Enséñame

Una madre que desconoce el placer lo descubre gracias a su hijo

Juan era el más pequeño de tres hermanos. Vivía con su madre, viuda desde que él tenía dos años, y sus dos hermanos mayores.

Su padre los había dejado más o menos bien colocados, pero cada uno tuvo que labrarse su propio futuro. Ana, la madre, se encargó de que cada uno de sus hijos hiciera una carrera.

El mayor se casó y se marchó. Tiempo después, el segundo también hizo su vida y abandonó la unidad familiar.

Juan quedó como el hombre de la casa. Pero su madre lo animó, como había hecho con sus hermanos, a buscarse la vida fuera.

Aunque reticente a dejar a su madre sola, Juan comprendió que en el pueblo no tenía mucho futuro. Estudiando en la capital se acostumbró a vivir su vida y después de terminar la carrera, ya no volvió a casa. Tenía novia, amigos, un piso de alquiler y un buen trabajo.

Visitaba a su madre a menudo, al principio. Después, cada vez con menos frecuencia. Pero ella estaba bien. En el pueblo tenía amigos y familiares. Al menos, la llamaba todas las semanas.

Llegó el año 2008, la crisis. Juan, primero, perdió la novia. Después el trabajo. Por último, no tenía ni para pagar el piso. Con 30 años, no tuvo más remedio que volver al pueblo, a casa de su madre.

No hablaron del asunto. Él ya se sentía bastante mal por su situación y Ana lo dejó tranquilo. Esperaba que encontrara trabajo pronto y que todo volviese a la normalidad.

Juan procuró no deprimirse. Había vuelto al pueblo, pero ya no era el mismo que conocía. Casi todos sus amigos se habían ido y con los pocos que quedaban la relación se había enfriado después de tantos años de ausencia.

Su madre le preparó su antiguo cuarto, que compartía con su hermano, el mediano. Todo estaba como lo recordaba. Los recuerdos volvieron a su mente.

...

-¿Qué haces, Manuel?

-Nada.

-Parece que estés saltando en la cama.

-Duérmete, Juan.

...

Sonrió, mirando la cama de su hermano. Aquel ruido lo oyó muy a menudo. Tiempo después supo que era el sonido del placer, de las nocturnas masturbaciones de su hermano. Él mismo aprendió a hacerlo, pero por vergüenza, esperaba a que Manuel se durmiera antes de empezar. Soltó una carcajada. Aún tenía fresco el recuerdo de esa noche. Había esperado pacientemente a que su hermano terminara y se quedara dormido. Entonces, él empezó. Hasta que de repente...

...

-Vaya, Juanito, parece que es tu cama la que salta ahora. Jajaja. ¿Qué haces, bribón?

-Nada - contestó, parando la mano en seco.

-Vale. Procura no manchar la sábana cuando termines con ese 'nada', no vaya a ser que mamá se dé cuenta. Jajaja

...

A partir de aquella noche, ya no ocultaron sus respectivas masturbaciones. A veces competían entre ellos para ver quien se corría antes. Hablaban de las cosas que les excitaban, de las chicas del pueblo, de las actrices de la tele. Cuando Manuel se marchó de casa a estudiar, Juan se quedó con el cuarto para él solo. Su nocturno onanismo fue privado desde ese momento.

Se instaló, eligiendo su antigua cama. Esa primera noche intentó recordar viejos tiempos, pero no tenía ganas. El verse en su situación, de vuelta al pueblo, sin perspectivas de futuro, no era algo que ayudase a mantener la excitación.

Los siguientes días fueron de acomodo, de buscar su sitio. Poco a poco fue asimilando su situación. Así estaba la cosa. No había nada que él pudiera hacer para cambiar el pasado, sólo intentar que mejorara el futuro.

-"Pero qué coño. Me tomaré unas vacaciones en el pueblo antes de empezar a buscar otra vez trabajo" - se dijo una mañana mientras paseaba por el río en dónde de niño iba a pescar con sus amigos.

Su actitud, triste desde que había llegado, cambió. Y su madre quedó encantada. También ella estaba preocupada por su hijo.

Por la noche, como tantas y tantas noches antes, se masturbó en su cama. Cuando terminó y se limpió en el papel que tenía preparado, se preguntó si los demás hombres serían como él. Mientras tenía novia, continuaba masturbándose. Quizás no tan a menudo como antes, pero sí asiduamente. María era fantástica en la cama, pero no siempre estaba por la labor, y él necesitaba ese desahogo que su entrenada mano le daba cuando lo necesitaba. Sin dolores de cabeza, siempre dispuesta.

La vida era tranquila en el pueblo. Por el día no tenía mucho que hacer. Y por las noches, sólo estaba el bar de la plaza, aunque no era muy animado. Juan casi todas las noches se quedaba en casa con su madre, viendo la tele. Casi siempre programas del corazón, que odiaba, pero que su madre devoraba. De vez en cuando la convencía paro ver una película.

Una de esas noches en que veían una peli, empezó todo. La película resultó ser un poco subida de tono, con escenas de sexo, que, aunque no mostraban nada, sí que resultaban bastante tórridas.

Y más para Juan, que hacía mucho tiempo que no tenía sexo con una mujer. Mirando la tele, no pudo evitar excitarse. Sintió como su polla se endurecía y se marcaba bajo su pantalón. Su madre, seguía atenta a la pantalla.

-Uf, creo que ya va siendo hora de buscarme una novia.

-¿Cómo? ¿Una novia?- preguntó Ana.

-No nada.

-¿Echas de menos a María?

-No, no es eso.

-¿Qué es, pues?

-Coño, mamá. Pues...ya sabes.

Ana lo miró. No tenía ni idea de lo que su hijo le estaba hablando.

-Pues no.

-Joder. El sexo, mamá. El sexo.

-Ah, eso.

Ana siguió viendo la película. La escena terminó y Juan se tranquilizó. Hasta que otra escena picante empezó más tarde, y volvió la excitación.

-¿Tú lo no echas de menos? - le preguntó, como quien no quiere la cosa, a su madre.

-¿El qué?

-Coño mamá. De lo que hablamos antes. Del sexo.

-Pues...no.

