Engaño a mi marido en la consulta de un chamán
Infidelidad
Estaba cansada de que mi matrimonio no funcionará, decidí hablarlo con mi amiga Raquel. Ella me aconsejó visitara a un chamán al que había acudido cuando tenía problemas con Juan. Según Raquel era una maravilla y sus tratamientos, una pasada.
No vivía muy lejos de mi calle. Escogí ropa cómoda, una camiseta holgada, unos vaqueros, zapatillas deportivas y una cola alta. Según mi amiga los tratamientos a los que te sometía el chamán eran un tanto peculiares.
Me daba igual, estaba dispuesta a todo si con ello salva mi matrimonio.
Me llamo Catarina, aunque todos me llaman Cata, tengo 43 años y me dedico al sector inmobiliario, soy responsable de una franquicia de venta de pisos.
Si le preguntaras a mis trabajadores te dirían que la jefa de oficina tiene un carácter complicado, suelen decir que tengo un poco de mala baba pero es debido al estrés y a que ellos son un pelín vagos. Para aliviarlo acudo al gimnasio 3 veces por semana, me distraigo en las clases de tonificación, cardio box y spinning. Mi cuerpo está esculpido a base de sudor y esfuerzo, igual que mi matrimonio.
Soy morena de ojos claros, piel bronceada y un físico del cual me siento orgullosa. Mi marido, Antonio, hace tiempo que no trabaja, tuvo un accidente laboral que lo dejó incapacitado y a partir de ahí lo nuestro fue a pique.
Ya te puedes imaginar discusiones debidas a su falta de ganas, no le apetecía hacer nada había caído en un pozo sin salida y cualquiera de mis propuestas los disgustaba.
Ni siquiera follábamos, cualquier actividad que supusiera un esfuerzo, Antonio la denostaba.
Cogí el bolso y le dije que iba a salir. Ni siquiera preguntó dónde iba, se quedó apoltronado en el sillón jugueteando con el mando, su pasatiempo predilecto.
Yo quería a mi marido, pero no me gustaba nada en lo que se estaba convirtiendo y cada vez iba a más. Raquel me dijo que lo que nos pasaba podía ser por culpa de un bloqueo energético y alguien que nos hubiera echado mal de ojo.
No es que yo fuera muy crédula, pero viendo cómo le estaba yendo a ella, preferí agarrarme a un clavo ardiente antes que seguir pasándolo mal.
Cuando llegué a la consulta me golpeó un fuerte aroma a hierbas, hacía bastante calor, en Sevilla estábamos en plena ola y no ayudaba. Debería haberme puesto más fresca.
Me atendió una recepcionista, no sabía que los chamanes tuvieran, y me pidió que aguardara un momento en la sala de espera, que el maestro estaba terminando.
Odiaba las esperas, quince minutos estuve ahí embebida en revistas pasadas de década.
La decoración era bastante vulgar, casi tan pasada de moda como los panfletos que descansaban olvidados sobre una mesita alta.
La puerta de la consulta se abrió y una señora de uno cincuenta apareció con cara de alivio. Le besó las manos al maestro y fue directa al mostrador a pagar la sesión que había tenido.
Me sentí incómoda, yo no era una mujer como esa que seguro tenía la casa llena de estampitas. Pensé en irme cuando el hombre, algo más bajo que yo, de aspecto rubicundo y dedos regordetes, me dijo que pasara.
Vestía una túnica larga, llevaba varios colgantes en el cuello y sus rasgos me recordaron a los de un azteca que conocí durante mi viaje de novios.
«No pasa nada, Cata», me dije a mí misma. Si no te gusta, te vas.
Me levanté y traspasé el umbral de aquella pequeña habitación, con el sudor pegándose a mi camiseta. Parecía que hubiera puesta la calefacción.
Miré a un lado y a otro. No había ventanas. Solo un montón de frascos, flores, espejos, una camilla y una mesa de despacho.
Aquel lugar era claustrofóbico.
