Enseñando

Es la historia de una alumna enojada con el mundo por la separación de sus padres y un profesor que la reconfortará.

Hace un año y medio desde la primera vez que lo vio y desde entonces lo deseó.

Deseo era una buena palabra para definir lo que sentía por él, deseo carnal, el más bajo instinto humano, el de poseer a otra persona.

Por supuesto que las cosas no eran tan llanas, él era diez años mayor que ella y ella en el momento de conocerlo llevaba una relación de año y medio pero ya no continuaban juntos. A demás él fue su profesor de dibujo durante el primer año de su carrera universitaria y en su mente ella lo seguiría viendo así.

Sin embargo, todo esto también le agregaba aún más morbo a la situación, alimentando de una manera cruel y dolorosa la activa imaginación de ella.

Creaba cientos de escenas y fantasías en las que la llenaba de placer en algún rincón oculto de la universidad donde nadie los viera. Y ella en secreto se deleitaba intentando con su poderosa imaginación saborear el fruto prohibido.

Sin embargo lo que ella expresaba o al menos lo intentaba era un total desinterés y hasta incluso disconformidad hacia el dichoso profesor. No quería quedar en evidencia. A demás a este profesor no le faltaban nunca séquitos de alumnas babeándose por él y riéndose estúpidamente de cada cosa que decía. Definitivamente no quería ser una de esas.

A pesar de este increíble esfuerzo el deseo a veces se volvía tan fuerte que era casi imposible contenerlo. Esto sucedía sobre todo cuando tenía que hablar obligatoriamente con él cosa que evitaba hacer a toda costa.

Sucedió entonce que el profesor, Sebastián, estaba explicando cómo se hacían las axonometrías y ella, Daniela, escuchaba atentamente, aunque ya sabía a la perfección lo que Sebastián explicaba.

Como le habían enseñado a Daniela, era de buena educación mirar a los ojos de quien estuviera hablando y considerando quién era el interlocutor, ella seguía al pie de la letra esa enseñanza.

Pero en cierto punto de la explicación, Sebastián clavó sus ojos celestes en lo de ella y la estuvo mirando fijamente durante unos eternos minutos. Daniela no bajó la mirada de inmediato y aunque disfrutaba de este tipo de jueguito, éste le resultó muy difícil de llevar.

Al rato se empezó a poner nerviosa, el corazón le latía con más fuerza y las manos comenzaron a transpirarle. Pero pocos segundos después la situación se puso aún peor: sus manos casi empapadas eran secadas constantemente en su pantalón, el corazón se le estaba por salir del pecho y la garganta se le había secado casi completamente.

Mientras tanto Sebastián la seguía mirando como si nada pero si se le observaba con más atención se podía ver cierto goce en su gesto, como si se hubiese dado cuenta lo que le estaba pasando a Daniela y lo estuviese disfrutando.

El punto cúlmine del nerviosismo de Daniela fue cuando de pronto sintió un calor intenso en su rostro, seguramente ya se habría puesto en exceso colorada. Ya no aguantó más la mirada de él y echó la suya al piso. Perdió el juego.

Sucedieron otros “incidentes” de ese tipo, algunos de mayor intensidad y otros no tanto.

Así se fueron dando las cosas. Estas pequeñas situaciones eran cada vez más frecuentes lo que hacían que el deseo de Daniela fuera aumentando progresivamente.

Pero ahora las cosas eran diferentes. Ella ya no estaba en pareja.

A inicios del año lectivo, el segundo en la carrera de Daniela, sus padres se habían separado y ahora el divorcio ya estaba en trámite. Por lo tanto  la situación en su casa era muy delicada y era comprensible que sus nervios estuvieran a flor de piel, pero esto muy pocos lo sabían.

Entonces tuvo una clase con ese profesor que era un impertinente, Rafael y como solía hacer, aplastó casi literalmente todas las ideas que Daniela había llevado para el proyecto en el que estaban trabajando. Lo hizo obviamente de una forma muy humillante, haciendo parecer que las ideas de Daniela eran una basura.