Y siguió viendo la película.

Juan nunca había hablado de estos temas con su madre, pero ahora, siendo ya un adulto, no sentía los reparos que sí sentía siendo un chaval. Hizo memoria, intentando recordar algún novio de su madre...

Nada.

Algún amigo con el que saliera a menudo...

Nada.

Siempre en casa. Siempre sola. De joven uno no ve esas cosas. Su madre era eso, su madre, una persona asexuada. Pero ahora, ya maduro, se preguntaba cómo se las arreglaba sin sexo. No sólo por el placer físico, que ya por eso valía la pena, sino por el compartir el placer con otra persona.

Terminó la película. Su madre se desperezó, lista para irse a la cama.

-Mamá. ¿De verdad que no echas de menos el sexo? ¿El placer?

-Ay, Juan, que pesadito estás.

-Pero mamá. Es una parte de la vida. Una muy importante.

-Quizás para ti. Para mí no.

Se dio por vencido.

-Bueno. Me voy a dormir mamá. Buenas noches

-Yo también, Juan. Hasta mañana.

En su cama, recordando las escenas de la película, recordando a María, fantaseando con varias mujeres, Juan se masturbó hasta tener un placentero orgasmo, que lo relajó, y durmió muy bien.

+++++

A la mañana siguiente, mientras desayunaban, le vinieron a la mente los recuerdos de la noche anterior.

-Lo siento mamá.

-¿Que sientes, tesoro?

-Lo de anoche. Perdona si te molesté.

-No seas bobo. No me molestaste. Es sólo que no entiendo la importancia que le dan al sexo.

Juan la miró.

-Ya sabes. Dicen que el sexo mueve el mundo.

-Pues no lo entiendo. No sé que le ven.

-Bueno. El gustito que da.

-Será eso.

-No me digas que no te gusta.

Ana se quedó callada.

-¿Mamá?

-Qué.

-¿No te gusta el sexo?

-No.

-No me lo puedo creer. ¿Por qué no? ¿No te gustaba hacerlo con papá?

-Juan, no creo que estas sean cosas para hablar entre una madre y un hijo.

-Coño, mamá. Que ya soy mayorcito. Dime. ¿No te gustaba follar con papá?

-Juan Ramírez. No uses ese lenguaje, por favor.

-Está bien. ¿No te gustaba hacer el amor con papá? ¿No echas de menos sentir ese placer?

-No.

-Joder. ¿Tan horrible era?

-No era horrible.

-¿Entonces?

-Juan, dejémoslo ya.

-Es que no lo entiendo mamá.

-Qué pesadito eres. ¿Qué no entiendes?

-Que si dices que no era horrible no eches de menos ese placer.

-Es que placer no era tan... tan placentero como para echarlos de menos.

Juan la miró. Empezó a comprender, pero no se lo creía. Creía que eso eran sólo leyendas urbanas.

-¿Nunca te corriste, digo, nunca tuviste un orgasmo con papá?

Su madre desvió la mirada.

-No lo sé.

-Pero mamá, por dios, ¿Cómo no lo vas a saber? ¿No sentías con él lo mismo que cuando, ya sabes, te... masturbabas?

Silencio.

-¿Mamá?

-Yo... no hago eso

-¿Masturbarte?

-No lo hago.

-Joder, mamá. ¿Nunca? ¿Ni de joven?

-No.

-Joder, joder, joder. ¿Es qué...nunca has tenido un orgasmo, mamá?

-A veces era agradable cuando tu padre, ya sabes, quería sexo. Pero no es algo que a mí me llamara la atención. Era su mujer y era mi obligación complacerlo.

-Mierda, mamá, que no estamos en la Edad Media.

Ahora lo entendía todo. Su madre no podía echar de menos lo que no conocía. Un pueblo pequeño, una educación a la antigua.

-¿Te casaste virgen?

-Por supuesto que me casé virgen - contestó, con orgullo.

-Y papá fue el único hombre con el que te has acostado.

-Claro que sí. Soy una mujer decente.

-Lo siento mucho, mamá. Lo siento.

-¿Qué sientes?

-Cómo ha sido tu vida. Que nunca hayas conocido el placer. Es una parte de la vida muy importante.

-Para mí no. Ya te digo que no es algo que me haya preocupado nunca.

-Porque es algo que no has conocido. Y deberías conocerlo.

-Bueno, ya no tengo edad para casarme.

-¿Cómo que no? Pero si no tienes ni 55 años. Además, no hablo de casarte. Hablo de sexo.

-Juan, yo no he sido educada así. Y dejemos ya este tema, por favor.

-Como quieras.

Terminaron el desayuno y Juan se marchó a dar una vuelta. Se sentó a la orilla del río, preguntándose por qué su madre había tenido que vivir así, sin conocer el placer. No era justo.

Ana, en casa, se sentía mal. Ya había tenido una conversación parecida con una amiga del pueblo hacía unos años. La animó, ahora que estaba sola, a buscarse un hombre, un novio con el que vivir la vida y quizás, casarse.

No entendía por qué le daban tanta importancia al sexo. Lo que ella  conocía del sexo era el dolor de la noche de bodas, cuando se consumó el matrimonio. Y después las veces que su marido exigía que cumpliera con sus obligaciones matrimoniales, consistentes, básicamente, en acostarse boca arriba, abrir las piernas y esperar a que él se vaciara dentro de ella. Y después, mientras el roncaba, ir al baño a limpiarse

¿Dónde estaba el placer en eso? Lo único que recordaba que era hasta cierto punto agradable fueron los besos a escondidas que su marido le robó de novios. Sentía algo, sin saber el qué. Eran cortos. Y después de la boda, los besos desaparecieron.

+++++

Juan trató del olvidarse del tema. Se sorprendió cuando fue su madre la que lo sacó un par de días después, mientras veían la tele.

-¿Ta bueno es?

-¿Qué cosa mamá?

-Ya sabes... el...sexo.

-Uf, ya lo creo. Es algo que te llena de vida. El mundo se para por unos instantes, en la cúspide del orgasmo.

Ana desvió la mirada. No lo conocía. Eran sólo palabras.

-Bueno, mucha gente vive perfectamente sin sexo. Mira las mojas, los curas.

