Enseñando al Ama a mandar.

Un esclavo de 22 años enseña a mandar a su inexperta Ama de 45.

Hacía sólo unos días que las mujeres habían conquistado el mundo con las armas. Su plan, largamente trazado, había consistido en hacerse con una cantidad de ellas tan grande, que la respuesta resultara imposible. Los hombres, sorprendidos, fueron capturados, encerrados, torturados, y convertidos en esclavos. Ni un solo hombre hombre logró escapar de la dominación femenina.

Muchas mujeres no habían participado en la conspiración. Se les indicó que, a partir de ahora, los hombres eran sus esclavos. Tenían que obedecerlas en todo, y podían hacer con ellos lo que desearan. Algunas vieron esta medida con alegría, pero otras muchas preferían una situación de equilibrio, y mostraban reparos.

A cada mujer le fue asignado un esclavo, para que se ocupara de su casa, y de todo lo que la dueña ordenara. Debían limpiar, cocinar, y hacer todo lo que se les mandara. Se les enseñó cómo castigar a los hombres, mostrándoles cómo golpear sus testículos era lo más doloroso para ellos; y, de este modo, el miedo al recibir el castigo en esas partes les mantendría sumisos.

Natalia era una mujer de 45 años. Tenía un buen trabajo, una buena casa y una situación cómoda, cuando el mundo cambió.

No poesía dotes de mando, y mostraba preocupación por lo ocurrido. Le preocupaba tener que meter un hombre en su casa, y no sabía si podría mandarle y obligarle a hacer las cosas.

En el reparto, le entregaron a un joven de 22 años. Era un chico guapo y fuerte, llamado Carlos, que parecía muy avergonzado por la situación. El joven fue llevado a la casa de Natalia una mañana, con las manos encadenadas a la espalda, y una cadena en el cuello. Tras entregarle las instrucciones a Natalia, y unos instrumentos de castigo-látigos, pinzas,cadena para golpear los testículos-se fueron, dejando a la dueña con su siervo.

Natalia liberó las manos de su esclavo, y le quitó la cadena. Después, le dijo al joven que se sentara.

-Gracias, Ama, pero me han ordenado que debo estar siempre de rodillas ante usted. ¿Desea que me arrodille, o prefiere que me siente?

Natalia, que no sabía cómo manejar la situación, aceptó.

-Está bien, arrodíllate ante mi.

El esclavo obedeció.

-Bien, dijo Natalia, ¿qué hacemos ahora, esclavo?

-Lo que usted ordene, Ama. Yo debo obedecer todas sus órdenes.

-No tengo ni idea de mandar. No sé qué mandarte.

-Si me permite, Ama, puedo explicarle lo que suele hacerse con un esclavo.

-Sí, hazlo.

-Debería ordenarme que me desnude, Ama.

-¿Desnudarte? ¿Por qué? Te dará vergüenza, y no me gusta hacer mal a las personas.

-Los hombres deben ser humillados en todo momento según la nueva dirección, Ama. Por eso, nos obligan a quitarnos la ropa.

-Es muy extremo. No es necesario que te desnudes, si no quieres.

-Por supuesto, me daría mucha vergüenza; pero lo haré si me lo ordena, y es lo que suelen hacer todas las mujeres con sus esclavos.

-Eres joven, y guapo. Imagino tu cuerpo bajo la ropa. Debes estar lleno de músculo y juventud. Claro que me gustaría que te desnudaras. Pero no puedo mandarte algo así. No estoy hecha para mandar.

-Ama, ahora mi cuerpo le pertenece. Si desea verlo sin ropa, sólo tiene que ordenarlo, y las prendas caerán al suelo. No se preocupe por mi. Me avergonzaré, pero es lo que me corresponde.

-¿Seguro?

-Sí, Ama.

-Bueno, pero iremos a mi manera.

-Sí, Ama.

-Levántate.

-Sí, Ama.

-Sí que se te ve musculoso. Quítate la camiseta.

-Sí, Ama.

El esclavo descubrió su pecho, mostrando una musculatura admirable. Unos pectorales marcados, abdominales de piedra, y unos brazos fuertes aparecieron ante Natalia, que quedó asombrada, y encantada.

-¡Buf!  Estás como un tren. Quien tuviera veinte años menos para poseerte, tocarte...

