Enrique

Sado gay.

Enrique & Jorge

Cuando Enrique cumplió 16 años, su padre consideró que era buen momento para que empiece a ocuparse de a poco de algunos asuntos del campo de la familia, una gran estancia en Corrientes, donde lo mandaría todo febrero para que vaya metiéndose en el manejo del mismo. El padre de Enrique pensaba también que era ideal para que Enrique se destete un poco, ya que era hijo único, tenía lo que quería y era bastante malcriado, además de tener un carácter fuerte, como el de toda su familia.

Por supuesto que Enrique al principio se negó, pero ante la amenaza de su padre de no darle un gusto más si no lo hacía, no le quedó más remedio.

Enrique era un chico bastante común, a sus 16 años medía 1.70m era flaco, con un cuerpo proporcionado. No era lindo, ni tampoco feo. Lo más llamativo en él era su mirada, que cuando estaba enojado, cosa que sucedí a con frecuencia, infundía miedo y respeto.

De pelo castaño oscuro, sus ojos eran verdes y grandes. Y otra cualidad que tenía, que pocos conocían, era su pija, grande y gorda. Fuera de eso, un chico normal.

Su padre lo llevó, y lo dejó en manos de Don Marcelo, el capataz, quien lo orientaría en todo lo referente al manejo del campo. Así que su padre retornó y Enrique comenzó su tarea de ver cómo era todo eso.

Por supuesto, Enrique viviría en la Casa Principal, donde no le faltaría nada: dos mucamas, una cocinera y el jardinero. Y lo primero que hizo fue darle a éstos las indicaciones de cómo quería todo: su desayuno, almuerzo, cena, horas, formas, etc, etc.

Pero la diversión para Enrique comenzó cuando Don Marcelo le dijo que para cualquier tarea pesada o que no quisiese hacer, disponía de Jorge, un chico huérfano que se había criado en la zona y vivía en la estancia hace tres años haciendo todo tipo de tareas.

  • Don Enrique, aquel que ve pintando esa tranquera es Jorge, va a ser su asistente para todo lo que usted necesite o quiera. Es muy buen chico, obediente y bien mandando. Un poco bruto nomás, pero aprende. Así que usted disponga de él para lo que quiera – le dijo Don Marcelo a Enrique, quién miraba a Jorge de rodillas pintando la tranquera y comenzó a pensar lo útil que le sería Jorge para salir de su aburrimiento.

  • Perfecto – dijo Enrique – ya mismo lo voy a poner a ordenar mis cosas entonces.

  • Ya se lo llamo – dijo Don Marcelo al grito de: Jorge, venga para acá!

  • Mande Don Marcelo – dijo el muchacho mirando a Enrique. Jorge estaba sin camisa, y su cuerpo oscuro tenía algunas manchas de pintura blanca.

  • A partir de ahora quién te dá cualquier orden es Don Enrique, el hijo del patrón. El va a ser quién disponga de todas tus tareas ahora, así que más vale que no lo decepciones, si no, ya sabés.

  • Si Don Marcelo - contestó el peón.

Don Marcelo se fue y los dejó a los dos para organizarse.

  • Cuando termines de pintar esa tranquera, te espero en la casa principal, en mi escritorio.

  • Sí señor – respondió humilde Jorge.

Jorge tenía 22 años. Un cuerpo envidiable, era alto como de un metro ochenta, espalda grande, piernas y brazos duros y fuertes. Su cara era la típica de los paisanos de la zona, aunque no tan feo como otros. Labios grandes, sonrisa blanca, y nariz ancha.

A la hora se presentó en el despacho de Enrique, esperando afuera a que le indique pasar.

  • Pasá – dijo Enrique

  • Permiso Señor – balbuceó Jorge mirando al piso – usted mande.

  • Te digo una sola cosa: todo lo que te ordene quiero que lo hagas bien y sin quejas, sea lo que sea. Una sola vez que no cumplas, y desaparecés de mi vista y de esta estancia para siempre, está claro?