-Jajaja, mamá. Seguro que esos reprimidos son los peores.

-No digas esas cosas, Juan.

-Deberías intentar sentirlo, aunque fuese una vez.

-Ya te dije que soy mayor. Y no pienso buscarme a estas alturas un hombre.

-Ay, mamá. No te hace falta ningún hombre para tener placer. Podrías hacerlo tu sola. Masturbarte.

-Yo...no sé hacerlo.

-Todo el mundo sabe hacerlo. Sólo tienes que acariciarte.

-Me parece tan raro.

-Tú inténtalo. Esta noche, cuando te vayas a la cama.

-Uf, no no.

-Hazme caso, mamá. Te gustará.

Siguieron viendo la tele. En la cabeza de Ana había sólo dos cosas. Promesas de placer y pecado. Condenación eterna.

Al roto, Juan se levantó para irse a la cama.

-Bueno, mamá. Me voy a dormir. Piénsatelo, ¿Eh? Inténtalo y ya me contarás mañana.

-Buenas noches, mi amor. Pero no esperes nada.

++++++

Por la mañana, Juan fue a la cocina. Su madre preparaba el desayuno.

-¿Qué tal?

-Bien - respondió Ana.

-¿Y? ¿No tienes nada que contar? ¿Lo hiciste?

Ana se dio la vuelta, dándole la espalda.

-Sí, lo hice, pero ya te dije que no esperaras nada. No sentí nada especial.

-Joder.

-Así que el tema del sexo está definitivamente cerrado. ¿Entendido?

-Va...vale.

Desayunaron en silencio. Juan se marchó a dar su paseo matutino y su madre se quedó sola. Una lágrima cayó por su mejilla. Se la enjuagó con la muñeca y siguió con sus cosas.

Durante un momento había llegado a creer a Juan. En las maravillas que le contaba. La noche anterior se fue a acostar decidida a dormir. En la oscuridad, recordó las cosas que Juan le contó, las cosas que su amiga le dijo hacía años. Y decidió intentarlo.

No sabía bien qué hacer. Llevó su mano a su sexo y se acarició. Primero por fuera de las bragas. No sentía nada especial. Sólo cosquillas. Después, metió la mano por dentro. Recorrió su vulva con los dedos. Estaba seca, y más que placer, sintió molestias.

Siguió un poco más, pero todo era inútil. No había ningún placer. Se sintió estúpida y sacó su mano, se dio la vuelta y al rato, se durmió.

Juan, lanzando piedras al rió, viéndolas rebotar, se preguntaba qué había salido mal. Sólo quería que su madre conociera el placer, pero en vez de eso sólo había conseguido frustrara aún más.

Durante la comida, casi ni se dirigieron la palabra. Durante la cena, la atmósfera seguía tensa. Y viendo la tele, todo parecía que iba a seguir igual. Juan no pudo soportarlo más.

-Lo siento mamá. Nunca fue mi intención molestarte no hacerte sentir mal. Sólo quería que fueras feliz.

-Ya soy feliz, Juan. Tengo tres hijos maravillosos, una vida tranquila. No necesito nada más.

-No me resigno a dejarlo así.

-No empieces otra vez, por favor.

-Inténtalo otra vez.

-Déjame en paz, por favor.

Ana se echó las manos a la cara y empezó a llorar. Juan se sintió horrible y se sentó a su lado, abrazándola con fuerza.

-Joder, mamá. Lo siento, lo siento.

-Debo de ser yo. Soy una estúpida que no sabe nada de la vida. Una inútil que no sabe hacer lo que parece que todos los demás saben.

-No eres estúpida, mamá. Es sólo que no has tenido suerte en este..., tema.

La consoló unos minutos, acariciando su cabello.

-Yo podría... enseñarte.

-¿Qué? - contestó Ana, sin saber exactamente que decía su hijo.

-Podría enseñarte como acariciarte, donde tocar.

-¿Estás loco?

-No. Ya sé que es un poco raro. Pero podríamos probar. Y si después de esto sigues sin tener placer, te juro que jamás volveré a hablar de ello.

Ana no dijo nada. Su cabeza daba vueltas. Lo que Juan decía era una locura, algo inimaginable. Pero sin saber por qué, no dijo que no.

-Y... ¿Cómo lo harías?

-Podría empezar yo.

-¿A tocarme?

-Sí.

-Uf, no podría. Me daría mucha vergüenza.

-Podríamos hacerlo a oscuras.

-¿A oscuras?

-Sí, así no tendrías vergüenza.

-Juan, no sé. No creo que esté bien.

-A la mierda lo que está bien y lo que está mal. Es algo que no va a salir de aquí. Algo que sólo sabremos los dos.

Ana pensaba a toda prisa. ¿Y si funcionaba? ¿Y si al fin conocía ese placer del que tanto hablaban? Además, si como creía, todo sería inútil, él había prometido no volver a hablar jamás del asunto.

Respiró hondo.

-Me has prometido que no volveremos a hablar más de esto, ¿No?

-Te lo juro.

-Está bien. Lo intentaremos.

Se miraron. No pudieron evitar reírse, dada la tensión de la situación.

-Vete a tu cama. Apagas las luces y me esperas acostada en la cama.

-Uf. Vale.

-Desnuda.

-¿Queeeeeeeeeeee?

-Desnuda, mamá. No veré nada.

-Pero...

-Sin peros.

-Está bien.

Ana se levantó y se fue a su cuarto, sin mirar atrás. Juan la miró. Por primera vez, como mujer. Miró su amplio culo, de anchas caderas.

-"Joder. Voy a acariciar a mi madre. Voy a masturbar a mi madre. Le voy a hacer una paja a mi madre" - se dijo.

Notó que él mismo empezaba a excitarse.

Esperó un par de minutos y se dirigió al dormitorio de su madre. La cama era de matrimonio, así que no habría problema de espacio. Tocó la puerta.

-¿Ya?

-Sí...no....sí.....¡coño!

Juan abrió. La claridad del pasillo iluminó la habitación. Juan descubrió a su madre, acostada en la cama, tapada con la sábana hasta la barbilla.