Me abaniqué con la mano, mientras el maestro me indicaba que me sentara.
—¿No cree que estaríamos mejor si pusiera el aire acondicionado o encendiera un ventilador? pregunté incómoda.
—No es necesario —me cortó—, el clima es perfecto. —¡Pues lo sería para él! A mí me sudaba todo.
—No sé yo... —respondí con disgusto.
—Ha de escuchar las señales de su cuerpo, Catarina, ¿verdad?
—Sí, aunque todos me llaman Cata. He venido por mi amiga Raquel, la trató hará un par de meses.
—Sí, me comentó que vendría, ella le reservó la cita, ¿no?
—Sí.
—Bien, cuénteme, ¿qué le ocurre? —No sé si fue por el ambiente, por él, o porque ya estaba hasta el coño de todo lo que me pasaba que vomité hasta el último reproche. El maestro me escuchaba atento y se limitaba a asentir con la cabeza. Era tal mi agobio que con sorpresa rompí a llorar mientras me quejaba del puto calor que hacía.
Él sonrió y me tomó las manos por encima de la mesa, inspiró y expiró cerrando los ojos, estuvo así medio minuto y cuando los abrió yo noté un escalofrío en mi cuerpo.
—Ha venido al lugar correcto, la puedo ayudar.
—¿E-enserio? —Él asintió.
—Tiene un gigantesco bloqueo energético, fruto de la presión que sufre en casa y en el trabajo. ¿Puedo preguntarle cuanto tiempo hace que no mantiene relaciones íntimas?
—¿Qué le hace suponer que no las tengo? —ÉL volvió a sonreír imperturbable.
—La lubricidad de sus articulaciones, lo he notado al tocarla. —Madre mía, ¿qué tenía rayos x en las manos?
—Meses —confesé.
—Eso no es bueno, para una mujer tan sensual como usted, la irrita por dentro y atrapa sus emociones que es incapaz de canalizar. Comenzaremos con un masaje con aceite caliente y piedras, eso liberara el flujo de energía entre los canales. Desnúdese por favor.
Un masaje me iría de perlas, tenía un montón de nudos en la espalda. Me puse en pie y me quedé en bragas y sujetador.
—Todo, por favor —reclamó el maestro—, la ropa ejerce de barrera.
Me dio un poco de apuro, pero pensé que si todas se despelotaban qué más daría.
Dejé las prendas íntimas sobre la silla y cuando iba a tumbarme de espaldas el maestro volvió a abrir la boca para decirme que lo hiciera de cara. Adiós a que deshiciera los nudos.
Me pidió que me relajara, que no tensara tanto los brazos y los muslos, que dejara una ligera separación entre las piernas. ¡Menudo palo!
Él fue a por un montón de piedras y un artilugio que quedaba suspendido por encima de mi cuerpo. Me explicó que iba a llenarlo de aceite caliente y que este iría goteando sobre mi cuerpo.
Lo que me faltaba, más calor. Tenía el cuerpo empapado.
El maestro se puso a repartir piedras de colores sobre mi anatomía, creando un dibujo con ellas. Por suerte estaban frescas. Comenzó por mi ombligo, fue subiendo por el abdomen y terminó en mis tetas. Loa pezones se me dispararon al notar las piedras y sus dedos tan cerca.
Tuve ganas de gemir. No lo hice porque me daba reparo. ¿Tan necesitada estaba que un hombre al que jamás habría mirado era capaz de excitarme? Al parecer sí.
—Relájese, Cata, sigue tensa... —Su pulgar y su índice buscaron mis dos pezones y los apretaron. Lancé un quejidito y noté humedad en mi entrepierna—. Eso es, libere, libere.
En cuanto me amoldaba a la sensación de sus dedos el volvía a apretar y mi coño se tensaba. Qué vergüenza, estaba tumbada sobre papel y con total seguridad se haría un charco.
—No piense, deje la mente en blanco, tiene que dejarse llevar. —Volvió a apretar y yo grité audiblemente—. Eso es, fluya...
