Enriqueta

Una sola vez quiero embriagarme de usted, quiero saturarme con su olor, aspirarlo hasta lo más hondo de mis pulmones, quiero sentir en mi boca su sabor, saciarme en usted; quiero sentir en mi piel el roce de la suya; necesito sentir su calor; sentir su abrazo; sentirlo en mis interiores al descargar su esencia. Lo necesito para poder dejar de pensar. ¿Me ayuda?

Enriqueta

La esencia de este relato la escuché, siendo casi niño por casualidad, una tarde en que estaba yo jugando en un recodo de la terraza de la casa de mi tío Fortunato, donde él y otros amigos estaban en sendos sillones tomando la copa y platicando. Cuando empezó, me quedé quietísimo y mudo escuchando lo que narraba:

Hola Enriqueta: - ¿cómo se ha sentido?

Bien, he estado mucho mejor de mis pies, y las piernas ya no las siento cansadas.

Que bueno, me alegro. Pase, por favor.

Enriqueta viene a casa los sábados para ayudarnos con el aseo. Es un señora de unos cincuenta y cinco años, hermosa, dentro de su edad; agradable en su trato, bien educada, y con algunos problemas de salud, principalmente ocasionados por el enorme esfuerzo que su cuerpo ha tenido que realizar al cabo de cuarenta y tres años, ya que empezó a trabajar a los doce; a cuatro hijos ya más allá de adolescentes, y, a un hombre desobligado que cuando ya tenía a los cuatro, simplemente se fue. Sola tuvo que afrontar su educación y crianza, lo cual ha cumplido cabalmente, ya que todos tienen carrera profesional y son mujeres y hombres de bien.

Cuando me comentó los problemas que sufría en sus piernas, me avoqué a tratar de ayudarla con los conocimientos sobre medicina homeopática que poseo. Encontré que su principal problema eran unas várices incipientes aún, pero varices al fin, que requerían cuidado de inmediato, por lo que le recomendé utilizar dos medicamentos, uno en la mañana y otro al acostarse, que al cabo de unos cuantos meses, deben revertir o a lo menos mejorar en mucho la condición que hoy presenta. Empezar a sentir mejoría, y el hecho de que no le pidiera a cambio nada, propiciaron una atmósfera de confianza hacia mí persona, lo que la llevó a comentarme algunos aspectos personales que le impiden vivir tranquila:

Usted sabe, porqué viene a recogerme al fin de cada jornada, que Saturnino es mi pareja. No vivimos juntos. Vive en casa de su mamá, separado de la que fue su esposa. Hace ocho años que convivimos, pero he decidido dejarlo ya que hace una semana simplemente me dijo:

Enriqueta, yo no se dormir sólo, me siento muy mal, y tu no me permites que vaya a vivir contigo a tu casa, alegando que tienes todavía cuatro hijos que, al menos en parte, dependen de ti, así que he decidido volver con María, la madre de mis hijos.

Saturnino, tu sabes, al igual que lo sé yo y toda la comunidad, que María tiene relaciones con Fermín, el herrero, que por cierto también tiene familia, pero que parece que no le importa a ninguno de los involucrados. ¿Cómo vas a regresar con ella en esas condiciones?

Sí, pero me ha dicho que van a terminar, y no olvides que aún tengo dos hijas, una señorita de dieciséis años y el niño de diez; además, la niña ha resultado embarazada y tengo que apoyarla.

Está bien, Saturnino, pero en esas condiciones, tú y yo no podemos seguir como pareja. Yo no quiero ser bacinica de las babas de María. Fue una discusión muy difícil, Don Fortunato, pero no puedo soportar esa humillación. Han sido ocho años. Siempre he estado a su lado, en las buenas, pero también en las malas y en las muy malas; cuando ha estado enfermo, lo llevé al médico y compré las medicinas. Cuando falleció su hermana la que lo acompañó fui yo. Cuando lo conocí era un vago que no trabajaba y no se aseaba; conmigo ha cambiado, hoy trabaja, se asea, se corta el pelo, más o menos ha empezado a saberse comportar. En fin crea que le he dado lo mejor de mí, dentro de los límites que nos imponen nuestras respectivas familias, pero esta humillación no puedo pasarla.

