Enemigas (Capítulo 5)
Dos rivales que se odian a muerte descubren un nuevo modo de lidiar
Hola. Soy Roxana nuevamente y voy a contarles cómo sigue esta historia. Desperté sobresaltada. La claridad me encandilaba. Ya había amanecido y me sentía plena después de la nochecita que habíamos pasado. _ Flaca. Despertáte, tenemos que irnos. _ Carolina tironeaba de mi vello púbico para despabilarme. _ Pará, loca! _ ¡Linda forma de despertarme! _ Le reproché apartándole la mano. _ ¿Y qué hubiera querido la reina de la colonia? _ No sé. Supongo que algo más dulce. Sobre todo después de lo de ayer. _ Repuse todavía dormida.
_ ¿Algo así? Carolina me tomó el rostro con ambas manos y me besó con violencia introduciendo su lengua en mi boca. Mi respuesta no tardó en llegar y nos revolcamos largamente en la cama mientras nos morreábamos con nuevas energías. Nos mordíamos y nuestras manos jugueteaban con nuestros cuerpos encontrándose a veces y acariciándose mutuamente, entrelazando nuestros dedos y piernas. Nos fundimos en un cálido abrazo sin dejar de disfrutar de nuestras bocas.
Nuestra calentura pasó a dominarnos y volvimos a enzarzarnos en un furibundo 69, en el cual nos devoramos desesperadas. Terminamos casi al mismo tiempo y nos quedamos unos minutos restregándonos como dos gatitas mimosas, diciéndonos lo mucho que nos había gustado y que, tal vez, podríamos encontrarnos una vez terminado el campamento para continuar. Nos turnamos para ducharnos. No porque no quisiéramos seguir cojiéndonos, sino porque teníamos que irnos. Nos sentamos a desayunar y Carolina me daba de comer en la boca. No podíamos despegarnos. Parecíamos una pareja de novios que salen hace poco. Nos costó separarnos y despedirnos hasta dentro de unas horas.
En el campamento todo estaba mal. Carolina se había reunido con sus amigas y evitaba cruzarse conmigo, Diego se había enojado porque no había ido a dormir con él y cuando llamó a casa le dijeron que no estaba y mis amigas estaban embobadas con los coordinadores y con Pedro, el chico que tocaba la guitarra.
En los únicos momentos en que me pude acercar a ella fue en los juegos grupales. Tuvimos un partido de handball, una captura de bandera y una partida de poliladron donde nos tocaba jugar en el mismo equipo, de manera que no pudimos acercarnos demasiado. Estaba mojada, mi cuevita palpitaba reclamando atención y para mejor, Carolina tenía unas calzas que le marcaban la tanga y una remera sin nada debajo, lo que hacía que cuando la mojaban, los ojos de todos los varones (y los míos) se posaran en los botones que se insinuaban.
Para peor de mis males, cuando asignaron las carpas, no nos tocó la misma. Tenía que hacer algo. Me estaba desesperando. Fue en un momento en el que fui a remojarme el cabello cuando pasó lo mejor de la tarde. Sentí que se cerraba la puerta del baño. Eran Carolina, su hermana y Mariana, su mejor amiga. Mi odiada enemiga se me acercó amenazante.
_ ¿Desde cuándo te bañás, sucia? _ Desde que a las putas como vos las dejan salir solas a la calle. _ Le contesté secamente esperando el combate.
_ ¡Chupáme el culo, tarada! _ Protestó y sus acompañantes echaron a reír.
_ ¿Te la bancás, puta? Por toda respuesta se acercó a mí y puso su rostro a escasos centímetros del mío. _ Nunca me arrepiento de nada, ni le temo a nadie. _ Afirmó recorriendo mi cuerpo con la mirada buscando intimidarme.
_ ¡Mirá cómo tiemblo! _ ¡Agarráme la concha! _ Rugió Carolina y obedecí sintiendo nuestros alientos amalgamarse.