En ese momento frente a Rafael, ella se contuvo de decirle o hasta incluso gritarle a la cara todas las cosas que pensaba de él. Pero dentro suyo, la rabia iba creciendo más y más. Fue entonces, luego de que Rafael abandonara el salón cuando Daniela, presa de la ira, tomó su block de bocetos y lo empezó a dar con todas sus fuerzas contra la mesa.

Fue tal el escándalo que hizo que alguien tuvo que haber escuchado y ese alguien fue Sebastián. Estaba almorzando en la cantina cuando escuchó los golpes.

Al entrar al salón para ver lo que sucedía, pudo ver a Daniela de una manera que nunca creyó posible y no daba crédito a sus ojos.

La muchacha que siempre era tranquila y educada estaba ahora hecha un demonio. Golpeaba ferozmente un block contra la mesa, totalmente enrojecida, pero esta vez no era de vergüenza. Los dientes apretados le rechinaban, gruñía y los ojos le lagrimeaban por la rabia. Estaba realmente enojada.

El dilema con Rafael sólo había sido el detonante, la gota que derramó el vaso. La verdadera razón del enojo era mucho más profunda  y dolorosa, cosa que Sebastián pronto averiguaría.

Daniela, ensimismada en su labor, no se percató de la presencia de él en el salón hasta que la sujetó por las muñecas con fuerza haciendo que se detuviera.

Ella de hecho se detuvo. Quedó mirándolo a sus cristalinos ojos celestes, sorprendida, muy agitada y con una mirada como diciendo, ¿por qué diablos me detuviste?

Mientras que él la seguía sujetando y mirando a sus ojos cafés. De pronto la atmósfera se relajó.

Todos los músculos del cuerpo de Ana perdieron tensión. Pero en seguida comenzó a temblar. Las lágrimas se hicieron más evidentes hasta que ya no aguantó más y rompió en llanto.

Sebastián la soltó. Daniela se avergonzó por la situación e intentó forzosamente dejar de llorar mientras dándole la espalda juntaba torpemente sus cosas para marcharse.

Sebastián la miraba consternado, tratando de entender lo que le sucedía. La oía sollozar y le rompía el corazón verla tan frágil. Quería contenerla, quería regocijarla, quería hacer que se sintiera bien.

Fue cuando Daniela se quiso ir del salón que Sebastián reaccionó. Al pasar ella a su lado, aún llorando, la tomó con firmeza pero sin fuerza por el brazo, evitando que siguiera caminando hacia la puerta.

Ella se detuvo en seco, sin saber qué sucedería después. Entonces él le quitó las cosas que llevaba, las colocó sobre la mesa, la atrajo hacia él y la abrazó apretándola fuerte contra su pecho. Le susurró al oído que llorara todo lo que tuviese que llorar.

Entonces Daniela no se contuvo más y se descargó con corrientes lágrimas sobre sus mejillas entre los brazo de quien tanto había deseado.

Poco a poco el llanto fue desvaneciéndose. Estuvieron abrazados un rato ya que ella, luego de unos instantes se animó a rodearlo con sus brazos. Ninguno supo exactamente por cuánto estuvieron así. Luego él la apartó un poco, la miró, le sonrió y le secó los húmedos rastros que las lágrimas habían dejado con el dorso de sus dedos.

  • ¿Ya estás mejor?- le preguntó y ella asintió sintiéndose repentinamente como una niña de cinco años que se hubiese lastimado la rodilla, pero a su vez se también sentía despojada de todas sus máscaras, mostrándose por primera vez como realmente era.

Después de que se calmaron los ánimos, él le invitó un café para que le contara todo lo que le estaba pasando. Ella no se negó.

Tomaron el dichoso café, fuera de la facultad y ella le contó toda la situación de sus padres y de lo mal que la estaba pasando y que lo de Rafael sólo había sido la gota que derramó el vaso.

Mientras ella hablaba, Sebastián escuchaba atentamente, demasiado atentamente. Miraba a Daniela directamente a los ojos pero no con una mirada dulce y tierna sino con una mirada que expulsaba  calor, pasión. O al menos eso era lo que ella estaba sintiendo en su estómago y empezando a sentir un poco más abajo. Calor, mucho calor.