Entró y cerró la puerta. La oscuridad era ahora casi total. Sólo se veía una rendija de luz por debajo de la puerta. A tientas, llegó a la cama y se acostó al lado de su madre.

-Bueno, mamá. Vamos allá.

-¿Ves algo?

-Nada

-¿Seguro?

-Seguro. No veo nada de nada. ¿Te quitas la sábana o me meto yo debajo?

-Tú debajo. Me siendo menos desnuda así.

-Ok.

Juan levantó la sábana y se metió dentro, quitándose antes los zapatos. Se oyó el sonido seco de éstos al caer al suelo.

Se acercó al cuerpo de su madre. Sentía su calor. Pero no lo tocó. Ana, a pesar de la oscuridad, tenía los ojos cerrados. Notaba su cara acalorada, seguro que roja como un tomate.

Ella esperaba que Juan llevase su mano a su sexo y empezara a tocarla. Pero eso no pasó. La mano cálida de Juan se podó con delicadeza sobre su barriga, y la acarició. Ana dio un pequeño respingo.

-Estoy gorda, ¿No?

-Shhhhh, calla, mamá. Se trata de sentir. Siente mi mano.

-La siento. Me hace cosquillas... Jajaja.

-Coño, mami. Concentración.

-Lo siento, lo siente. Sigue.

La rozaba con las yemas de los dedos, con suavidad. Ana reconoció que era agradable. La mano, en vez de bajar hacia su sexo, subió lentamente, hasta sus tetas. No se lo esperaba.

Y lo que de ninguna manera se esperaba es que le diera un beso en la frente. Sus labios eran suaves y cálidos.

-No pienses en nada. Solo siente las caricias.

-Ujummm.

Un beso en la sien. Ana sintió un escalofrío recorrer su espalda. Recordó los furtivos besos de juventud.

La mano de Juan iba de un pecho al otro, acariciando y apretando con suavidad. El siguiente beso fue en una mejilla. El escalofrío, fue mayor.

-Déjate llevar, mamá.

-Ummm, sí...

Otro beso en la mejilla, más cerca de los labios. La mano fue bajando lentamente, hacia su barriga. Ahora ya no le hacía cosquillas. Sentía algo nuevo. Eran como cosquillas, pero por dentro.

Los labios. La besó en los labios. Hasta Juan sintió como su madre se estremecía de pies a cabeza. Llegó a su pubis, velludo y lo acarició unos segundos, besándola. Notó que ella empezaba a respirar más fuerte.

Abrió ligeramente los labios. Ella lo imitó. Tentó con la punta de la lengua, y fue recibido por la de su madre. El suave beso se fue haciendo más apasionado cuando su mano siguió bajando.

Ana estaba sintiendo cosas nuevas. Agradables. Su cuerpo lo sentía extraño. Como más sensible. Los labios, la mano, el calor. Todo era más intenso.

-Abre un poco las piernas - susurró Juan.

Lo hizo. Deseaba llegar que Juan llegara más lejos. Aquellas sensaciones que la estaban llenando hacían que desease más. Notó los pezones duros, como cuando hacía frío, solo que ahora no hacía frío.

Los dedos de Juan se abrieron y bajaron, acariciando por fuera, por los lados, evitando la hendidura. Arriba, sus bocas, selladas la una contra la otra, no dejaban de moverse. Cuando Juan supo que el su madre estaba lista, juntó los dedos y recorrió la rajita del coño de su madre. Estaba mojado.

-¿Estás bien, mamá?

-Ummm sí... me siento extraña.

-Estás excitada. Tienes el coño mojado.

-Juan, nunca me había sentido así.

Con las yemas de dos dedos frotó el clítoris. Ana arqueó la espalda sobre la cama.

-Agggggggg

-¿Lo sientes, mamá? ¿Sientes placer?

-Juan....sí..Siento...placer...¿He tenido un orgasmo?

-Aún no. Cuando lo tengas, lo sabrás.

Ana estaba muy sorprendida. Sentía un enorme placer con las caricias de Juan, algo que nunca había sentido y que jamás imaginó que sería así. Y su hijo decía que aún o había tenido un orgasmo. ¿Habría aún más placer?

-Ummm pues... es tan... rico... es como si flotara.

-Siente mis dedos frotando tu clítoris. ¿ Lo sientes, mami?

-Agggggg, lo...siento.

Juan bajó un poco y metió dos dedos en la vagina. Su madre se retorció de placer.

-Siente como mis dedos se meten en tu coño. ¿Sientes mis dedos en tu coño?

-Aggg Juan...que placer...esto es....ummmm los ..siento dentro de mí.

Empezó a meter y sacar los dedos del caliente coño de su madre, y con el pulgar, frotó su clítoris. En la oscuridad, busco su boca y se besaron con pasión. Juan se pegó a ella, sin dejar de masturbarla.

El cuerpo de Ana empezó a temblar. Juan notó como se empezaba a tensar.

-Mami...

-Agg.. aggg, ¿qu..qué?

-Te vas a correr

Ana sintió que algo iba a pasar. Parecía como si algo muy dentro de ella fuese a salir de repente. Sintió como todos los músculos de su cuerpo se ponían en tensión, sin que ella pudiese hacer nada por evitarlo. La tensión subió, subió y subió hasta que de repente, dejó de oír. Dejó de respirar. Supo lo que era. Su primer orgasmo. Estallaba en todo su cuerpo, inundándola de un placer tal que nunca imaginó que pudiera existir algo así.

-Oh dios...mío.. oh...dios..mioooooooo

Juan notaba en los dedos que tenía enterrados en el coño las contracciones del orgasmo. Sus dedos se llenaron de abundantes jugos y siguió frotando y frotando. La espalda de Ana descansó un instante sobre la cama y se volvió a arquear. Juan se lamentó de no poder ver la cara de su madre en ese momento.

El cuerpo se relajó. Juan retiró con suavidad la mano. Había silencio. Sólo se oía la fuerte respiración de Ana. No le salían las palabras. Juan la besó, con ternura, en los labios. Ella consiguió hablar.

-Dios mío, Juan. Creí que me iba a morir de placer. Ha sido algo... increíble. No imaginé que fuera así. Qué cosa más... rica.

