Enseñando a Michael (Parte 1)

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El sonido del despertador me despierta violentamente a las siete. Lo apago de un puñetazo y entre maldiciones salgo de la cama. La noche anterior me metí en la cama llevando sólo una camiseta de tirantes y unas bragas. Voy al baño, me desnudo y me meto automáticamente en la ducha. Giro el grifo para que de agua fría, y un torrente de agua congelada cae sobre mí, cortando mi respiración. No entiendo porque la gente prefiere ducharse con agua caliente. Cuando es fría hacía un mejor trabajo despertándome que cien alarmas juntas.

Cuando acabo de ducharme me seco el pelo completamente y me pongo unos leggins deportivos y una camiseta de tirantes. Cojo mis deportivas y mi iPhone con auriculares y salgo a correr.

Cuando corro era cuando más relajada estoy. Sin nada que hacer era el momento perfecto para pensar.

Hace un mes, vivía en un piso en Madrid con mis padres y mi hermana. Mi madre era de Nueva York y mi padre de Barcelona. Se habían conocido cuando mi padre viajó a la ciudad estadounidense por un viaje de negocios y el resto, como dicen, es historia.

Al casarse, vivieron un tiempo en Nueva York en un piso normalito en el barrio de Tribeca, al lado de donde estuvieran las Torres Gemelas. Tuvieron a mi hermana que es dos años mayor que yo. Poco después de que yo naciera, a mi padre lo trasladaron a Madrid. Siempre he tenido la doble nacionalidad y dado a que siempre hablaba en inglés con mi madre soy bilingüe.

Viví en la ciudad española hasta que cumplí los veintiún años y nos mudamos a América otra vez ya que mi padre va a emprender un negocio con un amigo neoyorquino de toda la vida.

Esta vez mis padres decidieron comprar una casa a la otra orilla del río Hudson en unos suburbios típicos americanos. Tenemos unas vistas de la ciudad estupendas.

Nunca me he considerado como una “guarra” pero he tenido muchas experiencias con muchos hombres. La mayor parte de mi edad, pero alguno si que era más mayor, llegando incluso a los treinta años.

Perdí la virginidad a los trece con un chaval de clase. Me dolió mucho y durante por lo menos un año no tuve ningún tipo de sexo. Sin embargo, a medida que empecé a encontrar amantes más experimentados y comencé a probar nuevas cosas le encontré el gusto al sexo.

Aún así llevo desde que nos mudamos hace un mes sin follar y lo estoy empezando a notar. Me masturbo más frecuentemente que nunca.

Llevo desde que me gradué a los dieciocho sin saber muy bien que hacer con mi vida. Trabajé por un tiempo en la empresa de mi padre, luego intenté estudiar derecho como el quería y al finalizar mi primer año lo dejé. Eso de tener un trabajo de ocho a cinco detrás de un escritorio para el resto de mi vida no me atrae. A mí lo que me gusta es el arte. Y por eso decidí estudiar aquello que me apasionaba: el cine. Se que ser director (en este caso directora) es muy chungo sobre todo si eres mujer. Pero estoy totalmente decidida y tengo unas ganas enormes de empezar las clases en Nueva York.

Cuando llego a los cinco kilómetros, decido volver tomando un atajo corriendo por un paseo justo al lado del río Hudson.

Una vez que llego a casa me meto en el baño para ducharme de nuevo después de todo lo que he sudado. Esta vez me miro en el espejo antes de meterme en la ducha.

Soy de mediana altura, con el pelo castaño largo hasta los hombros y que llevo casi siempre en un moño o coleta. No es por ser vanidosa pero tengo un cuerpo bastante atlético gracias a las horas dedicadas en el gimnasio y haciendo ejercicio en general. Tetas firmes y grandes y culo no demasiado grande pero lo suficientemente turgente.

Bajo a la cocina después de la ducha y allí estaba mi familia desayunando. Me siento con ellos y hablamos y reímos durante toda la comida. Estamos muy unidos aunque hayamos pasado malos momentos. Mis padres tuvieron una mala época durante mi adolescencia y se peleaban mucho, cosa que acabó provocando que me fuera de fiesta y follara todo el día. Ahora las cosas están, mis padres se “reenamoraron” y aunque mi hermana de dieciocho y yo nos peleamos mucho nos queremos.

Dado a que hace bastante sol y calor, decido salir a la parte de atrás de la casa a tumbarme en una hamaca debajo de una sombrilla con un libro. Entonces es cuando le veo.

Está un poco lejos y es a través de la ventana de la casa de al lado, pero ese cuerpo giraría cabezas en cualquier parte. Piel morenita, pelo oscuro y unos músculos que echan para atrás. Incluso puedo verle el precioso y prieto culo cuando se quita la toalla para secarse el pelo. Parece que acaba de salir de la ducha. Cuando empieza a pasarse la toalla por el cuerpo noto como los pezones se me ponen duros y el coño se me empieza a humedecer. Joder que bueno estaba.

Justo en medio de mi fantasía mi hermana Verónica me lleva de vuelta al mundo real.

-       Eh, Sara, mamá quiere que vayamos a la cocina.

-       Sí, sí, en un segundo.

Cuando me levanto de la hamaca le echo una última mirada a la ventana y veo que ya se ha ido.

Al llegar a la cocina, mi madre nos dice que va a ir a la ciudad a hacer unos recados y que si queríamos ir con ella. Mi hermana dice que no porque va a salir con unos amigos. Ni siquiera ha empezado el instituto y ya tiene un grupo de gente con quien salir. Siempre he envidiado sus dotes de gentes.