Ni siquiera me había dado cuenta que una musiquita rollo bosque amazónico, sonaba de fondo. Estuvo un rato más pellizcándome las tetas y mi coño implosionando. Cuando se dio por satisfecho me colocó un par de bolitas imantadas para mantenerlos erectos.
—¡Au! —protesté.
—Si duele es porque hay tensión, dejará de hacerlo cuando esté equilibrada, ahora deberá aguantar los imanes, es acupuntura energética.
—Vale, e-está bien. —Dolía bastante, aunque sentía placer.
—Separe las rodillas y junte los talones. —La petición me pilló por sorpresa tanta qué él tuvo que colocarme y yo me puse roja al pensar en que me estaba viendo el coño chorreando y el papel aguado.
—Lo-lo siento —me disculpé.
—¿Por qué? —Me daba pudor así que apunté a mi sexo.
—Tranquila, es lo habitual en mis tratamientos, su cuerpo hace lo que tiene que hacer, no se apure.
Tiró de un cordón y el aceite caliente fue cayendo por mis pechos. Contuve el jadeo.
—No lo aguante, suéltelo —me animó—. Necesito que conecte con su yo interior.
Volvió a tirar y esta vez lo deje ir y él me felicitó, sus manos abarcaron un poco del aceite y se puso a masajear una de mis piernas mientras mi cuerpo chorreaba por las piedras. La camilla debía tener un poco de pendiente, porque el líquido iba rebosando por mis labios, y no los de la boca precisamente.
Las manos masculinas reptaban por mis pantorrillas y muslos a voluntad, sin llegar más allá de las ingles. Estaba tan cachonda que no me hubiera importado. Tenía una sensación de vacío difícil de catalogar.
—¿Cómo te sientes? —me preguntó a los quince minutos—. Sé sincera, es importante.
—La piel me hormiguea, noto mis pechos muy tensos, los pezones a punto de estallar y un vacío que no había percibido nunca.
—Bien. ¿Qué te toque te excita? ¿Te frustra? —preguntó numerando las emociones que sentía.
—Sí —reconocí sintiéndome mal por ello.
—Es lo que debe ser, tu cuerpo empieza a conectar con el chakra tierra —anunció poniendo la palma de su mano en mi pubis desprovisto de vello. Jadeé—. ¿Lo notas? ¿Sientes la urgencia? —Pasó con delicadeza una de las yemas por mis labios mayores. Mi coño aullaba.
—Sí, sí, la noto.
—Ahora no te asustes voy a colocar en tu vagina un falo de jade, te ayudará. —Lo miré y vi que agarraba una gruesa barra de piedra verde con forma de falo, era muy larga y ancha, con un glande algo desproporcionado.
La presentó en mi vagina y empujó. El aceite, mis flujos y lo cachonda que estaba hicieron el resto. Entró sin dificultad arrancándome un jadeo descomunal. Tuve ganas de pedirle que me follara, que lo hiciera que estaba dispuesta a cualquier cosa. Pero callé.
Noté mi coño estrujando la gigantesca polla con ansias de engullir.
El maestro vino hasta el abdomen y se puso a masajearlo junto con las piedras. Quería guitarle que fuera más abajo, que era en mi coño donde necesitaba el trabajo.
—¿Quieres decir algo? —No había percibido que me estaba tuteando hasta ahora, quizá la intimidad que estábamos compartiendo no daba pie a que me siguiera tratando de usted.
—No.
—¿Segura? —Moví la cabeza agitada, mientras mi respiración se entrecortaba—. Bien.
Tiró de la cuerdecita y dejó que el aceite cayera directo sobre mi clítoris, en una caricia sutil y caliente.
—Oh, oh, oh... —Era tan suave que necesitaba más.
—¿Qué ocurre Cata?
—No lo sé.
—Sí lo sabes, di lo que necesitas. Dilo.