En la oscuridad, los ojos de Ana se llenaron de lágrimas. Agradeció que Juan no la viera llorar, aunque fuera de alegría, de pura felicidad.

-¿Te ha gustado?

-Ummmmm ha sido lo más placentero de mi vida. Juan...

-Dime mamá.

-Gracias..oh...gracias

No pudo evitar gimotear, llorando. Juan la abrazó, con fuerza.

-Shhhh, no pasa nada. Ahora ya sabes el placer que tu cuerpo puede darte.

-Uf, creo que me he orinado de gusto, y todo.

-Jajaja. No es eso. Sólo te has corrido. Las mujeres, en el orgasmo, también echan jugos, como los hombres. Unas más y otras menos.

-No lo sabía. Hay tantas cosas que no sé.

-Bueno, pues ahora ya sabes lo que es el placer. Sabes cómo acariciarte y tener ese rico placer.

Ana de dio cuenta de repente de que estaba desnuda, abrazada a su hijo, que acababa de masturbarla y le acababa de regalar su primer orgasmo. Si le hubiesen dicho que estaría así, habría tacho de loco al que lo dijera.

Ahora, simplemente, se abrazó con más fuerza a su hijo, cerró los ojos y sonrió. Era feliz.

-Me voy a dormir, mamá.

-Claro mi vida. Hasta mañana. Y... de nuevo, gracias por lo que has hecho por mí.

-De nada, mamá. Para mí también ha sido un placer.

Le dio un último beso en los labios y se levantó. Ana miraba en dirección a la puerta. Cuando él la abrió, la luz inundó la habitación lo suficiente para que Juan pudiese ver a su madre, aún tapada con la sábana.

-Hasta mañana, mamá.

-Hasta mañana, tesoro.

Juan fue directo al baño. Estaba muy excitado. Se bajó la bragueta, se sacó la polla y se corrió en seguida, echando toda su leche en el lavamanos.

++++++

Cuando se despertó, después de asearse, Juan fue a la cocina, a por el desayuno. Lo tenía preparado, sobre la mesa. Su madre estaba radiante.

-Buenos días, mamá.

-Buenos días, mi vida. Ya tienes listo el desayuno.

-Gracias. Tengo un hambre de lobo.

Ana lo miró desayunar. Se sonreían el uno al otro. No hablaron de lo que había pasado la noche anterior, pero estaba presente en el aire.

Mirando a su hijo, el primer hombre que la había dado placer, Ana se excitó. Recordó los besos, las caricias, el calor del cuerpo. Su coño se empezó a mojar.

-Ahhh, que bien he desayunado. Gracias mamá. Me voy a dar una vuelta por el pueblo.

-De acuerdo.

Cuando se levantó, Juan le dio un casto beso en la mejilla. Pero ese casto beso la hizo estremecer.

Lo vio alejarse y marcharse. Juntó sus piernas, notando la humedad de sus bragas. A su mene vinieron las palabras de su hijo. No le hacía falta un hombre para tener placer. Así que se fue a su cuarto y se acarició como Juan la había acariciado.

El segundo orgasmo de su vida se lo proporcionaron sus propios dedos. Gritó su placer, sola en su cama. Llenó sus dedos de sus jugos. y se quedó después un buen rato en la cama, reposando, acurrucada.

Había sido algo intenso, maravilloso. Pero el orgasmo que tuvo con Juan fue mejor. No sólo por ser el primero, sino porque pudo sentir otros dedos que no eran los suyos, pudo sentir caricias, besos.

Esa noche, Juan estaba acostado en su cama. Su madre en la suya. Y ambos se masturbaban. Ambos pensando el uno en el otro.

Ana había descubierto el placer, y yo no lo dejaría nunca. Se masturba por las noches, por las mañanas, sola en casa. Juan ya no volvió a hablar del tema, como prometió.

Pero a ella le faltaba algo. Eso especial que sintió esa primera noche. Los besos. El calor humano. Deseaba con todas sus fuerzas volver a sentirlo, pero le daba vergüenza pedírselo.

Le costó varios días reunir el valor, hasta que una noche, viendo la tele junto a su hijo, se atrevió.

-Juan, lo del otro día...

Él se sorprendió de que ella sacara el tema.

-Creí que no querías hablar más de eso.

-Sí, no quería. Pero... uf... es que...Joder, no me sale decirlo.

Juan comprendió

-¿Quieres que te lo vuelva a hacer?

-Sí - respondió Ana, bajando la cabeza y ruborizándose.

-Vale. ¿Aquí?

-No no. En mi cuarto, como la otra vez.

-A oscuras...

-Sí, me da vergüenza que me veas. Soy vieja.

-No eres vieja.

-Y estoy fofa, gorda.

-Estás muy bien mamá. Pero de acuerdo.

Juan se levantó y le tendió la mano. Ella la cogió y se dirigieron a su dormitorio. La polla de Juan le molestaba de lo dura que la tenía. Con disimulo, se la colocó bien.

Entraron en el cuarto.

-Apaga la luz, por favor

Cuando se quedaron a oscuras, Ana se desnudó y se tumbó en la cama. Se sentía muy excitada, mojada. Como decía Juan, estaba cachonda.

-Ya estoy

Juan se acercó a la cama y se tumbó. En seguida se dio cuenta de que su madre no se había tapado con la sábana. Estaba completamente desnuda.

Buscó su boca, y empezó a besarla. Se sorprendió de la pasión con que ella le devolvió el beso. Se abrazaron sin dejar de besarse, mientras Juan empezaba a recorrer su cuerpo con una mano. Acarició sus amplias tetas, de pezones duros como piedras.

Besó sus mejillas, su cuello, su clavícula, sus tetas, y por último, sus pezones. Los lamió y chupó. Ana gemía de placer.

Con un pezón en la boca, mamando como un niño, siguió bajando su mano hasta el coño materno. Lo esperaba con las piernas abiertas. Estaba empapada.

-Estas muy mojada, mamá.

-Lo sé.

-Estás cachonda.

-Aggggg sí... estoy cachonda.

-Y quieres que te haga una paja, ¿No? - le dijo empezando a frotarle el clítoris.

