Enloqueciendo en una despedida de soltera
Una alta ejecutiva acude a una despedida de soltera y su vida cambia para siempre.
Con 53 años y siendo directora general de una multinacional. Realmente tenía muy poca relación con las chicas de mi empresa. Ellas me veía a mi como alguien en la cima del mundo, una semidios de poco acceso y yo a ellas como unas chicas con las que poco tenía que ver, eso incluía a las pocas ejecutivas con las que contaba la empresa.
Llevaba divorciada más de siete años desde que mi marido me dejó por una chica no solo más joven sino mucho más ardiente en la cama.
Al principio fue duro verme abandonada, yo que siempre había dedicado mi vida a mi trabajo de repente me vi sola en la vida con tan solo aquello por lo que había luchado, pero evidentemente sin nada alrededor a nivel social.
Al principio luche por tener vida social, me apunté a toda clase de actividades, clubs e incluso a webs de citas, pero nada. Algún polvo con hombres que finalmente resultaban estar casados. Llegó un punto que lo di por imposible y desde entonces sobrevivo a base de pajas y vibradores de goma que me costo comprar pero me gustó usar. Usaba los juguetes con mucha frecuencia pero una vez acabado me daba una vergüenza tremenda y me comían os remordimientos. El sexo debía de ser compartido e incluso con cariño.
Sinceramente me comería a cualquier hombre que se cruza conmigo, pero esta visto que ellos a mi no. Me gustaría tener una segunda oportunidad de tener un hombre, aprovechar la ocasión que desaproveché con Matias, mi ex.
Todo se precipitó el día que Adela, una de las secretarias de dirección me invitó a su despedida de soltera. Lo cierto que no pintaba nada allí, pero me vi en el compromiso y no me quedó otra opción que aceptar.
Aparecí como me habían pedido a las 9 de la noche en la Olla Caliente, un restaurante especializado en esta clase de cenas.
Me quedé un poco cortada cuando me di cuanta que no había ni una de las ejecutivas y solo secretarias habían acudido a la fiesta. La más mayor debía de tener 30 años. Mi idea era cenar con las chicas, una copa y a casa.
La cena estuvo regalada por litros y litros de sangría, al principio bebí con moderación pero poco a poco fui rellenando más mi vaso y para cuando el primer boy entró en el reservado ya tenía una buena cogorza. Desde luego que no fui yo ni la que más grité, ni la que más comentarios hice y ni siquiera metí mano al chico como el resto de las asistentes hicieron.
La verdad es que las chicas estaban fuera de si, más de una llegó a meter la polla del chico en la boca. No fueron mamadas, simplemente ligeras chupaditas de aquél prodigioso nabo. Lo cierto es que no entendía como las chicas podían estar tan desinhibidas delante de sus compañeras de trabajo, incluso mía, no lo entendía pero mis bragas estaban mojadas. Me estaba divirtiendo de lo lindo.
Para cuando salimos del restaurante ni se me ocurrió irme, cierto es que tenía programada una copa rápida, pero me lo estaba pasando tan bien que ni pensaba en una o dos copas.
Entramos en una discoteca donde todo el mundo tenía por lo menos 15 años menos que yo. Al principio empezamos a bailar todas juntas en la pista. Las copas iban cayendo y también las chicas que como fruta madura iban cayendo en los brazos de chulos de discoteca, como es normal, a mi no me hacían ni caso. Me ponía cardiaca ver como cada una de las chicas iban a acabar empaladas y yo me moría de ganas de conocer a alguien, pero la cosa estaba negra, aquél no era mi mundo.
- Hola, ¿me invitas a una copa? – me dijo un chico de no más de 20 años cuando me dirigí a pedir una nueva copa. Le miré con una sonrisa. El chico estaba para mojar pan y además parecía muy simpatico.
No le invité a una copa, sino a dos. Desde la barra hablando con Ramón veía como una a una mis compañeras de correrías salían acompañadas, me hizo gracia ver como la futura novia no era una excepción.
- ¿y si nos vamos a tu casa a tomar la última? – me dijo Ramón mirándome con ojos de cordero degollado y sonriéndome.
Ni me lo pensé. Le cogí de la mano y salí a la carrera a la calle a buscar un taxi.
Morreamos durante todo el trayecto, Ramón no se conformó con tócame las tetas y antes de llegar al portal de mi casa ya tenía mi falda levantada y mis bragas de monja echadas a un lado.
Me avergoncé cuando me quito la falda y la camisa y dejó al descubierto mi ropa interior pasada de moda. Cuando me desnudó y pudo ver al completo mi fofo y mal cuidado cuerpo me dio hasta vergüenza.
