Enriqueta, virgen y sonámbula
Una noche un cuarentón descubre a una joven robando un cordero lechal y..., eso.
Enriqueta era la hija de la tabernera. Su madre decía que era sonámbula y que si alguien la veía caminando por la noche que no la debía despertar.
Eran las dos de la madrugada de un caluroso mes de agosto cuando la vi saliendo del cobertizo de una casa que había en el monte, estaba en pijama y llevaba un cordero lechal en brazos. Me agaché detrás de un pino y al pasar por mi lado, le dije:
-No le va a hacer mucha gracia a Camilo cuando descubra que le desapareció un cordero.
Siguió caminando cómo si nada hubiese oído. Fui detrás de ella.
-¿Por qué robas?
Como no me respondía me puse delante de ella. Tenía la vista perdida y chocó conmigo. Lo hacía bien, pero no me creí que fuera sonámbula. Le eché la mano derecha al coño. Me dio una bofetada, y dijo:
-¡Puñetero pervertido!
-Lo hice para quitarte la careta. ¿Por qué robas?
Puso el cordero en el suelo, este se fue de vuelta para el cobertizo. Encima de no responder a mi pregunta, me preguntó:
-¿Se puede saber que haces a las dos de la madrugada por el monte?
-Te lo diré cuando me digas tú porque necesitas robar fingiendo que eres sonámbula.
-No te voy a decir nada.
-Me parece que voy a tener que ir a despertar a tu madre y decirle lo que hay.
Se acojonó.
-Vale, vale, te lo digo, robo cosas para canjearlas por chocolate.
-Eso no me lo creería ni borracho, tu madre tiene chocolate de sobras en la taberna.
-No es de ese chocolate, es del de fumar.
-¿Y a quién le ibas a llevar el cordero a estas horas?
-¿Quién vive en el monte además de mi madre y de Camilo?
Solo había otra persona que vivía en el monte y era Faustino, un muchacho al que le murieran los padres y que decían que vivía con el dinero que le dejaran en herencia.
-Nunca pensaría que Faustino era un traficante.
-Es un camello.
-Mujer, chepa tiene, pero tanto cómo para llamarle camello...
-Camello se le llama al que menudea.
-Ya lo sabía, era una broma.
-Sin gracia.
Enriqueta, que tenía la cara redondita, el cabello muy corto, los ojos azules y grandes, la nariz respingona, los labios finos, el cuello corto, las tetas medianas, el culo redondo y las piernas bien hechas, aunque cortas, ya que medía poco más de un metro cincuenta, no tenía pinta de drogadicta. Algo cortado, volví al tema:
-No se te nota que fumes porros.
-El chocolate no es una droga fuerte, es más fuerte el alcohol. ¿Nunca fumaste un porro?
-No.
-¿Nos fumamos uno?
-¡Quita, quita!
-Después del porro siempre apetece echar un polvo.
Quería engatusarme, pero yo era perro viejo.
-Tú debes pensar que soy tonto. Quieres que fume un porro contigo para que así no pueda decir lo que vi... Eso de follar te queda muy ancho, Enriqueta.
Siguió con su juego de seducción.
-Tienes razón, pero una paja me la hago después de fumar, siempre que puedo.
La quité del apuro.
-No hace falta que me cuentes tus intimidades, no le voy a decir nada a nadie.
-¿Me lo juras?
-Te lo juro. Anda, tira para tu casa que nunca debiste salir de ella.
-No tengo ganas de volver para mi casa.
No la culpaba. La noche estaba estrellada, la luna llena, el chotacabras cantaba, los búhos estaban en silencio, los grillos y las cigarras tenían fiesta..., se estaba mejor en el monte que sudando en la habitación.
-¿Vas a volver a coger el cordero?
-No, pero no me has dicho por qué andas por el monte a estas horas. ¿No serás tú también un mangui?
-Cree el ladrón...
-A ladrona, cree a ladrona que todos lle queren comer a cona (La ladrona, cree la ladrona que todos le quieren comer el coño.)
Andaba por el monte porque iba a mirar si cayera algún conejo en los cepos que había puesto y cómo estaban prohibidos, pues iba de noche, pero Enriqueta estaba para comerla y estábamos solos de en medio del monte, así que le entré muy sutilmente.
-Por eso estoy en el monte, porque mi mujer no me dejó comerle el coño. Estoy paseando mi frustración.
Me miró con cara de extrañada, y me preguntó:
-¿A estas horas le querías comer el coño?
-Ya llevábamos una hora follando y después de correrse quise comerle el coño y no me dejó.
-Yo si estuviera casada nunca le diría que no a mi marido cuando quisiera comerme el coño.
-Voy a fumar un porro antes de irme. ¿Te importa que camine a tu lado?
-El monte es de todos.
Eché a andar. Enriqueta caminando a mi lado sacó del bolsillo un paquete de cigarrillos winston de un bolsillo de la chaqueta del pijama, de él un cigarrillo y un cartón de una de sus patillas y lo enroscó. Se sentó sobre una roca, sacó un librillo, quitó un papel de fumar de él y rompiendo el cigarrillo echó el tabaco en el papel, luego le echó lo que tiempo después supe que era una china, la calentó con el mechero, la deslió entre los dedos y la mezcló con el tabaco, luego colocó el cartón enroscado en un extremo, lio el papel, le pasó la lengua y ya tenía el porro listo para fumar. Echó a andar de nuevo, y me dijo:
-Ya debían de venir hechos.
Lo encendió y le echó una calada.
-¿Quieres echar unas caladas?
Me animé.
-Por probar no me va a matar.
Eche una calada larga y se lo devolví. Enriqueta echó tres o cuatro y después me dijo:
-Mátalo.