Es verdad, señora, eso es, además de una deslealtad, una traición, pero usted no puede guardar permanentemente ni la tristeza, ni el odio, ya que la perjudicada por ello sería usted, y usted ha sido una víctima de un ser con cuerpo de hombre, pero mente de mocoso inmaduro. Permítame preguntar: ¿Lo ama todavía?

Sí, lo amo mucho.

Pues el problema es más complejo. Además del rencor, debe de sacar de su mente y de su corazón ese amor no sano. No sacarlo, además de para el alma, es insano para el cuerpo; de hecho podemos calificar esta situación como una enfermedad. Por favor, haga un esfuerzo, un acto de contrición y elimínelo de su vida, cuanto antes mejor; de hecho, si puede hacerlo hoy mismo, esta misma noche, lógrelo, es posible, se que es posible. Cuando contaba dieciséis años y estaba estudiando el penúltimo año de la carrera, una compañera de trabajo y yo nos hicimos novios, no puedo decirle que tanto la amé, pero la quería mucho. Estuvimos unos tres meses, pero supongo que ella quería de mi más tiempo, lo cual era muy difícil dadas las actividades; el caso es que una tarde me dejó. Me conturbé profundamente, pero también me di cuenta de que trabajando en la misma oficina, tenía que verla mañana. ¿Qué hacer? No había más remedio que sacarla de mi sentimiento ahora. No fui a la escuela esa tarde, regresé a mi casa y no dormí. Toda la noche la pasé haciendo un esfuerzo, pero al día siguiente pude saludarla como todos los días igual que al resto de mis compañeros, pero ya sin el cariño que sentía por ella. De hecho ella no pudo entender nunca que fue lo que pasó por mí.

Entiendo lo que me dice, pero lo siento muy difícil.

Terminamos la conversación y Enriqueta se dedicó a los menesteres de limpieza que acostumbra cada semana. Al terminar sus actividades, se despidió:

Cuídese señora y procure ser feliz.

Gracias. Nos vemos el sábado.

Sin embargo, al día siguiente, domingo, estaba aún acostado cuando sonó el timbre de la calle; me incorporé, vi que el reloj marcaba las siete cuarenta y cinco, me puse un pantalón y salí a abrir:

Hola Enriqueta: - ¿qué la trae por aquí? Por favor, adelante.

Enriqueta no me dijo nada, traspasó la puerta y pasó al interior de la casa:

Perdóneme que lo moleste, pero usted me ha hecho sentir seguridad y confianza y hoy, más que nunca, eso necesito.

Señora, para mí no es una molestia. Dígame.

¿Recuerda que ayer me dijo que sacara de mi alma a Saturnino? Pues bien, me he pasado la noche dando vueltas en la cabeza como lograrlo. He tenido momentos en que estuve a punto de salir corriendo a buscarlo, pero lo que usted me dijo me contuvo, me hizo reflexionar, pero siento que yo sola no puedo lograrlo, necesito un amigo, un verdadero amigo, y pensé en usted. Por favor no vaya molestarse conmigo, si lo que le voy a pedir no le parece.

Siempre he querido, en todo lo que hago, ser amigo de las personas con las que trato, pero que una dama como usted, sin haber hecho nada por ella, salvo dar mi opinión, me considere su amigo, es un honor. ¿Qué ha pensado? ¿Cómo puedo ayudar?

Por favor perdóneme la facha en la que vengo, como puede darse cuenta me peiné, tomé mi ropa y aquí estoy dando lata. He pensado lo siguiente: llevo con él poco más de ocho años, ha sido mi único hombre, estoy empapada de su sabor y de su olor, sueño con él, es el aire que respiro. Así es muy difícil sacarlo de mí, entonces recordé que un clavo saca a otro clavo. Necesito otro hombre y pensé en usted, como amigo. Usted es muy agradable, se ha portado conmigo como todo un caballero, me ha dado su apoyo, me ha ayudado a curar mis dolencias, me ha dado su consejo. Perdóneme que hable así, pero eso es lo que ha acudido a mi pensamiento esta noche. Una sola vez quiero embriagarme de usted, quiero saturarme con su olor, aspirarlo hasta lo más hondo de mis pulmones, quiero sentir en mi boca su sabor, saciarme en usted; quiero sentir en mi piel el roce de la suya; necesito sentir su calor; sentir su abrazo de amigo leal y sincero; sentirlo en mis interiores al descargar su esencia. Lo necesito para poder dejar de pensar. ¿Me ayuda?

