Enganchada a mi padrastro - Capítulo 3

Tras la pillada, me sentía confusa. Salí de fiesta con mis amigas, pero... ¿me está siguiendo?

Capítulo 3

Después de la “pillada” a mi madre y a Leo, me sentía confusa. Por una parte, estaba muy avergonzada por haber espiado a mi madre, al fin y al cabo, es mi madre y verla en esa situación, por muy moderna o de mente abierta que tenga, no es fácil de asimilar. Por otro lado, sin embargo, no podía parar de pensar en él. En su cuerpo sudoroso y firme, en su actitud dominante, en su polla… no sé cuántas veces me masturbé aquellos días soñando con que era yo a quien follaba.

Pero los días pasaron, las vacaciones de Navidad se acercaban y mis amigas del instituto, que como sabéis estaban ya en la universidad, decidieron montar una cena de la pandilla de siempre. Al principio no me hizo demasiada ilusión, pero en cuanto supe que sólo irían mis amigas y nadie que hubieran conocido después, me animé.

Salimos el sábado previo a la Navidad. Mis amigas habían propuesto que fuéramos muy elegantes, como para celebrar fin de año antes de tiempo. Todas somos de familias bastante acomodadas, así que no teníamos problema en ir a un buen restaurante y pagar un reservado en una discoteca de moda. Decidí llevar un vestido negro corto, con una franja de transparencia rodeando todo el vientre y otra en el escote, con dos tirantes negros anchos y unas bonitas mangas de transparencia negra (de todas formas, luego os subo una imagen). Se ajustaba bastante bien a mi figura, y para estilizarme más llevé zapatos de tacón alto también negros. Me ondulé un poco el pelo y lo dejé suelto, pero no me maquillé demasiado. No me gusta mucho hacerlo cuando salgo de fiesta.

La cena fue divertida, aunque a partir de cierto momento la conversación comenzó a versar sobre los guapos e interesantes chicos de la universidad, que no tenían nada que ver con los pijos del instituto privado en el que habíamos estado. Me sentí un poco incómoda y apartada de la conversación, así que empecé a beber un poco de más.

Cuando llegamos a la discoteca ya se me había pasado cualquier amargura y reía, cantaba y bailaba como la que más. Nos tomamos una copa en el reservado y después bajamos a la pista, con la intención de atraer unas cuantas miradas. Chicas guapas, jóvenes, algo contentillas y con vestidos muy sexys, bailando y… por qué no, perreando entre ellas. Nos estábamos riendo sólo de pensarlo.

La reacción de la discoteca fue rápida y pronto nos convertimos en el centro de atención de más de un grupo de chicos. Algunos intentaron entrarnos, recuerdo, pero no les dábamos pie a nada más. Salvo mi amiga Aurora, que le echó el ojo a uno y después de unas miraditas, sonrisitas y pocas palabras, estaban enrollándose en una esquina. Cuando me quise dar cuenta no se les veía por ninguna parte, y el imaginar por qué, añadido al alcohol, me provocó un ligero calambre en el coño.

En ese momento me giré y, por un instante, sentí que mi corazón daba un vuelco. Allí estaba Leo, mirándome fijamente con una copa en la mano. Iba vestido con un elegante traje gris oscuro y una camisa negra un poco abierta en el pecho. Mi coño reaccionó al instante, pero entonces alguien pasó por delante y, después, en el lugar donde Leo estaba había un grupo de chicos y chicas. Parpadeé y miré alrededor, pero no lo vi por ningún lado. ¿Me estaría volviendo loca? No debí pensar mucho más, porque otra amiga vino con más copas y empecé a beber sin control para disimular mi calentura.

No recuerdo demasiado más de la fiesta, sólo que unas horas más tarde mis amigas me llevaron fuera. Debía estar bastante borracha y no querían que bebiera más, pero ellas tenían pensado continuar la fiesta un rato. Creí entender que habían llamado a mi madre, y que ya venía a buscarme.

De repente, escuché una voz de hombre que reconocí al instante. Hablaba con mis amigas, aunque no recuerdo muy bien qué decía. Un instante después sentí que me aupaba y me cogía entre sus brazos. Era él, olía a él, eso sí que lo recuerdo perfectamente. También recuerdo que puse mi mano en su pecho y, bajo la tela, sentí su torso.

Me sentó en el asiento del copiloto, colocándome bien para que no me hiciera daño. Yo me dejaba hacer, en parte porque no era muy dueña de mi cuerpo, y en parte porque estaba cachonda perdida y deseaba que siguiera tocándome. Cuando se sentó y empezó a conducir, dijo algo de lo que no me acuerdo.

Sé que tenía mucho calor, y no sé si era eso o el alcohol, pero me subía la falda, me abanicaba con las manos, suspiraba… No sé si hice algo o dije algo, sólo que él abrió un poco la ventana y el aire frío me despejó un poco, lo suficiente para ponerme roja de la vergüenza y volver a bajarme la falda. Joder, cuando me di cuenta me la había subido más arriba de medio muslo. Con que hubiera abierto las piernas un poco… pero no sé si lo hice o no.

Aunque el camino no era muy largo, en algún momento debí quedarme dormida, así que no recuerdo nada más del resto del viaje. Lo siguiente que viene a mi memoria es estar ya tumbada boca arriba sobre mi cama.

  • ¿Te ayudo a quitarte el vestido? – Estoy segura de que dijo eso, y yo, entre adormilada y bebida, respondí:

  • No llevo ropa interior.

Lo último que recuerdo antes de dormirme fue su figura recortada a contra luz. No puedo jurarlo, pero a mi mente viene algo que en ese momento me desconcertaría. Ahora, en cambio, me resulta tan obvio que no entiendo cómo no me di cuenta. Llevaba un traje gris oscuro con una camisa negra.