-Ummm sí, sí...lo deseo...lo deseo...

-Pues dilo. Pídemelo.

-Juan... no puedo....no me sale....

-Sí te sale... dilo

Ana se retorcía de placer. Notaba las chupadas, las lamidas, los suaves mordisquitos en los pezones, y los sabios dedos en su coño.

-Eres...malo....

-Dilo mamá. Dilo.

-Ummmm Sí...quiero...hazme....una.....agggggggggg una...paja...Juan...hazme una pajaaaaaaa

Estalló de inmediato en un atronador orgasmo, tan intenso que hizo crujir varias articulaciones de su cuerpo. Los dedos de Juan se llenaron de sus jugos mientras el cuerpo de su madre no dejaba de tener espasmos.

Después, la calma, las suaves caricias, los tiernos besos. Se abrazaron. Ana notó algo contra su barriga. Algo duro.

-¡Juan! ¿Estás...?

-Cachondo, mamá. Muy cachondo.

-¿Por qué?

-¿Cómo que por qué? Te tengo a mi lado, desnuda. Te estoy tocando las tetas, el coño. Te acabas de correr en mis dedos. ¿Cómo no iba a estar cachondo?

Juan buscó una mano de su madre y la llevó hasta su paquete. Ella no hizo nada por impedirlo. Palpo la zona.

-La tienes muy dura.

-Mamá.... Hazme una paja.

-No sé hacerlo. ¿Me enseñas?

-Claro. Bájame la bragueta.

Los dedos le temblaban cuando le bajó la bragueta a su hijo.

-Ahora, sácamela.

A tientas, Ana metió la mano. Tocó el calzoncillo. Ahora la notaba mejor, sin el grueso pantalón de por medio. Intentó sacarla, pero no pudo ni supo. Juan la ayudó. Se la sacó y se la puso a su madre en la mano. Ana la agarró.

-Uf, que dura está. Y qué caliente.

-¿Nunca se la tocaste a papá?

-Nunca se la vi a tu padre.

-Joder!

-Dime que tengo que hacer.

-Mueve la mano arriba y abajo. Aprieta un poco, pero no mucho.

-¿Así?

-Ummmm , sí, así. Despacito...arriba...y ..abajo...sí...

Era la primera paja que le hacía a un hombre. Le gustaba la sensación que aquello tan duro le daba en la mano. Deseó poder verla, pero si encendía la luz, él la vería desnuda.

Juan empezó a gemir

-¿Lo hago bien?

-Ummmm, sí, mamá, muy bien. Hazlo un poco más rápido. Sólo un poco.

Aumentó el ritmo, y aumentaron los gemidos de placer. Se estaba poniendo otra vez cachonda, así que llevó su otra mano hacia su coño. Al poco, gemían los dos.

-Agggg mami, que bien... sigue así...y me harás correr. Un poco más...rápido.

-Juan...me estoy tocando... me he puesto cachonda otra vez.

-Espero...déjame a mí.

Ana no soltó la polla de su hijo. Siguió con la paja, dejando las piernas abiertas, hasta que los dedos de Juan empezaron a pasearse por su coño. Iba a gemir de placer pero la boca de él se lo impidió.

Besándose, buscándose con sus lenguas, cada uno masturbaba al otro. El placer era mutuo, intenso. Ana llegó rápidamente a un intenso orgasmo, que aumentó cuando la polla que apretaba en su mano empezó a tener contracciones hasta que sintió como el cuerpo de su hijo se tensaba y notó, contra su barriga y contra sus tetas, el calor de los fuertes disparos se semen que salían de la invisible polla. Cada chorro lo notaba primero en la mano y después en su cuerpo. Con las bocas pegadas, no dejaron de besarse hasta que sus cuerpos se quedaron relajados.

-Wow, mamá. Vaya paja.

-Uf, ha sido....caliente. ¿Lo he hecho bien?

-Más que bien. Hacía mucho que no sentía tanto placer.

-Yo también he tenido mucho placer, Juan

Se volvieron a besar, ahora más tiernamente.

-Me voy a dormir, que me has dejado agotadito.

-Yo también tengo sueño. Hasta mañana, mi vida.

Cuando Juan abrió la puerta y entró la luz, miró hacia su madre. Estaba desnuda, sobre la cama. Se sonrieron.

-Eres muy hermosa.

Ana se dio cuenta de su desnudez y se tapó, pudorosa.

-Cierra la puerta.

-Hasta mañana.

La puerta se cerró y volvió la oscuridad.

"Eres hermosa" - le había dicho. La vio desnuda y le dijo que era hermosa. No se sentía así, pero que él se lo dijera le sentó muy bien.

Encendió la luz de la mesilla de noche. Se miró. Vio que tenía varias manchas sobre el cuerpo, en sus tetas y en su barriga. El semen de su hijo. Curiosa, llevó una mano hacia allí y lo tocó. Era espeso, de textura suave. Se llevó los dedos a la nariz y olió.

Era un olor extraño. Apenas lo recordaba de cuando se lavaba en el baño después de 'cumplir' con su marido. En aquel entonces, aquel olor casi la repugnaba. Ahora, sin embargo, era distinto. La embriagó. Llevó sus manos a los restos y se esparció, como si de crema nutritiva se tratara. Volvió a olerse las manos. Ahora, el aroma era mucho más intenso.

+++++

Se levantó contenta, feliz. Tenía el cuerpo un poco pegajoso, y aún olía a su hijo. Se puso bragas y un camisón y fue a la cocina a preparar el desayuno. Él no tardaría en aparecer.

Así fue. A los pocos minutos, por la puerta apareció Juan.

-Buenos días, tesoro

-Buenos días, mamá.

Le dio un beso en la mejilla, y se sentó a desayunar. Miró a su madre, que estaba de espaldas a él, preparando el pan. Miró su culo, que se movía sensualmente mientras ella cortaba rebanadas. La polla se le puso dura.

Se levantó y se acercó a ella. Se pegó a su cuerpo, presionando su polla contra su culo. Llevó sus manos hacia adelante, hacia la tetas y las atrapó. Ana se quedó quieta.

-¿Notas mi polla contra tu culito?

-Sí...

-Me la has puesto así tú.

