Enfundado en bragas de mujer

Me acabo de enfundar unas bragas de mujer y me acaban de meter una polla fina y turgente, pero leanlo porque sentiran que se la estan metiendo a usted.

Enfundado con bragas de mujer.

Hola, soy Alberto, tengo treinta y algún años, me acabó de enfundar unas bragas de lo más sugerente y me acaban de meter una polla fina y turgente, pero no se pierdan los detalles, porque van a disfrutar como si se la estuviesen metiendo a ustedes.

Verán ustedes, por razones ya explicadas en anteriores relatos, mi adolescencia y mi juventud, sexualmente hablando, se esfumaron tras mi militancia en una orden religiosa que mantenía el principio de la abstinencia sexual como una extraña forma de alcanzar la excelencia, y claro, en mi peregrinar en busca de la excelencia llegué a descubrir lo placentero que puede resultar vestirte de mujer, salir a la calle y que un señor te quite las bragas a mordiscos, te haga que le chupes su polla, que te ponga a cuatro patas, te la meta por el culo y que finalmente te suelte un fajo de billetes, pero a los detalles, que ahí es donde reside lo más magro de éste relato.

Como ya les anticipé en éste y en anteriores relatos, ahora me encuentro en una situación de recuperar el tiempo "no vivido", o dicho de otra manera, de meterla y de que me la metan hasta encontrar la horma de mi zapato, de modo que a nadie le resultara extraño si les digo que cierto día deambulando por la Casa de Campo de Madrid me quedé fascinado por la cantidad de travestís que hacían la carrera en ese lugar, aunque quizás no es cierto del todo esa afirmación, porque lo que realmente me dejó fascinado fue la montonera de coches que iban y venían, ojeando la mercancía y buscando el momento propicio para contratar los servicios del travestí mejor dotado, porque lo que esa clientela busca no es el que más se parezca a una atractiva mujer, sino el que calce la mejor polla.

Y de ello pude darme cuenta recorriendo varias veces el circuito de arriba abajo. Algunos mostraban descaradamente las redondeces de un prominente culo que prometía las delicias de quien pudiera pagarlo, otros enfundados en unas mini bragas dejaban presagiar que tras aquel minúsculo trozo de tela había mucha tela que cortar, pero sin lugar a ninguna clase de dudas, los que más trabajaban, vamos los que subían y bajaban de los coches ininterrumpidamente eran los que sin tapujos mostraban orgullosos una polla tamaño familiar y es ahí, precisamente ahí, donde me surgió una idea de lo más tentador.

Modestia aparte, un servidor de ustedes calza una más que generosa polla, vamos que lo de bien dotado a mi me viene como anillo en dedo de casadera, de modo que mientras iba y venia calibrando las medidas de mi futuro suministrador de sexo pagado, me surgió una idea descabellada, pero que me apasionó desde el mismo momento que surgió en mi calenturienta mente de hombre reprimido durante muchos, muchos años.

La idea claro, consistía no en contratar los servicios del mejor dotado, sino en salir a la palestra y ofrecerme a la clientela como la pieza más codiciada del lugar, y pensado y hecho. Encaminé mi coche hacía el centro de Madrid para buscar una tienda de sex shop y adquirir el material necesario, aunque la verdad es que no tuve necesidad de revolver mucho entre el muestrario, sencillamente unas bragas sugerentes, una mini falda que no ocultaba nada, unos zapatos de tacón cómodos para principiantes, una blusa fácilmente desabrochable, una peluca de rubia platino, unas medias y un liguero negro y decisión, muchísima decisión, ¡Ah! y lubricante por si la idea cuajaba.

Y apenas una hora después de pensada tamaña travesura allí me tenían ustedes, aparcando el coche, vistiendo mis galas de mujer fatal y saliendo a la caza del cliente. Me busqué un lugar cómodo para la ocasión, un lugar que me permitía camuflarme entre la vegetación del parque, pero sobre todo un lugar donde no ejercía ningún otro travestí, no porque no estuviera seguro de mis encantos, no porque me molestara la competencia, sino porque yo mismo no estaba muy seguro de, llegado el momento, abrir la puerta del coche y penetrar en su interior.

Y allí estaba yo, medio camuflado entre la vegetación, luciendo unas piernas largas y enfundadas en unas medias de redecilla negra, un liguero que no sujetaba nada, pero luciendo la mejor polla del lugar, porque yo no insinuaba nada, sino que lo mostraba en todo su esplendor y claro, casi provoco un accidente de coches porque el frenazo de mi primer cliente fue espectacular. Yo, andando como podía, me acerqué a la ventanilla y descubrí en el interior a un hombre de mediana edad, quizás acercándose a los cincuenta, que bajó el cristal de su ventanilla y un tanto atropelladamente me preguntó el precio del servicio.

Yo, lejos de pactar un precio, abrí la puerta del coche y penetré en su interior. El hombre ni me miró a la cara, sencillamente nada más sentarme en el asiento alargó su nerviosa mano, me agarró la polla y conduciendo con una sola mano pudo llegar a una zona de aparcamiento donde ya, sencillamente, dio rienda suelta a sus fantasías. Me sacó las bragas a mordiscos, me chupó la polla con glotonería, yo, como pude, le saqué su polla del pantalón y apenas había empezado a meneársela cuando un reguero de semen empezó a brotar de su atribulada pollita, que a duras penas, había conseguido una discretísima erección. Y la cosa con este cliente no dio más de si, me alargó un billete de 20 euros, me bajé del coche allí mismo y allí mismo, despendolado, se me acercó otro coche para nuevamente contratar mis servicios.