Enriqueta, con mucho gusto hago lo que considere necesario, pero no olvide que yo tengo el doble de edad que su compañero; que no puedo tener la misma energía que él. ¿Lo meditó?

Sí. También he pensado en eso, pero, si como espero, no soy desagradable para usted, considero que lo que pueda faltar de vitalidad, se compensa ampliamente con experiencia y delicadeza de trato. ¿Me acepta por un día?

Es un honor, señora.

Tomé su mano, la besé con delicadeza y dije: - ¿Nos bañamos?

Vamos, dijo ella.

Tomé mi ropa interior, ella sacó la que traía, pusimos ambas en el cuarto de baño. Encendí el calefactor de agua y, en tanto, rasuré mi barba. Una vez que se hubo calentado el agua la invité a que pasáramos a la zona de ducha. Ella sugirió que le permitiera lavarme y yo a ella. Disfruté mucho ese baño con mi amiga. No obstante ser una mujer no joven, además de jovial, sincera, agradable en su trato y conversación, tiene todavía un cuerpo sensual, tanto que no pude evitar una fuerte erección cuando la contemplé desnuda. Me agradaron mucho sus manos recorriendo mi cuerpo con jabón y estropajo, para dejar bien limpios todos los resquicios, pero más, mucho más me agradó recorrer el suyo con las mías, hasta las más remotas y profundas oquedades. Nos lavamos concienzudamente, nos secamos con sendas toallas, nos vestimos, nos peinamos, aseamos nuestros dientes y salimos de la atmósfera húmeda y caliente.

En tanto se calentaba un desayuno que ya nos hacía falta, salimos al jardín para librarnos del poco vapor de agua que aún nos aprisionaba.

¿Cómo se siente, señora?

Mucho más tranquila, más sosegada. Gracias, es usted un caballero como no pensé encontrar nunca en mi vida.

Saboreamos un exquisito desayuno que Enriqueta supo preparar en un santiamén. Ligero y muy agradable.

Regresamos al jardín para platicar un poco, respirar el aire limpísimo que brota de los árboles plantados, admirar las flores, observar a los pajarillo, regodearnos en esa intensa atmósfera de vida que surge de un huerto, una plantación o un jardín cuidados con esmero. Ella se levantó de su silla, se acercó a un rosal precioso cuajado de flores, aspiró su aroma y dijo: - oler una rosa es violarla.

No, amiga Enriqueta, aspirar el delicado perfume de una rosa, al igual que enervarnos con el penetrante aroma de una vagina, no es violarlas, es adorarlas. Dudo que haya para un hombre algo más gratificante que aspirar el aroma y saborear los efluvios que desprende la vagina de una mujer; igual que resulta precioso el perfume de una rosa.

Un poco enrojecida de su cara, me respondió.

Puede ser, pero siempre y cuando esa mujer sea limpia siempre.

De acuerdo, Enriqueta, al igual que debe serlo el hombre, ya que de otra manera ambos resultan repugnantemente desagradables.