Yo sin embargo si que quiero ir ya que necesito despejar mi mente. Subo rápido a mi habitación a cambiarme y al bajar mi madre ya me espera lista en la entrada.

Es salir del túnel de entrada a la ciudad, ver los rascacielos y volver a sentir eso que siempre siento en esta ciudad. Es libertad, es arte, es vida, es todo. Nueva York es sin duda uno de los lugares más increíbles y mágicos del mundo.

Aparcamos en un parking que está un poco alejado del centro porque “es más barato”. Son cien dólares por hora. Cogemos el metro y salimos en Times Square.

Pasamos el resto del día andando, visitando tiendas y pasando una tarde de madre e hija estupenda. Si hace unos años alguien me hubiera dicho que haría algo así con mi madre no les creería. Me alegro mucho de haber arreglado la relación con mi madre.

Volvemos a casa agotadas y con pocas bolsas de tiendas. Yo la verdad es que no pido mucho ya que la matrícula de la Escuela de Cine es cara de por sí (incluso con una buena beca).

Al volver nos esperan mi padre y mi hermana tirados en el sofá viendo el reality ese de los Kardashians. La verdad es que Verónica ha acabado enganchando a mi padre a esa mierda de programa. Aún así bajó con mi iPhone y un libro y enchufo mis auriculares para escuchar música mientras tanto. Ha sido un día genial.

Y así pasa una semana, la última del verano. La he pasado entera saliendo a correr, leyendo y viendo pelis. Unas vacaciones en regla. No he vuelto a ver al adonis desde aquel día.

Cuando salgo para correr mis cinco kilómetros diarios, veo una cara conocida saliendo de la casa de al lado. Es el chico buenorro.

Esta vez lleva una de esas camisetas sin mangas por el calor supongo, además de una especie de shorts/calzoncillos marcadísimos en los que pone “UNDER ARMOUR”, la marca esa que es tan popular aquí y que hace ropa para deportistas. Se le marca absolutamente todo y a mí se me hacen la boca y el coño agua. Decido acercarme y presentarme.

Al girarse le veo bien la cara. Es más joven de lo que pensaba. Joder, mucho más. Parece que tiene dieciocho por lo menos.

El pelo es negro como ya había visto el otro día. En su cara se puede adivinar que es jovencito, como un poco niño. También es más alto de lo que parecía, me saca casi una cabeza.

-       Soy Michael, Michael Peebles.- me dice alargando la mano.

-       Encantada Michael.- le devuelvo el saludo.- Yo soy Sara Hernánandez.

-       ¿De dónde venís? ¿Sois de por aquí?

-       De hecho venimos de Madrid, en España. Nos hemos mudado por el trabajo de mi padre hace un mes. Que raro que no nos hayamos visto antes.

-       Ya, si que es extraño. Oye, para ser española tienes un inglés estupendo.

-       Gracias.- respondo sonriendo.- ¿Cuántos años tienes?

-       Tengo dieciséis. Voy a empezar el grado 11 (1ero de bachillerato) la semana que viene.

Dios. Dieciséis. Es sólo un chaval.

-       Pues no lo aparentas para nada. Haces mucho ejercicio por lo que veo.

-       Me dicen a menudo que aparento más.- dice sonrojándose un poco. Eso le hace parecer más joven e inocentón.- Y sí, salgo a correr todos los días aunque suelo salir más tarde.

¿Cómo? ¿Que este dios griego sale a correr así todos los días y yo me lo he perdido? Paso demasiado tiempo en casa.

-       Yo siempre salgo a estas horas. ¿Cuánto corres tú?

-       No menos de diez kilómetros. ¿Tú?

-       No tanto, alrededor de cinco.

-       ¿Quieres que corramos juntos?

-       Claro. No se si podré seguir tu ritmo.- digo socarronamente.

-       Puedo ir despacio por hoy.- dice y guiña un ojo.

Esta vez corro diez y la verdad es que lo he hecho muy bien, incluso le he adelantado en algún trayecto.

-       Que pena habernos conocido ahora, podríamos haber quedado para correr juntos más veces.- dice jadeando cuando llegamos a la verja de su casa.

-       Bueno, aún podemos vernos los fines de semana, o incluso alguna tarde.

-       Se me ha olvidado preguntarte, ¿vas al instituto o …?

-       No, qué va. Yo ya soy universitaria. O algo parecido. Voy a empezar a estudiar un grado en dirección y guión cinematográfico. Tengo veintiún años.

-       Vaya, te había tomado por alguien un poco más joven.- dice arqueando las cejas.

-       Me dicen a menudo que aparento más.- sonriendo de oreja a oreja.

El se ríe y nos quedamos en silencio unos segundos.

-       Bueno, nos vemos por ahí.- dice.

-       Adiós.

Y da media vuelta para entrar en su casa, dándome una vista estupenda de su perfecto culo.

“Para, pervertida, que es sólo un niño”, me digo a mi misma. Pero no puedo ignorar lo mucho que me pone este chaval.

Lo primero que hago al volver a casa es ir a mi habitación y desnudarme. Sacó un vibrador de una caja que tengo escondida debajo de la cama y me lo introduzco sin pensármelo en el coño. No opone ninguna resistencia ya que estoy empapadísima. A medida que lo meto y lo saco con una mano, con la otra me acarició el clítoris. Joder, que placer. Empiezo a morderme el labio cuando veo que se aproxima el orgasmo. En el último momento me pongo boca abajo y aprieto la cabeza con la almohada para chillar de placer.