Enganchada a mi padrastro - Capítulo 4
Poco a poco, la presencia cada vez mayor de Leo en mi vida me hace engancharme más y más a él. Poco a poco me iba enganchando a mi padrastro.
Capítulo 4
Lo que pasó en la fiesta me atormentó durante varios días. Ahora los recuerdos vienen más claros a mi mente, pero entonces todo parecía sumido en una densa neblina. Sabía que había sido Leo quien me había traído a casa, y algunos de los detalles de lo que os he contado, pero poco más. Mi madre me echó una buena bronca al día siguiente por beber tanto, y durante unos días Leo no apareció por casa. Imagino que por trabajo, o tal vez porque mi madre prefirió no mostrarle su faceta de “madre estricta”, o quizá ambas cosas.
El momento en que comencé a sentir que algo en mi interior se estaba enganchando a él ocurrió el martes de la semana siguiente, la de Navidad. Esos días mi madre se estaba quedando hasta tarde en el trabajo para terminar unos asuntos antes de que llegaran las vacaciones, así que yo pasaba el día en casa prácticamente sola.
Recuerdo que aquella era una tarde fría y lluviosa, de estas desapacibles que sólo invitan a un baño caliente o a una taza de café y una película. En mi caso opté por la primera opción. Hace unos años mi padre construyó una pequeña piscina climatizada en un aledaño a la casa, en el jardín. La verdad es que mi madre la usaba mucho al principio, pero luego se aburrió y soy yo quien le saca provecho. Suelo hacer algo de aquagym y ejercicio, pero no todos los días. Esa tarde no me apetecía ejercicio, caldeé la estancia y dejé que el agua se calentara bastante. Me apetecía estar calentita mientras fuera hacía un frío que pelaba.
Teníamos un chico contratado que la limpiaba periódicamente y se encargaba del mantenimiento, y como muchas veces que yo la usaba coincidía que estaba terminando él, me acostumbré a llevar siempre el bikini. Aquel día hice lo mismo, por costumbre, pero cuando me cansé del agua y me tumbé en la hamaca a escuchar música y relajarme, me quité la parte de arriba.
Pronto vino a mi mente la noche de la fiesta. Imaginé estar en la pista, bailando, y entonces alguien me agarraba por detrás, sujetando mi cintura con sus manos. Un olor ya familiar me rodeaba mientras sentía cómo me apartaba el cabello y me acariciaba el cuello con sus labios. Me dejé llevar por la fantasía y permití a mis manos deslizarse por mi pecho, acariciar la suave piel de mis senos, pellizcar mis pezones, y descender muy despacio hasta mi coño, húmedo no sólo por la piscina. Empecé a acariciarme por encima de la tela, pero rápidamente me cansé y me lo quité. Al fin y al cabo, estaba en mi casa, ¿no? Eran las 7 de la tarde y mi madre tardaría un rato aún en llegar.
La fantasía pronto se trasladó al coche, reconstruido a base de mis recuerdos confusos. Imaginaba que, cuando gemía por el calor y me remangaba la falda, Leo perdía el control de sí mismo y se abalanzaba sobre mí, besándome en la boca, levantando más mi vestido y metiéndome los dedos. Tan rápido y fuerte como lo estaba haciendo yo en la realidad, mientras me apretaba un pecho.
Cerré los ojos, Leo me agarraba entre sus brazos y me obligaba a ponerme a cuatro patas con el cuerpo desnudo fuera del coche. Sin darme tiempo a pensarlo, me penetraba. Mis tres dedos apenas emulaban lo que imaginaba que aquello sería. No podía parar, me follaba sin bajar el ritmo y me hacía sentir usada, y aquello me ponía aún más. Dios, más, más, por favor, me iba a correr… y entonces me sobresaltó golpe en la puerta. Casi se me sale el corazón por la boca. Me tapé como pude con la toalla y miré hacia la puerta, situada al otro lado de la sala. Allí, detrás del cristal, con una toalla en la mano y vestido con un jersey de punto de cuello alto y unos vaqueros, estaba Leo.
Entró cuando vio que le había visto. Yo estaba completamente roja, avergonzada y aterrorizada, y muy mojada. ¿Me habría visto? Dios, por favor, me moriría si lo había hecho.
Espero no molestarte…- dijo él-, tu madre me dijo que podía darme un baño, pero pensaba que tú no estabas. Todas las luces estaban apagadas.
No… no… no molestas- respondí como pude. Él me miraba a los ojos casi sin pestañear, pero mostrando una serenidad increíble. Estaba desnuda, era obvio, aunque no pudiera ver nada, pero él no parecía sentirse molesto, incómodo, o al menos avergonzado por haberme pillado por sorpresa. Más bien parecía sentirse… a gusto.