Fui hacia el reproductor de discos y tomé un álbum precioso que conservo desde hace años, heredado de mi padre que tiene por título "after dark" y que contiene cinco discos de pasta de 78 revoluciones, con interpretaciones realizadas por la orquesta de Morton Gould, no se en que época, pero por el tiempo que tiene que conozco el álbum, más de sesenta años seguro. Entre las interpretaciones hay cuatro que son cada una de ellas por separado una obra de arte: "Hablando bajo de Nash Weill"; "Tentación de Freed N.H."; "Bailando en la oscuridad de Dietz y Schwartz" y la mejor de todas "Bésame mucho de Consuelo Velázquez", todas en arreglo orquestal de Morton Gould. Lo puse y tomado la mano de Enriqueta entre las mías, la invité a bailar. Nos deleitamos, estrechamente unidos, con las evoluciones de tan preciosas melodías y sus ritmos sugerentes y sensuales. Conforme avanzaban las interpretaciones nos acoplábamos mejor, nos sentíamos más unidos e íbamos formando una pareja más uniforme. Finalmente empezó la interpretación de "Bésame mucho", y, ella, separándose un poquitín, me miró a los ojos; yo acerqué mis labios a los suyos e iniciamos una cadenciosa danza de cuerpos, manos y labios que desde luego solo podía terminar en un lugar. Nos besamos intensamente mientras duró la melodía, quizás unos cinco minutos, casi sin despegarnos, acercándonos cada vez más hacia la cama. Al concluir la interpretación de Bésame Mucho, ambos estábamos más que dispuestos a continuar hasta el final, despojándonos rápidamente de la ropa.

Nos fuimos entregando uno al otro, acariciándonos mutuamente ojos, labios, cuellos, hombros, espaldas, caderas, muslos, piernas, tobillos, pies. Besé lenta y sutilmente cada milímetro de su cuerpo, desde sus pies, donde inicié dando suaves besos a sus plantas y empeine, subí por sus piernas, rodillas, muslos, corvas, nalgas, espalda, di vuelta por su abdomen. Tomé sus pies y los alcé suavemente a fin de poder ir dando vueltas en espiral alrededor de sus piernas, por las cuales fui subiendo, con suaves y sensuales besos, hasta llegar al vello púbico, me detuve, aspiré su aroma, lo besé con ternura, y mucha delicadeza. Era muy hermoso; de color castaño. Lo besé muy dulcemente, en ese momento ella me susurró: - yo también te deseo, permíteme acariciarte. Tomamos unas toallas, las colocamos bajo sus caderas, nos pusimos cómodos sobre la cama, e iniciamos esa forma apasionada e intensa, que a juicio de ambos, es una de las maneras más expresivas de entrega mutua que puede disfrutar una pareja.

Que penetrante y a la vez delicado aroma se aspira al tener cerca, muy cerca de nuestro olfato el sexo de la mujer.

