Enganchada a mi padrastro - Capítulo 2

Leo empieza a formar parte de mi vida como el novio de mi madre, ¿entonces por qué le miro así? ¿Qué es este fuego que no puedo controlar?

Capítulo 2

Habían pasado varias semanas desde que conocí a Leo, y su presencia se había hecho bastante habitual en nuestra casa. Cuando no estaba allí por algún tema de la oficina, estaba sencillamente para meterle mano descaradamente, sin importarle que yo estuviera delante. Eso, que en parte me molestaba, también me excitaba. Como sea, su relación parecía ir viento en popa y mi madre trataba que yo también aceptara a Leo poco a poco. No sé si por aquel entonces ya se había ilusionado con él, o es que estaba compitiendo con mi padre, ya que yo me llevo genial con su novia. Yo seguía con mi vida, divirtiéndome con mis amigos, saliendo de fiesta de vez en cuando y mirando a ver dónde ir a hacer un viaje.

Hasta entonces la verdad es que no hablaba mucho con él. Me ponía, claro, pero mi madre lo acaparaba bastante y él le dedicaba toda su atención. Las pocas veces que intercambiábamos más que un saludo Leo se mostraba sonriente, amable y considerado. En cierto sentido, me alegraba que mi madre hubiera encontrado un tío así. El resto habían sido bastante más… bueno, dejémoslo en que no eran Leo.

Creo que el día, o más bien la noche en que de verdad empecé a sentirme realmente atraída por él fue cerca del puente de diciembre de aquel año. Era un viernes, yo había decidido quedarme en casa en plan tranquilo, viendo una peli y disfrutando de un rato de videojuegos. Mis amigas tenían pensado ir de fiesta, y la verdad es que no me apetecía mucho. Tenían pensado quedar con unos chicos de la universidad. Desde que empezaron el curso y yo decidí no hacerlo y tomarme el año sabático, me distancié de ellas. Mi madre, por su parte, había salido a cenar con Leo y tomar una copa. Noche romántica, supongo.

Debí quedarme dormida hacia la mitad de la película, porque cuando me desperté el DVD había vuelto al menú y la tele se había puesto en reposo. Fue un ruido procedente de la entrada el que me despertó, voces que murmuraban entre risas.

  • Calla… no sigas… ahh… llévame a la habitación… joder… estoy fatal.- Era la voz de mi madre, claro, con un pedal tremendo.

El sillón estaba de espaldas a la entrada, en un salón que es abierto a la puerta del jardín por donde habían entrado. Desde mi posición no podía verles o, mejor dicho, ellos no podían verme a mí, pero debían haber notado que estaba en el sillón por la tenue luz de la tele. Sin embargo, yo sí podía verles en realidad, porque el fondo del televisor era del negro del standby y con la luz de la entrada el reflejo era perfecto.

Mi madre estaba casi sentada sobre el mueblecito de las llaves, con la espalda en la pared y las piernas abiertas. El tirante de su elegante vestido de seda negro se había deslizado por su hombro y estaba a punto de dejar ver su pecho izquierdo. Él, Leo, estaba sobre ella besándole el cuello y los hombros mientras una de sus manos parecía (no lo parecía, estoy segura de que era así) masturbarla. Me estremecí y sentí como mi coño empezaba a latir, tanto que mis piernas se frotaron involuntariamente y el maldito sillón traidor crujió.

Me quedé totalmente quieta, y ellos completamente mudos. Cerré los ojos y me hice la dormida mientras intentaba controlar mis latidos y mi respiración. Si me descubrían me moriría de vergüenza. Sentí unos pasos que se acercaban. No eran los tacones de mi madre, sino unos zapatos. Se detuvo junto a mí durante unos instantes y pude sentir cómo su olor me embriagaba. Entonces se alejó de nuevo, apagó la tele y se marchó.

  • Está dormida.- Dijo, pero el susurro de respuesta de mi madre no lo escuché.

Escuché cómo se alejaban escaleras arriba, quieta y en silencio. Estaba acojonada, pero a la vez muy excitada. No sabía muy bien qué hacer, así que esperé unos larguísimos cinco minutos antes de intentar subir a mi habitación.