Ya casi estaba acabado así que le eche otra calada, lo tiré al suelo y lo apagué con el pie. Al rato estaba riendo cómo un tonto y diciéndole que no me produjera ningún efecto. Enriqueta se reía de lo que le decía. De repente dejó de reír, bajó la cabeza y me preguntó:
-¿Me la comes?
Me aseguré de que quería que le comiera lo que yo pensaba.
-¿Quieres que te coma el coño?
-Quiero.
Se sentó bajo un pino. Ya no me dio la risa cuando me senté a su lado y le comí la boca. Enriqueta devolviéndome los besos le echó la mano a mi polla, y me dijo:
-Está dura.
-Lo raro sería que no estuviera.
Le quité la chaqueta del pijama. Sus tetas eran mucho más grandes de lo que parecían bajo la ropa. Lamí sus gordos pezones marrones y mamé sus duras tetas. Enriqueta comenzó a temblar. Tenía que preguntárselo.
-¿Nunca te habían comido las tetas?
-No.
Me dio un pico y sentí cómo sus labios temblaban sobre los míos. Estiró la chaqueta del pijama sobre la hierba y echó su espalda sobre ella. Le quité el pantalón del pijama y con él salieron sus zapatillas de los pies. Vi su pequeño coño, un coño precioso rodeado de pelos marrones espaciados unos de otros. Se estremeció cuando mi lengua lamió su coño mojado. Al querer enterrar mi lengua en su vagina no me entró. Enriqueta era virgen. Tenía que comerle el coño con delicadeza, así que lamí sus labios, labios que se hincharon e hicieron que su coño se abriera como una flor. Luego lamí labios y clítoris, despacito... Despacito lamía su clítoris cuando empezó a gemir, a temblar y a convulsionarse... Tuvo un orgasmo brutal.
Al acabar de correrse saqué la polla mojada y se la puse en los labios. La lamió cómo le había lamido yo el coño, por los lados del glande y por la punta. No se la metí en la boca, dejé que lamiera y la menee hasta que me corrí. Le dejé la cara perdida de leche.
Cuando acabé le limpié la cara con un pañuelo, al acabar me dijo:
-Quiero que me des más placer.
Quité la chaqueta, la eché sobre la hierba y le dije:
-Ponte a cuatro patas sobre mi chaqueta.
Se puso a cuatro patas y mi lengua recorrió su culo desde el periné al ojete, lo recorrió varias veces antes de que profanara su culo. Gimió de gusto cuando lo hice, después le froté la polla en el coño y en el culo. Se la froté alrededor del ojete y cómo estaba mojada intenté que entrara un poquito en los dos orificios. En el culo aún entró la puntita, pero en el coño nada más tocarle ya se quejaba, Si se la metiera en cualquiera de los dos lados la rompería, así que opté por volver a follarle el culo con la lengua, pero esta vez le acariciaba el clítoris con dos dedos. Con la punta de mi lengua dentro de su coño empezó a temblar y a convulsionarse, sus manos se aferraron a su chaqueta y esta vez sí lo dijo:
-¡¡Me corro!!
Estaba empalmado cómo un toro. Su coño estaba allí, chorreando. No pude contenerme y le clavé el glande. Se derrumbó sobre la chaqueta, se dio la vuelta, y llorando, dijo:
-¡Me has hecho mucho daño!
La polla había salido del coño y vi su sangre en ella. Me estaba comportado cómo un cabrón. Le dije:
-Alguien te tenía que desvirgar.
-Pero no sin avisar, no se desvirga a una mujer sin avisarla antes -su tono de voz cambió.- Anda, dale besitos a mi coño y pídele disculpas.
Metí mi cabeza entre sus piernas, le besé el clítoris, le lamí los labios y tímidamente quise meter la punta de la lengua en su vagina. Entró la punta y bastante más. A Enriqueta le gustó.
-Así, así se alivia.
Comenzó una comida de coño que acabó con ella encima de mí metiendo la polla en su coño, y no milímetro a milímetro, la metió de cuatro empujones. En cada uno le dolió y me mordió el cuello por no gritar. Tuve una discusión con mi mujer por eso, pero volvamos a turrón. Con toda la polla dentro, la besé y en sus labios encontré el sabor salado de sus lágrimas. Estuvimos besándonos un tiempo, ya que Enriqueta tenía miedo de quitarla, pero cuando lo hizo ya el dolor era llevadero... Más tarde ya le gustaba. Según ella era una mezcla de placer y malestar... Esta mezcla la llevó a cinco orgasmos encadenados, pues después de correrse, sin quitarla de dentro y sin moverse, se volvió a correr cuatro veces más en muy poco tiempo. Cuando vi que me iba a correr dentro de ella la saqué, le di la vuelta y me corrí entre sus tetas.
Al acabar de correrme, me sorprendió pasando la yema de dedo medio de su mano derecha por mi leche, chupándola, y después diciéndome:
-Quiero más lengua.
Metí mi cabeza entre sus piernas y me puse a la faena. Lamiendo sus labios vaginales ya fueron dos las yemas de sus dedos las que recogían mi leche, yemas que llevaba a la boca y chupaba. Lo mismo iba a hacer al lamerle el clítoris, chupándolo, cuando enterraba mi lengua en su coño, cuando le levantaba el culo y lamía su ojete... Todo esto lo hicimos sin perder el contacto visual. Ni lo íbamos a perder cuando comenzó a temblar y a convulsionarse y con los ojos vidriosos y la voz afectada, me dijo:
-Me corro en tu boca.
Después de correrse volvió a su casa. Yo fui a mirar los cepos. En dos ellos cayeran dos conejos.
Quique.