Enriqueta, me tomó con delicadeza. Lo besa dulcemente, lo acaricia en toda su extensión, introduce la punta de su lengua haciéndome estremecer. Poco a poco lo mete en su boca; siento su calor, la suavidad de su lengua, su saliva, abrazando, rodeando, abarcando todo mi pene, con una delicadeza, una dulzura, una entrega, una forma sublime, que es muy difícil describir. Yo, en tanto continúo dando tenues besos entreverados con pequeños pellizquitos a los labios de su vulva, jugosos, de enervante aroma y viscosa suavidad. Mantengo abiertos los labios mayores para permitir las caricias que mis labios prodigaban a su sexo aromático y jugoso. Sin prisa, pero sin pausa, empiezo a utilizar la punta de mi lengua sobre los labios menores; poco a poco los voy separando hasta abrirlos completamente y degustar los fluidos vaginales que la empapan. Con la lengua, un poco más plana, disfruto de ellos, mientras ella, también sin descanso, acariciaba con sus labios mi falo alternándolo con mis testículos, los cuales introduce sabia y suavemente en su boca, sometiéndolos, con delicia, al húmedo calor y firme caricia de su lengua. Yo, me voy acercando a su clítoris, lo tomo entre mis labios y lo beso dulce y apasionadamente, ella se estremece y aprieta mi pene entre sus labios. Busco la entrada a su vagina, deslizo mis labios junto con mi lengua con lentitud hasta sentir su profundidad; poco a poco y girando en derredor acaricio su circunferencia, introduzco lentamente, pero con firmeza, mi lengua en busca de su punto más sensible, el cual halló un poco hacia dentro. Lo acaricio ejerciendo un poco de presión; Enriqueta se vuelve a estremecer. Decido buscar su orgasmo, para lo cual me dirijo nuevamente al clítoris el cual acaricio con lengua y labios. Beso, aprieto suavemente, succiono, lamo. Se produce la explosión de sensualidad y energía. Enriqueta se tensa, detiene sus caricias en mi aun cuando me retiene entre sus labios, secreta una considerable cantidad de fluido vaginal, suave, de consistencia muy viscosa, excelente sabor y exuberante aroma, que tomo con fruición como lo que es, manjar de dioses. La noto un poco tensa, indecisa, conteniéndose, por lo que digo: - preciosa, disfruta y hazme disfrutar. ¡Oh sorpresa!, expulsa con fuerza abundante orina, que, a consecuencia del orgasmo se volvió inminente. Yo, que en el momento que empieza a fluir su orina estoy acariciando con mis labios su clítoris, detengo las caricias y recibo su licor en mi boca, la abro para disfrutarla, sentir su sabor y su olor mientras se almacena en las toallas que están bajo sus caderas. En tanto, mantiene mi pene atrapado entre sus labios sin acariciarlo, pero sujetándolo con firmeza y suavidad, y, al mismo tiempo, rozándolo con sus dientes suavemente; no desea que escape de su boca. Después me confesó que tanto los fluidos vaginales como la orina correspondieron a un solo orgasmo muy intenso, me dijo además que no quería perder el contacto de mi pene, y que deseaba profundamente mi eyaculación en su boca en ese momento. Termina de expulsar la orina que bañó mi cavidad bucal dejando en ella un fuerte, pero no desagradable sabor. Paso mi lengua en toda la amplitud de su sexo, con suavidad, pero con cierta energía. Ella suelta mi pene. Me volteo y la penetro lentamente sin detenerme hasta llenarla completamente. Nos besamos intensa, apasionadamente, fundiéndonos en uno de los momentos más emotivos y plenos de sensualidad. Sin despegar nuestros labios durante los minutos que duró este hermoso acto de amor, me introduzco y retiro con rítmicos y acompasados movimientos que ella acompaña desde el primer instante, logrando orgasmos casi simultáneos muy intensos. Sin despegar nuestras bocas, nos proporcionamos un estrecho y sensual abrazo, sus pezones, se manifestaron erectos, hermosos, sensuales, exquisitos, dignos de ser besados con delicadeza y mordidos con pasión. Habíamos vivido unos momentos encantadores dignos de ser recordados como lo hago ahora, esperé a perder la erección y me retiré lentamente, quedando uno al lado del otro, cada uno sobre su costado, viéndonos de frente, besándonos, exhaustos y felices. Nos abrazamos tiernamente y nos quedamos dormidos.

¿Cuánto tiempo dormimos?, no lo se. Me despertó un poco de fresco que estaba entrando por una de las ventanas. Al incorporarme vi a Enriqueta exquisitamente bella. Me acerqué y besé sus labios suavemente, casi sin rozarlos, pero se estremeció un poco y empezó a despertar.

Hola preciosa, ¿como te sientes?

De maravilla, me has hecho vibrar como nunca. En toda mi vida había tenido un orgasmo como el que supiste arrancarme. ¿Y, yo te he hecho feliz?

También. Hacía muchos ayeres que no eyaculaba como lo he hecho contigo ahora. Encantadora mujer, gracias.