  • Si Señor Enrique, usted mande nomás – dijo con cierto temor Jorge, quien no se imaginaba su vida fuera de ésa estancia. De todas maneras sabía que si tenía alguna virtud era obedecer ciegamente la tarea que le encarguen sus patrones, por difícil que ésta sea.

  • Andá a la camioneta y bajá todas mis cosas, y las llevás a mi cuarto. Después me hacés unos mates y me los traés acá, rápido.

  • Ya mismo, Señor.

Mientras Jorge hacía sus tareas, Enrique se encargó de que las mucamas, cocinera y jardinero, terminasen sus tareas siempre a partir de las siete, hora en que Enrique llegaba a su casa, y que nadie lo moleste. Por supuesto tenía planes a partir de esa hora de usar a su nueva adquisición: Jorge. "Ahora vamos a adiestrarlo" pensó Enrique.

Jorge llegó con el mate hecho. Estaba con sus bombachas de campo algo viejas, alpargatas y una camisa también bastante usada.

  • Arrodillate acá al lado mío, y andá cebándome mates.

Jorge no dudó un minuto en hacerlo, y en hacer todo lo que pedía su patroncito sin chistar. A partir de ahí empezaron las órdenes, que aunque algunas Jorge no las entendía bien o le parecían extrañas, las hacía inmediatamente sin dudar un minuto.

Las órdenes de Enrique se sucedían sin parar y ya en su mano tenía un a fusta para castigar a Jorge si no hacía a su gusto lo que él pedía.

  • Sacame las botas y haceme masajes en los pies debajo del escritorio – ordenó Enrique.

Mientras Jorge arrodillado bajo el escritorio le masajeaba los pies mientras Enrique revisaba unos papeles, éste ordenó: - Hoy caminé mucho, así que pasame bien la lengua por lo pies así se calman un poco.

A Jorge le extrañaban esas órdenes, pero no tardaba ni un segundo en hacerlas ya que no sólo quería seguir trabajando en la estancia, sino que comenzaba a sentir gran temor por las reacciones del patroncito.

  • Sabés qué? – comenta Enrique – yo había pedido un perro para esta casa y todavía no lo trajeron, o sea que hasta que lo tenga, vos vas a ser mi perro

  • Si señor – contestó Jorge mientras seguía chupando dedo a dedo los pies de Enrique para aliviarlo.

  • Así que sacate toda la ropa …. Dónde viste un perro vestido? Jaja – rió el patroncito.

Jorge se desnudó inmediatamente aunque con algo de vergüenza. De golpe se encontró desnudo, de rodillas bajo el escritorio del patroncito, chapándole los pies. Notó que el bulto de Enrique estaba grande, o sea que estaba excitado con esa situación. Jorge comenzó también a excitarse, con más vergüenza aún si es que tenía que pararse frente a su Jefe y notara su erección. Jorge era bastante dotado, aun que no tanto como Enrique que portaba una pija enorme.

  • Calentame la comida que en un rato ceno, me la vas a servir en la mesa, y después ya me voy a dormir. Vos vas a dormir en el piso al lado de mi cama por si necesito algo.

  • Si señor – respondió, ya entregado, Jorge. Se puso de pie y Enrique notó la excitación de Jorge, casi al palo.

Mientras Jorge servia la comida desnudo, un vaso se le cayó al piso.

  • Perdón Señor.

  • Ponete en cuatro en el piso, mostrándome el culo.

Jorge obedeció en el acto, aunque todavía no entendía bien lo que estaba haciendo. Enrique le metió en seco un pepino que trajo de la cocina. Jorge gritó pero se quedó en 4 patas con el pepino en el culo.

  • Ahora chupame las patas mientras termino de comer y después lavás todo.

  • Si señor – respondió Jorge con dos lágrimas en los ojos del dolor que l e producía el pepino incrustado en su culo. Mientras chupaba los dedos del pie de su patroncito el pepino cayó al suelo. Jorge intentó metérselo nuevamente sin que Enrique se diera cuenta, pero fué tarde.