-¿Yo? ¿Pero...? Si no he hecho nada.

-¿Nada? Anoche me hiciste una paja, ¿Recuerdas?

-Ummmm sí, recuerdo.

El coño de Ana se empezó a mojar. Notaba la presión de la polla contra las nalgas. Se movió un poco, buscando más roce.

Juan la besó en el cuello. Su madre se estremeció.

-¿Quieres que te haga una paja, mami?

-Uf, Juan, claro que quiero. Me calientas enseguida. Vamos al cuarto.

-No, en el cuarto no. Aquí.

-Pero...

-Quiero ver tu cara cuando te corras.

-Juan...no...puedo...

-Date la vuelta.

Ana, despacio, se giró. Quedaron frente a frente. Ana bajó la mirada. Juan le levantó la cara tirando hacia arriba de su barbilla.

-Eres hermosa, mamá.

Ana tenía las mejillas sonrosadas, las pupilas dilatadas. Juan acercó su boca y la besó. Ella le devolvió el beso

Ana sintió una de las manos de Juan bajar por su cuerpo, hasta llegar a sus muslos. Luego, la metió por dentro del camisón y fue subiendo por los muslos, hasta llegar a las bragas.

-Estás mojadita, mamá. Mírame a los ojos

Ella lo hizo. Su pecho subía al ritmo de su respiración. Su corazón la tía con fuerza, y gimió cuando los dedos empezaron a rozar la raja de su coño sobre la tela.

-Pídemelo. Pídeme que te haga una paja. Dime que te haga correr.

-Oh...Mi vida....

Le besó el cuello, le lamió la oreja.

-Pídemelo - le susurró al oído.

Cuando ella empezó a hablar, Juan se separó y la miró, directamente a los ojos. Ella tenía los ojos entornados.

-Juan...hazme una...paja...oh..dios...Juan...haz que me corra con tus dedos.

La empezó a besar con pasión al tiempo que metió sus dedos por debajo de las bragas y le frotó el clítoris, a veces alrededor sin apenas rozarlo y otras directamente. Fueron minutos de intenso placer que terminaron cuando Ana se empezó a correr.

Durante todo el orgasmo, Juan la miró. Su cara de placer era preciosa. Sus ojos permanecieron cerrados hasta que su cuerpo se relajó.

Los abrió lentamente, con los labios separado, resecos. Se encontró con los ojos de su hijo, que la miraba, sonriendo. Ella también sonrió.

-Mami...

-¿Que mi vida?

-Hazme una paja.

La noche anterior sólo pudo sentirla. Ahora tenía la dura polla de su hijo en la mano, y las masturbaba lentamente. Le pareció hermosa. Juan se había quitado los pantalones y se había sentado en una silla. Ana se había arrodillado delante.

Su mirada iba de la dura polla a la cara de Juan. Le gustó ver su cara de placer, oírlo gemir gracias a sus caricias.

-Agggg mamá... qué bien. Anoche me corrí en tus tetas, ¿Verdad?

-Sí. Y sobre mi barriga.

-Lástima que no pude verlo. Ahora quiero verlo.

Ana iba a protestar, pero se calló. Venciendo su vergüenza, dejó caer los tirantes y el camisón cayó. Sus tetas quedaron a la vista. Eran grandes, y algo caídas.

-Ummm mami. Son hermosas, preciosas.

-¿De verdad? Están caídas. Son tetas de...

-Son tetas de mujer. ¿No ves como tengo la polla? Es puro deseo.

Ana se sintió mejor. Respiró hondo, para hinchar el pecho y levantarlas un poco. Se fijó que de la punta de la polla salía un líquido transparente.

-¿Te estás corriendo?

-No, aún no, pero casi.

Un par de sacudidas más de la mano y el cuerpo de Juan se tensó. La polla se puso rígida de de la punta salió disparado un potente chorro blanco que es estrelló contras las tetas. Fue seguido de varios más, que dejaron ambos pechos con trazos brillantes.

Ana miró toda la escena embelesada. Y sin pensar en lo que hacía, que Juan la miraba, llevó sus manos a sus tetas y se esparció el semen por ellas. Levantó la vista y se encontró con la de Juan. Ella sonrió. Juan, se echó hacia adelante y la besó.

Juan se marchó, como siempre, a dar un paseo. Ana se quedó en casa. Era feliz, como nunca lo había sido.

Ese medio día comieron juntos en la cocina. Parecían dos chiquillos, echándose miraditas, sonrisitas.

Después de comer fueron a ver la tele. Juan no pudo evitar que su madre eligiera un programa de prensa rosa, en donde los unos despellejaban a los otros.

Sin embargo, Ana no le prestaba mucha atención. Sentía mariposillas en el estómago. Tenía el coño ardiendo, y muy mojado. Estaba cachonda, pero no se atrevía a pedirle a Juan lo que ella deseaba. Temía que la tomara por una viciosa.

Siguió mirando la tele. Al cabo de unos minutos, no pudo más. Sin mirarle a los ojos, dijo, bajito.

-Juan..¿Me haces una paja?

-No.

Ana lo miró, sorprendida. Quizás había ido demasiado lejos.

-Oh. yo...lo siento, Juan. No tenía que habértelo pedido.

Hizo el ademán de levantarse. Se sentía avergonzada. Juan la detuvo.

-No, no te voy a hacer una paja, mamá. Te voy a hacer algo mejor. Te voy a comer el coño.

-¿Cómo?

-A comer el coño, a chupártelo, a lamértelo, a besártelo.

-Pero...Está...sucio

-¿Cómo que está sucio?

-No me he lavado después de lo de ..esta mañana?

-Ummmm, mejor, así sabrá más rico. Levántate.

Sintió escalofríos. pero lo hizo

Juan metió las manos por debajo del camisón que aún llevaba y tiró de las bragas, sacándoselas.

-Túmbate en el sofá.

Temblaba cuando lo hizo. Tenía las piernas cerradas. Juan se sentó a sus pies, y con delicadeza, pero con firmeza, hizo que abriera las piernas. Ante él, quedó el coño de su madre.

-Wow, mamá. Es precioso

-¿De verdad?

-Ya lo creo.

