Enmascarada en el Laberinto Sexual

Desde que conozco el poder de mi sexualidad siempre me hice fantasías de prostitución que se hicieron realidad la tarde que encontré por accidente una tarjeta invitación a un local anónimo para encuentros sexuales de todo tipo y descubrí algo parecido al amor.

Desde que conozco el poder de mi sexualidad siempre me hice fantasías de prostitución que se hicieron realidad la tarde que encontré por accidente una tarjeta invitación a un local anónimo para encuentros sexuales de todo tipo. Sabia que allí una mujer como yo seria la incógnita miel de la noche, y por eso, solo por eso, me decidí a ir.

Después de días pensándolo llegué temblando de nervios al edificio industrial de aspecto abandonado con una discreta entrada al fondo de una solitaria calle ciega. Recuerdo que eran cerca de las ocho de la noche de un noviembre helado. En el acceso un recepcionista de hábito negro y enmascarado me entregó un bello antifaz veneciano de material sintético, me advirtió que podía usarlo o no a discreción, me lo puse y seguí adentro al cálido interior.

Llegué a los desiertos camerinos con casilleros mixtos donde una podía cambiarse con holgura en un extenso y ultra moderno sofá de piel. Me saqué la ropa, guardé mis cosas en un casillero y me dejé mis altos zapatos de charol de tacón negros sin saber si me vería ridícula o exacerbadamente sexy.

Caminé con los brazos cruzados debajo de mis pechos túrgidos de emoción a través de las habitaciones. Pasé por una sala de espera con cómodos sillones, luego por un bar con una barra y unas pocas mesas con escasos huéspedes entre hombres y mujeres que estaban tanto vestidos como desnudos y también enmascarados, miré la entrada de un baño turco, mas allá un salón de sauna, dos salones de video, un jacuzzi y la recepción, en una sucesión interminable, repetitiva y laberíntica que no tenia una sola ventana al exterior. Todo estaba tapizado de tafetán y terciopelo rojo a la media luz de muchas lámparas antiguas y doradas con velones que refulgían entre cristales tallados en miles de caras y aristas que reflejaban iridiscencias que morían a pocos centímetros de los ojos. Entre los visitantes, enmascarados y expuestos, había reconocidas modelos, actrices, estrellas de porno, políticos, funcionarios de alto rango, empresarios y desconocidos anónimos. Pude ver bellísimos cuerpos y monstruosidades indescriptibles además de la gente normal. Pero lo mejor era la misteriosa complicidad compartida por todos mientras deambulábamos como sonámbulos en la penumbra bajo un cielorraso que se perdía a varios metros de altura en una oscuridad remota e inabordable, que, sin embargo, no evidenciaba actividad sexual alguna al ritmo de una música mística y misteriosa que invitaba a descubrir un mundo irreal como aquel que se recorre al soñar.

Cuando volví a los camerinos, con la intención de cambiarme e irme para dejarlo todo clausurado y en el olvido, me detuve delante de un hombre trigueño de unos 50 años que acababa de llegar, alto, de pelo blanco, sin mascara y bellísimo, que me miraba. Llegó en un impecable traje azul marino, se desnudó  ante mi vista exhibiendo su cuerpo de atleta adolescente con una enorme verga que se erectó en segundos ante mi curiosidad medica, podía ver la cabeza tan gruesa como un puño y todo el largo y macizo cilindro curvado que se hundía en una vellosidad de platino de la que se descolgaban los dos huevos de gallina que eran sus testículos. Me quedé maravillada ante su piel de armiño tan suave y lampiña como la mía y su inusitada genitalidad. Él notó que se la miré y me sonrió, inmediatamente bajé la vista, me sentí avergonzada de reconocerme curiosa mas no ávida, cosa que de seguro el sujeto confundió de inmediato. Por eso me envolví en una de las toallas que había disponibles en una estantería y me fui a las duchas que no tenían puerta, me descalcé, me metí en una y me quité la toalla, abrí el agua y me puse debajo, enseguida apareció este hombre que se paró desnudo e insolentemente erecto mirándome de arriba a abajo y me preguntó,

