decidí que era momento de pasar al siguiente nivel. “¿Luchamos?” -¡Dale! Pero no me revientes eh.
La lucha era la excusa perfecta para poder tocar lo que quisiera, y apoyarla cómo quisiera, ya que los movimientos eran libres. En un instante la dominaba y la colocaba en posición sexual, apoyando mi miembro contra sus glúteos, y en otro me dejaba ganar, para tenerla a ella encima. Fue ahí que noté cuanto se sacudía ese par de tetas por debajo del top. “Ya fue!” (pensé) y de nuevo la jugué de distraído y como que me la quería sacar de encima, fui con una mano derecho a la teta izquierda, que a causa del movimiento fortuito (…) acabó por salirse afuera y pude sentir esa piel delicada como terciopelo. Si digo que fue como tocar el cielo, me quedo corto. Enseguida, me moví de forma de dejar que la teta volviera a taparse, no quería por nada del mundo que esto acabara, y seguí “luchando”. Todo se prestaba, ¿viste cuando te das cuenta de que está todo bien? Entendí que solo necesitaba seguir generando excusas y así podía avanzar cada vez más. Me encantaba dominarla con mi peso, estando ella boca abajo, tomándola de los brazos para que no pudiera hacer nada, y así, como si la postura me obligara, dejar caer mi cara sobre la suya y poder oler de primera mano, ese elixir mágico que se formaba de la mezcla de su sudor con el perfume que traía puesto, podía dormirme así, pero tampoco, porque eso hacía que se me pudiera más dura, y los huevos se me hincharan. Si la seguía sometiendo, la cosa no podría escalar, necesitaba cambiar de posición y permitir que ella haga algo, para poder llevar la cosa a otro nivel. Cuando ella se rindió ante mi fuerza, fingí confiarme y la solté, entonces ella giró bruscamente quedando boca arriba pero todavía por debajo de mí. En ese giro, fue inevitable que mi verga no se soltara como un resorte comprimido que es liberado de su presión, golpeando su rodilla. Pero yo fingí haber recibido el mismo golpe que la primera vez, y lancé un gemido de dolor, mientras me dejé caer encima de ella, y me doblaba. –¡Aj, no! ¿Te pegué ahí? Con un gesto de dolor (falso) asentí con la cabeza. –No, la puta madre. Quedate que te voy a poner hielo, no te muevas. Hice como que me costaba hablar y apenas balbuceé un “no..” –Esta vez me vas a hacer caso. Mi plan funcionaba a la perfección.