Cuando terminó de hablar, se produjo un silencio un tanto inquietante al menos para ella. Sebastián parecía estar dominando perfectamente la situación.

  • Lamento mucho lo que has tenido que pasar – dijo por fin. Su voz denotaba una sincera consternación, pero sus ojos decían algo más, estaban como en otra cosa.

De pronto a Daniela le invadió una profunda vergüenza y a la vez excitación. Recién se había dado cuenta de la situación: estaba sentada en un bar, había tomado un café y acababa de contarle cosas muy íntimas a Sebastián, el profesor que deseaba desde hacía año y medio. A quien nunca se atrevía a mirar sin sentirse completamente desnuda y avergonzada.

Por supuesto que él notó cuando Ana se puso totalmente colorada, aún antes de que ella misma se diera cuenta. Y cuando ella bajó de pronto la mirada, entendió a la perfección qué era lo que sucedía.

Le llamó la atención de una manera que la hizo sentir aún más intimidada por él: le acarició la mano por debajo de la mesa de una forma suave, envolvente y hasta maliciosa. Daniela sólo lo pudo soportar apretando fuertemente su mano contra su regazo. El corazón le latía tan fuerte que sentía su rítmico palpitar en sus sienes.

Lentamente levantó la mirada como pidiendo permiso, para encontrarse con la de él que la miraba como comiéndosela, como devorándola lentamente. Y cuando Sebastián se mojó los labios con su lengua, saboreándose, mientras aún le acariciaba la mano y la miraba fijo, ella no pudo más y liberó un suspiro de deseo.

Ya estaba totalmente entregada a él. Podía hacer con ella lo que quisiese y él lo sabía. Sabía que había tendido sus redes y la había atrapado.

Daniela no intentó escapar ni se resistió, sólo se dejó convencer más y más.

  • He notado cómo cambiaste – dijo él de pronto

  • ¿Qué? – atisbó a decir Daniela un tanto sorprendida por lo que había escuchado.

  • Te ves más adulta, más mujer, más sensual –

Ella no supo cuánto más iba a resistir estas insinuaciones sin cometer alguna locura.

La mano de él acariciaba la suya con más empeño. La respiración de ella era arrítmica y muy marcada y sentía un intenso calor en el rostro pero como sabía que Sebastián ya la había descubierto, no intentó ocultar su sonrojado aspecto.

Ella ya no resistió más las caricias de él y quitó su mano pero la de él quedó en su lugar, encima de la pierna de ella.

Podía sentir cómo el calor de su cuerpo era transmitido al de ella a través de esa mano.

Bajó nuevamente la mirada y le dijo que por favor se detuviera. La voz le salió temblorosa y para nada confiable.

Él quitó la mano del su regazo y ella se sintió aliviada por unos segundos. Pero en seguida Sebastián la tomó delicadamente por el mentón y la obligo sutilmente a levantar la vista, acercando su rostro al de ella.

  • Mírame a los ojos y dime si de verdad no quieres que siga.

Después de eso sucedió algo que lo cambió todo.

Sebastián deslizo su mano sobre la mejilla de Daniela y la llevo hasta su nuca. Así  acercó el rostro de ella aún más al suyo y cerrando sus ojos la besó.

Ella por supuesto se dejó besar.  Fue un profundo, cálido y perfecto beso y aunque sólo sus labios se tocaron, el calor hizo que se notara la pasión que estaba presente.

Después él se separó de ella volviendo a acariciar su mejilla.

Daniela no se podía mover, no hablaba, no respiraba. Sin embargo, su corazón se le estaba por desbocar de tan fuerte que latía.

  • ¿Quieres que me detenga? – preguntó suspirando y con una maliciosa sonrisita en los labios.

Daniela, recuperando el aliento y temblando de la excitación negó con la cabeza.

Inmediatamente él sacó su billetera de un bolsillo, dejó dinero en la mesa y se levantó de la silla.

Fue a donde Daniela estaba sentada, le tendió la mano, ella se la tomó y así salieron del bar. Se subieron a su auto y quince minutos después estaban en el apartamento de Sebastián.