-¿es la primera vez que vienes?-

-sí- le contesté,

-¿me dejas que te enjabone?- indagó, y yo volví a responder afirmativamente pero sin comprender como me dejaba llevar por aquel peligroso juego. Él tomó un jabón y empezó a pasármelo por los senos, me quedé inmóvil y rápidamente me giro con dulzura pero con firmeza quedando él a mis espadas, bajó su mano izquierda hacia mis nalgas y la derecha a mi vagina. Me enjabonó el ano y me acarició suavemente, jugó con sus dedos en mis cerrados y apretadísimos agujeritos, danzando con su índice entre mis labios mayores y el anular girando sobre mi esfínter mientras el del corazón me rozaba el perineo. Juntó su boca con la mía. Me excitó muchísimo sentir sus manos, sus labios y la suave presión de su virilidad contra mi media espalda y entre mis nalgas cuando doblegaba lascivo sus rodillas buscando un contacto entre mi delicada rosa y su empuñadura de guerrero. Mientras me enjuagaba comenzó a besarme los pezones pasando su cabeza por debajo de mi axila, cuando me quitó el jabón del culo se arrodillo detrás mío y empezó a besarme las nalgas, me las separó con sus manos y me empezó a pasar la lengua desde mi ano hasta mi clítoris, sentí como entraba un poco y perdí totalmente la noción de lo que estaba pasando, deseaba con todas mis fuerzas lo que nunca en mi vida, que me penetrara, de pronto dejó de chuparme y se incorporó detrás mío, mi cola estaba bien abierta y deseosa, totalmente lubricada por su saliva, jugó con dos de sus dedos en mi mágicas aberturas, luego apoyó la cabeza de su verga en la puerta de mi vagina y empujó despacio, muy suavemente, su pija que se deslizó dentro mío. Sentí que atravesaba mi cuerpo, me dio mucho placer ver como él gozaba penetrándome en un espejo enorme al fondo del salón que descubrí en ese instante, el veterano se movía suavemente entrando y saliendo con su enorme órgano pero sin separarnos por completo, me sentía tan abierta que parecía que no iba a poder cerrarme nunca más, me estuvo cogiendo un buen rato o apenas unos segundos, no lo se, porque el tiempo pareció detenerse en el temor de ser descubiertos allí a la vista de cualquiera que llegase mientras su mano vibraba por delante de mi en un abrazo que llegaba hasta mi clítoris sabiamente encontrado y su otra mano tomaba mis pezones pellizcándolos con una blanda presión que movía toda mi maquinaria con la precisión de un experto relojero que echaba a andar todos los mecanismos de mi pasión guardada y oculta por años hasta ese momento en que empezó a penetrarme con más fuerza, velocidad e intensidad. Él me llego hasta el fondo, ambos de pie, levantándome un poco con cada estocada, yo apoyé firme las puntas de mi pies al piso mojado de las duchas para recibir el embate y apretando un poco hacia atrás mis caderas para apresarlo mas duro entre mi chocho cada vez que se dejaba venir con fuerza. En uno de los empellones él se quedo quieto con todo eso adentro de mí, se retiró un poco y luego me llegó al fondo con todo, su glande se salió por completo del prepucio y me alcanzó el útero ampliándome la cérvix casi a reventar hacia el interior. En ese momento sentí como su semen me llenaba hasta el fondo de mi cuerpo, él tuvo un orgasmo extensísimo, y mientras acababa sentí como su leche caliente corría dentro de mí dejándome totalmente blanda y lubricada, chorreando a borbotones por mi entrepierna donde se mezclaron todos nuestros jugos con la humedad de la ducha y el sudor de la faena.