_ ¿Tanto te gusto, puta de mierda? _ ¿A que no te animás? _ La desafié y se acercó aún más. Mi mano se posó en su entrepierna y comencé a acariciarla. Se acercó más y nuestros senos se rozaron. Sentí la dureza en sus pezones acariciándome sobre la ropa. Carolina me devolvió el gesto y nos enzarzamos en un combate febril por ver quién se calentaba primero. Sus dedos hacían maravillas sobre mi pantalón. Pedía en silencio que me bajara el cierre y me trabajara más directamente. Mis dedos sentían su humedad a través de sus calzas y sus botones parecían escapar de su remera. Comenzamos a gemir y me pregunté cuánto sabrían sus acompañantes. Comenzamos a gemir quedamente y sentí un leve ro
ce de sus labios sobre los míos. Nuestros pechos ya dialogaban entre sí, sobándose mutuamente cuando de pronto, Mariana gritó que nos separáramos que venía gente.
_ Esto no termina acá, putita! _ Sentenció Carolina antes de darme una bofetada que resonó en todo el baño. Me quedé cortada viéndola salir y no tuve reacción cuando entraron las demás chicas.
Durante la búsqueda del tesoro nocturna, alguien me tomó del brazo en medio de la oscuridad, sobresaltándome. Me hizo señas para que la siguiera en silencio y nos detuvimos en una zona muy reservada y oscura. Nuestras manos buscaron inmediatamente nuestras rajas retomando nuestro combate justo en donde habíamos sido interrumpidas.
Nos fuimos acercando a medida que aumentábamos la intensidad de las caricias y sin poder contenernos nos fundimos en el besuqueo más caliente que tuvimos hasta el momento. El morbo de que nos descubrieran nos excitaba más aún y agradecí a Dios cuando me bajó la cremallera y acarició mis vellos. Por toda respuesta mis dedos invadieron su ropa interior y se internaron en su cuevita. Nuestras tetas parecían imitarnos, besándose. Nuestros pezones se apareaban sobre la ropa y nuestras lenguas no tenían respiro alguno. Nos devorábamos ansiosas y sus gemidos ahogados no hacían más que elevar mi excitación. Sus jugos empaparon mi mano y me llevé los dedos a la boca. _ ¡Delicioso! Caro, mi amor, quiero beberlos directamente de la fuente. _ ¡Roxy, mi vida! Vamos a tener que esperar un poco, pero tengo la llave del aula de video, donde podemos pasar la noche sin que se entere nadie.
_ ¿Cómo vas a hacer para que nos dejen salir? _ Le pregunté extrañada.
_ Nos escapamos a las diez y media y volvemos a las siete de la mañana. Total, todos se levantan a las ocho.
_ Te odio. _ Le dije tomándola por las nalgas y apretándola contra mí. Carolina me acarició las tetas y su lengua me recorrió el cuello, la barbilla y los labios para luego invadir mi boca.
_ Yo también.
A la hora convenida, me encontré con Caro en la sala de video, no sin antes cerciorarme de que no habría nadie viéndonos entrar.
Tenía mariposas en el estómago y me transpiraban las manos. Cerramos la puerta con llave y tiramos las bolsas de dormir, aunque ambas sabíamos que lo que menos íbamos a hacer sería precisamente eso.
Nos desvestimos lentamente, en silencio, pensando que tal vez sería nuestra última noche juntas. Encendimos unas velas aromáticas y nos contemplamos desnudas. Carolina tenía unas tetas de ensueño, tan grandes y bien formadas que me dio envidia. Nos recorrimos con la mirada y pude ver el deseo en sus ojos. Caro se pasó la lengua por los labios y me acerqué. Comenzamos a acariciarnos sin prisas, disfrutando de la magia del momento. Nuestros cuerpos se reconocieron una vez más y apoyé mis tetas sobre las suyas. Sentí cómo sus pezones se endurecían a la par de los míos. Comenzamos a restregarnos mientras Caro se posesionaba de mi cuello y yo lamía su oreja. Mis manos recorrieron su sudorosa espalda hasta llegar a sus nalgas. Sin dejar de frotarnos, la apreté contra mí. Caro me imitó y buscó mi boca. La esquivé haciendo muchos esfuerzos y me preguntó qué me pasaba.
_ ¿No vas a decirme que te chupe el culo? _ Protesté gimiendo.