Enriqueta, tomó mi pene, acariciándolo suavemente empezó a besarlo y lamerlo con toda la lengua: - ¡qué exquisito sabe! Es muy agradable esta mezcla de tus fluidos con los míos; hasta ahora nunca la había probado. Siéntela; y acto seguido besó mis labios haciendo presión para abrirme la boca y acariciarnos las lenguas, dándome a probar nuestros fluidos. Me agradó, y queriendo más volví a posesionarme de su vulva, dándome un verdadero banquete, pero ella me retiró; quería sentirme sin interrupciones. La dejé hacer. Introdujo mi pene completamente en su boca, haciendo que volviera a estado de erección. ¡Cómo lo acariciaba! ¡Con cuanta suavidad y energía al mismo tiempo! Con la puntita de su lengua acariciaba mi meato urinario y de vez en cuando la introducía. ¡Qué sensación! ¡Simplemente divina! Lo ensalivó completamente e inició un furioso mete _ saca, dispuesta a recibir todos mis fluidos en su boca. Me deje querer. ¡Cuanta voluptuosidad! Cuando llegó el momento, sin avisar nada, simplemente deje salir la erupción de espermatozoides, depositándolos sobre su lengua o bañando el cielo de su paladar, sus encías y dientes. Enriqueta los recibió con deleite, manteniéndolos mucho, muchísimo tiempo en su boca saboreándolos y deglutiéndolos poquito a poco, en tanto succionaba y extraía hasta la última gota. ¡Cómo le agradecí esta hermosa felación! ¡Inigualable! Cuando no quedaba ya nada por sacar, fue dejando salir lentamente mi pene de su boca y, agachándose introdujo mi testículo izquierdo por completo, acariciándolo con muchísima suavidad. Una vez que lo dio por concluido, hizo lo mismo con el derecho, regodeándose con su sabor y aroma. Continuó lamiendo la entrepierna hasta llegar al ano, donde depositó un precioso beso e intentó introducir la punta de su lengua.

Tomé su mano y la atraje hacia mí uniéndonos en un intenso beso lleno de pasión.

Una vez que hubo pasado el hermoso momento, decidimos darnos otro regaderazo e ir a comer, porque ya hacía hambre.

Fuimos a un restaurante de la localidad. Comimos hasta sentirnos satisfechos y salimos a dar un paseo, pero el hombre pone y Dios dispone; una tormenta se avecina, así que buscamos refugio y nos fuimos hacia el auto, proveyéndonos de un periódico para ver que podíamos hacer. Encontramos anunciada una hermosa obra del autor español Alejandro Casona, titulada "Los árboles mueren de pie", interpretada entre otros actores por doña Ofelia Guilmain, en el papel de Eugenia, la abuela, que casi al final, dice:

Es el último día, Fernando. Que no me vean caída. Muerta por dentro, pero de pie. Como un árbol.

Preciosa, excelente obra y cabalmente interpretada. Desde luego una atronadora ovación al finalizar.

Enriqueta tomó mi brazo y recostó su cabeza en mi hombro, mientras caminábamos hacia un pequeño restaurante, para tomarnos algo antes de regresar. ¡Cuanta suavidad y dulzura había en ella hacia mi!

Cuando nos sentamos, y antes de que se acercara la muchacha que nos iba a atender, me dijo, mirándome a los ojos:

Fortunato, muchas gracias. En toda mi vida me había sentido como hoy, mujer, en todo lo que esa palabra pueda expresar, libre y amada. Y, te doy las gracias porque han sido tu educación y caballerosidad las que han obrado el milagro

Y, como pensando en voz alta agregó:

¡Cuantas lágrimas de mujer pudieran evitarse si los machos humanos que nacen fueran hombres de verdad y no zopencos mal nacidos y peor educados! Y lo curioso es que son mujeres las que propician esas monstruosidades, pues una vez que han parido al hijo lo convierten en un dios ridículo, se enamoran de él y le hacen creer que es dueño de vidas y honras, pudiendo, en el devenir de su vida, destruir, tomar, escarnecer, humillar, despreciar, y tantas aberraciones más, en lugar de amar, amar, amar profunda y entrañablemente a la mujer por ese solo e inigualable hecho, ser mujer.

Tomamos algo y regresamos a casa. Nos entregamos al amor sublime uno en brazos del otro y al reposo. ¡Dormimos como si hubiéramos acabado de nacer!

Al día siguiente, muy temprano nos despertamos, con una sonrisa fresca y un dulce beso impregnado de amor en los labios.

Sonó el teléfono. Respondí:

Hola, ¿Quién habla?

¿Eres tú Fortunato?, hablo yo, Beatriz, tu esposa

Hola Beatriz, ¿cómo van las vacaciones de verano?

Bien; y tú, ¿cómo estás?

Estupendamente, no te preocupes por mí, recuerda que estoy acostumbrado a apañármelas sólo. No tengas ninguna prisa en regresar.