Seguidamente me pidió que no acabara todavía, que me quedara caliente, que le encantaba ver una hembra excitada y que tenía mas para mí. Nos duchamos juntos entre besos y abrazos aun apasionados acariciando delicadamente mi clítoris conscientemente estimulado. Al salir me cargo a horcajadas sobre el y me seco delicadamente con la toalla que yo había colgado en el perchero de la ducha, me decía que me amaba y yo reí como loca de su ocurrencia,

-tonto- pensé.

Luego recogió mis zapatos con su boca, me los calzó y me llevó cargada entre sus potentes brazos a una sala de relax que no había recorrido antes entre el laberinto inexpugnable de la construcción y en donde había varias camas donde otras parejas y grupos cogían salvajemente mientras terceros les observaban masturbándose a la luz de cuatro pantallas gigantes que escupían porno. Me gusto ver como las camas eran constantemente aseadas por un grupo de empleados enmascarados y vestidos de negro que cambiaban las sabanas después de cada faena. Me hizo acostar en una que estaba limpia y se paró al lado de mi cara pidiéndome que le chupara los huevos, se los lamí con desesperación y luego me metí completamente su pija en mi boca, que era tan grande que casi me ahoga, hizo que me llegara hasta la garganta provocándome arcadas, esto no hizo que él se detuviera, al contrario al ver que me asfixiaba y que me rodaban lágrimas de humillante placer, empujó con sevicia aún más hacia el fondo. Al mismo tiempo me levantó las piernas y apoyó mis pies en sus hombros, sentí como besaba mis pies por encima del reluciente cuero acharolado de mis tacones, me los quitó con la boca, y así desnudos me chupó los dedos de los pies, al mismo tiempo que jugaba con sus dedos en mi vagina que estaba abierta y a su total merced por la posición en la que me encontraba. El escupía en su mano y luego me humedecía toda la concha con su saliva.

De pronto me acostó de nuevo, el se emparejó sobre mi mirándome a los ojos y acariciándome el cabello mientras me besaba tiernamente. Yo sentí que me metía la pija hasta el fondo, me hizo ver las estrellas de placer y de dolor, aquella verga nunca me resulto cómoda a pesar de que ya la había tenido adentro, y nuevamente me cogió hasta que eyaculó en mi cérvix. Finalmente me permitió que acabara, pensé que iba a explotar, tuve una serie de orgasmos tan consecutivos e intensos que estuve a punto de desfallecer en un suceso absolutamente extraordinario para mí.

-Vengo cada sábado a esta hora- me dijo, me beso un largo rato de mas haciéndome sentir otras corridas menos intensas pero delicosas, luego de descansar juntos se paró, y se fue dejándome dormida en medio de los espectadores que nos miraban con lascivia. Cuando desperté estaba aturdida, era de madrugada y el local estaba mas lleno y candente aun pero yo había tenido mas que suficiente, me sentí sola y confundida pero plena, me levante, llegué hasta las duchas, con mis piernas aun temblado y el antifaz descompuesto pero aun con mi identidad oculta, me cambié y volví a mi casa donde me acosté pensando que aquello pasaría al olvido como una loca aventura.

Esa fue la primera vez en el prostíbulo, pero no fue la última, cada sábado voy y me encuentro con el veterano que me hace chuparle la pija y termina cogiéndome después de hacerme correr tres o cuatro veces con la sola punta de su lengua entre mis labios menores, me entrega al final una suma altísima de dinero que yo nunca le he pedido y que no me interesa, dinero tengo yo, pero a un hombre como ese, un amante de esas dotes, nunca antes había conocido, y no me refiero su pene colosal, me refiero a su habilidad animal y salvaje de hacerme correr con una sola mirada de sus dominantes y fulgurosos ojos negros, creo que lo amo, y ojala él me amase, aunque no sepamos ni nuestros nombres en esta pasión que nos reúne cada sábado de fiebre nocturna desde hace mas de dos años.