Era un coño grande, velludo, abierto de deseo. Mojado y brillante. Juan se acercó y lo olió.

-Ummmm que bien huele tu coño, mami. Me encantaba olerme los dedos después de hacerte las pajas.

-¿De verdad? - preguntó Ana, mordiéndose el labio inferior.

Estar así, expuesta ante su hijo, con las piernas abiertas, la tenía en un estado de excitación tal, que creía que se correría de un momento a otro sin tocarse.

Pero se corrió cuando sintió el primer lametón de la lengua de Juan a lo largo de la raja de su coño.

-Aggggggg agggggg- gemía llenando la boca de Juan de sus ricos jugos.

Juan no dejó de lamer, de chupar, y a los pocos minutos Ana volvió a correrse. Sentía la lengua acariciar hasta el último pliego de su coño. Sentía los labios atrapar su clítoris y la lengua golpearlo.

Una paja era un placer inmenso. Pero lo que le estaba haciendo ahora Juan era aún mejor. Los orgasmos se sucedían hasta que tuvo uno tan intenso, que la dejó tan sensible que apartó la cabeza de Juan de entre sus piernas y las cerró.

Estuvo varios minutos sin poderse mover. Cuando al fin habló, fue casi como un susurro.

-Casi...me...matas.

-Creo que te ha gustado, ¿No?

-Sí...pero casi me muero de placer.

-De eso no te vas a morir, mamá.

La ayudó a incorporase y la besó. Su boca sabía salada. Sabía a su propio coño. No le importó.

-¿Cuando una mujer le hace a un hombre lo que tú me has hecho a mí se llama mamada, no?

-Sí

-¿Me enseñas a hacerte una mamada?

-Claro. Uf, lo deseo tanto.

-Y yo.

Pusieron un cojín en el suelo, y Ana se arrodilló entre las piernas de su hijo. Tenía la dura polla delante.

-Hay muchas maneras de hacerlo. Rápido, lento, ayudándote de las manos.

-¿A ti como te gusta?

-Lento y sin manos.

Y lento y sin manos lo hizo. Le encantó la sensación de la suave piel de la cabeza de la polla en su boca. Lamía con la lengua, como él le indicó. Y le miraba a los ojos, como él le pidió. Subía y bajaba la cabeza, lentamente, haciendo que la polla entrara y saliese de su boca.

-Ummm lo haces...muy bien...Me das mucho..placer...sigue mamá..así...

Chupó desde la base hasta la punta, y volvió a metérsela en la boca. Juan gemía cada vez más fuerte, mirando como su polla entraba y salía de la inexperta pero placentera boca de su madre.

-Agggggg un poco más rápido ahora. Estoy a punto de..correrme....

Ana se movió más rápido, sin apartar los ojos de los ojos de Juan. Lo sintió tensarse

-Me corro, mami.. me corro....apártate..ya...ya...yaaaaaaaaa

Ana no se apartó. Él no lo hizo cuando ella se corrió en su boca, así que mantuvo la polla dentro hasta que la boca se le empezó a llenar de semen, disparado en potentes chorros que se estrellaban contra su paladar, contra su lengua.

La boca se llenó rápidamente, y Ana se sacó la polla de la boca. Un par de chorros más se estrellaron contra su cara.

Juan se quedó maravillado. Le había llenado la boca a su madre con su impresionante corrida. Incluso se había corrido en su cara. La miró, lleno de agradecimiento, de amor. Ella tenía la boca cerrada, los carrillos hinchados. Se notaba que no sabía qué hacer.

-Puedes escupirla, si quieres. O...tragarte toda mi leche.

Él se tragó sus jugos. Lo justo era que ella se tragase los de él. Así, que lo hizo. Se tragó el amargo y salado semen de su hijo.

Le encantó hacerlo. No por el sabor, sino por lo que significaba. Y por la cara de puso él mientras lo hacía.

Se pasaron un buen rato abrazados en el sofá.

-Juan, mi amor. Jamás podré agradecerte todo lo que me has hecho descubrir estos días. Gracias.

-No hay de qué. Para mí ha sido un placer enseñarte lo bueno del sexo.

-¿Soy buena alumna?

-Jajajaja. Sí. Aprendes rápido.

-Jajajaja. Tú eres un buen maestro.

Esa noche tuvieron visita. La amiga de su madre, con su marido. Los invitaron a cenar, y cómo solía pasar, se fueron tarde. Juan se había ido a acostar hacía rato.

Cuando Ana despidió a sus invitados, fue a buscarlo. Pero lo vio dormido tan plácidamente que decidió dejarlo descansar. Ella también estaba cansada, así que se fue a dormir.

De madrugada, un suave zarandeo la despertó.

Era Juan. Estaba desnudo, acostado a su lado.

-¿Por qué no me despertaste cuando se fueron?

-Es que estabas tan a gusto, dormido.

-Traté de esperar despierto, pero el sueño me venció.

-No importa, tesoro.

Se besaron, se acariciaron. Ana agarró con fuerza la  polla, que se endureció en su mano. Juan la masturbaba y desnudaba lentamente.

La luz estaba encendida. Ambos estaban desnudos, sintiendo sus cálidas pieles. Poco a poco, sin que Ana fuera consciente, Juan se fue subiendo sobre ella.

-Te quiero, mamá.

-Y yo a ti, mi vida...aggggggggggggggg

Todo el cuerpo de Ana sintió como la polla de su hijo se metió lentamente, pero a fondo, en su coño, llenándola.

Por fin, Ana supo lo que eres el placer de hacer el amor. El placer que se siente cuando dos personas que se desean se compenetran. Cerró los ojos para poder concentrarse sólo en sentir. En sentir la polla entrando y saliendo de ella. En sentir los besos, las caricias. En sentir el orgasmo que atravesó su ser cuando la polla estalló dentro de ella llenándola de calor.

Y sobre todo, el placer de seguir siendo acariciada después. De seguir siendo besada. No quería irse al baño a limpiarse. Quería sentir ese calor para siempre.

-Ha sido ....Juan... ha sido...Me has hecho el amor.

-Sí...

-¿Dormirás conmigo esta noche?

-Dormiré contigo, siempre.

FIN