No te preocupes, ni que fueras la primera chica que veo desnuda, además- me dijo mientras dejaba la toalla en una silla, a unos metros de mí-, es tu casa, ¿no? El invitado soy yo, así que, ¿te importa que haga lo mismo?
¿El qué?- en aquel momento no comprendí a qué se refería, aunque ahora sea muy obvio.
Me gusta bañarme al natural, es más sano- dijo con toda naturalidad, valga la redundancia. Si mis mejillas estaban ruborizadas, ahora era mi cara la que debía parecer un tomate.
Bueno… eh… no sé… puedes hacer lo que quieras…- acerté a decir.
Él me sonrió y comenzó a quitarse la ropa. Mi coño comenzó a latir con intensidad, ya que no me había corrido, y cuando él se quitó la camiseta tuve que apartar la mirada para que no me pillara observándole con la boca abierta.
- Creo que… voy a darme una ducha- dije, intentando ponerme de pie sin que se me cayera la toalla.
Recogí mi ropa y me dirigí hacia la puerta, aún desnuda e intentando como podía evitar mirarle. Fue entonces cuando los nervios y el morbo me pudieron una mala pasada y tropecé con un extremo de la toalla que iba arrastrándose por el suelo. Estuve a punto de caerme, pero él me sujetó con sus brazos y lo impidió. Ahora sí, sentí que me moría. La toalla se había caído, como la ropa, al agua, y él estaba ya completamente desnudo, sujetándome exactamente igual. Durante unos instantes no dije nada, ni parpadeé, ni moví un solo músculo. Él tampoco dijo nada, pero parecía totalmente sereno. Quizá fueron un par de segundos en realidad, aunque a mí me parecieron una eternidad. Me ayudó a equilibrarme y me sonrió, otra vez.
- ¿Estás bien?- preguntó. Yo sólo acerté a asentir con la cabeza mientras intentaba taparme con los brazos-, toma, coge mi toalla, ya recojo yo la ropa.
En cuanto tuve la toalla salí pitando de allí, con una mezcla tremendamente excitante de miedo, morbo, orgasmo a medias y vergüenza increíble pugnando dentro de mí. Cuando entré en casa, pelada de frío por ir desnuda y con la toalla, como una imbécil, me encontré a mi madre en la cocina, tomando una taza de té. Al verme me miró extrañada.
Pero, ¿qué haces? ¿Esa es la toalla de Leo?
Me he tropezado y mi ropa y mi toalla se han caído a la piscina.
¿Estás desnuda?
Sí… bueno… pensaba que llegaríais más tarde.
No, hemos terminado antes- dijo tranquilamente. Eso me irritó, su novio se había desnudado delante de mí.
Mamá, ¿Leo siempre se baña desnudo? Porque ha llegado y directamente me ha dicho que él lo hacía siempre y se ha quitado la ropa.
¿No te ha pedido permiso?
Sí, pero…
Entonces, ¿qué problema hay?- dijo ella mientras daba un sorbo.
No sé, problema no hay ninguno, sólo que no me parece muy… ¿normal?
Parece mentira que tengas 19 años, deberías tener la mente mucho más abierta, la desnudez es normal- respondió mi madre.
Yo estaba flipando. Mi madre siempre había sido bastante estricta, era mi padre el que tenía una mente más abierta y consentía más este tipo de cosas. Ella se dejaba llevar muchísimo más por el “qué dirán”, más propio de mis abuelos y más en un ambiente como el suyo, conservador. Y ahora me hablaba de lo normal que era que su novio buenorro se desnudara delante de su hija, también desnuda, para darse un baño. Sin añadir que puede que la hubiera pillado masturbándose como una loca. Eso me lo callé, claro.
No, si yo tengo la mente abierta, si a ti no te molesta, a mí tampoco.
Genial.
No era sólo la presencia de Leo y la irresistible atracción física que generaba en mí, sino que la actitud y forma de pensar de mi madre había cambiado radicalmente desde que estaba con él. Por una parte, me sentí egoísta al darme cuenta de que prefería que Leo y mi madre terminaran. Lo que no tenía claro era por qué, si era porque quería volver a la vida normal de antes o, en cambio, aunque no quisiera reconocer, mi yo interno deseaba que estuviera libre para mí. Aquello me hacía sentir confusa y asustada, tanto por mí misma como por ella y él, así que aquella noche tomé una decisión. Me iría a pasar las Navidades con mi padre y su novia, me alejaría un poco de casa y, con suerte, cuando volviera todo sería normal.