Mientras subía las escaleras podía escuchar perfectamente los gemidos de mi madre. Dios mío, se escuchaban casi a mi lado, jamás la había escuchado con tanta fuerza. Mi imaginación se disparó y mi coño reaccionó rápidamente, pidiendo sexo. Estaba tan mojada que parecía que me había hecho pis, y eso me hacía sentir mucha vergüenza.

Cuando llegué arriba del pasillo quise ir hacia mi habitación, hacia la derecha, lo más rápido posible, pero entonces me di cuenta de que había una luz al fondo del corredor, en la otra dirección. Directamente donde estaba la puerta de la habitación de mi madre. Joder. Debían haberse dejado la puerta entreabierta por lo cachondos que estaban.

Dudé unos instantes, pero cuando me quise dar cuenta ya me estaba deslizando de puntillas por la moqueta hasta llegar al umbral de la puerta. Allí, mi respiración estaba tan agitada y mi corazón palpitaba tan exageradamente rápido que pensaba que me descubrirían. Me tapé la boca y me asomé…

Mi madre estaba completamente desnuda en la cama, con los ojos cerrados y la cabeza sobre la almohada, de frente a mí. Se agarraba a los barrotes de madera del cabecero y gemía como una loca mientras Leo, desnudo y recostado sobre la cama, le estaba comiendo el coño. La línea recta de su muslo hasta su culo y los músculos de éste, duros y contorneados perfectamente, parecían tallados por un escultor. Estaba sudoroso y la luz de la lámpara de noche, la única encendida, hacía que su piel brillara. Ufff… mi mano se deslizó sin que yo lo quisiera por dentro de mi pantaloncito de chándal, y empecé a acariciarme por encima de las bragas. Las tenía empapadas.

Los gemidos de mi madre comenzaron a acelerarse, estaba cerca de correrse y yo también, pero entonces él paró y la hizo girar para que se pusiera a cuatro patas. Lo hizo bruscamente, con decisión. Mi madre, entregada, lo hizo sin dudar y se ofreció a él, abriéndose el culo con las dos manos para mostrarle su sexo. Intenté imaginarme cómo sería la polla de Leo, me estaba volviendo loca intentando vérsela.

Entonces él la penetró de un golpe y mis dedos hicieron lo propio con mi coño. La agarró de las caderas y empezó a follarla violentamente. Era increíble, como una película porno. Mi madre no se cortaba, gritaba como una posesa y pedía más polla. Yo me metí la otra mano por la camiseta y me empecé a pellizcar los pezones mientras me masturbaba. Quería eso, quería que me follara así. Me mordía el labio para intentar no gemir.

De repente, Leo bajó el ritmo ligeramente y empezó a hacer algo con las manos que yo no podía ver. Era como si estuviera masajeando algo, pero no dejaba de follarla. ¿Quizás el ano? Cuando escupió fue cuando lo confirmé. Entonces, mi mente empezó a imaginar cómo sería el sentir sus dedos en mi culo, escupiéndolo para lubricarlo. Nunca había hecho sexo anal, ni me había gustado imaginarlo, y ahora mi coño latía con tanta fuerza con la idea de que fuera él… me corrí.

Caí de rodillas al suelo y tuve que contenerme mucho para no abrir la puerta sin quererlo. Pero ellos seguían, en ese momento Leo tenía algo de la mano. En uno de los movimientos me di cuenta de que era un consolador. Lo puso delante suyo y apretó mientras la follaba, y entonces mi madre lanzó un alarido de placer. La estaba penetrando con un consolador por el ano mientras la follaba. No pude aguantarlo y volví a tocarme, allí, de rodillas observando a mi madre ser follada por Leo.

Mi madre no tardó mucho en correrse y caer rendida hacia delante, y entonces Leo se puso de pie sobre ella y terminó también. No pude ver la corrida, para desesperación mía, pero cuando se giró pude verla… por fin… su polla, dura y recta como un mástil perfecto, con el glande hinchado y goteando semen. Debían ser alrededor de 20 centímetros de polla. Volví a correrme, pero entonces Leo bajó de la cama y tuve que marcharme entre espasmos sintiendo que se me iba a desbocar el corazón.

Me metí en la cama intentando recuperar la compostura. Aquel sexo salvaje, aquel cuerpo me había hecho perder el control de mí misma. No sabía muy bien cómo sentirme. En aquel momento lo único en lo que pensaba era en sentirle a él. Tuve que masturbarme de nuevo antes de quedarme dormida.