  • Imbécil, parate y date vuelta con las manos en la nuca. – ordenó el patrón. Jorge se paró ya con mucho miedo a cualquier cosa que haría su Jefe. Enrique se sacó el cinturón y empezó a fajar a Jorge en la espalda y el culo fuertemente.

Terminado el castigo, Enrique terminó de comer y esperó que su esclavo le traiga el café al sillón donde se sentó a ver tele. Jorge terminó de lavar y ordenar todo y se arrodilló, ya sin esperar a que se lo ordenen, al lado del sillón esperando nuevas órdenes.

Enrique se bajó el pantalón mientras veía la tele y Jorge no pudo dejar de mirar su enorme miembro casi erecto.

  • Chupala, perro, y las bolas también.

Jorge nunca había chupado una pija, pero alguna vez había fantaseado con hacerlo. De todas maneras estaba dispuesto a todo y tomó la pija de Enrique y se la metió en la boca empezando a chuparla. Jorge miraba a su amito mientras la chupaba esperando algún gesto de aprobación si lo estaba haciendo bien o no. Enrique miraba a la tele. Jorge empezó a lamer sus bolas. Enrique se levantó un poco y le dijo: - ahora el culo, limpiamelo con la lengua. Jorge sacó su gran lengua y se la comenzó a pasar por el culo a Enrique, quien al ver que Jorge estaba totalmente al palo , le ordenó que se ponga de pie.

Le ató las manos a la espalda y le puso una soga en el cuello y otra en las bolas. Lo llevó de las bolas al cuarto. Se sacó la ropa y se tiró en la cama.

  • Seguí chupando, sacame la leche.

Jorge se arrodilló al lado de la cama y se comió la verga de Enrique con ganas. De golpe acabó y Jorge se quedó con toda la leche en la boca, mirando a su dueño para saber lo que tenía que hacer, y éste le respondió con un cachetazo.

  • Tragatela, basura. O pensás que vamos a desperdiciar mi leche…?

Jorge se tragó la leche con algo de asco. Siguió chupando su verga hasta dejarla bien limpia como ordenó su amo. Luego Enrique lo hizo poner en los pies de la cama.

  • Chupame los pies hasta que me duerma, cuando me haya dormido, te podés dormir.

Jorge trató de imaginar cómo iba a poder dormir atado de manos y bolas, y con la soga al cuello atada a los pies de la cama. Se quedó chupando los pies d e su amo como 20 minutos hasta que escuchó sus ronquidos y se acostó en el frío piso e intentó dormir.

De repente una patada en la cara lo despertó.

  • Quiero mear, y ni en pedo voy al baño, vení acá y abrí la boca.

A Jorge ya dejaba de sorprenderle las extrañas órdenes del patrón, ya se había propuesto disfrutarlas pensando en que su amo gozaba con ello y él se sentía útil y que estaba haciendo un buen trabajo. Se arrodilló como pudo, todo entumecido y algo dormido, y metió la pija de Enrique en su boca. Entendió sin preguntar que tendría que tomarlo todo, cosa que hizo no sin algo de esfuerzo, ya que de golpe sentía que se ahogaba con tanto pis.

Terminado el meo, Enrique siguió durmiendo y Jorge volvió a acostarse en el piso con un fuerte sabor a meo en su boca, ya que no se animó a pedirle a su amo si le dejaba tomar agua.

Así fueron los siguientes febreros de Enrique y Jorge, cuando iba a hacerse cargo de la estancia. Pasado un tiempo, Jorge ya sabía todo lo que tenía que ir haciendo apenas su amito llegaba a la estancia, y lo hacía con sumo placer. Su recompensa, además de seguir trabajando, era ver a Enrique complacido, cuando se lo cojía, le pegaba o lo meaba.

La sorpresa vino cuando un día llegó un amigo de Enrique, a quién éste había invitado a pasar unos días. Pero eso seguirá en el próximo relato.

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