Quiero que me folle con el dildo, que me masturbe, que haga que me corra. Quiero follar, quiero bañarme en semen, quiero, estallar de placer —solté a borbotones.
—Um... Entonces crees que estás preparada para ¿esto? —Llevó una piedra a mi clítoris y lo frotó con ella.
—Sí, sí, sí, por favor no pare.
—¿Te gusta?
—Mucho
Llevó la otra mano al falo de jade y se puso a moverlo a bombear sin dejar de frotarme. Yo chillaba y empujaba mis caderas contra él.
—Eso es, Cata, siente fluir la energía en tu cuerpo.
—La siento, la siento... Más, por favor, no se detenga.
Las acometidas fueron ganando ritmo y profundidad. Yo jadeaba como una puerca cuando se detuvo y se quitó la túnica.
Estaba desnudo bajo ella, tenía un miembro de lo más normal cubierto de vello, que se alzaba dispuesto.
—Necesitas semen, energía masculina fluyendo en ti.
—Sí —repliqué con fervor viendo cómo se subía a la camilla para colocar su miembro en mi boca.
—Mama hasta que me corra y traga, es lo que más necesitas ahora. —No pude responder, estaba demasiado ocupada chupando para extraer del maestro toda su esencia.
Él bombeaba contra mi cara mientras con su lengua espoleaba mi clítoris hinchado y las manos movían la roca con la que me follaba.
Gritaba y chupaba, su barriga velluda impactaba contra los imanes de las tetas provocando un rico dolor.
El espiral de placer crecía y se enroscaba como su lengua. Él gruñía y empujaba contra mi boca. No podía parar de mamar, notaba aquella creciente necesidad de esperma cuando la primera descarga se liberó en mi garganta.
Me sentí bendecida y agradecida, seguí tragando y él me chupó con más ahínco. Casi notaba como me atravesaba con el falo, hasta que la fuerza del orgasmo me encontró en mitad de un chillido. Arrancó de golpe el falo y se puso a beber como un loco de mi coño. El flujo salía a borbotones y el maestro lo bebía con tanto deleite que no quería que terminada nunca.
Lamentablemente lo hizo y cuando acabo de recibirme en su boca se sentó sobre mi cara y me pidió que le follara el culo con la lengua mientras se pajeaba.
Volví a obedecer, a saborearlo, a hundirme en él y su interior apretado.
Nunca le había comido el culo a un hombre y menos aún uno así, velludo y en baja forma. Nada me importaba, solo complacerlo y vivir aquella experiencia liberadora.
Lo comí, hasta que la leche de su segunda corrida bañó la piel de mi cuerpo y él se puso masajearlo. Con mi lengua dentro.
Estuvimos así un buen rato, volvía a estar excitada y no me avergonzó que lo viera.
El maestro bajó de la camilla y pasó la mano por mi entrepierna chorreante. Me la acercó a la cara y yo lamí la mano con devoción.
—Lo ves, ya estás curada, ahora puedes regresar a casa y follar con tu marido, estás lista y desbloqueada.
—¿Pe-pero y él?
—Él nunca fue el problema, Cata, sino tú, aunque estabas demasiado ocupada echándole la culpa para darte cuenta.
—Ahora vístete, regresa a casa y fóllale como si no hubiera un mañana —dijo ayudándome a que me pusiera en pie.
—Pero tendré que ducharme y quitarme los imanes.
—No, mi leche servirá para que tu macho quiera volver a mear en su farola. Y los imanes deberás dejarlos hasta la noche. En tu caso te recomendaría que te perforaras los pezones. Puedes pedir hora fuera, yo mismo te lo haré.
—Gracias, maestro —le dije levantándome de la camilla para besarle las manos.
—De nada, Cata. No te olvides de pasar por el mostrador a pagar mis servicios y pedir hora para la semana que viene.
—Así lo haré.
Me vestí y como había pasado con la señora que vi al entrar en la consulta tuve la necesidad de besarle las manos.
Sin lugar a dudas volvería a por más.
Espero vuestros comentarios