_ ¿Tengo que pedírtelo, mi vida? Caro sacó la lengua recorriendo mi boca, invadiendo mi garganta y nos fuimos dejando caer hasta la improvisada cama. La hice acostar boca abajo y me acosté sobre ella apoyándole mis pechos en la espalda mientras restregaba mi concha contra su culo y le mordía la oreja. Podía sentir a Carolina moviéndose acompasadamente y comencé el descenso hacia su delicioso trofeo. Comencé besándola alrededor y sentía cómo respiraba pesadamente. La toqué con la puntita de la lengua y pegó un respingo. Era deliciosa! Me maldije en silencio por haber tardado tanto. Me interné degustándola mientras le metía un dedo en su cálida cuevita y me masturbaba con la otra mano. Carolina era todo placer. Brindaba un concierto de gemidos al tiempo que me decía lo mucho que me quería. Sabía que todo era producto del momento, pero no quería parar. Mi mano aumentó el ritmo, lo mismo que mi lengua y tuve que esperarla para que nos viniéramos juntas.
Me tomó de los cabellos y con suavid
ad me hizo recostar sobre ella, abrazándome y demostrándome su ternura. Cuando nos repusimos, encendió la TV y colocó un video. No sabía de dónde lo había sacado, pero era la primera vez que veía una película condicionada y tardé unos minutos en darme cuenta de qué iba. Era una película donde son todas mujeres. Comenzamos a mirarla atentamente y descubrimos una posición que no habíamos imaginado.
_ ¿La probamos? _ Me preguntó con un destello de ansiedad en sus ojos.
Por toda respuesta mi dedo mayor rosó su vulva y me situé enfrente de ella, entrelazando nuestras piernas en posición de tijera, imitando a las actrices que estábamos viendo en pantalla.
Caro separó sus labios enseñándome su tesoro, brillante y lubricado por la excitación, y supe qué hacer. Nos fuimos acercando hasta acoplarnos y cerré los ojos y me dejé llevar por la más agradable sensación que experimentara en mi vida. Nuestros botoncitos jugueteaban entre sí y comenzamos el vaivén. Sentir sus flujos mojándome, mezclándose con los míos y el ruido de nuestras conchas golpeándose eran el mejor marco para ese momento sublime. La violencia resurgió mientras aumentábamos el ritmo de nuestras embestidas. Sentía sus latidos y no quería parar. La tomé por las nalgas apretándola como si quisiera forzarla a entrar dentro de mí. Caro parecía estar pasando por lo mismo, por lo que el roce de nuestros sexos nos estaba llevando al más grande placer alguna vez descripto. Nos movíamos frenéticas, ya no nos importaba nada. Carolina gemía cada vez más alto y yo tenía que morderme los labios para no gritar.
Nuestras conchas combatían febrilmente buscando doblegar la una doblegar a la otra y podíamos escuchar el chasquido de sus besos. Ver su rostro sudado, suplicando y el sudor cayendo sobre sus morenos pezones fueron imágenes que nunca podré olvidar. Nos fundimos más aún y mi dedo buscó su ano. Carolina comenzó a magrear mis senos jugueteando con mis pezones, apretándolos y poniéndolos más duros aún, si eso es posible.
Nuestras caderas habían adquirido tal velocidad que pensé que íbamos a alcanzar la velocidad de la luz. Sentir su clítoris acariciando el mío y los sonidos que hacían nuestras conchas amantes fue demasiado para mí y mi lengua aceptó el combate que me ofrecía Carolina. Nuestros labios no se encontraban pero sí nuestras lenguas y nuestros botoncitos buscaban doblegarnos hasta que llegó el clímax y Caro comenzó a gritar de una manera que tuve que silenciarla comiéndole la boca. Nos chupamos largo rato mientras entrelazamos nuestros dedos y esperábamos el regreso de la calma.
Agotadas, nos dejamos caer y nos dormimos abrazadas declarándonos el cariño que había nacido entre nosotras.
A las seis y media, cuando escuchamos al gallo cantor, nos metimos en las duchas y volvimos a nuestras carpas. El resto del día continuó como si nada hubiera pasado entre nosotras y así terminó la colonia de vacaciones. Me peleé con Diego, conocí a otro chico pero ninguno me hizo gozar tanto como Caro. Comenzaron las clases, todo eran historias pasadas y no volví a saber de ella hasta unos meses después cuando volvía a casa. La extrañaba horrores pero ésa, estimados amigos, ésa es otra historia.