Apenas entraron, luego de cerrar la puerta con llave, él la arrinconó contra la pared. Sus cuerpos estaban casi pegados. Ana estaba totalmente atrapada, no podía escapar, aunque en realidad tampoco lo quería.

Sebastián la tuvo así durante unos instantes, en suspenso, mirándola y tratando de saborear su nerviosismo y su excitación.

Daniela ya no se podía contener. Si él no hacía algo ya, ella lo iba a hacer.

Él la miraba de arriba abajo y volvía a sus ojos, como un depredador que está a punto de atacar a su presa.

Ella no podía más. Estaba poseída por la excitación, tenía palpitaciones y se sentía empapada en ese lugar sediento de placer. Ya era una agonía estar así y no poder desahogarse.

De pronto las palabras salieron por su boca antes de pasar por su cerebro:

  • Por favor, Sebastián, hazme el amor –

  • Lo que tú pidas – le contestó sonriéndole lascivamente.

Daniela se sintió morir.

Se unieron en un profundo beso donde sus lenguas se entrelazaron y acariciaron mutuamente dentro de sus bocas.

Las manos de ella se enredaban en el pelo de él y las de él acariciaban desesperadamente la espalda de ella ya por debajo de la camisa que llevaba puesta.

Después él llevo la mano derecha hacia delante y mientras aún besaba a Daniela con locura, le fue desabrochando uno a uno los botones de la camisa.

Ella, totalmente fuera de sí le desabrochó el cinturón, el botón del jean y bajó el cierre. Metió su mano dentro de su pantalón y empezó a hacerle un delicioso masaje. O al menos eso pareció por lo fuerte que gimió él.

Sebastián en seguida subió su mano por el costado de Ana hasta su pecho y lo acarició con fervor.

Daniela ya no podía respirar, ni por el largo beso ni por la excitación.

Sacó su mano de dentro del pantalón y lo empujo con sus manos sobre el pecho de él.

Él se resistió un poco a dejar de besarla pero luego lo hizo.

  • ¿Qué? – preguntó él confundido. Estaba totalmente agitado y más sensual que nunca.

A Daniela le temblaba todo el cuerpo por verlo así tan sediento de una mujer que resultaba ser ella y la sensación de poder que le daba le encantaba.

  • Necesitaba aire – contestó también muy agitada.

  • Y quiero que me lleves a la cama –

  • Sólo tenías que decirlo – contestó él.

Y como se hacía antes, la alzó en brazos y la llevó a su cuarto.

Ella no dejaba de mirar sus hermosos ojos celestes y él hacía lo mismo con ella.

La dejo delicadamente sobre la cama, se alejó un poco y se quitó el buzo que llevaba puesto descubriendo su torso.

Ella lo miró como queriendo comérselo y se saboreó al verlo semidesnudo. Se subió encima de la cama y fue trepando como si fuese una pantera hasta que quedó encima de ella. La volvió a besar con pasión desenfrenada, con sus cuerpos totalmente pegados y sus corazones al máximo como queriendo entrar uno en el pecho del otro.

Ella empezó a arañar su espalda desnuda y entrelazó sus piernas alrededor de sus caderas, apretándolo con fuerza contra las suyas.

Podía sentir toda su erección.

Ambos jadeaban, gemían y ronroneaban como dos gatos en celo.

De pronto ella tomó el control de la situación y giró quedando encima de él. Se sentó en sus caderas, lo miró, le sonrió con cierta culpa pero incapaz de detenerse y él le respondió con la misma sonrisa.

Después se despojó de su camisa, se desabrochó su soutién, esperó unos segundos como revisando lo que estaba por hacer y se lo quitó despacio, descubriendo sus pechos.

Sebastián los miró y enseguida puso la sonrisa más morbosa que Daniela le había visto hasta ahora. Tomó a Ana por la cintura, subió sus manos lentamente hasta llegar a sus pechos y los aprisionó con ambas manos.

Así estuvieron un rato, acariciándose mutuamente hasta que Sebastián tomó de nuevo el control. Giró de nuevo quedando encima de Daniela pero ésta vez la sujetó de las muñecas con los brazos arriba. La miró y le dijo que estaba preciosa.