-Ama, este cuerpo es suyo ahora. Si desea tocarme, puede hacerlo sin preguntar.

-¿De verdad?

-Sí, ama.

-Vale, te tocaré un poco.

Natalia se acercó al joven. Puso sus manos en su cuello, y luego recorrió todo el pecho desnudo del joven, admirando los abdominales, los brazos, le acarició los pezones, y le rodeó el cuello con las manos.

-Eres guapísimo, nene. ¿Puedo besarte?

-Puede hacer conmigo lo que quiera, Ama.

-Bien.

Natalia unió su boca a la del esclavo, besándolo con ganas. Estuvo así varios minutos, mientras sus manos no podía dejar de tocar el pecho expuesto del esclavo.

-Me ha gustado mucho, esclavo. Eres una monada. Qué suerte ser tan joven y guapo.

-¿Desea que me siga quitando la ropa, Ama?

-Buf, ya lo creo, pero te dará más vergüenza.

-No se preocupe por mí, Ama. Mande y obedeceré.

-Bien. Quítate el pantalón.

El esclavo se quitó la prenda, quedándose en slips blancos y ajustados. Un bulto marcado se escondía entre sus piernas. Natalia estaba maravillada.

-Tu cuerpo es precioso, y súper sexy. Muy guapo.

-Todo suyo, Ama.

-¿No te importa desnudarte ante una mujer mucho mayor que tú?

-Ahora soy suyo, y tengo que hacerlo sin rechistar, Ama.

-Vaya, al final me gustará esto de mandar. Acércate. nene.

-Sí, Ama.

Natalia volvío a acariciar el pecho del esclavo, y esta vez sus manos llegaron a la entrepierna del joven. Apretando sus manos en la zona, el bulto aumentó de tamaño enseguida.

-Veo que te excita esto, esclavo.

-Sí, Ama.

-¿Te puedo mandar quitarte el slip, o es demasiado?

-Puede hacer lo que desee, Ama.

¿No te dará vergüenza estar totalmente desnudo ante mi?

-Mucha, Ama.

-Entonces no, cariño.

Ama, usted manda y yo obedezco.

-No quiero que lo pases mal.

-Yo debo hacer lo que me ordene. Es usted la que debe gozar conmigo, disfrutar de mi.

-Pobre esclavo, a lo mejor estarías mejor con una chica de tu edad, te daría menos vergüenza, y te alegraría verla, ¿no?

-No, Ama, la humillación de servir y obedecer a una mujer sería la misma.

-Haremos una cosa. Te das la vuelta. Te quitas el slip, enseñándome el culito. Luego, te vuelves, y te permito tapar tus partes con las manos. ¿Te parece bien?

-Es lo que me ordena, y lo haré sin rechistar, Ama.

-Bien. Pues de espaldas.

El esclavo obedeció.

-Slip fuera, nene.

-Sí, Ama.

El esclavo bajó su ropa interior, dejándola caer al suelo. Ofrecía unas nalgas duras, muy atractivas, expuestas a su Ama. A Natalia se le hizo la boca agua.

-¡Vaya culo tienes, nene! Quédate así, no te gires aún.

-Sí, Ama.

Natalia se colocó detrás de su esclavo. Puso una mano en cada nalga, y empezó a manosearle sin parar, llevada por la excitación. Ver a un joven desnudo, tan guapo, y a su merced, no era algo que ocurriera todos los días, y Natalia estaba disfutando con la joven carne de aquel sumiso. Estuvo un rato largo tocando el culo de su propiedad. Después, volvió a hablar.

-Me ha encantado tocarte el culo, esclavo.

-Sí, Ama.

-Ahora date la vuelta, pero tapándote sólo con una mano. La otra detrás de la cabeza.

-Sí, Ama.

El esclavo obedeció, mostrando su cuerpo desnudo, cubriendo sus testículos y pene únicamente con una mano. Se dejaba ver el vello que poseía, y parte de su miembro. Natalia estaba contenta con lo que veía.

-¿Si te ordenara colocar la otra mano en la cabeza, lo harías?

-Sí, Ama.

-Ponla.

-Sí, Ama.

El esclavo se mostró completamente desnudo, Inmediatamente, un rojo intenso apareció en su rostro, revelando la enorme vergüenza por la que estaba pasando. Su cuerpo aparecía espléndido, joven y fuerte, musculoso, desnudo y expuesto ante una mujer mayor que estaba recibiendo un placer enorme.