Ramón seguía vestido, apretó uno de mis pezones hasta hacerme daño. Dolía pero me ponía a cien. Nunca me lo habían hecho.
Ramón plantó su mano en mi peludo coño y empezó a masturbarme con ganas, me estaba matando de placer, en la vida me lo habían hecho. El chico me hizo ponerme de rodillas y sacando su largo nabo de sus pantalones me lo metió en la boca. Hacía años, pero muchos años que no chupaba una polla, me salían lagrimas de los ojos y me daban arcadas, pero chupaba con mi mejor voluntad. Con la mano es mi cabeza, Ramón dirigía mi mamada.
Sacó su dura polla de mi boca y cogiéndome de un brazo me dirigió a mi habitación y me puso a cuatro patas. Estaba excitadísima, mi chorro era un grifo de flujo que goteaba sobre las blancas e impolutas sabanas de mi camas.
- métemela por favor – yo gemía.
Ramón pasaba su lengua y dedos por mi entrepierna, jugueteaba con mi raja y clítoris. Me estaba volviendo loca.
- métemela ya.
- Sabes que son 300, ¿no?
- ¿cómo que 300? – dije yo dándome la vuelta.
- Si, claro. Yo cobro por esto. ¿O que te habías creído?
- Pero… ¿cómo voy a pagar por sexo?
- Como hacen todas las de tu edad que se quieren follar a uno como a mi – me decía mientras pasaba su hinchada polla por los bordes de mi coño. No sé como no le mande a casa con su madre – yo te he hecho el polvo de tu vida y tu me das una pequeña ayuda.
- Metemela de una puta vez cabrón – dije sin pensarlo y deseosa de sentir una polla de verdad en mi raja de una vez por todas.
Y me metió hasta el fondo, mi coño ardió cuando sentí ese pedazo de carne desgarrar mi vagina. Ramón me jodió durante horas, me jodió sin parar. Grité como nunca lo había hecho en mi vida. Por un noche me olvidé de mi cuerpo fofo, de mi coño peludo y poco arreglado, de mis pachos caídos y de mi torpeza en la cama. Simplemente disfruté de cada penetración que recibí. Me lo comió todo, me puso mirando a Toledo, Cordoba y Soria de una misma pasada. Me la metió de todas las formas y maneras y finalmente llenó mi cuerpo de calidad y blanca lefa con la que me regó entera. Hubiese seguido follando pero era ya de día y Ramón no quería que sus padres se preocupasen por ella.
Cuando se fue con 300 euros, en la cama me quedé contenta pero jodida. Por un lado no podía ni moverme porque todo mi cuerpo era una sensación y ahí donde algo rozaba mi piel me producía un increíble placer. Nunca había folládo así en mi vida. Por otro lado me moría de vergüenza sabiendo que había pagado por sexo con un chico que podría ser mi hijo.
Era sábado por la mañana y tenia el cuerpo lleno de alcohol, semen y sin haber dormido.
Dormí hasta el mediodía me desperté excitada con el cuerpo dolorido por el esfuerzo realizado durante toda la madrugada. Me levanté desnuda y sucia, No me apetecía ducharme, simplemente comí algo y me tiré desnuda como estaba en el salón. Pasé la tarde desnuda con el mando a distancia en la mano pasando de un programa a otro y recordando lo vivido entre excitada y con remordimientos.
Eran ya las doce de la noche y estaba lo que se dice salida, muy salida. Estaba a punto de masturbarme cuando una luz se encendió en mi cerebro.
Me duche, me vestí con lo más atrevido que encontré en mi armario y a la una de la mañana entraba en la discoteca donde había conocido a Ramón rezando por no encontrarme a ninguna de las chicas de la oficina.
Me pedí una copa, me pedí una segunda y cuando estaba a punto de tomarme la tercera y en mi rolex marcaban las 3:15 de la madrugada, una voz a mi espalda sonó
- veo que has vuelto – era Ramón que me miraba con su irresistible sonrisa.
- Si, no tenía nada que hacer en casa y me vine a tomar unas copas.
- Ummm, pues por los ojos que tienes quien lo iba a decir.
- ¿cómo?
- Que por los ojos chisposos que tienes ya llevas unas cuantas.
- ¿Estas solo?
- No, estoy con mi amigo Luis.
Me llevó hasta una mesa donde un joven de su misma edad le esperaba. El chico era otro monumento, de 20 años también, de cuerpo cuidado, musculado y al igual que su amigo de mirada penetrante.
Aquella noche me solté la coleta. Les pagué a los dos críos todas las copas que pudieron tomarse. Cuando las copas me superaban Ramón me pidió prestados 60 euros, salió unos minutos y volvió a los pocos minutos. Me cogió de la mano me llevó al baño donde me besó metiéndome la lengua hasta la garganta. En la tapa del wáter puso su cartera, abrió un sobrecito de papel y con una tarjeta de crédito puso dos rayas de lo que deduje era coca.