  • Y soy toda tuya – le contestó ella. Se besaron otra vez con fervor hasta que él se separó de sus labios y empezó a besarle el cuello. Bajó más y besó y acarició cada centímetro de su piel hasta que llego a la línea de su jean.

Daniela se retorcía de placer en la cama y gemía y jadeaba y cuando Sebastián se detuvo, ella le rogó que no lo hiciera.

Y él otra vez con su sonrisita maliciosa le desprendió cada uno de los botones del jean besando por encima de las panties que se iban descubriendo. Ella no daba más del placer que sentía. Entonces él se fue bajando de la cama, prendido a los pantalones de Daniela hasta que se los quitó y los arrojó al piso.

Ahora la tenía casi desnuda del todo en su cama, toda para él.

La rodeó observando su cara de deseo. Se quitó su pantalón y la invitó a ir debajo de las sábanas. Allí se fundieron en otro apasionado beso.

Él tocaba y besaba todo el cuerpo de ella, rozando una y otra vez su erección contra su pelvis. Quería que deseara, quería matarla de deseo, quería que rogara.

Daniela susurró a su oído que ya no aguantaba más, que por favor lo hiciera.

La besó, la miró y le preguntó si estaba lista. Ella sólo asintió y eso fue todo lo que bastó.

Sebastián abandonó el abrazo, se terminó de desnudar y la despojó de su última prenda. Fue hasta la mesa de luz, tomó un condón y se lo puso lo más rápido que pudo.Volviendo a fundirse en un apasionado beso, él se colocó encima de ella.

  • Eres mía – le dijo y la penetró.

Fue de una sola vez, hasta el fondo y fueron uno en ese momento cuando los dos clamaron un profundo “ah”

Sus deseos al fin estaban siendo consumados.

Él la penetraba una y otra vez y ella con cada impele creía morir de placer. Grito, jadeó y gimió todo lo que pudo. Él la poseía de manera cada vez más bestial.

Cambiaron varias veces de posición, hasta ella estuvo encima de él moviéndose tan espasmódicamente que parecía poseída por el diablo. Él marcaba aún más la penetración tomándola de sus caderas y levantando levemente las suyas.

Así siguieron hasta que en un momento el placer creció de forma desmesurada. Sus cuerpos sudaban y temblaban, sus músculos estaban totalmente contraídos y ambos habían contenido su respiración.

Daniela se movía como nunca. Empezó a gemir con más fuerza, Sebastián la acompañó. Ya era el apogeo del placer, ya no aguantaban más. Un impele más, dos y al tercero explotaron en un orgasmo indescriptible que ninguno de los dos había sentido antes.

  • ¡Ah!

Siguieron un rato más, totalmente extenuados. Tras unos momentos, ella calló rendida sobre su pecho con él aún dentro suyo.

Al recuperar el aliento Daniela levantó su rostro, miró a Sebastián, acarició su rostro sonriéndole y le dio un tierno beso en sus labios. Entonces se quitó de encima de su amante y quedó rendida a su lado, cubriéndose con las sábanas.

Él fue hasta el baño y al volver se tendió a su lado, descubrió la espalda de Daniela y se la acarició hasta que la joven que había poseído quedó profundamente dormida. Tenía un leve color rojizo en sus mejillas y esbozaba una apacible sonrisa.

Después de observarla por un rato el sueño lo venció y también se quedó dormido.

Así durmieron los dos, desnudos, bajo las sábanas de una misma cama.

Tras un par de horas de descanso ambos despertaron, se ducharon por separado, cenaron y Sebastián la llevó a su casa.

Él le preguntó qué iba a pasar ahora y ella le contestó que quería que fueran algo más que conocidos, tal vez amigos más adelante. Lo que sucedió tenía que pasar  y lo disfrutó muchísimo pero no debía pasar a otro plano, simplemente necesitaban descargar la tensión sexual que había entre ellos.

Después de lo que pasó, Daniela se siente cada día un poco mejor, sabiendo que tiene al menos una persona que la respalda y que todo va camino a mejorar.