Pero este cliente, no sé por qué, me pareció a mi que pintaba mejor. Nada más subirme al coche me preguntó si ya me la habían metido. Yo le contesté afirmativamente y además se lo aderecé con algo de lo más tentador: "menuda polla tenía el tío, me la metió hasta la garganta". El cliente, lejos de encelarse con mi polla como el anterior, se tomó el asunto con más parsimonia y se sacó su polla para, luego de frotársela él mismo para empalmarse todo lo que daba de sí, busco mi boca y me la ofreció para chupársela.

El cliente tenía una polla prometedora, larga y fina, de suave tacto y bien olorosa, de esas pollas que huelen a polla. Nada más recibirla en mi boca, tuve la sensación de que iba a darme un festín, de que me iba a chupar la mejor polla de mi vida, no, no es que hasta el momento no hubiese tenido otra polla en mi boca, es que ahora lo hacia porque me apetecía, sencillamente tenía una polla a mi alcance y tenía la intención de disfrutarla, anteriormente me chupé otras, pero lo hice condicionado por situaciones ya superadas.

Es posible que a estas alturas alguno de ustedes esté pensando que tengo inclinaciones homosexuales, y es posible que tengan razón o que estén totalmente equivocados, pero les sugiero que si nunca han tenido la oportunidad de meterse una buena polla en su boca que lo hagan, no se priven de semejante experiencia, les aseguro que la recordaran de por vida y que según pase el tiempo desearán repetir la experiencia. Chupar una polla, metérsela en la boca, acercársela a la garganta, frotarla con la lengua, que le agarren la cabeza y que se la metan hasta la empuñadura es un placer inigualable e incomparable con otras prácticas sexuales, y eso debió de pensar mi cliente, porque le metí tal mamada, que tuve que interrumpirle para que no se me corriera y diese por finalizado el servicio. Yo tenía pensado algo más sugerente.

Y lo que había pensado es que esa polla larga, fina y dura penetrase por mi bien lubricado culo y pudiese experimentar en carnes propias el deleite de ser cabalgado por un macho. Me puse a cuatro patas y le ofrecí mi bien dispuesto culo. El cliente, un tanto aturdido por tan gratificante mamada, se dispuso a darme por culo. Me la metió despacito, despacito, muy despacito, apenas notaba dolor, pero notaba como poco a poco ganaba la profundidad de mi culo. Disfruté centímetro a centímetro su polla, no se pueden imaginar el deleite que produce sentirse penetrado por una polla, sentir que te la están metiendo, sentir que tienes una polla dentro y que alguien esta encima de tus nalgas cabalgándote, es sencillamente inenarrable, una locura, es el delirio, es un placer único e irrepetible, es, sencillamente maravilloso.

Pero el cliente estaba dispuesto a dar lo que de él esperaba. Nada más enterrar por completo su polla dentro de mí, empezó la danza de las siete delicias de la vida, la primera me la retiro lentamente y lentamente me la volvió a meter, la segunda me la retiro lentamente y lentamente me la volvió a meter haciendo una par de paradas en el camino hasta enterrarla completamente, la tercera me la retiro lentamente y se recreo haciendo vaivenes mientras me la enterraba de nuevo hasta la empuñadura, la cuarta me la retiro de un empujón y nuevamente de un empujón me la volvió a enterrar, la quinta, señores, la quinta es otra historia.

Ya mientras me la retiraba se notaba que aquella era otra historia, que algo diferente y enloquecedor estaba a punto de suceder, me la retiro de un empujón, pero la volvió a enterrar raudo porque los primeros espasmos se empezaban a notar, ésta quinta vez la enterró no sólo hasta la empuñadura, la enterró abriéndome las nalgas y buscando desesperado mis entrañas, porque de esa polla brotaba una cascada de placer que inundaba todo mi culo y ahí se quedó, enterrada, exhausta, relajada, satisfecha en fin, pero el fin aún no había llegado. La sexta se hizo esperar, no empezó a retirarla hasta que los espasmos acabaron y luego, dulcemente desapareció de mi culo, creí que la cosa había acabado, pero no, aún le quedaba algo de dureza para lograr una séptima penetración, esta vez ya se notaba una incipiente flacidez, pero nuevamente volví a disfrutar la penetración y nuevamente volví a sentir como la retiraba con mimo, con pena, con cansancio y ya no la volví a sentir.

El cliente se marchó totalmente desorientado, me alargó un puñado de billetes y desapareció del lugar lentamente, como no queriendo marcharse, como sopesando la posibilidad de volver sobre sus pasos y repetir la experiencia, pero la experiencia había llegado a su fin. Yo me remangué las bragas que a esas alturas andaban por los tobillos, me estiré cuanto pude la minifalda y lentamente me fui acercando a mi coche. Por atrás percibía que otros coches paraban e intentaban retroceder para acercárseme, pero inútil, quizás otro día, quizás si recibo alguna oferta sugerente, quizás si alguien es capaz de ofrecerme la posibilidad de volver a tocar el cielo lo vuelva a intentar, pero esa señores, esa será otra historia.

Pancho Alabardero alabardero3@hotmail.com