-Te has puesto colorado.

-Sí, Ama.

¿Te da vergüenza estar así ante mí?

-Muchísima, Ama.

Eres muy hermoso, y no debes avergonzarte. Pero te permito taparte para que pases menos vergüenza. Ponte el slip, pero súbelo sólo por delante, y hasta la mitad, mostrando el vello. Deja las nalgas expuestas del todo.

-¿No prefiere, Ama, que me quede sin ropa?

-Por supuesto, pero estás como un tomate de vergüenza.

-Sí, Ama, pero es lo que tienen que hacer ustedes con nosotros. Avergonzarnos y usarnos. Somos sus juguetes.

-Bueno, quédate desnudo. Mejor para mí, jajaja.

-Lo que usted mande, Ama.

-¿Y ahora qué? ¿Sexo?

-Si lo desea, Ama.

-Ya lo creo. Tienes un cuerpo para admirar. Vamos a pasarlo bien en mi cama.

-Sí, Ama.

¿Hay algo más que indique ese manual que deba mandarte? Lo de desnudarte ya lo has cumplido con creces, cariño.

-Se suele ordenar al esclavo que le bese y lama los pies a la dueña, Ama.

-Caramba, sí que se hacen cosas. ¿Y a tí que te parecería hacerme eso?

-Obedecería porque es mi obligación, Ama.

-Bueno, pues bésame los pies.

-Sí, Ama.

El esclavo besó los dedos del Ama, los lamió, y pasó la lengua entre ellos. Luego se metió los pies enteros en la boca. Natalia tuvo al esclavo un tiempo así, de rodillas, adorando sus pies. Luego le habló.

-¿Te ocuparías de las tareas de la casa? Barrer, fregar, cocinar, la ropa...

-Si, Ama, por supuesto. Es mi deber.

-Qué bien me vas a venir, entonces. Te compraré un uniforme de empleado doméstico, y te enseñaré cómo se lleva esta casa.

-Ama, debería dejarme siempre desnudo. Los hombres debemos estar sin ropa en señal de humillación.

-¿También limpiando y en la cocina?

-Sí, Ama.

-Bueno, a mi me encanta verte desnudo. Pues entonces te prohíbo que te pongas nada de ropa. Completamente desnudo desnudo todo el tiempo para mí.

-Si, Ama.

-Si me vieran mis amigas, con un joven desnudo, guapo, a mis pies...

-Enséñeme a ellas, Ama. Muéstreles a su propiedad.

-Buena idea, les voy a enviar una foto. Vístete.

-¿No desea que me vean desnudo, Ama? Así verán lo que es de su propiedad.

-Por mí bien, si no te avergüenza demasiado.

-Haga conmigo lo que quiera, Ama.

-De acuerdo. Primera postura, de frente, manos a la espalda.

-Sí, Ama.

Natalia hizo la foto.

-Date la vuelta. Que te vean ese culito maravilloso que tienes.

-Sí, Ama.

-Ahora otra de rodillas ante mí, y otra a cuatro patas.

-Sí, Ama.

-Fotos enviadas. Jaja, dicen que vienen a verte, que a ellas les ha tocado gente mayor y con mucho peor cuerpo que tú. Me parece que vas a pasar bastante vergüenza. Te vas a tener que mostrar desnudito ante todas mis amigas.

-Sí, Ama.

-Vaya mal rato te voy a hacer pasar. Pero eres delicioso, y quiero que vean tu cuerpecito como viniste al mundo.

-Sí, Ama.

-Nene, quiero hacerte el amor ya. Ese cuerpo tuyo me vuelve loca.

-Sí, Ama.

-Cógeme en brazos, llévame al dormitorio.

-Sí, Ama. ¿No prefiere que me ponga a cuatro patas, y la lleve encima? Y puede tocarme las nalgas para indicarme que vaya más deprisa.

-Sí, es mejor. A cuatro patas, esclavo.

-Sí, Ama.

Natalia se montó en el joven. Le agarró el trasero, clavándole las uñas, muy contenta con su joven y bella propiedad.

-Al dormitorio, esclavo. Me vas a dar mucho placer. Luego te ocuparás de la casa.

-Sí, Ama.