Dudé, pero como digo, de perdidos al rio, me metí la primera raya de mi vida.
Cuando volvimos a la mesa fue Luis el que se asuntó un momento con la cartera de Ramón.
Pasamos una noche loca de copas, coca, bares de música estridente e incluso me tomé una pastilla verde que he de reconocer que hacía que mi cuerpo se erizase con cada roce.
Salimos de un after ya de día, tenía una increíble energía debido a la coca. Era como cuando tenía 20 años, mi cuerpo era todo sensaciones y hubiese pagado un millón de euros por ser folláda de nuevo por Ramón.
- Me encantaría que te volvieses a llevar otros 300 hoy – le dije a Ramón totalmente desinhibida y con ganas de que me tumbase en el capó de un coche y me penetrase hasta el fondo.
- Un segundo – me dijo y se fue a hablar con Luis, volvió – hacemos una cosa, que sean 600 y que se venga Luis.
Aunque me hubiese pedido 6000 y que me hubiesen propuesto traer a la señora de la limpieza que ya entraba en el bar a recoger el local me hubiese valido, hubiera aceptado.
Era las 11 de la mañana cuando en el ascensor e importándome nada el poder cruzarme con un vecino, ambos chicos comían mis tetas en el interior del ascensor. Abrí las puerta de mi casa con las tetas al aire y con mil sensaciones corriendo por mi cabeza.
No nos dio tiempo en llegar a mi habitación. Antes de darme cuenta me encontraba de cuclillas chupándosela a ambos chicos a la vez, que se descojonaban de risa por la situación. En condiciones normales eso debía de enfurecerme, pero el sabor salado de ambas pollas me estaba poniendo a cien. Ambos chicos se corrieron casi a la vez en mi cara y boca. Me hizo temer lo peor, pero enseguida me di cuenta que estaba con dos chicos de 20 años y no con el impotente de mi exmarido. Aquello no era el fin.
Luis me acabó de desnudar mientras Ramón se iba a poner una copa. Luis me mataba de gusto comiéndome el coño cuando Ramón volvió con tres copas en su mano. Me hizo correrme tres veces con su lengua jugueteando con mi pepitilla. Jamás en mi vida me había comido el coño como ese crio lo hacía. Su amigo introducía su dura polla en mi boca y me pasaba los huevos por mi abierta boca. Necesitaba ser penetrada y así se lo dejé saber.
Ramón se sentó en mi carísimo sofá de cuero, su polla apuntaba al cielo. Ni me lo pensé, sencillamente me clave ese enorme rabo en las entrañas. Sentía su poderosa minga penetrarme y abrirse camino en mi dilatado coño. Su amigo me besaba la espalda, entre ambos los dos me aplastaban las tetas provocándome un dolor que se unía al placer y me estaba encantando.
Luis hizo algo rarísimo y cuando me quise dar cuenta me di cuenta que me estaba lamiendo ni ano, jamás en mi vida nadie se había atrevido a tanto pero la verdad es que la dichosa pastilla me había convertido en otra mujer y la sensación de sentir una lengua rugosa juguetear en su ojete me estaba matando. Ramón seguía bombeando incansablemente.
Luis metió primero un dedo, luego un segundo y por último un tercero que me empezó a molestar.
Luis se colocó detrás mía, escupió en su polla y haciendo presión en mi ano con su dura polla empezó a introducirla poco a poco. Me dolía pero me gustaba. Me daba verguiza pensar que el chico se podía manchar con mis heces, pero cuando la molestia se convirtió el placer me desentendí de la mierda, de que fuese la primera vez e incluso mis chorradas morales.
Los dos jóvenes chocaban sus pollas en mi interior, mi cuerpo era una pura sensación, uno me agarraba las tetas desde detrás, el otro sobaba mi hinchado clítoris, ambos besaban mi cuello. Yo chillaba de placer, los orgasmos se entrelazaban. Éramos tres cuerpos moviéndonos y gritando al unísono. Me corría una y otra vez, cada euro invertido esa noche valía la pena, estaba en la gloria.
- mama…, ¿que cojones haces? – mi hijo me miraba desde la puerta del salón con una bolsa en la mano que dejó caer seguramente sin darse cuenta. No me había dado cuenta que era domingo al mediodía, la hora en que volvía cuando pasaba con su padre el fin de semana.
Nunca me perdonó el verme doblemente penetrada por dos chicos de su edad, nunca se hubiese imaginado eso de mi.
Nunca olvidaré ese fin de semana